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La historia de las 116 páginas perdidas:
Lo que sí sabemos, lo que no sabemos
y lo que podríamos saber
J. B. Haws
J. B. Haws era profesor adjunto de Historia y Doctrina de la Iglesia en la Universidad Brigham Young cuando escribió este artículo.
Desde el principio, una cosa que sí podemos afirmar con certeza sobre la historia de las 116 páginas perdidas es que, desde el verano de 1828 hasta hoy, este episodio ha ocupado un lugar destacado en la narrativa histórica de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Sería difícil imaginar una sucesión de acontecimientos más angustiosa en la vida de José Smith que la que experimentó en junio y julio de 1828. Bajo presión, permitió que Martin Harris se llevara las más de cien páginas manuscritas de la traducción del Libro de Mormón que Martin había escrito mientras José dictaba. Esas páginas representaban dos meses de trabajo. Al día siguiente de que José y su esposa Emma se despidieran de Martin, Emma dio a luz a su primer hijo. El niño nació muerto o falleció poco después de nacer. Emma estuvo a punto de morir durante el parto. Dos semanas después, y aunque Emma seguía aún muy debilitada, la ansiedad compartida por ambos respecto a las páginas del manuscrito llevó a José a dejar a su esposa al cuidado de sus padres y emprender el largo viaje a Palmyra para averiguar por qué no había recibido noticias de Martin.
José tenía buenas razones para sentirse inquieto durante el viaje. Informó que un ángel le había quitado los intérpretes incluso antes de descubrir que las páginas se habían perdido, en consecuencia de haber “cansado al Señor al pedir insistentemente el privilegio de permitir que Martin Harris se llevara los escritos”. Esta ansiedad constante afectó tan visiblemente a José que un compañero de viaje en la diligencia insistió en acompañarlo durante el último tramo del trayecto hasta la casa de sus padres para asegurarse de que no colapsara bajo el peso de sus preocupaciones.
La simple frecuencia con la que se volvió a contar la historia de la pérdida de las páginas en entrevistas y publicaciones dice algo sobre el impacto que causó en todos los involucrados. Lo mismo puede decirse de la emoción con la que Martin Harris relató esta historia a los entrevistadores, según sus relatos. Y por difíciles que fueran las posteriores pruebas y persecuciones en la vida de José Smith, hay algo particularmente desgarrador en el dolor de la autoinculpación. “Yo fui quien tentó la ira de Dios. Debería haberme conformado con la primera respuesta que recibí del Señor”, recordó Lucy Mack Smith que exclamó su hijo al enterarse de que las páginas se habían perdido.
Esta historia también ha sido señalada como un momento decisivo en la carrera profética de José Smith por dos biógrafos que abordan esa carrera desde ángulos completamente distintos. Tal fue la importancia de los acontecimientos del verano de 1828. Esto sí lo sabemos.
Lo que no sabemos, por supuesto, es qué sucedió con esas páginas —o incluso si aún existen.
Fuera de eso, parece que el enfoque más razonable que puede tomarse aquí es hablar de las cosas que podríamos saber, con distintos grados de fundamentación y probabilidad. Por tanto, este capítulo tiene como objetivo hacer un recorrido por los estudios actuales relacionados con este momento formativo en la historia del mormonismo; basarse en investigaciones del Proyecto de los Documentos de José Smith y otras evidencias documentales para ofrecer una idea del “estado de la historia”; y considerar posibles interpretaciones de textos tempranos de revelaciones que surgieron de lo que fue tanto un punto de inflexión en la vida y ministerio de José Smith como un momento crucial en el desarrollo y la composición del Libro de Mormón.
Probabilidades: páginas y planes
El consenso entre los primeros críticos y seguidores de José Smith parece ser que las 116 páginas manuscritas efectivamente existieron en algún momento. Puede parecer una obviedad decirlo, pero sin embargo vale la pena afirmarlo. Incluso aquellos que consideraban a José Smith un farsante daban por hecho que Martin Harris realmente poseía un manojo de páginas escritas a mano de las cuales leía a amigos y familiares —y que luego perdió. José Smith y Martin Harris, durante la primavera de 1828, realmente produjeron algo—y ese algo era aparentemente lo suficientemente sustancial, a los ojos de Martin Harris, como para estar seguro de que disiparía las dudas de su familia sobre la veracidad de la obra que él estaba respaldando. Si acaso, fue el entusiasmo de Martin por el contenido de las páginas lo que resultó ser su perdición en este caso. Él había hecho un solemne convenio de mostrar las páginas solo a unos pocos miembros de su familia; su incumplimiento de ese juramento fue la transgresión que precipitó la devastadora pérdida. En recuerdos posteriores se relata que Martin no solo rompió su promesa, sino que también forzó la cerradura del tocador de su esposa para hacerlo, ya que las páginas estaban aparentemente guardadas allí bajo llave y Martin quería acceder a ellas para mostrárselas a un visitante.
