La aparición del Libro de Mormón

La aparición del Libro de Mormón

Una obra maravillosa y un prodigio

Dennis L. Largey, Andrew H. Hedges, John Hilton III y Kerry M. Hull, editores

La aparición del Libro de Mormón


Este libro representa una valiosa contribución al estudio y la comprensión del Libro de Mormón desde perspectivas históricas, doctrinales y literarias. Editado por un equipo de académicos respetados en el ámbito de los estudios religiosos y las Escrituras SUD, esta obra no solo celebra la trascendencia del Libro de Mormón como testamento de Jesucristo, sino que también ilumina su proceso de traducción, preservación y publicación como un evento verdaderamente milagroso en la historia moderna.

El título —Una obra maravillosa y un prodigio— hace eco de las palabras de Isaías y Moroni, y prepara al lector para explorar cómo la restauración del Evangelio a través del Libro de Mormón es tanto un cumplimiento profético como una señal del poder de Dios en los últimos días. Cada ensayo o capítulo, escrito por eruditos como John Hilton III o Andrew H. Hedges, presenta una cuidadosa investigación acompañada de testimonios de fe, lo que equilibra la erudición con la espiritualidad.

Uno de los aportes más significativos del libro es que desmitifica el proceso de la traducción sin restarle su carácter milagroso. Se abordan aspectos prácticos y a la vez se afirma con fuerza que fue por el don y el poder de Dios. Este enfoque es particularmente útil para lectores modernos que buscan una comprensión más completa, sin perder de vista la divinidad del texto.

Además, el volumen da lugar a múltiples voces y perspectivas académicas, mostrando cómo el estudio serio del Libro de Mormón puede fortalecer el testimonio y profundizar la fe.

Este libro es altamente recomendable para quienes desean ampliar su entendimiento del origen y propósito divino del Libro de Mormón. Es una obra tanto informativa como edificante, que confirma que este registro antiguo restaurado no solo fue una maravilla en su momento, sino que sigue siendo un prodigio continuo en la vida de millones.

Introducción
Agradecimientos
1La aparición del Libro de Mormón para restaurar verdades claras y preciosas.
2La aprobación de un vidente adolescente: Las experiencias tempranas de José Smith con Moroni
3Sopesado y Manipulado: Interacciones Tangibles con los Objetos del Libro de Mormón
4Relatos de testigos presenciales del proceso de traducción
5La historia de las 116 páginas perdidas: Lo que sí sabemos, lo que no sabemos y lo que podríamos saber
6La visita de Martin Harris en 1828 a Luther Bradish, Charles Anthon y Samuel Mitchill
7Los Once Testigos
8Una multiplicidad de testigos: las mujeres y el proceso de traducción
9Las negociaciones de José Smith para publicar el Libro de Mormón
10La recepción temprana del Libro de Mormón en la América del siglo XIX
11El Libro de Mormón entre los Santos: Uso Evolutivo de la Escritura Clave
12“A Toda Nación, Tribu, Lengua y Pueblo”
13“No Han Sido Rechazados para Siempre”: El Cumplimiento de los Propósitos del Convenio
14“Para convencer al judío y al gentil de que JESÚS es el CRISTO”


Introducción


“Junto con otros profetas de los últimos días,” dijo el presidente Thomas S. Monson, “testifico de la veracidad de este ‘libro más correcto sobre la faz de la tierra’, incluso el Libro de Mormón, otro testamento de Jesucristo. Su mensaje abarca toda la tierra y lleva a sus lectores al conocimiento de la verdad. Doy mi testimonio de que el Libro de Mormón cambia vidas”.

A lo largo de los años, muchos profetas han hablado sobre la importancia de este libro. Por ejemplo, el presidente Ezra Taft Benson habló del Libro de Mormón como un don “más importante que cualquiera de los inventos surgidos de las revoluciones industrial y tecnológica. Es un don de mayor valor para la humanidad que incluso los muchos y maravillosos avances que hemos visto en la medicina moderna. Tiene más valor para la humanidad que el desarrollo del vuelo o los viajes espaciales”.

Aunque este libro ha bendecido muchas vidas desde su publicación hasta el presente, no fue un don fácil de obtener. Los capítulos de este volumen relatan la historia de cómo llegó a concretarse este don extraordinario.

Este volumen narra la historia de un milagro moderno, compartiendo detalles del proceso de traducción y publicación del Libro de Mormón, el cual el profeta José Smith describió como “la piedra angular de nuestra religión”. Este libro extraordinario ha sido un elemento esencial de la Iglesia desde su fundación, pero no todos los miembros son conscientes de los desafíos que enfrentaron quienes trabajaron con tanto empeño para traerlo al mundo. Aunque muchos de nosotros estamos familiarizados con las narraciones y doctrinas que contiene el libro, a menudo pasamos por alto la importancia de su historia. Esperamos que este volumen sea un recurso invaluable para quienes deseen comprender la importancia del trasfondo del Libro de Mormón, ya sea para el estudio individual o con fines de enseñanza.

En el capítulo inicial, el presidente Merrill J. Bateman, Setenta emérito, aborda uno de los propósitos principales de la venida del Libro de Mormón: restaurar verdades claras y preciosas. Las doctrinas y principios contenidos en el libro amplían, aclaran y complementan aquellos enseñados en la Biblia, y testifican de la realidad y divinidad de Cristo. Los relatos escritos por profetas antiguos en las Américas han sido fundamentales para la restauración y la comprensión de esas verdades claras y preciosas.

Otros capítulos analizan las experiencias de José Smith y de aquellos más cercanos a él en cuanto a la obtención y protección de las planchas de oro y otros objetos asociados con la traducción del Libro de Mormón. Los testigos brindaron evidencias, tanto para sus contemporáneos como para nosotros hoy, de que José Smith realmente obtuvo los objetos físicos vinculados con la aparición del libro. Estos capítulos se basan en relatos primarios del período de la vida de José durante el cual pasó de ser un adolescente que vio a Dios el Padre y a Su Hijo, a convertirse en un vidente escogido, encargado por el ángel Moroni del cuidado y protección del registro sagrado que llegaría a ser el Libro de Mormón.

A continuación, pasamos a la traducción y publicación del Libro de Mormón. Los capítulos de esta sección analizan el proceso de traducción (del cual muchos Santos de los Últimos Días tal vez no tengan un conocimiento preciso), así como la ardua travesía para lograr que el libro fuera publicado. Desde las piedras de vidente hasta las páginas perdidas, los lectores podrán conocer las pruebas soportadas, los milagros presenciados y las profecías cumplidas durante este período crucial en la historia del Libro de Mormón. Estos ensayos incluyen extractos de relatos primarios, así como pasajes de las Escrituras que describen y confirman la realidad milagrosa de la traducción del Libro de Mormón. Muchos relatos incluyen los testimonios de diversos testigos del libro —los Once Testigos y otros que simplemente tuvieron la fe suficiente para creer en el llamamiento profético de José y en su papel de traer al mundo un registro inspirado y verdadero.

Los siguientes capítulos evalúan cómo el Libro de Mormón ha ganado prominencia y aceptación como testimonio de Jesucristo desde su publicación hasta nuestros días. Tanto dentro como fuera de la Iglesia, el Libro de Mormón ha pasado por épocas de desprecio y duda, pero también ha contado con el apoyo inquebrantable de aquellos que han buscado su propio testimonio sobre la veracidad del libro. Y a medida que la Iglesia ha crecido, el libro ha llegado a estar disponible para millones de miembros que no habrían podido leer los manuscritos originales en inglés. Desde su primera impresión de cinco mil copias, el Libro de Mormón ha servido como herramienta misional tanto en América como en decenas de otras naciones, siendo traducido a casi un centenar de idiomas.

