El Espíritu de Revelación

EL ESPÍRITU DE  REVELACIÓN

DAVID A. BEDNAR

© 2021 David A. Bednar

El Espíritu de  Revelación.pdf


El libro El Espíritu de  Revelación, escrito por el élder David A. Bednar, es una obra profundamente espiritual que invita al lector a reconocer cómo el Señor se comunica con Sus hijos de maneras personales, constantes y sagradas. No es un tratado académico ni una guía técnica sobre la inspiración; es un testimonio vivo, lleno de experiencias reales y de una comprensión apacible sobre cómo el Espíritu Santo obra en la vida cotidiana de quienes procuran seguir al Salvador.

Desde las primeras páginas, el élder Bednar nos recuerda que la revelación no es un evento extraordinario reservado solo para profetas, sino un proceso continuo que está al alcance de todo discípulo fiel. A través de relatos personales —muchos de ellos compartidos junto a su esposa, Susan—, muestra cómo el Espíritu puede guiar en los momentos más comunes de la vida: en el hogar, en una conversación con un hijo, en una reunión misional, o incluso durante un simple paseo por la playa. En cada historia se percibe la delicadeza del cielo y la forma en que Dios enseña, consuela y dirige a Sus hijos por medio de impresiones suaves y persistentes.

El mensaje central del libro es claro: la revelación viene al actuar. Bednar enseña que la inspiración divina no llega mientras permanecemos inmóviles, esperando una señal espectacular. Llega mientras avanzamos con fe, mientras hacemos lo mejor que podemos con lo que sabemos. En palabras que reflejan tanto doctrina como experiencia, él explica que el Espíritu guía “línea sobre línea, precepto sobre precepto”, y que solo al dar un paso adelante podemos ver el siguiente. Así, la fe y la revelación se entrelazan en un proceso de crecimiento continuo.

Cada capítulo ilustra un principio de revelación a través de historias concretas: un misionero que recibe una impresión en el momento justo, una madre que reconoce una respuesta en un sueño, o el propio autor, que siente la guía del Señor en decisiones aparentemente pequeñas pero espiritualmente significativas. En estos relatos no hay dramatismo, sino reverencia. Bednar muestra que las experiencias espirituales más profundas suelen ser tranquilas, discretas y llenas de paz.

El tono del libro es sereno y reflexivo. Más que ofrecer definiciones, el élder Bednar busca enseñar a discernir. Quiere que el lector aprenda a reconocer la voz del Espíritu en medio del ruido del mundo y a confiar en que esa voz no siempre se impone con fuerza, sino que susurra al corazón con ternura divina.

Otro tema recurrente es la humildad. Bednar subraya que la revelación no se obtiene por insistencia o curiosidad, sino por disposición espiritual y por el deseo de alinear nuestra voluntad con la de Dios. En su mensaje resuena una verdad sencilla y poderosa: cuanto más puro es el corazón y más sincero el propósito, más clara se vuelve la guía del cielo.

Al llegar al final del libro, el lector descubre que El Espíritu de Revelación no solo enseña sobre la revelación, sino que es, en sí mismo, el resultado de un proceso revelador. El propio élder Bednar relata cómo la inspiración divina guió la estructura, el enfoque y el desarrollo de la obra, confirmando que el Espíritu Santo no solo ilumina lo que escribimos o enseñamos, sino también el modo en que lo hacemos.

En conjunto, el libro es un testimonio apacible y poderoso de que Dios aún habla hoy. Su Espíritu se comunica con cada uno de nosotros en la medida en que aprendemos a escuchar, a actuar con fe y a vivir con gratitud. El élder Bednar no promete experiencias espectaculares, sino algo más profundo: la certeza de que, en lo cotidiano, en lo aparentemente pequeño, el cielo sigue hablándonos.


Tabla de Contenido

Introducción
Sección 1
Principios
El principio de lo apacible y pequeño
El principio de oír lo que no se dice
El principio de línea por línea
El principio de no saber de antemano
El principio de “No se haga mi voluntad, sino la tuya”
El principio de la diligencia y la atención
El principio de la proximidad
El principio de la repetición
El principio de “los dones esparcidos entre nosotros”
El principio del “qué”, no del “por qué” ni del “cuándo”
Sección 2 — Episodios
Mudarnos a Arkansas
Una transición inesperada
¿Sí o no?
Fe para actuar
Una entrevista improvisada
Una oferta de ayuda
Tiempos difíciles y una respuesta clara
Un cambio de último momento
Intervención divina por medio del Espíritu Santo
Michael Bednar
Responder una pregunta no formulada
Mi hijo también es hijo de Dios
Un milagro revelador
Aprendiendo a escuchar
Todo estará bien
Una respuesta inspirada
El sueño de una madre justa
“Más elevado y más sagrado”
Hacer una pregunta inspirada
Encontrando el lugar correcto
Una tormenta en la playa
Conferencia de prensa del Templo de Roma, Italia
Conclusión


Introducción


Durante algún tiempo, he sentido el deseo de escribir un libro sobre el espíritu de revelación. Los cambios en la manera en que ministramos unos a otros en la Iglesia, en cómo aprendemos, enseñamos y adoramos en nuestros hogares y familias, y en cómo aumentamos nuestro propio nivel de comprensión del evangelio, han resaltado nuestra necesidad de ser guiados por el Espíritu cada día. En verdad, necesitamos “¡Oírle a Él!” (José Smith—Historia 1:17).

La revelación es la comunicación de Dios a Sus hijos en la tierra y una de las grandes bendiciones asociadas con el don y la constante compañía del Espíritu Santo. El profeta José Smith enseñó: “El Espíritu Santo es un revelador”, y “ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith [2007], 132).

El espíritu de revelación está disponible para toda persona que reciba, por la debida autoridad del sacerdocio, las ordenanzas salvadoras del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y la imposición de manos para el don del Espíritu Santo, y que actúe con fe para cumplir la instrucción del sacerdocio de “recibir el Espíritu Santo”. Esta bendición no está restringida a las autoridades presidenciales de la Iglesia; más bien, pertenece y debe operar en la vida de todo hombre, mujer y niño que haya alcanzado la edad de responsabilidad y haya hecho convenios sagrados. El deseo sincero y la dignidad invitan al espíritu de revelación a nuestras vidas.

Obtenemos cierta comprensión sobre la importancia de entender el espíritu de revelación a partir de un suceso registrado por Brigham Young. Varios años después del martirio del profeta José Smith, él se apareció al presidente Young y compartió este consejo intemporal:
“Diles a las personas que sean humildes y fieles, y asegúrense de conservar el Espíritu del Señor, y Él los guiará por el camino correcto. Tengan cuidado de no rechazar la voz apacible; ella les enseñará qué hacer y adónde ir; producirá los frutos del reino. Diles a los hermanos que mantengan sus corazones abiertos a la convicción, para que cuando el Espíritu Santo venga a ellos, sus corazones estén listos para recibirlo. Ellos pueden distinguir el Espíritu del Señor de todos los demás espíritus; susurrará paz y gozo a sus almas; quitará la malicia, el odio, la contienda y todo mal de sus corazones; y todo su deseo será hacer el bien, producir rectitud y edificar el reino de Dios. Diles a los hermanos que si siguen al Espíritu del Señor, irán por el camino correcto” (Manuscrito de la Historia de Brigham Young, 2 vols., ed. Elden Jay Watson, 2:529–30 [23 de febrero de 1847]).

De todas las verdades que el profeta José pudo haber enseñado a Brigham Young en esa ocasión sagrada, él destacó la importancia de obtener y conservar el Espíritu del Señor. Consideremos las extraordinarias promesas que mencionó respecto al Espíritu:
• “Les enseñará qué hacer y adónde ir.”
• “Producirá los frutos del reino.”
• “Susurrará paz y gozo a sus almas.”
• “Quitar á la malicia, el odio, la contienda y todo mal de sus corazones.”
• “Irán por el camino correcto.”

Estas son bendiciones que todos desearíamos reclamar. Pero la tarea de escribir un libro sobre este tema ha resultado más difícil de lo que imaginaba, principalmente porque un libro es lineal por su propia naturaleza, pero la revelación no lo es. Los principios que rigen la revelación no encajan perfectamente en una secuencia o patrón de “haz esto, y aquello sucederá”. No puedo ofrecer a los lectores una lista de verificación de “los diez pasos básicos para recibir revelación personal” ni ningún otro tipo de fórmula a seguir.

En Doctrina y Convenios encontramos una clave significativa para comprender el don espiritual de la revelación y el proceso mediante el cual este don suele operar: “Sí, he aquí, te hablaré en tu mente y en tu corazón, por medio del Espíritu Santo, que vendrá sobre ti y que morará en tu corazón. Ahora bien, he aquí, este es el espíritu de revelación” (Doctrina y Convenios 8:2–3).

Estos versículos nos enseñan que la revelación de nuestro Padre, en su forma más familiar, llega por el poder del Espíritu Santo como pensamientos a nuestra mente y sentimientos a nuestro corazón. Pero debido a que el Espíritu Santo generalmente utiliza nuestra mente y nuestro corazón para transmitir mensajes espirituales, a veces puede ser difícil discernir la diferencia entre nuestros propios pensamientos y sentimientos y aquellos comunicados por nuestro Padre Celestial.

En el mundo actual, muchos tonos engañosos y falsificados imitan el verdadero sonido y norma del Espíritu. Por ejemplo, me pregunto si a veces confundimos con demasiada facilidad el sentimiento personal y el sensacionalismo espiritual con las impresiones del Espíritu Santo. Si no somos cuidadosos y discernimos correctamente, podríamos seguir equivocadamente una impresión falsa que nos aparte del camino. Como enseñó el profeta José Smith: “Nada causa mayor daño a los hijos de los hombres que estar bajo la influencia de un espíritu falso, cuando creen que tienen el Espíritu de Dios” (Times and Seasons, 1 de abril de 1842, pág. 744. En Joseph Smith Papers, https://www.josephsmithpapers.org/paper-summary/times-and-seasons-1-april-1842/10).

Las Escrituras nos dicen: “Aplica tu corazón a la inteligencia” (Proverbios 2:2). Este versículo es interesante porque normalmente pensamos en entender las cosas de manera cognitiva y racional con nuestra mente. Pero cuando lo que sabemos en nuestra mente es confirmado como verdadero en nuestro corazón por el testimonio del Espíritu Santo, entonces somos bendecidos con entendimiento. Así, el entendimiento es una conclusión revelada y un don espiritual.

Cuando leemos en Doctrina y Convenios que los padres en Sion tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a entender (véase Doctrina y Convenios 68:25), muchas personas pueden concluir: “Bueno, debo ayudarlos a que ‘el evangelio les entre en la cabeza’”. Pero eso es solo una parte del requisito.

Tú o yo, como oradores o maestros, podemos desempeñar un papel importante al ayudar a un oyente o estudiante a “entender”. Sin embargo, lo más importante es la disposición del aprendiz para ablandar y abrir su corazón, de modo que el Espíritu Santo pueda dar testimonio de lo que se ha enseñado. Necesitamos enseñar, testificar y hablar del evangelio en nuestros hogares de manera que invitemos al Espíritu Santo a confirmar la veracidad de las cosas que se dicen y se ven. Avanzar con fe en el viaje que va de la mente al corazón, por el poder del Espíritu Santo, es el comienzo del entendimiento.

Las personas pueden experimentar los patrones de llegar a “entender” en su mente y en su corazón en diferentes secuencias. A veces la mente toma la delantera y el corazón sigue; a veces el corazón toma la delantera y la mente sigue. Y, a veces, mente y corazón interactúan de maneras singulares e iterativas. Sin embargo, en última instancia, una persona puede llegar al destino espiritual deseado, y mente y corazón quedan alineados. La salvaguarda que ayuda a prevenir el engaño y la mala interpretación es que el verdadero entendimiento requiere de ambos.

Los roles tanto de la mente como del corazón en la revelación personal son cruciales, y no existen fórmulas simples ni pasos recomendados que puedan guiarnos a través de este exigente proceso espiritual. En efecto, este libro no intenta definir cómo funciona la revelación. Más bien, es un testimonio y una declaración de que la revelación sí funciona—y lo hace de múltiples y variadas maneras.

Lo más cercano que puedo llegar a describir mi propósito es con la metáfora de la natación. Cuando estamos aprendiendo a nadar, casi todos comenzamos aterrados. No sabemos qué esperar; no sabemos qué hacer. Primero aprendemos a contener la respiración, a flotar y a realizar algunos movimientos básicos. A medida que gradualmente ganamos experiencia y confianza, y a medida que mejoran nuestros movimientos, finalmente comenzamos simplemente a desplazarnos por el agua. Nuestros movimientos se vuelven cada vez más naturales y gráciles. La precisión y el ritmo de nuestras brazadas hacen que el aire y el agua sean casi indistinguibles entre sí. Sabemos que estamos en el agua, pero ya no es un gran problema estar en ella. Nuestro aprendizaje y práctica han reemplazado el miedo con la firme seguridad de que “¡podemos hacerlo!”.

Aprendemos en las Escrituras y en las oraciones sacramentales que “siempre tengan su Espíritu consigo” (Doctrina y Convenios 20:77; énfasis añadido). Y a medida que verdaderamente aprendemos y confiamos en que el Espíritu está obrando en nuestra vida, es como si hubiéramos estado nadando durante mucho tiempo: estamos en el flujo y hemos dejado de preocuparnos por las brazadas y la mecánica que implican. Avanzamos cada vez más con la fe de que estamos siendo guiados por el Espíritu.

Así como podemos aprender a dejar de preocuparnos por cómo nadar, podemos llegar a un punto en que dejemos de preocuparnos por si estamos recibiendo o no revelación personal. Algunas personas pasan mucho tiempo angustiadas por una pregunta básica: “¿Fue eso una revelación o solo fui yo?” En esencia, estas personas están agitando el agua en las etapas iniciales, tratando simplemente de mantener la cabeza fuera del agua. Las personas pueden llegar a enfocarse tanto en, y preocuparse tanto por, “¿Estoy recibiendo revelación? ¿Es esto una revelación?”, que eso mismo puede obstaculizar su capacidad para recibir revelación.

Quitarnos del medio—superar nuestros deseos personales, expectativas, preferencias y falta de entendimiento para oír y sentir la voz del Espíritu—es uno de los grandes desafíos de nuestra probación mortal. Pero la tarea no consiste tanto en persuadir al Espíritu para que nos guíe, sino en reconocer que Él nos está guiando, y lo ha estado haciendo todo el tiempo.

Si estamos esforzándonos por ser y llegar a ser buenos—no perfectos ahora, pero mejorando gradualmente—, si estamos honrando nuestros convenios, buscando la compañía del Espíritu Santo, participando dignamente de la Santa Cena y conservando una remisión de nuestros pecados, y seguimos adelante, entonces, en verdad, podemos tener la compañía constante del Espíritu Santo. No estamos “preparándonos para recibir revelación”; estamos “viviendo en la revelación”.

En las páginas que siguen, he procurado resumir en un solo lugar varios principios que he observado respecto al espíritu de revelación. Luego he incluido ejemplos de revelación de mi propia vida y de la vida de otros. Estas experiencias servirán como “práctica” para ayudarte a reconocer la revelación que opera en tu propia vida, así como practicarías las brazadas que aprendes al nadar.

Mi esperanza es que, como resultado de las ideas que comparto y de los susurros del Espíritu para contigo, puedas discernir con mayor claridad la ayuda constante del cielo que has recibido en tu vida en el pasado. Ruego que tu fe en el Salvador crezca más fuerte, que tu esperanza en el futuro brille con mayor intensidad, y que tu “confianza se fortalezca” (Doctrina y Convenios 121:45) al reconocer que el espíritu de revelación está obrando en tu vida.


Sección 1

Principios


En esta sección presento varios principios que he observado y aprendido mientras he procurado comprender con mayor claridad el espíritu de revelación. Se ofrecen sin un orden particular.

He asignado de manera algo arbitraria un nombre a cada uno de los principios, con el fin de hacerlos más memorables y fáciles de aplicar a los ejemplos de la Sección 2. Pero esta recopilación de ningún modo es exhaustiva, y los principios no existen de manera aislada ni independiente unos de otros. Con mayor frecuencia, se superponen y actúan en conjunto, y cualquier experiencia con el Espíritu probablemente involucre varios de ellos al mismo tiempo.

A medida que leas, te invito a considerar y registrar principios adicionales que el Espíritu pueda enseñarte.


El principio de lo apacible y pequeño


Aun cuando nos esforzamos por ser fieles y obedientes, hay momentos en los que la dirección, la seguridad y la paz del Espíritu no son fácilmente reconocibles en nuestra vida. De hecho, el Libro de Mormón describe a lamanitas fieles que “fueron bautizados con fuego y con el Espíritu Santo, y no lo supieron” (3 Nefi 9:20).

Algunas personas podrían preguntar: “¿Por qué el Señor no hace que la voz del Espíritu sea fácil de reconocer todo el tiempo?” Sugiero una respuesta sencilla: porque Dios confía en nosotros y desea que crezcamos. Como miembros de Su Iglesia restaurada que hacemos y guardamos convenios, no deberíamos esperar ni necesitar que Él nos sacuda dramáticamente para captar nuestra atención.

En cambio, la influencia del Espíritu Santo se describe en las Escrituras como “una voz apacible y delicada” (1 Reyes 19:12; véase también 3 Nefi 11:3) y una “voz de perfecta dulzura” (Helamán 5:30). Así, el Espíritu del Señor normalmente se comunica con nosotros de maneras silenciosas, delicadas y sutiles.

Por ejemplo, puede que alguna vez olvides orar por la mañana. Y de repente, escuchas en tu mente la voz de tu madre, quien, cuando eras pequeño, te decía: “Recuerda tus oraciones de la mañana.” ¿Por qué enviaría Dios a un ángel para entregarte ese mensaje cuando el Espíritu Santo, el tercer miembro de la Trinidad, que hace que “recordéis todas las cosas” (Juan 14:26), puede suscitar el recuerdo de tu madre angelical recordándote orar? El efecto espiritual es el mismo.

El presidente Boyd K. Packer explicó: “Estas delicadas y refinadas comunicaciones espirituales no se ven con los ojos ni se oyen con los oídos. Y aunque se describe como una voz, es una voz que uno siente más de lo que oye… El Espíritu no capta nuestra atención gritando ni sacudiéndonos con mano pesada. Más bien, susurra. Acaricia con tanta suavidad que, si estamos distraídos, puede que no lo sintamos en absoluto” (That All May Be Edified [1982], págs. 335–336).

He pensado si nosotros, como miembros de la Iglesia, hablamos y enfatizamos con tanta frecuencia las manifestaciones espirituales maravillosas, magníficas y dramáticas, que tal vez pasamos por alto la influencia habitual del Espíritu Santo, que es silenciosa, delicada y sutil. He escuchado a personas decir: “Si pudiera ser como Saulo en el camino a Damasco y ver una luz, o si un ángel viniera a mí como a Alma el Joven, entonces sabría.”

No deseo faltar el respeto—ni intento ser liviano o frívolo—pero, espiritualmente hablando, Saulo estaba “desorientado”. Era un férreo perseguidor de los cristianos y había estado “respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (Hechos 9:1). Participó en la lapidación de Esteban (véanse Hechos 7:57–8:3) y trabajaba activamente para buscar y arrestar a los seguidores de Jesús, con la intención de llevarlos a Jerusalén como prisioneros para ser interrogados y posiblemente ejecutados (véase Hechos 9:2).

¿Crees que un hombre así estaba preparado para percibir, oír, sentir o responder a la voz apacible y delicada? Para captar la atención de este hombre descarriado, el Señor tuvo que usar el equivalente de un relámpago espiritual. Algunos podrían pensar que esa única experiencia transformó a Saulo en Pablo. Pero eso no fue lo que lo convirtió. En última instancia, él se convirtió haciendo lo que tú y yo necesitamos hacer: leer, estudiar, orar, ayunar y obedecer de manera constante. No es por medio de manifestaciones maravillosas que llega el testimonio de la veracidad del evangelio de Jesucristo; más bien, es por medio del cumplimiento sencillo y constante de las cosas fundamentales que sabemos que debemos hacer.

Quizás muchos miembros de la Iglesia hoy en día no suelen ver luces ni oír voces en sus propios caminos hacia Damasco porque han sido bendecidos al encontrarse en un estado espiritual mucho mejor que el de Saulo. Dios confía en nosotros para aprender y responder a la voz apacible y delicada de Su Espíritu (véase Doctrina y Convenios 85:6–7).

Alma el Joven fue “un hombre muy inicuo e idólatra. Y era un hombre muy elocuente, y hablaba muchas lisonjas al pueblo; por tanto, indujo a muchos del pueblo a que hicieran conforme a las iniquidades de él. Y vino a ser un gran impedimento para la prosperidad de la iglesia de Dios; robando los corazones del pueblo; causando mucha disensión entre el pueblo; dando ocasión para que el enemigo de Dios ejerciera su poder sobre ellos” (Mosíah 27:8–9).

Alma el Joven, al igual que Saulo, espiritualmente estaba “desorientado”. No estaba preparado ni listo para responder a la voz apacible y delicada del Espíritu. En consecuencia, recibió una llamada de atención abrumadora, incluso una bofetada espiritual.

La aparición de un ángel no convirtió a Alma. Más bien, aquella visita celestial simplemente dio inicio a un proceso de conversión que finalmente transformó a Alma el Joven en un discípulo devoto del Salvador. De hecho, cuando habló al pueblo de Zarahemla, declaró: “Y esto os testifico, que sé que las cosas de que os he hablado son verdaderas. ¿Y cómo suponéis que sé de su certeza? He aquí, os digo que son manifestadas a mí por el Espíritu Santo de Dios. He aquí, he ayunado y orado muchos días para saber estas cosas por mí mismo” (Alma 5:45–46; énfasis añadido). Nótese que Alma no mencionó nada acerca de la aparición de un ángel.

Quizás los miembros de la Iglesia no suelen ver ni conversar con ángeles porque han sido bendecidos al encontrarse en un estado espiritual mucho mejor que el de Alma el Joven. Dios confía en nosotros para aprender y responder a la voz apacible y delicada.

En mi ministerio he conversado con muchas personas que, al no haber tenido alguna manifestación milagrosa o una entrevista personal con un ser celestial, cuestionan la fortaleza de su propio testimonio y su capacidad espiritual. Considera este consejo del presidente Joseph F. Smith: “Muéstrenme a los santos de los últimos días que tienen que alimentarse de milagros, señales y visiones para mantenerse firmes en la Iglesia, y yo les mostraré miembros de la Iglesia que no están en buena posición ante Dios y que andan por senderos resbaladizos. No es por medio de manifestaciones maravillosas que seremos establecidos en la verdad, sino por medio de la humildad y la fiel obediencia a los mandamientos y leyes de Dios” (Doctrina del Evangelio [ed. 1986], pág. 7).

El presidente Spencer W. Kimball explicó: “Las zarzas ardientes, los montes humeantes, los lienzos con animales de cuatro patas, los Cumorahs y los Kirtlands fueron realidades; pero fueron la excepción. El gran volumen de revelación llegó a Moisés y a José, y llega al profeta de hoy de una manera menos espectacular: por medio de impresiones profundas, sin espectáculo ni glamour ni hechos dramáticos. Si siempre esperamos lo espectacular, muchos perderán por completo el constante flujo de comunicación revelada” (Informe de la Conferencia, Conferencia de Área de Múnich, Alemania, 1973, pág. 77).

Honrar tus convenios y guardar los mandamientos son los indicadores más seguros de tu capacidad espiritual. Simplemente sigue adelante con fe en el Salvador, y “todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).


El principio de oír lo que no se dice


Cuando la hermana Bednar y yo nos reunimos con miembros de la Iglesia y con misioneros, con frecuencia les recomendamos que no anoten nada de lo que decimos. Además, a menudo declaro que espero que los miembros de la congregación o de la clase nunca recuerden nada de lo que podamos presentar. En cambio, les sugiero que, durante el tiempo que estemos juntos, presten mucha atención a los pensamientos que vengan a su mente y a los sentimientos que lleguen a su corazón por el poder del Espíritu Santo. Las notas que escriban deben ser sencillas, breves y centradas en esos pensamientos y sentimientos, y no en los comentarios que nosotros hagamos.

Estas instrucciones a menudo se reciben con incredulidad, porque contradicen la bien establecida tradición de tomar abundantes apuntes sobre el contenido del mensaje de un maestro o un orador. Pero las razones para este enfoque son bastante simples —y profundamente importantes—.

Nefi escribió su registro en dos conjuntos principales de planchas: las grandes y las pequeñas. Las planchas mayores contenían una historia secular, “una relación del gobierno de los reyes, y las guerras y contiendas de mi pueblo” (1 Nefi 9:4). Las planchas menores relataban las cosas consideradas “más preciosas; … predicación que era sagrada, o revelación que era grande, o profecía, … y escribiré de ellas cuanto me fuere posible, por amor de Cristo y por amor de nuestro pueblo” (Jacob 1:2, 4).

Cuando nuestras notas se enfocan en registrar las declaraciones de un maestro o un orador, en esencia estamos escribiendo en las planchas mayores, registrando “la historia” de la clase o reunión. Pero cuando anotamos recordatorios y observaciones sobre lo que estamos aprendiendo de manera individual y personal por el poder del Espíritu Santo, entonces estamos escribiendo las “cosas de nuestra alma” en planchas menores (véase 2 Nefi 4:15).

Con el tiempo, puede que no usemos ni llevemos un registro de las notas que tomamos en nuestras “planchas mayores”. Pero ciertamente utilizaremos y conservaremos las verdades que anotemos en nuestras “planchas menores” personales. El élder Richard G. Scott explicó: “El conocimiento cuidadosamente registrado es conocimiento disponible en el momento de necesidad. La información espiritualmente sensible debe guardarse en un lugar sagrado que le comunique al Señor cuánto la valoras. Esa práctica aumenta la probabilidad de que recibas más luz” (“Adquirir conocimiento espiritual”, Liahona, noviembre de 1993).

Los pensamientos, sentimientos e impresiones individuales y personales que recibimos por el poder del Espíritu Santo son las cosas que oímos pero que no se dicen. Enfocarnos principalmente —y de manera exclusiva— en el contenido del mensaje de un maestro o un orador puede, de hecho, distraernos de las impresiones y respuestas que Dios nos envía por el poder de Su Espíritu.

El periodista Boyd Matheson asistió a un devocional en el que invité a los miembros de una gran congregación a enfocarse en oír lo que no se decía, y él observó: “Cuanto más enseñaba el élder Bednar, menos se tomaban notas al estilo de dictado; las impresiones personales, los mensajes espirituales personalizados, el testimonio individual junto con las respuestas a preguntas conocidas y desconocidas eran cuidadosamente, reflexivamente y agradecidamente escritos. Mientras observaba el auditorio, vi la atención y el aprendizaje más intensos que jamás había presenciado en un entorno así. Fue una edificación apacible y silenciosa, combinada con un regocijo reverente en conjunto” (“What happened when Elder Bednar asked 15,000 BYU–Idaho students to listen to the Spirit instead of him”, TheChurchNews.com, publicado el 1 de octubre de 2019).

Recuerdo una ocasión en la que pregunté a los élderes y hermanas en una reunión misional qué estaban aprendiendo sobre el proceso de oír lo que no se dice. Pedí a un élder que respondiera, y él explicó: “Las cosas que oigo con mis oídos naturales están destinadas y dirigidas al beneficio de todos. Pero las cosas que recibo en mi mente y en mi corazón por el poder del Espíritu están destinadas solo para mí.” ¡Qué respuesta tan notable de un misionero de dieciocho años!

Otros misioneros informaron haber recibido respuestas específicas a preguntas que tenían en su mente y corazón, pero que no habían tenido la oportunidad de formular. Y algunos describieron haber recibido respuestas a preocupaciones y desafíos que antes no habían reconocido.

Oír lo que no se dice requiere ejercer fe en el Salvador, así como humildad y mansedumbre, y los dones espirituales de tener oídos para oír y ojos para ver.

La capacidad espiritual de oír lo que no se dice requiere mucho más que simplemente asistir a una clase o reunión y esperar que la instrucción o la prédica llenen nuestro “depósito espiritual”. Más bien, necesitamos estar ansiosamente comprometidos en un patrón continuo de pedir, buscar, llamar, escuchar y actuar. A medida que actuamos y pedimos con fe, el Espíritu Santo nos ayuda a ver con mayor claridad cosas que hemos visto muchas veces antes, pero que quizá nunca habíamos visto realmente. El Espíritu también nos permite oír lo que hemos oído muchas veces anteriormente, pero que, en realidad, tal vez nunca habíamos escuchado de verdad.


El principio de línea por línea


Creo que muchos de nosotros, sin darnos cuenta, aceptamos una suposición errónea sobre cómo se recibe la revelación por medio del Espíritu, una suposición que luego genera expectativas equivocadas acerca de cómo obtenemos conocimiento espiritual. Y esa falsa suposición y nuestras expectativas mal informadas finalmente obstaculizan nuestra capacidad para reconocer y responder a las impresiones del Espíritu Santo.

Permítanme sugerir que muchos de nosotros solemos asumir que recibiremos una respuesta o una impresión en respuesta a nuestras fervientes oraciones y súplicas. Y con frecuencia también esperamos que tal respuesta o impresión llegue de inmediato y de una sola vez. Así, tendemos a creer que el Señor nos dará una gran respuesta rápidamente y toda al mismo tiempo.