La evidencia corroborativa de la existencia de las páginas, entonces, aun si toda esa evidencia consiste en testimonios humanos, es sólida en este punto. Martin Harris, a lo largo de su vida, afirmó los detalles básicos de la historia; José Smith relató la historia en el prefacio de la primera edición del Libro de Mormón —y ese prefacio fue escrito apenas un año después de la pérdida de las páginas. El hecho de que José Smith hiciera pública esta historia tan temprano habla del conocimiento común que existía respecto a la desaparición del manuscrito.
Igualmente reveladora, quizás, es la ausencia de testimonios contradictorios —la ausencia, por ejemplo, de afirmaciones de que nunca existió un manuscrito perdido, o la ausencia de alegatos de que la pérdida de las páginas fue un relato inventado. Esto es especialmente significativo al considerar a la principal figura en este drama —Lucy Harris— quien habría tenido mucho que ganar, en cuanto a reputación, si hubiera disputado la existencia de las páginas, si tal cosa hubiera estado en cuestión. Lucy Harris fue casi de inmediato señalada como la ladrona en cuestión—y argumentar que las páginas nunca existieron habría sido una coartada directa para limpiar su nombre. Pero nada en el registro histórico sugiere que Lucy Harris (ni nadie más, en ese caso) haya intentado disputar la existencia de las páginas. Simplemente parece que tal cosa no estaba en discusión. En cambio, como veremos, algunos conocidos recordaban su tácita corroboración de la realidad de las páginas.
Una pregunta más controvertida es si hubo o no un complot para manipular esas páginas. José Smith dijo que no volvió a traducir el manuscrito perdido porque había aprendido por revelación que existía un plan para desacreditarlo—y la manipulación de las 116 páginas por parte de sus detractores era central en ese plan. Sin embargo, una tradición que ha surgido en los relatos retrospectivos es que Lucy Harris quemó inmediatamente las 116 páginas; un autor ha concluido recientemente que eso es “probablemente” lo que ocurrió. En esa visión, entonces, si Lucy Harris realmente quemó las páginas de inmediato, los temores de José Smith (tal como se expresan en el prefacio del Libro de Mormón) reflejarían una simple paranoia más que aprehensiones bien fundadas (o reveladas divinamente) sobre una conspiración real. Pero cuestionar la credibilidad de José Smith en ese punto parece una conclusión demasiado apresurada, una que da prioridad a ciertas fuentes mientras minimiza otras. Esto se debe a que otros relatos tempranos de la historia de las 116 páginas sugieren que un informe diferente sobre el destino de las páginas aún circulaba a solo unos pocos años de su desaparición.
Por ejemplo, E. D. Howe, en su libro Mormonism Unvailed de 1834—una obra que se basa en declaraciones juradas recogidas por Philastus Hurlbut—escribió: “No hemos podido averiguar los hechos con respecto al manuscrito perdido. A veces acusan a la esposa de Harris de haberlo quemado; pero ella lo niega.” Además, John Clark, un antiguo pastor de Palmyra que tuvo interacciones personales con Martin Harris en 1827 y 1828, también asumió (en una publicación de 1840) que Lucy no destruyó inmediatamente el manuscrito, sino que planeaba usar las páginas en contra de José Smith. Clark dijo que Lucy Harris “aprovechó la oportunidad, cuando [Martin Harris] estaba fuera, para apoderarse del manuscrito y entregarlo a uno de sus vecinos para su custodia. Cuando se descubrió que el manuscrito había desaparecido,” continuó Clark, “la sospecha recayó de inmediato sobre la Sra. Harris; sin embargo, ella se negó a dar cualquier información al respecto, y simplemente respondió: ‘Si esto es una comunicación divina, el mismo ser que te la reveló puede fácilmente reemplazarla.’” El núcleo del “plan” que “ella había ideado… para exponer el engaño”, según Clark, era “conservar el manuscrito hasta que se publicara el libro [de Mormón], y luego poner esas ciento dieciséis páginas en manos de alguien que las publicara y demostrara cómo diferían de las que aparecían en el Libro de Mormón”—ya que ella “daba por sentado” que la porción retraducida/reproducida “no podría ser, de ninguna manera, idéntica palabra por palabra.”