Este volumen concluye con dos capítulos que destacan dos propósitos centrales del Libro de Mormón. Además de contener relatos inspiradores y mensajes consoladores, el Libro de Mormón cumple un papel crucial en la difusión del Evangelio por todo el mundo. El propósito del Señor al sacar a la luz este registro no fue simplemente educar e inspirar, sino:

“mostrar al resto de la casa de Israel cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres; y para que conozcan los convenios del Señor, que no han sido desechados para siempre—y también para convencer tanto al judío como al gentil de que Jesús es el Cristo, el Dios Eterno, que se manifiesta a todas las naciones”.

El Libro de Mormón invita repetidamente a sus lectores a “venir a Cristo” (véanse también Mormón 10:30, 32; 1 Nefi 6:4).

Además, el Señor hizo aparecer este libro con otros propósitos. Por ejemplo, el presidente Benson declaró:

“El Libro de Mormón desenmascara a los enemigos de Cristo. Confunde las falsas doctrinas y elimina la contención. (Véase 2 Nefi 3:12.) Fortalece a los humildes seguidores de Cristo contra los designios, estrategias y doctrinas del diablo en nuestros días.”

Ya sea que estemos buscando evidencias tangibles del Libro de Mormón o testimonios espirituales de su divinidad, este volumen ofrece información reveladora y educativa que nos ayudará en nuestra búsqueda. Los capítulos de esta obra testifican tanto de la realidad del origen e historia del libro como de la veracidad de los testimonios y doctrinas que contiene. Mientras que algunos artículos ofrecen evidencias históricas sobre la existencia del libro y su proceso de traducción, otros dan testimonio de los mensajes inspirados contenidos en su texto. Ambas formas de evidencia serán de utilidad mientras procuramos desarrollar nuestro conocimiento y testimonio del libro, y también al compartir esa luz con los demás.

Finalmente, enfatizamos que, aunque este volumen brinda pruebas significativas de la veracidad del libro, obtener un testimonio de que el Libro de Mormón es verdadero es un proceso individual y que dura toda la vida. Como ha prometido Moroni, aquellos que busquen su propia confirmación sobre el Libro de Mormón recibirán una respuesta personal del Señor (véase Moroni 10:4). El Libro de Mormón respalda los testimonios bíblicos de Cristo y proporciona mensajes adicionales sobre Su filiación divina. Invitamos a todos los lectores de este volumen a edificar sobre su testimonio actual del Libro de Mormón, aprendiendo acerca de su historia y sus orígenes extraordinarios. Esperamos que esta obra sea un complemento valioso para su estudio del Libro de Mormón, y que provea una fuente adicional de luz y verdad proveniente del libro.

Como editores de este volumen, añadimos nuestro testimonio personal de que el Libro de Mormón es verdadero. Es un registro antiguo traído a la luz en nuestros días, traducido por el don y el poder de Dios a través de José Smith, el profeta del Señor.

Dennis L. Largey
Andrew H. Hedges
John Hilton III
Kerry Hull
Patty Smith
Comité del Simposio Sperry


Agradecimientos


Expresamos nuestro sincero agradecimiento a todos aquellos que han contribuido al Simposio Sperry de este año en cada etapa de su producción y presentación. Además de los que ya han sido reconocidos en esta obra, queremos agradecer a Patty Smith y al equipo de apoyo de Educación Religiosa, así como a los revisores anónimos que evaluaron cuidadosamente cada contribución y ofrecieron sugerencias valiosas para todos los ensayos.

También estamos agradecidos con el equipo del Centro de Estudios Religiosos de BYU: Thomas Wayment, Devan Jensen, Alison Brimley, Shanna Clayton, Rachel Gessel, Hadley Griggs, Rebecca Hamson y Leah Welker, quienes dedicaron tiempo y esfuerzo significativos en la revisión, edición y corrección de los artículos, mejorando así el valor profesional y académico del libro.

Asimismo, agradecemos al élder Merrill J. Bateman, Setenta emérito, por presentar su artículo “La aparición de verdades claras y preciosas” en el simposio y permitirnos publicarlo en esta obra.


1

La aparición del Libro de Mormón
para restaurar verdades claras y preciosas

Merrill J. Bateman
El élder Merrill J. Bateman era un miembro emérito del Primer Cuórum de los Setenta cuando escribió este artículo.


El propósito principal del Libro de Mormón es ser otro testigo del Señor Jesucristo. En este sentido, el libro incluye visiones proféticas del nacimiento y la vida de Cristo en Jerusalén, de la catástrofe global que acompañó Su sacrificio expiatorio y crucifixión, así como de Su ministerio entre el pueblo de las Américas después de Su resurrección.

Sin embargo, el Libro de Mormón tiene otro propósito fundamental. El profeta Nefi registra lo que un ángel le explicó: que la venida del Libro de Mormón en los últimos días restauraría “muchas partes claras y preciosas que se habían quitado del evangelio del Cordero… así como muchos convenios del Señor” (1 Nefi 13:26, 28).

Los cambios doctrinales realizados por diversas sectas y concilios después de la época de Cristo y Sus Apóstoles, junto con las múltiples traducciones y retraducciones de la Biblia desde el tiempo de Cristo hasta la actualidad, resultaron en la pérdida de partes del evangelio (véase 1 Nefi 13:27). El ángel explica además a Nefi que los convenios perdidos (doctrinas y principios) hacen que muchas personas tropiecen y pierdan el camino (véase 1 Nefi 13:29). Sin doctrinas clave, las personas no comprenden el plan del Señor para Sus hijos en esta tierra, su herencia espiritual, el propósito de la vida y su potencial eterno.

Con la aparición del Libro de Mormón, estas verdades esenciales volvieron a estar disponibles y claras. En este capítulo analizaremos las verdades claras y preciosas restauradas en relación con el plan de salvación. Estas verdades restauradas clarifican la comprensión del propósito de la vida.

El plan de salvación

Una verdad importante que fue restaurada por el Libro de Mormón es que el Padre tiene un plan para Sus hijos —un plan que ya operaba antes de que viniéramos a la tierra, un plan para esta vida, y un plan que se extiende más allá de la tumba. Este plan nos enseña cómo vivir en la tierra de manera que podamos experimentar gozo y felicidad tanto aquí como en la eternidad. Habla del entorno en el que vivimos y de las acciones que debemos tomar para cumplir con los propósitos de Dios para nosotros. El plan, tal como se presenta en el Libro de Mormón, da dirección y orden a nuestras vidas, y amplía nuestra comprensión sobre la existencia y los pasos necesarios para alcanzar la vida eterna.

Por otro lado, la Biblia contiene elementos del plan, pero estos se presentan de manera menos clara. Falta la estructura del plan, lo que genera confusión respecto a la necesidad de ciertos elementos, como se discutirá más adelante.

