La aparición del Libro de Mormón

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Los Once Testigos

Steven C. Harper
Steven C. Harper era historiador en el Departamento de Historia de la Iglesia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando escribió este artículo.


Durante la primavera de 1829, José Smith tradujo y dictó el texto del Libro de Mormón, haciendo pausas ocasionales para predicar a vecinos que se acercaban con preguntas. Para mediados de junio de 1829, José supo del propósito del Señor de proporcionar tres testigos de las planchas de oro y, aparentemente, completó la traducción mediante las palabras de Moroni dirigidas a sus hermanos lamanitas. El escriba Oliver Cowdery había escrito lo que llegarían a ser las primeras páginas del libro, escuchando a Nefi presentarse a sí mismo, a su familia y a sus diversos juegos de planchas (véase DyC 5:11–15, 24–26; Éter 5:4).

Cuando la traducción se acercaba a su final, José aprendió más sobre el plan de largo plazo del Señor para mostrar las planchas a testigos escogidos. “En aquel día en que se entregue el libro al hombre de quien he hablado”, dijo José a su escriba, citando a Nefi, quien a su vez citaba la revelación del Señor a Isaías, “el libro será ocultado a los ojos del mundo, y nadie lo verá sino los tres testigos, por el poder de Dios, además de aquel a quien se entregue el libro; y ellos testificarán de la verdad del libro y de las cosas que en él hay”. Nadie más lo vería, continuó el Señor, “sino algunos pocos, según la voluntad de Dios, para testificar de su palabra” (véase 2 Nefi 27:12–13).

A medida que se acercaba la finalización de la traducción, Oliver Cowdery y David Whitmer, junto con Martin Harris —quien había venido desde Palmyra hasta la casa de los Whitmer en Fayette, Nueva York, para verificar el progreso de la traducción— comenzaron a suplicar ser los Tres Testigos. José consultó al Señor y miró en las piedras, recibiendo una respuesta afirmativa: si confiaban plenamente en el Señor y comprendían que se comprometían a testificar, podrían ver. Para Martin, había una condición adicional: el requerimiento de la revelación anterior (véase DyC 5:24). “Hoy debes humillarte ante tu Dios”, le dijo José, “y obtener si es posible el perdón de tus pecados”.

José condujo a los tres hombres al bosque, donde se arrodillaron juntos y, por turnos, pidieron a Dios que les mostrara las planchas. Pero no sucedió. Ni en la primera oración, ni en la segunda. No fue sino hasta que Martin se levantó y confesó que él era la razón por la cual los cielos permanecían cerrados. Se apartó de los otros para adentrarse más en el bosque, y entonces se abrió la visión que los hombres buscaban. José testificó que un ángel se presentó ante ellos con las planchas en sus manos, pasando las hojas una por una para que pudieran ver la escritura grabada. Oliver y David declararon después: “Un ángel de Dios descendió del cielo y trajo y puso ante nuestros ojos, de modo que contemplamos y vimos las planchas y los grabados que había en ellas”.

Después, José siguió el camino de Martin y lo encontró orando, contrito, cumpliendo con las instrucciones que había recibido. Cuando Martin vio a José, le pidió que se uniera a su ferviente oración para que pudiera tener la misma experiencia. Su oración estaba apenas a medio pronunciar, dijo José, cuando “la misma visión se abrió ante nuestra vista”, y él oyó y vio al mismo ángel con las planchas grabadas, mientras Martin comenzaba a llorar de gozo, diciendo: “Mis ojos han visto, mis ojos han visto”.

Más tarde, José mostró las planchas a su padre, a sus hermanos Hyrum y Samuel, y a varios de los hermanos de David: Christian, Jacob, Peter y John, así como al esposo de la hermana de David, Catherine, llamado Hiram Page; cada uno de ellos manipuló las planchas por sí mismo, y luego testificaron que vieron las planchas que José tenía, las levantaron y examinaron sus grabados. Entonces, cuando José terminó de traducir, devolvió las planchas al ángel y reunió a los testigos y a sus familias para una velada de testificación y celebración. “Bendigo a Dios con la sinceridad de mi alma”, dijo Martin, “porque se ha dignado hacerme, incluso a mí, un testigo de la grandeza de su obra”. Oliver y David añadieron sus amén. (Para otros testigos menos formales, véase el capítulo de Amy Easton-Flake y Rachel Cope en este volumen.)