Una pregunta más controvertida es si hubo o no un complot para manipular esas páginas. José Smith dijo que no volvió a traducir el manuscrito perdido porque había aprendido por revelación que existía un plan para desacreditarlo—y la manipulación de las 116 páginas por parte de sus detractores era central en ese plan. Sin embargo, una tradición que ha surgido en los relatos retrospectivos es que Lucy Harris quemó inmediatamente las 116 páginas; un autor ha concluido recientemente que eso es “probablemente” lo que ocurrió. En esa visión, entonces, si Lucy Harris realmente quemó las páginas de inmediato, los temores de José Smith (tal como se expresan en el prefacio del Libro de Mormón) reflejarían una simple paranoia más que aprehensiones bien fundadas (o reveladas divinamente) sobre una conspiración real. Pero cuestionar la credibilidad de José Smith en ese punto parece una conclusión demasiado apresurada, una que da prioridad a ciertas fuentes mientras minimiza otras. Esto se debe a que otros relatos tempranos de la historia de las 116 páginas sugieren que un informe diferente sobre el destino de las páginas aún circulaba a solo unos pocos años de su desaparición.
Por ejemplo, E. D. Howe, en su libro Mormonism Unvailed de 1834—una obra que se basa en declaraciones juradas recogidas por Philastus Hurlbut—escribió: “No hemos podido averiguar los hechos con respecto al manuscrito perdido. A veces acusan a la esposa de Harris de haberlo quemado; pero ella lo niega.” Además, John Clark, un antiguo pastor de Palmyra que tuvo interacciones personales con Martin Harris en 1827 y 1828, también asumió (en una publicación de 1840) que Lucy no destruyó inmediatamente el manuscrito, sino que planeaba usar las páginas en contra de José Smith. Clark dijo que Lucy Harris “aprovechó la oportunidad, cuando [Martin Harris] estaba fuera, para apoderarse del manuscrito y entregarlo a uno de sus vecinos para su custodia. Cuando se descubrió que el manuscrito había desaparecido,” continuó Clark, “la sospecha recayó de inmediato sobre la Sra. Harris; sin embargo, ella se negó a dar cualquier información al respecto, y simplemente respondió: ‘Si esto es una comunicación divina, el mismo ser que te la reveló puede fácilmente reemplazarla.’” El núcleo del “plan” que “ella había ideado… para exponer el engaño”, según Clark, era “conservar el manuscrito hasta que se publicara el libro [de Mormón], y luego poner esas ciento dieciséis páginas en manos de alguien que las publicara y demostrara cómo diferían de las que aparecían en el Libro de Mormón”—ya que ella “daba por sentado” que la porción retraducida/reproducida “no podría ser, de ninguna manera, idéntica palabra por palabra.”
Los relatos de Hine y Richards son reminiscencias tardías que deben ser tratadas con el debido escepticismo como tales; sin embargo, lo mismo ocurre con los recuerdos de quienes afirmaron que Lucy quemó las páginas. En 1884, Lorenzo Saunders informó que la propia Lucy Harris le había dicho que había quemado las páginas. De hecho, Saunders también afirmó que Lucy Harris “nunca negó haber quemado los papeles.” No obstante, como se mencionó anteriormente, E. D. Howe informó en 1834 que Lucy Harris sí negó haber quemado las páginas, y es muy posible que Howe basara esta negación en información que recibió de Philastus Hurlbut, quien entrevistó a Lucy Harris en 1833. Es importante destacar que la publicación de Howe precedió a la reminiscencia de Saunders por cincuenta años. Por supuesto, el robo del manuscrito por parte de Lucy Harris —con fines conspirativos— por un lado, y la quema del manuscrito por parte de Lucy Harris por el otro, no son tradiciones mutuamente excluyentes; es posible que ambas tradiciones reflejen hechos reales. Es decir, es posible que ella (u otros) efectivamente quemaran las páginas después de que el prefacio del Libro de Mormón revelara que José Smith no volvería a traducir el Libro de Lehi, frustrando así cualquier conspiración.
Al final, parece que esta cuestión sobre el destino de las páginas, y qué motivó exactamente su desaparición, no puede responderse con suficiente certeza como para emitir conclusiones definitivas. Pero al menos debe decirse que intentar usar estas reminiscencias para descartar los temores de José Smith o las revelaciones asociadas como infundados no hace justicia a la complejidad de la evidencia, especialmente la más temprana. Para creyentes y escépticos, la afirmación de José Smith de que existía un plan para desacreditarlo no parecía ni irrazonable ni inverosímil.