Este plan es conocido por varios nombres en el Libro de Mormón, pero es el mismo plan, sin importar el nombre que reciba. Se le llama:

  • el “plan de salvación” (Alma 42:5),
  • el “plan de misericordia” (Alma 42:15),
  • el “misericordioso plan del gran Creador” (2 Nefi 9:6),
  • el “plan de nuestro Dios” o el “gran plan del Dios Eterno” (2 Nefi 9:13; Alma 34:9),
  • el “plan de redención” (véase Alma 12:25–33; 22:13),
  • el “plan de restauración” (Alma 41:2),
  • y el “plan de felicidad” (Alma 42:16).

Una parte fundamental del plan es lo que se denomina la doctrina de Cristo o el evangelio de Jesucristo (véase 2 Nefi 31:5–21; 3 Nefi 27:13–21).

El plan se menciona aproximadamente treinta veces en el Libro de Mormón. La palabra “plan”, en relación con el plan de salvación, no aparece en la Biblia Reina-Valera ni en la versión King James, y ninguna frase parecida a “el plan de salvación” se encuentra en traducción bíblica alguna.

Los elementos principales del plan incluyen:

  • Un concilio en los cielos de seres espirituales preterrenales, a quienes se les dio el albedrío para escoger si vendrían o no a la tierra como parte de su progreso eterno (véase 2 Nefi 2:17; Alma 13:3).
  • La creación de la tierra para que los hijos de Dios experimentaran la mortalidad (véase 1 Nefi 17:36; 2 Nefi 2:14; Mosíah 4:9; 3 Nefi 9:15).
  • La Caída de Adán y Eva, que abrió la puerta para que la humanidad naciera en la tierra, creciera espiritualmente mediante el uso del albedrío, y enfrentara la tentación y, finalmente, la muerte. La Caída trajo consigo dos tipos de muerte: la física y la espiritual. La muerte física ocurre cuando el espíritu y el cuerpo se separan al final de la vida mortal. La muerte espiritual ocasionada por la Caída es una separación de Dios. Cuando hombres y mujeres entran en la mortalidad, se separan de Dios y experimentan esta muerte espiritual. A esto se le llama la primera muerte espiritual. Una segunda muerte espiritual también puede ocurrir como resultado de la desobediencia a una o más leyes de Dios (véase 2 Nefi 2; Alma 12).
  • La Resurrección y Expiación del Salvador. El Libro de Mormón enseña que la Expiación debía ser infinita y eterna. Por lo tanto, tenía que ser llevada a cabo por un ser infinito y eterno. El sacrificio expiatorio del Señor hace posible superar todas las muertes mencionadas anteriormente (véase Alma 34:10, 14; Mosíah 3; 3 Nefi 11; Helamán 14:17).
  • La doctrina de Cristo, que incluye Sus enseñanzas y los convenios y ordenanzas que nos vinculan con la Expiación. La doctrina de Cristo también es conocida como el evangelio de Jesucristo.
  • La resurrección del cuerpo físico y su reunión con el espíritu. La resurrección hace posible la exaltación y la vida eterna (véase Mosíah 15:20–24; Alma 40:16–18).
  • Un paso final en el plan es un juicio justo y la asignación a un reino, a una de las muchas moradas del Señor (véase Juan 14:2; Enós 1:27; Éter 12:32).

El Libro de Mormón aporta nueva luz y claridad a estos elementos clave del plan que no se encuentran claramente explicados en la Biblia.

El concilio en los cielos y nuestra preexistencia

Un plan de salvación fue presentado por nuestro Padre Celestial a Sus hijos en un concilio preterrenal. El plan contemplaba la creación de una tierra donde los hijos espirituales del Padre Celestial pudieran obtener un cuerpo físico, experimentar los desafíos de la mortalidad y ser probados en cuanto a su disposición a seguir el plan. A los hijos del Padre se les daría el albedrío para escoger por sí mismos (véase Alma 13:3). El plan preveía la provisión de un Salvador que abriría el camino para que todos los hijos de Dios pudieran volver a Su presencia y ser juzgados conforme a su fidelidad. Aquellos que se esfuerzan por seguir el plan son bendecidos con la compañía del Espíritu Santo. Sin destruir el albedrío, el Señor, a través del Espíritu Santo, ayuda a las personas a vivir los mandamientos establecidos en el plan. La recompensa suprema es ser elevados al Padre y recibir la vida eterna.

La existencia preterrenal de Jesucristo

Una verdad importante que se revela por medio del Libro de Mormón es la existencia preterrenal de Jesucristo como un ser separado del Padre. La aparición del Salvador al hermano de Jared en Éter, capítulo 3, deja en claro que Cristo existía antes de Su nacimiento, que era un ser espiritual y que era Jehová, el Dios del Antiguo Testamento.

Aunque la Biblia sugiere que Cristo era Jehová, muchas personas tienen un concepto de la Trinidad que no permite una comprensión clara de quién era y es Jehová, ni del papel que desempeñó durante los tiempos del Antiguo Testamento como el Hijo del Padre.

Un pasaje bíblico relacionado con el Salvador que indica que Él era Jehová se encuentra en Juan 8:56. Cristo, hablando con los judíos en el templo, dice: “Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó.” Estas palabras molestaron a los oyentes, quienes respondieron: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?” Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:57–58).

Los judíos entonces tomaron piedras para matar a Cristo porque había declarado que era el Gran Yo Soy, es decir, Jehová del Antiguo Testamento. Existen muchos otros pasajes, tanto bíblicos como del Libro de Mormón, que indican que Cristo —y también nosotros— existíamos antes de venir a la tierra. A pesar de estos pasajes, muchos no aceptan la idea de que Cristo y el Padre son personificaciones separadas, ni que nosotros vivimos como espíritus antes de nacer en esta vida terrenal.

Personas preordenadas a llamamientos

Otra de las doctrinas mencionadas tanto en la Biblia como en el Libro de Mormón sobre la preexistencia es la preordenación de individuos a diversos roles en la tierra. La Biblia es explícita al afirmar que Cristo fue preordenado como el Salvador del mundo antes de nacer (véase 1 Pedro 1:18–20). La Biblia también sugiere la preordenación de otras personas (véase Jeremías 1:5; Efesios 1:4), pero el Libro de Mormón es más claro en este tema. El profeta Alma declara con firmeza que los espíritus que vivían en el mundo antemortal fueron “llamados y preparados desde la fundación del mundo, conforme a la presciencia de Dios” para desempeñar llamamientos sagrados al venir a la tierra (Alma 13:3). Una vez más, existe desacuerdo en el mundo religioso respecto a esta verdad revelada. El mismo pasaje del Libro de Mormón en Alma también indica que hombres y mujeres fueron libres de escoger en la preexistencia —es decir, se les concedió el albedrío para actuar según su voluntad. El hecho de que los espíritus tenían albedrío ayuda a entender la guerra en los cielos, cuando Lucifer se rebeló contra el plan del Padre presentado en el Gran Concilio, y Satanás y los ángeles que lo siguieron fueron expulsados (véase Apocalipsis 12:7–11).

La naturaleza de los espíritus

Otra doctrina esclarecedora del Libro de Mormón en cuanto a la preexistencia es su declaración explícita sobre la naturaleza de una persona espiritual. Aunque la Biblia hace referencia a la forma y sustancia de un ser espiritual (véase Lucas 24:36–39), no lo aborda de manera clara.

Sabiendo que vivimos como espíritus antes de venir a la tierra, podríamos preguntarnos: ¿Cómo éramos?

