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Una multiplicidad de testigos:
las mujeres y el proceso de traducción
Amy Easton-Flake y Rachel Cope
Amy Easton-Flake era profesora adjunta de Escrituras Antiguas en la Universidad Brigham Young cuando se escribió este texto. Rachel Cope era profesora adjunta de Historia de la Iglesia y Doctrina en la Universidad Brigham Young cuando se escribió este texto.
Cuatro mujeres en la historia temprana de la Iglesia—Mary Musselman Whitmer, Lucy Mack Smith, Lucy Harris y Emma Hale Smith—desempeñaron un papel significativo en la venida del Libro de Mormón y ofrecieron su propio testimonio sobre la realidad de las planchas. Aunque sus nombres y relatos son bien conocidos, los académicos y los miembros de la Iglesia han pasado por alto en gran medida sus poderosas e importantes contribuciones a la obra de traducción, ya que no formaron parte del grupo oficial de los tres ni de los ocho testigos. Este capítulo aborda esa laguna en la erudición y en la memoria histórica al examinar una variedad de fuentes (tanto las frecuentemente citadas como aquellas en gran medida olvidadas) que relatan las experiencias de estas mujeres con las planchas. Considera las diversas formas en que ellas llegaron a conocer la temporalidad y divinidad de las planchas, y muestra la multiplicidad de testigos que emerge cuando se da prioridad a formas de conocimiento y percepción más allá de lo visual. Evaluar los recuerdos e interacciones de estas mujeres con las planchas nos ayuda a comprender mejor el proceso de traducción y el verdadero esfuerzo comunitario que requirió.
Mary Musselman Whitmer
Mary Whitmer ha sido llamada la duodécima testigo porque su experiencia con las planchas se asemeja mucho a la de los tres y ocho testigos oficiales. Es la única mujer conocida que vio físicamente las planchas, y su experiencia con ellas, así como su papel en el proceso de traducción, ilustran acertadamente el esfuerzo familiar y comunitario que hizo posible la traducción del Libro de Mormón.
En junio de 1829, Mary y Peter Whitmer abrieron su hogar a José Smith, su esposa Emma y Oliver Cowdery para completar la traducción cuando la persecución en Harmony se volvió demasiado intensa. Allí, el proceso de traducción avanzó rápidamente, ya que José y Oliver se dedicaron por completo a la obra. La disposición de los Whitmer a encargarse de las preocupaciones temporales durante un tiempo permitió que José y Oliver se concentraran exclusivamente; como matriarca de la familia, Mary en particular cargó con el peso de esta responsabilidad. Como relata su hijo David: “Mi padre y mi madre tenían una familia numerosa, por lo que la incorporación de José, su esposa Emma y Oliver incrementó enormemente el trabajo y la ansiedad de mi madre. Y aunque nunca se había quejado, a veces sentía que su labor era demasiado, o al menos tal vez empezaba a sentirlo así.”
La vida en una granja del estado de Nueva York a comienzos del siglo XIX era laboriosa para cualquiera, pero las exigencias particularmente agotadoras recaían sobre la esposa del granjero, quien, según un estudio del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos de 1862, “trabaja más duro, soporta más que cualquier otro en el lugar.” La esposa del granjero supervisaba el funcionamiento del hogar y normalmente era responsable de ordeñar, batir la mantequilla, recolectar huevos y cuidar el ganado; plantar, desmalezar y cosechar el huerto; esquilar ovejas, convertir la lana en hilo y coser prendas; cocinar, limpiar, hacer la colada; y la lista continúa. Gran parte del trabajo adicional de cocinar, limpiar y cuidar a los visitantes recayó inevitablemente sobre Mary, y esas cargas debieron de agotar a una mujer ya sobrecargada de tareas. En la declaración de David queda encapsulado, entonces, un recordatorio del trabajo y los bienes que Mary, junto con otros, habían provisto para que José, un granjero pobre que dependía del trabajo de sus propias manos, pudiera dedicar su tiempo y energía al proceso de traducción. De no haber sido por la generosidad de personas como los Whitmer, Martin y Lucy Harris, y Joseph Knight y su familia, José no habría contado con los recursos para traducir las planchas. En consecuencia, su labor debe considerarse crucial para la obra de la traducción.
Que Dios reconoció y valoró su sacrificio para ayudar en el proceso de traducción se sugiere quizás con mayor claridad en el momento en que Mary Whitmer fue mostrada las planchas. Su nieto, John C. Whitmer, resumió así su experiencia:
Una noche, cuando (después de haber hecho su trabajo diario en la casa) fue al granero a ordeñar las vacas, se encontró con un desconocido que llevaba algo a la espalda que parecía una mochila. Al principio tuvo algo de miedo, pero cuando él le habló en un tono amable y amistoso, y comenzó a explicarle la naturaleza de la obra que se llevaba a cabo en su casa, se sintió llena de un gozo y una satisfacción indescriptibles. Entonces él desató su mochila y le mostró un paquete de planchas, que en tamaño y apariencia correspondía con la descripción que posteriormente dieron los testigos del Libro de Mormón. Este extraño personaje pasó las hojas del libro de planchas, una por una, y también le mostró las grabaciones que contenían; luego le dijo que tuviera paciencia y fuera fiel en soportar su carga un poco más, prometiéndole que si lo hacía, sería bendecida; y que su recompensa sería segura si permanecía fiel hasta el fin. El personaje entonces desapareció repentinamente con las planchas, y adónde fue, ella no lo supo decir.