Más bien, hay varios elementos en esta narrativa que sugieren la credibilidad del relato que José Smith y sus asociados contaron repetidamente. Por ejemplo, dos historiadores Santos de los Últimos Días han descrito lo que perciben como una “voz profética” independiente evidente en Doctrina y Convenios 3, la revelación que llegó justo después de la pérdida de las páginas—y probablemente la primera revelación que José Smith consignó por escrito. Lo importante es que encuentran una autenticidad en la independencia de esa voz—y casi sorprendentemente, en la forma en que José Smith es reprendido. Richard Bushman escribió: “El hablante está por encima y separado de José, claramente diferenciado tanto emocional como intelectualmente. La reprensión a José es tan directa como la condena a Martin Harris. No hay esfuerzo por encubrir ni racionalizar, ni señal de que José intente justificarse ante futuros seguidores. Las palabras fluyen directamente del mensajero a José y tienen el único propósito de corregirlo. […] A los veintidós años, José estaba hablando proféticamente.”
Asimismo, en esta línea de autenticidad, Jeffrey R. Holland planteó algunas preguntas penetrantes que vale la pena reconsiderar: “Si la pérdida de esas 116 páginas… fue simplemente la desaparición de una literatura reflexiva y sabia, o de unos cuantos capítulos de ficción notablemente hábil, como dirían los detractores del Libro de Mormón, ¿cuál es el problema? ¿Por qué entonces todo ese asunto de que José pasara por las profundidades del infierno, preocupado por si recuperaría el manuscrito y temiendo la reprensión de Dios? Él es un aprendiz rápido; tiene talento fronterizo. ¡Podría simplemente escribir más!”
Luego, tras citar el relato de Lucy Mack Smith sobre la desesperación de José y la desesperanza de Martin cuando se perdieron las páginas, el élder Holland dijo lo siguiente:
Bueno, cielos, eso es una historia secundaria bastante elaborada—que no tiene absolutamente ningún sentido, a menos que, por supuesto, realmente hubiera planchas, y realmente hubiera un proceso de traducción en marcha, y realmente se hubiera hecho un convenio solemne con el Señor, y realmente hubiera un enemigo que no quería que ese libro “saliese a luz en esta generación” (D. y C. 10:33). […] Lo que no es más que decir lo que tantos otros han dicho antes: que si José Smith —o cualquier otra persona, en ese caso— creó el Libro de Mormón de la nada, eso, para mí, es un milagro mucho mayor que la proposición de que lo tradujo de un registro antiguo por una investidura de poder divino.
Posibilidades: textos y traducción
“Trazable” y “plausible” también parecen buenas palabras para aplicar a dos preguntas reflexivas adicionales que surgen en relación con las revelaciones que José Smith recibió y la obra de traducción que realizó después de la pérdida de las 116 páginas. Aunque estos son asuntos tangenciales, ofrecen sin embargo algunas posibilidades interesantes sobre lo que podríamos aprender del ministerio profético temprano de José Smith y de su formación. La primera de estas preguntas trata sobre el contenido de las 116 páginas. La segunda pregunta trata sobre la resolución de la historia de las páginas perdidas—una resolución que vino mediante la traducción de las planchas de Nefi.
Primero: ¿Sabemos de algún detalle argumental que estuviera en las 116 páginas pero que no se encuentre en el texto actual del Libro de Mormón? Durante algunos años en la década de 1980, creímos saber más de lo que realmente sabemos ahora, gracias, lamentablemente, a Mark Hofmann, un falsificador que sacudió a la comunidad de historiadores de la Iglesia en los primeros años de esa década, antes de que se descubrieran sus engaños. En 1982, BYU Studies y la Ensign publicaron la transcripción de una supuesta carta de enero de 1829 escrita por Lucy Mack Smith, que un coleccionista había adquirido de Mark Hofmann. La carta parecía un hallazgo increíble: una ventana al desarrollo del mormonismo, escrita —según parecía— en el año anterior a la organización de la Iglesia. En esta carta dirigida a su hermana, Lucy supuestamente describía la pérdida de una parte del manuscrito de esta manera: “Por causa de negligencia, la traducción de la primera parte del registro fue sustraída por alguna persona desconocida, pero Dios es fiel y la obra está a punto de continuar.” Diez líneas más abajo, Lucy le relataba a su hermana algunos detalles de la narrativa del Libro de Mormón, incluyendo la información de que Lehi “huyó de Jerusalén con su familia y también con la familia del hermano de su esposa, pocos días antes de que Nabucodonosor sitiara la ciudad y la redujera a cenizas.” Dado que esa conexión entre Saríah e Ismael como hermanos no está explícitamente mencionada en el texto actual del Libro de Mormón, se infirió razonablemente que Lucy había obtenido ese detalle de las 116 páginas—y así fue como la carta se presentó en las publicaciones de la Iglesia.