Muchos creyentes de diversas religiones confunden la fuerza espiritual con la que Dios gobierna la tierra con el espíritu de una persona individual. En muchas tradiciones religiosas, la palabra “espíritu” se define de una de tres formas:

  1. un ser incorpóreo,
  2. una esencia ardiente o aliento vital,
  3. o una sustancia líquida que conecta el cerebro con el cuerpo.

En los tres casos, no se concibe un cuerpo material o una forma tangible. Existen incluso cristianos que creen que el Señor resucitado abandonó Su cuerpo físico al ascender al cielo y que asumió una existencia inmaterial e incorpórea junto al Padre y al Espíritu Santo. Por lo tanto, para ellos, el espíritu humano también es incorpóreo e inmaterial. Pero entonces, ¿qué significa haber sido creados a imagen de Dios si Dios no tiene imagen?

El Libro de Mormón aclara los malentendidos sobre este tema. En Éter, capítulo 3, Jehová se aparece al hermano de Jared en la montaña y usa Su dedo para dar luz a un conjunto de piedras. Este evento ocurrió miles de años antes del nacimiento de Cristo. Al ver el dedo del Señor, el hermano de Jared exclama: “No sabía que el Señor tuviera carne y sangre.”

Entonces el Señor le dice: “A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre; y jamás ha venido hombre alguno delante de mí con tanta fe como tú tienes; porque si no fuera así, no habrías podido ver mi dedo. ¿Viste más que esto?” (Éter 3:8–9).

El hermano de Jared responde: “No; Señor, muéstrate a mí” (Éter 3:10).

Entonces se aparta el velo, y el hermano de Jared ve al Señor en Su plenitud. El Salvador le dice:

“He aquí, yo soy aquel que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, yo soy Jesucristo. […] Este cuerpo que ahora ves es el cuerpo de mi espíritu; y al hombre lo he creado conforme al cuerpo de mi espíritu; y así como me ves ahora en el espíritu, así me manifestaré a mi pueblo en la carne” (Éter 3:14, 16).

En un solo pasaje, el Libro de Mormón deja en claro que el cuerpo espiritual tiene la misma forma que el cuerpo físico. Está compuesto de sustancia, pero de una sustancia tan refinada que el ojo natural no puede verla (véase DyC 131:7). Conocer la forma del espíritu da sentido a Génesis 1:26–27, donde se afirma que el hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios. Esto es verdad tanto espiritual como físicamente.

Los credos del cristianismo han tenido un costo elevado en cuanto a las verdades más importantes que una persona puede conocer:

  • ¿Quién es Dios?
  • ¿Cómo es Él?
  • ¿Quién soy yo?
  • ¿Cómo es mi espíritu?
  • ¿Cuál es mi relación con el Padre y el Hijo?
  • ¿Qué significa ser hijo o hija de Dios?

Las verdades necesarias para responder a estas preguntas se encuentran en el Libro de Mormón.

¿Por qué fue necesaria la Caída de Adán?

La Biblia describe los eventos que constituyen la Caída de Adán, pero no explica por qué fue necesaria. En el Libro de Mormón, Lehi explica a su hijo Jacob por qué la Caída fue esencial para el progreso de la humanidad, y cómo la Expiación fue preparada desde antes de la fundación del mundo para mitigar sus efectos (véase 2 Nefi 2).

Lehi da dos razones principales para la Caída:

Adán y Eva no habrían tenido hijos en el Jardín de Edén, debido a su estado de inocencia. Al participar del fruto, ocurrió un cambio en ellos: reconocieron su desnudez y sus cuerpos físicos se volvieron mortales y sujetos a la muerte. En Edén, “no hubieran tenido hijos; por tanto, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin tener gozo, porque no conocían la miseria; haciendo lo bueno, porque no conocían el pecado” (2 Nefi 2:23).

La Biblia respalda la idea de la inocencia y la imposibilidad de procreación, ya que declara que no reconocieron su desnudez hasta que sus ojos fueron abiertos al comer del fruto prohibido (véase Génesis 3:7). También indica que Eva fue engañada, pero que Adán comió del fruto con conocimiento de causa (véase 1 Timoteo 2:14).

¿Por qué participó Adán del fruto? Llegó a comprender que, para cumplir el mandamiento mayor de multiplicar y henchir la tierra, necesitaba quedarse con Eva. Lehi explicó que sin la Caída de Adán, el resto de los hijos de Dios no habría podido venir a la tierra (véase 2 Nefi 2:25). Tanto Adán como Eva necesitaban participar del fruto y entrar en la mortalidad para poder tener hijos.

La segunda razón para la Caída fue proveer un entorno de opuestos fuera de la presencia de Dios, donde hombres y mujeres pudieran crecer espiritualmente mediante el ejercicio de su albedrío. Lehi explica por qué debe haber oposición en todas las cosas: “Si no fuera así,” dice Lehi, “no podría efectuarse la justicia, ni la iniquidad, ni la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal.”

Lehi además declara que, si no existieran los opuestos, “todas las cosas serían un solo conjunto”,
lo cual significa que no habría “ni vida ni muerte, ni corrupción ni incorrupción, felicidad ni miseria, ni sentido ni insensibilidad” (2 Nefi 2:11).

Sin oposición no habría propósito en la creación de Dios (véase 2 Nefi 2:12–13). El crecimiento espiritual ocurre cuando uno toma decisiones rectas. Una persona solo puede actuar por sí misma si tiene opciones entre las que elegir (véase 2 Nefi 2:16).

El élder Bruce R. McConkie dijo: “Todo el plan de salvación, que incluye tanto la inmortalidad como la vida eterna para todas las huestes espirituales del cielo, dependía de que [Adán y Eva] obedecieran este mandamiento” de multiplicarse y llenar la tierra (véase Génesis 1:28; Moisés 2:28).

Esto solo podía lograrse si participaban del fruto y caían. El élder McConkie continúa: “[Adán] cayó al quebrantar una ley menor —para que él también, habiendo transgredido, quedara sujeto al pecado y necesitara un Redentor, y pudiera trabajar por su propia salvación, tal como sucedería con aquellos sobre quienes recaerían los efectos de su caída.”

La Expiación y Resurrección de Jesucristo

La Expiación de Jesucristo es el evento más grande en la historia de la humanidad. La Expiación reconcilia a hombres y mujeres con Dios, haciendo eficaces la fe, el arrepentimiento y el bautismo. Mientras que la Caída permitió que las huestes espirituales del cielo vinieran a la tierra, la Expiación hace posible su regreso a la presencia del Padre. A través de la Expiación, los mortales se convierten en inmortales, incorruptibles —es decir, resucitan de la tumba y vencen la muerte física y espiritual gracias al sacrificio y la Resurrección del Salvador (véase 1 Corintios 15:42–44).

El Nuevo Testamento enseña claramente que Jesucristo experimentó una resurrección corporal literal, y que así también resucitarán todos los hijos e hijas de Dios (véase Lucas 24:36–39; 1 Corintios 15:21–22). Hay numerosas escrituras bíblicas que indican la resurrección del cuerpo físico. Job testificó: “Y después de deshecha esta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios” (Job 19:26). Cuando Cristo se apareció a Sus discípulos después de Su Resurrección, dejó claro que Su cuerpo estaba compuesto de “carne y huesos” (Lucas 24:39). Cuando el Salvador se apareció a los nefitas después de Su ascensión, los invitó uno por uno: “para que metáis vuestras manos en mi costado, y también para que palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies” (3 Nefi 11:14). El profeta Zacarías indica que cuando Cristo regrese en la Segunda Venida, las personas verán las heridas en Sus manos y pies (véase Zacarías 13:6). En otras palabras, vendrá con un cuerpo físico resucitado.