Sin embargo, un principio descrito repetidamente en las Escrituras sugiere que recibimos “línea por línea, precepto por precepto” (2 Nefi 28:30), o, en otras palabras, muchas pequeñas respuestas a lo largo del tiempo. Reconocer y entender este principio es una clave importante para obtener inspiración y ayuda del Espíritu Santo.

Todos reconocemos que recibir una gran respuesta rápidamente y de una sola vez es posible, y de hecho ocurre en algunas circunstancias excepcionales. Pero, por lo general, recibimos una serie de impresiones y estímulos espirituales aparentemente pequeños e incrementales que, en su conjunto, constituyen la confirmación deseada sobre la corrección del camino que estamos siguiendo.

El élder Richard G. Scott enseñó: “La verdad preciosa llega poco a poco, mediante la fe, con gran esfuerzo y, a veces, con dolorosas luchas. El Señor desea que sea así para que podamos madurar y progresar. Moroni dijo: ‘No contendáis porque no veis, porque no recibís testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe’ (Éter 12:6)” (“Adquirir conocimiento espiritual”, Liahona, noviembre de 1993).

Para ilustrar la naturaleza gradual de la mayoría de la revelación personal, los invito a considerar dos experiencias que la mayoría de nosotros hemos tenido con la luz.

La primera experiencia ocurre cuando entramos en una habitación oscura y encendemos un interruptor de luz. Recordemos cómo, en un instante, una brillante inundación de luz llenó la habitación y disipó la oscuridad. Lo que antes era invisible e incierto se volvió claro y reconocible. Esta experiencia se caracteriza por un reconocimiento inmediato e intenso de la luz.

La segunda experiencia ocurre cuando observamos cómo la noche se convierte en mañana. ¿Recuerdas el lento y casi imperceptible aumento de la luz en el horizonte? En contraste con encender una luz en una habitación oscura, la luz del sol naciente no estalla de inmediato. Más bien, gradualmente y de manera constante, la intensidad de la luz aumenta, y la oscuridad de la noche es reemplazada por el resplandor de la mañana. Finalmente, el sol aparece sobre el horizonte, pero la evidencia visual de su inminente llegada era evidente mucho antes de que realmente se elevara sobre la línea del horizonte. Esta experiencia se caracteriza por un discernimiento sutil y gradual de la luz.

De estas dos experiencias cotidianas con la luz, podemos aprender mucho acerca del espíritu de revelación.

Encender una luz en una habitación oscura es como recibir un mensaje de Dios de manera rápida, completa y de una sola vez. Muchos de nosotros hemos experimentado este tipo de revelación cuando hemos recibido respuestas a oraciones sinceras o hemos sido guiados o protegidos según la voluntad y el tiempo de Dios. Descripciones de tales manifestaciones inmediatas e intensas se hallan en las Escrituras, se relatan en la historia de la Iglesia y también se evidencian en nuestras propias vidas. En verdad, estos poderosos milagros ocurren. Sin embargo, este tipo de revelación tiende a ser más raro que común.

El aumento gradual de la luz que irradia del sol naciente es como recibir un mensaje de Dios “línea por línea, precepto por precepto”. Con mayor frecuencia, la revelación llega en pequeños incrementos a lo largo del tiempo y se concede de acuerdo con nuestro deseo, dignidad y preparación. Tales comunicaciones de nuestro Padre Celestial descienden gradual y suavemente, “como el rocío del cielo” sobre nuestras almas (Doctrina y Convenios 121:45). Este tipo de revelación tiende a ser más común que raro.

Otra experiencia habitual con la luz nos ayuda a aprender una verdad adicional sobre el principio de línea por línea en la revelación. A veces el sol sale en una mañana nublada o con neblina. Debido a las condiciones cubiertas, percibir la luz resulta más difícil, y no es posible identificar con precisión el momento exacto en que el sol aparece sobre el horizonte. Pero, aun en una mañana así, tenemos suficiente luz para reconocer un nuevo día y para conducir nuestras labores.

Observa la descripción del principio de línea por línea en acción en el siguiente relato del presidente Joseph F. Smith:

“Cuando, siendo muchacho, empecé en el ministerio, con frecuencia salía y pedía al Señor que me mostrara alguna cosa maravillosa, a fin de que yo pudiera recibir un testimonio. Pero el Señor me negó las maravillas, y me mostró la verdad, línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y otro poco allá, hasta que me hizo saber la verdad desde la coronilla de mi cabeza hasta la planta de mis pies, y hasta que la duda y el temor fueron completamente eliminados de mí. No tuvo que enviarme un ángel desde los cielos para hacerlo, ni hablarme con la trompeta de un arcángel. Por los susurros de la voz apacible y delicada del Espíritu del Dios viviente, me dio el testimonio que poseo. Y por este principio y poder Él dará a todos los hijos de los hombres un conocimiento de la verdad que permanecerá con ellos, y que los hará saber la verdad como Dios la sabe, y hacer la voluntad del Padre como la hace Cristo. Y ninguna cantidad de manifestaciones maravillosas podrá jamás lograr esto” (Doctrina del Evangelio [ed. 1986], pág. 7).

Es interesante notar cómo, siendo joven, el presidente Smith esperaba una gran respuesta, rápida y completa, toda de una vez. Sin embargo, con el tiempo recibió muchas pequeñas respuestas a lo largo de un período prolongado—y de ese modo su testimonio se fortaleció cada vez más.

Tanto la historia de la Iglesia como nuestras vidas personales están llenas de ejemplos del principio de revelación “línea por línea”. Por ejemplo, la doctrina fundamental y los principios del evangelio restaurado no fueron entregados al profeta José Smith en la Arboleda Sagrada en una carpeta organizada y completa. Más bien, esos tesoros invaluables fueron revelados línea por línea, conforme las circunstancias lo requerían y cuando el tiempo era el apropiado.

El élder Neal A. Maxwell indicó: “Aunque la ausencia de verdades vitales del evangelio comenzó a ser remediada por la Restauración, la comprensión y la apreciación no fueron ni amplias ni inmediatas entre todos los miembros de la Iglesia. De manera secuencial, aunque no todos lo reconocieron plenamente en ese momento, las preciosas verdades concernientes a la vida premortal se desplegaron de acuerdo con el patrón de revelación línea sobre línea. Estas aparecieron primero en abril o mayo de 1829 (Alma 13), y luego con mucha más claridad y detalle en 1830, mientras José traducía el Génesis y recibía por revelación el libro de Moisés. Más luz llegó en 1832 (D. y C. 76:11–13), en 1833 (D. y C. 93), y así sucesivamente. Aún más vino en 1842 cuando se publicó el libro de Abraham. José Smith predicó públicamente parte de la doctrina de la vida premortal en 1839 (véase Teachings, p. 158). Más tarde, poco antes de su martirio, llegó el grandioso sermón fúnebre de King Follett en abril de 1844 (véase Teachings, comenzando en la p. 343). Más recientemente, en 1918, recibimos lo que hoy es la sección 138 de Doctrina y Convenios” (A Wonderful Flood of Light [1990], págs. 41–42).

Un ejemplo más reciente y personal del principio línea por línea ocurrió durante mi servicio en BYU–Idaho. Susan y yo solíamos realizar sesiones de preguntas y respuestas con los estudiantes, y algunos preguntaban: “Oré y sentí bien acerca de mi relación con una persona con la que salía. Pero no resultó. ¿Por qué Dios cambió de opinión?”

A menudo respondía: “No creo que Dios haya cambiado de opinión. ¿Podrías haber recibido una respuesta que fue: ‘Haz algunas cosas con esta persona’, para que pudieras descubrir que él o ella no era la persona correcta, lo cual también te prepara para finalmente encontrar a la persona adecuada?”

Existen diversos patrones para aprender y recibir conocimiento por el poder del Espíritu Santo que pueden operar en nuestras vidas. El primer paso puede ser salir con una persona que sea extremadamente controladora o tenga ciertos problemas que nunca habías enfrentado antes. Después de algunas citas, tal vez empieces a preguntarte: “¿Cómo pude haber recibido un sí sobre esta persona?” Bueno, tal vez el sí no significaba “Cásate con esta persona”. El sí era “Aprende”. Y aprendes una lección que te ayuda a ser más sabio y a recibir un mayor don de discernimiento en tus futuras relaciones.

Este mismo patrón fue evidente cuando Nefi y sus hermanos obtuvieron las planchas de bronce de Labán. ¿Cómo resultó cuando echaron suertes para decidir quién iría a pedirlas? No muy bien. Pero fue una importante experiencia de aprendizaje. ¿Y cómo resultó cuando intentaron ofrecerle a Labán su oro y plata? Tampoco muy bien. Pero fue otra experiencia vital de aprendizaje. Todo este episodio del Libro de Mormón resalta un patrón de aprendizaje incremental por el poder del Espíritu, que finalmente permitió a Nefi obtener las planchas de bronce—de la manera del Señor y conforme a Su voluntad y Su tiempo.

Otra declaración del élder Maxwell resume la importancia de aprender y aplicar el patrón del Señor en nuestras vidas: “El progreso pausado no solo es aceptable para el Señor, sino que también es recomendado por Él. Las declaraciones divinas dicen: ‘Sois pequeñitos, y no podéis sobrellevar todas las cosas ahora’ (D. y C. 50:40); ‘Os guiaré’ (D. y C. 78:18). Así como la revelación divina suele darse línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y otro poco allá, de igual manera lograremos nuestro progreso espiritual gradualmente” (véanse Doctrina y Convenios 128:21; 98:12) (Men and Women of Christ [1991], pág. 23).

Comprender el principio de línea por línea nos ayuda a ser cada vez más pacientes con el proceso de recibir guía del Espíritu, y más receptivos a los cambios de dirección que puedan ocurrir mientras seguimos avanzando.


El principio de no saber de antemano


Cuando me reúno con miembros y misioneros en diversas partes del mundo, con frecuencia dejo tiempo para sesiones de preguntas y respuestas. Una de las preguntas que más me hacen es: “¿Cómo puedo saber si estoy recibiendo revelación personal?”

Parece haber entre algunos Santos de los Últimos Días la expectativa de que “tengo que recibir revelación, y debo saber que estoy recibiendo revelación en el mismo momento en que la estoy recibiendo. Voy a ejercer tanta fe que me arrodillaré junto a mi cama y oraré, oraré y oraré hasta saber que Dios ha contestado mi oración”.

Considera esa expectativa en contraste con Nefi, quien dijo: “Iré y haré, porque sé” (véase 1 Nefi 3:7). ¿Cuál fue su declaración después de haber regresado a Jerusalén e intentado tres veces obtener las planchas de bronce? Él afirmó: “Y fui guiado por el Espíritu, sin saber de antemano las cosas que debía hacer. No obstante, salí adelante” (1 Nefi 4:6–7). Traduciendo esa expresión al lenguaje moderno, creo que Nefi estaba diciendo: “En realidad no tenía idea de cómo cumplir esta tarea. Simplemente comencé a trabajar”.

La fe en el Salvador es un principio de acción y de poder. Nefi actuó y fue a Jerusalén, confiando en que Dios lo guiaría. Y mientras actuaba y avanzaba, fue bendecido con poder, y las respuestas llegaron. De manera similar, muchas veces recibimos revelación sin reconocer en el momento preciso cómo o cuándo la estamos recibiendo. Un episodio importante de la historia de la Iglesia ilustra aún más este principio.

En la primavera de 1829, Oliver Cowdery era maestro de escuela en Palmyra, Nueva York. Al enterarse de José Smith y de la obra de traducir el Libro de Mormón, Oliver sintió la impresión de ofrecer su ayuda al joven profeta. En consecuencia, viajó a Harmony, Pensilvania, y se convirtió en el escriba de José. El momento de su llegada y la ayuda que brindó fueron vitales para la aparición del Libro de Mormón.

El Salvador reveló posteriormente a Oliver que, tantas veces como había orado pidiendo guía, había recibido dirección del Espíritu del Señor. “Si no hubiera sido así,” declaró el Señor, “no habrías llegado al lugar donde estás ahora. He aquí, tú sabes que me has inquirido, y yo he iluminado tu mente; y ahora te digo estas cosas para que sepas que has sido iluminado por el Espíritu de verdad” (Doctrina y Convenios 6:14–15). Así, Oliver recibió una revelación por medio del profeta José Smith que le informaba que había estado recibiendo revelación. Aparentemente, Oliver no había reconocido cómo ni cuándo había estado recibiendo dirección de Dios y necesitaba esta instrucción para aumentar su comprensión sobre el espíritu de revelación.

Cuando ejercemos nuestra fe y hacemos las cosas sencillas que sabemos que debemos hacer, gradualmente comenzamos a reconocer y a darnos cuenta de que estamos siendo guiados. Puede que no sepamos de antemano cómo proceder, pero no simplemente nos sentamos a esperar que algo ocurra. Avanzamos con firmeza en Cristo.

Los hijos de Israel, llevando el arca del convenio, avanzaron sin saber de antemano cómo el Señor cumpliría Su promesa de que cruzarían el río Jordán en tierra seca. Llegaron al río, y las aguas se dividieron cuando sus pies se mojaron (véase Josué 3:7–17).

En la medida en que nos quedamos sentados esperando que Dios haga el trabajo por nosotros, no sucede mucho, y pensamos: “Bueno, Él no está escuchando mis oraciones.” Pero sí las está escuchando. Somos nosotros quienes debemos dar los pasos, y no podemos imponerle a Él el resultado que deseamos ni nuestro propio calendario. Debemos orar para tener ojos que vean y oídos que oigan en el camino, de modo que recordemos que Él nos está guiando. Y aunque las cosas no resulten como esperamos o incluso como queremos, podemos aceptar esos resultados cuando reconocemos que Él tiene el control.

En resumen, la fe en el Padre Celestial y en el Salvador es un principio de acción y de poder. Observa el orden: al actuar de acuerdo con Sus enseñanzas, somos bendecidos para recibir Su poder y Su Espíritu. No recibimos el poder para poder actuar; más bien, actuamos y luego recibimos el poder. El sencillo ejercicio de la fe en el Padre Celestial y en Su Hijo Amado invita el espíritu de revelación a nuestras vidas.


El principio de “No se haga mi voluntad, sino la tuya”


Muchas veces sabemos que una impresión proviene del poder del Espíritu Santo cuando nos dice algo que no queremos oír o nos pide hacer algo que no queremos hacer. Esto no siempre ocurre así, pero sucede con la suficiente frecuencia como para merecer una reflexión más profunda.

Consideremos la experiencia de Pedro, tal como se registra en Lucas 5:2–8. Había terminado de pescar por el día y estaba lavando sus redes cuando Jesús llegó y le pidió permiso para subir a su barca y predicar desde allí. Cuando terminó el sermón, Jesús le dijo: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (v. 4).

Esta instrucción debió parecerle contraria a la lógica a Pedro, quien respondió al Señor: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado” (v. 5). Pedro era pescador profesional. Ya había comprobado que no había peces en esa zona. Además, tendría que lanzar nuevamente sus redes recién lavadas al agua, sin ningún beneficio aparente. Pero respondió: “Mas en tu palabra echaré la red” (v. 5).

Y dos barcas se llenaron casi hasta el punto de hundirse con la cantidad de peces que los hombres capturaron.

La historia de Naamán el sirio es otro ejemplo del principio de “no se haga mi voluntad, sino la tuya” en acción. Cuando la sierva de Naamán le sugirió que había un profeta en Israel que podía curarlo de su lepra, su primera reacción fue abordar el asunto con la moneda que él conocía: una gran cantidad de dinero. Pero Eliseo no quería su dinero y no lo aceptó. El Señor tenía otra lección en mente para Naamán: “Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Vé y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (2 Reyes 5:10).

Naamán se enfureció. Esperaba que la sanación ocurriera de una manera muy diferente, y pareció sentirse rechazado e incluso insultado porque el profeta no salió a recibirlo personalmente ni realizó el milagro en el acto. No tenía sentido para él. Había ríos en su propia tierra; ¿por qué debía lavarse en las aguas de Israel? Creía en el poder de la sanación, pero quería que se hiciera a su manera. “Y se volvió, y se fue enojado” (2 Reyes 5:12).

Solo cuando sus siervos lograron persuadirlo para que simplemente probara seguir la instrucción del profeta, finalmente cedió a esas indicaciones y recibió la bendición prometida.

Las Escrituras están llenas de revelaciones que parecen contrarias a la lógica. ¿Cómo se sintió la viuda de Sarepta cuando Elías le pidió que le hiciera un pequeño pan con lo último de su harina? ¿Cómo se sintieron Abinadí, Alma el Joven y Samuel el lamanita cuando se les mandó regresar a las ciudades de las que habían sido expulsados por los inicuos habitantes? ¿Cómo se sintió José Smith al enviar a sus más leales seguidores en una misión a Gran Bretaña en un momento en que estaba rodeado de apóstatas y enemigos?

La vida del presidente Spencer W. Kimball ofrece un ejemplo más reciente y verdaderamente notable del principio de “no se haga mi voluntad, sino la tuya” y del espíritu de revelación. Durante su larga vida, fue afligido por dolencias físicas muy severas, incluyendo forúnculos, enfermedades cardíacas que ponían en riesgo su vida y un devastador cáncer de garganta que afectó gravemente su voz.

En la primavera de 1972, el presidente Kimball, que en ese entonces servía como presidente interino del Cuórum de los Doce Apóstoles, estaba muy enfermo. El cáncer de garganta había regresado, y su corazón amenazaba con fallar debido a una arteria obstruida y una válvula defectuosa. Tenía setenta y siete años de edad. El cáncer fue detenido con tratamientos de cobalto, pero los problemas cardíacos continuaron.

En una reunión con sus médicos y con el presidente Harold B. Lee, de la Primera Presidencia, “el presidente Lee preguntó al doctor [Russell M.] Nelson si una operación podría corregir esos problemas y cuáles eran las probabilidades de sobrevivir.

“‘Quirúrgicamente habría que realizar dos operaciones al mismo tiempo: una para reemplazar la válvula aórtica defectuosa y otra para injertar esa arteria coronaria obstruida, creando un bypass’, explicó el doctor Nelson. ‘No tenemos experiencia en operar a un hombre de setenta y siete años con insuficiencia cardíaca sometiéndolo a ambas operaciones a la vez —una de válvula y otra de corazón coronario—. Nunca se ha hecho antes, que yo sepa. Implicaría un riesgo extremadamente alto. Como cirujano, no puedo recomendar la operación.’

“El presidente Lee entonces preguntó cuáles serían los riesgos si el doctor Nelson decidía proceder con la operación: ‘Son incalculablemente grandes’, respondió Russell, repitiendo nuevamente: ‘No recomendaría una operación’” (Insights from a Prophet’s Life: Russell M. Nelson [2019], 104).

El presidente Kimball dijo con cansancio: “Soy un hombre viejo y estoy listo para morir”. Se preguntaba si, a su edad, tenía sentido luchar tanto por prolongar su vida cuando, quizás, había llegado su hora. El presidente Lee se puso de pie y dijo con poder: “¡Spencer, has sido llamado! ¡No debes morir! Debes hacer todo lo necesario para cuidarte y continuar viviendo.”

La cirugía fue realizada con éxito por el doctor Russell M. Nelson. Mientras el presidente Kimball se recuperaba, el presidente Joseph Fielding Smith falleció. Dieciocho meses después, también falleció el presidente Harold B. Lee, y Spencer W. Kimball se convirtió en el duodécimo presidente de la Iglesia. Considerando su edad y antecedentes de salud, la mayoría esperaba que su administración fuera un breve período de “transición”. Pero, en lugar de eso, fue una época notable de revelación y milagros (véase Petrea Kelly, “Spencer W. Kimball: He Did Not Give Up”, Tambuli, marzo de 1994).

¿Por qué permitiría Dios que tales enfermedades físicas continuas ocurrieran en la vida de un futuro profeta y presidente de la Iglesia restaurada del Señor? ¿Y por qué ese presidente casi perdería su capacidad de hablar? Ciertamente no conozco las respuestas a esas preguntas. Pero quizá las lecciones que aprendió mediante su sufrimiento físico y la instrucción reveladora del Espíritu Santo lo prepararon, al menos en parte, para llegar a ser el poderoso profeta, vidente y revelador que fue.

Las enseñanzas del presidente Kimball ofrecen una ventana a su alma y proporcionan al menos parte de la respuesta a esas dos preguntas desconcertantes. Él declaró: “Estoy agradecido de que mi poder del sacerdocio sea limitado y se use según lo que el Señor considere apropiado. No deseo sanar a todos los enfermos, pues la enfermedad a veces es una gran bendición. Las personas se convierten en ángeles por medio de la enfermedad” (Teachings of Spencer W. Kimball [1982], 167–168).

El presidente M. Russell Ballard compartió la siguiente experiencia: “Estuve un día en presencia del [presidente Spencer W. Kimball] cuando intentaba ayudar a un joven que había perdido su rumbo. Sí, un joven adulto que había perdido su dirección. Su hélice estaba tan desequilibrada que ni siquiera daba vueltas en círculos; iba en dirección contraria hacia el reino del diablo.

“Escuché al presidente Kimball decir, en un momento crucial, a ese joven: ‘Hijo mío, no he disfrutado todos los sufrimientos físicos por los que he pasado. Me habría gustado que me fueran evitados’. Luego clavó sus ojos en ese joven y dijo: ‘Pero en todo mi sufrimiento he llegado a conocer a Dios’. Sentí escalofríos por la espalda y lágrimas llenaron mis ojos. Oh, hermanos y hermanas, la meta es llegar a conocer a Dios. El presidente Kimball ha aprendido —y uno lo siente al entrar en su presencia— a dominar su cuerpo y sus apetitos físicos mediante el poder de su poderoso espíritu eterno” (M. Russell Ballard, “Do Things That Make a Difference”, Ensign, junio de 1983; énfasis añadido).

Al buscar los dones espirituales de ojos para ver y oídos para oír mediante el poder del Espíritu Santo, algunas de las lecciones reveladoras que aprendemos a través de las cosas que sufrimos nos preparan para recibir las bendiciones tanto de la mortalidad como de la eternidad.

El Espíritu Santo no siempre nos invitará a hacer lo que es fácil o conveniente. De hecho, a veces el Espíritu enviará impresiones que van exactamente en contra de lo que queremos hacer. El hecho de que nunca se nos hubiera ocurrido tal cosa por nosotros mismos puede ser una indicación de que proviene del Espíritu, y de que hay bendiciones en camino que nunca habríamos imaginado.

Concluyo esta breve exposición sobre el principio de “no se haga mi voluntad, sino la tuya” con una advertencia y varias precauciones acerca de recibir impresiones espirituales que, al principio, pueden parecer inesperadas o contrarias a la intuición.

Primero, la advertencia. El presidente Boyd K. Packer aconsejó a los presidentes de misión y a sus esposas que no hablaran a la ligera de cosas sagradas. Dijo: “He llegado a creer también que no es prudente hablar continuamente de experiencias espirituales inusuales. Deben guardarse con cuidado y compartirse solo cuando el mismo Espíritu les inspire usarlas para bendecir a otros. . . .
“Una vez escuché al presidente Marion G. Romney aconsejar: ‘No cuento todo lo que sé; . . . porque descubrí que si hablaba demasiado a la ligera de cosas sagradas, después el Señor no confiaba en mí’” (Boyd K. Packer, “The Candle of the Lord”, Ensign, enero de 1983).

El don espiritual de la revelación es una gran bendición en nuestras vidas. A medida que ejercemos y honramos rectamente este don sagrado, demostramos a Dios que somos cada vez más dignos de confianza. No debemos esperar recibir más revelación si no tratamos debidamente las revelaciones que ya hemos recibido. “A muchos les es dado conocer los misterios de Dios; sin embargo, se les manda estrictamente que no los comuniquen sino conforme a la porción de su palabra que Él concede a los hijos de los hombres, conforme a la atención y diligencia que le dan” (Alma 12:9).

Ahora, las advertencias. Algunas personas o grupos demasiado celosos e incluso fanáticos han afirmado recibir dirección espiritual para decir o hacer cosas que son contrarias a la doctrina establecida de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Es de vital importancia recordar siempre que el Espíritu Santo NO inspirará a una persona a violar convenios sagrados ni a desobedecer los mandamientos de Dios.

El Espíritu del Señor NO inspirará a nadie a pensar o actuar de una manera que sea contraria a la doctrina o a las prácticas autorizadas de la Iglesia restaurada del Salvador, tal como se hallan en las Santas Escrituras, en las enseñanzas repetidas de los apóstoles y profetas del Señor, y en las declaraciones y proclamaciones autorizadas del Consejo de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles.

El Señor declaró: “He aquí, mi casa es una casa de orden, . . . y no una casa de confusión” (Doctrina y Convenios 132:8). Si una persona pretende recibir revelación con propósitos fuera de su llamamiento o responsabilidad eclesiástica, entonces puede estar seguro de que tales revelaciones NO provienen del Señor; por ejemplo, un miembro de la Iglesia que afirma recibir revelación para dirigir a la Iglesia a nivel local o general, o una persona que invoca el principio de revelación para guiar a otra sobre la cual no tiene autoridad presidiendo según el orden de la Iglesia.

Repito nuevamente, para enfatizar, la advertencia del profeta José Smith: “Nada causa mayor perjuicio a los hijos de los hombres que estar bajo la influencia de un espíritu falso cuando creen tener el Espíritu de Dios” (Times and Seasons, 1 de abril de 1842, pág. 744; en Joseph Smith Papers, https://www.josephsmithpapers.org/paper-summary/times-and-seasons-1-april-1842/10). A medida que nos esforzamos por emular los atributos cristianos de modestia, mansedumbre y humildad, evitaremos los extremos y excesos espirituales que pueden llevar al engaño y al terrible peligro de “retir[arnos] del Espíritu del Señor, para que no tenga lugar en [nosotros] que [nos] guíe por las sendas de la sabiduría a fin de que [seamos] bendecidos, prosperados y preservados” (Mosíah 2:36).


El principio de la diligencia y la atención


En nuestros días, el Libro de Mormón es la fuente principal a la cual debemos acudir para aprender cómo invitar a nuestras vidas la compañía constante del Espíritu Santo. La descripción en el Libro de Mormón de la Liahona —el director o brújula que Lehi y su familia utilizaron durante su jornada en el desierto— fue incluida específicamente en el registro como un tipo y una figura para nuestros días, y como una lección esencial sobre lo que debemos hacer para disfrutar de las bendiciones del Espíritu Santo.

A medida que procuramos alinear nuestras actitudes y acciones con la rectitud, el Espíritu Santo llega a ser para nosotros hoy lo que la Liahona fue para Lehi y su familia en su tiempo. Los mismos factores que hicieron que la Liahona funcionara para Lehi invitarán igualmente al Espíritu Santo a nuestras vidas. Y los mismos factores que hicieron que la Liahona dejara de funcionar en la antigüedad también harán que hoy nos apartemos del Espíritu Santo.

La Liahona fue preparada por el Señor y dada a Lehi y a su familia después de que salieron de Jerusalén y viajaban por el desierto (véase Alma 37:38; Doctrina y Convenios 17:1). Esta brújula o director señalaba el camino que Lehi y su caravana debían seguir (véase 1 Nefi 16:10), incluso “un curso recto hacia la tierra prometida” (Alma 37:44). Las agujas de la Liahona funcionaban “según la fe, y la diligencia, y la atención” (1 Nefi 16:28) de los viajeros, y dejaban de funcionar cuando los miembros de la familia eran contenciosos, irrespetuosos, perezosos o desmemoriados (véase 1 Nefi 18:12, 21; Alma 37:41, 43).

La brújula también proporcionaba un medio por el cual Lehi y su familia podían obtener mayor “entendimiento acerca de los caminos del Señor” (1 Nefi 16:29). Por lo tanto, los propósitos principales de la Liahona eran proveer tanto dirección como instrucción durante una larga y exigente travesía. El director era un instrumento físico que servía como un indicador externo de su condición espiritual interna ante Dios. Funcionaba conforme a los principios de fe y diligencia.

Así como Lehi fue bendecido en la antigüedad, cada uno de nosotros en este tiempo ha recibido una brújula espiritual que puede guiarnos e instruirnos durante nuestra jornada mortal. El Espíritu Santo nos fue conferido a ti y a mí cuando salimos del mundo y entramos en la Iglesia del Salvador mediante el bautismo y la confirmación. Por la autoridad del santo sacerdocio fuimos confirmados como miembros de la Iglesia y se nos exhortó a buscar la compañía constante del “Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; mas vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17).

A medida que cada uno de nosotros prosigue por la senda de la vida, recibimos dirección del Espíritu Santo tal como Lehi fue dirigido mediante la Liahona.

“Porque he aquí, otra vez os digo que si entráis por el camino y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5).

El Espíritu Santo opera en nuestras vidas exactamente como la Liahona lo hizo para Lehi y su familia, conforme a nuestra fe, diligencia y atención.

Somos inspirados por el Espíritu Santo cada día para hacer cosas ordinarias y sencillas. Por ejemplo, se nos inspira a orar diariamente (véase Alma 37:36–37). Se nos inspira a estudiar las Escrituras de manera constante. En la medida en que seamos diligentes y prestemos atención a estas sencillas impresiones, nuestra capacidad para reconocer y responder al Espíritu Santo aumentará. En la medida en que no prestemos atención a estas sencillas impresiones, nuestra capacidad para reconocer y responder al Espíritu Santo disminuirá. Estamos progresando o retrocediendo en nuestra habilidad de reconocer y responder al Espíritu Santo. No hay terreno neutral; no hay punto de estancamiento.