Pero, como bien se sabe ahora, para 1985 la procedencia de la carta de Lucy Mack Smith fue seriamente cuestionada. Resultó ser una de las extensas falsificaciones de Mark Hofmann. Su enredada red de engaños y asesinatos se desmoronó antes de que pudiera dar con los dos “hallazgos” que aún perseguía: la llamada colección de William McLellin y las 116 páginas. Como mínimo, el hecho de que Hofmann planeaba falsificar el manuscrito perdido habla de la prevalencia —y credibilidad— de los informes que sostenían que las 116 páginas no habían sido destruidas.
Aparte de esta carta falsificada, sí existe, sin embargo, evidencia de la posibilidad de que otro detalle auténtico relacionado con Lehi e Ismael de las 116 páginas haya perdurado en la tradición mormona. El apóstol del siglo XIX Erastus Snow mencionó en un sermón registrado en el Journal of Discourses que
el profeta José nos informó que el registro de Lehi se encontraba en las 116 páginas que fueron traducidas primero y posteriormente robadas, y de las cuales se nos da un compendio en el primer libro de Nefi, que es el registro individual de Nefi, siendo él mismo de la descendencia de Manasés; pero que Ismael era de la descendencia de Efraín, y que sus hijos se casaron con miembros de la familia de Lehi, y los hijos de Lehi se casaron con las hijas de Ismael, cumpliéndose así las palabras de Jacob sobre Efraín y Manasés en el capítulo 48 de Génesis, que dice: “Y mi nombre sea llamado en ellos, y el nombre de mis padres Abraham e Isaac; y multiplíquense en gran manera en medio de la tierra.”
El texto actual del Libro de Mormón nos informa que los hijos de Lehi se casaron con las hijas de Ismael, pero no se menciona que las hijas de Lehi se hayan casado con los hijos de Ismael, como lo describió el élder Snow. Una lectura cuidadosa de este extracto de Erastus Snow no exige necesariamente que las 116 páginas sean la fuente de la información sobre las hijas de Lehi y los hijos de Ismael, pero parece una inferencia muy probable.
Entonces, dentro de la categoría de “cosas que podríamos saber”, detalles como estos al menos entran en la categoría de posibilidades intrigantes, y son simplemente recordatorios adicionales de cuán compleja y matizada es la narrativa del Libro de Mormón. Esa complejidad y riqueza se vuelve especialmente evidente al reflexionar sobre las planchas fuente del Libro de Mormón. Es sobre ese tema que se centra nuestra última pregunta relacionada con las 116 páginas: ¿Podría la referencia a lo que parece ser solo un conjunto de “planchas de Nefi” en lo que ahora es Doctrina y Convenios 10 —la revelación que instruyó a José Smith sobre cómo compensar la pérdida de las 116 páginas— constituir una evidencia sutil de coherencia interna en la narrativa de la traducción del Libro de Mormón?
Esta pregunta gira sobre dos ejes: el orden de la traducción del Libro de Mormón y lo que José Smith habría entendido —y cuándo lo entendió— por la expresión “planchas de Nefi”. Lo que aquí se sugiere, a modo de respuesta, es que el vínculo intrincado entre el trabajo de traducción del Libro de Mormón y la revelación correspondiente en Doctrina y Convenios (sección 10) ofrece una señal más de la consistencia narrativa y la credibilidad de José Smith en todo este proceso.
Hay suficientes fragmentos de evidencia persuasiva como para presentar un argumento convincente de que José Smith tradujo lo que hoy conocemos como 1 Nefi hasta Palabras de Mormón después de haber traducido Mosíah hasta Mormón. En otras palabras, cuando Oliver Cowdery llegó a Harmony en abril de 1829, probablemente comenzó a servir como escriba mientras José Smith traducía Mosíah, justo donde José y Martin (y Emma y otros posibles escribas suplentes) habían dejado. Una de las evidencias que apoya esta idea es la aparición de la caligrafía de John Whitmer como escriba en el manuscrito original del Libro de Mormón en la sección de 1 Nefi hasta Palabras de Mormón. Parece probable, entonces, que esta sección del Libro de Mormón se tradujo al final, ya que José, Emma y Oliver no llegaron a la granja de los Whitmer hasta principios de junio de 1829, después de que José y Oliver ya habían estado trabajando en la traducción de forma constante durante dos meses. Otro indicador corroborante es que el ritmo estimado de traducción habría situado a José y Oliver en 3 Nefi a mediados de mayo de 1829, exactamente donde Oliver dijo que estaban cuando consultaron al Señor acerca del bautismo, si habían comenzado en abril con el principio de Mosíah. Este orden de traducción parece ser algo que podemos afirmar con un alto grado de certeza.