El Libro de Mormón deja en claro que es carne y hueso lo que resucita y se une al espíritu, y que así compareceremos ante Dios para ser juzgados (véase 2 Nefi 2:8). Alma, al hablar con su hijo Coriantón, indica que hay un período entre la muerte y la resurrección en el cual el alma o espíritu del ser humano es llevado al hogar de Dios: los justos son recibidos en un estado de paraíso y los inicuos son separados y asignados a un estado de temor (o prisión espiritual). Alma afirma que algunos han llamado a esta asignación al paraíso la primera resurrección. Luego procede a aclarar que esto no es una resurrección en el verdadero sentido de la palabra. Él declara que la resurrección es: “la reunión del alma con el cuerpo” (Alma 40:11–18).

La Expiación también permite que los hombres y mujeres superen las dos muertes espirituales El Libro de Mormón explica con claridad la primera y segunda muertes espirituales. La Biblia no lo hace de manera tan precisa. Habla de una segunda muerte espiritual (véase Apocalipsis 20:6), pero no menciona la primera ni diferencia entre ambas. Afortunadamente, el Libro de Mormón describe lo que se entiende por estas dos muertes espirituales y su relación con la Expiación.

Superar la muerte física asociada con la Caída de Adán

El plan de salvación tiene diversos objetivos que se logran mediante el sacrificio del Redentor. El primero de ellos es superar los efectos de la Caída. Como resultado de la Caída, los hombres y mujeres reciben cuerpos mortales que se deterioran y finalmente mueren. Para alcanzar la vida eterna, es necesario que haya una resurrección, es decir, la reunión de un cuerpo físico inmortal con el espíritu. La Expiación y Resurrección del Salvador permiten que todos salgan de la tumba a una nueva vida. Todos serán resucitados y vencerán la muerte física. El apóstol Juan registra: “todos los que están en los sepulcros… saldrán” (Juan 5:28–29), y el apóstol Pablo confirma esta declaración al decir que: “habrá resurrección de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:15).

La primera muerte espiritual

La Caída también causó una separación de Adán, Eva y su posteridad de la presencia de Dios. A esto se le conoce como la primera muerte espiritual. El profeta Samuel el Lamanita, al hablar sobre la muerte de Cristo, dice: “Sí, he aquí, esta muerte efectúa la resurrección y redime a toda la humanidad de la primera muerte —esa muerte espiritual—; porque toda la humanidad, por la caída de Adán al ser apartada de la presencia del Señor, es considerada como muerta, tanto en lo temporal como en lo espiritual” (Helamán 14:16). La declaración del profeta Samuel deja en claro que la Expiación y la Resurrección de Cristo no solo vencen la muerte física para toda la humanidad, sino también la muerte espiritual causada por la Caída. Nuevamente, en palabras de Samuel: la muerte y resurrección de Cristo “redime a toda la humanidad de la primera muerte —esa muerte espiritual—… y los devuelve a la presencia del Señor” (Helamán 14:16–17).

Como se señaló anteriormente, la Biblia no es clara en cuanto a las dos muertes espirituales. Menciona la segunda muerte espiritual en el libro de Apocalipsis, e insinúa la primera muerte espiritual en 1 Corintios 15. Juan el Revelador, al hablar de los últimos días, declara: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:6). Aunque la Biblia enseña que quienes participen de la primera resurrección no sufrirán la segunda muerte espiritual, aún nos deja con la pregunta: ¿Qué es? ¿Cuál es la diferencia entre la primera y la segunda muertes?

La primera muerte espiritual se insinúa en la declaración del apóstol Pablo a los corintios, cuando vincula las consecuencias de la Caída de Adán con los efectos de la Expiación. Él dijo: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:21–22). Esta afirmación hace referencia tanto a la victoria de Cristo sobre la muerte física para todos, como a Su triunfo sobre la muerte espiritual causada por la Caída de Adán—la primera muerte espiritual. Los hijos de Adán no son responsables de la muerte física ni de la primera muerte espiritual. La Expiación del Salvador elimina la carga de ambas muertes.

El élder Tad R. Callister describe el poder de la Expiación para vencer la primera muerte espiritual con estas palabras:

“Las Escrituras enseñan que toda persona, justa o pecadora, regresará a la presencia de Dios después de la resurrección. Puede que sea solo una reunión temporal en Su presencia, pero la justicia requiere que todo lo que se perdió en Adán sea restaurado en Jesucristo. Toda persona volverá a la presencia de Dios, contemplará Su rostro y será juzgada por sus propias obras. Entonces, aquellos que hayan obedecido el evangelio podrán quedarse en Su presencia, mientras que todos los demás tendrán que ser expulsados de Su presencia una segunda vez y así sufrirán lo que se llama la segunda muerte espiritual.”

La segunda muerte espiritual

Los hombres y mujeres están en la tierra con la expectativa de aprender a tomar decisiones sabias y crecer espiritualmente. Sin embargo, se cometen errores y pecados. El apóstol Pablo dijo a los romanos: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Nefi enseñó que: “ninguna cosa impura puede morar con Dios” (1 Nefi 10:21; 15:34). Alma enseñó que los hombres y mujeres sufrirán una: “segunda muerte, que es una muerte espiritual” a menos que se limpien de sus propios pecados (Alma 12:16).

El gran plan de misericordia contempló que el Salvador pagara el precio del pecado, que tomara sobre Sí los pecados de todos aquellos que ejercieran fe en Él y se arrepintieran. El gran profeta Isaías declaró que Cristo: “llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”, que fue “herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades”, y que “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4–5). Al ver al Salvador, Juan el Bautista exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

Vencer la primera muerte espiritual es un don gratuito. Superar la segunda es condicional. Lehi explicó a su hijo Jacob que Cristo “se ofreció en sacrificio por el pecado, para cumplir los fines de la ley, a todos aquellos que tienen el corazón quebrantado y el espíritu contrito; y a ninguno más pueden cumplirse los fines de la ley” (2 Nefi 2:7). El apóstol Pablo explicó a los hebreos que Cristo “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9). El profeta Nefi enseñó a su pueblo: “sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23). Para superar la segunda muerte espiritual, las personas deben hacer su parte. Una sección posterior de este capítulo explicará el proceso mediante el cual se supera la segunda muerte espiritual por medio de la Expiación de Cristo.

La Expiación infinita y eterna

Una verdad importante que el Libro de Mormón aclara es el tipo de sacrificio que debía hacerse y la naturaleza de la persona que debía efectuarlo. En el sermón de Amulek a los pobres zoramitas, él describe así las dimensiones del sacrificio requerido: “Porque es necesario que se haga un gran y último sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún tipo de ave; porque no será un sacrificio humano; sino que debe ser un sacrificio infinito y eterno” (Alma 34:10).

Luego añade: “Y he aquí, este es el significado completo de la ley, que cada parte apunta a ese gran y último sacrificio; y ese gran y último sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno” (Alma 34:14).