Evaluación de los Testigos del Libro de Mormón

Los testimonios de los Tres y de los Ocho Testigos, impresos en cada ejemplar del Libro de Mormón, constituyen algunas de las evidencias más convincentes a favor de su revelación y traducción milagrosas. Es notable contar con las declaraciones juradas de once hombres sobre la existencia de las planchas de oro, incluyendo a tres que testificaron haber presenciado una visitación angélica. Los tres las vieron, y los ocho las “alzaron” con sus propias manos. Para los creyentes, eso se aproxima a una prueba de las afirmaciones milagrosas de José Smith. Sin embargo, algunos han cuestionado la naturaleza de las experiencias de los testigos, argumentando que fueron sobrenaturales y visionarias. Según este argumento, los testigos no vieron ni tocaron artefactos antiguos como vemos o tocamos árboles o sillas, sino que vieron únicamente a través de unos poco fiables “ojos espirituales”, invalidando así sus declaraciones.

Los defensores de esta tesis citan a visionarios como el propio José Smith, quien habló de ver con un “ojo de la fe” y distinguió entre los tipos de visión realizados con “ojos espirituales” y “ojos naturales”. Afirman que Martin Harris vio sólo “con el ojo espiritual” y se basan en relatos de segunda mano que afirman que Harris negó haber visto los artefactos del Libro de Mormón con sus ojos naturales. Los escépticos también señalan razones para sospechar del testimonio de los Ocho Testigos, citando la declaración de 1838 de Stephen Burnett, quien aseguró que Martin Harris dijo que “los ocho testigos nunca los vieron”. La sugerencia de que los Ocho Testigos nunca vieron ni alzaron realmente las planchas, y que los Tres Testigos las vieron únicamente de forma sobrenatural, lleva a algunos a preguntarse si los testigos vieron algo sustancial en absoluto, abriendo la posibilidad de cuestionar la existencia misma de las planchas y la veracidad del Libro de Mormón.

La evidencia que dejaron los testigos del Libro de Mormón es rica, variada e irregular, e incluye lo siguiente: La declaración documentada más temprana de los Tres Testigos —Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris— es su testimonio en la letra de Oliver Cowdery, posteriormente publicado en la edición de 1830 del Libro de Mormón. En cuanto a los Ocho Testigos, su testimonio aparece en el manuscrito del impresor del Libro de Mormón, también en la letra de Oliver Cowdery. El registro histórico conocido incluye declaraciones directas de dos de los Tres Testigos y de tres de los Ocho Testigos que afirman sus testimonios originales. Además, existen declaraciones de personas que escucharon —o escucharon acerca de— uno o más testigos describiendo sus experiencias.

Este último tipo de evidencia es tanto el más abundante como el más problemático, porque se trata de testimonios de oídas. No es conocimiento personal de un testigo, sino filtrado a través de otra persona. Estas declaraciones fueron escuchadas, escritas y, en algunos casos, publicadas por personas con intereses personales en afirmar o desacreditar la veracidad del Libro de Mormón. Estas declaraciones tienen mayor valor como evidencia de cómo distintas personas han optado por interpretar y responder a los testigos del Libro de Mormón. Desde una perspectiva histórica, tienen menos valor como evidencia de lo que los testigos realmente experimentaron. La mejor evidencia proviene de las declaraciones directas de los testigos.

Para llegar a un juicio independiente, quienes buscan la verdad necesitan examinar la evidencia por sí mismos y sacar sus propias conclusiones sobre su significado e importancia. Este capítulo está diseñado para facilitar ese proceso al proporcionar las declaraciones de los testigos que no se encuentran en el Libro de Mormón, y luego presentar una muestra de la amplia variedad de relatos de segunda mano. Posteriormente, con especial atención a la suposición de que ver con ojos espirituales invalida el testimonio de una persona, analizaré las declaraciones como historiador que elige creer en los testimonios de los testigos del Libro de Mormón, y concluiré con una invitación a mis lectores a unirse a mí en tomar esa decisión informada.

