La aparición del Libro de Mormón

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Las negociaciones de José Smith
para publicar el Libro de Mormón

Gerrit J. Dirkmaat y Michael Hubbard MacKay
Gerrit J. Dirkmaat y Michael Hubbard MacKay eran profesores adjuntos de historia y doctrina de la Iglesia en la Universidad Brigham Young cuando se escribió este artículo.


En el verano de 1829, la larga odisea de José Smith para obtener y traducir las planchas de oro al inglés como el Libro de Mormón finalmente se acercaba a su fin. Habían pasado casi seis años desde que José viviera su primera y sorprendente visita de un ángel que se identificó como Moroni. Durante ese tiempo, había experimentado numerosos contratiempos y desilusiones, tanto personales como espirituales.

No había logrado obtener las planchas inmediatamente después de aquella primera noche de visitas angélicas en 1823, y más tarde explicó que no había podido conseguirlas al principio porque había “buscado las Planchas para obtener riquezas y no guardé el mandamiento de tener la vista puesta únicamente en la gloria de Dios”. Después de cuatro años más de arrepentimiento, preparación e instrucción celestial, José finalmente obtuvo las planchas en 1827. Rechazado por eruditos mundanos que afirmaban no poder traducir los caracteres copiados de las planchas, José procedió a usar unas piedras videntes especialmente preparadas para, milagrosamente, traducir los caracteres a palabras en inglés que dictaba a varios escribientes, entre ellos su esposa Emma y Martin Harris. Pero una triple tragedia golpeó el hogar de los Smith en la primavera y verano de 1828, comenzando con la pérdida de las planchas de oro y de las piedras videntes —a menudo llamadas espejuelos— que había encontrado junto con las planchas.

Después de que José solicitara repetidamente permiso para que Martin Harris llevara las páginas traducidas que constituían el Libro de Lehi para mostrarlas a su familia, el ángel regresó y confiscó las planchas y los espejuelos. Poco después, Emma dio a luz al primer hijo de la pareja, pero el bebé varón nació muerto o murió inmediatamente después del parto, lo que supuso un golpe devastador para su joven familia. Peor aún, Emma estuvo a punto de morir debido al complicado parto, y José pasó semanas cuidándola hasta que recuperara la salud. A medida que Emma comenzaba a recuperarse, José partió hacia Palmyra para averiguar por qué Harris aún no había regresado con las páginas del manuscrito que se había llevado, solo para descubrir que Harris las había perdido; casi todo el trabajo de traducción realizado en los meses anteriores se había perdido. Devastado por la pérdida de las páginas, de luto por la muerte de su hijo y en apuros económicos, José “clamó al Señor que proveyera para mí a fin de lograr la obra a la cual me había mandado”.

En este momento de desesperación y desmoralización, Oliver Cowdery apareció en escena de manera fortuita. Sin que José y Emma lo supieran, Cowdery se había estado hospedando en la casa de José Smith padre en Manchester. Aunque al principio José padre había sido reacio a compartir muchos detalles sobre las visiones y la misión de su hijo, finalmente se abrió con Cowdery respecto a las planchas de oro y las visitas de ángeles, probablemente como resultado de una revelación que José hijo había dado a su padre (D. y C. 4), en la cual se instruía a José padre a compartir el evangelio. Mientras meditaba y oraba acerca de las asombrosas cosas que José padre le había contado, Cowdery tuvo su propia visión notable en la cual el Señor se le apareció y le mostró “las planchas en visión y también la veracidad de la obra y lo que el Señor estaba por hacer”. Los dos hombres, aunque a veces se veían obstaculizados por no tener suficiente dinero para comprar papel o incluso alimentos, rápidamente reanudaron la obra de traducción con gran vigor.

Durante una primavera y un verano que trajeron más de una docena de nuevas revelaciones, más visitas angélicas y un aumento en el número de personas que seguían las nuevas enseñanzas reveladas por José, el proyecto de traducción finalmente se acercaba a su finalización. Pero producir las cientos de páginas del manuscrito traducido era solo parte de la dificultad para sacar adelante el Libro de Mormón. Ahora José y sus amigos se enfrentaban quizás a un desafío aún más abrumador: encontrar a un editor dispuesto y pagar la suma extraordinaria que costaría imprimir el Libro de Mormón.