El orden de la traducción es relevante para esta historia porque cuando José Smith recibió la revelación que ahora es Doctrina y Convenios 10 —la revelación de la primavera (probablemente abril o mayo) de 1829 que le instruyó sobre qué hacer para resolver el dilema del manuscrito perdido— él aún no había traducido la sección que va desde 1 Nefi hasta Palabras de Mormón, o esa porción que ahora comúnmente llamamos las “planchas menores de Nefi”. Por lo tanto, parece muy probable que José Smith aún no pensara en términos de “planchas mayores y menores de Nefi”—hablaremos más de esto más adelante. Lo que está en juego, entonces, es cómo José habría entendido las palabras del Señor y la intención del Señor en ese contexto.
Aquí está la versión más antigua que se conserva de esa revelación (hoy Doctrina y Convenios 10:38–42):
Y ahora, de cierto te digo, que un relato de aquellas cosas que has escrito, que han salido de tus manos, están grabadas sobre las planchas de Nefi; sí, y recuerdas que se dijo en esos escritos, que se daba un relato más particular de estas cosas en las planchas de Nefi. Y ahora, debido a que el relato que está grabado sobre las planchas de Nefi es más particular en cuanto a las cosas que, según mi sabiduría, quiero dar a conocer al pueblo en este relato, por tanto, traducirás las grabaciones que están sobre las planchas de Nefi, hasta que llegues al reinado del rey Benjamín, o hasta que llegues a aquello que ya has traducido y que has conservado; y he aquí, lo publicarás como el registro de Nefi, y así confundiré a aquellos que han alterado mis palabras.
El pasaje citado parece referirse únicamente a un conjunto de planchas: las planchas de Nefi. Sin embargo, los lectores actuales del Libro de Mormón están acostumbrados a pensar en dos conjuntos distintos de “planchas de Nefi”: un conjunto mayor y uno menor. Debido a esta lectura contemporánea tan común, no es sorprendente que un reciente e importante comentario sobre Doctrina y Convenios 10 haya sugerido lo siguiente respecto al pasaje citado: “Las dos referencias a ‘las planchas de Nefi’ en este párrafo en realidad apuntan a dos conjuntos diferentes de planchas.”
Pero, ¿y si las frases repetidas “planchas de Nefi” en Doctrina y Convenios 10:38–45 realmente se refieren solo a un conjunto de “planchas de Nefi”, tal como parece a primera vista —y ese conjunto es el que ahora conocemos como las “planchas menores”? Esta es la lectura alternativa (y quizás más directa) que aquí se propone. Esta interpretación le da mayor coherencia a la expresión porque encaja con el bien sustentado modelo de traducción en el que las “planchas menores” se tradujeron al final. Más importante aún, en consonancia con el tema de este ensayo sobre la consistencia narrativa y su credibilidad, esta lectura concuerda con lo que probablemente José Smith sabía (y no sabía) sobre la composición de las planchas de oro antes de traducir lo que hoy conocemos como 1 Nefi hasta Palabras de Mormón —recordando que recibió Doctrina y Convenios 10 antes de traducir esa porción. Esta interpretación de Doctrina y Convenios 10:38–45, por tanto, evita un posible anacronismo y refuerza la credibilidad del relato de José Smith sobre la resolución del episodio de las 116 páginas perdidas.
Por todo lo que podemos deducir acerca de las planchas que poseía José Smith, solo una sección puede denominarse con precisión “las planchas de Nefi”, y esa es la sección de las “planchas menores”. Todas las demás planchas de las que José tradujo, según las descripciones internas del Libro de Mormón, consistían en los compendios y escritos de Mormón y Moroni sobre planchas que ellos mismos confeccionaron. Por lo tanto, los estudiantes contemporáneos del Libro de Mormón entienden que el manuscrito perdido/el Libro de Lehi constituía una parte significativa del compendio hecho por Mormón de lo que ahora conocemos como las “planchas mayores de Nefi”, en lugar de una traducción directa de las planchas mayores de Nefi mismas. Pero es dudoso que José Smith y sus escribas ya pensaran en esos términos. Para empezar, los calificativos “mayores” y “menores” no provienen de Nefi ni de Mormón, sino de los escritos de Jacob que se encuentran en las planchas menores (véase Jacob 1:1 y Jacob 3:13)—y José aún no había traducido las planchas menores al momento de recibir la revelación que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 10.