La historia de José Smith es la fuente histórica principal que relata cómo el Libro de Mormón profetizó la existencia de testigos, cómo recibió una revelación posterior invitando a Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris a convertirse en los Tres Testigos (véase DyC 17), y cómo, después de que un ángel les mostrara las planchas, otros ocho hombres se reunieron para verlas y levantarlas por sí mismos. Las memorias posteriores de la madre de José presentan una versión más tardía del relato temprano de José.

Además de la historia de José y las declaraciones de los Tres y de los Ocho Testigos que aparecen en el Libro de Mormón, existen algunas declaraciones directas de los testigos en las que afirman su experiencia de junio de 1829 al ver las planchas. Por ejemplo, Martin Harris escribió a Hannah Emerson en 1870:

“Con respecto a las planchas, afirmo que el ángel me mostró las planchas que contenían el Libro de Mormón. Además, la traducción que llevé al profesor Anthon fue copiada de esas mismas planchas; también, que el profesor testificó que era una traducción correcta. Creo firmemente y sé que José Smith fue un profeta de Dios; porque sin ello no podría haber tenido ese don; ni podría haber traducido lo mismo. Puedo proporcionar, si así lo desea, cien testigos como prueba del Libro de Mormón.”

David Whitmer escribió Un Mensaje a Todos los Creyentes en Cristo en 1881 en respuesta a lo que consideraba una tergiversación de su testimonio por parte de John Murphy. Haciendo eco de la declaración de los Tres Testigos en el Libro de Mormón, David escribió:

UNA PROCLAMACIÓN. A todas las Naciones, Lenguas y Pueblos, a quienes lleguen estas palabras:

Habiéndose afirmado por parte de un tal John Murphy, de Polo, Condado de Caldwell, Misuri, que yo, en una conversación con él el verano pasado, negué mi testimonio como uno de los tres testigos del “LIBRO DE MORMÓN”.

Por tanto, con el fin de que él pueda entenderme ahora, si no lo hizo entonces; y para que el mundo conozca la verdad, deseo ahora, como si estuviera, por así decirlo, en el ocaso mismo de la vida, y con temor de Dios, hacer de una vez por todas esta declaración pública:

Que nunca he negado en ningún momento ese testimonio ni ninguna parte del mismo, que ha sido publicado desde hace tanto tiempo junto con ese Libro, como uno de los tres testigos. Aquellos que mejor me conocen, bien saben que siempre me he mantenido fiel a ese testimonio. Y para que ningún hombre sea engañado o dude de mis opiniones actuales al respecto, afirmo nuevamente la verdad de todas mis declaraciones, tal como fueron hechas y publicadas entonces.

«El que tiene oídos para oír, oiga»; ¡no fue una ilusión! Lo que está escrito, está escrito, y el que lee, entienda.

Como el último sobreviviente de los Tres Testigos, David Whitmer habló en nombre de todos ellos en 1887: “Diré una vez más a toda la humanidad que nunca en ningún momento he negado ese testimonio ni parte alguna del mismo. También testifico al mundo que ni Oliver Cowdery ni Martin Harris jamás en ningún momento negaron su testimonio. Ambos murieron reafirmando la verdad de la autenticidad divina del Libro de Mormón. Estuve presente en el lecho de muerte de Oliver Cowdery, y sus últimas palabras fueron: ‘Hermano David, sé fiel a tu testimonio del Libro de Mormón’”.

Además de su testimonio formal en el Libro de Mormón, tres de los Ocho Testigos dejaron constancia escrita de su experiencia. Hiram Page fue azotado en el condado de Jackson, Misuri, en 1833 por profesar el mormonismo. Abandonó la actividad en la Iglesia en 1838 y en 1847 escribió a William McLellin. En cuanto al Libro de Mormón, afirmó:

“Sería hacerme una injusticia a mí mismo y a la obra de Dios de los últimos días, decir que pude saber que algo era verdadero en 1830, y saber que lo mismo era falso en 1847. Decir que mi mente fue tan traicionera como para haber olvidado lo que vi. Decir que un hombre con la capacidad de José, quien en ese tiempo no sabía cómo pronunciar la palabra Nefi, podría haber escrito un libro de seiscientas páginas, tan correcto como el Libro de Mormón, sin un poder sobrenatural. Y decir que aquellos santos ángeles que vinieron y se mostraron ante mí mientras caminaba por el campo, para confirmarme en la obra del Señor de los últimos días —tres de los cuales vinieron a mí después y cantaron un himno en su propio idioma puro—. Sí, sería tratar con desprecio al Dios del cielo negar estos testimonios, junto con muchos otros que no mencionaré aquí”.

