Capítulo dos
Cinco escrituras que fortalecerán tu matrimonio
El presidente Harold B. Lee hizo una declaración profética en 1972: “La mayor amenaza de Satanás hoy es destruir a la familia, y hacer burla de la ley de castidad y de la santidad del convenio del matrimonio.”
En 1972, los programas de televisión en horario estelar podían ser vacíos e insulsos, pero no obscenos. Sin embargo, las cosas cambiaron rápidamente. En 1976, el programa promedio de televisión en horario estelar contenía dos referencias sexuales por hora. Ese número se duplicó a cuatro referencias sexuales por hora en 1986. Diez años después, el número de referencias sexuales saltó a ocho y media por hora. Si la tendencia se mantenía, el número de referencias sexuales por hora en 2006 sería de aproximadamente diecisiete. Mientras estos números iban en aumento, las referencias a virtudes como el compromiso, la lealtad, la castidad y la virtud se volvieron notablemente ausentes.
Las cosas no son mucho mejores en el cine. La película promedio clasificada “R” en 1992 mostraba el sexo fuera del matrimonio más que el sexo dentro del matrimonio en una asombrosa proporción de 36 a 1. ¡Si eso no es un ejemplo perfecto de burlarse de la ley de castidad y de la santidad del convenio del matrimonio, no sé qué lo sea! En verdad, como dice la canción: “Las verdades y valores que abrazamos son ridiculizados en cada mano, y en cada pantalla y tubo de imagen.”
Veintitrés años después de la declaración del presidente Lee, el presidente Gordon B. Hinckley anunció una proclamación al mundo sobre la familia, reiterando y reforzando la santidad de la castidad, los roles sagrados de hombres y mujeres y el convenio matrimonial ordenado divinamente. Ahora, más que nunca, debemos recurrir al poder de las Escrituras para reafirmar la importancia de la castidad y fortalecer nuestros matrimonios.
ESCRITURA UNO:
“Acordaos del convenio con que habéis convenido el uno con el otro”
(DyC 90:24)
Este versículo se ha convertido en un lema importante en mi matrimonio. Kim y yo lo hemos encontrado tan importante y útil que lo hemos colocado en un lugar destacado de nuestro hogar —un lugar donde pueda verse a diario, donde otros puedan observarlo y dar testimonio de nuestro compromiso mutuo, un lugar de idas y venidas, un lugar de reuniones familiares, un lugar de suprema y singular importancia: ¡el refrigerador!
Bromas aparte, hemos aplicado la frase “Acordaos del convenio” a nuestro convenio matrimonial. Cuando recordamos el convenio, rápidamente vemos las cosas en su perspectiva adecuada. Con la visión panorámica, podemos reducir lo que en un inicio podríamos ver como grandes problemas a cosas pequeñas que generalmente podemos resolver con facilidad.
Hay una diferencia monumental entre un contrato y un convenio. Cuando luchamos por tomar decisiones que afectan nuestro matrimonio —y casi todas las decisiones lo hacen—, nuestra primera y mejor estrategia es recordar nuestros convenios.
A veces nuestras relaciones contractuales causan problemas con nuestras relaciones de convenio. Por ejemplo, en ocasiones debo recordarme a mí mismo que no he hecho un convenio con ESPN. No he hecho un convenio con el campo de golf. No he hecho un convenio con el fútbol universitario ni con la NBA (aunque pueda parecerlo cuando los Jazz llegan a los playoffs). No he hecho un convenio con Internet, los juegos de computadora, la televisión por cable ni con ninguna otra forma de recreación. Un millón de distracciones pueden alejarnos de nuestras obligaciones de convenio si no estamos “recordando.”
Mis hermanos y hermanas (todos ellos ya casados y con sus propias familias) son algunos de mis mejores amigos en el mundo, pero no he hecho un convenio con ellos. Tampoco he hecho un convenio con mis suegros. Mi convenio es con mi esposa, y el de ella es conmigo. Somos una nueva familia, nuestra propia unidad familiar, y allí debe permanecer nuestra prioridad.
La conclusión es que, si dejo mi corazón con los San Francisco 49ers, mi corazón está en el lugar equivocado. El Señor declaró:
“Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra cosa.”
(DyC 42:22)
Eso forma parte de mi convenio.