Su hijo David también relata las palabras que el ángel dijo a Mary: “Has sido muy fiel y diligente en tus labores, pero estás probada a causa del aumento de tu trabajo; por lo tanto, es justo que recibas un testimonio para que tu fe sea fortalecida.” En las palabras del ángel, parece vislumbrarse el reconocimiento de Dios hacia Mary y su labor; él reconocía lo que Mary estaba aportando a su obra, apreciaba sus esfuerzos, y la bendecía por su fidelidad y fortalecía su compromiso. Para Mary, al igual que para los testigos posteriores, la experiencia de ser testigo fue edificante para su fe. En ese momento, como informó su nieto, dicha experiencia “le permitió cumplir con sus deberes domésticos con relativa facilidad, y ya no sintió más deseos de quejarse porque su suerte fuera dura.”
Cuando Mary fue mostrada las planchas, se convirtió en la primera persona conocida en verlas aparte de José Smith. En el transcurso de ese mismo mes, todos los miembros varones de su familia, excepto su esposo, se unirían a ella en el testimonio de la realidad física de las planchas; de hecho, siete de los once testigos oficiales del Libro de Mormón eran Whitmer por sangre o matrimonio. Toda la familia Whitmer facilitó la labor de traducción al proveer las necesidades temporales de José, Emma y Oliver; a cambio, muchos de ellos fueron bendecidos con el privilegio de ser testigos tanto de la realidad física de las planchas como de la divinidad del proceso de traducción. Richard Lloyd Anderson se ha referido a los Whitmer como “una familia que nutrió a la Iglesia”, y como lo demuestra la historia de Mary, sin duda fue así. Ellos proporcionaron el espacio para la organización de la Iglesia y para la recepción de muchas de las revelaciones durante el periodo en Nueva York, sirvieron misiones, y se unieron a los Santos primero en Kirtland y luego en Misuri, donde los hijos y yernos de Mary ocuparon muchos puestos de liderazgo. Tristemente, en 1838, durante un tiempo de grandes dificultades y apostasía, todos los Whitmer vivos abandonaron la Iglesia tras un desacuerdo con José Smith. Sin embargo, Mary, al igual que toda su familia y los demás testigos de las planchas de oro, jamás alteró ni negó su testimonio sobre su realidad, su origen divino y el mensaje contenido en el libro traducido a partir de ellas. Durante el resto de su vida, continuaría testificando del libro—un libro hecho posible gracias al esfuerzo colectivo de Mary y de toda la familia Whitmer, así como de las familias Knight, Harris y Smith.
Lucy Mack Smith
Como memorialista y participante en los acontecimientos que rodearon la traducción y publicación del Libro de Mormón, Lucy Mack Smith introduce diversas formas de testimonio más allá de lo visual, incluyendo el registro escrito, las experiencias sensoriales y las impresiones espirituales. En su relato, Lucy también amplía la definición tradicional de “testigo” para incluir a toda la comunidad de personas que contribuyeron a la venida de este texto. Según su visión, su familia y amigos—mujeres y hombres—desempeñaron papeles importantes dentro del contexto de una historia compartida.
Durante el invierno de 1844–1845, apenas unos meses después de las muertes de sus hijos José, Hyrum y Samuel, Lucy, de sesenta y nueve años, dictó sus memorias a Martha Jane Knowlton Coray, quien deseaba preservar una historia importante. Las memorias de Lucy, registradas por una mujer para una mujer, incluyen las experiencias y perspectivas de muchas testigos femeninas. El propósito de las memorias queda reflejado en la descripción original del derecho de autor, que dice lo siguiente: “La Historia de Lucy Smith, esposa de José Smith, el primer patriarca de [la Iglesia de] Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, quien fue el padre de José Smith, Profeta, Vidente y Revelador; que contiene un relato de las muchas persecuciones, pruebas y aflicciones que yo y mi familia hemos soportado al traer a luz el Libro de Mormón y establecer la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.” Desde la perspectiva de Lucy, no fue únicamente José quien trajo a luz el Libro de Mormón y estableció la Iglesia; más bien, fue un esfuerzo familiar.