La ley de la cosecha es real; no podemos recoger en el otoño los frutos que no sembramos ni cultivamos debidamente en la primavera y el verano. Y no podemos esperar con realismo reconocer las impresiones “grandes” si constantemente fallamos en atender las “pequeñas”. La revelación de nuestro Padre Celestial, como todo conocimiento, se otorga de acuerdo con nuestra preparación. Los intentos equivocados de “cargar” espiritualmente nuestra vida mediante oraciones inusualmente largas, ayunos extensos e imprudentes, o una asistencia intensiva y a corto plazo al templo, ciertamente no sustituyen la atención gradual, constante y consciente a las sutiles impresiones del Espíritu Santo.

El élder Richard G. Scott explicó: “¿Qué haces cuando te has preparado cuidadosamente, has orado fervientemente, has esperado un tiempo razonable por una respuesta y aún no sientes una contestación? Tal vez desees expresar gratitud cuando eso suceda, pues es evidencia de Su confianza. Cuando estás viviendo dignamente y tu decisión es consistente con las enseñanzas del Salvador, y necesitas actuar, procede con confianza. . . . Cuando vives rectamente y actúas con confianza, Dios no permitirá que avances demasiado sin una impresión de advertencia si has tomado una decisión equivocada” (“Using the Supernal Gift of Prayer”, Ensign, mayo de 2007).

¿Alguna vez has recibido y reconocido una impresión del Espíritu Santo y decidido responder a ella “más tarde”? Y luego, cuando llegó ese “más tarde”, descubriste que ya no recordabas la impresión. He aprendido que actuar rápidamente sobre las impresiones aumenta en gran medida nuestra capacidad para recibir y reconocer la influencia del Espíritu Santo.

También he aprendido que registrar debidamente las impresiones espirituales demuestra al Salvador cuánto valoro Su guía. La simple práctica de escribir los pensamientos y sentimientos espirituales aumenta significativamente la probabilidad de recibir y reconocer impresiones adicionales del Espíritu Santo.

Si tú y yo tenemos un sincero deseo de contar con la compañía constante del Espíritu Santo, podemos invitar Su influencia a nuestras vidas mediante nuestros deseos justos y nuestra obediencia. Podemos aprender a ser más diligentes y a atender rápidamente las sencillas impresiones. Y siempre debemos esforzarnos por “no [cansarnos] de hacer lo bueno, porque estáis echando los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas procede lo que es grande” (Doctrina y Convenios 64:33).

Al hacer estas cosas, testifico y prometo que podremos distinguir entre nuestras propias emociones diciéndonos lo que queremos oír y el Espíritu Santo diciéndonos lo que necesitamos oír.


El principio de la proximidad


La palabra proximidad denota cercanía o estar próximo. Como principio de revelación, hablaré de cómo opera la proximidad de dos maneras básicas: (1) en relación con lugares físicos, y (2) en relación con las personas que están aprendiendo las verdades del evangelio restaurado del Salvador.

Proximidad y lugares físicos

En 1995, el élder Boyd K. Packer compartió una importante lección que había aprendido sobre la revelación y el “lugar”: “El presidente Harold B. Lee me dijo una vez que la inspiración llega con mayor facilidad cuando puedes poner los pies en el sitio relacionado con la necesidad de recibirla. Con un deseo muy sincero de ser guiado al preparar lo que debía decirles, temprano en la mañana del domingo, antes de que ustedes se levantaran, estuve en el edificio Maeser, ¡y descubrí que el presidente Lee tenía razón!” (“The Snow White Birds,” Annual University Conference, agosto de 1995).

Curiosamente, el élder Packer recibió dirección e inspiración para su mensaje cuando fue al campus de la Universidad Brigham Young temprano un domingo por la mañana para pensar, meditar y orar. Mi propio título para esta conexión entre la revelación y el “lugar” es el principio de la proximidad. Y simplemente significa que es más probable que recibas inspiración cuando realmente estás en el lugar relacionado con la necesidad de esa inspiración.

Por ejemplo, cuando serví como presidente de estaca, descubrí que era más probable que recibiera inspiración sobre el llamamiento de un nuevo obispo para un barrio cuando estaba visitando ese barrio en particular y no simplemente orando y trabajando en la oficina del presidente de estaca. De manera similar, cuando los Autoridades Generales o los Setentas de Área reciben la asignación de llamar a un nuevo presidente de estaca, normalmente viajan personalmente a la estaca para realizar entrevistas y recibir la revelación necesaria.

Un ejemplo destacado del principio de la proximidad en acción se relata en la biografía del presidente Gordon B. Hinckley:
“No era raro que el presidente Hinckley hiciera viajes de una noche a ciudades de los Estados Unidos e incluso a otros países para inspeccionar posibles sitios para templos. Durante algún tiempo él y otros habían estado buscando una ubicación en el área de Hartford, Connecticut, y aunque se había identificado un sitio, él no se sentía tranquilo al respecto. Había suplicado al Señor dirección en el asunto, y cuando partió hacia una conferencia regional en la costa este en abril de 1995, estaba decidido a regresar con una decisión firme sobre el lugar donde se construiría ese templo.”

Aún indeciso después de haber visto propiedades en Nueva York y Connecticut, el presidente Hinckley confesó su dilema a un grupo de presidentes de estaca en el área de Boston y les preguntó si alguno de ellos tenía una sugerencia. Kenneth G. Hutchins, presidente de la Estaca de Boston, mencionó un excelente terreno en Belmont que pertenecía a la Iglesia. El presidente Hinckley partió inmediatamente para ver el lugar.

“Más tarde esa misma noche, el presidente Hinckley registró lo que ocurrió cuando caminó por la propiedad: ‘Mientras estaba allí, tuve una sensación eléctrica de que este es el lugar, que el Señor inspiró su adquisición y su conservación. Muy pocos parecían saber algo al respecto. … Creo que sé por qué me ha resultado tan difícil determinar la situación en cuanto a Hartford. He orado al respecto. He venido aquí tres o cuatro veces. He estudiado mapas y tablas de miembros. Con todo esto, no he tenido una confirmación firme. Sentí una confirmación mientras estaba en Belmont, en esta propiedad, esta tarde. Este es el lugar para una Casa del Señor en el área de Nueva Inglaterra’” (Sheri L. Dew, Avanza con fe: La biografía de Gordon B. Hinckley [1996], págs. 529–530).

Tal revelación influenciada por el “lugar” no se limita a las Autoridades Generales ni a los líderes de la Iglesia. Como hermano o hermana ministrante, por ejemplo, es posible que puedas discernir más fácilmente o con mayor plenitud las necesidades de una persona cuando la visitas periódicamente en su hogar. Enviar mensajes de texto y hablar por teléfono son, sin duda, formas apropiadas de mantener el contacto y de nutrir a los familiares y a las personas a quienes servimos. Pero el valor de las visitas al hogar, cuando son permisibles y apropiadas, no debe minimizarse ni pasarse por alto.

Proximidad con las personas que están aprendiendo las verdades del Evangelio restaurado

El concepto de “proximidad con las personas” no se restringe simplemente a estar en el mismo lugar o espacio físico. Más bien, la proximidad como “cercanía” con las personas sugiere un grado y una profundidad de participación interactiva—una especie de atención y sensibilidad espiritual—que solo puede darse con la ayuda y por el poder del Espíritu Santo. Tal proximidad con las personas puede lograrse tanto en persona como mediante la tecnología. Durante la pandemia del Covid-19, por ejemplo, se aprendieron importantes lecciones cuando los misioneros de tiempo completo enseñaron eficazmente a las personas en línea y las reuniones de la Iglesia se realizaron de manera virtual.

Mientras el Salvador se sentaba en el Monte de los Olivos frente al templo, con Pedro, Jacobo, Juan y Andrés, declaró: “Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones. Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo premeditéis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (Marcos 13:10–11; énfasis agregado).

Este mismo modelo de predicación fue reiterado repetidamente por el Salvador en los primeros días de esta dispensación cuando instruyó a los misioneros a “abrid vuestra boca y será llena” (Doctrina y Convenios 33:8, 10) y a “alzad vuestra voz a este pueblo; hablad los pensamientos que pondré en vuestros corazones, y no seréis confundidos delante de los hombres; porque se os dará en la misma hora, sí, en el mismo momento, lo que habéis de decir” (Doctrina y Convenios 100:5–6; énfasis agregado).

De ninguna manera sugieren estos versículos que la preparación previa no sea necesaria o que podamos enseñar o hablar de manera despreocupada e improvisada. De hecho, ocurre todo lo contrario. El Señor aconsejó a Sus siervos: “Atesorad continuamente en vuestras mentes las palabras de vida, y se os dará en la misma hora la porción que habrá de impartirse a cada hombre” (Doctrina y Convenios 84:85; énfasis agregado). Te invito a considerar la importancia de la exhortación activa a “atesorar”.

Atesorar las palabras de vida eterna es más que simplemente estudiar o memorizar, así como “deleitarse en las palabras de Cristo” (2 Nefi 31:20; véase también 2 Nefi 32:3) es más que solo probar o picar algo. Atesorar sugiere, para mí, enfocar y trabajar, explorar y absorber, meditar y orar, aplicar y aprender, valorar y apreciar, disfrutar y saborear. (¿Tienes un postre o golosina favorita de la cual disfrutas y te deleitas plenamente? Eso es precisamente lo que quiero decir con saborear).

Tú y yo tenemos la responsabilidad constante de trabajar diligentemente y de implantar en nuestra mente y corazón la doctrina y los principios fundamentales del evangelio restaurado, especialmente del Libro de Mormón. Al hacerlo, la bendición prometida es que el Espíritu Santo “os recordará todas las cosas” (Juan 14:26) y nos fortalecerá cuando enseñemos y testifiquemos. Pero el Espíritu solo puede obrar con y a través de nosotros si le damos algo con lo cual trabajar. Él no puede ayudarnos a recordar cosas que no hemos aprendido.

Claramente, hablar y explicar por sí solos no bastan para crear y fortalecer la proximidad espiritual, o cercanía, con otras personas.
“De cierto os digo: el que es ordenado por mí y enviado a predicar la palabra de verdad por el Consolador, en el Espíritu de verdad, ¿la predica por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera?
“Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.
“Y además, el que recibe la palabra de verdad, ¿la recibe por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera?
“Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.
“¿Por qué, pues, no podéis entender y saber que el que recibe la palabra por el Espíritu de verdad la recibe tal como es predicada por el Espíritu de verdad?
“Por tanto, el que predica y el que recibe se entienden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntos” (Doctrina y Convenios 50:17–22).

En nuestros hogares, clases y reuniones de la Iglesia, enseñar, testificar y explicar el evangelio a la manera del Señor incluye observar, escuchar y discernir como requisitos previos al hablar. La secuencia de estos cuatro procesos interrelacionados es significativa. Observa que la observación activa y la escucha preceden al discernimiento, y que observar, escuchar y discernir vienen antes de hablar. Aplicar este modelo requiere que el maestro o el orador dependa del Espíritu del Señor para identificar y concentrarse en las necesidades individuales de los alumnos, tanto antes como durante la experiencia de aprendizaje.

A medida que observamos, escuchamos y discernimos, podemos recibir, por el poder del Espíritu Santo, las preguntas que debemos formular, las verdades que debemos enfatizar y las respuestas que debemos expresar para satisfacer las necesidades de personas específicas. Solo mediante la observación, la escucha y el discernimiento podemos ser guiados por el Espíritu para decir y hacer las cosas que resultarán más útiles a aquellos a quienes servimos. Tal interacción e implicación dirigida por el Espíritu con quienes amamos y servimos fortalece la fe en el Padre Celestial y en el Salvador, edifica y crea una proximidad espiritual o “cercanía” con las personas que bendice de maneras notables.

Discernir es ver con los ojos espirituales y sentir con el corazón: ver y sentir la falsedad de una idea, la bondad en otra persona o el siguiente principio necesario para profundizar el aprendizaje. Discernir es oír con los oídos espirituales y sentir con el corazón: oír y sentir la preocupación no expresada en un comentario o pregunta, la veracidad de un testimonio o doctrina, o la seguridad y la paz que provienen del poder del Espíritu Santo.

Con frecuencia escuché al presidente Boyd K. Packer aconsejar a los miembros y líderes: “Si todo lo que sabes es lo que ves con tus ojos naturales y oyes con tus oídos naturales, entonces no sabes mucho”. Su observación penetrante debería ayudarnos a todos a desear y buscar debidamente esa proximidad con las personas que estos dones espirituales de observar, escuchar y discernir pueden ayudar a cultivar.


El principio de la repetición


Durante la noche del 21 de septiembre de 1823, el ángel Moroni visitó a José Smith tres veces y le comunicó mensajes de importancia eterna sobre la Restauración del evangelio del Salvador y la venida del Libro de Mormón. Moroni regresó una cuarta vez a la mañana siguiente. Al describir esta serie de acontecimientos, muchos de nosotros solemos decir que Moroni se apareció a José y le entregó el mismo mensaje en cuatro ocasiones. Tal afirmación es correcta, pero incompleta.

En efecto, el mismo mensaje central fue presentado en las cuatro ocasiones. Pero en las visitas segunda, tercera y cuarta, se añadió información e instrucción adicional para José. Todos los mensajes fueron los mismos, pero también diferentes, siguiendo un patrón de revelación y aprendizaje repetitivo. Examinemos con más detalle este ejemplo de lo que llamo el principio de la repetición.

Después de recibir las enseñanzas iniciales de Moroni, José se maravilló grandemente de lo que le había sido dicho por tan extraordinario mensajero. En medio de su meditación, la habitación volvió a llenarse de luz, y Moroni se halló nuevamente junto a su cama. El ángel repitió exactamente las mismas cosas que había comunicado durante su primera visita, sin la más mínima variación. Luego informó a José sobre los grandes juicios que vendrían sobre la tierra, con desolaciones por hambre, espada y pestilencia, y que esos juicios dolorosos llegarían sobre la tierra en esa generación. Al concluir esta instrucción, la segunda visita terminó.

Los mensajes centrales entregados por Moroni en la primera y segunda apariciones fueron exactamente los mismos. Sin embargo, observa que en la segunda interacción se añadió una descripción de los juicios y calamidades futuras a la enseñanza inicial. Así, el contenido del primer y segundo mensaje fue al mismo tiempo igual y diferente. En la segunda visita, la enseñanza inicial fue ampliada con información adicional sobre importantes acontecimientos futuros.

En este punto de la noche, las impresiones dejadas en la mente de José por las dos visitas previas de Moroni eran tan profundas que el sueño había huido de sus ojos. Entonces, de repente, por tercera vez vio al mismo mensajero junto a su cama y lo escuchó repetir nuevamente las mismas cosas que antes. Curiosamente, en este tercer encuentro, Moroni añadió una advertencia personal a José, diciéndole que Satanás lo tentaría para obtener las planchas de oro con el propósito de hacerse rico. Le prohibió hacerlo y le enseñó que no debía tener otro objetivo al obtener las planchas que el de glorificar a Dios. Al concluir esta instrucción, la tercera visita terminó.

Observa una vez más el patrón: se repite exactamente el mensaje central y luego se añade al contenido original una advertencia fuerte y personal al joven José.

A la mañana siguiente, José intentó realizar sus tareas habituales, pero estaba tan debilitado por las experiencias milagrosas de la noche anterior que no pudo trabajar. Mientras trabajaban juntos, el padre de José notó que algo claramente no estaba bien con su hijo y le indicó que regresara a casa. Mientras José intentaba trepar una cerca de camino al hogar, cayó al suelo y por un tiempo perdió completamente el conocimiento.

Lo primero que José pudo recordar fue una voz que le hablaba, llamándolo por su nombre. Moroni estaba de pie sobre él y volvió a relatarle todo lo que le había dicho la noche anterior. El ángel también le mandó a José que fuera a su padre y le contara acerca de la visión y los mandamientos que había recibido. Al concluir esta instrucción, la cuarta visita terminó.

Una vez más, en esta aparición de Moroni, el mensaje fundamental permaneció exactamente igual. Sin embargo, fue significativa la adición de un mandamiento específico para que José contara a su padre acerca de las visiones y las instrucciones que había recibido.

En cada una de las cuatro apariciones de Moroni a José Smith, el mensaje central fue idéntico. Pero, en un importante patrón de revelación y aprendizaje, se añadieron conocimiento e instrucción en la segunda, tercera y cuarta manifestaciones: una predicción de acontecimientos futuros, una advertencia personal y un mandamiento. Todos los mensajes fueron los mismos y, a la vez, diferentes, siguiendo un patrón de enseñanza y aprendizaje repetitivo.

¿Cómo se relaciona este principio de revelación contigo? La enseñanza repetitiva es una característica distintiva en el ministerio de las Autoridades Generales, de los misioneros, de los padres y, en realidad, de los Santos de los Últimos Días que sirven en cualquier capacidad. Por ejemplo, con frecuencia y de manera reiterada tengo la oportunidad de enseñar y testificar de la divinidad y la realidad viviente de nuestro Padre Celestial y de Su Unigénito Hijo; de nuestro Redentor resucitado; de la doctrina básica, los principios, las ordenanzas y los convenios del evangelio restaurado del Salvador; de la realidad de la Restauración en los últimos días; y de la naturaleza esencial de la autoridad y las llaves del sacerdocio. Muchas veces cada día y miles de veces cada año, tengo el privilegio de declarar la veracidad de estas verdades eternas.

Mi esposa, Susan, y yo hemos aprendido una lección reveladora extraordinaria durante mis años de servicio en el Cuórum de los Doce. Mientras hemos servido juntos por todo el mundo, Susan se ha vuelto especialmente hábil en notar, en diversos entornos, las cosas que son nuevas, diferentes o únicas en mi enseñanza de los principios básicos del evangelio. Susan escucha y toma nota de las expresiones que nunca antes he usado, de las diferencias en una explicación o de los matices en la respuesta a una pregunta. Curiosamente, los mensajes siempre son los mismos y siempre son diferentes.

Hemos aprendido a atesorar las joyas espirituales que se revelan mediante la repetición. Los fragmentos distintivos de inspiración y conocimiento espiritual que fluyen a nuestra mente y corazón cuando enseñamos y testificamos repetidamente sobre las verdades del evangelio son el resultado del principio de la repetición en la revelación. La repetición es un medio mediante el cual el Espíritu Santo puede iluminar nuestra mente, influir en nuestro corazón y ampliar nuestra comprensión.

Hyrum Smith enseñó: “Predicad los primeros principios del Evangelio—predicadlos una y otra vez: descubriréis que día tras día se os revelarán nuevas ideas y luz adicional acerca de ellos. Podréis ampliarlos para comprenderlos claramente. Entonces podréis hacerlos entender más claramente a quienes enseñéis” (citado en Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional [2019], pág. 6).

¿Alguna vez has escuchado a un maestro de la Escuela Dominical presentar el tema de una lección y has pensado: “Ya sé de qué trata esto”? ¿Has escuchado a un orador en la reunión sacramental anunciar el tema sobre el cual hablará y has respondido mentalmente: “¿Otra vez?”? ¿Te has “desconectado” mental y espiritualmente porque anticipabas una enseñanza repetitiva? Todos lo hemos hecho, por supuesto. Y necesitamos arrepentirnos de ello y valorar más plenamente el poder de la repetición como medio para facilitar la revelación.

Piensa cuántas veces escuchamos exactamente las mismas palabras en la ordenanza del bautismo, al conferir el don del Espíritu Santo y confirmar a un nuevo miembro de la Iglesia, en las oraciones sacramentales y en las ordenanzas del templo. Me resulta especialmente instructivo que la repetición sea un aspecto tan importante de las ordenanzas esenciales y más sagradas en las que participamos como miembros de la Iglesia restaurada del Salvador. La repetición invita al Espíritu Santo a renovar, enriquecer y ampliar el conocimiento que ya hemos adquirido; también puede traer nuevo conocimiento y entendimiento a nuestra mente y corazón.

La lección: la repetición puede invitar a la revelación si tenemos ojos para ver y oídos para oír. A medida que observamos y escuchamos, somos bendecidos de maneras extraordinarias.


El principio de “los dones esparcidos entre nosotros”


Al hablar del aprendizaje del evangelio, el Señor nos invita a “nombrar entre vosotros un maestro” (Doctrina y Convenios 88:122). Característicamente, podríamos pensar que un maestro es la persona que está al frente de un aula o quien dirige una discusión. Pero tal conclusión, aunque parezca obvia, es incompleta. El Espíritu Santo es el único y verdadero maestro. El Espíritu Santo instruye, edifica, consuela y hace que recordemos todas las cosas (véase Juan 14:26). El maestro al cual todos debemos sintonizarnos es el Espíritu Santo.

Entonces, ¿cómo “nombramos” al Espíritu Santo para que sea nuestro maestro? La palabra nombrar puede usarse para sugerir diversas acciones: escoger, comprometer, seleccionar, designar o encargar, por mencionar algunas. Obviamente, nosotros, como seres humanos, no dirigimos al tercer miembro de la Trinidad mediante algún procedimiento o proceso formal. Pero ciertamente podemos procurar escoger, comprometernos con y designar al Espíritu Santo como nuestro maestro mediante la humildad, la sumisión y la paciencia.

Un modelo —no el único, pero sí un modelo— por medio del cual podemos procurar nombrar al Espíritu Santo es este: “no todos hablen a la vez; sino hable uno a la vez, y todos escuchen sus palabras, a fin de que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados por todos, y que cada hombre [y mujer] tenga igual privilegio” (Doctrina y Convenios 88:122).

Un principio fundamental de la revelación es que esta está “esparcida entre nosotros.” Cuando participamos en un consejo de barrio o de familia, todos los que forman parte de ese consejo son responsables de estar “ansiosamente comprometidos” (Doctrina y Convenios 58:27), compartir las impresiones del Espíritu y contribuir a un proceso revelador compartido. Si las personas se sienten seguras y pueden expresar algunas de sus preguntas, preocupaciones e incertidumbres en una clase, en la familia, en una reunión de consejo o en diversos entornos, entonces participan en una manifestación colectiva de fe en el Señor Jesucristo que invita y atrae al Espíritu Santo para que sea el maestro.

Si pudiera expresar el deseo de mi corazón, eliminaría del vocabulario de los Santos de los Últimos Días la palabra reunión. Un servicio sacramental o un consejo de barrio o de rama es mucho más que una simple reunión de personas; más bien, tales eventos son experiencias reveladoras. Si los miembros de la Iglesia pensaran en términos de “me estoy preparando para participar en una experiencia reveladora” en lugar de “voy a una reunión”, creo que nos prepararíamos y actuaríamos de manera muy diferente.

En estos últimos días, dadas las fuerzas del adversario y la oscuridad del mundo, ninguna persona, ni en la familia ni en la Iglesia, será el canal a través del cual lleguen todas las respuestas. Cada uno de nosotros necesita comprender la naturaleza espiritual de la obra del reino y buscar la inspiración para hacer lo que el Señor desea que hagamos.

El presidente Stephen L Richards dijo: “La genialidad de nuestro gobierno eclesiástico es el gobierno por medio de consejos. He tenido suficiente experiencia para conocer el valor de los consejos. Casi no pasa un día sin que vea […] la sabiduría de Dios al crear consejos […] para gobernar Su Reino.
“[…] No tengo la menor duda al asegurarles que, si deliberan en consejo como se espera que lo hagan, Dios les dará soluciones a los problemas que los confronten” (Conference Report, octubre de 1953, pág. 86).

Precisamente porque todas las cosas deben hacerse con “sabiduría y orden” (Mosíah 4:27), un oficial presidente o presidente de organización dirige y supervisa el proceso de deliberación en un consejo. Este modelo básico proporciona un orden que invita a la revelación. Pero el oficial presidente o presidente de organización no recibe necesariamente toda la revelación por sí solo. Más bien, su responsabilidad es asegurarse de que la inspiración que está esparcida entre los miembros del consejo sea reunida o “cosechada” en un espíritu de unidad y amor.

El presidente M. Russell Ballard declaró: “Este es el milagro de los consejos de la Iglesia: ¡escucharnos unos a otros y escuchar al Espíritu! Cuando nos apoyamos mutuamente en los consejos de la Iglesia, comenzamos a comprender cómo Dios puede tomar a hombres y mujeres comunes y convertirlos en líderes extraordinarios. Los mejores líderes no son aquellos que se agotan tratando de hacerlo todo por sí mismos; los mejores líderes son aquellos que siguen el plan de Dios y deliberan con sus consejos” (“Counseling with Our Councils,” Ensign, mayo de 1994; énfasis en el original).

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de actuar como agente y ejercer nuestro albedrío moral en el proceso del aprendizaje espiritual, y de convertirnos en algo más que simples receptores pasivos de información. Si estamos dispuestos, si actuamos, si pedimos, buscamos y llamamos con sinceridad, entonces aumentamos nuestra oportunidad de ser edificados unos por otros mientras trabajamos juntos para recibir la revelación que está esparcida entre nosotros.


El principio del “qué”, no del “por qué” ni del “cuándo”


Normalmente, la revelación llega como una conclusión y no como una explicación. No deberíamos sorprendernos, por ejemplo, si las impresiones o los susurros simplemente nos guían a detenernos, avanzar, abrir la boca, guardar silencio, ir más despacio, apresurarnos o considerar una opción o curso de acción que parezca inusual. La revelación, por lo general, se enfoca más en el “qué” que en el “por qué”.

El presidente Dallin H. Oaks ha enfatizado a lo largo de su ministerio el principio de que la revelación rara vez incluye una explicación. Él declaró: “Si lees las Escrituras con esta pregunta en mente: ‘¿Por qué el Señor mandó esto o aquello?’, encontrarás que en menos de uno de cada cien mandamientos se dio alguna razón. No es el patrón del Señor dar razones. Nosotros [los mortales] podemos asignar razones a la revelación. Podemos atribuir motivos a los mandamientos. Cuando lo hacemos, estamos por nuestra cuenta. [No debemos] cometer el error que se ha cometido en el pasado, […] tratando de poner razones a la revelación. Las razones resultan ser, en gran medida, inventadas por el hombre. Las revelaciones son lo que sostenemos como la voluntad del Señor, y ahí es donde está la seguridad” (Life’s Lessons Learned [2011], págs. 68–69).

Observa en las siguientes enseñanzas doctrinales el cuidado, la prudencia y la consistencia característicos del presidente Oaks: “De maneras que no se han revelado, nuestras acciones en el mundo de los espíritus [premortal] nos influyen en la mortalidad.” De manera similar, “Por razones que no se han revelado, esta transición, o ‘caída’, no pudo ocurrir sin una transgresión—un ejercicio del albedrío moral que implicó quebrantar voluntariamente una ley” (Dallin H. Oaks, “The Great Plan of Happiness,” Ensign, noviembre de 1993; énfasis agregado).

La lección: el Señor a menudo requiere que primero vayamos y hagamos sin saber por qué. Es posible que necesitemos simplemente seguir adelante en muchas situaciones, tal como lo hizo Adán en el Jardín de Edén: “Y después de muchos días vino un ángel del Señor y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le respondió: No lo sé, salvo que el Señor me lo mandó” (Moisés 5:6).

No podemos ni debemos esperar una explicación antes de actuar. Tenemos la firme promesa del Señor: “Bienaventurados son los que escuchan mis preceptos, y prestan oído a mi consejo, porque aprenderán sabiduría; porque al que recibe, daré más” (2 Nefi 28:30).

El Señor dijo a Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Porque como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9). Quizás una de las razones por las cuales el Señor no da explicaciones con mayor frecuencia sea que, con nuestra perspectiva limitada, no estamos en posición de comprender Sus caminos.

Además de las dimensiones del “qué” y del “no por qué” en la revelación, muchas veces la ayuda inspirada que buscamos se centra principalmente en el “cuándo”. Por ejemplo, en octubre de 2012, el presidente Thomas S. Monson anunció un cambio en la edad para todos los misioneros de tiempo completo de la Iglesia. Declaró que los jóvenes podían comenzar su servicio misional de tiempo completo después de graduarse de la escuela secundaria, incluso si solo tenían dieciocho años. Y las jóvenes podían comenzar su servicio a los diecinueve años (véase “Welcome to Conference,” Ensign, noviembre de 2012).

Este anuncio trascendental puso de inmediato un énfasis adicional en el momento del servicio misional, especialmente para los jóvenes que podían ingresar al campo misional inmediatamente después de terminar la escuela secundaria. Como explicó el presidente Monson en su anuncio: “No estoy sugiriendo que todos los jóvenes servirán—o deban servir—a esta edad más temprana.” Más bien, indicó que la opción estaría disponible según las circunstancias individuales y la recomendación de los líderes locales de la Iglesia.

La respuesta a la pregunta: “¿Debo servir en una misión?” es un rotundo “sí” para muchos jóvenes de la Iglesia. Por tanto, el “qué hacer” está claro y entendido. Pero el “cuándo hacerlo” para un joven en particular puede verse influido por muchos factores.

¿Es mejor ingresar al campo misional inmediatamente después de la escuela secundaria? ¿Hay experiencias que debería tener o habilidades que necesita desarrollar para ser un misionero más eficaz? ¿Estaría mejor preparado para servir si asistiera un año a una capacitación técnica, universidad u otras oportunidades educativas? ¿Está preparado espiritual, social, emocional y físicamente para pasar directamente de la escuela secundaria al campo misional? Las respuestas a estas y muchas otras preguntas pueden ser diferentes para cada futuro misionero. Y discernir, mediante el poder del Espíritu Santo, cuándo debe hacerse algo puede ser tan importante, o incluso más importante, que saber qué debe hacerse.