Mi matrimonio florece cuando Kim y yo recordamos nuestro convenio mutuo. Es increíblemente edificante tener una esposa que me hace sentir que soy el primero en su vida, que cuelga el teléfono cuando entro por la puerta, y que entiende que me gusta tener tiempo a solas con ella cada día. (Es triste cuando, después de un largo día de trabajo, un esposo es recibido con más entusiasmo por el perro que por aquella con quien ha hecho y recibido convenios).
Quienes honran sus matrimonios de convenio enfrentan los problemas con una mayor determinación de hacer fructíferos sus convenios. El élder Bruce C. Hafen enseñó:
“Cuando llegan las dificultades, las partes en un matrimonio contractual buscan la felicidad alejándose. Se casan para obtener beneficios y permanecerán solo mientras reciban lo que esperaban. Pero cuando llegan las dificultades a un matrimonio de convenio, el esposo y la esposa las enfrentan juntos. Se casan para dar y crecer, atados por convenios el uno con el otro, con la comunidad y con Dios. Los compañeros contractuales dan cada uno un 50 por ciento; los compañeros de convenio dan cada uno un 100 por ciento.”
El matrimonio es por naturaleza un convenio, no solo un contrato privado que uno pueda cancelar a voluntad. Jesús enseñó sobre actitudes contractuales cuando describió al “asalariado” que cumple su promesa condicional de cuidar solo mientras recibe algo a cambio. Cuando el asalariado “ve venir al lobo,” “abandona las ovejas y huye… porque… no le importan las ovejas.” En contraste, el Salvador dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:12–15). Hoy en día, muchas personas se casan como asalariados. Y cuando llega el lobo, huyen. Esta idea es errónea. Maldice la tierra, volviendo el corazón de los padres lejos de sus hijos y de los unos de los otros (DyC 2).
Los matrimonios de convenio tienen acceso al poder infinito de Dios porque Dios es la tercera parte en la relación de convenio. Él está de nuestro lado, y nunca dejará de cumplir su parte del convenio. Su obra y Su gloria es llevar a cabo nuestra inmortalidad y vida eterna, y eso solo sucederá si nosotros, como las otras dos partes, cumplimos nuestros convenios. Por lo tanto, como Dios quiere que cumplamos nuestros convenios, sabemos que Él preparará la manera para que hagamos las cosas que nos manda.
Es importante recordar que todo aquel que reciba salvación y exaltación lo recibirá mediante un convenio. Dios obra con Sus hijos por medio de convenios. El bautismo es un convenio, y el matrimonio es un convenio. El Libro de Mormón enseña que muchas cosas que eran “claras y sumamente preciosas” fueron quitadas del evangelio del Cordero. Generalmente pensamos en ciertas doctrinas que fueron removidas de las Escrituras cuando oímos la frase “claras y preciosas,” pero el resto del versículo identifica otro elemento vital del evangelio que fue eliminado: “y también muchos convenios del Señor han quitado” (1 Nefi 13:26). El evangelio se denomina “restaurado” porque restauró convenios —convenios enriquecedores, exaltadores, y que bendicen el matrimonio.
A medida que envejecemos y nuestros horarios se vuelven más agitados, una de las preguntas que a menudo nos hacemos es: “¿Cuáles son mis prioridades?” Para responder a esa pregunta, sugiero que preguntemos: “¿Con quién he hecho convenios?” Podemos descubrir nuestras mayores prioridades simplemente recordando nuestros convenios más importantes.
Cada vez que Kim y yo nos acercamos al refrigerador, la Escritura Uno nos recuerda “recordar nuestros convenios,” y eso le da una perspectiva eterna a un matrimonio que se desarrolla día a día.
ESCRITURA DOS:
“¿Soy yo?”
(Mateo 26:22)
Poco después de que el Salvador se retirara con los Doce para comer la Última Cena, sorprendió a los discípulos con estas palabras: “Uno de vosotros me va a entregar.” Su reacción fue de mansedumbre y autoexamen. Mateo registra:
“Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: Señor, ¿soy yo?”
(Mateo 26:21–22)
La pregunta “¿Soy yo?” mira hacia adentro. Es un reconocimiento externo de una debilidad interna. Dice: “Puede que yo haya hecho algo mal. ¿Me ayudarías a saber si lo he hecho?”