Las memorias de Lucy, que Leonard Arrington sugiere “revelan más sobre los orígenes del mormonismo que cualquier otra fuente individual,” documentan los acontecimientos que rodearon la traducción y publicación del Libro de Mormón desde la perspectiva de “una observadora estrechamente vinculada a los participantes principales” en la historia temprana de la Iglesia. Sin embargo, debido a que el marco narrativo de este texto resulta tan familiar para los miembros de la Iglesia, los lectores a menudo pasan por alto la riqueza que el relato de Lucy puede aportar a nuestra comprensión de la historia de la Iglesia. Una lectura más cercana y cuidadosa revela una narrativa rica y compleja sobre creyentes dedicados, devotos y falibles que hicieron sacrificios voluntarios para posibilitar la publicación de este texto sagrado. La narrativa de Lucy indica que la traducción del Libro de Mormón requirió y a la vez generó un esfuerzo comunitario.
La necesidad de ese esfuerzo comunitario se evidencia desde el inicio de las memorias de Lucy, donde relata la herencia religiosa de su familia. Ella destaca, por ejemplo, el papel de la búsqueda espiritual en la vida de sus antepasados, y describe e interpreta sueños poderosos—tanto suyos como de su esposo—que parecen haber anticipado la Restauración. También habla extensamente de su propio compromiso por descubrir el evangelio verdadero, y muestra cómo esa búsqueda influyó en sus hijos. Al compartir estas historias, Lucy sugiere implícitamente que las generaciones de las familias Smith y Mack tanto se estaban preparando como fueron preparadas por el Señor para la “maravillosa obra” que llevarían a cabo.
Aunque el llamamiento de José para traducir el Libro de Mormón y restaurar el evangelio de Jesucristo desempeña un papel central en las memorias de Lucy, ella subraya la participación de su familia en estos acontecimientos. Lucy menciona que, después de que José aprendiera sobre las planchas de oro por medio del ángel Moroni, frecuentemente reunía a su familia y compartía con ellos sus experiencias. Al hacerlo, sugiere implícitamente que los convirtió en participantes activos de la Restauración. Por ejemplo, recuerda: “todos sentados en círculo—padre, madre, hijos e hijas—escuchando con ansiosa expectación las enseñanzas religiosas de un muchacho de 16 a 19 años de edad, que jamás había leído la Biblia completa en su vida.” Y continúa: “José nos daba algunos de los relatos más amenos que se puedan imaginar; describía a los antiguos habitantes de este continente, su vestimenta, su modo de viajar, los animales que montaban, las ciudades que construían, la estructura de sus edificios, cada detalle de su modo de guerra, su adoración religiosa, con tanta precisión como si hubiera pasado su vida con ellos.” Al recordar estos poderosos momentos de instrucción, William Smith simplemente expresó: “Toda la familia se conmovió hasta las lágrimas, y creyeron todo lo que dijo.” Aunque en ese momento los Smith no tenían pruebas tangibles de las planchas, experimentaron una confirmación espiritual, y por tanto esperaban ansiosamente el día en que José recibiría el importante registro que había descrito. Juntos, la familia se convirtió en testigo del Libro de Mormón, aun antes de que José obtuviera las planchas.
Después de que José obtuviera las planchas, se abrieron nuevas formas de testimonio—de naturaleza más sensorial. Aunque no vieron físicamente las planchas, Lucy y otros miembros de la familia pudieron ver su silueta a través de la tela que las cubría e incluso manipularlas en algunas ocasiones, lo cual les permitió convertirse en testigos de la naturaleza tangible del objeto que encontraron. Poco después de que José y Emma obtuvieran las planchas, por ejemplo, Lucy manipuló el Urim y Tumim “sin otra cubierta que un pañuelo de seda” mientras aconsejaba a su hijo sobre la fabricación de un cofre para protegerlos. Más adelante, Lucy vería la caja que contenía las planchas, así como la silueta de las planchas a través de su cubierta. La hija de Lucy, Katherine Smith, también fue testigo de la tangibilidad de las planchas cuando tuvo la oportunidad de “levantar” el “paquete” que contenía las planchas y que su hermano mayor había traído a casa. Ella “las encontró muy pesadas, como si fueran de oro, y también pasó sus dedos por el borde de las planchas y sintió que eran planchas metálicas separadas, y escuchó el tintinear del sonido que producían.” Debido a su recuerdo de esos encuentros físicos y auditivos con las planchas, una persona se refirió a Katherine como “una de las elegidas dentro del pequeño círculo al que se le concedió dar testimonio directo de la veracidad de las afirmaciones del Profeta sobre la posesión de las planchas de oro.” En efecto, la variedad de experiencias que personas como Lucy y Katherine Smith tuvieron con las planchas amplía la definición de testimonio personal para incluir los sentidos del tacto y el oído, además de la vista.
