El élder Soares cuenta cómo el Evangelio llegó a su hogar en Brasil y transformó por completo a su familia. Sus padres, de orígenes religiosos distintos, descubrieron en la Iglesia una verdad que les llenó el corazón: las familias pueden ser eternas.
Años después, mientras servía como misionero, él viajó al recién dedicado Templo de São Paulo para ser sellado a sus padres. Esa experiencia le cambió la vida y le dio una visión eterna que guiaría su futuro, su matrimonio y la crianza de sus hijos.
Con el tiempo, vio a sus propios hijos casarse y ser sellados, y comprendió que una simple decisión de fe había bendecido generaciones. Todo esto es posible gracias al Salvador, cuya Expiación hace real la promesa de una familia eterna.
El mensaje es claro: si vivimos nuestros convenios y seguimos a Cristo, nuestra familia también puede heredar esa misma felicidad eterna.
El plan de Dios de que la familia sea eterna
Por el élder Ulisses Soares
Del Cuórum de los Doce ApóstolesLas familias que acepten el plan de Dios, amen como amó el Salvador y honren sus convenios, algún día heredarán “las bendiciones de la vida eterna y una plenitud de gozo”.
Hacia el final de mi misión de tiempo completo, me llené de gozo cuando fui investido y sellado a mis padres en el Templo de São Paulo, Brasil.
Mis padres, Aparecido y Mercedes, provenían de diferentes tradiciones religiosas, pero sus experiencias de vida los prepararon para aceptar el Evangelio restaurado.
Mi padre se crio en una familia buena, pero no religiosa. No obstante, siendo joven se interesó por la religión. Él leía la Biblia, asistía a clases sobre la Biblia y estudiaba la vida de Jesucristo. Sus estudios hicieron que sintiera gran interés tanto por el Evangelio del Salvador como por la familia, lo cual hizo que sintiera el deseo de casarse con alguien que pensara de la misma manera.
Por el contrario, mi madre provenía de una familia profundamente religiosa. Ellos vivían los principios del Evangelio, asistían a reuniones de la iglesia y practicaban fielmente su religión. Al crecer en ese ambiente, mi madre llegó a ser el tipo de persona que nunca faltaba a una reunión de la iglesia.
Así pues, cuando se casaron y nos tuvieron a mis tres hermanos y a mí, hicieron todo lo posible por criarnos a la luz de su conocimiento de los principios del Evangelio. Un día, mi tía, que era miembro menos activa de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, le dijo a mi padre: “Tienes cuatro hijos, querido. Si realmente quieres criar una familia centrada en Cristo y tener a Dios en tu familia, debes ir a mi iglesia”.
Mi padre escuchó sus palabras, pero no hizo nada al respecto hasta el día en que los misioneros de tiempo completo vinieron a nuestro vecindario a repartir folletos, tocaron nuestra puerta y comenzaron a enseñarnos. Rápidamente se dio cuenta de que representaban a la Iglesia que mi tía le había animado a investigar.
Luz y verdad
Una de las cosas que inicialmente les interesó a mis padres acerca del Evangelio restaurado de Jesucristo fue la importancia que la Iglesia le da a la familia y la enseñanza de que “buena parte de la obra de Dios de salvación y exaltación se lleva a cabo a través de la familia”. Antes de ser bautizados, mis padres estaban tan impresionados con lo que estaban aprendiendo que invitaron a sus vecinos a acompañarlos a las lecciones misionales.
Después de ser bautizados, y a medida que se reunían con los misioneros y continuaban estudiando el Evangelio, mis padres aprendieron maneras de “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad“ y de “poner [su] propia casa [espiritualmente] en orden“ (Doctrina y Convenios 93:40, 43).
Aprendieron que “la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” y que “la felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo”.
Aprendieron que “los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes”.
Aprendieron que las familias pueden ser eternas y que “la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna” (Doctrina y Convenios 130:2).
Y aprendieron que “el objetivo principal de todas las enseñanzas y actividades de la Iglesia es que los padres y sus hijos sean felices en el hogar, estén sellados en un matrimonio eterno y estén unidos a sus antepasados”.
Con ese conocimiento, desearon ser sellados como familia eterna.
Con la mira puesta en la eternidad
Después de ser bautizados, mis padres pusieron en práctica lo que estaban aprendiendo, pasando del mundo al reino del Evangelio. Se esforzaron por unir a nuestra familia mediante la noche de hogar y el estudio de las Escrituras en familia, al asistir fielmente a las reuniones de la Iglesia y al hacer la obra de historia familiar. Con esos esfuerzos por lograr la unidad, esperaban crear una familia centrada en el Plan de Salvación con la mira puesta en la eternidad.
En 1965, el año en que mis padres fueron bautizados, el templo más cercano a São Paulo, Brasil, estaba en Mesa, Arizona, a casi 9650 kilómetros (6000 millas) de distancia. El viaje era demasiado caro para nuestra familia, así que mis padres tuvieron que esperar hasta la dedicación del Templo de São Paulo, Brasil, en 1978, antes de poder recibir las ordenanzas del templo y ser sellados. En ese momento, yo servía en una misión en Río de Janeiro.