La Expiación debe ser infinita —es decir, sin fin. Sus efectos deben extenderse a la eternidad. Debe cubrir todo pecado, todo dolor, toda aflicción, toda muerte. También debe ser atemporal —es decir, debe cubrir a todos los que vivieron antes de la venida de Cristo a la tierra, así como a todos los que vivieron después. Alma, hablando a su hijo Coriantón, declara que las almas que vivieron antes de la jornada terrenal de Cristo son tan preciosas para el Señor como aquellas que vivieron durante y después de Su tiempo (véase Alma 39:16–19). Dado que el hombre tenía albedrío en el mundo preterrenal, la Expiación debe extenderse hasta antes de la fundación del mundo (véase Alma 13:3). También alcanza el mundo de los espíritus, donde Cristo dirigió la predicación del evangelio a los espíritus en prisión durante los tres días en que Su cuerpo yacía en la tumba (véase 1 Pedro 3:18–20; 4:6). No tendría sentido que el Salvador predicara a los espíritus en prisión que vivieron en la época de Noé si no pudieran arrepentirse y recibir las bendiciones de la Expiación. El gran y último sacrificio debe abarcar a todos los hijos de Dios: antes de Cristo y después de Cristo, antes de la vida mortal y después de ella.

Infinita en poder

La Expiación debe ser infinita en poder debido a la cobertura, el alcance y la transformación que se requiere para calificar a los seres humanos para la salvación. La Expiación cubre a todo hombre, mujer y niño que ha vivido, que vive actualmente o que vivirá en la tierra. Saca de la tumba a todas las creaciones de Dios.

El apóstol Pablo enseñó que el sacrificio del Salvador cubre también la resurrección de animales, bestias, peces y aves (véase 1 Corintios 15:37–44; DyC 29:23–25).

La revelación moderna enseña que las creaciones de Dios no pueden ser enumeradas: “Y así como una tierra pasará, y sus cielos, así vendrá otra; y no hay fin a mis obras” (Moisés 1:37–38). Además, los habitantes de esos otros mundos son: “hijos e hijas engendrados para Dios”, es decir, la Expiación los cubre a ellos también (DyC 76:23–24).

Una versión poética de la sección 76 expresa el alcance y el poder infinitos de la Expiación:

“Y oí una gran voz, que testificaba desde el cielo:
‘Él es el Salvador, el Unigénito de Dios;
Por él, de él y mediante él, todos los mundos fueron hechos,
incluso todos los que giran en los vastos cielos.

Cuyos habitantes también, desde el primero hasta el último,
son salvados por este mismo Salvador nuestro;
y, por supuesto, son engendrados como hijos e hijas de Dios,
por las mismas verdades y los mismos poderes.’”

No es de extrañar que Amulek dijera que la Expiación tenía que ser infinita.

Infinita en amor

Hay numerosos pasajes en el Libro de Mormón que hablan del amor del Padre y del Hijo. Uno de los relatos más poéticos y simbólicos aparece en los sueños de Nefi y Lehi sobre el árbol de la vida.

En el sueño de Nefi, un ángel le muestra un árbol cuya belleza excede toda descripción, cuya “blancura… superaba la blancura de la nieve recién caída” (1 Nefi 11:8).

Nefi desea saber el significado del árbol. Entonces se le muestra a un hombre que desciende del cielo, y se le indica que testifique que ese ser es el Hijo de Dios (véase 1 Nefi 11:7). Luego ve a una virgen en la ciudad de Nazaret con un bebé en brazos, y el ángel le explica que ese niño es “el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno” (1 Nefi 11:21).

Eventualmente, Nefi es testigo de la crucifixión. Él relata: “Vi al Cordero de Dios, que fue tomado por el pueblo; sí, el Hijo del Dios eterno fue juzgado por el mundo; y… vi que fue levantado sobre la cruz y muerto por los pecados del mundo” (1 Nefi 11:32–33).

Para ayudar a Nefi a interpretar las imágenes que ha visto, el ángel le pregunta: “¿Sabes tú el significado del árbol?” A lo que Nefi responde: “Sí, es el amor de Dios, que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres; por tanto, es lo más deseable de todas las cosas” (1 Nefi 11:22).

El árbol es un símbolo del amor de Dios, y la mayor manifestación de ese amor es que Él envió a Su Hijo Unigénito para sufrir, morir y expiar los pecados de toda la humanidad (véase 1 Nefi 11:13–33; Juan 3:16).

Lehi, en su sueño, come del fruto del árbol, descubre su dulzura y desea que su familia también participe. El fruto representa los dones de la Expiación: perdón, misericordia, paciencia, benignidad, amor, esperanza, fe, templanza, inmortalidad, gloria y vida eterna (véase 2 Pedro 1:3–8). Cuando uno comprende la profundidad y la amplitud de la Expiación, llega a entender el amor y el poder infinitos que constituyen su fundamento.

Un testimonio del poder eterno de Dios

Obsérvese que Amulek también indicó que la Expiación debía ser eterna en su naturaleza, lo cual significa no solo que no tiene fin, sino que posee un poder semejante al de Dios. No solo se levanta el cuerpo físico de la tumba, sino que la carne es transformada de un estado corruptible a uno incorruptible, de un cuerpo natural a un cuerpo espiritual, para nunca más morir (véase 1 Corintios 15:42; Romanos 6:9).

En este mismo contexto, es importante notar que un “cuerpo espiritual” no es un “cuerpo de espíritu”. Cristo lo dejó claro cuando explicó a Sus discípulos, después de Su resurrección: “el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39).

Amulek, en el Libro de Mormón, enseña qué es un “cuerpo espiritual”. Él dijo: “El espíritu y el cuerpo serán reunidos de nuevo en su forma perfecta; tanto miembro como coyuntura serán restaurados a su estructura propia” (Alma 11:43; véase también v. 44).

Por tanto, el “cuerpo espiritual” mencionado por Pablo es un cuerpo resucitado de carne y huesos que ha sido inmortalizado y perfeccionado. El poder para transformar el cuerpo de un estado corruptible a uno inmortal es un poder “eterno”, es decir, divino por naturaleza.

El Libro de Mormón enseña que la Expiación tiene poder no solo para cambiar el cuerpo físico, sino también para cambiar la naturaleza del espíritu del ser humano. El rey Benjamín enseñó que: “el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta a los impulsos del Espíritu Santo, y se despoje del hombre natural y se haga santo por medio de la expiación de Cristo” (Mosíah 3:19).

La Expiación, en combinación con la influencia del Espíritu Santo, tiene el poder de transformar el carácter y la conducta del hombre natural en una naturaleza santa o semejante a la de Dios.

En 3 Nefi se registra que el Salvador también recibió poder mediante la Expiación para atraer a todos los hombres hacia Él, a fin de que puedan ser elevados al Padre para ser juzgados (véase 3 Nefi 27:14).

A medida que uno llega a comprender el sacrificio del Salvador, sus efectos y su alcance, se da cuenta de que la Expiación debe ser infinita y eterna en su poder para salvar y exaltar a la humanidad. Tiene poder para: vencer las consecuencias del pecado de Adán, salvar al ser humano de sus propios pecados, transformar la naturaleza del carácter así como el cuerpo físico, y santificar a hombres y mujeres para que puedan ser llevados al Padre. No es de extrañar que se necesitara el poder de un Dios, el Hijo de Dios, para lograrlo.