¿Cómo pudo haber concebido José el documento fuente de las 116 páginas? En el prefacio de la primera edición del Libro de Mormón, José Smith describió el contenido de las 116 páginas como “el Libro de Lehi, que era un relato compendiado de las planchas de Lehi”—no de las planchas de Nefi. Esta caracterización sugiere un par de puntos clave. Primero, no es descabellado inferir que José extrajo esa comprensión de la manera en que el propio Mormón caracterizó o introdujo la sección inicial de su compendio. Es decir, dado que la historia de Lehi abría el registro, habría sido natural que Mormón designara esa parte como el libro o las planchas de Lehi; esto concuerda, por ejemplo, con la manera en que Mormón introdujo y agrupó libros como Alma o Helamán, a pesar de que esos libros incluyen registros compendiados de otros autores custodios posteriores a Alma o Helamán. Y el propio Nefi escribió que comenzó su registro (lo que ahora llamamos las “planchas mayores”) documentando el relato de su padre, Lehi (véase 1 Nefi 19:1).
Segundo, hasta ese punto en el proceso de traducción del Libro de Mormón—es decir, hasta la recepción de Doctrina y Convenios 10—José y Martin nunca habían traducido directamente de los escritos de Nefi (ni de Jacob, ni de Enós) ni de las planchas de Nefi, sino del compendio que Mormón hizo de esos escritos—salvo que Mormón hubiera incluido pasajes citados o extractos en sus propias planchas provenientes de Nefi, Jacob o Enós, como lo hizo con los discursos y escritos de, por ejemplo, el rey Benjamín o Alma. Pero incluso esos pasajes no habrían provenido de lo que conocemos como “las planchas menores de Nefi”, ya que antes de los días de Benjamín, las “planchas mayores de Nefi” aparentemente eran conservadas por una línea diferente de autores que las planchas menores (véase Jarom 1:14; Omni 1:25)—y Mormón mismo informó que no buscó las planchas menores sino hasta que hubo terminado de compendiar el relato “hasta el reinado de este rey Benjamín” (Palabras de Mormón 1:3).
Por lo tanto, si todas las referencias a las “planchas de Nefi” en la revelación que ahora es la sección 10 de Doctrina y Convenios se refieren a lo que los lectores modernos del Libro de Mormón entienden como las planchas menores de Nefi, la revelación se lee con mucha coherencia. A continuación, se presenta una posible lectura de la copia más antigua que se conserva de la revelación —el capítulo IX del Libro de Mandamientos— desde esa perspectiva, con interpretaciones sugeridas entre paréntesis:
“Y ahora, de cierto te digo, que un relato de aquellas cosas que has escrito, que han salido de tus manos [las 116 páginas], está grabado sobre las planchas de Nefi [planchas menores de Nefi]”—en otras palabras: ‘Los mismos elementos básicos de la historia que ya cubriste al traducir el Libro de Lehi (“un relato de aquellas cosas que has escrito”) también están narrados (“grabados”) en las planchas menores de Nefi.’ La revelación continúa:
“Sí, y recuerdas que se dijo en esos escritos [los ahora perdidos, o el compendio de Mormón del Libro de Lehi] que se daba un relato más particular de estas cosas en las planchas de Nefi [las planchas menores]. Y ahora, debido a que el relato que está grabado en las planchas de Nefi [las planchas menores] es más particular en cuanto a estas cosas, que según mi sabiduría deseo dar a conocer al pueblo en este relato: por tanto, traducirás las grabaciones que están en las planchas de Nefi [las planchas menores], hasta que llegues al reinado del rey Benjamín.”
(La redacción aquí es otro indicio de que cuando José reanudó la traducción tras la pérdida de las 116 páginas, “aparentemente retomó donde él y Harris lo habían dejado, en el libro de Mosíah”, y luego tradujo los libros de las “planchas menores” al final, según las instrucciones contenidas en esta revelación.)
Como para subrayar las diferencias entre el Libro de Lehi y las planchas de Nefi, la revelación destaca este punto:
“He aquí, ellos [quienes robaron el manuscrito del Libro de Lehi] solo tienen una parte, o un compendio del relato [obsérvese: no de las planchas] de Nefi. He aquí, hay muchas cosas grabadas en las planchas de Nefi [las planchas menores de Nefi] que arrojan grandes perspectivas sobre mi evangelio.”
Esta interpretación sugerida es significativa porque la complejidad de la relación entre los dos conjuntos de planchas de Nefi probablemente solo llegó a ser clara para José Smith después de traducir las planchas menores. Por tanto, podría muy bien haber sido anacrónico que una revelación dada en la primavera de 1829 (Doctrina y Convenios 10) se refiriera a algo más que a un solo conjunto de “planchas de Nefi”, ya que José aún no habría estado pensando en términos de tener más de un registro de Nefi, puesto que Mormón solo incluyó en su compendio un conjunto de registros que llevaba apropiadamente el título de “las planchas de Nefi”: las planchas menores.