Además de explicar las experiencias tangibles de ciertas personas con las planchas, la historia de Lucy demuestra que, como matriarca de la familia, estuvo involucrada y al tanto de diversos acontecimientos relacionados con la venida del Libro de Mormón. Por ejemplo, fue la única persona que sabía cuándo José y Emma fueron a recibir las planchas. De ese evento, ella recordó: “Pasé la noche en oración y al llegar una hora razonable para levantarme, me puse a preparar el desayuno, con el corazón palpitante ante cada paso que oía, pues esperaba a José y Emma en cualquier momento y temía una segunda desilusión en cuanto a obtener las planchas. Cuando los varones de la familia se sentaron a desayunar, el Sr. Smith José Smith padre preguntó por José ya que nadie más que yo sabía dónde estaba.” Al preservar esta historia, Lucy revela que tanto las mujeres como los hombres de la familia estuvieron íntimamente involucrados en los acontecimientos relacionados con la adquisición de las planchas. A medida que avanzaba el proceso de traducción, Lucy continuó siendo de las primeras y pocas personas en conocer cada aspecto de la obra. Por ejemplo, ella, junto con su esposo y Mary Whitmer, fueron los primeros en enterarse de que Oliver Cowdery, Martin Harris y David Whitmer habían visto las planchas mediante la visita del ángel Moroni. Y, tan pronto como se completó la traducción, se envió un mensajero desde Fayette, Nueva York, para compartir la buena noticia con los miembros de la familia Smith. Al citar tales historias, las memorias de Lucy dejan claro que ella sirvió como testigo de una obra importante y sintió el deber de preservar detalles que solo ella conocía.
Lucy también contribuyó al proceso de traducción realizando sacrificios temporales que permitieron llevar a cabo la importante obra espiritual a la que su familia había sido llamada—“mientras trabajábamos con nuestras manos, procurábamos recordar el servicio de Dios y el bienestar de nuestras almas”, recordó. En efecto, ella y su familia sacrificaron tiempo, dinero y bienes para que José pudiera trabajar en este importante proyecto. Al igual que Mary Whitmer, Lucy permitió que diversas personas relacionadas con la traducción, incluyendo a José y Emma, Joseph Knight, y Lucy Harris junto con su hija, se alojaran en su casa; ella, junto con sus hijas, inevitablemente tuvo que asumir responsabilidades adicionales en las tareas domésticas de forma regular. Además de encargarse de las labores del hogar, Lucy ayudó a proteger las planchas de oro y a prepararse para la eventual publicación de un nuevo libro de escrituras. Por ejemplo, ayudó a encontrar escondites para proteger las planchas, permaneció atenta a su seguridad (o a la falta de ella), y se reunió con Martin y Lucy Harris para solicitar ayuda financiera para el proyecto. Además de participar en labores temporales, Lucy defendió con voluntad firme la obra de traducción y testificó sobre la realidad de las planchas. En una ocasión, un grupo de hombres de una iglesia local le preguntó a Lucy si podían ver las planchas de oro. Ella les declaró: “No tenemos <ni hemos tenido nunca> ninguna <ninguna> biblia de oro, pero sí tenemos una traducción de unas planchas de oro que fueron enviadas al mundo para traer la sencillez del Evangelio a los hijos de los hombres y también para dar una historia del pueblo que solía habitar este país.” Cuando los hombres cuestionaron su testimonio, Lucy continuó: “aunque me atravesaran el cuerpo con teas y me quemaran en la hoguera, yo declararía que Jose[p]h tiene ese registro y que sé que es verdadero mientras Dios me dé aliento.”
En muchos otros casos, los aspectos tangibles de la interacción de Lucy con el Libro de Mormón también adquirieron una forma espiritual. En una ocasión, accedió a ayudar a proteger las páginas del manuscrito del Libro de Mormón ante la amenaza de una turba. Después de colocar el manuscrito en un baúl, lo metió bajo su cama. Mientras Peter Whitmer custodiaba su casa, Lucy, ya acostada sobre la cama, comenzó una reflexión que capturó su testimonio sobre la obra en la que su familia se había comprometido. Recordó:
esta obra en concreto no solo había sido el objetivo que nosotros como familia habíamos perseguido con tanto anhelo, sino que los profetas de la antigüedad y los ángeles, incluso el gran Dios, habían <puesto> sus ojos sobre ella. Y me dije a mí misma: ¿Temeré acaso lo que el hombre pueda hacer? ¿No velarán los ángeles por la preciosa reliquia de los dignos difuntos y la esperanza de los vivos? ¿Y soy yo en verdad la madre de un profeta del Dios del cielo—el instrumento honrado en llevar a cabo una obra tan grande? Sentí que estaba bajo la mirada de ángeles y mi alma se exaltó ante el pensamiento de la gran condescendencia del Todopoderoso—pasé así la noche rodeada de enemigos y, sin embargo, en un éxtasis de felicidad, y en verdad puedo decir que mi alma engrandeció y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador.
Aquí, Lucy muestra cómo diversos aspectos del testimonio se combinan: mientras protegía físicamente las páginas del manuscrito, ofrecía un poderoso testimonio espiritual—en el contexto de sus memorias—acerca de una obra sagrada e inspirada divinamente, por la cual múltiples personas se habían sacrificado para hacerla posible. Debido a que Lucy nunca vio las planchas, no la consideramos una testigo oficial del Libro de Mormón; sin embargo, como lo demuestran sus memorias, estuvo íntimamente involucrada en cada acontecimiento relacionado con la venida del Libro de Mormón.