Después de escapar de la cárcel en Liberty, Misuri, Hyrum Smith, otro de los Ocho Testigos, escribió en 1839: “Habiendo dado mi testimonio al mundo sobre la verdad del Libro de Mormón, la renovación del convenio eterno y el establecimiento del Reino de los cielos en estos últimos días; y habiendo sido sometido a grandes aflicciones y angustias por causa de lo mismo, pensé que podría ser fortalecedor para mis amados hermanos darles un breve relato de mis sufrimientos, por causa de la verdad.” Como parte del relato que sigue, Hyrum resumió lo que había sufrido y por qué.

“Doy gracias a Dios de haber sentido la determinación de morir antes que negar las cosas que mis ojos han visto, que mis manos han tocado, y de las que he dado testimonio dondequiera que haya sido mi destino; y puedo asegurar a mis amados hermanos que fui capacitado para dar un testimonio tan firme, cuando no se presentaba otra cosa sino la muerte, como el que jamás haya dado en mi vida.”

La historia de José Smith menciona que John Whitmer, otro de los Ocho Testigos, ayudó mucho como escribiente durante la traducción del Libro de Mormón. Escribiendo posteriormente como historiador de la Iglesia, John escribió en tercera persona que su hermano “David Whitmer, Oliver Cowdery y Martin Harris fueron los Tres Testigos, cuyos nombres están adjuntos al Libro de Mormón conforme a la predicción del Libro, quienes supieron y vieron con certeza, en cuya presencia vino el ángel de Dios y les mostró las planchas, la bola, los directores, etc. Y también otros testigos, incluso ocho, a saber: Christian Whitmer, Jacob Whitmer, John Whitmer y Peter Whitmer hijo, Hiram Page, José Smith, Hyrum Smith y Samuel H. Smith, son los hombres a quienes José Smith, hijo, mostró las planchas; los nombres de estos testigos también van adelante como testimonio de la verdad de esta obra en los últimos días. Para convencimiento o condenación de esta generación en los últimos días.”

En 1836, John escribió además: “No tengo ninguna duda en decir que el Libro de Mormón es una revelación de Dios, sino que con toda confianza he firmado mi nombre como tal.” Esta fue la última editorial de John en su función como editor del periódico de la Iglesia, y pidió indulgencia a sus lectores al hablar libremente sobre el tema. “Deseo testificar”, escribió, “a todos los que lleguen al conocimiento de esta declaración, que con toda certeza he visto las planchas de las cuales se tradujo el Libro de Mormón, y que he manejado esas planchas, y sé con certeza que José Smith hijo tradujo el Libro de Mormón por el don y el poder de Dios.” Tres décadas después, John y su hermano David eran los únicos dos testigos del Libro de Mormón que aún vivían. En ese momento, apenas dos años antes de su propia muerte, John respondió a una persona que preguntó sobre su testimonio. John respondió: “Nunca he oído que alguno de los tres u ocho testigos haya negado el testimonio que dieron sobre el Libro tal como fue publicado en la primera edición del Libro de Mormón.”

Estas declaraciones en primera persona de los testigos del Libro de Mormón son ampliamente superadas en número por testimonios de segunda mano de personas que informan lo que oyeron decir sobre los testimonios. El testimonio de oídas es una evidencia problemática. Por su propia naturaleza, no puede verificarse. Además, los relatos de segunda mano son inconsistentes. Lo que supuestamente dijeron los testigos en un relato difiere del siguiente. Los historiadores valoran el testimonio de oídas por lo que revela sobre cómo las personas y los acontecimientos fueron interpretados por otros, pero no es evidencia confiable para interpretar a las personas y los acontecimientos desde el principio. La evidencia secundaria no es confiable para reconstruir las experiencias de los testigos ni para establecer lo que realmente dijeron. Aunque gran parte del testimonio de oídas declara inequívocamente que los testigos vieron o alzaron las planchas, parte de él oscurece ese punto. Los relatos de segunda mano muestran que la fe de uno en los testigos del Libro de Mormón —o la falta de ella— no se basa simplemente en oír los testimonios de los testigos, sino en cómo uno elige recibir y comprender esos testimonios.

