Conferencia General Octubre 1954

No Estamos Solos en la Vida

Élder Richard L. Evans
Del Consejo de los Doce Apóstoles


Mis amados amigos:

Al ver y hablar con otras personas (e incluso a veces al mirar dentro de nuestro propio corazón), es evidente que hay mucha soledad en la vida—no sólo la soledad que proviene de la falta de compañía de otras personas, sino también la soledad que viene de la falta de propósito, de la falta de comprensión de las razones por las que vivimos.

Sin duda, parte de la soledad existe porque siempre somos inseparablemente nosotros mismos. Algunos pensamientos, algunas experiencias, algunas intuiciones, parte de la conciencia que tenemos dentro de nosotros, no podemos compartirla plenamente con nadie más. Venimos al mundo solos. Lo dejamos solos. Somos siempre y eternamente nuestro propio ser individual.

Pero la soledad es algo más que simplemente estar a solas. (Una persona puede sentirse muy sola en un lugar concurrido y lleno de actividad). Y hay una clase de soledad que proviene de la sensación de no pertenecer, de no encajar, de no conocer nuestro papel en el cuadro general—de no saber qué somos, ni quiénes somos, ni de dónde venimos, ni adónde vamos, ni por qué estamos aquí, ni de qué se trata básicamente la vida.

Los años mortales de la vida pasan rápida y pronto. Y si no fuera por algunas gloriosas certezas eternas, bien podría haber un sentimiento universal de frustración. Trabajamos largo tiempo por las cosas que sostienen la vida y por las cosas que brindan un poco de placer pasajero, pero nada de esas cosas tangibles podemos llevar con nosotros. Esas cosas que llamamos nuestras lo son sólo por un corto tiempo. Los campos del agricultor, no hace mucho, pertenecieron a otra persona, y pronto volverán a pertenecer a otra persona. Las acciones, los bonos, los edificios, las casas que tenemos, cualquier cosa de la que poseamos título, todo lo dejaremos dentro de poco tiempo, y nuestra partida hará burla de todos los títulos de nuestra tenencia terrenal.

A fin de cuentas, casi lo único que podemos llevar con nosotros es el conocimiento y el carácter que hayamos adquirido, la inteligencia que hayamos desarrollado o perfeccionado, el servicio que hayamos prestado, las lecciones que hayamos aprendido y la dichosa seguridad de que podemos tener nuestra vida y a nuestros seres queridos siempre y para siempre, tal como nos lo asegura un Padre sabio y bondadoso de quien todos somos hijos. Y el conocerlo a Él, y saber lo que Él es para nosotros (y lo que somos los unos para los otros), cuál es Su propósito al enviarnos aquí desde Su presencia, es una de las seguridades más firmes contra la soledad y los sentimientos de frustración.

Hace unas cuantas noches, me senté a la mesa, para cenar, al lado de un distinguido y exitoso industrial, quien me contó, de forma sencilla y en pocas frases, cómo hacía frente a los grandes problemas de su vida y cómo afrontaba las decisiones de cada día:

“Cuando me levanto por la mañana—dijo—, a menudo siento que no puedo enfrentarlo; pero cuando me arrodillo y digo simplemente: ‘Dios, ayúdame a hacer lo que tengo que hacer en este día’, llega la fortaleza y siento que estoy a la altura. Y pienso en Él como en mi Padre, y le hablo tan sencilla y directamente como solía hablar con mi padre cuando él estaba aquí”.

Y luego añadió: “A veces hago cosas que sé que no debería hacer. Pero cuando las hago, no le miento a Dios acerca de mis motivos. Sé que no sirve de nada. Sé que Él conoce mi corazón, mis pensamientos. Yo sé lo que he hecho, y Él sabe lo que he hecho. Y no intento engañarlo ni engañarme a mí mismo”.

Me sentí enternecido y humilde por el espíritu sencillo y directo de este amigo con quien me senté la otra noche. Él no era de mi fe, pero, según mi más sincera convicción, no podría haber hablado con Dios con tanta satisfacción ni seguridad si hubiera pensado en Él sólo como una fuerza, o como una esencia inefable cuya naturaleza y propósito desconociera—o al menos desconociera de una manera que le impidiera sentir la seguridad de que, de hecho, estaba hablando con su Padre.

