Para Llegar Incluso a Ti

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“¿Quién subirá al monte de Jehová?”


En el Salmo veinticuatro se formula la pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?” (Salmos 24:3). Al entrar en los magníficos templos de Dios, hallamos la belleza y la santidad de su lugar santo.

El edificio del templo, majestuoso y apropiado en todo sentido, inspira, pero el edificio por sí solo no bendice. Las bendiciones del templo y las funciones divinas —que abarcan mucho de lo que no es de este mundo— vienen por la obediencia y fidelidad a la autoridad del sacerdocio y a los convenios realizados.

Al sentir y contemplar la sobrecogedora belleza de cada templo, vemos en visión y guardamos en memoria las bendiciones sin fin que vendrán a tantos gracias a su existencia.

En nuestro gran gozo, no debemos olvidar a los líderes fieles y a los Santos en todos los continentes del mundo que no tienen un santuario consagrado en el cual recibir el poder santificador y purificador del Espíritu Santo. Son miembros de presidencias de estaca, patriarcas, sumos consejeros, obispados y otros líderes del sacerdocio, y una multitud de fieles Santos, nunca investidos, que desean por encima de todo ser sellados a sus amados padres, cónyuges e hijos. Tenemos la bendición y la responsabilidad de ayudarles a recibir las mismas bendiciones que disfrutamos. Los futuros templos serán, en cierto grado, una santificación de nuestra devoción y de nuestro esfuerzo por edificar el reino de Dios en nuestro tiempo.

Bien podemos detenernos a reflexionar, en medio de la magnificencia y el esplendor de nuestros templos modernos, sobre los obreros sin camisas ni zapatos que edificaron los templos de Nauvoo y Kirtland. Cada templo que se yergue hoy es una reivindicación de José y de Hyrum, y de todo nuestro pueblo que sufrió la destrucción, las golpizas y los asesinatos a manos de los crueles tiranos de las turbas que expulsaron a nuestro pueblo hacia el oeste.

Hay triunfo para el pequeño Sardius Smith, un niño de unos nueve años que, en la masacre de Haun’s Mill, se escondió bajo los fuelles de la herrería en busca de seguridad y, al ser descubierto, fue abatido a tiros. Hay triunfo para el obispo Edward Partridge, que fue sacado de su casa y arrastrado a la plaza del pueblo por hombres brutales e insensibles, quienes procedieron a verter alquitrán caliente sobre su cuerpo y a cubrirlo con plumas.

En los templos del Señor aprendemos obediencia. Aprendemos sacrificio. Hacemos votos de castidad y consagramos nuestras vidas a santos propósitos. Es posible ser purificados y limpiados, tener nuestros pecados lavados, de modo que podamos presentarnos ante el Señor tan limpios, blancos e inmaculados como la nieve recién caída.

“¿Quién subirá al monte de Jehová?” Podemos ver en visión las casi incontables huestes de los escogidos, de los devotos, de los creyentes, que vendrán al santo santuario de Dios para buscar sus bendiciones. Al entrar en esos sagrados salones, Nefi recordaría a todos que “el guardián de la puerta es el Santo de Israel; y no emplea a ningún servidor allí; y no hay otra manera de entrar sino por la puerta; porque no puede ser engañado, porque el Señor Dios es su nombre.” (2 Nefi 9:41).

Al entrar en las sacrosantas salas de lavamiento y unción, serán espiritualmente limpiados. Al ser ungidos, serán renovados y regenerados en alma y espíritu.

Podemos ver en visión a las incontables parejas en su juventud y hermosura viniendo a casarse. Vemos con claridad el gozo indescriptible en sus semblantes al ser sellados, y al serles conferida, mediante su fidelidad, la bendición de la santa resurrección con el poder de levantarse en la mañana de la primera resurrección, revestidos de gloria, inmortalidad y vidas eternas. Podemos ver a innumerables familias rodeando el altar, todos vestidos de blanco, con la cabeza inclinada y las manos entrelazadas, al ser sellados unos a otros, como si hubiesen nacido en el nuevo y sempiterno convenio. Podemos ver al ejército de jóvenes niños angelicales con la alegría y la viveza de la juventud, viniendo con asombro y reverencia a la casa del Señor para ser bautizados por los muertos.

Vemos la visión de las huestes celestiales innumerables, cuyas odiseas eternas han sido suspendidas mientras esperan que se realice su obra vicaria, incluyendo la purificación del bautismo, las bendiciones sagradas de la investidura y la bienaventuranza exaltadora de los sellamientos. Podemos ver familias bailando, gritando y llorando de gozo al estar unidas en otro mundo.

Estamos agradecidos por la presencia del poder de sellar, que ata y desata en los cielos lo que aquí en la tierra se ata y desata. Damos gracias y veneración a nuestro gran y humilde profeta que posee estas llaves.

“¿Y quién estará en su lugar santo?” Que se extienda una mano amiga a aquellos que han tenido tropiezos en la fe o en la voluntad, resultando en transgresión, y que, habiendo arrepentido, tienen una necesidad especial de la porción redentora de la investidura. Que ellos sepan que sus pecados no serán más recordados.

Al recordar el mandamiento de permanecer en lugares santos, debemos recordar que más allá del templo, los lugares más sagrados y santos en todo el mundo deben ser nuestros propios hogares. Nuestros hogares deben estar dedicados y consagrados únicamente a propósitos santos. En nuestros hogares se debe hallar toda la seguridad, el amor fortalecedor y la comprensión compasiva que todos necesitamos desesperadamente.

“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño.” (Salmos 24:3–4.) Porque “la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre.” (Salmos 93:5.)

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