Cuando Jesús dijo, “Uno de vosotros me va a entregar,” los discípulos no respondieron: “Apuesto a que es él.” Tristemente, muchos problemas matrimoniales se expresan exactamente de esa manera: “Es culpa de mi cónyuge. Es mi cónyuge quien necesita cambiar. Yo soy el normal. No soy yo.”
La Escritura Dos, aplicada a una relación matrimonial, es una herramienta valiosa para crear un ambiente en el que los problemas puedan hablarse y resolverse. Los cónyuges pueden hacerse la misma pregunta, temprano y con frecuencia: “¿He hecho algo mal?” “¿He herido tus sentimientos de alguna manera?” “¿Hay algo que pueda hacer mejor?” Las palabras mismas no son tan importantes como la mansedumbre requerida de quien hace la pregunta.
Si alguien preguntara si las habilidades de comunicación o la mansedumbre son más importantes para un matrimonio, respondería sin dudarlo: la mansedumbre. Puedes ser un comunicador excelente y aun así nunca tener la humildad de preguntar: “¿Soy yo?” Las habilidades de comunicación no son un sustituto de los atributos semejantes a Cristo. Como ha observado el Dr. Douglas Brinley:
“Sin perspectivas teológicas… los ejercicios seculares diseñados para mejorar nuestra relación y nuestras habilidades de comunicación (las herramientas comunes de los consejeros y libros sobre matrimonio) nunca producirán un cambio permanente en el corazón de una persona; simplemente desarrollan luchadores más hábiles y astutos.”
Un ejemplo de mansedumbre en el matrimonio se encuentra al inicio del Libro de Mormón. El padre Lehi envió a sus hijos de regreso a Jerusalén a recuperar las planchas de bronce de Labán, un hombre poderoso que no quería entregarlas. Sariah estaba comprensiblemente preocupada. Nefi informó que ella “se quejó contra mi padre, diciéndole que era un visionario, diciendo: He aquí, nos has sacado de la tierra de nuestra herencia, y mis hijos han perecido, y nosotros pereceremos en el desierto” (1 Nefi 5:2).
Lehi pudo haber respondido de varias maneras. Pudo haber dicho: “No tienes idea de lo que hablas,” o “¿No confías en mí?” o “¿Dónde está tu fe?” Pero no lo hizo. ¡Estuvo de acuerdo con ella! “Sé que soy un hombre visionario, porque si no hubiese visto las cosas de Dios en visión no habría conocido la bondad de Dios; y me habría quedado en Jerusalén y habría perecido con mis hermanos” (1 Nefi 5:4).
Lehi escuchó a Sariah y la tranquilizó con su testimonio de que sus hijos regresarían. “Y de esta manera habló mi padre, Lehi, para consolar a mi madre, Sariah” (1 Nefi 5:6).
¿Tomó Lehi una clase de habilidades de comunicación antes de empacar a la familia y salir? Lo dudo. Parecía que tenían bastante prisa por salir de Jerusalén. Pero Lehi poseía el atributo cristiano de la mansedumbre, y su respuesta a Sariah me ha ayudado en mi matrimonio. Escuchó los sentimientos de Sariah y luego pronunció palabras tranquilizadoras de consuelo.
Mi esposa y yo llamamos a esto “escuchar antes que lógica” o “sentimientos antes que hechos.” Como esposo (y como hombre que ha asumido que mi papel es arreglar lo que esté roto), muchas veces he estado tentado a saltar directamente a la solución sin reconocer primero las emociones. Ya no. Ahora escucho tan atentamente como puedo hasta que mi esposa sabe que sus sentimientos han sido entendidos y respetados. Entonces, y solo entonces, puedo entrar en modo de solución y decir: “Pensemos en lo que podemos hacer con esto.”
Cuando la mansedumbre está presente, los milagros pueden suceder. Un consejero matrimonial observó:
“He aprendido a lo largo de los años que si logro que una pareja se pida perdón mutuamente, los demás problemas parecen desvanecerse.”
La actitud de “¿Soy yo?” crea un ambiente donde el Espíritu puede morar, donde no hay gritos, ni culpas, ni resentimiento. En esa atmósfera humilde, al “recordar el convenio con que [nos] hemos convenido el uno con el otro” (DyC 90:24), nuestros problemas se abordan y resuelven más fácil y calmadamente.