Los creyentes en el Libro de Mormón escucharon a los testigos declarar que las planchas eran reales y que el Libro de Mormón era verdadero. Sally Bradford Parker escribió acerca de haber escuchado a Hyrum Smith: “Dijo que solo tenía dos manos y dos ojos. Dijo que había visto las planchas con sus ojos y las había manipulado con sus manos.” Theodore Turley escribió que escuchó a John Whitmer decir: “Ahora digo que manipulé esas planchas. Había grabados finos en ambos lados. Las manipulé.” Joshua Davis escuchó a John declarar: “Yo, con mis propios ojos, vi las planchas de las cuales se tradujo el Libro de Mormón.” Daniel Tyler escuchó a Samuel Smith decir que “él las había manipulado y visto los grabados que había en ellas.” Alguien recordó haber oído a Martin Harris decir: “Sé que José Smith fue un verdadero profeta de Dios. […] Sé que el Libro de Mormón fue traducido divinamente. Vi las planchas; vi al ángel; oí la voz de Dios; sé que el Libro de Mormón es verdadero.”

Una amplia variedad de personas no creyentes en el Libro de Mormón (incluyendo periodistas, misioneros protestantes y Santos de los Últimos Días que habían perdido la fe) afirmaron haber escuchado a los testigos declarar algo distinto a que las planchas eran reales y que el Libro de Mormón era verdadero. En 1838, los miembros disidentes de la Iglesia Stephen Burnett y Warren Parrish escribieron haber escuchado a Martin Harris negar que hubiera visto las planchas con sus ojos naturales, o que los Ocho Testigos las hubieran visto en absoluto, o que José alguna vez las hubiera tenido. Parrish escribió que Martin Harris “por fin lo ha confesado, y dice que nunca vio las planchas, de las cuales se supone fue traducido el libro, sino en visión; y además dice que cualquier hombre que diga haberlas visto de otra forma es un mentiroso, sin excluir a José.” John Murphy escribió que había entrevistado a David Whitmer, quien reconoció que su testimonio no era más que una impresión.

Los testigos del Libro de Mormón respondieron a estos testimonios de oídas con aclaraciones. Cuando se enteró de cómo Burnett y Parrish estaban interpretando sus declaraciones, Martin Harris “se levantó y dijo que lamentaba por cualquier hombre que rechazara el Libro de Mormón, porque él sabía que era verdadero.” Él mantuvo su fe y comprendía lo que había dicho de manera distinta a como lo entendieron Stephen Burnett y Warren Parrish, como reconoció el propio Burnett. “Nadie me oyó jamás de ninguna manera negar […] la ministración del ángel que me mostró las planchas”, escribió más tarde Harris. David Whitmer escribió y publicó un folleto en respuesta a Murphy en 1881, en el cual afirmó cuán literalmente creía en su testimonio tal como está expresado en el Libro de Mormón. Ese mismo año, Whitmer escribió “Algunas correcciones” al editor del Kansas City Journal, el cual lo había tergiversado.

Como un converso temprano en Ohio, Stephen Burnett sintió el Espíritu Santo y el deseo de llevar el evangelio a sus familiares. Guió a sus padres hacia la Iglesia y respondió con éxito a llamados misionales revelados (véase DyC 75:35; 80). Fue “el primero que anunció las buenas nuevas del evangelio eterno” en Dalton, Nuevo Hampshire. Pero para 1838, Burnett se sentía completamente desilusionado. Sentía que había intentado, sin éxito, recuperar el Espíritu Santo. Finalmente, “proclamó que toda revelación es mentira” y abandonó la Iglesia. Burnett escribió con franqueza a Lyman Johnson, explicando sus decisiones: “Mi corazón se enferma dentro de mí al reflexionar sobre la manera en que nosotros, junto con muchos de esta Iglesia, hemos sido guiados y las pérdidas que hemos sufrido, todo por medio de dos hombres en quienes depositamos una confianza implícita”, escribió, refiriéndose a José Smith y Sidney Rigdon. Sentía que José había usado su influencia para obtener beneficios financieros y que había profetizado falsedades. Continuó su conmovedor relato:

He reflexionado largo y deliberadamente sobre la historia de esta Iglesia y he sopesado la evidencia a favor y en contra —reacio a abandonarla—, pero cuando llegué a escuchar a Martin Harris declarar en una congregación pública que nunca vio las planchas con sus ojos naturales, solo en visión o en la imaginación, que ni Oliver ni David tampoco las vieron, y también que los ocho testigos nunca las vieron y dudaron en firmar ese documento por esa razón, pero fueron persuadidos a hacerlo, el último pedestal cedió, a mi juicio, nuestros cimientos fueron socavados y toda la superestructura cayó en un montón de ruinas. Por lo tanto, hace tres semanas, en la Capilla de Piedra, di una historia completa de la Iglesia desde que la conocí, la predicación y profecía falsas de José, junto con las razones por las cuales tomé el rumbo que estaba resuelto a seguir, y renuncié al Libro de Mormón con todo el escenario de mentiras y engaños practicados por J. S. y S. R. en esta Iglesia, creyendo, como sinceramente creo, que todo es un engaño malvado impuesto sobre nosotros sin que lo notáramos. Fui seguido por W. Parrish, Luke Johnson y John Boynton, todos los cuales coincidieron conmigo; después de que terminamos de hablar, M. Harris se levantó y dijo que lamentaba por cualquier hombre que rechazara el Libro de Mormón, porque él sabía que era verdadero.

Burnett nos dejó una metáfora rica al describir su fe como un edificio cuyo cimiento se había hecho añicos, dejando solo un montón de ruinas. Aquellos que comparten su experiencia saben a lo que se refiere.

Una estrategia para sobrellevar la pérdida devastadora es extraer lo que queda del montón de ruinas e intentar reconstruir algo que tenga sentido. Burnett y otros desde entonces han escarbado en el cúmulo de declaraciones hechas por y sobre los testigos del Libro de Mormón y han elaborado una manera alternativa de interpretar los testimonios de los once testigos oculares. Aquellos cuya fe en sus propias experiencias espirituales se ha hecho pedazos, dudan de que los testigos hayan tenido experiencias espirituales auténticas y, por lo tanto, buscan explicaciones alternativas para sus testimonios. Reconociendo que “Harris y otros […] aún creen en el Libro de Mormón”, Burnett escribió:

“Estoy plenamente convencido, en lo que a mí respecta, de que si los testigos cuyos nombres están adjuntos al Libro de Mormón nunca vieron las planchas —como admite Martin—, entonces no puede presentarse prueba alguna de que tal cosa haya existido jamás, pues se dice en la página 171 del libro de Doctrina y Convenios [DyC 17:5] que los tres deben testificar que vieron las planchas así como José Smith Jr., y si ellos las vieron espiritualmente o en visión con los ojos cerrados —J S Jr. nunca las vio de otra manera— y si es así, entonces las planchas fueron solo visionarias.”

Llama la atención la triple aparición de la palabra si en la declaración de Burnett. Construyó su interpretación de los testigos basándose en hipótesis: si los testigos nunca vieron las planchas, como él creía que Martin Harris había dicho, y si José nunca las vio, entonces eran solo visionarias. Después de escuchar a Burnett exponer ese razonamiento, Martin Harris afirmó sin ambigüedad, en contraste, que las planchas eran reales. Harris no deseaba ser entendido como lo entendía Burnett.

Los relatos de segunda mano como el de Burnett han sido útiles para otros a la hora de construir una alternativa creíble a las declaraciones directas de los testigos. Grant Palmer escribió acerca de cómo su fe juvenil fue socavada por dudas posteriores. Su capítulo sobre los testigos del Libro de Mormón expresa sus dudas sobre la autenticidad de los relatos de los testigos incluidos en el Libro de Mormón, y en su lugar se apoya en los relatos de oídas, donde encuentra ciertos indicios que le permiten concluir que los testigos creían haber experimentado las planchas, pero en realidad no lo habían hecho. Esta explicación resulta atractiva para algunos porque no descarta por completo los poderosos testimonios de los testigos del Libro de Mormón, pero los clasifica como irreales.