La redacción de Doctrina y Convenios 10, por tanto, concuerda con lo que José Smith probablemente iba aprendiendo “línea por línea” conforme traducía las planchas, de modo que también se ajusta a un principio expresado en 2 Nefi y en otros lugares: que el Señor “habla a los hombres conforme a su lenguaje, para que entiendan” (2 Nefi 31:3; véase también Doctrina y Convenios 1:24).
En resumen, la evidencia sobre el orden de la traducción, la datación de Doctrina y Convenios 10, y especialmente la terminología empleada en esa revelación en cuanto a las “planchas”, todo ello en conjunto, constituye otro ejemplo —sutil pero significativo— de coherencia narrativa y autenticidad en la manera en que José Smith y sus colaboradores relataron el episodio del “manuscrito perdido” dentro de la historia más amplia de la traducción del Libro de Mormón.
Sin embargo, lo que resulta más significativo para los lectores modernos del Libro de Mormón es la forma en que Doctrina y Convenios 10 caracteriza la incorporación del material de las planchas menores: “He aquí, hay muchas cosas grabadas en las planchas de Nefi que arrojan mayores visiones sobre mi evangelio” (D. y C. 10:45).
Es este aspecto de las “mayores visiones” —esta indicación de previsión providencial— lo que añade maravilla a la inclusión de las planchas menores de Nefi, no solo en nuestra época, sino también en la de Mormón. Boyd K. Packer incluso propuso que el hecho de que Mormón buscara y luego leyera las planchas menores de Nefi, con su enfoque en las “cosas del alma” (2 Nefi 4:15), “influyó grandemente […] en el resto de su compendio”.
Conclusión: Malentendidos y milagros
En todo caso, reflexionar sobre la compleja composición de las planchas también neutraliza una crítica dirigida a José Smith por E. D. Howe, una crítica basada enteramente en un malentendido del episodio de las 116 páginas. Ese malentendido, quizás de manera inesperada, ofrece una nota apropiada con la cual concluir esta historia.
En su Mormonism Unvailed, Howe interpretó erróneamente el prefacio del Libro de Mormón, el cual utilizaba el lenguaje de la revelación que ahora conocemos como Doctrina y Convenios 10. Howe no comprendió que la traducción de las “planchas de Nefi” debía ser un relato nuevo —aunque paralelo— del mismo período cubierto por el perdido “Libro de Lehi”. Howe acusó que la instrucción de la revelación a José, de “traducir de las planchas de Nefi hasta que llegues a aquello que has traducido y que has retenido, y […] publicarlo como el registro de Nefi”, era simplemente cambiarle el nombre al Libro de Lehi: “el registro de Nefi”. Así, acusó Howe, “el Señor, con el fin de contrarrestar las obras del Diablo, es presentado por Smith como tratando de engañar al mundo con una falsedad reconocida: los registros de Lehi deben publicarse como los registros de Nefi.”
Lamentablemente, Howe interpretó el prefacio como nada más que el Señor dando permiso para un acto creativo de manipulación. Lo que también es lamentable es que, por ello, Howe no logró percibir lo que los Santos de los Últimos Días ven como el milagro de la presciencia divina en todo esto. Howe escribió:
“Además, un registro importante que había sido hecho mediante un milagro, conservado durante siglos mediante un milagro, extraído del suelo mediante un milagro y traducido mediante un milagro, fue robado por alguien, de modo que ni siquiera un milagro pudo restaurarlo, y así los designios del Señor fueron contrarrestados por ‘Satanás poniendo en sus corazones tentar al Señor.’”
Los Santos de los Últimos Días llegan a una conclusión precisamente opuesta. Ven en la resolución de este episodio del manuscrito perdido —después de toda la introspección espiritual y la angustia emocional que trajo a José Smith y a Martin Harris— un milagro que llevaba miles de años gestándose, comenzando con la creación por parte de Nefi de un segundo registro, y luego con la incorporación de ese registro por parte de Mormón a su compendio (y tanto Nefi como Mormón escribieron que actuaron por inspiración, la cual admitieron que no comprendían del todo [véanse Palabras de Mormón 1:7; 1 Nefi 9:2, 5]).
Los Santos de los Últimos Días ven, en todo esto, evidencia de que el Señor permite que los seres humanos ejerzan su albedrío, pero que ni el albedrío humano ejercido en oposición a Su voluntad, ni la “astucia del diablo”, pueden frustrar los designios de Dios (Doctrina y Convenios 10:43). Ven en la historia de las 116 páginas una reafirmación de que “todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios” (Romanos 8:28). Para ellos, y por esa razón, es una historia que vale la pena contar una y otra vez.
