Es sumamente importante en la vida acercarnos a un conocimiento más pleno de la naturaleza de Dios, y de nuestra relación con Él y los unos con los otros. Y ¿qué mejor lugar para empezar que el primer libro de la Biblia? ¿Qué mejor lugar que volver al lenguaje literal de las Escrituras?

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. . . . Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . . . Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó. . . . Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” Gén. 1:1, 26–27, 31

Era un buen mundo; es un buen mundo—a pesar de la necedad y la perversidad de los hombres. Es bueno por sus bellezas y abundancias, y por el glorioso propósito y las ilimitadas posibilidades que un Padre amoroso ha dado a Sus hijos—un Padre de quien las Escrituras testifican que es personal y accesible, tal como Pablo proclamó en su epístola a los Hebreos que Jesucristo era “la imagen misma de su sustancia” Heb. 1:3

Las Escrituras registran que muchos hombres han visto a Dios, entre ellos Moisés y Aarón y los setenta ancianos de Israel Éx. 24:9–11 así como Juan registró en Apocalipsis que “sus siervos le servirán, y verán su rostro” Apoc. 22:3–4

Y Esteban el mártir, “lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio . . . a Jesús que estaba a la diestra de Dios” Hech. 7:55

Y Jesús se dirigió con frecuencia a Su Padre. En Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” Mat. 26:39

En el Calvario: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Luc. 23:34

Y antes, con los Doce: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado. . . .

“Ahora pues, Padre, glorifícame tú . . . con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. . . .

“Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros”. . .

[“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”] Juan 17:1, 3, 5, 11

Hay mucho más en las Escrituras que afirma la unidad de propósito del Padre y de Su Hijo Amado, y que también afirma su separación como personas, como un hecho literal y físico. Y así como Jesús se acercó a Él, así también nosotros nos acercamos al Padre en todas nuestras necesidades. En cualquier problema, en la tristeza y en el éxito, en todas las cosas con las que luchamos día tras día, podemos acudir a Él con la seguridad de que Él está allí. Él vive. Él habla. Su voz no fue sólo para los antiguos; aun en nuestros días hay testimonio de Su presencia personal. Él es un Dios de revelación continua, de continua preocupación por todos nosotros, y no se encierra en los cielos si le permitimos entrar en nuestra vida.

Nos ha enviado aquí, desde donde estábamos con Él antes de nacer, para un breve período de experiencia mortal, con nuestro albedrío, nuestro derecho de elegir, con principios y mandamientos, y con Su Espíritu para guiarnos a través de la vida; y nos ha asegurado la vida eterna con la gloriosa promesa de un progreso y unas posibilidades ilimitadas y eternas, con toda la dulzura de la asociación de la familia y de los amigos en la paz y la protección de Su presencia—si así lo queremos. Nos ha asegurado que “los hombres existen para que tengan gozo” (Libro de Mormón, 2 Ne. 2:25 y ha declarado que Su propósito es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” Moisés 1:39

Al conocer nuestros propios sentimientos por nuestros seres queridos, por nuestros propios hijos, podemos confiar en la misericordia, el amor, la comprensión y la disposición a ayudar de nuestro Padre Celestial, que no dejará solo en la vida ni al más humilde de Sus hijos ni al más solitario entre nosotros.

Ustedes que están enfermos, que son sacudidos por el dolor, que están confinados por la enfermedad física: no están solos en la vida. Hay fe, hay esperanza, hay misericordia, hay ayuda de parte de Él. “No se adormecerá el que te guarda” Sal. 121:3

Ustedes que están desanimados, cuyos deberes son pesados, cuyos mejores esfuerzos parecen de algún modo quedarse cortos; ustedes a quienes se ha tratado injustamente; ustedes que han sufrido reveses y decepciones, ustedes que han perdido el ánimo: Hay un Padre en el cielo, bondadoso, justo y misericordioso, a quien pueden acudir y que hará que no pierdan nada de lo que debió haber sido suyo. Él puede traer paz a sus corazones y restaurar la fe y el propósito. No están solos.