En muchas de las incertidumbres y desafíos que enfrentamos en nuestra vida y en esta gran obra de los últimos días, Dios nos requiere hacer lo mejor posible, estar ansiosamente comprometidos y actuar, y no simplemente esperar a que otros actúen sobre nosotros, y confiar en Él. Puede que no veamos ángeles, ni escuchemos voces celestiales, ni recibamos impresiones espirituales abrumadoras. Frecuentemente avanzamos con esperanza y oración—pero sin la seguridad absoluta—de que estamos actuando conforme a la voluntad y el tiempo de Dios. Pero al honrar nuestros convenios y guardar los mandamientos, al esforzarnos cada vez más por hacer el bien y llegar a ser mejores, podemos andar con la confianza de que Dios guiará nuestros pasos. Y podemos hablar con la seguridad de que Dios inspirará nuestras palabras. Podemos ser bendecidos para ir y hacer, aun cuando no sepamos por qué o cuándo.

Como declaró el Salvador: “Y así todos recibieron la luz del semblante de su señor, cada uno en su hora, y en su tiempo, y en su sazón” (Doctrina y Convenios 88:58).


Sección 2

Episodios


En esta sección he incluido una serie de experiencias que tanto yo como otras personas hemos tenido con el espíritu de revelación. Algunas de las historias han sido compartidas por mi esposa y nuestros hijos.

Cada una se presenta como un episodio independiente, con una invitación al final para considerar qué principios de revelación se observan en acción. (Para mayor comodidad, se proporciona una lista resumida de los principios al comienzo de la sección).

El propósito de este ejercicio es darte muchas oportunidades para familiarizarte más con el espíritu de revelación, de modo que puedas reconocer con mayor facilidad su operación en tu vida diaria.

Resumen de los principios

  1. El principio de lo apacible y pequeño
  2. El principio de oír lo que no se dice
  3. El principio de línea por línea
  4. El principio de no saber de antemano
  5. El principio de “no se haga mi voluntad, sino la tuya”
  6. El principio de diligencia y atención
  7. El principio de la proximidad
  8. El principio de la repetición
  9. El principio de los dones esparcidos entre nosotros
  10. El principio del “qué”, no del “por qué” ni del “cuándo”

Mudarnos a Arkansas


En 1980, Susan y yo estábamos, como es comprensible, emocionados al acercarme a la finalización de mi último año de estudios de posgrado en la Universidad Purdue. La perspectiva de dejar atrás nuestra vida de pobreza como estudiantes graduados y convertirme en profesor universitario con un salario real era, sin duda, prometedora. Y nuestra expectación aumentó a medida que visité varios campus universitarios para entrevistas de trabajo.

Ambos nos sorprendimos cuando recibí una invitación de la Universidad de Arkansas para entrevistarme para un puesto docente. Susan y yo nunca habíamos estado en Arkansas, y no sabíamos mucho sobre el estado ni sobre la universidad. Ya había recibido otras ofertas que nos resultaban atractivas. Pero al conversar sobre la invitación, decidimos que valía la pena invertir unos días en un viaje de reclutamiento.

Cuando regresé de mi visita al campus, compartí con Susan lo que había observado y aprendido. Me sorprendió lo que había descubierto, y ella se sorprendió aún más con mi informe. Encontré que el puesto universitario era atractivo y que mis posibles colegas eran excepcionalmente competentes y amables. La ciudad de Fayetteville y sus alrededores eran hermosos, y la cultura de la comunidad se centraba en la familia y ofrecía apoyo. Todas mis ideas equivocadas sobre Arkansas se desvanecieron gracias a las experiencias positivas que tuve durante mi visita y que no había anticipado.

Le sugerí a Susan que debíamos ir juntos a Fayetteville para que ella misma conociera la universidad y la comunidad. Hicimos el viaje, miramos posibles casas, visitamos las escuelas a las que podrían asistir nuestros hijos, nos reunimos con el obispo y otros miembros de la Iglesia, y preguntamos a todos los que conocimos sobre cómo era vivir y trabajar en Fayetteville.

No vimos una luz en el camino a Damasco, ni escuchamos las voces de ángeles. Pero cuanto más observábamos, escuchábamos, aprendíamos y experimentábamos, más cómodos y seguros nos sentíamos con la idea de aceptar la oferta de la Universidad de Arkansas. No podíamos creer lo que nos estaba ocurriendo. Mis otras ofertas provenían de universidades más prestigiosas y reconocidas. Intentamos identificar todas las razones por las cuales no debíamos aceptar la oferta. Pero de maneras simples, sutiles y constantes, llegamos gradualmente a creer que mudarnos a Arkansas era lo correcto por lo cual debíamos orar.

Ahora, más de cuarenta años después, Susan y yo reconocemos claramente lo que no podíamos ver en 1980. Fuimos guiados y bendecidos de muchas maneras inadvertidas y sencillas al tomar aquella importante decisión sobre mi primer empleo después de los estudios de posgrado. Nuestra familia se fortaleció al compartir variadas experiencias juntos en una hermosa parte de los Estados Unidos. Nos fortalecimos espiritualmente al compartir el mensaje del evangelio restaurado en el “Cinturón Bíblico” y al servir en la Iglesia. Y formamos amistades duraderas al apoyar y trabajar para lograr metas importantes en la comunidad. Se me brindaron oportunidades y experiencias profesionales que fueron valiosas en su momento, y que me prepararon para responsabilidades futuras que no podía haber previsto ni imaginado.

Los gratos recuerdos de los queridos amigos y experiencias en Arkansas solo son superados en intensidad por la gratitud de nuestra familia hacia nuestro Padre Celestial, Su Amado Hijo y el Espíritu Santo por su guía y cuidado constante en nuestras vidas.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

La historia de David y Susan Bednar al decidir mudarse a Arkansas es un ejemplo profundo de cómo opera la revelación en la vida diaria de los hijos de Dios. No hubo visiones ni manifestaciones espectaculares; más bien, hubo un proceso natural y constante en el que el Espíritu Santo fue guiando, paso a paso, a una pareja que buscaba sinceramente hacer lo correcto.

Desde el principio, los Bednar se encontraban en una etapa de transición importante: el final de los estudios de posgrado y el inicio de la vida profesional. Las oportunidades parecían abundar y, humanamente, las universidades más prestigiosas eran las opciones más deseables. Sin embargo, al recibir una invitación inesperada para visitar la Universidad de Arkansas —un lugar desconocido para ellos—, eligieron considerar la posibilidad con una mente abierta. Esa disposición a escuchar y explorar fue el primer indicio de revelación: la humildad para no desechar lo que, a simple vista, parecía menos atractivo.

A medida que David conocía el campus, a sus futuros colegas y la comunidad, comenzó a percibir algo diferente. No hubo una voz ni un sueño, sino una impresión suave, una sensación de bienestar y armonía interior que lo invitaba a mirar más allá de los criterios mundanos. Cuando regresó a casa y compartió sus impresiones con Susan, ambos decidieron actuar con fe y viajar juntos a Fayetteville. Esa decisión de actuar antes de tener una confirmación absoluta refleja otro principio esencial de revelación: el Señor guía a Sus hijos en el proceso mismo de moverse hacia adelante. La luz no suele encenderse de golpe; más bien, se aclara a medida que caminamos.

Durante su visita conjunta, los Bednar observaron, preguntaron, conversaron con miembros de la Iglesia, conocieron escuelas y barrios, y sintieron una paz creciente. No hubo un momento dramático en el que “se abrieran los cielos”, pero sí una acumulación de pequeñas impresiones, de sentimientos tranquilos y seguros que, al entrelazarse, formaron una certeza espiritual. La revelación, en este caso, llegó línea por línea, conforme ellos usaban su mente y su corazón para discernir la voluntad del Señor.

Esa paz fue su confirmación. El Espíritu Santo les enseñó que no necesitaban una manifestación extraordinaria para saber que la decisión era correcta. El gozo sereno que sintieron fue la voz de Dios hablándoles al alma. En retrospectiva, reconocieron que el Espíritu les había guiado “de maneras simples, sutiles y constantes”, preparándolos para experiencias y responsabilidades futuras que no podían imaginar entonces.

Décadas después, al mirar hacia atrás, David y Susan pudieron ver el propósito divino detrás de aquella elección aparentemente pequeña. Arkansas no solo les ofreció estabilidad y oportunidades profesionales, sino que fue un campo de crecimiento espiritual, servicio en la Iglesia y fortalecimiento familiar. Lo que en 1980 parecía una decisión práctica, con el tiempo se reveló como una pieza clave en el plan del Señor para sus vidas.

Así, la historia enseña que la revelación no siempre se presenta en forma de milagros visibles, sino en la quietud del alma, en la suma de impresiones suaves que nos llevan hacia lo correcto. Dios guía a Sus hijos mediante procesos naturales: pensar, actuar, analizar y, sobre todo, orar con un corazón dispuesto. Solo después, al mirar atrás, comprendemos plenamente que Él estaba allí todo el tiempo, marcando el rumbo.

El relato concluye con gratitud. Los Bednar reconocen que su vida fue moldeada por esa guía divina y discreta. Agradecen al Padre Celestial, al Salvador y al Espíritu Santo por haber estado presentes en cada paso del camino. Su experiencia testifica que la verdadera revelación es menos un evento y más una relación continua con el cielo, una conversación silenciosa entre el corazón fiel y la mente iluminada por el Espíritu.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Una transición inesperada


En el año 2000, Ricks College era el colegio universitario privado más grande de los Estados Unidos. Su plan de estudios ofrecía más de 100 títulos asociados, y aproximadamente 9.000 estudiantes estaban matriculados en la institución. En ese tiempo, yo era el presidente del colegio.

Una tarde de ese mismo año, mientras trabajaba en mi oficina, recibí una llamada telefónica del presidente Gordon B. Hinckley. Tras un breve saludo, el profeta y presidente de la Iglesia del Señor restaurada me dijo lo siguiente:
“David, he estado pensando que ahora es el momento de que Ricks College se convierta en una universidad de cuatro años. Y llamaremos a la institución Brigham Young University–Idaho.”

Hubiera estado menos sorprendido si el presidente Hinckley me hubiera dicho que Ricks College iba a cerrarse. ¡Estaba completamente atónito! Había dedicado mucho tiempo y gran esfuerzo durante los tres años previos de mi servicio explicando a los estudiantes, profesores y otros interesados todas las razones identificadas por la Junta de Educación de la Iglesia por las cuales el colegio nunca se convertiría en una universidad de cuatro años. Logré recuperarme lo suficiente del impacto del anuncio para formular algunas preguntas muy básicas relacionadas con la transición, y luego el presidente Hinckley concluyó nuestra conversación invitándome a ir a Salt Lake City para reunirme con él más tarde esa semana.

He comparado algunas revelaciones con el encender una luz en una habitación oscura: un repentino destello que ilumina todo lo que está a la vista. Este mensaje del presidente Hinckley fue, para mí, no solo un interruptor que encendió la luz, sino una explosión de luz que cambió de inmediato mi perspectiva sobre todo lo relacionado con la institución.

Lo que siguió a esa primera inundación de luz brillante fue un viaje línea por línea, precepto por precepto, a través de la niebla de crear una nueva universidad. El presidente Hinckley y la Junta de Educación de la Iglesia, en un principio, no proporcionaron un conjunto detallado de instrucciones o directrices para la transición. Más bien, los detalles de implementación y el cronograma debían desarrollarse en Rexburg y luego presentarse a la Junta de Educación de la Iglesia para su revisión y aprobación. Así, el consejo con los miembros del equipo directivo y con todos los empleados de la institución inició un patrón de revelación que culminó en la creación de Brigham Young University–Idaho.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

La llamada telefónica del presidente Gordon B. Hinckley a David A. Bednar fue un momento que transformó por completo la historia de una institución educativa y la vida espiritual de todos los que participaron en ella. Lo que comenzó como una tarde ordinaria se convirtió, de pronto, en un punto de inflexión revelador.

El anuncio fue breve, directo y lleno de poder profético: “He estado pensando que ahora es el momento de que Ricks College se convierta en una universidad de cuatro años.” Para el presidente Bednar, aquel mensaje fue una explosión de luz. En un instante, todo lo que él había comprendido hasta entonces cambió de perspectiva. Esa reacción ilustra un primer principio de revelación: Dios revela Su voluntad a través de Sus profetas, y cuando la palabra profética llega, ilumina de inmediato lo que antes estaba oscuro o parecía imposible.

Sin embargo, la historia no termina con esa luz inicial. El mismo Bednar explica que después de esa brillante revelación vino un proceso más largo y paciente: “línea por línea, precepto por precepto”. La dirección divina no se le dio toda de una vez; el Señor no entregó un manual detallado ni una lista completa de instrucciones. En su lugar, proporcionó una visión general —un mandato divino— y luego permitió que los líderes, maestros y empleados buscaran inspiración y consejo para llenar los detalles.

Este patrón muestra otro principio fundamental: la revelación combina inspiración profética con participación inspirada de los discípulos. Dios espera que Sus siervos trabajen, mediten, se reúnan, oren y colaboren bajo la guía del Espíritu Santo. En Rexburg, los líderes y el equipo administrativo tuvieron que aprender a moverse en la niebla de la incertidumbre, confiando en que la luz vendría a medida que avanzaran.

Así, el proceso de convertir Ricks College en Brigham Young University–Idaho se convirtió en una escuela de revelación. Cada reunión, cada decisión, cada ajuste fue acompañado por impresiones del Espíritu. No era una revelación instantánea, sino una corriente continua de luz, que descendía según la preparación, la humildad y la unidad del grupo.

Otro principio que resalta poderosamente en este relato es el de la obediencia y la confianza en los profetas. David A. Bednar había pasado años argumentando razones para que la institución no se transformara en universidad. Sin embargo, cuando el profeta habló, no hubo resistencia. El impacto fue grande, pero su reacción fue de fe y disposición. Esa actitud muestra que el verdadero discípulo no solo busca revelación personal, sino que también reconoce la revelación que llega por medio de las autoridades que Dios ha llamado.

Finalmente, con el paso del tiempo, la luz inicial se confirmó por los frutos. BYU–Idaho llegó a ser un modelo educativo reconocido y una bendición para miles de estudiantes en todo el mundo. En retrospectiva, Bednar pudo ver que aquella llamada telefónica no fue solo un anuncio administrativo, sino una manifestación de la mente y la voluntad del Señor, que había preparado el terreno y a las personas mucho antes del momento en que la revelación fue declarada.

Este episodio enseña que la revelación puede manifestarse tanto en un instante de luz brillante como en un proceso largo de aprendizaje y esfuerzo inspirado. Dios ilumina el camino, pero espera que Sus siervos caminen por él con fe.

El profeta recibe la visión; los discípulos la implementan con inspiración continua. Juntos, se convierten en instrumentos para cumplir la voluntad divina. Así como en la creación de BYU–Idaho, el Señor sigue guiando hoy a Su pueblo “línea por línea, precepto por precepto”, hasta que el propósito divino se cumpla plenamente.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


¿Sí o no?


Cuando servíamos en BYU–Idaho, Susan y yo con frecuencia conversábamos con estudiantes que se preguntaban acerca de sus opciones profesionales y sobre cómo escoger correctamente una institución donde estudiar y recibir más educación. Muchas veces, un estudiante se sentía confundido porque había sentido que “la” respuesta acerca de una carrera o una escuela había llegado en un momento determinado, solo para sentir que una respuesta diferente, e incluso contradictoria, llegaba en otro momento. Entonces, la pregunta común era: “¿Por qué el Señor me dio dos respuestas distintas?”

De manera similar, un estudiante puede buscar sinceramente saber si la persona con la que está saliendo es “la indicada”. Un sentimiento de “sí” en un momento puede parecer contradicho más adelante por un sentimiento de “no”.

Permítanme simplemente sugerir que lo que inicialmente creemos que es “la” respuesta puede ser solo una parte de un patrón continuo, incremental y en desarrollo de pequeñas respuestas. Claramente, el Señor no cambió de parecer; más bien, tú y yo debemos aprender a reconocer mejor el patrón del Señor como una serie de respuestas relacionadas y en expansión a nuestras preguntas más importantes.

Susan y yo nos conocimos durante diecinueve meses y salimos quince meses antes de casarnos. No recuerdo haber recibido una sola y abrumadora confirmación espiritual de que ella era “la indicada”. Lo que sí recuerdo es que, mientras salíamos, conversábamos, nos conocíamos mejor y nos observábamos y aprendíamos el uno del otro en diversas circunstancias, recibí muchas pequeñas, simples y apacibles confirmaciones de que ella era, en verdad, una mujer espiritual y extraordinaria. Todas esas respuestas sencillas, a lo largo del tiempo, condujeron y produjeron una confirmación espiritual apropiada de que, en efecto, debíamos casarnos. Esa confirmación no llegó toda de una vez; más bien, se destiló espiritualmente y de manera gradual sobre nuestras mentes “como el rocío del cielo”, tal como se describe en la sección 121 de Doctrina y Convenios.

No estoy tratando de sugerir que la experiencia que Susan y yo tuvimos sea exactamente lo que debe o va a ocurrirles a todos. Lo que sí sugiero es que no debemos sentirnos espiritualmente inadecuados o sin mérito si no recibimos una gran e inmediata respuesta a una petición o súplica de ayuda la primera vez que la hacemos.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

Durante su servicio en BYU–Idaho, el élder Bednar y su esposa Susan solían conversar con estudiantes que se encontraban confundidos al buscar respuestas del Señor sobre decisiones importantes: qué carrera elegir, a qué universidad asistir o con quién casarse. Muchos de ellos experimentaban algo aparentemente contradictorio: en un momento sentían una fuerte impresión de sí, y luego, más adelante, una impresión distinta, incluso un no. Esa confusión los llevaba a pensar que tal vez el Señor había cambiado de parecer o que ellos mismos habían fallado al interpretar el Espíritu.

El élder Bednar enseña que la revelación no siempre llega como una sola respuesta definitiva, sino como una serie de pequeñas confirmaciones que se desarrollan con el tiempo. Lo que al principio creemos que es la respuesta puede ser solo una parte de un patrón más grande que el Señor va revelando gradualmente. Dios no cambia; somos nosotros quienes aprendemos a reconocer Su voz con mayor claridad, paso a paso.

Este principio se ejemplifica de manera muy personal cuando el élder Bednar recuerda su relación con Susan. Ellos se conocieron durante diecinueve meses y salieron quince antes de casarse. En todo ese tiempo, nunca recibió una sola y abrumadora confirmación espiritual de que ella era “la indicada”. En lugar de una gran manifestación, recibió muchas pequeñas impresiones apacibles, en diferentes momentos y circunstancias, que le confirmaban que ella era una mujer noble, espiritual y extraordinaria.

Cada una de esas impresiones sencillas, acumuladas con el tiempo, se convirtió en una certeza espiritual profunda. Esa confirmación no llegó como un relámpago repentino, sino que se destiló gradualmente sobre su mente “como el rocío del cielo”, tal como enseña Doctrina y Convenios 121:45–46. Así, la revelación fue un proceso continuo, una serie de respuestas conectadas que, juntas, formaron la voluntad de Dios.

El mensaje central de este episodio es claro y alentador: no debemos sentirnos espiritualmente inadecuados si no recibimos respuestas rápidas o dramáticas. El Señor a menudo guía a Sus hijos por medio de impresiones pequeñas, persistentes y acumulativas. La revelación rara vez se impone; más bien, se cultiva con paciencia, humildad y constancia espiritual.

Así como las gotas de rocío forman lentamente una capa de humedad sobre la tierra, las pequeñas impresiones del Espíritu forman, con el tiempo, la comprensión celestial en el alma del creyente. El Espíritu no necesariamente nos da un “sí” o un “no” inmediato; a veces nos invita a caminar, observar, aprender y sentir una serie de síes pequeños que, unidos, se convierten en una respuesta completa.

El élder Bednar enseña que la revelación divina no es un evento aislado, sino una relación continua con el cielo. El Señor nos educa espiritualmente mediante un patrón progresivo de luz: a veces responde con claridad inmediata, y otras, con una secuencia de pequeñas impresiones que requieren tiempo, discernimiento y fe.

Este relato nos recuerda que no hay una única manera “correcta” de recibir revelación, y que la paciencia es parte del proceso divino de aprender a escuchar. Cuando miramos hacia atrás y reconocemos cómo el Espíritu nos ha guiado en distintos momentos, comprendemos que el Señor no nos ha dado respuestas contradictorias, sino una guía constante que se adapta a nuestro crecimiento y entendimiento.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Fe para actuar
Susan Bednar


Desde que tengo memoria, mi esposo ha enseñado sobre la importancia de formular preguntas inspiradas e ha invitado a los miembros de la Iglesia, estudiantes, misioneros y otros a participar en reuniones de preguntas y respuestas. A lo largo de los años, ha utilizado este formato literalmente con decenas de miles de miembros en estadios y auditorios, así como en entornos más íntimos, en hogares y capillas, donde el número de asistentes era reducido.

Me involucré personalmente cuando mi esposo fue llamado como presidente de BYU–Idaho. Una vez, durante un devocional multiestaca un domingo por la noche, mencioné casualmente que me encantaría poder llevarme a todos los estudiantes a casa y ofrecerles helado y galletas. Pues bien, a la noche siguiente, abrimos la puerta de nuestra casa y encontramos a varios estudiantes en el porche. ¡Habían tomado mi oferta en serio! Así comenzó la tradición de Noche de hogar y helado con los Bednar en BYU–Idaho.

Disfruté muchísimo esa primera noche con los estudiantes. Les hicimos un sinfín de preguntas sobre ellos mismos, sus planes presentes y futuros. Para las siguientes noches de hogar, pensé que debíamos preparar una lección con un tema determinado. Pero mi esposo dijo que prefería animar a los estudiantes a hacernos preguntas inspiradas.

Al principio, yo era muy reacia, especialmente cuando el número de estudiantes que deseaban participar aumentó y las noches de hogar tuvieron que trasladarse a un lugar más grande en el campus. Cuando David me preguntaba: “Susan, ¿te gustaría responder a esta pregunta?”, yo solía decirle que no. Era una forma fácil y segura de evitar mi temor. Con el tiempo, fui sintiéndome más cómoda respondiendo a las preguntas que planteaban los estudiantes, y comencé a aceptar con mayor frecuencia las invitaciones de mi esposo.

Este patrón de preguntas y respuestas continuó cuando el élder Bednar fue llamado como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. Para entonces ya tenía años de experiencia respondiendo preguntas, aunque “no” seguía siendo una opción válida.

Un día estábamos participando en una reunión misional en Madrid, España, y mi esposo se volvió hacia mí y me preguntó si quería responder la pregunta de un misionero. No recuerdo cuál fue la pregunta, pero sentí que no tenía nada que aportar, así que rechacé su invitación. Más adelante, durante la misma reunión, una respuesta clara y poderosa vino a mi mente y corazón. Sin embargo, el tema de la reunión ya había avanzado, y me pareció inapropiado volver atrás para mencionarlo.

Ese día el Espíritu Santo me enseñó una lección muy importante. Fui bendecida al comprender que si hubiera ejercido mi fe para actuar, la respuesta me habría sido dada mientras estaba de pie en el púlpito, en lugar de recibirla sentada en mi asiento.

Esa experiencia fue un llamado de atención para mí. Ese mismo día decidí que nunca más rechazaría la oportunidad de responder una pregunta; más bien, me levantaría y actuaría con fe, sabiendo que recibiría ayuda “en el mismo momento” del Espíritu Santo (Doctrina y Convenios 100:6).


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

Desde el comienzo, Susan Bednar describe cómo su esposo, el élder David A. Bednar, ha enseñado a miles de personas acerca de la importancia de hacer preguntas inspiradas. Ese hábito de invitar a pensar, preguntar y buscar entendimiento forma parte de un patrón de revelación: el Señor responde a quienes preguntan con fe y disposición de actuar. La revelación comienza con una pregunta sincera, pero se completa con el deseo de obedecer la respuesta que se reciba.

Cuando la hermana Bednar relata los inicios de las “Noches de hogar y helado” con los estudiantes de BYU–Idaho, vemos cómo algo tan simple como una invitación informal se convirtió en una experiencia espiritual y educativa para cientos de jóvenes. Esas reuniones no solo crearon un ambiente de cercanía, sino también un espacio donde las preguntas y el aprendizaje espiritual florecieron. La enseñanza no se centraba en discursos preparados, sino en abrir el corazón al Espíritu mediante el intercambio espontáneo de preguntas y respuestas.

En ese entorno de confianza, Susan comenzó a recibir invitaciones de su esposo para participar respondiendo preguntas. Al principio, sentía temor, inseguridad y una cierta renuencia. Decir “no” era más fácil y seguro que exponerse al momento incierto de tener que hablar sin saber exactamente qué decir. Pero en esas pequeñas experiencias empezó a surgir un principio espiritual que más tarde marcaría su vida: la revelación viene al actuar, no al esperar.

La lección culminó en una experiencia decisiva durante una reunión misional en Madrid, España. Cuando el élder Bednar le pidió responder una pregunta, Susan se sintió sin inspiración y rehusó hacerlo. Más tarde, sin embargo, mientras la reunión continuaba, la respuesta le llegó clara, poderosa y completa. Fue entonces cuando comprendió que el Espíritu no la había abandonado; más bien, la revelación estaba lista para llegar, pero requería su fe y su acción. El Señor había querido darle las palabras “en el mismo momento” en que ella se levantara, tal como se promete en Doctrina y Convenios 100:6.

Ese día, Susan aprendió que la fe no consiste en esperar sentir confianza antes de actuar, sino en actuar para que la confianza llegue. La guía del Espíritu se experimenta mientras caminamos hacia adelante, no mientras permanecemos inmóviles por temor o duda. Al decidir que nunca más rehusaría una invitación a hablar, ella se comprometió a confiar plenamente en que el Espíritu Santo le daría las palabras, la claridad y la serenidad que necesitara justo cuando las necesitara.

 “Fe para actuar” enseña que la revelación y la fe son inseparables. El Espíritu no siempre anticipa la acción humana; más bien, responde a ella. Dios no nos da todas las respuestas antes de tiempo porque desea que aprendamos a confiar en Su promesa: que el conocimiento y la fuerza vendrán en el momento mismo en que actuemos con fe.

Susan Bednar descubrió que la obediencia y la confianza abren la puerta al poder espiritual. Cada vez que se levantaba para hablar, no solo respondía a una pregunta: estaba ejerciendo el principio eterno de recibir luz mediante la acción.

Su testimonio nos recuerda que las mayores revelaciones no siempre vienen en la quietud previa a actuar, sino en el movimiento de la fe, cuando decidimos avanzar creyendo que Dios cumplirá Su palabra. Es allí, “en el mismo momento”, cuando el Espíritu Santo llena la mente y el corazón con el poder y la claridad que solo el cielo puede otorgar.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Una entrevista improvisada


Hace varios años, se me asignó realizar una entrevista exploratoria con un matrimonio para considerar la posibilidad de que sirvieran como presidente de misión y compañera. Las circunstancias que rodeaban esta entrevista en particular eran inusuales. Problemas de salud habían hecho necesario el relevo anticipado de un presidente de misión y su esposa, y se necesitaba urgentemente un matrimonio sustituto. La Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce esperaban tener un nuevo matrimonio llamado y sirviendo en tan solo unas semanas. Se aprobó un matrimonio para la entrevista exploratoria, y se me autorizó reunirme con ellos.

Recibí esta asignación temprano un viernes por la mañana y hablé con mi asistente ejecutiva sobre la urgencia asociada a la entrevista. Le expliqué que necesitaba reunirme con ese matrimonio lo antes posible. Ellos vivían en un estado cercano, y la distancia podía representar un desafío, dado el corto plazo con el que estábamos trabajando. Enfatizé que absolutamente debía hablar con la pareja antes de partir a una asignación internacional el siguiente miércoles. Le pedí que verificara si podrían venir a mi oficina para conversar. Si eso no era posible, tal vez podríamos realizar la entrevista por videoconferencia o por teléfono.

Regresé a mi escritorio, dejé la puerta abierta entre su oficina y la mía, y retomé mi trabajo. Unos minutos después, la escuché decirle a alguien por teléfono: “¿Qué estás usando puesto?” Me pareció una pregunta muy extraña, pero supuse que quizás estaba hablando con su esposo u otro miembro de su familia.

Cuando mi asistente terminó la llamada, entró en mi oficina y me informó: “El matrimonio que necesita entrevistar estará aquí en veinte minutos.”

Incrédulo, respondí: “¿Cómo hizo eso?”

Ella me explicó que había logrado comunicarse con el matrimonio mientras conducían hacia el Valle del Lago Salado. El esposo y la esposa iban de camino al templo y estaban vestidos con su mejor ropa de domingo.

Le comenté a mi asistente que había escuchado parte de su conversación telefónica y que me había intrigado su pregunta sobre la ropa que llevaban. Ella sonrió y respondió: “Me sorprendió descubrir que este matrimonio estaba cerca, y simplemente estaba explorando la posibilidad de que vinieran hoy para la entrevista.” Nos miramos el uno al otro y reconocimos que aquello no era una coincidencia. En verdad, estábamos participando de un milagro.

Tal vez le interese saber que este matrimonio fiel fue llamado, apartado y estaba sirviendo apenas dos semanas después en su campo de labor asignado, en un país lejano.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

El élder David A. Bednar relata una experiencia que, a primera vista, parece una simple coincidencia administrativa, pero que, al mirarla con ojos espirituales, revela la perfecta sincronía de la guía divina. Se le había asignado una tarea urgente: entrevistar a un matrimonio que podría ser llamado como presidente de misión y esposa. La necesidad era inmediata, y el tiempo, muy limitado. Todo debía suceder con rapidez, y los obstáculos logísticos parecían complicar la situación.