Lucy Harris
Dentro de las páginas de sus memorias, Lucy Mack Smith presenta a sus lectores a Lucy Harris. Aunque generalmente se recuerda a Lucy Harris por su actitud de antagonismo hacia el Libro de Mormón—en parte porque afirmó no haber creído jamás en las planchas de oro luego de la publicación del manuscrito—es importante reconocer que la historia de Lucy Smith revela otro lado de esta figura compleja. A pesar de que Lucy Mack Smith claramente no simpatizaba con su vecina, aún así reconocía el interés inicial de Lucy Harris y su apoyo al proyecto de traducción. También recordaba que Harris había recibido un poderoso testimonio espiritual respecto a las planchas, seguido por un testimonio tangible y audible de las mismas. Como resultado de estas experiencias, insinuaba Smith, Harris había donado voluntariamente una suma considerable de dinero para ayudar a que se llevara a cabo la traducción del Libro de Mormón.
Poco después de que José y Emma obtuvieran las planchas del cerro de Cumorah, José pidió a Lucy Mack Smith que hablara con un conocido adinerado, Martin Harris, sobre la posibilidad de financiar el proyecto. Ella aceptó hacerlo, pero decidió primero visitar a su esposa, Lucy, “con el fin de satisfacer” la curiosidad de Lucy Harris. Según el relato de Lucy Mack Smith, Lucy Harris se sintió intrigada por la historia que Smith compartió con ella y expresó un interés inmediato en las planchas, ofreciendo donar una suma considerable de dinero de su propia “bolsa privada” para los esfuerzos de traducción de José. Luego le informó a su visitante que iría una noche de la semana siguiente a la casa de los Smith para poder hablar con José. Cuando Lucy Harris y su hija visitaron el hogar de los Smith, era comprensible que ella esperara ver las planchas antes de comprometerse a ofrecer apoyo financiero al proyecto. Aunque le suplicó a José que le mostrara las planchas de oro, él insistió en que no podía mostrárselas, explicando que el ángel que le había confiado las planchas le indicó que solo podía mostrarlas a aquellos llamados por Dios como testigos. Insatisfecha con esa respuesta, Harris declaró: “Ahora José… te diré lo que haré. Si puedo recibir un testimonio de que hablas la verdad, lo creeré.” Harris, quien pasaba la noche en la casa de los Smith, se retiró a dormir luego de su conversación con José.
A la mañana siguiente, Lucy Harris compartió con la familia Smith “un sueño muy notable”—una práctica común en el siglo XIX—que había tenido esa noche. En dicho sueño, según relató, se le apareció un personaje que la reprendió por importunar al “siervo del Señor.” Luego, el ángel le mostró las planchas. Como resultado del poderoso testimonio recibido mediante este sueño visionario, Lucy fue capaz de describir el registro con vívido detalle, y posteriormente insistió en entregar a José veintiocho dólares (dinero que había recibido de su madre antes de su fallecimiento) para ayudar con el proyecto. Fascinado por el testimonio que Lucy Harris había dado y agradecido por su generosidad, José permitió que ella y su hija manipularan la caja de madera que contenía las planchas. Martin Harris recordaba que su “hija dijo que pesaban casi tanto como ella podía levantar… Mi esposa dijo que eran muy pesadas.” Según el registro de Lucy Mack Smith, la experiencia de levantar físicamente las planchas añadió un testimonio tangible y audible al testimonio espiritual que Lucy Harris ya había recibido.
Aunque Lucy Harris eventualmente se volvió antagonista hacia la obra—en parte porque nunca tuvo la oportunidad de ver las planchas a pesar de su apoyo inicial al proyecto—Lucy Smith da a entender que ella continuó creyendo en su realidad física. En una ocasión, por ejemplo, Lucy Harris viajó a la casa de José Smith Jr. en Harmony, Pensilvania, e insistió en que no se iría hasta ver las planchas. Luego registró “cada rincón y esquina de la casa—baúles, alacenas, cofres, etc.”—sin éxito. Al día siguiente, Lucy buscó en los terrenos alrededor de la casa de los Smith hasta entrada la tarde. Posteriormente relató que, al descubrir un lugar donde pensó que las planchas podían estar enterradas, “una tremenda y enorme serpiente negra levantó la cabeza frente a mí y comenzó a sisearme.” Sintiéndose asustada y frustrada, Lucy abandonó su búsqueda en ese momento. No obstante, continuó creyendo en la existencia de las planchas y anhelaba evidencia del trabajo que Martin y José estaban llevando a cabo. La oportunidad posterior de ver las primeras 116 páginas manuscritas del Libro de Mormón la calmó durante un tiempo. Aunque a menudo se le culpa por la desaparición de ese manuscrito, es importante recordar que se sintió intrigada por ese testimonio visible y permitió que Martin guardara el manuscrito en su cómoda. Cuando Martin descubrió más tarde que las páginas traducidas habían desaparecido, Lucy “afirmó solemnemente” que no las había tomado. Aun cuando Lucy Harris se sintiera escéptica respecto al proyecto de traducción, el relato de Smith sugiere que continuó creyendo en la existencia de las planchas. Sus experiencias iniciales como testigo parecen haberla convencido de que José realmente tenía en su posesión el objeto físico que afirmaba tener.