Aquellos que sospechan que sus propios ojos espirituales les juegan malas pasadas, encuentran difícil creer que los testigos hayan visto algo con sus ojos espirituales. Para estas personas, las promesas de que los testigos verían las planchas con ojos de fe suenan ajenas, y se consideran mejor como artefactos de una época pasada en la que mucha gente creía poder ver cosas que en realidad no eran reales. No pueden confiar en los testigos del Libro de Mormón. Literalmente, les resulta más fácil confiar en los testimonios de oídas que en las declaraciones directas. Grant Palmer y Dan Vogel, repetidamente, optan por dar mayor peso a ciertos testimonios de oídas que a las declaraciones directas de los testigos. Tales decisiones llevaron a Palmer a concluir que los testigos “parecen haber visto los registros con sus ojos espirituales e inspeccionado los mismos en el contexto de una visión, aparentemente sin haberlos poseído ni tocado jamás” (énfasis añadido).

En sus declaraciones formales, en otras afirmaciones directas, y aun en algunos relatos de oídas, los testigos del Libro de Mormón no hablaban de esa manera. No dijeron que aparentemente vieron, o que parecen haber visto. Una y otra vez, testifican que vieron. Cuando sus declaraciones fueron tergiversadas, interpretadas como visionarias y por lo tanto irreales, reafirmaron la autenticidad de su experiencia. Algunos de ellos dejaron constancia escrita de su certeza respecto a la realidad de las planchas y su traducción divina. Ninguno dejó registro de dudas sobre estos asuntos. Los escépticos descartan selectivamente las declaraciones más tempranas y directas de los testigos y prefieren relatos como la hipótesis alternativa de Burnett. Rechazan la evidencia directa y aceptan selectivamente parte del testimonio de oídas. Confunden.

El registro histórico describe una combinación rica y compleja de lo que un erudito llamó la “realidad artefactual” del Libro de Mormón contemplada con ojos de fe. En efecto, las declaraciones de los Tres y de los Ocho Testigos parecen mezclar y entrelazar deliberadamente estas formas de conocer y verificar. Independientemente de cómo uno decida interpretar sus palabras, los testigos no dejaron evidencia alguna de que dudaran de la realidad de lo que experimentaron, tanto sobrenatural como física y tangiblemente. Como observó Terryl L. Givens:

Un historiador ha escrito sobre la supuesta ambigüedad de Martin Harris respecto a su visión, señalando que afirmó haber visto las planchas con sus “ojos espirituales”, en lugar de con los naturales, y por lo tanto que “reconocía repetidamente la naturaleza interna y subjetiva de su experiencia visionaria.” Sin embargo, no está claro que los visionarios de ninguna época hayan aceptado tales dicotomías tan simplistas. […] El propio Pablo se refirió a una de sus experiencias diciendo que fue “en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé” (2 Cor. 12:3). Obviamente consideraba esa distinción irrelevante para la validez de su experiencia y la realidad de lo que vio. Es difícil imaginar un precedente más semejante a las versiones de Harris, en las que afirma enfáticamente hasta el día de su muerte la realidad del ángel que “descendió del cielo” y que “trajo y colocó [las planchas] ante nuestros ojos, de modo que las contemplamos y vimos,” mientras que también declaró, según otros, que “nunca afirmó haberlas visto con sus ojos naturales, solo con visión espiritual.”

Givens discierne claramente la calidad de la evidencia directa frente a la de oídas. Mientras tanto, Vogel —quien elige creer más en los relatos de oídas que en las declaraciones directas— reconoce su necesidad de usar “verbos y adverbios calificativos” porque su “análisis es especulativo o conjetural.”