Sin embargo, mientras su asistente ejecutiva hacía las gestiones, se produjo un acontecimiento sorprendente. Sin planificación previa, el matrimonio que necesitaba entrevistar ya se encontraba cerca del lugar, vestidos y preparados, justo en el momento en que se les necesitaba. Lo que podría considerarse una casualidad fue, en realidad, una manifestación de la providencia divina.

El detalle curioso de la conversación telefónica —“¿Qué estás usando puesto?”— resulta casi humorístico, pero revela algo profundo: la sensibilidad espiritual de una persona que, sin darse cuenta, estaba participando en la orquestación del Espíritu. El Señor había alineado los tiempos, los lugares y las personas para que el propósito divino se cumpliera sin demora.

Al reflexionar sobre el suceso, tanto el élder Bednar como su asistente reconocieron que aquello no era una coincidencia. Comprendieron que la mano del Señor estaba dirigiendo cada paso, cumpliendo silenciosamente Su voluntad a través de medios sencillos. En apenas veinte minutos, la necesidad urgente había sido resuelta, y aquel matrimonio —que ni siquiera sabía que sería entrevistado ese día— se encontraba exactamente donde debía estar, en el momento preciso.

Poco después, ese matrimonio fue llamado, apartado y enviado al campo misional en un país distante. Todo ocurrió con una rapidez que solo puede explicarse por la intervención del Espíritu. Este episodio demuestra que la revelación divina no siempre llega en momentos de oración o en experiencias solemnes; a menudo ocurre en medio de la rutina, cuando estamos cumpliendo fielmente nuestras responsabilidades.

El Señor puede guiar incluso las tareas administrativas más comunes y utilizarlas como vehículos para cumplir Sus designios. Cuando un siervo de Dios actúa con diligencia, el cielo puede mover piezas invisibles para que todo encaje a la perfección.

“Una entrevista improvisada” enseña que la revelación puede ser inmediata y práctica, tan natural que podría pasar desapercibida si no se mira con ojos espirituales. Dios no siempre anuncia Su intervención con señales espectaculares; muchas veces actúa a través de la coincidencia providencial, de la sincronía exacta entre necesidad y oportunidad.

El Espíritu Santo no solo inspira palabras y pensamientos; también coordina circunstancias, toca corazones, y mueve a las personas a estar en el lugar correcto en el momento justo. Este relato nos recuerda que cuando servimos con fe, el Señor puede convertir lo ordinario en milagroso.

El élder Bednar y su asistente no planearon un milagro, pero fueron testigos de uno. Su experiencia testifica que el Señor está atento a los detalles, y que Su obra avanza no solo por revelaciones grandiosas, sino también por los actos sencillos de personas que actúan con fe y prontitud.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Una oferta de ayuda
Eric Bednar


Con tres niños pequeños (de casi seis, cuatro y dos años), sabíamos que la llegada de gemelos recién nacidos sería todo un desafío y una aventura, especialmente porque viviríamos en un apartamento estudiantil por unos meses más. Varios días después del nacimiento de los gemelos, recibimos una llamada de una querida amiga de nuestro barrio que quería venir a ayudarnos. Ella nos ayudó a organizar y guardar los biberones, las muestras de fórmula y los pañales que habíamos recibido del hospital. Al día siguiente, volvió a llamar y dijo: “Estuve pensando en ustedes hoy y me preguntaba si podía ir a ayudar nuevamente con los bebés.” Así que vino a nuestro apartamento para ayudar con la cena, los platos y los pañales.

En un momento de la noche, mi esposa dijo que no se sentía bien y fue al dormitorio a recostarse. Poco después, nuestra amiga escuchó que mi esposa me llamaba a gritos, así que me avisó y corrí hacia la habitación. Mi esposa se veía extremadamente incómoda y dijo: “No puedo sentir el brazo, y siento como si un autobús estuviera sobre mi pecho.” Llamé al 911 y luego le di una bendición del sacerdocio. La bendije para que se estabilizara hasta que pudiera recibir la atención médica que necesitaba.

Cuando llegó la ambulancia y los paramédicos la evaluaron, mi esposa se estabilizó un poco. Como se sentía mucho mejor en ese momento, no estábamos seguros de si debíamos ir al hospital para que la revisaran. Era de noche, y nos habría resultado difícil pedirle a alguien que viniera a cuidar a nuestros cinco hijos pequeños (¡incluyendo a los gemelos recién nacidos!). Pero nuestra amiga ya estaba allí y dispuesta a quedarse con ellos.

Cuando llegamos al departamento de emergencias del hospital, los análisis de sangre mostraron evidencia de un ataque cardíaco. Luego, un procedimiento de cateterismo cardíaco reveló que el ataque había sido causado por una disección espontánea de la arteria coronaria, es decir, un desgarro en la pared interna de la arteria más importante del corazón. Ella pudo recibir el tratamiento que necesitaba y, con el tiempo, se recuperó completamente.

“Estuve pensando en ustedes hoy y me preguntaba si podía ir a ayudar.” Qué agradecidos estamos de que nuestra querida amiga respondiera a un simple pensamiento de ayudar a nuestra familia en un momento de necesidad. Desde entonces, hemos sabido que la mayoría de los casos de disección coronaria se descubren durante una autopsia, y que un diagnóstico y tratamiento rápidos mejoran considerablemente las probabilidades de sobrevivir. Si nuestra amiga no hubiera estado en nuestra casa esa noche y no se hubiera ofrecido a quedarse, quizás no habríamos ido al hospital, y el resultado podría haber sido trágico.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

La historia comienza en un momento de vulnerabilidad familiar: la llegada de gemelos recién nacidos a un hogar con tres niños pequeños. En medio de ese torbellino de tareas, cansancio y ajustes, una amiga siente un pensamiento simple pero persistente: “Estuve pensando en ustedes hoy y me preguntaba si podía ir a ayudar.”
A primera vista, ese impulso parece algo común, casi trivial. Sin embargo, detrás de esas palabras cotidianas había una inspiración celestial. Esa mujer no sabía que, al seguir una impresión suave del Espíritu, sería instrumento de un milagro que salvaría una vida.

Su presencia en el momento preciso permitió que todo ocurriera con rapidez: ella escuchó el llamado de auxilio, avisó a Eric, y se quedó con los niños mientras él acompañaba a su esposa al hospital. Cada detalle encajó perfectamente —el momento, la disposición, el valor de actuar—, y esa sincronía no fue casualidad. Fue el reflejo de una revelación práctica y oportuna, inspirada por el amor y la sensibilidad espiritual.

Lo notable de esta historia es su sencillez. No hubo voces, visiones ni manifestaciones espectaculares. Solo una mujer buena que escuchó un pensamiento inspirado y actuó sin demora. Esa es una de las lecciones más poderosas del Espíritu: la revelación divina suele llegar como una idea tranquila, una impresión sutil, un impulso de servir o de hacer el bien. Pero cuando la obedecemos, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

En retrospectiva, la familia Bednar comprendió que aquella visita fue literalmente providencial. El diagnóstico médico posterior reveló que la esposa de Eric había sufrido un ataque cardíaco causado por una rara disección espontánea de la arteria coronaria, una condición que muchas veces se detecta solo después del fallecimiento. Su recuperación fue posible gracias a la intervención inmediata que aquella amiga facilitó.

“Una oferta de ayuda” enseña que el Espíritu Santo guía a las personas comunes a realizar actos extraordinarios cuando están dispuestas a escuchar y actuar. La voz del Señor puede llegar como un simple pensamiento: “Deberías llamar.”, “Pasa a visitar.”, “Ofrécete a ayudar.”; y, si respondemos, esa obediencia puede convertirse en la manifestación de Su amor por alguien más.

Dios no solo responde las oraciones mediante revelaciones personales directas; muchas veces, envía a Sus hijos como ángeles en la tierra, movidos por impulsos suaves y por un corazón dispuesto. Este relato muestra cómo una pequeña acción inspirada puede convertirse en un milagro de salvación, y nos invita a estar siempre atentos a esas impresiones que parecen simples, pero que son, en realidad, la voz del cielo susurrando al corazón.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Tiempos difíciles y una respuesta clara
Susan Bednar


En la noche del 6 de febrero de 2008, recibimos un correo electrónico informativo, pero también alarmante, de nuestro hijo en Carolina del Norte. Nos explicaba que su esposa, de veintinueve años, madre de gemelos recién nacidos, estaba en el hospital debido a un ataque cardíaco raro y grave: disección espontánea de la arteria coronaria (SCADS, por sus siglas en inglés). Volé de inmediato a Carolina del Norte para ayudar a nuestro hijo y a mi nuera, quien acababa de ser dada de alta de la unidad coronaria del hospital.

Sabía que no sería una tarea fácil. Nuestro hijo estaba terminando su beca de enseñanza posdoctoral en ortodoncia, y él y su esposa vivían en un apartamento de dos habitaciones para matrimonios en la residencia universitaria, con cinco niños menores de cinco años… ¡y ahora también una abuela allí! Puedes imaginar el caos y la confusión. Después de tres noches y días agotadores tratando de ayudar a nuestro hijo a alimentar y cuidar a los gemelos y a los otros niños, estaba exhausta, y sabía que ellos también lo estaban.

Hacia el final de esa semana, nuestra nieta de cinco años llegó a casa del jardín de infancia muy emocionada por ver a su madre y a los bebés. Recuerdo que se sentó en el regazo de su mamá, le dio un gran beso y le contó todo sobre su día en la escuela. Una o dos horas después, se quejó de dolor de garganta, de cuerpo cortado, de tener frío y de no sentirse bien. Su fiebre alta y los demás síntomas indicaban claramente que tenía gripe.

Esa noche, permanecí despierta pensando: “¿Qué vamos a hacer?” No había manera de evitar que el virus se propagara a los otros pequeños en el reducido espacio donde vivían.

Recuerdo que oré intermitentemente durante toda la noche, pidiendo guía e inspiración celestial para encontrar una solución a este dilema. Finalmente, la respuesta correcta sobre lo que debía hacerse llegó clara a mi mente y corazón.

A la mañana siguiente, cuando mi hijo y mi nuera ya estaban despiertos, les pregunté cómo se sentirían si identificaban y contactaban a un matrimonio mayor de su barrio que no tuviera hijos viviendo en casa y que tuviera un sótano vacío donde ellos pudieran quedarse con los bebés durante un par de semanas. Les dije que yo me quedaría en el apartamento para cuidar a los otros tres niños.

Encontraron a un matrimonio dispuesto y feliz de recibir a mi hijo, a mi nuera y a los recién nacidos en su hogar. Aunque en las semanas y meses siguientes continuaron las pruebas, los desafíos y también las bendiciones, sé que nuestro Padre Celestial escuchó y respondió mis oraciones. Sé que, por el don y poder del Espíritu Santo, recibí una revelación clara y precisa sobre las acciones que debían tomarse para ayudar a cuidar a esta amada familia joven.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

Era una noche oscura en muchos sentidos. Susan Bednar había volado de inmediato a Carolina del Norte tras recibir un correo electrónico alarmante: su nuera, joven madre de cinco hijos —incluidos gemelos recién nacidos—, había sufrido un ataque cardíaco grave. Al llegar, se encontró con una escena de agotamiento absoluto. Su hijo intentaba equilibrar sus estudios de posdoctorado con las demandas familiares; la madre, aún débil, necesitaba descanso; y los pequeños requerían atención constante.

Durante varios días, Susan hizo todo lo posible por sostener a esa familia, pero pronto se dio cuenta de que la situación era insostenible. El cansancio físico y emocional era abrumador, y las circunstancias se complicaron aún más cuando la nieta mayor enfermó con una fiebre alta y síntomas de gripe. En un espacio reducido, el contagio parecía inevitable. Aquella noche, sin soluciones visibles, Susan se arrodilló una y otra vez. Su oración no fue una sola súplica, sino un diálogo silencioso y persistente con Dios durante toda la noche: “¿Qué vamos a hacer?”

Fue entonces cuando se manifestó uno de los principios más hermosos de la revelación: el Espíritu responde en Su tiempo, cuando la mente y el corazón están lo suficientemente humildes y tranquilos para escuchar. La respuesta llegó con claridad, no como un mandato estruendoso, sino como un pensamiento firme y pacífico: la familia debía buscar un matrimonio mayor del barrio, con espacio y disposición, para acoger temporalmente a los padres y a los bebés.

Aquella idea sencilla —que tal vez no habría surgido en medio del estrés humano— fue la solución perfecta. Al día siguiente, Susan la compartió con su hijo y su nuera. Ellos actuaron con fe, hallaron a un matrimonio dispuesto y amoroso, y en pocas horas se había implementado un plan inspirado que trajo alivio, orden y esperanza.

Ese momento de revelación muestra cómo el Espíritu Santo puede guiar de manera específica, práctica y clara cuando el propósito es justo y el corazón está centrado en servir. No fue una respuesta teórica ni simbólica: fue una inspiración concreta que resolvió un problema real. Susan no recibió la revelación por curiosidad o por deseo de consuelo personal, sino porque buscaba sinceramente cómo ayudar a una familia que amaba. En esa pureza de intención se hallaba la clave para reconocer la voz del Señor.

 “Tiempos difíciles y una respuesta clara” enseña que la revelación no depende de la comodidad de las circunstancias, sino de la sinceridad del corazón. Dios escucha incluso cuando nuestras oraciones son fragmentadas por el cansancio o la confusión, y Su Espíritu puede iluminar la mente agotada con una claridad repentina.

El Señor no eliminó las pruebas ni los desafíos de esa familia, pero les dio dirección en medio del caos. Y, como testifica Susan Bednar, esa respuesta fue una confirmación tangible de que el cielo está profundamente involucrado en los detalles de nuestras vidas.

Este relato nos recuerda que la revelación puede llegar después de una larga noche de incertidumbre, cuando seguimos orando, esperando y confiando. En el momento justo, el Espíritu susurra al corazón lo que debemos hacer, y esas impresiones —aunque sencillas— se convierten en evidencias poderosas de que Dios escucha, responde y guía con amor perfecto.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Un cambio de último momento


A comienzos de la primavera de 2009, Susan y yo cumplíamos una serie de asignaciones en Europa. Al planificar los arreglos de viaje a nuestros distintos destinos, nos dimos cuenta de que no regresaríamos a los Estados Unidos sino poco antes de la conferencia general de abril. Por ello, decidí preparar y entregar mi discurso de conferencia general antes de partir. No quería que un retraso inesperado en nuestro regreso generara problemas con la traducción de mi mensaje.

Nuestro trabajo en Europa marchó bien y no tuvimos ninguna dificultad durante el viaje de regreso a Utah. Llegamos a casa tarde el domingo por la noche y nos alegramos mucho de poder dormir nuevamente en nuestra propia cama.

Cuando Susan y yo despertamos el lunes por la mañana, lo primero que le dije fue: “No me siento tranquilo con mi discurso de la conferencia general.”
Ella respondió con su acostumbrada franqueza: “Entonces, será mejor que te pongas a trabajar. ¡No tienes mucho tiempo para escribir otro!”

Durante los días siguientes, trabajé diligentemente para preparar un nuevo mensaje y pedí que el primer discurso (que ya había sido traducido) fuera reemplazado por el segundo.

No tenía la menor idea de por qué me sentía intranquilo con mi primer mensaje. De hecho, me sentía un poco desconcertado. Había recibido inspiración y guía al trabajar en él, y estaba satisfecho con el resultado final. Simplemente no comprendía por qué había escrito y entregado un segundo discurso.

El segundo mensaje que preparé se tituló “Sostener honorablemente un nombre y una posición”, y se centraba en el poder protector de los convenios sagrados del templo. En esa conferencia de abril, se me asignó hablar en la sesión del domingo por la tarde.

El primer orador de esa sesión fue el élder Dallin H. Oaks. Su mensaje se enfocó en el servicio desinteresado y destacó la importancia de las ceremonias sagradas del templo, en las cuales convenimos sacrificar y consagrar nuestro tiempo y talentos para el bienestar de los demás.

Yo hablé a continuación, y el tercer orador de esa sesión fue el élder Gary E. Stevenson. Su mensaje se centró en una verdad fundamental: la naturaleza eterna del templo te acercará a tu familia, y el comprender la naturaleza eterna de la familia te acercará al templo.

Mientras estaba sentado en el estrado y reflexionaba sobre esos dos mensajes y el tema de mi discurso, comencé a entender por qué me había sentido intranquilo respecto al primer mensaje que había preparado.

No sabía de antemano los temas de los discursos del élder Oaks ni del élder Stevenson. Y comprendí que no había nada malo en mi primer mensaje. Más bien, comencé a reconocer que los élderes Oaks, Stevenson y yo habíamos sido guiados por el Espíritu Santo para desempeñar cada uno un papel dentro de una sinfonía celestial de doctrina y principios relacionados con los convenios y ordenanzas del santo templo. Me sentí humilde y profundamente agradecido al caminar hacia el púlpito en esa sesión vespertina de la conferencia.

Trata de imaginar mis pensamientos y sentimientos cuando, a continuación, escuché al presidente Thomas S. Monson enseñar los siguientes principios en su mensaje de clausura de la conferencia:

“Ahora, mis hermanos y hermanas, hemos edificado templos en todo el mundo y continuaremos haciéndolo. A ustedes, que son dignos y pueden asistir al templo, les exhorto a ir con frecuencia. El templo es un lugar donde podemos hallar paz. Allí recibimos una renovada dedicación al evangelio y una determinación fortalecida para guardar los mandamientos.

“Qué privilegio es poder ir al templo, donde podemos experimentar la influencia santificadora del Espíritu del Señor. Se presta un gran servicio cuando efectuamos ordenanzas vicarias por aquellos que han pasado más allá del velo. En muchos casos, no conocemos a quienes representamos en esta obra. No esperamos agradecimiento, ni tenemos la seguridad de que aceptarán lo que ofrecemos. Sin embargo, servimos, y en ese proceso alcanzamos algo que no se logra de ninguna otra manera: literalmente nos convertimos en salvadores en el monte de Sión. Así como nuestro Salvador dio Su vida como un sacrificio vicario por nosotros, así también nosotros, en cierta medida, hacemos lo mismo cuando efectuamos la obra vicaria en el templo por aquellos que no pueden avanzar a menos que alguien aquí en la tierra haga algo por ellos”
(“Hasta que nos volvamos a encontrar,” Ensign, mayo de 2009).

Muchas veces, un tema general y unificador parece surgir en cada una de las sesiones de una conferencia general. Algunas personas en la congregación pueden pensar que los oradores han coordinado conscientemente sus mensajes para lograr esa continuidad. En verdad, los mensajes han sido coordinados—pero no por los oradores, sino por el cielo.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

Cuando el élder Bednar regresó de su asignación en Europa, lo último que esperaba era sentir inquietud respecto al discurso que ya había preparado con esmero para la conferencia general. Todo estaba en orden: el mensaje estaba terminado, traducido y listo. Sin embargo, al despertar aquella mañana, sintió una intranquilidad espiritual. No había razón lógica para sentirla, pero su espíritu percibía algo que su mente aún no comprendía.

Ese sentimiento fue la primera manifestación de un principio fundamental de revelación: el Espíritu Santo puede comunicar advertencias o impresiones sin explicación inmediata. No siempre sabemos por qué sentimos que debemos cambiar un plan o modificar una decisión, pero el Señor nos invita a confiar en esa impresión inicial, incluso sin entenderla completamente.

A pesar de la presión del tiempo y la aparente irracionalidad de rehacer su discurso, el élder Bednar decidió actuar con fe. Este es el segundo principio que se desprende del relato: la revelación requiere obediencia inmediata y confianza en el proceso, no solo en el resultado.
Como su esposa Susan le recordó con sabiduría práctica: “Entonces, será mejor que te pongas a trabajar.”
Esa respuesta sencilla refleja la actitud de quien entiende que cuando el Espíritu nos mueve, la acción debe seguir a la impresión sin demora.

Durante los días siguientes, él preparó un nuevo discurso —esta vez centrado en el poder de los convenios del templo—, aunque seguía sin comprender por qué el Señor le había inspirado a hacerlo. Esa falta de comprensión, sin embargo, no lo detuvo. Aquí vemos un tercer principio: la revelación a menudo se comprende retrospectivamente. El Señor pide que avancemos “sin saber de antemano” (1 Nefi 4:6), confiando en que la claridad vendrá después de la obediencia.

La comprensión llegó durante la conferencia general misma. Mientras escuchaba al élder Dallin H. Oaks hablar sobre el servicio desinteresado en el templo, y luego al élder Gary E. Stevenson sobre la naturaleza eterna del templo y la familia, el élder Bednar comprendió la razón divina detrás del cambio. Su mensaje, centrado en los convenios sagrados del templo, encajaba perfectamente con los discursos anteriores y posteriores, formando lo que él llamó una “sinfonía celestial de doctrina y principios”.

Lo que parecía un cambio de último momento era, en realidad, parte de una coordinación inspirada desde el cielo. Ninguno de los oradores había consultado sus temas entre sí, y sin embargo, todos fueron guiados por el mismo Espíritu. Este es otro principio sublime: la revelación individual y la revelación profética pueden armonizarse como notas distintas dentro de una melodía divina.
El Espíritu de Dios, que dirige Su obra, es capaz de unificar múltiples mentes y corazones para cumplir un propósito celestial más grande que el conocimiento individual de cada persona.

La confirmación final llegó cuando el presidente Thomas S. Monson, en su mensaje de clausura, enseñó precisamente sobre la importancia del templo y la obra vicaria, sellando con autoridad profética el tema que había unido toda aquella sesión. En ese instante, el élder Bednar comprendió plenamente el propósito del Espíritu: su intranquilidad inicial no fue una duda, sino una invitación del cielo a participar en la perfecta orquestación de la revelación colectiva.

Este episodio enseña que la revelación puede manifestarse en tres etapas:

  1. Una impresión inicial que no siempre tiene explicación.
  2. Una acción obediente y de fe, aun sin entender completamente.
  1. Una confirmación posterior que revela el propósito divino.

El Espíritu Santo guía de manera personal, pero también coordina las impresiones de muchos siervos para cumplir los designios del Señor. En la conferencia general de abril de 2009, la armonía entre los mensajes de los élderes Oaks, Bednar, Stevenson y el presidente Monson fue un testimonio vivo de que Dios dirige Su obra con precisión perfecta.

La experiencia también enseña que la revelación no siempre corrige algo “incorrecto”, sino que ajusta algo “bueno” para hacerlo “mejor” según el plan divino. La inquietud del élder Bednar no era una señal de error, sino una invitación a alinearse con un propósito mayor.

Así, “Un cambio de último momento” nos recuerda que el Señor conoce el conjunto de la sinfonía incluso cuando nosotros solo vemos una nota. Si aprendemos a confiar en las impresiones del Espíritu —aunque no las entendamos del todo—, descubriremos, al mirar atrás, que siempre han estado perfectamente afinadas con el plan del cielo.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Intervención divina por medio del Espíritu Santo
Susan Bednar


Estábamos cumpliendo una asignación en el norte de África y nos sentimos muy felices de volver a encontrarnos con un expresidente de misión y su esposa, quienes ahora servían como misioneros humanitarios. Les preguntamos por su familia, y nos contaron que su hijo y su nuera acababan de visitarlos y que en ese momento estaban de paseo por Jerusalén. Nos emocionó escuchar los detalles, ya que el élder Bednar y yo nos dirigiríamos a Jerusalén en unos días. Esperábamos que tal vez el joven matrimonio pudiera asistir a una reunión de distrito para que tuviéramos la oportunidad de conocerlos. Nos decepcionó saber que el hijo de nuestros amigos y su esposa volarían de regreso a los Estados Unidos la misma mañana de la reunión, por lo que sería imposible encontrarnos con ellos.

Terminamos nuestra estadía en el norte de África y luego volamos a Israel. El director del Centro de Jerusalén de BYU se ofreció a llevarnos a la Ciudad Vieja para una breve visita matutina, de modo que pudiéramos regresar a tiempo para un devocional vespertino con los estudiantes que cursaban allí sus estudios. Concluimos nuestro recorrido rápido e instructivo, pero llegamos un poco tarde a un lugar apartado en el Monte de los Olivos, donde se había preparado una mesa privada para almorzar antes del devocional programado.

Mientras caminábamos por el sendero hacia la mesa dispuesta por el personal del Centro de Jerusalén, el élder Bednar y yo notamos a una pareja joven sentada sobre una gran roca conversando entre sí. Después de haber servido como presidente y primera dama de BYU–Idaho, nos resulta difícil no detenernos a saludar cuando encontramos a parejas jóvenes. Durante nuestra breve conversación, se hizo evidente que eran el hijo y la nuera de los misioneros con quienes habíamos estado sirviendo recientemente en el norte de África. El élder Bednar invitó al joven matrimonio a asistir al devocional de los estudiantes esa tarde en el auditorio del Centro de Jerusalén, y ellos aceptaron gustosamente.

¿Cuáles eran las probabilidades de que llegáramos tarde al almuerzo y de que esa pareja joven estuviera sentada en esa roca, en ese momento, en ese lugar, para que nuestros caminos se cruzaran? Sé que fue una intervención divina del Espíritu Santo la que orquestó esa tierna misericordia.


¿Qué principios de revelación ves operando en este episodio?

El relato comienza con una escena cotidiana dentro del servicio misional. El élder y la hermana Bednar estaban cumpliendo una asignación en el norte de África, y se reencontraron con un matrimonio que había servido como presidente de misión y esposa. Esa conversación inicial parecía ser solo un intercambio amistoso, pero pronto se transformó en el primer movimiento de una sinfonía divina.
Los Bednar se interesaron en conocer al hijo y la nuera de ese matrimonio, que estaban de viaje en Jerusalén. Sin embargo, según todos los cálculos humanos, aquello sería imposible: los jóvenes regresarían a Estados Unidos el mismo día de la reunión que los Bednar tenían programada. En apariencia, no había forma de que sus caminos se cruzaran.

Pocos días después, al llegar a Israel, los Bednar realizaron una visita a la Ciudad Vieja con el director del Centro de Jerusalén de BYU. Todo transcurría según lo previsto, hasta que un pequeño retraso cambió el curso del día. Llegaron tarde al almuerzo, y ese aparente contratiempo se convirtió en el punto clave de una revelación en acción.

Mientras caminaban por el sendero hacia el lugar preparado, vieron a una pareja joven sentada sobre una gran roca. De manera natural, se acercaron para saludarlos, y entonces se reveló la “coincidencia”: eran precisamente el hijo y la nuera del matrimonio con el que habían estado sirviendo en África.
Un encuentro tan improbable —en el Monte de los Olivos, en el momento exacto y el lugar preciso— solo podía explicarse por una intervención divina del Espíritu Santo, como lo reconoció Susan Bednar.

Este episodio pone de manifiesto un principio esencial: el Espíritu Santo no solo comunica pensamientos o palabras; también puede coordinar circunstancias y tiempos para cumplir los propósitos del Señor. En esta historia, el Espíritu no habló con una voz ni envió una visión, pero sí orquestó los eventos para que la reunión ocurriera exactamente cuando debía.

Otro principio de revelación evidente aquí es la sensibilidad espiritual para reconocer las tiernas misericordias de Dios. Muchas personas podrían haber atribuido ese encuentro a la casualidad, pero la hermana Bednar lo vio con los ojos de la fe y lo identificó como lo que realmente era: una intervención divina.
La diferencia entre una coincidencia y una bendición radica en la capacidad espiritual de discernir la mano del Señor en los detalles.

Asimismo, este relato enseña que el Espíritu Santo trabaja en armonía con la bondad natural y la disposición del corazón. Si los Bednar hubieran pasado de largo sin detenerse a saludar, habrían perdido la oportunidad de presenciar ese milagro. Pero su hábito de acercarse con amor a las parejas jóvenes se convirtió en el canal por el cual el Señor cumplió Su propósito. El Espíritu inspiró tanto el retraso como el impulso de saludar; ambas cosas formaban parte de un mismo plan divino.

“Intervención divina por medio del Espíritu Santo” enseña que Dios está en los detalles y que el Espíritu puede guiar no solo nuestras decisiones, sino también los tiempos, los encuentros y los caminos que recorremos.
La revelación no siempre llega como una voz que instruye, sino a veces como una coincidencia sagrada que solo puede comprenderse con los ojos de la fe.

Susan Bednar reconoció que el encuentro no fue casual, sino una manifestación amorosa del cuidado de un Padre Celestial que coordina incluso los retrasos, los desvíos y los encuentros fortuitos para bendecir a Sus hijos.
El Espíritu Santo, en su papel de Consolador y Guía, teje los hilos invisibles de la providencia, recordándonos que nada ocurre fuera del alcance de la mirada divina.

Este episodio nos invita a vivir con el corazón abierto para ver los milagros silenciosos del día a día: aquellos momentos en los que lo ordinario se vuelve sagrado, y donde, si prestamos atención, podemos percibir que el cielo ha intervenido discretamente a nuestro favor.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Michael Bednar


Mi esposa y yo salimos juntos durante poco más de un año antes de comprometernos. Eso puede no parecer mucho para la mayoría de las personas, pero según los estándares de BYU, fue un noviazgo bastante largo.