Los hombres fueron primero al taller de impresión más grande del pueblo, propiedad de un amigo de Martin Harris, Egbert B. Grandin. Grandin era el editor del Wayne Sentinel, un periódico local, y tenía un acuerdo comercial con Luther Howard para encuadernar los libros impresos en su prensa. No se sabe con certeza cuándo comenzaron las negociaciones iniciales, pero en la edición del Sentinel del 16 de junio de 1829, Grandin publicó la página del título del futuro Libro de Mormón, uno de los requisitos que José Smith debía cumplir para asegurar los derechos de autor del libro. En ese punto temprano, sin embargo, Grandin parecía completamente desdeñoso con respecto a todo el proyecto. Junto a la página del título del futuro Libro de Mormón, Grandin añadió su propio comentario burlón de que “se pretende que será publicado tan pronto como se complete la traducción”.

No es de sorprender, entonces, que Grandin rechazara la oferta inicial de José Smith y Martin Harris para publicar el libro. Grandin tenía que considerar su reputación como editor y líder comunitario, y sabía muy bien que, en cuanto a la traducción de las planchas de oro, “la mayoría de la gente tiene la idea de que todo el asunto es el resultado de un engaño burdo y una superstición aún más burda”. Además, al menos según algunos relatos, Grandin aparentemente estaba preocupado por el bienestar de Martin Harris y su familia. Mientras que muchos impresores estaban dispuestos a publicar libros y luego compartir las ganancias esperadas de las ventas con el autor, este acuerdo se basaba en la creencia del impresor de que el libro se vendería lo suficientemente bien como para recuperar los costos de producción. Grandin fue tajante en que el Libro de Mormón no se vendería, y se negó a considerar tal arreglo. Cuando Harris propuso vender su granja para pagar la publicación él mismo, Grandin “de inmediato les aconsejó en contra de lo que consideraba una supuesta locura” y fue incansable en su oposición a todo el plan. Grandin aparentemente incluso trató de reunir apoyo comunitario en contra de la publicación propuesta. Acudió a los amigos influyentes de Harris y obtuvo su ayuda para intentar convencer a Martin Harris de que abandonara su apoyo a José Smith y que “desistiera y retirara” su compromiso de pagar por el libro. Harris, con firmeza, “resistió con determinación” las súplicas de Grandin y sus otros amigos, y se mantuvo resuelto a pagar por la publicación del Libro de Mormón. Pero Grandin tampoco cedería. Aunque José Smith y Martin Harris supuestamente se reunieron con Grandin en múltiples ocasiones para intentar negociar un acuerdo, Grandin se negó rotundamente “a darle más consideración”.

Al no lograr asegurar el uso de la imprenta de Grandin para la publicación, José Smith y Martin Harris recurrieron entonces a otro impresor en Palmyra: Jonathan A. Hadley. Hadley era el editor y propietario del Palmyra Freeman, un periódico antimazón que desde 1828 había lanzado repetidas andanadas de ataques retóricos abrasadores contra las murallas de la imagen pública de la masonería. Hadley era un joven fogoso, de apenas veinte años, pero ya había ascendido en el mundo de la imprenta desde aprendiz hasta convertirse en editor de su propia publicación. Al igual que Thurlow Weed —el maestro impresor con quien había sido aprendiz en Rochester—, Hadley publicaba un periódico centrado en noticias políticas, con un sarcasmo editorial mordaz que nunca perdía la oportunidad de demonizar a la institución masónica. Por ejemplo, cuando otro periódico reportó la propuesta de formar una “sociedad contra el comer en exceso”, Hadley se burló sardónicamente: “Debería ser una sociedad contra la falta de ejercicio… Sospechamos que hay pocos casos conocidos de hombres trabajadores que coman en exceso.” Y como golpe final a los masones, opinó: “Preferiríamos una sociedad contra el asesinato y la traición —sin excepciones— antes que cualquiera de las anteriores.”

Hadley había anunciado repetidamente sus capacidades de impresión en su periódico, asegurando que podía realizar “todo tipo de impresiones por encargo… con la misma rapidez y a precios tan razonables como en cualquier imprenta… al oeste de la capital.” Como el inmenso costo de publicar el Libro de Mormón había sido la razón principal del rechazo de Grandin, José pudo haber esperado encontrar un socio más dispuesto en el competidor de Grandin, y quizás uno que hiciera el trabajo por un precio más bajo. Aunque es difícil determinar cómo fueron las negociaciones y las interacciones, Hadley afirmó más tarde que Martin Harris le había hablado con frecuencia sobre las planchas de oro y había intentado convencerlo de aceptar las visiones de José Smith. En algún momento del verano de 1829, al menos Martin Harris —si no también José— se acercó a Hadley para hablar sobre la publicación del Libro de Mormón. En un relato escrito años después, durante el auge de la agitación antimormona a nivel nacional, Hadley afirmó: “Yo era tan escéptico que me negué rotundamente a tener cualquier ‘parte ni suerte’ en el engaño, diciéndole al mismo tiempo que, si procedía con la publicación, sentiría como deber, como conductor de un periódico público fiel, el exponerlo a él y a toda la pandilla mormona.”