Y ustedes que son probados y tentados por los apetitos, por el mal en sus formas sutiles; ustedes que han sido descuidados en su conducta, que han vivido de manera inferior a lo que saben que debieron haber vivido y están luchando con la conciencia y desgarrados por dentro: Ustedes tampoco están solos en la vida, porque el Dios Señor que les dio la vida también ha dado el glorioso principio del arrepentimiento que, al apartarse sinceramente de los caminos falsos, puede restaurar de nuevo la bienaventurada paz que viene con la conciencia tranquila.

Ustedes que han sido heridos—heridos en el corazón, heridos en el espíritu; ustedes que han sido ofendidos y se han apartado y se han vuelto un poco distantes: No necesitan estar solos. La puerta está abierta.

Ustedes que tienen preguntas sin respuesta (que todos las tenemos); ustedes que se sienten desgarrados entre las enseñanzas de maestros contrapuestos, que están confundidos por teorías contradictorias: Mantengan la fe. Reserven su juicio. Sean pacientes. Dios vive. Él es la fuente de toda verdad, y donde parezca haber discrepancias es simplemente porque aún no sabemos lo suficiente. Las teorías de los hombres cambian rápidamente, pero “la gloria de Dios es la inteligencia” D. y C. 93:36 y no hay verdad alguna en todo el universo que el Padre de todos nosotros no desee que ustedes busquen y acepten, pues el hombre no puede ser “salvo en ignorancia” D. y C. 131:6 Mantengan la mente abierta y el corazón abierto y un espíritu dócil. “Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” D. y C. 88:118

Y ustedes, los jóvenes, que tienen ambiciones para el futuro pero que afrontan serias incertidumbres: Sigan adelante y vivan sus vidas con fe. Miren lejos hacia adelante; determínense alguna buena meta. Estudien, trabajen y prepárense. Hagan planes sólidos y persigan propósitos sólidos, y no den una importancia excesiva a los placeres triviales y pasajeros. Cuando llegue el momento apropiado, formen sus hogares y tengan sus familias, y hagan frente a sus problemas con fe. Su Padre Celestial los conoce y los comprende, y los ayudará y los conducirá a la felicidad y a la utilidad aquí, y a su alta condición futura en la eternidad, si se mantienen cerca de Él y lo toman en confianza.

Y ustedes que han perdido a sus seres queridos: No están solos. Dios, que es el Padre de los espíritus de todos los hombres, nos ha enviado aquí desde Su presencia hasta que nos llame para regresar. Y nuestros seres queridos que nos han dejado serán siempre ellos mismos, y podremos verlos y conocerlos y estar con ellos otra vez, siempre y para siempre, si tan sólo damos los pasos que conducen a la reunión familiar eterna. Ellos están más cerca de nosotros de lo que sabemos.

Ninguno de nosotros está solo en la vida. Pertenecemos a una familia eterna. También nos pertenecemos los unos a los otros, y Dios, que nos hizo a Su imagen Gén. 1:26–27 es el Padre de todos. Y hay justicia y misericordia, y una oportunidad justa y suficiente para todos, de parte de Aquel que es y ha estado pendiente de todos nosotros, desde el nacimiento y antes, a través de la muerte y más allá.

Él está allí y al alcance de nosotros. Él nos guiará, iluminará y exaltará. Él es la fuente de la verdad, del consuelo, de la protección y de la paz que sobrepasa todo entendimiento, y la fuente de la dulce y satisfactoria seguridad de que la vida y la verdad son ilimitadas y eternas y que, a pesar de todos los problemas y todas las perplejidades, no se nos deja solos en la vida.

Deseamos testificar a todos los que escuchan en este día acerca de la realidad viviente de Aquel que nos hizo a Su propia imagen: que Él vive, que Él ha hablado, que Él habla; que envió a Su Hijo al mundo, quien es nuestro Salvador y de cuya divinidad testificamos este día; y que los cielos se han abierto en este día y en esta dispensación.

Ninguno de nosotros está solo en la vida, sino en las manos de Aquel a quien Su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, elevó esta sublime oración:

“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” Mat. 6:9–13

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