Hubo un momento en nuestra relación en el que mi esposa estaba lista para avanzar o para terminar. Habíamos estado saliendo casi un año, y ella no estaba segura de que nuestra relación fuera a llegar a algún lado, así que comenzaba a sentirse cada vez más frustrada. Al mismo tiempo, yo estaba bastante contento con la situación. Sinceramente, me asustaba la magnitud de la decisión de casarme y quería asegurarme al cien por ciento de que era correcto antes de hacer un compromiso eterno.

Parte de lo que me detenía era la idea de que merecía algún tipo de señal clara que me indicara que debía seguir adelante con una propuesta de matrimonio. Me parecía lógico que, tratándose de algo de tanta importancia, uno debía tener derecho a una revelación cristalina e inconfundible.

Bueno, recordé un devocional que el élder Richard G. Scott había dado a principios de ese año, en el que habló sobre cómo la inspiración normalmente llega en “paquetes” en lugar de venir toda de una vez. También tuve una conversación memorable con mi padre, en la que le expliqué algunas de mis dudas. Papá me preguntó qué tipo de chica querría casarme si no me casaba con la chica con la que estaba saliendo. Pensé un momento y luego respondí: “¡Alguien exactamente como ella!”.

Entonces mi padre procedió a recordarme una famosa escena de la película Top Gun. En la película, el personaje principal, Maverick, es un piloto de combate excepcional que pierde a su mejor amigo y compañero en un trágico accidente. Después del accidente, Maverick duda cada vez que vuela. Cuando lo llaman a entrar en una batalla real, una vez más duda y se niega a participar en el combate. Su compañero de ala empieza a gritarle: “¡Entra ahí y pelea! ¡Tienes que involucrarte!”.

Siguiendo el consejo del élder Scott y la charla motivadora de mi padre inspirada en Top Gun, decidí actuar en lugar de esperar. Me había sentido nervioso porque veía el siguiente paso en nuestra relación como un compromiso formal. Pero decidí que tal vez podía dar un paso intermedio más pequeño. Mi novia y yo decidimos ir a ver anillos con el propósito de ver cómo nos sentíamos al dar ese siguiente paso en nuestra relación. Ir a ver anillos hizo que la posibilidad del matrimonio se volviera muy real. Pero también fue muy emocionante, y recibí la confirmación de que debía seguir adelante. Si hubiera continuado con mi plan original de esperar una respuesta inconfundible, mi futura esposa se habría convertido en mi exnovia y me habría perdido la relación más importante y satisfactoria de mi vida.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

Michael Bednar relata un período decisivo de su vida: su noviazgo con quien luego sería su esposa. Habían salido juntos por más de un año, lo que para los estándares de BYU era bastante tiempo. Mientras su novia deseaba avanzar y definir el rumbo de la relación, él se sentía cómodo en la incertidumbre. No porque no la amara, sino porque temía el peso de una decisión eterna.

Su deseo de estar “cien por ciento seguro” antes de comprometerse refleja un error común en la búsqueda de revelación: creer que toda decisión importante debe venir acompañada de una señal celestial clara e inconfundible. Michael esperaba una manifestación dramática —una respuesta contundente, casi visible— que disipara toda duda. Sin embargo, el Señor enseña que la fe requiere actuar sin tener todas las certezas.

En ese momento de indecisión, el Espíritu comenzó a enseñarle mediante distintos medios —otro principio esencial de la revelación: Dios se comunica de muchas formas, no solo mediante impresiones espirituales directas. Primero, Michael recordó un devocional del élder Richard G. Scott, quien había enseñado que la inspiración suele llegar “en paquetes”, de manera progresiva y no en una sola revelación completa. Esa enseñanza plantó en su mente la idea de que tal vez no recibiría una gran señal, sino una serie de pequeñas confirmaciones acumulativas.

Luego, el Señor le enseñó por medio de su padre. Durante una conversación honesta, Michael expresó sus temores y dudas. Su padre, con sabiduría, le hizo una pregunta reveladora: “¿Qué tipo de chica querrías si no te casaras con ella?”
La respuesta salió del corazón: “¡Alguien exactamente como ella!”
En ese momento, el Espíritu le dio claridad a través de su propia voz, una forma de revelación que a menudo pasa desapercibida. A veces el Señor no nos da nuevas palabras, sino que ilumina las que ya decimos, permitiéndonos reconocer la verdad que está dentro de nosotros.

Después, su padre utilizó una analogía de la película Top Gun, comparando la indecisión de Michael con la del piloto Maverick, que temía volver a actuar después de una pérdida. Le dijo, en esencia: “Tienes que involucrarte. Debes actuar.”
Esa exhortación resume otro principio clave: la revelación llega mientras actuamos, no mientras esperamos. El Espíritu guía a quienes se mueven hacia adelante, no a quienes permanecen paralizados por el miedo.

Con esa combinación de enseñanzas —la del élder Scott, la conversación con su padre, y la decisión de avanzar—, Michael finalmente eligió dar un pequeño paso de fe. No se comprometió de inmediato, sino que decidió ir con su novia a ver anillos “solo para ver cómo se sentían”. Ese acto, sencillo pero decisivo, se convirtió en el canal por el cual el Espíritu confirmó que iba en la dirección correcta.

La confirmación no llegó antes de actuar, sino como consecuencia de actuar. Esa es la esencia del principio de revelación por acción: el Señor ilumina el siguiente paso solo cuando hemos dado el actual.
Si Michael hubiera esperado una señal espectacular, habría perdido la oportunidad más importante de su vida. Pero al moverse con fe —aunque con cautela—, abrió el corazón para recibir la paz y el gozo que son las marcas auténticas de la confirmación del Espíritu Santo.

El relato de Michael Bednar enseña que la revelación rara vez es un evento único y absoluto; más bien, es un proceso progresivo que requiere movimiento, reflexión y sensibilidad espiritual.
El Señor no reemplaza nuestro albedrío con certezas inmediatas; al contrario, nos invita a participar activamente en la creación de nuestro destino espiritual.

Michael descubrió que la respuesta divina no siempre es un “sí” retumbante, sino una paz silenciosa que llega cuando damos el paso correcto.
Aprendió que la fe precede a la confirmación, y que la revelación, más que eliminar la incertidumbre, nos enseña a caminar con confianza dentro de ella.

Así, esta historia nos recuerda que los milagros espirituales a menudo comienzan con decisiones pequeñas: una conversación sincera, un recuerdo inspirado, un paso adelante.
Y que en esos momentos simples, el Espíritu Santo actúa como una brújula perfecta, guiándonos sin imponerse, hasta que descubrimos con gratitud que Dios siempre había estado dirigiendo el vuelo.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Responder una pregunta no formulada


Mientras servía en el Consejo Ejecutivo Misional, una magnífica misionera murió en un accidente automovilístico, y se me invitó a representar a los Hermanos en su funeral. Ella era vivaz, tenía una reputación notable entre sus compañeros de escuela secundaria y todos amaban a esta joven. Tenía varios hermanos, uno de los cuales era una hermana menor, de unos ocho o nueve años de edad.

Cuando fui al velorio antes del servicio fúnebre, mientras los miembros de la familia saludaban a las personas, miré a la pequeña niña de ocho o nueve años y observé que era como una lágrima a punto de estallar. Así que me arrodillé y le dije: “Tienes una pregunta, ¿verdad?”. Ella no dijo nada y rodeó mi cuello con sus brazos. Le dije: “Trataré de responder tu pregunta cuando hable en el funeral”, y le di un abrazo.

Más tarde, mientras hablaba, miré hacia la primera fila, y esa pequeña niña estaba justo debajo del púlpito. Cuando la miré, como parte de mi mensaje, dije: “Ahora, la pregunta que tienes es: ¿Por qué permitiría el Padre Celestial que mi hermana muriera?”.

Ella asintió con la cabeza en señal de acuerdo.

Dije: “Tu hermana era amada por todos, fue una misionera maravillosa… ¿por qué permitiría el Padre Celestial que ella muriera?”. Luego, mirando a los ojos de esa pequeña niña, simplemente dije: “No lo sé. En realidad, no tiene sentido según lo que sabemos en esta vida”. Continué: “Pero sé que el Padre Celestial sabe por qué, y algún día lo entenderemos mejor que hoy. No puedo responder a tu pregunta de por qué sucedió, pero sé que el Padre Celestial lo sabe, y para mí, eso es suficiente”.

Agradecí la ayuda celestial para reconocer la pregunta que ella no podía formular.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

El contexto es profundamente humano y doloroso: una joven misionera, llena de fe y energía, muere en un accidente. Su familia está destrozada. En ese ambiente de tristeza y silencio, el élder Bednar es invitado a representar a los líderes de la Iglesia en el funeral.
Al llegar al velorio, observa algo que nadie más nota con claridad: una niña pequeña, de unos ocho o nueve años, con una tristeza contenida, con lágrimas a punto de caer. No dice nada, no hace preguntas, pero su espíritu está clamando por respuestas.

En ese momento ocurre el primer principio de revelación:

El Espíritu Santo puede comunicar al corazón del siervo inspirado las necesidades de otro, incluso cuando no se expresan con palabras.

El élder Bednar siente con claridad que esa niña tiene una pregunta. No la oye, pero la percibe. No se trata de intuición emocional ni de deducción humana; es discernimiento espiritual —una manifestación del don del Espíritu que revela pensamientos y sentimientos ocultos, tal como el Señor describe en Doctrina y Convenios 46:23: “a otro, el don de discernir los pensamientos e intenciones del corazón.”

Él se arrodilla, la mira a los ojos y le dice suavemente: “Tienes una pregunta, ¿verdad?”
Sin hablar, la niña lo abraza. Esa pequeña acción confirma lo que el Espíritu ya le había revelado: su alma tenía una pregunta que no podía expresar con palabras.

Más tarde, durante el funeral, el Espíritu le indica el momento preciso para responder. Al verla nuevamente, bajo el púlpito, el élder Bednar siente la impresión de dirigir su mensaje a ella. No había preparado ese segmento; fue una inspiración inmediata, específica y personalizada.

Aquí se manifiesta otro principio clave de la revelación:

El Espíritu Santo da a los siervos del Señor las palabras que deben decir, en el momento en que deben decirlas.
Tal como se promete en Doctrina y Convenios 100:6: “Porque no será dado que vosotros toméis pensamiento acerca de lo que habéis de decir; sino que se os concederá en la misma hora.”

Con ternura y honestidad, pronuncia las palabras que la niña necesitaba oír:

“Tu pregunta es: ¿Por qué permitiría el Padre Celestial que mi hermana muriera?”
“No lo sé. En realidad, no tiene sentido según lo que sabemos en esta vida… pero sé que el Padre Celestial lo sabe.”

Este momento muestra otro principio poderoso:

La revelación no siempre consiste en recibir respuestas completas; a veces consiste en recibir la certeza de que Dios tiene la respuesta, y eso basta.
El Espíritu Santo no necesariamente resuelve todas las dudas, pero sí da paz y consuelo que superan la comprensión mortal (Filipenses 4:7).

Lo más asombroso de esta experiencia es que el élder Bednar fue instrumento de esa paz sin que la niña necesitara formular su pregunta.
Eso revela un principio adicional:

El Espíritu Santo actúa tanto en quien ministra como en quien recibe, uniendo corazones mediante un entendimiento celestial que trasciende el lenguaje.

 “Responder una pregunta no formulada” enseña que la revelación puede ser silenciosa, pero absolutamente precisa.
El Espíritu Santo puede revelar pensamientos, preparar palabras y crear momentos de consuelo perfectos que ningún esfuerzo humano podría planificar.

La historia también demuestra que la verdadera ministración ocurre cuando el siervo del Señor se deja guiar con sensibilidad y humildad. El élder Bednar no intentó ofrecer explicaciones intelectuales ni respuestas fáciles; se limitó a transmitir lo que el Espíritu le dio: una afirmación de fe sencilla y pura —que Dios sabe, y eso es suficiente.

En esa respuesta humilde y sincera, la niña encontró consuelo, y el élder Bednar encontró gratitud por haber sido instrumento de una revelación que vino directamente del cielo.

Así, este episodio nos recuerda que el Espíritu Santo no solo nos enseña “qué decir” o “qué hacer”, sino también “cuándo callar” y “cómo sentir”, para que nuestras palabras sean realmente las del Señor.
Cuando servimos con sensibilidad espiritual, podemos —como el élder Bednar— responder preguntas que nunca fueron formuladas, pero que el alma anhelaba profundamente ser contestadas.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Mi hijo también es hijo de Dios

Jeff Bednar


En marzo de 2013, mi esposa, Anne, y yo fuimos al hospital para una ecografía de dieciocho semanas del bebé que ella estaba esperando. Durante el procedimiento, el técnico salió de la habitación y trajo a un médico. Anne, quien había sido enfermera en la unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN), comenzó a sospechar que algo no estaba bien. Después de unos minutos observando la ecografía, el médico nos dio una noticia difícil.

Nos dijo que íbamos a tener un niño, pero la emoción de conocer el sexo del bebé se desvaneció rápidamente cuando nos explicó que el corazón y el estómago del bebé estaban en el lado equivocado de su cuerpo, que las medidas de su cabeza estaban por encima de lo normal —lo cual indicaba exceso de líquido dentro del cráneo— y que no podían localizar su bazo. Siendo yo algo ignorante en terminología médica en comparación con Anne, la miré, y ella rompió en llanto. En su trabajo, ella había visto la mayoría de las posibles complicaciones que pueden presentarse en un recién nacido, y mi corazón se hundió al saber que probablemente se trataba de una noticia devastadora.

Me contuve en el hospital, tratando de ser fuerte por Anne, pero cuando llegué a casa, llamé a mis padres, y al oír sus voces, me brotaron las lágrimas. Después de colgar, me arrodillé junto a la cama en nuestro apartamento en Ann Arbor, Míchigan, y comencé a suplicar al Señor que se asegurara de que mi hijo estuviera bien. Recuerdo vívidamente haberle dicho al Señor: “Sé que Te importa mi hijo. Por favor, sana a mi hijo”.

Apenas había pronunciado esas palabras cuando una poderosa impresión vino a mi mente: “Él también es mi hijo”. Eso fue todo lo que el Señor habló a mi corazón aquel día: un recordatorio sencillo de la relación que tenemos con la Deidad. Una sensación de paz me envolvió mientras reflexionaba sobre lo que esa frase implicaba: mi hijo era hijo de Dios… y Dios tenía un amor por mi hijo que, sin duda, superaba al mío.

Le dimos a nuestro hijo el nombre de Samuel, que significa “Dios oye” o “Dios responde”, porque verdaderamente es un recordatorio de que Dios oye y responde las oraciones—no siempre de la manera que esperamos cuando acudimos a Él, sino a Su manera y en Su tiempo.

Como la enfermedad de Sam (PCD), que a veces acompaña la inversión de los órganos internos, es bastante rara, la comunidad científica apenas está comenzando a comprender su trastorno. Mientras hemos intentado navegar un camino muy incierto para determinar cómo ayudarlo, el Espíritu Santo ha sido nuestro compañero y guía.

En numerosas ocasiones, Anne y yo hemos sentido impresiones sutiles, la mayoría en forma de inquietud o preocupación, que nos han motivado a modificar los tratamientos de Sam. Recientemente, después de que una prueba mostró que Sam estaba bien, Anne sintió la impresión de repetirla, y descubrió que había bacterias peligrosas creciendo en los pulmones de Sam, las cuales podrían haber causado un daño extenso si no se trataban.

Al mirar atrás en los últimos siete años, hemos aprendido que cuando suplicamos ayuda para cuidar de Sam, Dios oye y responde, a menudo sin que seamos plenamente conscientes de que Él ha escuchado y está respondiendo.

A lo largo de los años, al ver a Sam pasar por enfermedades y cirugías, ha habido momentos en que mis temores han provocado dudas. En esos momentos, a menudo me viene a la mente aquella guía inicial de mi Padre Celestial: “Él también es mi hijo”. El Espíritu también me ha enseñado, poco a poco, a no anhelar el fin de las pruebas de Sam, sino el resultado que Dios espera de ellas.

Hemos eliminado la idea de que las tormentas amenazantes son una señal de que el Señor no se preocupa por nuestra situación. Al interiorizar la verdad de que esas mismas tormentas nos permiten unirnos al Salvador y hallar paz, hemos descubierto que esos desafíos han sido algunas de las experiencias que más han fortalecido nuestro testimonio. En los momentos de quieta instrucción del Espíritu, hemos aprendido que cuando vienen las tormentas, los vientos y las olas, no debemos dudar del Salvador, sino suplicarle que nos guíe y nos fortalezca.

P. D. por el élder Bednar

El 3 de marzo de 2013 cumplí con la asignación de hablar en un devocional dirigido a una audiencia mundial de jóvenes adultos. El título de mi mensaje fue “Para que no nos retraigamos”. Enfatizé la verdad de que muchas de las lecciones que debemos aprender en la mortalidad solo pueden recibirse mediante las cosas que experimentamos y, a veces, sufrimos. A través de experiencias difíciles—con frecuencia llenas de dolor y sufrimiento—se forma el carácter, se purifican los corazones y se ensanchan las almas conforme las personas adquieren experiencia e instrucción espiritual. Y Dios espera y confía en que enfrentemos las adversidades mortales temporales con Su ayuda, para que podamos aprender lo que necesitamos aprender y llegar a ser lo que debemos llegar a ser en la eternidad. En última instancia, permitimos que nuestra voluntad sea “absorbida en la voluntad del Padre” (Mosíah 15:7).

Esta experiencia con Jeff, Anne y Sam me ayudó a reconocer y comprender que el momento en que preparé y pronuncié ese mensaje no fue una coincidencia. Solo después de hablar con Jeff y Anne unos días después del devocional, cuando recibieron los resultados de la ecografía, me di cuenta de cuál era el público específico al que estaba destinado aquel mensaje: mi propio hijo y mi nuera. En los años transcurridos desde el nacimiento de Sam, Jeff y Anne han comentado a menudo que la doctrina, los principios y los ejemplos utilizados en ese mensaje han sido una fuente de gran consuelo y seguridad.

Siempre espero y oro para que mi enseñanza y mi testimonio puedan beneficiar al menos a una persona en una congregación o clase. En marzo de 2013, me sentí agradecido de reconocer que la mano del Señor me guió y me ayudó a ministrar a unos preciosos “unos”: los miembros de mi propia familia.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en estos relatos complementarios?

En los relatos complementarios de Jeff Bednar y del élder David A. Bednar se revela, de forma tierna y poderosa, cómo opera la revelación en la vida cotidiana de los hijos de Dios. No se trata solo de experiencias extraordinarias o manifestaciones espectaculares, sino de un proceso íntimo y constante en el que el cielo se comunica con la tierra a través del Espíritu Santo.

Todo comienza con un momento de angustia. Jeff, al recibir la noticia del diagnóstico complejo de su hijo por nacer, se arrodilla y ora con el corazón quebrantado. En ese instante de vulnerabilidad, llega una respuesta del cielo: “Él también es mi hijo.” No fue una visión ni una voz estruendosa, sino una impresión profunda, clara y penetrante, una de esas frases que iluminan toda una vida. En ese susurro divino se manifiesta el principio de revelación personal directa: Dios responde a las súplicas sinceras de Sus hijos y lo hace en el lenguaje del espíritu y del amor. Esa breve respuesta no solo calmó el alma de un padre afligido, sino que transformó su comprensión del amor de Dios y de la relación eterna que todos compartimos con Él.

Con el paso del tiempo, Jeff y Anne aprendieron que la revelación no siempre llega para eliminar la prueba, sino para guiar en medio de ella. El Espíritu Santo se convirtió en su compañero constante, inspirándolos en decisiones médicas, haciéndolos sentir inquietudes oportunas o impulsándolos a actuar cuando algo no parecía bien. A través de esas impresiones sutiles y repetidas, comprendieron el principio de guía continua del Espíritu, que enseña “línea por línea y precepto por precepto”. En lugar de buscar milagros inmediatos, aprendieron a reconocer los pequeños susurros, las ideas persistentes, las emociones tranquilas que provenían de un Dios que estaba cerca.

También descubrieron que la paz interior es una señal de revelación verdadera. Aun cuando las circunstancias eran inciertas, el sentimiento de calma y consuelo confirmaba que el Señor estaba al tanto de su hijo y de su familia. Esa paz —tan distinta del alivio pasajero del mundo— fortalecía su fe y les recordaba que el Salvador no los abandonaba en la tormenta, sino que los acompañaba dentro de ella.

El élder Bednar, al reflexionar sobre esta experiencia familiar, reconoció otro principio profundo: el Señor prepara la revelación antes de que sepamos que la necesitamos. Días antes del diagnóstico, él había pronunciado un devocional inspirado sobre cómo las pruebas moldean el alma y nos ayudan a someter nuestra voluntad a la del Padre. Más tarde entendió que ese mensaje no había sido casualidad; el Espíritu lo había guiado para ministrar, sin saberlo, a su propio hijo y a su nuera. Esa conexión muestra cómo la revelación divina trasciende el tiempo y el espacio: el Señor ve el cuadro completo y coordina Sus respuestas con perfecta sabiduría.

Finalmente, ambos relatos enseñan que la revelación transforma la perspectiva. En lugar de preguntar “¿por qué?”, los Bednar aprendieron a preguntar “¿para qué?”. El Espíritu les enseñó a confiar en que las tormentas no son evidencia del desinterés de Dios, sino oportunidades para acercarse más a Su Hijo. La revelación, entonces, no solo les indicó qué hacer, sino quiénes debían llegar a ser.

Así, en esta historia familiar se entrelazan los grandes principios de revelación: la oración sincera, la respuesta personal, la guía continua del Espíritu, la paz como confirmación, la enseñanza progresiva y la preparación providencial del Señor. Todo ello demuestra que la revelación no es un acontecimiento aislado, sino una relación viva con Dios, en la que aprendemos a oír Su voz en medio de la vida común, a confiar en Su tiempo y a reconocer Su amor en cada paso del camino.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Un milagro revelador

Susan Bednar


En preparación para una reunión misional en Centroamérica, los misioneros leyeron y estudiaron varios discursos de conferencia del élder Bednar y llegaron preparados para analizar los mensajes. Al comenzar la reunión, mi esposo enseñó a los misioneros que el Espíritu Santo es el verdadero maestro. También les dijo que no debían anotar lo que él dijera, sino que debían escribir las impresiones que el Espíritu Santo les enseñara. Luego, el élder Bednar preguntó a los misioneros: “¿Qué les llamó la atención de los mensajes que leyeron y estudiaron?”.

Cuando un misionero se puso de pie para hacer un comentario, dijo: “He aprendido que no debo orar por lo que yo quiero, sino que debo orar para saber lo que Dios quiere para mí. Luego necesito tener la fe para aceptar la voluntad de Dios”.

El élder continuó: “Puedo encontrar Su voluntad al amar y servir…” De repente, se detuvo a mitad de la frase por un momento. Con un semblante lleno de gozo, dijo: “¡Acabo de recibir una impresión en este mismo instante de lo que Dios quiere que haga cuando regrese a casa!”.

El élder Bednar le recordó que eso, en efecto, ¡era un milagro revelador! El misionero había recibido revelación del Espíritu Santo en ese preciso momento. Su sonrisa de comprensión se transformó en lágrimas de gratitud al darse cuenta de lo que acababa de suceder.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

Durante una reunión misional, el élder Bednar recordó a los misioneros una verdad esencial: el Espíritu Santo es el verdadero maestro. No estaban allí simplemente para escuchar a un apóstol, sino para ser enseñados desde lo alto. Esa instrucción inicial estableció el primer principio de revelación que se pone en acción: la disposición espiritual para escuchar. Antes de que pueda haber revelación, debe haber un corazón abierto, una mente receptiva y un deseo sincero de aprender lo que Dios quiere comunicar.

Al invitar a los misioneros a no anotar sus palabras, sino las impresiones del Espíritu, el élder Bednar enseñó otro principio clave: la revelación requiere atención consciente a las impresiones espirituales más que a la información externa. El Espíritu Santo enseña “línea por línea, precepto por precepto”, y sus susurros pueden llegar en medio de una conversación, una lectura o una reunión. Esta invitación cambió el enfoque de los misioneros: ya no estaban tomando apuntes de un discurso, sino participando activamente en una conversación con Dios.

Fue en ese ambiente de humildad y expectativa espiritual que ocurrió el milagro. Un joven misionero, al expresar lo que había aprendido —que debía orar no para obtener lo que él quería, sino para saber lo que Dios quería para él—, experimentó en ese mismo instante una revelación personal. En medio de sus propias palabras, el Espíritu Santo le comunicó una impresión clara y específica: lo que debía hacer cuando regresara a casa. Fue una experiencia íntima, silenciosa y repentina, pero profundamente significativa.

Este momento encarna el principio de revelación inmediata y personalizada. La revelación no siempre llega en la soledad de una oración ni en la quietud de la noche; también puede manifestarse en medio del aprendizaje, cuando el corazón y la mente están alineados con la voluntad divina. El Espíritu aprovechó un instante de fe y obediencia para transmitir una instrucción que transformaría el rumbo de una vida.

Cuando el élder Bednar le dijo: “¡Eso fue un milagro revelador!”, subrayó otro principio importante: la revelación, aunque común en la vida de los santos fieles, siempre es un milagro. Reconocer esos momentos sagrados es esencial, porque muchas veces el Espíritu habla de manera tan sutil que solo la sensibilidad espiritual permite advertir Su voz.

Finalmente, la reacción del misionero —lágrimas de gratitud— muestra el principio de confirmación espiritual: el Espíritu no solo comunica conocimiento, sino que lo sella con sentimientos de gozo, gratitud y certeza. El entendimiento intelectual se convierte en testimonio espiritual.

En conjunto, este relato enseña que la revelación ocurre cuando se prepara el ambiente espiritual adecuado, cuando el corazón está dispuesto a aceptar la voluntad de Dios, y cuando se reconoce con gratitud la voz del Espíritu. Es una invitación a todos los discípulos del Señor a estar atentos a esos momentos en los que, sin buscarlo de manera espectacular, el cielo se abre suavemente y el Espíritu susurra al alma lo que Dios desea que hagamos.

En verdad, este “milagro revelador” no solo fue una experiencia del misionero, sino una lección viva sobre cómo el Señor instruye, confirma y transforma a Sus hijos mediante el poder del Espíritu Santo.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Aprendiendo a escuchar


Una vez viajaba hacia una asignación de conferencia de estaca en un pequeño y ruidoso avión de pasajeros. En la fila justo delante de mí estaba sentada una mujer con tres niños pequeños, cuyas edades iban desde un bebé hasta un niño de cuatro años. Como el avión solo tenía dos asientos a cada lado del pasillo central, la madre estaba bastante lejos de su hijo mayor, un simpático niño que, evidentemente, volaba en avión por primera vez. Tenía la nariz pegada a la ventana para tener una buena vista de todo lo que ocurría, y disfrutaba describiendo a su madre lo que veía mientras los motores arrancaban y el avión avanzaba por la pista para despegar. Los ojos del pequeño estaban muy abiertos y su voz llena de emoción mientras el avión ascendía al cielo.

Durante todo ese tiempo, sin embargo, la madre estaba ocupada con los otros niños, abrochándoles los cinturones, encontrando juguetes y respondiendo a sus necesidades y peticiones. La madre respondía constantemente a las exclamaciones entusiastas del pequeño con una voz calmada y tranquilizadora. Pero, debido al ruido de los motores y al estruendo del pequeño avión, el niño no podía oír las respuestas de su madre. Después de haber estado en el aire unos cinco minutos, creyendo que su madre no le prestaba suficiente atención, el niño exclamó: “¡Mamá, no me estás escuchando!”.

Entonces observé algo muy interesante. La sabia madre siguió respondiendo y hablándole a su hijo con el mismo tono tranquilo, sin elevar la voz. Con el tiempo, el pequeño logró oír la voz de su madre a pesar del ruido de los motores y de los demás sonidos del avión. La voz de la madre no cambió; más bien, aumentó la capacidad del niño para escuchar su voz en medio del ruido. Le tomó algo de tiempo, pero el niño aprendió a bloquear los ruidos que lo distraían a su alrededor y a concentrarse en la voz familiar de su madre.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

El relato “Aprendiendo a escuchar” nos ofrece una lección profunda sobre cómo funciona la revelación en la vida de los hijos de Dios. No es una historia sobre visiones ni voces audibles, sino sobre el proceso paciente de aprender a reconocer la voz divina entre el ruido constante del mundo.

Todo comienza con una escena sencilla: un pequeño niño, lleno de emoción, viaja por primera vez en avión. Fascinado por todo lo que ve, grita con entusiasmo para compartir cada detalle con su madre. Pero el ruido de los motores, el bullicio del vuelo y la distancia entre ambos hacen que el niño no escuche sus respuestas. Cree que su madre no le está prestando atención y exclama con frustración: “¡Mamá, no me estás escuchando!”.

Lo que sucede después es una enseñanza silenciosa pero poderosa. La madre no levanta la voz ni se altera; sigue hablándole con la misma calma y ternura. No cambia su tono, sino que mantiene la misma constancia amorosa. Poco a poco, el niño comienza a ajustar su oído. Aprende a distinguir la voz de su madre en medio del ruido del avión. No fue ella quien cambió, sino él quien aprendió a escuchar.

Así ocurre también con nosotros y con Dios. El Señor no grita por encima del ruido del mundo, ni cambia Su manera de hablarnos para adaptarse a nuestra prisa o distracción. Su voz es constante, suave y apacible. Somos nosotros quienes debemos aprender a reducir el ruido espiritual, a apartar las distracciones, los temores y las voces que compiten por nuestra atención.