ESCRITURA TRES:
“Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos?”
(Lucas 14:28)
La Escritura Tres puede aplicarse a casi cualquier área de la vida. Los padres desearían que sus adolescentes la usaran más a menudo. No solo requiere mirar las decisiones, sino también examinar sus consecuencias. Los que no se sientan primero a calcular los gastos a menudo se quedan con una torre sin terminar. La misma idea se expresa en el viejo dicho: “Si no planeas, planeas fracasar.”
Desafortunadamente, la mayoría de las parejas pasan más tiempo planeando la boda que planeando el matrimonio. La boda es pan comido —literal y figuradamente—, un día de fiesta con fotos, familia, diversión y comida (y sin niños).
El matrimonio, en cambio, es otra cosa: un compromiso de cincuenta a ochenta años con ajustes, apartamentos, cuentas, accidentes, presupuestos, hipotecas, estrés, discusiones, límites de crédito, bebés, vacunas, sobregiros, enfermedades, pañales, fútbol, niñeras, derrames, vendajes, inundaciones, compras, minivanes, deudas, adolescentes, citas, conducir, bailes de graduación, desamores, llamamientos, toques de queda, graduaciones, colegiaturas, misiones, despedidas, regresos, más matrimonios, nietos, visitas inesperadas, préstamos, cuidar nietos, invitados no previstos (pero bienvenidos) a la cena, y un largo etcétera.
Las bodas son divertidas y las lunas de miel son fantásticas, pero son temporales. Los matrimonios son permanentes (esperamos), y para que funcionen, ambos cónyuges deben sentarse y calcular los gastos. Como alguien sabiamente observó: “Todo lo que obtenemos, debemos mantenerlo.” Calcular el costo de construir una torre incluye planear su mantenimiento. Sin atención, la torre eventualmente se derrumbará y se desmoronará. Una vez construida, debe mantenerse.
Siempre que veo la palabra mantenimiento, pienso en los autos. Mi padre era un maestro en el mantenimiento de autos. Nuestra familia condujo un vergonzosamente feo Dodge Polara de 1964 durante todos mis años de secundaria. Le pusimos más de 230,000 millas a ese cacharro antes de que mi padre finalmente lo vendiera. Cada sábado, sin falta, Papá desaparecía en el garaje, donde levantaba los capós y revisaba los niveles de fluidos de todos nuestros vehículos. Era un ritual para él. Papá me enseñó que uno puede arruinar un auto nuevo en cuestión de meses si no lo mantiene. Por otro lado, con un poco de mantenimiento regular, uno puede mantener un auto funcionando sin problemas durante décadas… incluso un Dodge verde claro del 64 que tus hijos no soportan.
De manera similar, un matrimonio puede durar décadas y hasta la eternidad si se mantiene bien. Así que, parafraseando un dicho popular: “No preguntes qué puede hacer tu matrimonio por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu matrimonio.”
Quizá recuerdes que, al enseñar a los zoramitas cómo hacer crecer y mantener sus testimonios de Cristo, Alma comparó “la palabra con una semilla” (Alma 32:28). Conozco a un sabio obispo que aconsejaba a las parejas leer las enseñanzas de Alma en Alma 32:37–41 y reemplazar las palabras “semilla,” “árbol,” y “palabra” con la palabra “matrimonio.” Observa lo bien que encaja:
“Y he aquí, a medida que el matrimonio comienza a crecer, diréis: Cuidémoslo con gran esmero, para que eche raíz, crezca y produzca fruto para nosotros. Y ahora bien, he aquí, si lo cuidáis con gran esmero, echará raíz, y crecerá y producirá fruto.
Pero si descuidáis el matrimonio y no pensáis en su cuidado, he aquí, no echará raíz, y cuando venga el calor del sol y lo abrase, como no tiene raíz se secará, y lo arrancaréis y lo echaréis fuera.
Ahora bien, esto no es porque el matrimonio no fuera bueno, ni porque el fruto de él no hubiera de ser deseable, sino porque vuestro terreno es estéril y no habéis cuidado el matrimonio; por tanto, no podéis tener el fruto de él.