A pesar de esta afirmación posterior de haber rechazado el Libro de Mormón por repulsión hacia su contenido, Hadley aparentemente se negó a publicarlo por razones prácticas más que morales. Aunque “Harris poseía una buena granja en ese pueblo, y ofreció hipotecarla para asegurar los gastos de impresión,” Hadley no tenía los medios para emprender un proyecto tan grande como la publicación de cinco mil copias de un libro de casi seiscientas páginas. Las acciones de José Smith y Martin Harris después de su entrevista con Hadley no indican un rechazo categórico de parte de Hadley. En cambio, la pareja emprendió el viaje de casi veinticinco millas hasta la ciudad de Rochester, pasando por alto pueblos mucho más cercanos, como Canandaigua, que contaban con varias imprentas al menos del tamaño de la de Grandin. ¿Por qué entonces viajaron a Rochester, un trayecto que al menos requería un día de viaje? La explicación más lógica para tal desplazamiento es que, aunque Hadley no contaba con las instalaciones necesarias para publicar el Libro de Mormón él mismo, los refirió a su antiguo maestro impresor en Rochester: Thurlow Weed.

Thurlow Weed ya era una figura renombrada en todo el oeste del estado de Nueva York, aunque no precisamente por su destreza en la impresión de libros. Más bien, este fogoso escritor era conocido por la postura militante que había adoptado en contra de la masonería. Habiendo servido anteriormente en la legislatura del estado de Nueva York, Weed utilizó su periódico, el Anti-Masonic Enquirer, así como sus conexiones políticas, para fomentar una revuelta estatal contra el poder y la influencia de los masones en la sociedad estadounidense. Lideró el impulso para formar una nueva organización política de antimasones en todo el estado. Su capacidad política lo convertiría más adelante en uno de los principales organizadores de los partidos Whig y luego Republicano.

Es difícil determinar con exactitud cómo reaccionó Weed a la visita inicial de José Smith y a la explicación tanto del Libro de Mormón como de su deseo de que Weed lo publicara. Los únicos relatos de sus negociaciones son recuerdos tardíos del propio Thurlow Weed, y en cada caso Weed publicó su versión de la historia en momentos de intenso fervor antimormón en la nación. Como hábil periodista y político, fue cuidadoso en retratar su involucramiento en los orígenes de la fe mormona de la manera más antagónica y burlona posible.

Además, para cuando Weed publicó sus relatos, ya estaba claramente influenciado por las afirmaciones de otros opositores a José Smith y al Libro de Mormón; por ejemplo, Weed adoptó los argumentos promovidos por Doctor Philastus Hurlbut y Eber D. Howe, y dijo a sus lectores que antes de que el Libro de Mormón fuera producido, Smith “se fue vagabundeando por el oeste de Pensilvania, donde, nadie sabe cómo, se hizo con el manuscrito de un clérigo medio trastornado, con el cual regresó a Palmyra.” Tras adoptar la afirmación de Howe de que el Libro de Mormón se originó en un manuscrito escrito por Solomon Spaulding, Weed además aseguró que José Smith intentó engañar a la gente al afirmar que había encontrado una piedra que producía las palabras del libro. Dijo a sus lectores que José supuestamente había obtenido una piedra y que era de esta piedra o de una “pizarra inspirada” que solía colocar en su sombrero, desde donde leía a los “pocos boquiabiertos” nuevas y extrañas revelaciones; y finalmente, produjo el Libro de Mormón, como el credo y la fe de un pueblo del cual él fue destinado por la Providencia a ser su Profeta y Gobernante.”

Después de cumplir con su objetivo de difamar y distorsionar los orígenes de la fe, Weed procedió a explicar su papel en las negociaciones sobre el Libro de Mormón: “El Profeta y su Converso Smith y Harris vinieron a Rochester y nos ofrecieron el honor de ser sus impresores… pero como nosotros solo estábamos en el negocio de los periódicos, nos contentamos con leer un capítulo de lo que parecía una estupidez tan miserable e incoherente, que nos preguntamos cómo ‘Joe’ había logrado engañar al primero con ello.” Para Weed, en 1845, creer en el mormonismo era una “enfermedad mental.”