En ese proceso, el Espíritu Santo se convierte en nuestro maestro. Nos enseña gradualmente a reconocer el susurro del cielo: no con palabras estruendosas, sino con impresiones, sentimientos y pensamientos puros que traen paz. La revelación no depende del volumen, sino de la sensibilidad del corazón.

El niño del avión tardó un tiempo en afinar su oído. Del mismo modo, nosotros también aprendemos con paciencia, a través de la práctica constante: la oración, el estudio de las Escrituras, la adoración y la obediencia. Al hacerlo, empezamos a reconocer una voz familiar: la del Padre que siempre nos ha estado hablando.

El principio más hermoso de esta historia es que la voz del Señor nunca cambia. Es firme, amorosa y llena de paz. Lo que cambia es nuestra capacidad para oírla. Cuando aprendemos a escuchar, descubrimos que Él siempre ha estado ahí, hablándonos, guiándonos, respondiéndonos.

En realidad, este relato no es solo sobre un niño y su madre; es una metáfora de nuestra relación con Dios. El mundo puede ser tan ruidoso como un avión en pleno vuelo, pero el Señor sigue hablándonos con la misma serenidad. Si aprendemos a silenciar el ruido que nos rodea y el que llevamos dentro, también nosotros podremos escuchar esa voz familiar, la voz que calma, guía y reconforta el alma.

Y al igual que aquel niño, un día nos daremos cuenta de que Dios siempre nos ha estado escuchando; lo que faltaba era que nosotros aprendiéramos a escucharlo a Él.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Todo estará bien

Michael Bednar


Justo antes de mi último año de estudios de posgrado, comencé el proceso de búsqueda de empleo. Fue un momento estresante para mi esposa y para mí, pero nos sentíamos confiados y emocionados por comenzar la siguiente etapa de la vida. Mi esposa esperaba a nuestro tercer hijo, y estábamos ansiosos por dejar atrás la pobreza de la vida de estudiante de posgrado y nuestro apartamento, cada vez más pequeño.

Tuve la fortuna de recibir varias invitaciones para entrevistas en el campus de algunas universidades realmente buenas. Una de esas invitaciones fue de una institución que me parecía el lugar perfecto. Por diversas razones, aquella universidad en particular parecía el sitio ideal para comenzar mi carrera, y tenía motivos para creer que yo era uno de sus principales candidatos. Afortunadamente, ya había tenido varias entrevistas antes de la que consideraba “la escuela de mis sueños”, así que me sentía confiado en que, para cuando llegara ese momento, estaría bien preparado y todo saldría según mi plan.

Una de mis primeras entrevistas no había salido muy bien. Las preguntas fueron más difíciles de lo que había anticipado, y sentí que no pude responder tan bien como hubiera querido. Recuerdo que esa noche, después de un largo día de presentaciones y entrevistas, estaba solo en mi habitación de hotel, sintiéndome decepcionado por cómo habían salido las cosas. Llamé a mi esposa y le conté mi experiencia del día. Pero luego añadí: “Está bien, en realidad no queremos terminar aquí de todos modos. No creo que nos gustaría vivir aquí”. Aún tenía grandes esperanzas en mi entrevista con la escuela de mis sueños.

Mi entrevista en esa escuela soñada pareció ir bastante bien, y me sentí optimista sobre mis posibilidades. Esperaba con ansiedad recibir la noticia de que me habían contratado y que comenzaría el siguiente otoño. Mientras visitábamos a mis padres durante las vacaciones de Navidad, recibí una llamada de esa universidad soñada. Pero no era la noticia que había anticipado ni esperado. La persona al otro lado de la línea me informaba que el puesto se le ofrecía a otra persona. La noticia me devastó, pero también comencé a sentir miedo. Por primera vez en todo el proceso de búsqueda de empleo, me di cuenta de que tal vez no encontraría trabajo. Nunca antes había considerado esa posibilidad. Y ahí estaba yo, con mi tercer hijo en camino, enfrentando la realidad de quedarme sin empleo.

Salí con mi padre a hacer un mandado, y al llegar al garaje, nos quedamos sentados en el auto y hablamos durante un largo rato. Le expresé mi frustración y ansiedad por la situación. Papá me ayudó a ver las cosas desde una perspectiva diferente. Hablamos de confiar en el Señor y de cómo Dios velaría por mi joven familia y nos ayudaría a llegar al lugar donde necesitábamos estar. Mi padre me dijo algo así como: “Hijo, eres un buen muchacho, un poseedor fiel del sacerdocio, y el Señor guiará a ti y a tu familia hacia un lugar donde podrán servir y criar una familia justa. Aunque ahora no puedas ver cómo, todo estará bien”. Pedí y recibí una bendición de padre, en la cual se prometieron bendiciones específicas y poderosas. Empecé a sentir cierta seguridad de que, aunque mi plan había fallado estrepitosamente, el Señor aún ayudaría a nuestra joven familia, y todo terminaría estando bien.

Después de varios meses buscando empleo, me sorprendió recibir una oferta de trabajo de la universidad mencionada anteriormente, aquella donde la entrevista había sido un desastre y donde le había dicho a mi esposa que probablemente no querríamos vivir. Con una humildad renovada, acepté la oferta sin dudar.

A lo largo de los años, he recordado con frecuencia ese momento específico en el que un estudiante de posgrado asustado y con dificultades se sentó en el auto con su padre, buscando la seguridad de que todo estaría bien. Después de más de doce años en ese mismo empleo, ahora puedo mirar atrás y decir con toda honestidad que, en efecto, el Señor guió a nuestra joven familia hacia un lugar que ha sido perfecto para nosotros.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

El relato “Todo estará bien” de Michael Bednar es una historia de confianza, humildad y revelación silenciosa, donde la voz de Dios se hace oír no a través de milagros espectaculares, sino por medio del consuelo, la fe y el amor de un padre inspirado.

Michael se encontraba en una etapa crucial de su vida. Había terminado casi todos sus estudios de posgrado, su esposa esperaba a su tercer hijo y ambos soñaban con dejar atrás la vida de estudiantes. Las entrevistas laborales parecían abrirle un futuro brillante, y entre todas las opciones, había una universidad que representaba el ideal perfecto. Todo parecía encajar: sus planes, su preparación, su entusiasmo. Sentía que, finalmente, el Señor bendecía su esfuerzo y que el futuro estaba asegurado.

Pero pronto llegaron las primeras pruebas. Una entrevista salió mal, más difícil de lo que esperaba, y la decepción lo golpeó con fuerza. Aun así, se consoló pensando que no era el lugar indicado. Todavía quedaba la gran oportunidad: la entrevista con la escuela de sus sueños. Se preparó con esmero y, al terminar, sintió que había hecho un buen trabajo. Todo indicaba que el resultado sería positivo.

Hasta que llegó la llamada. No era la noticia que esperaba. Le informaban que el puesto había sido ofrecido a otra persona. La decepción fue inmediata, pero lo que la siguió fue más profundo: el miedo. Por primera vez, Michael se enfrentaba a la posibilidad real de no conseguir trabajo. Tenía una familia que mantener, un bebé en camino y ningún plan alternativo.

Fue entonces cuando ocurrió uno de esos momentos en los que la revelación se disfraza de conversación sencilla. Al salir con su padre a hacer un mandado, se sentaron en el auto, y allí, en medio de la preocupación y el silencio, el padre escuchó a su hijo con paciencia. Luego habló con calma y con la autoridad que da el amor y la fe:

“Hijo, eres un buen muchacho, un poseedor fiel del sacerdocio, y el Señor guiará a ti y a tu familia hacia un lugar donde podrán servir y criar una familia justa. Aunque ahora no puedas ver cómo, todo estará bien.”

No hubo truenos ni rayos. Solo una frase sencilla, pronunciada con el espíritu de revelación. En ese momento, el Espíritu Santo confirmó en el corazón de Michael una verdad eterna: Dios no lo había olvidado. Pidió una bendición de su padre y, en ella, recibió promesas específicas que le devolvieron la paz. Aunque su situación seguía siendo incierta, su corazón cambió. Ya no necesitaba ver el final del camino; bastaba con saber que el Señor lo conocía y lo conduciría a donde debía llegar.

Meses después, ocurrió algo inesperado. La universidad en la que había sentido que su entrevista había sido un fracaso lo contactó para ofrecerle un puesto. La misma institución que había descartado, convencido de que no sería su hogar, se convirtió en el lugar donde su familia prosperaría. Con humildad y gratitud, aceptó la oferta.

Pasaron los años, y lo que en un principio parecía un revés se reveló como una bendición perfectamente diseñada. Michael comprendió que el Señor lo había guiado todo el tiempo, incluso cuando los resultados parecían contradecir sus oraciones. La universidad que no deseaba se transformó en el escenario ideal para su crecimiento, su servicio y la felicidad de su familia.

Hoy, al mirar atrás, Michael reconoce que aquel día en el auto, cuando su padre le dijo “todo estará bien”, no era solo una expresión de consuelo. Era una revelación. Dios había hablado a través de un padre justo, lleno de fe, recordándole que el plan divino es más sabio que cualquier plan personal.

La lección que deja esta historia es clara: la revelación no siempre cambia nuestras circunstancias, pero sí cambia nuestro corazón. A veces, el Señor permite que nuestros planes se derrumben para mostrarnos algo mejor, algo que solo Él puede ver desde el principio.

Y cuando aprendemos a confiar en esa voz —aunque llegue por medio de un padre, una oración o una simple impresión— descubrimos que, en el tiempo del Señor y a Su manera, todo realmente estará bien.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Una respuesta inspirada


Participaba en una reunión de liderazgo con presidencias de estaca, obispados, presidentes de cuórum de élderes, presidentas de la Sociedad de Socorro, Primaria y Mujeres Jóvenes de ocho estacas. Durante una pausa, un Setenta de Área y yo conversábamos, y le pregunté: “¿Qué nos falta hasta ahora con estos líderes? ¿Qué más necesitamos hacer para ayudarlos?”.

Él dijo: “Élder Bednar, creo que sería útil enfatizar que cuando ministramos, somos bendecidos. No lo hacemos por esa razón, pero al ministrar, cambiamos, nos ensanchamos, nuestro amor y compasión aumentan. Debemos hacer saber a las personas que eso también forma parte de la ecuación”.

Le respondí: “Ese es un excelente consejo; lo haremos”.

Al reanudar la reunión después del descanso, pedí a todas las presidentas de la Sociedad de Socorro que se pusieran de pie. Les pregunté: “Hermanas, ¿qué están aprendiendo ahora que tienen un papel más claramente definido en ayudar a cumplir la obra de salvación y exaltación?”. Varias manos se levantaron. Invité a una hermana a responder, y ella dijo: “Élder Bednar, lo que estoy aprendiendo es que cuando ministramos, somos bendecidos. No vamos por esa razón, pero al procurar comprender las necesidades de otras personas y buscar los dones espirituales para que ellas puedan ser bendecidas, nosotros somos ensanchados, somos magnificados y somos bendecidos de maneras notables. No lo hacemos por esa razón, pero parece que eso también es algo que debemos enfatizar, y eso es lo que estoy aprendiendo en mi nueva responsabilidad”.

Esta era una miembro común y extraordinaria de la Iglesia, utilizada por el Dios del cielo para expresar una verdad necesaria que había sido reconocida por un Setenta y recomendada a un miembro del Cuórum de los Doce. Ella simplemente estaba siendo buena, haciendo lo que debía hacer, y en el proceso, estaba siendo instrumento del Señor de una manera milagrosa.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

El relato “Una respuesta inspirada” muestra de una forma sencilla y conmovedora cómo el Señor dirige Su obra por medio de la revelación, utilizando a personas comunes que están dispuestas a escuchar y actuar con el Espíritu.

El élder Bednar se encontraba en una gran reunión de liderazgo, con hombres y mujeres que presidían estacas, barrios y organizaciones de la Iglesia. Era una de esas reuniones llenas de energía espiritual, donde los líderes buscaban saber cómo cumplir mejor con la obra del Señor. Durante una pausa, el élder Bednar conversaba con un Setenta de Área. Ambos reflexionaban sobre la sesión que acababa de terminar y el élder Bednar le preguntó:
—¿Qué nos falta? ¿Qué más podríamos hacer para ayudar a estos líderes?

El Setenta, tras pensar un momento, respondió con humildad y discernimiento:
—Élder Bednar, creo que sería útil enfatizar que cuando ministramos, somos bendecidos. No lo hacemos por esa razón, pero al ministrar, cambiamos, nos ensanchamos, nuestro amor y compasión aumentan. Debemos hacer saber a las personas que eso también forma parte de la ecuación.

El élder Bednar asintió. Aquella frase sencilla le pareció inspirada. Sintió que era un pensamiento que venía del Espíritu y decidió que lo incorporaría en la siguiente parte de la reunión. Había claridad, dirección y propósito en esas palabras.

Cuando el descanso terminó, el élder Bednar regresó al podio. Esta vez quiso escuchar a las hermanas. Pidió a todas las presidentas de la Sociedad de Socorro que se pusieran de pie y les preguntó qué estaban aprendiendo en su papel de ayudar a cumplir con la obra de salvación y exaltación.

Entre varias manos levantadas, invitó a una hermana a responder. Ella se puso de pie, con voz tranquila y sincera, y dijo algo que hizo que el Espíritu llenara la sala:
—Élder Bednar, he aprendido que cuando ministramos, somos bendecidos. No lo hacemos por esa razón, pero al procurar comprender las necesidades de otras personas y buscar los dones espirituales para que ellas puedan ser bendecidas, nosotros somos ensanchados, somos magnificados y somos bendecidos de maneras notables.

Por un instante, el silencio reinó en la sala. El élder Bednar miró a aquella hermana y comprendió lo que acababa de suceder. Sin saberlo, ella había repetido casi palabra por palabra el mismo mensaje que el Setenta le había compartido minutos antes, en privado. No era una coincidencia. Era el Espíritu Santo confirmando una verdad celestial, la misma revelación dada a dos de los hijos de Dios, en momentos distintos, pero con un propósito común.

En ese instante, el élder Bednar sintió una profunda reverencia. Había sido testigo de cómo el Señor guía Su Iglesia, no solo desde lo alto de la jerarquía, sino desde los corazones humildes de Sus santos. Aquella hermana —una mujer sencilla, fiel, y completamente ajena a la conversación anterior— se había convertido en la voz del cielo que confirmaba la voluntad del Señor.

El mensaje era claro: Dios habla a todos los que sirven con un corazón dispuesto. Su revelación no es exclusiva de los profetas o los líderes generales; fluye hacia cualquiera que esté alineado con el Espíritu y busque sinceramente hacer el bien.

El élder Bednar comprendió que el Señor había usado esa experiencia para enseñar a todos los presentes, incluso a él mismo, que los milagros de revelación suceden en lo cotidiano, a través de los fieles que, sin pretenderlo, se convierten en instrumentos en las manos de Dios.

Esa hermana no buscaba reconocimiento, ni intentaba decir algo memorable. Simplemente compartió lo que el Espíritu le había enseñado en su servicio. Pero sus palabras fueron la respuesta exacta a una oración formulada minutos antes, la confirmación viva de que el cielo está pendiente y que el Espíritu coordina los pensamientos y las palabras de quienes Lo escuchan.

Así, aquel momento sencillo se transformó en una lección eterna: la revelación es un proceso colectivo y continuo, y el Señor obra a través de Sus hijos e hijas fieles, tejiendo mensajes, inspiraciones y testimonios para cumplir Su propósito divino.

A veces, los milagros más grandes ocurren así —sin anuncios ni señales espectaculares— cuando una persona buena, haciendo simplemente lo que debe hacer, se convierte, sin saberlo, en una respuesta inspirada del Señor.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


El sueño de una madre justa

Susan Bednar


Era ya entrada la tarde cuando llegamos a nuestro hotel en la ciudad internacional donde el élder Bednar había sido asignado para reunirse con miembros, misioneros y líderes de la Iglesia. Nos tomamos una hora aproximadamente para refrescarnos y desempacar las maletas después de más de veintiséis horas de viaje, con largas escalas entre tres vuelos.

A nuestra solicitud, un consejero de la Presidencia de Área y un presidente de misión, junto con sus esposas, nos acompañaron en un agradable paseo por las calles históricas de la ciudad vieja.

Antes de despedirnos esa noche, mi esposo pidió al presidente de misión y a su esposa si podían traer a sus hijos a la capilla muy temprano a la mañana siguiente, para que él pudiera reunirse con ellos antes de la reunión misional. Dado lo apretado de nuestro horario, esa era la única oportunidad que él tendría para encontrarse con la familia.

El presidente, su esposa y sus extraordinarios hijos nos esperaban cuando llegamos a la capilla al día siguiente. La conversación que siguió confirmó mi teoría de que los hijos de los presidentes de misión y sus esposas son los héroes anónimos de la Iglesia.

A medida que mi esposo hacía preguntas a los niños, se hizo evidente que adaptarse a escuelas internacionales, a un nuevo idioma y costumbres, y a la falta de amigos había sido un gran desafío para algunos de ellos. Un niño había sido objeto de burlas por su nombre al ser presentado en la escuela. Otro, con lágrimas asomando, describió valientemente las dificultades para encontrar amigos que hablaran inglés. El mayor había renunciado a su último año de secundaria en Estados Unidos y a la posibilidad de una beca universitaria deportiva. Se preparaba para servir una misión el año siguiente, y todos se esforzaban por abrazar el idioma y la cultura mientras se adaptaban a aquel lugar desconocido, aunque maravilloso.

Después de hablar con los niños, su madre compartió una experiencia especial con nosotros. Dijo: “Hace dos semanas tuve un sueño en el que el élder Bednar hablaba con mis hijos. No sabía qué significaba el sueño, y no creí que fuera apropiado pedirle al élder Bednar que se reuniera con nuestros hijos, considerando su apretada agenda”.

El élder Bednar no sabía nada acerca del sueño cuando invitó al presidente de misión y a su esposa a traer a sus hijos para reunirse con él antes de la reunión misional. Todos supimos que el cielo había organizado el momento de estos acontecimientos, y la conversación con aquellos niños fue el cumplimiento del sueño de una madre justa.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

El relato “El sueño de una madre justa” es una historia sencilla, pero profundamente espiritual, que revela cómo el Señor guía los detalles de la vida con amor y exactitud, especialmente cuando una madre justa ora por sus hijos.

Después de más de veintiséis horas de viaje, con varias escalas y poco descanso, el élder y la hermana Bednar llegaron finalmente a una ciudad internacional donde él tenía asignaciones con miembros, líderes y misioneros. Estaban agotados, pero también llenos de gratitud por la oportunidad de servir. Después de descansar un poco y desempacar, salieron a caminar junto a un consejero de la Presidencia de Área y un presidente de misión con su esposa. Pasearon por las calles antiguas de la ciudad, conversando con cordialidad, compartiendo impresiones y disfrutando de la compañía mutua.

Antes de despedirse esa noche, el élder Bednar, movido por una impresión tranquila, hizo un pedido inesperado.
—¿Podrían traer a sus hijos temprano a la capilla mañana? —preguntó—. Me gustaría reunirme con ellos antes de la reunión misional.

El presidente de misión y su esposa aceptaron la invitación, aunque sabían que el horario del apóstol era apretado y aquel encuentro no estaba programado. A la mañana siguiente, la familia llegó puntual. Los niños estaban algo nerviosos, pero emocionados de conocer a un miembro del Cuórum de los Doce.

Durante la conversación, el élder Bednar les hizo preguntas sencillas, pero profundas. Con ternura, los invitó a hablar de sus experiencias en aquel país extranjero. Poco a poco, las sonrisas dieron paso a sinceridad y emoción. Los niños comenzaron a hablar de las dificultades que enfrentaban: la barrera del idioma, la falta de amigos, las costumbres desconocidas. Uno de ellos, con lágrimas en los ojos, contó cómo lo habían ridiculizado en la escuela por su nombre. Otro confesó que se sentía solo porque no encontraba compañeros que hablaran inglés. El hijo mayor explicó que había renunciado a su último año de secundaria en Estados Unidos y a una beca deportiva para acompañar a su familia en aquella misión.

El élder Bednar escuchaba con atención, ofreciendo palabras de consuelo y aliento. Les habló del valor del sacrificio, del poder del servicio y de cómo el Señor estaba consciente de sus esfuerzos. Aquella conversación fue breve, pero profundamente significativa. Los niños se sintieron comprendidos y fortalecidos, y sus padres se conmovieron al ver cómo el Espíritu del Señor llenaba la sala con una paz indescriptible.

Entonces, la madre, conmovida, compartió algo que había guardado en silencio.
—Hace dos semanas —dijo— tuve un sueño en el que el élder Bednar hablaba con mis hijos. Fue un sueño muy claro, pero no supe qué hacer con él. Pensé que no era apropiado pedirle al élder que se reuniera con ellos, considerando su agenda tan ocupada. Así que lo dejé en manos del Señor.

El silencio se apoderó del lugar. El élder Bednar no sabía nada de ese sueño cuando había hecho la invitación la noche anterior. En ese instante, todos entendieron que el encuentro no había sido una coincidencia. El cielo había organizado los detalles. Lo que para el élder había sido una impresión momentánea, y para la madre un sueño olvidado, resultó ser una respuesta divina perfectamente sincronizada.

Aquel momento se convirtió en una confirmación viva de cómo el Señor guía a Sus hijos. Una madre fiel había soñado con una escena que el Señor, en Su sabiduría, había dispuesto que se cumpliera exactamente como la había visto. Nadie lo había planeado, pero Dios sí. Él conocía las luchas de esos jóvenes, las oraciones silenciosas de su madre y el deseo del élder Bednar de bendecir a los santos dondequiera que fuera.

El Espíritu llenó el corazón de todos los presentes. No hubo discursos ni gestos grandiosos, solo una certeza tranquila: el Señor estaba allí. Había oído el ruego de una madre preocupada, había inspirado a un apóstol a actuar, y había fortalecido a unos hijos que necesitaban sentir que Dios los conocía.

Años después, ese recuerdo siguió vivo como testimonio de que la revelación no siempre llega con rayos ni truenos, sino en la quietud de un sueño, en una impresión suave, o en una conversación sencilla en una capilla al amanecer.

Y así, el encuentro se convirtió en el cumplimiento de un sueño justo, una prueba de que Dios ve, oye y coordina todas las cosas para el bien de Sus hijos. Fue, en toda su sencillez, un milagro silencioso: el sueño de una madre fiel hecho realidad por las manos invisibles del cielo.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


“Más elevado y más sagrado”


Cuando el presidente Nelson describió la ministración como “más elevada y más sagrada”, recibí instrucción al observar a mi esposa, Susan. Ella siempre había sido una de las maestras visitantes más diligentes de la Iglesia. Así que comenzó a pensar, estudiar y tratar de entender: “¿Qué significa ‘más elevado y más sagrado’?”.

Ella y su compañera continuaron orando y reflexionando. Después de algún tiempo, Susan finalmente me dijo: “David, creo que he aprendido algo. Puedo orar eternamente y buscar inspiración sin cesar, y estoy segura de que el cielo me ayudará, pero lo primero que debo hacer es hablar con las hermanas y preguntarles qué necesitan—y no solo esperar que Dios me dé directamente una respuesta. Tengo más trabajo que hacer”.

Así que ella y su compañera visitaron a las personas que se les habían asignado, y simplemente les preguntaron: “El presidente Nelson desea que la ministración sea más elevada y más sagrada. ¿Podrían ayudarnos a entender qué significa eso para ustedes? ¿Qué sería una ministración más elevada y más sagrada?”.

Al describir esta serie de experiencias, ella explicó: “David, cuando aclaramos la expectativa de que debía ser algo más elevado y más sagrado, estas hermanas estuvieron tan dispuestas a abrirse de maneras en que nunca lo habían hecho antes, a pesar de que las hemos estado visitando por mucho tiempo”.

Una hermana, que no tiene un hogar completamente favorable hacia su membresía en la Iglesia ni hacia vivir el evangelio, simplemente dijo: “Necesito tener más contacto con mujeres Santos de los Últimos Días. Eso realmente me ayudaría. Y se puede hacer de varias maneras. ¿Podríamos ir al templo juntas con más regularidad y luego almorzar, solo para poder pasar tiempo con mujeres Santos de los Últimos Días y beneficiarme de ello?”.

Otra mujer sugirió: “¿Podríamos elegir un discurso de la conferencia general, leerlo cada una por su cuenta y luego reunirnos para conversar sobre lo que aprendimos?”.

Estas mujeres fueron tan abiertas al tratar de ayudar a Susan y a su compañera a entender lo que “más elevado y más sagrado” significaba para ellas. A veces la inspiración requiere mucha preparación y trabajo, y llega cuando escuchas las respuestas que alguien puede darte. No necesariamente llega en un mensaje de texto de Moroni que diga: “Esto es lo que debes hacer”.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

En este relato, los principios de revelación se manifiestan de una manera profundamente práctica y humana, entretejidos con fe, acción y escucha espiritual.

Todo comienza con una pregunta sincera: ¿Qué significa ministrar de una manera “más elevada y más sagrada”? Susan Bednar no se conforma con una respuesta superficial ni con esperar una revelación inmediata. Su búsqueda refleja el primer principio de la revelación: el deseo sincero de entender la voluntad del Señor. Ella estudia, medita y ora, pero no se queda detenida; actúa. Así, se cumple el segundo principio: la revelación viene mientras estamos en movimiento, no en reposo.

El tercer principio que se evidencia es que la revelación a menudo llega a través de otros. Susan descubre que parte de recibir guía divina implica escuchar a las personas a quienes sirve. En lugar de esperar un mensaje celestial directo, abre un espacio de diálogo y empatía. Al preguntar con humildad a las hermanas: “¿Qué significa para ustedes una ministración más elevada y más sagrada?”, crea el ambiente en el que el Espíritu puede hablar por medio de las voces de quienes tienen sus propias necesidades y perspectivas.

El cuarto principio es la preparación precede a la inspiración. Susan y su compañera oran, reflexionan y se esfuerzan antes de recibir luz. Su búsqueda demuestra que el cielo bendice el esfuerzo constante más que la expectativa de respuestas instantáneas. La revelación no llega como un “mensaje de texto de Moroni”, sino en las conversaciones sinceras, en la sensibilidad de escuchar, y en la disposición de actuar según lo aprendido.

Finalmente, este relato muestra el principio de que la revelación es relacional y edificante. Cuando las hermanas se abren y comparten ideas —ir al templo juntas, estudiar discursos de conferencia, fortalecer la hermandad— se cumple el propósito de toda revelación: acercar a las personas entre sí y a Dios.

Así, en esta experiencia se entrelazan los elementos esenciales de la revelación: el deseo, la acción, la escucha, la preparación y la edificación mutua. No es una manifestación espectacular ni milagrosa, sino una guía divina que surge en el servicio, en la humildad y en la comunión de corazones que buscan elevarse juntos hacia lo sagrado.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Hacer una pregunta inspirada

Susan Bednar


Era una joven recién casada cuando mi esposo fue llamado como presidente de nuestra estaca. Siempre recordaré una lección que me enseñó antes de que un Setenta Autoridad General viniera a presidir nuestra conferencia de estaca.

Como el trayecto desde nuestra casa hasta el centro de estaca tomaba unos treinta y cinco minutos, él comentó: “Esta será tu oportunidad para conversar con este líder extraordinario y hacerle preguntas inspiradas”. Luego, mi esposo se tomó el tiempo para enseñarme qué es una pregunta inspirada: una pregunta específicamente adecuada a la persona, al momento y al lugar, una que solo la Autoridad General podría responder. Pasé las siguientes semanas reflexionando y formulando preguntas inspiradas.

Esa enseñanza ha sido una gran bendición para mí y para nuestra familia. A lo largo de los años hemos aprendido mucho de las autoridades y líderes de organizaciones que hemos recibido en nuestro hogar. De hecho, una de las preguntas que más nos gustaba hacer era: “Si pudiera enseñarles solo una cosa a nuestros hijos, ¿cuál sería?”. Las respuestas inspiradas son un tesoro para nosotros y para nuestros hijos.

Las preguntas inspiradas invitan respuestas inspiradas y provocan una efusión espiritual del Espíritu Santo. Este patrón se manifestó en una reunión a la que asistí hace algunos años con Autoridades Generales, presidentes de misión y sus esposas.

Una de las hermanas le hizo al élder Bednar esta pregunta inspirada: “¿Cómo puedo entregar mi voluntad a Dios cuando mi voluntad se siente tan débil?”. Aunque no anoté su respuesta, sí escribí en mi diario lo que sentí:

“Esta pregunta trajo un sentimiento de humildad que nunca se olvidará, y un deseo, por parte de todos los presentes, de saber personalmente cómo podemos entregar nuestra voluntad a Dios. Esta sala de conferencias de hotel, sin consagrar, se sintió como un templo. El Señor derramó Su Espíritu sobre nosotros como resultado de esta valiente pregunta y de la respuesta extraordinaria que se dio. ¿Cómo podríamos alguna vez dar o hacer lo suficiente, considerando todo lo que el Señor nos ha dado individualmente? Todos nos sentimos envueltos en los brazos del amor de nuestro Salvador. Una pregunta inspirada invitó una respuesta inspirada. Fue una lección sobre el amor puro.”


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

En este relato, los principios de revelación se manifiestan de una manera profundamente práctica y humana, entretejidos con fe, acción y una sensibilidad espiritual refinada.