Y así, si no cuidáis el matrimonio, mirando hacia adelante con el ojo de la fe al fruto de él, jamás podréis recoger el fruto del árbol de la vida.
Pero si cuidáis el matrimonio, sí, si lo cuidáis cuando comienza a crecer, con vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante al fruto de él, echará raíz, y he aquí, surgirá un matrimonio para vida eterna.”
Mantener un matrimonio puede ser tan simple como hacerse algunas preguntas mutuamente cada semana. En mi matrimonio, la rutina para hacer estas preguntas no es tan precisa como el mantenimiento regular de un auto (“Por favor, revise su matrimonio cada tres meses o tres mil desacuerdos, lo que ocurra primero”), pero sí es bastante regular. Las preguntas que solemos hacernos son: “¿Cómo te sientes con las cosas?” “¿Estoy siendo un buen esposo/esposa?” “¿Hay algo que podría hacer mejor?”
A Kim y a mí, y probablemente a todas las parejas, nos gusta escaparnos. Cuando llega nuestro aniversario, contratamos a una niñera y desaparecemos. Amamos nuestro tiempo juntos, y siempre reservamos una parte de nuestra escapada para “contar el costo.” ¿Cómo vamos? Nos casamos en el templo, pero ¿es nuestro matrimonio celestial? ¿Estamos creciendo juntos o separándonos? ¿Cómo está nuestro presupuesto, nuestra asistencia al templo, nuestro estudio de las Escrituras, nuestra noche de hogar y nuestro bienestar espiritual? ¿Qué podemos hacer mejor en el año que viene?
Para nosotros, todo se reduce a una ligera adaptación de Lucas 14:28:
“Porque, ¿quién de vosotros, queriendo edificar un matrimonio celestial, no se sienta primero (y cada fin de semana y en cada aniversario) y calcula los gastos?”
Parte del matrimonio es el mantenimiento, y el mantenimiento hace que un matrimonio dure.
ESCRITURA CUATRO:
“El que se ha arrepentido de sus pecados, ese es perdonado, y yo, el Señor, ya no me acuerdo de ellos”
(DyC 58:42)
Esta escritura es una gran fuente de esperanza y un testimonio de la misericordia del Señor. Ilustra que, mediante el arrepentimiento, el Señor está dispuesto a “perdonar y olvidar” y permitirnos disfrutar de comunión con Él a pesar de nuestras transgresiones pasadas. Este versículo también puede bendecir nuestro matrimonio porque, si realmente estamos “tratando de ser como Jesús,” desarrollaremos una disposición a perdonar.
La realidad es que debemos perdonar para recibir perdón. En el Sermón del Monte, el Señor enseñó:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14–15).
Además, en la oración del Señor se nos enseña a pedir a Dios que “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12).
Una de las mayores cualidades de mi esposa —una que sabía muy poco el día en que nos casamos— es lo rápido que perdona. De hecho, ella perdona y olvida casi al instante, y en tales casos siempre me motiva a ser un mejor esposo.
Creo que la frase “y yo, el Señor, ya no me acuerdo de ellos” es poética. Sospecho que el Señor no olvida literalmente nuestros pecados, sino que la frase “ya no me acuerdo de ellos” es una forma poética de decir que no serán “recordados” ni “mencionados” en el Juicio (Ezequiel 18:22). De manera similar, probablemente recordaremos muchas cosas que nuestro cónyuge hizo y que nos causaron sentimientos heridos, pero por las que recibimos una disculpa. Una vez que nuestro cónyuge ha pedido perdón, nuestro objetivo es hacer como el Señor ha prometido: “ya no me acuerdo de ellos.”
La tentación de rebobinar, repetir y volver a sacar a relucir los errores del pasado solo conduce al resentimiento. Desafortunadamente, algunos cónyuges mantienen una base de datos mental de los pecados pasados de su pareja y continúan sacándolos a la luz en ciertos momentos, como si la disculpa anterior nunca se hubiera ofrecido y el perdón nunca se hubiera dado realmente. Este ciclo daña la relación e implica que los esfuerzos previos por disculparse no tuvieron sentido. Nunca querríamos enviar ese tipo de mensaje a la persona con la que hemos hecho convenios.