Según lo recuerda Lucy Mack Smith, las experiencias de Lucy Harris demuestran algunas de las diversas maneras en que múltiples personas dieron testimonio de las planchas y ayudaron a José a lo largo del proceso de traducción. Lucy Mack Smith nos recuerda que tanto mujeres como hombres—en este caso, Lucy y Martin Harris—ofrecieron apoyo financiero para la publicación del Libro de Mormón, lo cual constituye, en sí mismo, una manifestación o testimonio de su fe y compromiso con una empresa vasta y colectiva. El hecho de que Lucy y Martin tuvieran dudas y luchas no invalida sus experiencias iniciales como testigos, ni eclipsa los sacrificios que realizaron.
Emma Hale Smith
Como la persona que estuvo con José desde el principio hasta el final del proceso de traducción y que le brindó una ayuda invaluable de múltiples maneras, Emma Smith estuvo, sin lugar a dudas, más íntimamente involucrada en la venida del Libro de Mormón que cualquier otro individuo, aparte de José. Por lo tanto, al observar el proceso de traducción desde su propio testimonio, no solo aprendemos sobre el papel fundamental que desempeñó en la obra de traducción y su compromiso con la venida del Libro de Mormón, sino que también obtenemos nuevo conocimiento acerca del proceso mismo de traducción y de la fisicidad de las planchas. Al ver la experiencia a través de sus ojos—y los de las otras mujeres—la obra de traducción se revela como un proyecto familiar y comunitario, en el que muchas personas contribuyeron al éxito del esfuerzo.
La participación de Emma con el antiguo registro nefita comenzó cuando acompañó a José al cerro de Cumorah para recibir las tan esperadas planchas. En las primeras comunicaciones con el ángel Moroni, a José se le mandó que llevara a la persona adecuada con él al cerro. Él creyó que esa persona era Emma; y así, a la medianoche del 22 de septiembre de 1827, ambos partieron de la casa de los Smith y, con la ayuda del caballo y el carro de Joseph Knight, fueron a recuperar las planchas. Al llegar al cerro de Cumorah, José dejó a Emma en el carro y fue solo a recoger las planchas. Cuando regresó unas horas después, traía consigo un bulto envuelto en su abrigo. José volvió a dejar a Emma para ir a depositar las planchas en el tronco hueco de un abedul en el bosque. Durante los siguientes tres años, la vida de José y Emma giró en torno a la protección y traducción de las planchas.
La persecución en Palmyra comenzó de inmediato y exigió que toda la familia Smith ayudara en la protección de las planchas. Necesitando dinero para comprar una caja donde guardarlas, José partió un día o dos después de obtenerlas para trabajar cavando pozos en Macedon, al oeste de Palmyra. En su ausencia, el padre de José se enteró de un grupo de hombres que, con la ayuda de un adivino, planeaban encontrar y robar las planchas que estaban escondidas en el bosque. Cuando José padre le informó a Emma sobre lo que había escuchado, ella montó un caballo inmediatamente y fue a advertirle a José. Juntos regresaron a Palmyra y José recuperó las planchas de su escondite. En el camino de regreso a casa fue asaltado tres veces. La persecución continuó en los días siguientes; en una ocasión, turbas llegaron a la casa de los Smith y saquearon su taller de tonelería en busca de las planchas. José y Emma pronto determinaron que debían abandonar Palmyra. Se envió un mensaje al hermano de Emma, Alva Hale, pidiéndole que viniera a Palmyra para llevarlos de regreso a Harmony. Una vez instalados en una casa ubicada en la propiedad de los padres de Emma, José y Emma comenzaron la obra de traducción. Aunque los Hale se mostraron hostiles hacia la obra, ellos—al igual que los Smith—fueron fundamentales para el proceso de traducción debido al espacio y la protección que brindaron a José y Emma.
Emma sirvió como la primera escribiente de José, y algunas fuentes sugieren que su labor en esta función pudo haber sido más significativa y extensa de lo que comúnmente se reconoce. Según Joseph Knight, Emma ayudó a “copiar los caracteres” que Martin llevó a Charles Anthon. Es posible también que ella haya registrado la mayor parte de la traducción de José correspondiente a las 116 páginas perdidas, ya que Martin Harris recordó que él escribió “alrededor de un tercio de la primera parte de la traducción de las planchas mientras José las interpretaba mediante el Urim y Tumim.” Aunque se desconoce exactamente cuánto tiempo o cuánta cantidad escribió Emma para José, la declaración de Martin plantea la posibilidad de que ella haya registrado dos tercios de las páginas perdidas, lo que la convertiría en la escribiente más prolífica de José después de Oliver Cowdery. Los propios recuerdos de Emma sobre el trabajo de traducción también indican que su tiempo como escribiente fue extenso: “Con frecuencia escribía día tras día, sentada a menudo en la mesa justo a su lado… dictándome hora tras hora, sin nada entre nosotros.”