Casi una década después, tras un artículo que denunciaba el mormonismo y sus prácticas matrimoniales polígamas, Weed volvió a presentar las negociaciones bajo una luz negativa:

Hace veintiocho años, “JOE SMITH”, el fundador de esta secta, y “HARRIS”, su primer converso, acudieron al editor principal del The Journal, que entonces residía en Rochester, para imprimir su “Libro de Mormón”, recién transcrito de la “Biblia de Oro” que Jo. había encontrado en una hendidura de una roca a la que había sido guiado por una visión. Intentamos leer el primer capítulo, pero parecía un galimatías tan ininteligible que fue descartado. Jo. era un ocioso de taberna en el pueblo de Palmyra. Harris, quien se ofreció a pagar la impresión, era un agricultor acomodado. Disgustados por lo que consideramos una “invención débil” de un impostor, y sin querer despojar a Harris de sus arduas ganancias, rechazamos la propuesta. El manuscrito fue entonces llevado a otra imprenta al otro lado de la calle, de donde, a su debido tiempo, surgió la “Biblia Mormona” original.

Aprovechando el ánimo antimormón de sus lectores, Weed argumentó que su decisión de rechazar el manuscrito fue un acto de deber moral y cívico, teñido de un altruismo que le impidió aceptar el trabajo porque Harris habría quedado arruinado financieramente. Había desaparecido su explicación inicial de que su oficina simplemente no estaba preparada en ese momento para imprimir libros.

A medida que la carrera política de Weed continuaba en ascenso durante la década de 1850, junto con la de su aliado William Seward, una vez más publicó un artículo en el que abordaba sus primeras negociaciones con José Smith. Sin embargo, este artículo de 1858 fue escrito en un clima en el que el presidente James Buchanan había enviado al ejército de los Estados Unidos al Territorio de Utah tras declarar que se encontraba en estado de rebelión, y prometió que sus habitantes “no debían esperar más indulgencia, sino prepararse para ser tratados con rigor.” Aunque Weed lamentaba lo “mortificante” que era que “el mormonismo busque y encuentre creyentes entre quienes han disfrutado de las ventajas de la civilización, y por quienes las Verdades de la Revelación han sido rechazadas”, su propósito al escribir era condenar la violencia anticipada que se dirigiría contra los llamados mormones rebeldes en Utah. Weed instaba al gobierno a “RESCATAR en vez de DESTRUIR” a los mormones engañados en Utah, ya que esperaba que el ejército “lograra una conquista moral sobre los mormones, mucho más humana y duradera que las victorias ganadas con balas y bautizadas en sangre.”

Quizás en un intento de reforzar su autoridad en la discusión sobre cómo debería actuar el gobierno frente a la situación mormona del momento, Weed volvió a relatar la visita de 1829 de José Smith y Martin Harris. Weed explicó cómo Smith llegó a su oficina “con el manuscrito de su Biblia Mormona, para que fuera impreso… pero después de leer algunos capítulos, parecía tal revoltijo de absurdos ininteligibles, que rehusamos el trabajo, aconsejando a Harris que no hipotecara su granja ni dejara en la miseria a su familia.”

Aunque Weed solía presentar sus negociaciones con José Smith como si hubiesen sido solo un breve y único encuentro, su explicación final del episodio en su autobiografía describe una entrevista que duró varios días, e incluye detalles que faltan en todas sus versiones anteriores. En este relato, Weed describe a José Smith llegando solo a su oficina en Rochester. José le dijo a Weed que “quería imprimir un libro, y agregó que había sido guiado en una visión a un lugar en el bosque cerca de Palmyra, donde residía, y que allí encontró una ‘Biblia de oro’, de la cual había sido instruido a copiar el libro que deseaba publicar.” La reacción de Weed debió de haber sido tan escéptica que José Smith intentó demostrarle la naturaleza divina del libro con lo que (si el relato de Weed es cierto) fue una manifestación sin precedentes de su poder de traducción. Weed relató que Smith colocó una piedra en su sombrero “y desde allí leyó un capítulo del ‘Libro de Mormón’.” Sin embargo, esta demostración del origen divino del libro no logró convencer a Weed, y José se marchó ese día sin llegar a ningún acuerdo. No obstante, José regresó al día siguiente, esta vez acompañado de Martin Harris. El hecho de que José regresara con Martin al día siguiente sugiere que, a pesar de las declaraciones interesadas de Weed en sentido contrario, este no había rechazado de plano el proyecto por razones morales; más bien, su decisión estuvo motivada por razones económicas. Harris insistió a Weed que si este aceptaba imprimir el libro, él “se haría responsable de los gastos de impresión.” Weed, o bien no se convenció de que Harris pudiera reunir los fondos, o, como afirmó mucho más tarde, las palabras del Libro de Mormón “parecían tan insensatas que pensé que el hombre José Smith estaba loco o era un impostor muy superficial, y por lo tanto rechacé ser su impresor.”