Durante mi luna de miel, le dije a mi esposa que si alguna vez hería sus sentimientos, ella podría saber, con absoluta certeza, que no lo había hecho a propósito. Le prometí que nunca intencionalmente la haría sentir mal, y ella me prometió lo mismo. ¿Qué clase de poseedor del Sacerdocio de Melquisedec causaría deliberadamente dolor a su esposa? “Amén al sacerdocio de tal hombre” (DyC 121:37).
Después de nueve años de matrimonio, podemos decir honestamente que nuestro acuerdo de luna de miel ha funcionado maravillosamente. No nos equivoquemos, nos hemos herido los sentimientos en muchas ocasiones, pero nunca lo hemos hecho a propósito. Nos esforzamos por “recordar el convenio con que [nos] hemos convenido el uno con el otro” (DyC 90:24), y tenemos demasiado respeto y admiración mutua como para causarnos dolor deliberadamente.
El espíritu de amor y perdón puede ayudarnos a pasar por alto las rarezas y debilidades de nuestro cónyuge. He aprendido una gran lección de la esposa del rey Lamoni acerca de pasar por alto las pequeñas cosas. Después de que Amón enseñara al rey lamanita sobre la Creación, la Caída y la Expiación, el rey Lamoni comenzó a orar por misericordia. Pronto cayó a tierra inconsciente. Más tarde, la esposa de Lamoni le dijo a Amón:
“Unos dicen que no ha muerto, pero otros dicen que ha muerto y que hiede, y que debería ser puesto en el sepulcro; mas en cuanto a mí, a mí no me hiede” (Alma 19:5).
Estoy agradecido de que mi esposa, al igual que la esposa de Lamoni, pase por alto muchas de mis faltas, incluso aquellas que son bastante obvias para los demás. En efecto, ella dice: “Unos dicen que mi esposo es torpe y simplón, pero en cuanto a mí, no me parece tan tonto.” Y porque mi esposa pasa por alto mis defectos, yo trato de hacer lo mismo con los de ella.
Quizás nadie en el mundo conoce nuestras debilidades tan bien como nuestros cónyuges, y es precisamente por eso que necesitamos una actitud humilde y perdonadora. Santiago enseñó: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados” (Santiago 5:16). Estoy convencido de que el Señor sonríe sobre los matrimonios que se esfuerzan por guardar sus convenios, confesar sus faltas mutuamente, orar el uno por el otro y, como sugiere la Escritura Cuatro, no volver a recordar jamás los pecados del otro.
ESCRITURA CINCO:
“Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio”
(Proverbios 15:17)
Elegí esta escritura porque nos muestra que algunas prioridades son más importantes que otras, punto. Este versículo me ayuda a ver que, sin importar lo que esté pasando, debemos procurar tener el espíritu de amor, aceptación y paz en nuestro matrimonio.
Podemos reformular este versículo de mil maneras y aplicarlo a las prioridades que realmente importan en nuestro hogar. Por ejemplo:
- “Mejor es un departamento donde está el Espíritu, que una gran y espaciosa mansión donde hay odio.”
- “Mejor es una minivan destartalada donde hay seguridad financiera, que cuatro BMWs y endeudamiento con ellos.”
- “Mejor es un tubo de pasta dental apretado en el medio donde hay amor, que un tubo perfectamente apretado y odio con él.”
Hay cosas que simplemente no valen la pena discutir. Ganar una pelea sobre la pasta dental, el asiento del inodoro o un baño desordenado no vale la pérdida del Espíritu. No conozco ninguna escritura que nos diga cómo exprimir la pasta de dientes, pero sí conozco muchas que nos enseñan a tener amor en nuestro matrimonio y familia. ¿Por qué? Porque “el espíritu de contención es del diablo” (3 Nefi 11:29).
La prioridad por la que debemos esforzarnos es siempre tener el Espíritu del Señor en nuestro hogar. Todavía podemos conversar sobre cómo apretar la pasta, el asiento del inodoro o el desorden en el baño, pero debemos hablar con sensibilidad y paciencia, permitiendo que el Espíritu permanezca con nosotros. ¿Qué podría ser mejor que eso?