El testimonio de Emma Smith sobre esa época también proporciona información invaluable sobre el proceso de traducción, particularmente porque ella escribió para José tanto antes como después de la pérdida de las primeras 116 páginas manuscritas. Por ella sabemos de “José sentado con el rostro enterrado en su sombrero, con la piedra dentro… No tenía ni manuscrito ni libro del cual leer.” También nos informa que, al comenzar a traducir, José usó el Urim y Tumim, pero luego “utilizaba una piedra pequeña, no exactamente negra, sino de un color más bien oscuro.” Cada uno de estos detalles modifica las percepciones comunes sobre cómo tradujo José. En cuanto al proceso en sí, ella relata:
Cuando mi esposo estaba traduciendo el Libro de Mormón, yo escribí una parte del mismo, mientras él me dictaba cada frase, palabra por palabra, y cuando llegaba a nombres propios que no podía pronunciar, o palabras largas, las deletreaba, y mientras yo las escribía, si cometía algún error ortográfico, él podía detenerme y corregirme, aunque en ese momento le era imposible ver cómo lo estaba escribiendo. Incluso la palabra “Sarah” no la pudo pronunciar al principio, tuvo que deletrearla, y yo se la pronuncié. Cuando se detenía por algún motivo en cualquier momento, al reanudar comenzaba exactamente donde había dejado, sin vacilar en lo más mínimo; y en una ocasión, mientras traducía, se detuvo de repente, pálido como una sábana, y dijo: “Emma, ¿Jerusalén tenía murallas alrededor?” Cuando le respondí: “Sí,” replicó: “¡Oh! Temía haber sido engañado.” Su conocimiento de la historia en aquel entonces era tan limitado que ni siquiera sabía que Jerusalén estaba rodeada por murallas.
Los estudiosos han utilizado esa información para argumentar a favor de un proceso de traducción estrictamente controlado. Más importante aún, sin embargo, el testimonio de Emma también da fe repetidamente de la divinidad de la obra, ya que José corregía su ortografía sin ver lo que ella escribía, retomaba exactamente donde había dejado “sin ver el manuscrito ni que se le leyera parte alguna del mismo,” y descubría cosas que él no conocía, como el hecho de que Jerusalén estuviera rodeada por murallas, mientras traducía.
La experiencia de Emma como escribiente de José contribuyó a su perdurable testimonio espiritual respecto a la divinidad de las planchas. Casi cincuenta años después, le dijo a su hijo:
Mi creencia es que el Libro de Mormón tiene autenticidad divina. No tengo la menor duda de ello. Estoy convencida de que ningún hombre podría haber dictado la redacción del manuscrito a menos que estuviera inspirado… José Smith no podía ni escribir ni dictar una carta coherente y bien redactada, y mucho menos dictar un libro como el Libro de Mormón… Y aunque fui una participante activa en los acontecimientos que ocurrieron y estuve presente durante la traducción de las planchas, y fui testigo de lo que sucedía, me resulta maravilloso, “una maravilla y una obra prodigiosa,” tan asombroso para mí como para cualquier otra persona.
De la persona que mejor conocía a José, aprendemos sobre sus capacidades en el momento de la traducción y lo mucho que el Libro de Mormón las superaba. La diferencia entre ambas cosas reafirmó para Emma la divinidad de la obra—un testimonio espiritual que compartiría repetidamente por el resto de su vida.
Emma contribuyó a la obra de traducción no solo a través de su labor como escribiente, sino también mediante el apoyo y cuidado que brindó a José como esposa. Emma no pudo ser la escribiente a tiempo completo que José necesitaba porque, según relatan tanto Lucy Smith como Joseph Knight, la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a cuidar el hogar y atender las necesidades temporales. Mantener un hogar era una ocupación de tiempo completo en la América de principios del siglo XIX, y Emma, sin ninguna ayuda contratada, cumplía con ese papel esencial para ella y para José, así como en ocasiones también para Martin Harris y Oliver Cowdery. Solo gracias a que Emma atendía el hogar en Harmony, Samuel—el hermano de José—cuidaba la granja, y Joseph Knight proporcionaba comida y papel, José y Oliver pudieron dedicarse por completo a la obra de traducción. Cabe destacar que, en su papel de ama de casa, Emma seguía siendo una observadora cercana del proceso de traducción, ya que “Oliver Cowdery y José Smith escribían en la misma habitación donde ella estaba trabajando.”