Ante esta decepción, y habiendo viajado ya la considerable distancia hasta Rochester, José y Martin buscaron otra alternativa, esta vez recurriendo a uno de los críticos y competidores más fervientes de Weed: Elihu F. Marshall, editor del Rochester Album. Marshall, un impresor consumado, había escrito y publicado un libro de ortografía en 1819 que recibió elogios de figuras como el presidente del Tribunal Supremo, John Marshall. Este exitoso libro aún se vendía en Palmyra en 1829, y es probable que fuera uno de los utilizados por Oliver Cowdery en su labor docente. Para junio de 1829, Marshall había ampliado sus operaciones y estaba activamente buscando libros para publicar y vender en su tienda de Rochester.

No se sabe si José Smith acudió a negociar con Elihu Marshall por casualidad, como resultado de los anuncios de Marshall, por sugerencia de Weed, o debido a que algunas de las declaraciones públicas de Marshall lo impresionaron. Apenas unos meses antes de que José Smith y Martin Harris visitaran a Marshall en su taller para solicitar su ayuda para publicar el Libro de Mormón, Marshall había estado involucrado en una muy pública disputa religiosa. Fue rechazado por el cuerpo principal de la Sociedad Religiosa de los Amigos (cuáqueros) por aceptar las enseñanzas del teólogo cuáquero radical Elias Hicks; Marshall había coescrito un panfleto que ofrecía una severa reprimenda no solo a los cuáqueros, sino a cualquier grupo religioso que no permitiera el “juicio individual”. En cambio, Marshall argumentaba, Dios aceptaba a los hombres según la vida que llevaban, sin importar la obsesión protestante con credos y confesiones. La adhesión a una “religión especulativa o teología abstracta”, afirmaba Marshall, no era una razón legítima para rechazar a alguien que intentara vivir el evangelio de Cristo.

Si José Smith estaba al tanto de los sentimientos religiosos de Marshall, estas declaraciones públicas en favor de la tolerancia religiosa habrían sido un alivio bienvenido ante los constantes ataques que soportaba respecto a lo que otros percibían como herejía. Más adelante, José registró que él y Oliver Cowdery habían sido visitados en Fayette por muchas personas que atacaban sus creencias y les hacían muchas “preguntas difíciles, tratando de confundirlos”. Entre quienes intentaban refutar las afirmaciones de José sobre la revelación se encontraban “varios sacerdotes instruidos que generalmente venían con el propósito de disputar.” La disposición de José Smith a defender más adelante en su vida las creencias religiosas de otros era algo que a menudo era reconocido por quienes lo conocían. Por ejemplo, en 1843, el utópico inglés John Finch visitó Nauvoo y se sorprendió por la ausencia de pretensiones religiosas que emanaban de José Smith. No solo lo había invitado a dirigirse al pueblo de Nauvoo en dos ocasiones diferentes, sino que Finch relató asombrado cuán generalizada era esta práctica. Escribió: “Joe Smith solía invitar a los forasteros que visitaban Nauvoo, sin importar sus inclinaciones políticas o religiosas, a dar discursos a su pueblo. Un ministro unitario de Boston iba a darles un discurso el domingo siguiente. Dijo que permitía libertad de conciencia a todos, y que no temía que ningún grupo alejara a su pueblo de él.”

Ya fuera motivado por sentimientos comunes de tolerancia o no, Elihu Marshall fue el primer impresor que se reunió con José Smith y le dio una respuesta positiva. Lamentablemente, no existen registros de sus negociaciones, por lo que no se conocen los términos acordados. Lo que sí se sabe es que José Smith y Martin Harris seguían prefiriendo publicar el Libro de Mormón en Palmyra, si era posible. Probablemente temiendo otro desastre como el que ocurrió cuando Harris perdió el manuscrito conocido como las 116 páginas, José decidió tomar dos precauciones para proteger el texto. En primer lugar, instruyó a Oliver Cowdery que hiciera una copia del manuscrito. La intención era llevar esas páginas copiadas a la imprenta en lugar del manuscrito original. En segundo lugar, en lugar de entregar todo el manuscrito al impresor de una sola vez, José planeaba hacer llegar solo unas pocas páginas a la vez, lo que reduciría la posibilidad de pérdida o mal uso del texto y eliminaría la posibilidad de que el texto completo fuera robado. Si bien estas medidas de seguridad eran prudentes dadas las pérdidas anteriores del manuscrito del Libro de Lehi, también requerían un enfoque mucho más directo en el proceso de publicación de lo que era habitual. Oliver Cowdery, Martin Harris y Hyrum Smith tendrían que estar cerca del lugar de impresión, lo que hacía que una imprenta en Rochester, en lugar de Palmyra, presentara toda una serie de desafíos logísticos y costosos. Si el libro se imprimía en Rochester, estos hombres tendrían que conseguir alojamiento y comida durante varios meses en una ciudad desconocida. Si surgían problemas con la impresión que requirieran la intervención de José, Rochester estaba un día más lejos de su hogar en Harmony, Pensilvania.