Kim y yo recientemente escuchamos un programa de audio que tuvo un profundo efecto en nosotros. La Dra. Wendy L. Watson, profesora de terapia matrimonial y familiar en la Universidad Brigham Young, realizó un experimento con ocho mujeres, de entre dieciocho y cincuenta y cinco años. Les pidió que hicieran algo simple pero específico durante cinco días (en un momento te diré qué fue). “Las experiencias de estas mujeres,” informó la Dra. Watson, “nos dejaron a todos asombrados.” Entre los resultados que experimentaron se incluyeron:
- Un mayor deseo de “deshacerse de la basura” en sus entornos físicos.
- Una reducción considerable del deseo de ver televisión.
- Un mayor deseo de acercarse a los demás y cumplir con compromisos.
- Una mayor capacidad para ser más amables, dulces y pacientes.
- Un mayor deseo de cuidar de sus cuerpos viviendo más plenamente la ley de salud del Señor.
- Una mayor capacidad de ver cómo podrían haber manejado mejor las situaciones.
- Un mayor enfoque mental.
- Un mayor deseo y capacidad para estudiar y aprender.
- Una gran disminución del deseo de murmurar, criticar o ser cínicas.
- Un aumento sorprendente en su energía física porque habían desaparecido las emociones negativas que drenaban energía.
- Una increíble reducción del estrés.
- Cambios profundos en sus conversaciones con los demás.
La Dra. Watson continuó durante varios minutos detallando más de los logros de estas mujeres. A estas alturas, probablemente te estés preguntando: “¿Qué hicieron? ¿Cómo alguien podría lograr tantos cambios en su vida? ¿Leían algún tipo de libro motivacional? ¿Contrataron a un asesor personal de éxito por 700 dólares la hora? ¿Tomaban suplementos herbales o alguna droga maravillosa?”
No. Todo lo que hicieron fue apoyarse en algo que ya poseían. Este fue el experimento que la Dra. Watson les pidió realizar:
Durante cinco días, en sus oraciones matutinas, debían orar con esfuerzo concertado para que el Espíritu Santo estuviera con ellas ese día. Luego, a lo largo del día, cada vez que se enfrentaran a una situación difícil, tentadora o de prueba, debían orar y realmente imaginar al Espíritu estando allí mismo con ellas.
Mi esposa y yo quedamos asombrados al escuchar los resultados. Más tarde, acostado en la cama mirando al techo, me descubrí sintiéndome un poco tonto y diciéndome a mí mismo: “Por supuesto, eso es verdad. Claro que sí.” El Padre Celestial nos dio un don tan invaluable que Doctrina y Convenios lo llama “el don inefable del Espíritu Santo” (D&C 121:26). Todos lo tenemos, pero quizá no hemos estado esforzándonos por mantenerlo con nosotros, escuchando de verdad y actuando según lo que nos dice.
Esa noche comprendí que la fórmula de éxito más grande jamás concebida se repite cada domingo por jóvenes de dieciséis años: Si estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, y a recordarlo siempre, y a guardar sus mandamientos que él nos ha dado, podremos tener siempre su Espíritu con nosotros.
Ningún libro de motivación, ningún asesor personal de éxito, ningún suplemento herbal, nueva dieta o aparato de ejercicio podría jamás igualar el poder de tener a un miembro de la Deidad con nosotros 24/7. Tal como se declaró en la introducción, el evangelio de Jesucristo no es una muleta para los débiles de mente, es la espada del Espíritu para los de mente espiritual, dándonos victoria sobre el mundo y paz en nuestros hogares.
CONCLUSIÓN
Sugiero que la mayor clave para fortalecer nuestros matrimonios es mantener al Espíritu Santo con nosotros. Preferiría tener al Espíritu en mi matrimonio que tener toda posible bendición material y estar sin el Espíritu (Proverbios 15:17).
Con ese objetivo en mente, nos sentimos motivados a “recordar el convenio” que hemos hecho el uno con el otro (D. y C. 90:24), a tener una actitud de “¿Soy yo?” (Mateo 26:22) cuando surjan los problemas (Lucas 14:28), a mantener nuestro matrimonio mucho más allá de la boda, y a conservar el espíritu de perdón al recordar los pecados y debilidades de nuestro cónyuge “no más” (D. y C. 58:42).
