Emma, como testigo presencial del proceso de traducción desde el momento en que José recibió las planchas hasta la publicación del Libro de Mormón, también ofreció un testimonio temporal de la fisicidad de las planchas. En su rol como ama de casa, “ella las levantaba y movía cuando barría y sacudía la habitación y los muebles.” En ocasiones, las planchas “permanecieron bajo su cama durante algunos meses.” Otras veces estaban dentro de un saco o “envueltas en un pequeño mantel de lino” sobre “una mesa pequeña en la sala de su cabaña.” Su testimonio de la fisicidad de las planchas adquiere una dimensión adicional cuando describe haber “trazado su contorno y forma.” Informa que las planchas “parecían ser flexibles como papel grueso, y producían un sonido metálico al mover los bordes con el pulgar, como cuando uno pasa el pulgar por el borde de un libro.” Aquí, Emma ofrece un testimonio tanto auditivo como táctil; sin embargo, muchos han cuestionado su falta de testimonio visual. Curiosamente, ella misma no parecía cuestionarlo; como le dijo a su hijo: “No intenté manipular las planchas, aparte de lo que ya te he contado, ni las destapé para mirarlas. Estaba convencida de que era la obra de Dios, y por lo tanto no sentí que fuera necesario hacerlo.” La seguridad plena de Emma respecto a la realidad de las planchas, a pesar de no haberlas visto, es una poderosa declaración sobre la validez de otras formas de conocer y percibir más allá de lo visual.
Los acontecimientos que rodearon la pérdida de las 116 páginas ilustran bien cómo el proceso de traducción fue, en muchos aspectos, un verdadero esfuerzo conjunto entre José y Emma, y cómo ella también estaba profundamente comprometida con el proyecto. Al día siguiente de que Martin partiera con las 116 páginas, Emma dio a luz a su primer hijo, quien nació muerto o vivió solo un par de horas. Después de un parto largo y extremadamente difícil, la vida de Emma estuvo en peligro por más de dos semanas. A medida que su salud mejoraba, José se mostraba cada vez más ansioso por el manuscrito, “pero no mencionaba el tema a Emma por temor a agitar su mente en demasía y afectar la salud de su cuerpo.” Sin embargo, según relata Lucy Mack Smith, Emma—también preocupada por el manuscrito—le dijo a su esposo: “Me siento tan intranquila… que no puedo descansar y no estaré en paz hasta saber qué está haciendo el Sr. Harris con él. ¿No crees que sería prudente que fueras a averiguar por qué no ha escrito ni enviado ninguna noticia desde que se fue?” La preocupación de Emma por el manuscrito y su insistencia en que José partiera para averiguar sobre él, a pesar de su delicada situación de salud y del devastador dolor por la pérdida de su primer hijo, dicen mucho sobre su propio compromiso con la obra.
Aunque muchos estudiosos han atribuido la preocupación expresada por Emma respecto a las planchas al desánimo creciente de José por el estado del manuscrito, también debe considerarse el trabajo que Emma realizó al escribir parte de las 116 páginas y los incontables sacrificios que hizo para ayudar en la obra de traducción, así como la afirmación de Lucy sobre la agitación personal de Emma en relación con el manuscrito. Además, la reacción de José ante Martin cuando este le informa que ha perdido el manuscrito habla de la profunda implicación de Emma en el proyecto. “¿Debo entonces… regresar con mi esposa con una historia como esta? No me atrevo a hacerlo, no sea que la mate de inmediato.” Dada la delicada salud de Emma, las palabras de José quizás no fueron una hipérbole, sino una expresión auténtica de su preocupación de que su esposa no pudiera soportar la pérdida adicional de todo aquello por lo que habían trabajado juntos. Una declaración que Emma hizo al final de su vida—que “ella fue una participante activa en los acontecimientos que ocurrieron y estuvo presente durante la traducción de las planchas, y tenía conocimiento de las cosas a medida que sucedían”—es sin duda precisa. Y gracias a su testimonio, obtenemos nuevo conocimiento sobre el proceso de traducción y sobre el poder que tienen los testimonios más allá de lo visual.
Conclusión
Cada una de estas mujeres—Mary Musselman Whitmer, Lucy Mack Smith, Lucy Harris y Emma Hale Smith—apoyó la obra de traducción y ofreció su propio testimonio de la realidad de las planchas. Al reconocer sus contribuciones, no solo devolvemos a las mujeres al relato en el que fueron actrices fundamentales, sino que también ampliamos el concepto de lo que significa dar testimonio y las múltiples formas en que se puede recibir un testimonio. El tacto, el sonido, las impresiones espirituales y las visiones pueden, como ilustran estas mujeres, producir una experiencia más duradera y poderosa que la vista. A su vez, a través de los testimonios de estas mujeres, podemos ver cómo la traducción del Libro de Mormón requirió y a la vez generó un esfuerzo comunitario; hombres y mujeres, personas jóvenes y mayores, tanto familiares como amigos, trabajaron juntos en este proyecto sagrado. Casi dos siglos después, el milagro de esta gran obra puede resonar con mayor fuerza y edificar más fe cuando reconocemos cómo Dios utilizó a hombres y mujeres dedicados para llevar a cabo su gran obra de traducción y restauración.
