Todo comienza con una pregunta sencilla, pero sincera: ¿Qué significa ministrar de una manera “más elevada y más sagrada”? Susan Bednar no se conformó con una respuesta rápida ni esperó que la revelación descendiera de inmediato. Su búsqueda refleja el primer principio de la revelación: el deseo genuino de comprender la voluntad del Señor. Ella estudió, meditó, oró, y luego dio el paso más importante: actuó. Así se cumple el segundo principio: la revelación suele llegar mientras estamos en movimiento, no en reposo.

El tercer principio aparece en su descubrimiento de que la revelación a menudo llega a través de los demás. Susan comprendió que parte de recibir guía divina consiste en escuchar con humildad a las personas a quienes uno sirve. En lugar de esperar una respuesta celestial directa, abrió un espacio para el diálogo y la empatía. Cuando preguntó a las hermanas: “¿Qué significa para ustedes una ministración más elevada y más sagrada?”, permitió que el Espíritu hablara por medio de ellas, en sus propias palabras, desde sus propias realidades.

El cuarto principio se revela en su ejemplo de esfuerzo y paciencia: la preparación precede a la inspiración. Susan y su compañera oraron, reflexionaron y trabajaron antes de recibir luz. Aprendieron que el cielo bendice la constancia mucho más que la prisa por obtener respuestas. La revelación no llegó como un “mensaje de texto de Moroni”, sino a través de conversaciones sinceras, de una escucha atenta y de una disposición humilde para actuar según lo que aprendieron.

Finalmente, este relato enseña que la revelación es relacional y edificante. Cuando las hermanas se abrieron y compartieron sus ideas —ir al templo juntas, estudiar discursos de la conferencia general, fortalecer la hermandad— se cumplió el propósito mismo de la revelación: acercar los corazones entre sí y, en ese proceso, acercarlos también a Dios.

Así, esta experiencia nos recuerda que la revelación no siempre se manifiesta en visiones ni en palabras poderosas, sino en la quietud del servicio, en la humildad del que escucha y en la comunión de quienes buscan juntos elevarse hacia lo sagrado.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Encontrando el lugar correcto


He tenido la bendición de servir durante muchos años como miembro del consejo ejecutivo del templo y la historia familiar de la Iglesia. Bajo la dirección de la Primera Presidencia, este consejo supervisa en todo el mundo todo lo relacionado con la obra del templo y de historia familiar.

El Obispado Presidente tiene la responsabilidad principal de identificar, evaluar y proponer a la Primera Presidencia los terrenos en los cuales se pueden construir templos. Como el Obispo Presidente estaba programado para ser uno de mis compañeros Autoridades Generales en una asignación internacional, el Presidente de la Iglesia nos invitó a ambos a visitar e inspeccionar un posible sitio para un templo.

Mientras nos preparábamos para el viaje, el Obispo Presidente y yo estudiamos mapas y fotografías del terreno y de la comunidad circundante. También analizamos datos sobre las tendencias demográficas y de construcción, así como la disponibilidad del transporte público. Con base en toda la información disponible, el sitio parecía muy prometedor.

Uno de los aspectos más destacados de nuestra asignación en ese país fue nuestra visita conjunta al terreno propuesto. Pasamos bastante tiempo caminando por el lugar y conversando sobre las ventajas y desventajas del sitio. Finalmente, le pregunté al Obispo Presidente qué sentía respecto a la ubicación. Hizo una pausa por un momento y luego respondió: “No creo que este sea el lugar correcto”. Le respondí: “Yo tampoco lo creo”. No había deficiencias graves, limitaciones ni fallas fatales asociadas con el lugar, pero ninguno de los dos sentía paz respecto a ese terreno en particular.

Al día siguiente, revisamos nuestras conclusiones sobre el sitio propuesto con la Presidencia de Área e indagamos sobre otras opciones que pudieran haberse considerado. La presidencia presentó un informe impresionante sobre varios terrenos adicionales y destacó las características positivas de uno en particular. Preguntamos por qué esa alternativa específica no había sido recomendada. La simple respuesta de la presidencia fue que el precio de venta era exorbitante.

El Obispo Presidente y yo viajamos entonces a evaluar el segundo terreno. Curiosamente, ambos pensamos y sentimos que esta segunda opción era mejor que la primera en varios aspectos. Sugerimos a la Presidencia de Área que los representantes de la Iglesia intentaran nuevamente negociar un mejor precio de venta para la propiedad.

Hoy, una magnífica Casa del Señor se alza sobre ese segundo terreno. Los representantes de la Iglesia lograron obtener un precio de venta mucho más bajo —incluso asombrosamente más bajo—. Y el templo está bendiciendo las vidas de individuos, familias, la comunidad y el país en el que se encuentra.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

En esta historia, la revelación se presenta de una forma silenciosa, pero inconfundible. No hubo visiones ni voces del cielo, sino impresiones suaves que guiaron el corazón de dos siervos del Señor mientras cumplían una tarea sagrada: encontrar el terreno donde se levantaría una Casa del Señor.

El élder Bednar y el Obispo Presidente habían sido asignados a inspeccionar un posible sitio para la construcción de un templo. Antes de viajar, estudiaron mapas, fotografías aéreas, informes demográficos y detalles de infraestructura. Cada dato parecía indicar que aquel terreno era ideal. Todo encajaba perfectamente, al menos desde una perspectiva lógica. Pero la obra del Señor no se guía solo por la lógica; se guía por revelación.

Cuando ambos llegaron al lugar, caminaron juntos por el terreno, observando cada rincón, conversando sobre sus ventajas y sus desafíos. Después de un tiempo, el élder Bednar preguntó:
—¿Qué siente respecto a este lugar?
El Obispo Presidente guardó silencio unos segundos y luego respondió:
—No creo que este sea el lugar correcto.
—Yo tampoco —contestó el élder Bednar.

No había nada objetable en aquel terreno. Era accesible, prometedor, y estratégicamente bien ubicado. Pero ninguno de los dos sentía paz. Y esa falta de paz fue, en sí misma, una respuesta. Aprendieron que, a veces, la revelación se manifiesta no solo por lo que sentimos, sino también por lo que dejamos de sentir.

Al día siguiente, se reunieron con la Presidencia de Área y analizaron otras opciones. Uno de los terrenos alternativos tenía excelentes características, pero su precio era tan alto que había sido descartado desde el principio. Sin embargo, algo en esa conversación encendió una chispa de interés. Decidieron visitarlo.

Cuando llegaron al segundo terreno, algo cambió. El ambiente era distinto. Lo que antes era duda, ahora se transformaba en una sensación de serenidad. Ambos sintieron que ese era el lugar correcto. No por una lógica impecable, sino por la paz interior que confirmaba lo correcto del camino.

El Obispo Presidente y el élder Bednar recomendaron volver a negociar el precio. Sorprendentemente, los representantes de la Iglesia lograron adquirir el terreno por un monto mucho menor al esperado. Y con el tiempo, en ese mismo sitio, se levantó un majestuoso templo, una verdadera Casa del Señor que hoy bendice a miles de personas.

Al mirar atrás, es evidente que el proceso fue guiado por revelación: primero el estudio diligente, luego la impresión sutil, la confirmación en consejo, y finalmente la manifestación del poder del Señor abriendo puertas que parecían cerradas.

Así, “encontrar el lugar correcto” fue mucho más que escoger un terreno. Fue una lección viva sobre cómo Dios guía a Sus siervos: paso a paso, con humildad, con trabajo, y con corazones dispuestos a escuchar la voz apacible que siempre lleva a la paz.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Una tormenta en la playa


Susan y yo nos reunimos cada año con nuestros tres hijos y sus familias en una casa de playa alquilada. Una de las tradiciones que ha surgido con el tiempo es que mis hijos y yo nos levantamos muy temprano por la mañana para correr por la playa. Hay un muelle a unos pocos kilómetros de la casa, y normalmente corremos hasta el muelle y luego regresamos caminando, disfrutando de una buena conversación en el camino. Hemos hecho esto cada año durante casi veinte años, y en todo ese tiempo, nunca había regresado caminando desde el muelle a la casa sin la compañía de nuestros hijos.

Ahora que nuestros hijos están casados y tienen hijos, a veces sus esposas y los niños mayores quieren correr con nosotros, de modo que terminamos siendo un grupo grande disperso a lo largo de la playa, corriendo hacia el muelle temprano por la mañana. Una de las experiencias más hermosas de mi vida cada año es regresar caminando desde el muelle a la casa con mis hijos, sus esposas y nuestros nietos.

A medida que envejezco, me resulta más difícil mantener el ritmo de mis hijos, así que suelo empezar un poco antes para que no tengan que esperarme en el muelle. En una ocasión, me levanté muy temprano. Iba camino al muelle cuando noté una nube muy oscura en el horizonte. Pensé: “Esta tormenta parece peligrosa”, pero seguí adelante. Ya estaba lloviendo cuando llegué al muelle, y al mirar de regreso hacia la playa pensé: “Nuestros hijos, sus esposas y los nietos son muy inteligentes. Verán esta nube oscura y la lluvia y no saldrán a correr hoy”. Así que comencé a caminar de regreso desde el muelle, por primera vez, sin ningún miembro de la familia conmigo.

La lluvia se intensificó un poco, pero no era tan mala, y mientras caminaba de regreso, uno de mis hijos pasó corriendo junto a mí. Entonces pensé: “Está bien, sí bajaron a la playa y están corriendo”. Mi reacción automática debió ser: “Entonces, regresa al muelle y espera a que todos lleguen, y luego regresaremos juntos”. Pero seguí caminando hacia la casa, lo cual me parecía algo irracional.

En ese momento no entendía por qué simplemente seguía caminando. Avancé un poco más y luego otro de mis hijos pasó corriendo junto a mí, y después otro. Los tres habían pasado camino al muelle, y yo seguía caminando. Recuerdo haber tenido un extraño debate conmigo mismo: “David, en veinte años nunca has dejado de estar en el muelle con tus hijos para volver caminando juntos. ¡Da la vuelta!” Y aun así, seguí caminando. No tenía sentido para mí.

Poco después comenzaron a pasar los nietos, y aun así seguí caminando. No podía entenderlo. Pensé: “¿Qué estás tratando de hacer aquí? ¿Qué intentas demostrar?”.

De pronto, una nube oscura lanzó un fuerte rayo que cayó sobre un transformador en un área residencial cercana, provocando chispas y un humo extraño de color verde púrpura. Luego, la lluvia se desató con tal fuerza que era imposible ver más de uno o dos metros delante de mí. Era un verdadero diluvio. En mi mente seguía el mismo pensamiento: “Tu familia está de regreso en el muelle. Ve y únete a ellos”. Y, sin embargo, seguí caminando hacia la casa.

En ese momento, caminando hacia mí bajo aquel aguacero por el que apenas podía ver, aparecieron las dos últimas nietas, las más pequeñas, que no habrían podido correr tan rápido como los demás. Al verme, corrieron hacia mí diciendo: “¡Abuelo, abuelo, estábamos tan asustadas!”.

Me contaron: “Oímos los truenos y vimos los relámpagos, y llovía tan fuerte que no podíamos ver nada. Estábamos completamente solas, así que oramos”.

Curiosamente, la noche anterior, en un devocional que Susan y yo tuvimos con nuestros nietos, ella había contado una historia de su juventud, cuando oró por su hermanita enferma, lo que resultó de esa experiencia y lo que aprendió sobre la oración. No puedo evitar pensar que, en parte, gracias a ese relato que Susan compartió con ellas la noche anterior, esas dos pequeñas, solas y asustadas en la playa, reaccionaron inmediatamente diciendo: “Necesitamos orar”.

Las niñas terminaron su relato: “Abuelo, en cuanto terminamos de orar, tú apareciste”.

Ese día, de una manera inexplicable, sentí la necesidad de seguir caminando—contrario a nuestra tradición, contrario a mi propia inclinación—porque debía estar en la playa y ser la respuesta a la oración de dos de mis amadas nietas.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

Este relato es una de esas historias en las que la revelación se entrelaza con lo cotidiano, y lo simple se vuelve sagrado. A primera vista, parece solo una anécdota familiar: una carrera en la playa, una tormenta, un cambio de rutina. Pero al mirar con el corazón, se revela una profunda lección sobre cómo el Espíritu guía incluso en los detalles más pequeños de la vida, cuando alguien está dispuesto a escuchar.

Cada año, el élder Bednar y su familia repetían una tradición llena de ternura: correr juntos al amanecer, llegar al muelle y volver caminando, disfrutando del tiempo compartido. Era una costumbre constante, casi ritual. Pero esa mañana, algo cambió. Había una tormenta en el horizonte, y aunque su razón le decía que no había peligro, su espíritu sintió algo diferente. Sin entender del todo por qué, siguió caminando hacia la casa en lugar de volver al muelle, rompiendo por primera vez en veinte años la rutina familiar.

A lo largo de su trayecto, su mente debatía con su corazón. Todo parecía irracional: ¿por qué no regresar, como siempre, a esperar a sus hijos y nietos? Sin embargo, esa impresión silenciosa —ese susurro que no se puede explicar con lógica— persistía. Fue un ejemplo perfecto del principio de revelación que enseña que el Espíritu Santo no siempre se comunica con palabras, sino con impulsos, sentimientos o una paz insistente que guía a actuar sin saber exactamente por qué.

Mientras el cielo se oscurecía y la tormenta estallaba, el élder Bednar comprendió por qué el Espíritu lo había dirigido así. Entre la lluvia torrencial y los truenos, aparecieron dos pequeñas figuras corriendo hacia él: sus nietas más jóvenes. Estaban asustadas, empapadas, solas en medio de la tormenta. Al verlo, corrieron a sus brazos y exclamaron: “¡Abuelo, abuelo, estábamos tan asustadas!”. Habían orado pidiendo ayuda, y en respuesta, el Señor había movido a su abuelo a caminar justo hacia donde ellas lo necesitaban.

De pronto, todo tuvo sentido. Aquella “decisión irracional” no había sido suya. Era una manifestación silenciosa del amor de Dios, una respuesta celestial que lo convirtió, sin saberlo, en instrumento del milagro que dos pequeñas habían pedido con fe.

Lo más hermoso es que la noche anterior, Susan —la esposa del élder Bednar— había enseñado a sus nietos sobre la oración, contando una experiencia de su juventud. Gracias a esa enseñanza sencilla, las niñas supieron qué hacer cuando se sintieron perdidas y con miedo. Así, la revelación no solo guió al abuelo a actuar, sino también preparó los corazones de las nietas para buscar al Señor en el momento de necesidad.

Esta experiencia nos recuerda que la revelación no siempre llega como grandes visiones o mandatos proféticos. A veces se manifiesta en una decisión inesperada, en un paso dado sin entender del todo por qué. Es una invitación a confiar en los susurros del Espíritu, a caminar por fe incluso cuando no vemos el propósito completo.

Ese día en la playa, bajo la tormenta, tres oraciones se unieron: las de dos niñas que pedían ayuda, y la de un abuelo que sin saberlo respondía al llamado del cielo. Fue una lección viva de que Dios coordina nuestras vidas con precisión divina cuando aprendemos a reconocer y seguir Su voz.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Conferencia de prensa del Templo de Roma, Italia


La Primera Presidencia asignó al élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, al élder Massimo De Feo, de los Setenta, y a mí a participar en una conferencia de prensa el primer día de la jornada de puertas abiertas del Templo de Roma, Italia. Fue un evento histórico y memorable, con representantes de los medios de comunicación provenientes de todo el mundo.

Mis compañeros y yo pasamos gran parte de la mañana de ese día guiando recorridos por el templo, explicando las doctrinas y prácticas básicas de la Iglesia, y describiendo los propósitos de los templos. Después de los recorridos, nos reunimos en el centro de visitantes, adyacente al templo, para la conferencia de prensa. Di la bienvenida a los invitados, ofrecí breves comentarios introductorios y luego dirigí la sesión de preguntas y respuestas.

Casi al final de nuestro tiempo con los periodistas, se me hizo la siguiente pregunta: “¿No es su Iglesia una secta?”. En el momento en que escuché la palabra secta, vinieron instantáneamente a mi mente recuerdos de experiencias que había tenido con dos presidentes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esos dos episodios fueron la base de mi respuesta.

Primero, el presidente Russell M. Nelson instruyó a los Doce antes de que partiéramos hacia Roma sobre nuestro mensaje fundamental al mundo: somos hijos e hijas de un amoroso Padre Celestial que estableció el gran plan de felicidad; Jesucristo es nuestro Señor resucitado, redentor y viviente; y la plenitud del evangelio del Salvador ha sido restaurada nuevamente sobre la tierra en los últimos días. Nos amonestó a dejar que la simplicidad y el poder de nuestro mensaje se manifestaran en todo lo que dijéramos y hiciéramos como Sus representantes.

Segundo, recordé haber visto al presidente Gordon B. Hinckley responder a un periodista que le preguntó si La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era una secta. El presidente Hinckley primero preguntó al entrevistador qué quería decir con la palabra secta. El entrevistador respondió: “Oh, ya sabe, como Waco y los Branch Davidians en 1993”. Entonces el presidente Hinckley respondió de manera simple y sucinta: “Por sus frutos los conoceréis”.

En la conferencia de prensa en Roma, comencé mi respuesta a la pregunta sobre la secta recitando el primer Artículo de Fe y explicando brevemente la naturaleza de la Trinidad y que adoramos al Padre Eterno en el nombre de Su Amado Hijo. Luego relaté la experiencia del presidente Hinckley al responder la pregunta sobre si la Iglesia era una secta. Y le dije al periodista: “No puedo responder su pregunta sobre si nuestra Iglesia es una ‘secta’. Creo que usted mismo necesita encontrar la respuesta a esa pregunta examinando los frutos de nuestra obra en todo el mundo. Conozca y hable con nuestros miembros. Haga preguntas a las personas que recientemente se han unido a nuestra Iglesia. Lo que ha aprendido hoy durante su recorrido por el templo, ¿y estos terrenos e instalaciones, le parecen productos de una secta? Le invito a examinar los frutos producidos por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y encontrará la respuesta a su pregunta”.

Cabe destacar que todos los presentes sintieron un espíritu dulce y poderoso en la sala.

Cuando Susan y yo salimos del centro de visitantes después de la conferencia de prensa, ella me apretó la mano y dijo: “La respuesta que diste a la pregunta sobre la ‘secta’ fue asombrosa”. Pero yo sabía que no había sido mi pensamiento ni mi respuesta. Qué agradecido me sentí de que “en el mismo momento” (Doctrina y Convenios 100:6), el Espíritu Santo hubiera traído “todas las cosas a [mi] memoria” (Juan 14:26) y me hubiera permitido destacar la simplicidad y el poder del mensaje de la Restauración.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

Este relato es un ejemplo sublime de cómo la revelación puede manifestarse en los momentos más inesperados, incluso en una conferencia de prensa ante los ojos del mundo. No fue una visión ni una revelación grandiosa, sino una inspiración precisa y oportuna —una de esas que llegan, como enseña Doctrina y Convenios 100:6, “en el mismo momento”.

El élder Bednar se encontraba en Roma, una ciudad de historia y fe, representando a la Iglesia en un evento de enorme relevancia espiritual y pública: la jornada de puertas abiertas del Templo de Roma, Italia. Durante horas, él y sus compañeros respondieron preguntas, guiaron a periodistas y explicaron la doctrina de Cristo con respeto y claridad. Todo transcurría con serenidad hasta que llegó una pregunta cargada de malicia o, al menos, de prejuicio:
“¿No es su Iglesia una secta?”.

En ese instante, el ambiente cambió. Era una de esas preguntas diseñadas para desafiar, para poner a prueba tanto la fe como la prudencia. Sin embargo, antes de que la mente pudiera formular una respuesta, el Espíritu intervino. En un solo momento, el Señor trajo a la memoria del élder Bednar dos experiencias sagradas: las palabras recientes del presidente Russell M. Nelson, y el recuerdo de una entrevista antigua con el presidente Gordon B. Hinckley. Ninguna de esas imágenes era casual. Eran recordatorios divinos, traídos a su mente con precisión celestial, para guiar su respuesta.

Primero, el presidente Nelson había instruido a los Doce antes de su viaje a Roma: “Nuestro mensaje al mundo debe ser simple y poderoso: somos hijos de un Padre Celestial amoroso; Jesucristo vive, y Su evangelio ha sido restaurado”. Ese recordatorio le dio dirección espiritual y tono a su respuesta.
Luego, el recuerdo del presidente Hinckley añadió sabiduría práctica y serenidad. Cuando aquel periodista había hecho la misma pregunta décadas atrás, Hinckley respondió con firmeza y elegancia: “Por sus frutos los conoceréis”.

Guiado por el Espíritu, el élder Bednar no se defendió ni discutió. En cambio, dio testimonio. Recitó el Primer Artículo de Fe, explicó brevemente la naturaleza divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y luego invitó al periodista a buscar su propia respuesta: “Examine los frutos de nuestra obra. Mire lo que ha visto hoy: este templo, este terreno, estas personas. ¿Le parecen los frutos de una secta?”

El Espíritu llenó la sala. Los asistentes, aun los no creyentes, percibieron algo sagrado y pacífico. Susan, al salir, le dijo emocionada: “La respuesta que diste fue asombrosa”. Pero él sabía —y lo reconoció con gratitud— que no había sido su mente la que habló, sino la voz del Espíritu que le recordó “todas las cosas” (Juan 14:26).

Este episodio enseña que la revelación puede venir en cualquier momento, incluso en un entorno secular, cuando uno está preparado espiritualmente y actúa como representante fiel de Cristo. No es necesario buscar el momento: basta con vivir de tal manera que el Espíritu pueda hablar “en el mismo instante”.

En esa sala de prensa en Roma, el Señor no solo inspiró las palabras de Su siervo; manifestó Su poder en la sencillez del testimonio. Una respuesta humilde, guiada por el Espíritu, se transformó en una proclamación poderosa del Evangelio restaurado —y en un recordatorio de que, donde se testifica de Cristo con amor y verdad, allí siempre se siente Su presencia.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?


Conclusión


Parece apropiado concluir con un relato que muestra cómo la creación de este libro fue, en sí misma, producto del espíritu de revelación.

Había conversado con mi editora, Emily Watts, en varias ocasiones durante un período de meses para hablar sobre un libro acerca de un tema que había ocupado mis pensamientos. Reunimos algunos materiales y probamos distintos formatos y maneras de organizarlos, pero durante mucho tiempo nada parecía concretarse.

Un sábado, me encontraba en el Templo de Provo City Center, donde había oficiado en la ceremonia de sellamiento de la nieta de un amigo. Después de cambiarme la ropa del templo, me preparaba para salir del edificio. ¿Y con quién me encontré? Con Emily Watts y su esposo. Recuerdo que conversamos unos minutos sobre la versión más reciente del manuscrito, y le dije: “Lamento no haber avanzado más, pero he estado completamente ocupado con asignaciones y viajes, y no he podido adelantar nada”. Emily fue muy amable y respondió: “Oh, no se preocupe; cuando sea posible”.

Ese día salí pensando: “Debo volver a trabajar en este proyecto”. Así que tomé el manuscrito, lo releí, y nuevamente sentí un fuerte deseo de escribir más de mis pensamientos.

No creo que ese encuentro en el Templo de Provo City Center haya sido una simple coincidencia. Creo que hubo un elemento de dirección celestial en esa interacción que sirvió como un poderoso recordatorio para mí de que debía volver a trabajar.

No quiero insinuar que cada pensamiento que tenemos o cada acción que realizamos sea el resultado directo de una revelación. Pero este es un ejemplo de cómo, cuando estamos en armonía con nuestros convenios y nos esforzamos por vivir el evangelio, algunas cosas simplemente suceden porque divinamente están destinadas a suceder.

Pasaron más meses, y un día envié a Emily un correo electrónico para decirle que había estado reflexionando y trabajando un poco más en el manuscrito. Habíamos hablado sobre incluir ejemplos más personales, y ella se ofreció a venir a mi oficina para grabar mis relatos de algunas de esas experiencias. Tuvimos una sesión muy productiva en la que grabamos varios episodios. Mientras hablábamos ese día, intercambiamos ideas sobre cómo organizar el libro, reconociendo el desafío que representa tratar un tema “no lineal” como la revelación en un medio “lineal” como un libro. El mayor desafío era decidir en qué capítulo encajaría cada historia. Una historia sobre la revelación “línea sobre línea”, por ejemplo, también podía tener elementos de “no saber de antemano” o de “revelación contraintuitiva”. Los relatos parecían resistirse a toda categorización.

Mientras Emily transcribía las historias, se detuvo en una pregunta que yo había planteado casi de manera casual: si sería posible crear una lista de los principios que quería describir y luego dar a los lectores la oportunidad de “practicar” el reconocerlos en los distintos ejemplos. De ese modo, cada relato podría ofrecer oportunidades para relacionarse con varios principios de revelación. De repente, nuestro problema de un libro “lineal” quedó resuelto.

Ninguna de estas ideas surgió fácilmente, y ciertamente esta no fue la primera opción que intentamos al organizar los materiales para el libro. Pero con el paso del tiempo, mediante mucho esfuerzo, oración y reflexión de ambas partes, el proyecto se concretó. El libro que tienes en tus manos o que lees en tu dispositivo digital es el resultado de ese proceso revelador—del mismo espíritu de revelación.


¿Qué principios de revelación ves funcionando en este relato?

Este relato final es, en sí mismo, una hermosa metáfora de cómo la revelación se entreteje con el esfuerzo humano, como si el cielo y la tierra trabajaran juntos en un mismo proyecto. No se trata de un acontecimiento milagroso ni de una manifestación espectacular, sino de la suave manera en que el Espíritu guía, inspira y confirma los pasos de quienes buscan hacer algo bueno, santo y verdadero.

Durante meses, el élder Bednar y su editora, Emily Watts, habían intentado dar forma a un libro sobre la revelación, pero el proyecto parecía estancado. Había ideas, materiales, conversaciones… pero nada terminaba de encajar. Hasta que, en un día común, dentro de un lugar sagrado, ocurrió algo aparentemente sencillo pero profundamente significativo: un encuentro “casual” en el Templo de Provo City Center.

Ese encuentro, breve y amistoso, se convirtió en un recordatorio celestial. Al salir del templo, el élder Bednar sintió el impulso de volver a trabajar en el manuscrito. Lo que parecía una simple coincidencia fue, en realidad, una manifestación del Espíritu que obra en lo ordinario para producir lo extraordinario. Fue una de esas ocasiones en las que el Señor no habla con palabras, sino con circunstancias, con momentos que despiertan el deseo justo en el corazón correcto.

Poco a poco, el proyecto fue cobrando vida. Con esfuerzo, oración y la colaboración inspirada entre autor y editora, el libro comenzó a tomar forma. En medio del proceso, surgió una idea reveladora: en lugar de clasificar rígidamente las historias en capítulos temáticos, podrían invitar al lector a reconocer los principios espirituales presentes en cada relato. Esa inspiración —que surgió casi al margen de una conversación casual— resolvió un problema estructural que parecía no tener solución.

Así, lo que comenzó como una dificultad editorial terminó siendo una lección viviente sobre el mismo tema del libro: cómo el Espíritu Santo enseña “línea por línea”, cómo las ideas se aclaran con el tiempo, y cómo la paciencia, la fe y la colaboración abren paso a la revelación.

El élder Bednar no pretendió decir que cada pensamiento o cada acción fueran inspirados directamente por el cielo. Pero sí reconoció que, cuando uno vive en armonía con sus convenios y busca sinceramente servir, algunas cosas suceden porque están divinamente destinadas a suceder.

En retrospectiva, el libro entero se convirtió en una manifestación de su propio mensaje. Nació no de una fórmula literaria, sino de un proceso espiritual. Cada conversación, cada ajuste, cada idea surgida “en el mismo momento” fue parte de la guía divina que lo moldeó.

Y así, el relato concluye con una verdad profunda: la revelación no solo se estudia, se vive. A veces el Espíritu no dicta un texto, sino que acompaña el proceso; no entrega respuestas inmediatas, sino que moldea la mente y el corazón hasta que la obra, como el alma, está lista para nacer.

El libro terminó siendo mucho más que un proyecto editorial. Fue el fruto de un proceso revelador —una colaboración entre la inspiración divina y la perseverancia humana—, una prueba silenciosa de que el Espíritu de revelación sigue obrando hoy, en templos, oficinas, palabras y corazones dispuestos a escuchar.


¿Cuándo has visto esos principios en tu vida?

¿Qué más te está enseñando el Espíritu?

Acerca del autor

El élder David A. Bednar fue llamado a servir como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 2004. Antes de su llamamiento, sirvió como Setenta de Área, representante regional, presidente de estaca y obispo. Cumplió una misión en el sur de Alemania y luego asistió a la Universidad Brigham Young, donde obtuvo los títulos de licenciatura y maestría. Recibió un doctorado (Ph.D.) en comportamiento organizacional de la Universidad Purdue y fue profesor de administración de empresas en la Universidad Texas Tech y en la Universidad de Arkansas. El élder Bednar se desempeñó como presidente de BYU–Idaho desde 1997 hasta 2004. Sus libros publicados anteriormente incluyen One by One (Uno por Uno), The Parable of the Cheetahs (La Parábola de los Guepardos) y la trilogía más vendida compuesta por Increase in Learning (Aumentar en el Conocimiento), Act in Doctrine (Actuar en la Doctrina) y Power to Become (El Poder para Llegar a Ser). Él y su esposa, Susan, son padres de tres hijos.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

1 Response to El Espíritu de Revelación

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Se sin dudas que el Elder BEDNAR es un Apostol del Señor, un Testigo Especial de Jesucristo viviente… un hombre leal a Dios. Lo amo y sostengo en su Sagrado Llamamiento.

    Me gusta

Deja un comentario