Al regresar a Palmyra con el acuerdo de Marshall ya asegurado, José Smith y Martin Harris buscaron nuevamente una audiencia con Egbert Grandin, el editor del Wayne Sentinel, quien los había rechazado tan rotundamente al principio. Al explicarle a Grandin que si continuaba negándose a realizar el trabajo, “la impresión se haría de todos modos”, Grandin finalmente cedió y “celebró un contrato para la impresión y encuadernación deseadas.”

Aunque, según se informa, Grandin había dudado en aceptar el trabajo por consideración hacia Harris —al no querer privarlo de su fortuna para pagar el libro—, para cuando los dos regresaron a la imprenta de Grandin desde Rochester, el altruismo de Grandin se había desvanecido por completo. En lugar de ofrecer condiciones favorables para suavizar el impacto sobre las propiedades de Harris, Grandin, probablemente al percibir la ganancia que podría obtener de estos hombres aparentemente desesperados, impuso términos verdaderamente duros por sus servicios. Primero, Grandin exigió que el pago por la impresión se realizara en su totalidad por adelantado. No bastarían medidas a medias ni pagos parciales. Segundo, fijó el costo de la publicación de las cinco mil copias del Libro de Mormón en tres mil dólares, una suma exorbitante que parecía superar ampliamente el margen de ganancia habitual que obtenían los impresores en esa época.

A pesar del costo, Smith y Harris cerraron el trato con Grandin y aceptaron el precio exigido. El esfuerzo de varias semanas para encontrar un impresor dispuesto había llegado finalmente a su fin. Los hombres se habían topado con múltiples decepciones, enfrentado duras burlas e incredulidad, pero mediante la perseverancia lograron finalmente su objetivo original: convencer a Egbert Grandin de publicar el Libro de Mormón en Palmyra. Aunque no se sabe con certeza cuándo se alcanzó este acuerdo, aparentemente ocurrió en algún momento antes del 11 de agosto de 1829.

Si bien José Smith debió de sentirse eufórico al ver que su búsqueda de un impresor terminaba finalmente en Palmyra, Jonathan Hadley —el editor del Palmyra Freeman que los había enviado a Rochester— se sintió completamente indignado. No solo Smith no iba a publicar el libro con su aliado y mentor Thurlow Weed, sino que planeaba que lo imprimiera Grandin, el rival político y económico de Hadley en la misma ciudad. La ira de Hadley lo llevó a publicar una diatriba detallada en contra de la anticipada publicación del Libro de Mormón, proporcionando así el relato publicado más antiguo que se conoce sobre la visita de un ángel a José Smith, el hallazgo de las planchas y de las piedras videntes, y la mecánica mediante la cual José tradujo las planchas.

La filípica de Hadley arremetía contra la totalidad de las afirmaciones de José Smith sobre revelación divina. Llamando a la “Biblia de Oro” “la mayor muestra de superstición que ha llegado a nuestro conocimiento”, Hadley procedió a relatar los detalles que rodeaban el descubrimiento y la traducción de las planchas de oro, tal como los había recibido de José Smith y Martin Harris durante sus negociaciones editoriales a principios del verano. Aunque Hadley era sin duda un antagonista, como varios otros primeros opositores del mormonismo, parecía transmitir las afirmaciones de José Smith con relativa exactitud. Afirmaba que las afirmaciones de Smith sobre visitas angelicales, traducciones milagrosas y planchas de oro que contenían escritos de antiguos profetas eran tan increíbles que no había necesidad de atacar personalmente a Smith ni de ofrecer explicaciones alternativas sobre la creación del texto del Libro de Mormón. Hadley concluyó que las afirmaciones de José Smith parecerían tan fantásticas y ridículas a sus lectores, que no era necesario refutar categóricamente la historia.

Escribió sobre la “Biblia de Oro”:

Sus prosélitos dan el siguiente relato de ella: En el otoño de 1827, una persona llamada José Smith, de Manchester, condado de Ontario, informó que había sido visitado en sueños por el espíritu del Todopoderoso, y se le indicó que en cierto cerro de ese pueblo estaba depositada esta Biblia de Oro, que contiene un registro antiguo de naturaleza y origen divino. Después de haber sido visitado así en tres ocasiones, según afirma, se dirigió al lugar y… ¡allí fue encontrada la Biblia, junto con un enorme par de Espejuelos!