El gran y último sacrificio debía ser realizado por el Hijo de Dios

Solo un Dios tiene el poder y la resistencia necesarios para llevar a cabo la Expiación (véase DyC 19:18). El rey Benjamín, en el Libro de Mormón, describe el sufrimiento del Salvador con estas palabras: “Y he aquí, padecerá tentaciones, y dolor corporal, hambre, sed y fatiga, tanto que no hay hombre que padezca tanto, sin que le sobrevenga la muerte; porque he aquí, sangre le brotará de cada poro, tan grande será su angustia por la maldad y las abominaciones de su pueblo” (Mosíah 3:7).

El Libro de Mormón confirma la historicidad de estos eventos y aclara que realmente Él sudó sangre y sufrió por nuestros pecados. Por lo tanto, el Libro de Mormón restaura verdades vitales, entre ellas que la Expiación comenzó en el Jardín de Getsemaní.

Como se señaló anteriormente, Cristo alcanzó la divinidad antes de venir a la tierra. Él era Jehová, el Dios Todopoderoso del Antiguo Testamento. Sus creaciones incluían los cielos y la tierra. Fue preordenado para ser el Salvador. Su poder divino y su condición de Dios continuaron en la mortalidad por medio de Su nacimiento. Su madre era mortal. Su Padre, inmortal. Él fue el Unigénito del Padre Eterno (véase 1 Nefi 11:21).

Por eso pudo declarar al final de Su vida: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17–18).

Hablando de Cristo, el profeta Abinadí, en el Libro de Mormón, resume Su poder con las siguientes palabras: “Él es la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es interminable, que nunca se puede oscurecer; sí, y también una vida que es interminable, que no puede haber más muerte” (Mosíah 16:9). Porque era un ser eterno que vivió sin pecado en la mortalidad, no tenía la obligación de morir. Él eligió morir, y por tanto tuvo el poder para levantarse de la tumba.

La Expiación íntima

El Libro de Mormón enseña no solo que la Expiación fue infinita, sino también íntima. Cristo experimentó el dolor, el sufrimiento, la pena y la muerte de cada persona. Uno de los pasajes más poderosos del Libro de Mormón se encuentra en las enseñanzas de Alma al pueblo de Gedeón, en Alma capítulo 7. Sus palabras acerca de Cristo no solo enseñan los elementos de la Expiación, sino que también describen su naturaleza íntima. Alma enseña que Cristo: “saldrá, sufriendo dolores y aflicciones y tentaciones de toda clase; y esto para que se cumpla la palabra que dice que tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que atan a su pueblo; y tomará sobre sí sus debilidades, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que sepa, según la carne, cómo socorrer a su pueblo de acuerdo con sus debilidades” (Alma 7:11–12).

El Hijo de Dios efectuó la Expiación en la carne para poder comprender plenamente cómo socorrer a Sus hermanos y hermanas en sus momentos de mayor angustia. Descendió debajo de todas las cosas para poder comprender todas las cosas (véase DyC 88:6).

En el Jardín y en la cruz, Cristo experimentó los sentimientos más profundos de cada ser humano. Sintió nuestros dolores y sufrimientos, nuestras enfermedades y pesares. Su estancia en la mortalidad y Su experiencia expiatoria le otorgaron una comprensión única de nuestros desafíos, penas y debilidades. Esa comprensión le permite socorrernos y fortalecernos en nuestras pruebas y aflicciones.

No fue una masa colectiva e impersonal de pecados lo que experimentó, sino los pecados, heridas y sufrimientos de una corriente infinita de personas individuales. Como dijo Alma, Él sabe, según la carne, cómo socorrer a cada alma.

La doctrina de Cristo

El evangelio de Jesucristo es la buena nueva, las buenas noticias que Cristo restauró durante Su ministerio en la tierra. ¿Qué son esas buenas nuevas? Una definición común del evangelio que muchos aceptan usando la Biblia es: “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día” (1 Corintios 15:3–4).

Cristo mismo amplía esa definición en el Libro de Mormón. Él define el evangelio, o doctrina de Cristo, como la Expiación, la Resurrección y el Juicio, y luego amplía esa definición para incluir las responsabilidades que los hombres y mujeres tienen en el proceso de salvación.

En 3 Nefi capítulo 27, Cristo expone Su evangelio a los nefitas justos. Su definición comienza con el papel que Él desempeña en las buenas nuevas:

“He aquí, os he dado mi evangelio, y esta es la doctrina que os he dado: que vine al mundo para hacer la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió.

Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y después de haber sido levantado sobre la cruz, para atraer a todos los hombres a mí, a fin de que así como los hombres me han levantado, del mismo modo serán levantados por el Padre para estar ante mí, a fin de ser juzgados según sus obras, ya sean buenas o sean malas” (3 Nefi 27:13–14).

Después de explicar Su papel, Jesús detalla los principios del evangelio que hombres y mujeres deben vivir para ser beneficiarios plenos de Su Expiación (véase 3 Nefi 27:16–21). El Salvador declara lo siguiente:

  1. Debemos tener fe en el Señor Jesucristo.
  2. Debemos arrepentirnos de nuestros pecados.
  3. Debemos ser bautizados en el nombre de Jesucristo.
  4. Debemos recibir el don del Espíritu Santo y ser santificados por Él.
  5. Debemos perseverar hasta el fin.

Cada paso conduce naturalmente al siguiente. Por ejemplo, Mormón enseña:

“El primer fruto del arrepentimiento es el bautismo; y el bautismo viene por la fe para cumplir los mandamientos… y por la mansedumbre y humildad de corazón viene la visita del Espíritu Santo, el cual Consolador llena de esperanza y de amor perfecto, el cual amor permanece por la diligencia hasta la oración, hasta que llegue el fin, cuando todos los santos morarán con Dios” (Moroni 8:25–26; véase también 2 Nefi 31:5–20).

A continuación, destaco algunas de las contribuciones del Libro de Mormón respecto a la doctrina de Cristo:

Desarrollar la fe en Cristo

La Biblia enseña la importancia y necesidad de tener fe en Cristo, pero no explica el proceso mediante el cual se obtiene y se edifica esa fe. En la Biblia, uno lee sobre eventos que establecen la fe en ciertas personas. Un ejemplo es el del apóstol Pablo en el camino a Damasco (véase Hechos 9). Sin embargo, para la mayoría de las personas —e incluso para Pablo— desarrollar fe en Cristo es un proceso que se da a lo largo de la vida.

El Libro de Mormón explica cómo se puede edificar la fe en Cristo. El discurso de Alma a los zoramitas sobre cómo se desarrolla la fe es profundo y único. El camino que Alma describe comienza con un “deseo de creer”. Luego, la persona debe actuar sobre ese deseo realizando un experimento.

¿En qué consiste el experimento? En plantar una semilla en el corazón. ¿Qué es la semilla? Es la “palabra de Dios”. ¿Y qué es la palabra de Dios? Son las sagradas escrituras, las palabras de los profetas. En última instancia, “la palabra” es Cristo. Uno debe darle lugar a Cristo en su corazón. Debe estar dispuesto a seguir al Maestro.

Entonces Alma hace una promesa: Si nos esforzamos diligentemente por aplicar “la palabra” en nuestras vidas, el Espíritu Santo producirá sentimientos en nuestras almas.
La semilla brotará y crecerá, y llegaremos a saber que la semilla es buena y que el evangelio es verdadero.

Alma luego pregunta: “Porque habéis hecho el experimento, y habéis plantado la semilla, y esta se hincha y brota… ¿es perfecto vuestro conocimiento?” (Alma 32:33–34).