Cuando se trata de los testigos del Libro de Mormón, la pregunta es: ¿a qué documentos históricos está uno dispuesto a confiar? Aquellos cuya fe ha sido profundamente sacudida a veces encuentran más fácil confiar en evidencias menores antes que en las mejores fuentes o en la abrumadora preponderancia de la evidencia. Pero esa elección no es una conclusión inevitable. No es ni ineludible ni irreversible.

William McLellin creyó en los testigos. Conoció a tres de ellos —David Whitmer, Martin Harris y Hyrum Smith— cuando pasaron por su casa en Illinois en agosto de 1831. Caminó varios kilómetros con ellos y “habló mucho” con ellos y con otros Santos durante varios días ese verano. El 19 de agosto, William escribió: “Tomé a Hiram, el hermano de José, y fuimos al bosque y nos sentamos a conversar juntos por cerca de 4 horas. Le pregunté detalles sobre la venida del registro, sobre el surgimiento de la Iglesia y su progreso, y sobre los testimonios que se le habían dado.” Al día siguiente, McLellin escribió: “Me levanté temprano y me entregué a la oración ferviente a Dios para que me guiara hacia la verdad; y con toda la luz que pude obtener mediante exámenes, búsquedas e investigaciones, me vi obligado, como hombre honesto, a reconocer la verdad y validez del Libro de Mormón.” Entonces pidió a Hyrum Smith que lo bautizara.

William McLellin sirvió posteriormente en varias misiones, algunas de ellas como apóstol, antes de quedar profundamente desilusionado a fines de la década de 1830. Pasó medio siglo frustrado por aquello que simultáneamente amaba y detestaba del mormonismo, hasta que recibió una carta de un antimormón de Salt Lake City llamado James Cobb, quien le escribió suponiendo que hallaría en él un aliado. McLellin respondió:

“Cuando examino a fondo un tema y fijo mi mente, entonces debe presentarse una evidencia superior antes de que yo cambie. He estampado mi sello de que el Libro de Mormón es un registro verdadero y divino, y se requerirá más evidencia de la que jamás he visto para que se tambalee en mi mente su pureza. He leído muchas ‘exposiciones.’ He visto todos sus argumentos. ¡Pero mis evidencias están por encima de todos ellos!”

Explicó además:

“Cuando un hombre ataca al Libro de M., toca la niña de mis ojos. Está luchando contra la verdad—contra la pureza—contra la luz—contra el libro más puro, o uno de los más verdaderos y puros sobre la faz de la tierra. ¡Tengo más confianza en el Libro de Mormón que en cualquier otro libro de este vasto mundo!”

McLellin describió sus repetidas lecturas del Libro de Mormón antes de hacer referencia a sus experiencias personales con algunos de los testigos:

“Cuando me uní a la Iglesia en 1831, pronto llegué a conocer a toda la familia Smith y a la familia Whitmer, y escuché todos sus testimonios, los cuales coincidían en los puntos principales; y los creí entonces, y aún los creo. Pero no creo en las muchas historias (contradictorias) que se han inventado desde entonces, porque sé personalmente que muchas de ellas son falsas.”

Es difícil imaginar a alguien mejor posicionado para evaluar los testimonios de los testigos del Libro de Mormón que William McLellin. Pasó buena parte de su vida apartado de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y no tenía interés alguno en sostenerla. Sin embargo, al escribir sobre su experiencia de 1831 con el Libro y sus testigos, se sintió obligado por la evidencia a reconocer su verdad y validez. No solo conocía los testimonios de los testigos del Libro de Mormón, sino que conoció personalmente a algunos de ellos y los entrevistó en profundidad. No era un ingenuo, ni un engañado. Y estaba en posición de saber si los testigos eran ingenuos, engañados o conspiradores. Tan bien informado como estaba, McLellin eligió creer que los testimonios de los testigos eran verídicos.

¿Por qué no hacer la misma elección satisfactoria? ¿Por qué no optar por creer en las declaraciones directas de los testigos y en su compromiso manifiesto de por vida con el Libro de Mormón? Esta decisión nos invita a tener fe en lo maravilloso, en la posibilidad de ángeles, ojos espirituales, traducción milagrosa y planchas de oro, pero no requiere que descartemos el registro histórico ni que inventemos hipótesis para reconciliar los testimonios poderosos de los testigos del Libro de Mormón con nuestro propio escepticismo.

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