Unos dos meses antes de concluir mi misión en febrero de 1980, mi presidente de misión nos permitió a mi compañero y a mí viajar durante la noche con los miembros de la estaca desde Río de Janeiro hasta el Templo de São Paulo para que yo pudiera ser investido y sellado a mis padres. Al igual que mis padres, yo había esperado por años las bendiciones prometidas de las ordenanzas y los convenios del templo.
Esa experiencia cambió mi visión del futuro y me dio mi primer atisbo de la veracidad de las recientes palabras del presidente Russell M. Nelson: “El tiempo que pasen en el templo los ayudará a pensar de manera celestial y a captar la visión de quiénes son realmente, quiénes pueden llegar a ser y la clase de vida que pueden tener para siempre”.
El breve tiempo que estuve en el templo en aquella ocasión influyó profundamente en el resto de mi servicio misional. Con esa nueva visión, testificar del templo y de la importancia del plan de Dios para las familias también tuvo un impacto duradero en mi vida.
Cuando mi esposa Rosana y yo nos casamos dos años después de mi misión, fuimos sellados en el templo con la visión de criar nuestra propia familia eterna. Para ello, trabajamos juntos a fin de crear tradiciones familiares como las que nuestros padres nos habían enseñado, todas centradas en el Salvador, Sus enseñanzas y las enseñanzas de Sus profetas modernos.
Hoy en día, nuestros hijos están criando a sus hijos con los mismos principios del Evangelio de felicidad. Para nosotros, la familia lo es todo porque entendemos el carácter central de la familia en el plan de Dios.
Como Autoridad General, tuve la bendición de sellar a mis tres hijos a sus cónyuges en el templo. Mirarlos a los ojos en el momento en que se arrodillaron ante el altar del templo fue una hermosa experiencia. Podía ver a mi posteridad siendo bendecida por los mismos principios del Evangelio que mis padres me habían enseñado y que Rosana y yo les habíamos enseñado a ellos. Podía ver que esas bendiciones continuarían en las generaciones futuras. Y recordé quién hace que todo eso sea posible.
Un recordatorio navideño
La familia es fundamental en el plan de felicidad de Dios, pero sin el Salvador, Jesucristo, ese plan no sería posible. Su Expiación y las ordenanzas y los convenios que se encuentran en Su Evangelio hacen posible la promesa de exaltación.
El presidente Nelson ha declarado: “La exaltación es un asunto de familia. Únicamente mediante las ordenanzas de salvación del Evangelio de Jesucristo pueden ser exaltadas las familias. El principal objetivo al que aspiramos es ser felices como familias: investidos, sellados y preparados para la vida eterna en la presencia de Dios”.
Cuando visito lugares a los que nunca he ido antes, trato de encontrar una pequeña escena de la Natividad que nos recuerde a Rosana y a mí al Salvador. Estoy formando una gran colección.
Al contemplar esas humildes escenas de la Natividad, mi esposa y yo en una ocasión nos preguntamos: “¿Qué es lo que realmente importa más en nuestra vida?”. La respuesta, por supuesto, es el Salvador, Su Evangelio y nuestra familia. A fin de recordar el amor de nuestro Padre Celestial por nosotros, y que es por medio del Salvador que la promesa de las familias eternas se hace posible, hace unos años, antes de Navidad, colocamos todas nuestras escenas de la Natividad en dos grandes estantes en nuestro hogar, y los dejamos ahí en lugar de guardarlos después de las festividades navideñas. Esa tradición nos ayuda a mantener el espíritu de la Navidad en nuestro hogar durante todo el año.
Al mirarlas cada día, esas escenas de la Natividad nos recuerdan tiernamente la función central del Salvador en nuestra vida. Nos recuerdan que la paz en la tierra ahora (véase Lucas 2:14) y la felicidad eterna en el mundo venidero dependen del Salvador y de que honremos los convenios que hemos hecho con Él. Y nos recuerdan “que vino al mundo, sí, Jesús, para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad.
“Para que por medio de él fuesen salvos todos aquellos a quienes el Padre había puesto en su poder y había hecho mediante él” (Doctrina y Convenios 76:41–42).
Así como aprendimos estas verdades de nuestros padres, Rosana y yo nos hemos esforzado por transmitírselas a nuestros hijos. Ahora, nuestros hijos están enseñando esas mismas verdades a sus hijos. Las semillas plantadas en el corazón de mis padres hace sesenta años en nuestra pequeña casa en Brasil han florecido y han dado fruto, “el cual es sumamente precioso, y el cual es más dulce que todo lo dulce, y más blanco que todo lo blanco, sí, y más puro que todo lo puro” (Alma 32:42).
Testifico que aquellos que acepten el plan de Dios para las familias, amen como amó el Salvador y honren sus convenios, algún día heredarán “las bendiciones de la vida eterna y una plenitud de gozo” con sus seres queridos y con el Padre y el Hijo.
