Tras burlarse del hecho de que a José Smith se le había dicho que no mostrara las planchas a nadie, Hadley procedió a brindar detalles que simplemente no estaban disponibles para nadie que no hubiera tenido una conversación directa con José Smith. Les contó a sus lectores que: “Se decía que las hojas de la Biblia eran planchas de oro, de aproximadamente ocho pulgadas de largo, seis de ancho y un octavo de pulgada de grosor, sobre las cuales estaban grabados caracteres o jeroglíficos. Colocando los Espejuelos dentro de un sombrero y mirando dentro de él, Smith podía (al menos eso decía él) interpretar esos caracteres.” Esta descripción de las dimensiones de las planchas sería la misma que José Smith repetiría más de una década después en su famosa carta Wentworth. Que José Smith realizaba la traducción colocando las piedras videntes dentro de un sombrero para bloquear la luz ambiental sería posteriormente atestiguado por asociados cercanos y escribas como David Whitmer, Joseph Knight e incluso la propia Emma Smith.

El relato escéptico y crítico de Hadley sobre los acontecimientos no se detuvo en el descubrimiento y la traducción de las planchas. Más bien, Hadley comenzó a informar a sus lectores con detalle que, aunque la historia “casi invariablemente fue tratada como debía ser—con desprecio”—Martin Harris, “un honesto e industrioso agricultor de este pueblo”, había llegado a creer de todo corazón. De hecho, “Tan ciegamente entusiasta era Harris, que tomó algunos de los caracteres interpretados por Smith, y salió en busca de alguien, además del intérprete, lo suficientemente instruido para traducirlos al inglés; pero todos a quienes consultó (entre ellos estaba el profesor Mitchell, de Nueva York), no poseían el conocimiento suficiente como para dejarlo satisfecho. ¡Harris regresó y puso a Smith a trabajar en la interpretación de la Biblia!” Luego, informando a los residentes de Palmyra que su nombre pronto estaría para siempre ligado al Libro de Mormón, Hadley escribió con una mezcla de emoción e incredulidad: “¡La obra está por ser llevada a la imprenta en este pueblo!!”

El relato exacto pero desdeñoso de Hadley sobre las planchas y la traducción sin duda contribuyó a aumentar la hostilidad de un público en Palmyra que ya había rechazado las afirmaciones de José Smith respecto a experiencias milagrosas. Sin embargo, el creciente rechazo popular hacia el Libro de Mormón no era el problema más inmediato que enfrentaba José Smith en el momento en que Hadley publicó su mordaz crítica. En cambio, José se enfrentaba a un obstáculo inesperado: una tormenta que no anticipó ni sabía cómo enfrentar.

Después de haber cerrado el trato con Grandin, la magnitud de los recursos financieros necesarios para publicar el libro se hizo completamente evidente. Tres mil dólares no solo era una suma considerable; el costo de publicación era quince veces más caro que la granja de catorce acres que José poseía en Harmony, la cual incluía una pequeña casa. Excavando pozos o trabajando como jornalero, José podría haber esperado ganar poco más de un dólar al día. Incluso si no tuviera gastos de subsistencia, ni hipoteca que pagar, ni responsabilidades familiares, a José Smith le habría tomado casi una década reunir el dinero suficiente para pagarle a Grandin la publicación del libro. El destino de la publicación no descansaba sobre los hombros de un José casi sin recursos y cargado de deudas, ni sobre su igualmente empobrecida familia. Todas las esperanzas de publicación estaban depositadas, como siempre lo habían estado, firmemente sobre el pecho de Martin Harris.

Martin Harris había declarado en múltiples ocasiones que él sería el medio por el cual se pagaría el Libro de Mormón. Ya en su visita de 1828 a Charles Anthon, según se reporta, Harris “tenía la intención de vender su granja y entregar el monto recibido a quienes deseaban publicar las planchas”. Harris se había ofrecido a pagar la impresión durante sus negociaciones iniciales con Grandin; también había asegurado a un escéptico Thurlow Weed que él asumiría el costo total de la publicación. Probablemente hizo la misma oferta desinteresada a Jonathan Hadley. Pero ahora, después de haber cerrado finalmente el acuerdo con Grandin para imprimir el libro, Harris aparentemente vaciló ante la suma exigida. Tal como se lo habían advertido tanto Weed como Grandin, el costo de imprimir el libro arruinaría financieramente a Harris. Charles Anthon informó que, en un principio, Harris creía que las copias del Libro de Mormón se venderían bien porque el libro “produciría un cambio total en el mundo y lo salvaría de la ruina”. Pero profesores instruidos, amigos, familiares y expertos en el comercio de impresión y venta de libros sostenían con unanimidad que un libro así no se vendería en absoluto, y mucho menos cinco mil copias. Hombres como Weed, Grandin y Anthon apelaron a su experiencia en el mundo para comunicarle a Harris, de forma directa, que enfrentaba una ruina financiera segura si realmente pagaba por la publicación.