La respuesta es no, apenas estás comenzando. La semilla ahora es una pequeña plántula que requiere más nutrición y cuidado. Debe seguir arraigándose, creciendo y madurando antes de que el árbol dé fruto.

A medida que el árbol continúa creciendo, nuestra creencia, fe y esperanza en el Salvador se profundizan, porque sentimos ese hinchamiento interior que viene por medio del Espíritu Santo. Nuestro compromiso con la acción se expande: pasamos de querer saber por nosotros mismos a querer servir y ayudar a los demás. El servicio y la consagración se vuelven parte de la vida. Al servir a los demás, el Espíritu Santo proporciona testigos adicionales de que la semilla es buena y de que el perdón puede obtenerse. Si con diligencia, paciencia y fe continuamos nutriendo el árbol, este se arraigará plenamente en nuestra alma y podremos comer de su fruto. Una persona llena de ese fruto: “no tendrá hambre ni… sed” (Alma 32:42; véanse también vv. 41, 43). Los frutos son las bendiciones de la Expiación: el perdón, la santificación y la vida eterna.

El bautismo

Primero, como enseñó Mormón, la fe lleva al bautismo. Entre las distintas denominaciones cristianas existe desacuerdo sobre cómo debe realizarse el bautismo y si realmente es necesario, pero tanto la necesidad como la manera del bautismo están claramente explicadas en el Libro de Mormón. Jesús fue enfático respecto a la necesidad del bautismo. Le dijo a Nicodemo, quien vino de noche para saber qué debía hacer para ser salvo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).

Segundo, después de definir el evangelio en 3 Nefi, el Salvador explicó la necesidad del bautismo diciendo:

“Y ninguna cosa impura puede entrar en su [del Padre] reino; por tanto, no puede entrar en su descanso ninguna cosa sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi sangre, a causa de su fe, y del arrepentimiento de todos sus pecados, y de su fidelidad hasta el fin.

Ahora bien, este es el mandamiento: Arrepentíos, todos los extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que estéis sin mancha ante mí en el postrer día.

De cierto, de cierto os digo que este es mi evangelio” (3 Nefi 27:19–21).

Tercero, el Señor también enseñó a los nefitas la forma de realizar el bautismo. Poco después de Su aparición, llamó a Nefi y le dio autoridad para bautizar, e instruyó que debía descender al agua junto con la persona a ser bautizada. Luego de pronunciar una oración bautismal, la persona debía ser sumergida en el agua (véase 3 Nefi 11:23–26).

Cuarto, el Libro de Mormón es específico en cuanto al bautismo de los niños pequeños.

Esta es una contribución doctrinal significativa del Libro de Mormón; mientras que durante siglos muchos cristianos se han preocupado por las almas de los niños fallecidos sin bautismo, el Libro de Mormón enseña que: “los niños pequeños no necesitan arrepentimiento, ni tampoco el bautismo.”

El Señor reveló al profeta Mormón que Cristo “vino al mundo, no para llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento; los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos; por tanto, los niños pequeños son sanos, porque no son capaces de cometer pecado; por tanto, la maldición de Adán ha sido quitada de ellos en mí. […] He aquí, te digo que esto has de enseñar—el arrepentimiento y el bautismo a los que son responsables y capaces de cometer pecado” (Moroni 8:8, 10).

El don del Espíritu Santo

El Libro de Mormón también aclara que toda persona tiene derecho al don del Espíritu Santo si sigue el camino de fe, arrepentimiento y bautismo (véase 2 Nefi 31:12). En el día de Pentecostés, Pedro prometió a la multitud el don del Espíritu Santo si se arrepentían y se bautizaban en el nombre de Jesucristo (véase Hechos 2:38).

Sin embargo, el Libro de Mormón es más explícito, al enseñar que el don del Espíritu Santo se confiere por la imposición de manos, realizada por aquellos que han recibido autoridad de Jesucristo (véase 3 Nefi 18:36–37; Moroni 2:2).

El poder del Libro de Mormón

Permíteme concluir con una historia sobre el poder del Libro de Mormón.
Las verdades claras y preciosas que se encuentran en el discurso de Alma en Alma 32 impactaron profundamente a un joven soldado en Afganistán. Cuando era adolescente, proveniente de una familia SUD activa, decidió alejarse de la Iglesia, a pesar de que sus fieles padres le habían dado “toda oportunidad de aprender el evangelio de Jesucristo.” Para escapar de la desaprobación de sus padres, se alistó en el ejército y se convirtió en médico de combate. Con los años, trabajó intensamente y también llevó un estilo de vida despreocupado. Con el tiempo se casó y fue bendecido con hijos.

Llegó el momento en que su unidad fue enviada a Afganistán. Aunque al principio se adaptó bien a las exigencias extremas, con el tiempo: “la exposición constante a la muerte y a la destrucción de la guerra comenzó a afectarme”, dijo. “Aunque seguía cumpliendo con mis deberes, el miedo dominaba mis pensamientos. Temía morir y temía el juicio de Dios. Me preguntaba si volvería a ver a mi esposa y a mis hijos. Los pecados que había cometido tan a la ligera se volvieron insoportables, pero no tenía a dónde acudir en busca de alivio.”

Una experiencia cercana a la muerte y los susurros espirituales lo llevaron a comenzar a leer un ejemplar del Libro de Mormón que su madre le había regalado. Con el tiempo, se dio cuenta de que su miedo a la muerte había disminuido, aunque aún juraba no regresar a la Iglesia.

Un día leyó el discurso de Alma sobre la fe, y eso cambió su vida. El pasaje comienza así: “Ahora bien, como dije en cuanto a la fe: que no era un conocimiento perfecto, así es también con mis palabras. No podéis saber de su certeza al principio, como para conocimiento perfecto, no más que la fe es un conocimiento perfecto.

Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades, ejercitando una partícula de fe, sí, aun si no más que el deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta que creáis de tal modo que podáis dar cabida a una parte de mis palabras” (Alma 32:26–27).

Aunque tenía muy poca fe o esperanza, sí tenía un “deseo de creer” que sus pecados podían ser perdonados mediante la Expiación de Jesucristo. Continuó estudiando el Libro de Mormón en Afganistán y lo siguió haciendo al regresar a casa. Comentó que pasaron muchos meses después de su regreso para obtener un testimonio del evangelio y seguir los pasos necesarios para recibir el perdón, pero se comprometió con el patrón enseñado por Alma, y entonces llegaron la paz y el perdón. Esta historia es un ejemplo del poder claro y transformador del Libro de Mormón y del efecto que puede tener en la vida de quienes sinceramente buscan la verdad.

Conclusión

El Libro de Mormón surgió no solo como otro testigo del Señor Jesucristo, sino también como una restauración de verdades claras y preciosas, necesarias para una comprensión plena del plan del Señor. Entre ellas se incluyen: la vida preterrenal y la preordenación de Jesucristo, la existencia previa de los hijos espirituales de Dios, la naturaleza infinita y eterna de la Expiación de Cristo, y los principios del evangelio que debemos vivir para acceder plenamente a esa Expiación.

Existen otras verdades claras y preciosas restauradas por este libro que no se han tratado aquí. Su análisis queda para otros.

El Libro de Mormón es como una caja de joyas: verdades claras y preciosas para la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Esas verdades, omitidas o no claramente explicadas en la Biblia, han sido restauradas en los últimos días para enseñarnos de dónde venimos y cómo debemos vivir.

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