El enorme costo del proyecto, combinado con la negativa rotunda con la que los expertos recibieron la iniciativa, aparentemente hizo vacilar a Harris. Aunque se había cerrado el acuerdo con Grandin para imprimir los libros probablemente a fines de julio o principios de agosto, pasaron semanas sin que Grandin comenzara el trabajo. Pagar toda la impresión por adelantado requería prácticamente todos los activos importantes de Harris. Como recordaría más tarde el yerno de Grandin, “Harris por un tiempo quedó algo tambaleante en su confianza; pero no se podía hacer nada en cuanto a la impresión sin su ayuda.” Y así, los días —y luego las semanas— comenzaron a pasar sin que iniciara el trabajo de impresión, ya que Grandin, quien había despreciado el proyecto desde el comienzo, se negó rotundamente a componer la primera línea de texto antes de recibir el pago por adelantado.

En esta ocasión, un frustrado José Smith recibió una solución sobrenatural, más que temporal, a su dilema. En algún momento durante el estancamiento con Martin Harris respecto al pago de la impresión en el verano de 1829, José Smith recibió una de sus revelaciones más conocidas, dirigida al ahora repentinamente reacio Harris. El texto de la revelación hablaba a Harris con la voz de Jesucristo: “Por tanto, te mando por mi nombre, y por mi poder Omnipotente, que te arrepientas: arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi ira, y con mi enojo, y tus sufrimientos sean grandes: ¡Cuán grandes no lo sabes! ¡Cuán exquisitos no lo sabes! ¡Sí, cuán difíciles de soportar no lo sabes!”

Después de llamar a Harris al arrepentimiento y describir vívidamente el sufrimiento absoluto de Cristo durante Su expiación por los pecados del mundo, la revelación entonces declaró: “Te mando que no codicies tus propios bienes, sino que los impartas libremente para la impresión del libro de Mormón que contiene… la palabra de Dios.” La revelación no solo ordenaba a Harris entregar su propiedad para pagar la impresión, sino que además le explicaba con exactitud lo que eso significaba: “Imparte una porción de tus bienes; sí, incluso parte de tus tierras y todo, salvo lo necesario para el sustento de tu familia. Paga la deuda del impresor. Libérate de la esclavitud.” Las líneas que preceden estas instrucciones advertían a Harris que “recibirás aflicción si desatiendes estos consejos; sí, incluso la destrucción de ti mismo y de tus bienes.”

A pesar de sus evidentes reservas y del creciente coro de voces que se burlaban de semejante decisión, Harris obedeció las palabras de la revelación y dio el valiente paso de financiar el costo total de la publicación del Libro de Mormón. Tal como se le había indicado en la revelación, hipotecó la mayor parte de sus propiedades a favor de Egbert Grandin por los prometidos tres mil dólares el 25 de agosto de 1829, poniéndose en riesgo de una ruina financiera casi total. Asegurado su beneficio, Grandin partió inmediatamente hacia la ciudad de Nueva York para adquirir el tipo necesario y comenzar el trabajo del proyecto.

Con la hipoteca de Harris, la difícil odisea de José Smith para encontrar un impresor dispuesto a publicar el libro llegó finalmente a su fin. Aunque José aparentemente esperaba que el libro estuviera listo para el 1 de febrero de 1830, no fue sino hasta finales de marzo que las copias estuvieron finalmente disponibles para la venta. Y aunque los pronosticadores del mundo tenían razón al afirmar que el público general rechazaría el libro y que no habría una venta acelerada, se equivocaron al decir que no se vendería en absoluto. En el transcurso de la siguiente década, el inventario de cinco mil copias de la primera impresión eventualmente se agotó, y ya en 1833 se estaban haciendo planes para una nueva impresión del Libro de Mormón. Y aunque los cínicos como Weed y Grandin estaban seguros de que Harris lo perdería todo —y Harris en efecto perdió la mayor parte de sus propiedades en Palmyra como resultado de su difícil decisión de cumplir con su compromiso y pagar la publicación—, finalmente fue reembolsado a medida que se vendían los libros. Más tarde dijo a un entrevistador: “Nunca perdí ni un centavo. El hermano Smith… me pagó todo lo que adelanté, y más aún.”

En última instancia, José Smith y Martin Harris hicieron grandes sacrificios para traducir y publicar el Libro de Mormón porque creían en aquello de lo que los detractores se burlaban: que la obra provenía de “un registro antiguo de naturaleza y origen divino” y que, en efecto, como Charles Anthon había descartado con tanta ligereza, “produciría un cambio total en el mundo y lo salvaría de la ruina.”

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