La luz eterna

Este discurso entrelaza la Navidad con el mensaje central del evangelio: Jesucristo es “la luz eterna” que no se extingue, aun cuando en la vida “se pone el sol”. Al conectar el relato de Lucas 2 con la señal profetizada a los nefitas en Zarahemla, la hermana Porter testifica que el nacimiento del Salvador fue un acto real y oportuno de amor divino para toda la humanidad. La imagen de una noche sin oscuridad se convierte en símbolo de esperanza: cuando la fe parece estar al límite y las circunstancias amenazan con apagarla, el Señor cumple Sus promesas y llena el cielo de luz. Así, el discurso enseña que la luz de Cristo no es solo consuelo emocional, sino una evidencia de que Dios actúa, guía y salva.

También destaca cómo esa luz se manifiesta en lo cotidiano y en lo doloroso. Al relatar dos Nochebuenas marcadas por enfermedad y duelo, muestra que la luz de Dios puede venir como inspiración para actuar (una enfermera guiada a pedir una prueba) y también como revelación para aceptar (la paz espiritual ante una despedida inevitable). En ambos casos, la luz no elimina automáticamente la prueba, pero sí ofrece dirección, consuelo y significado. La invitación final es clara: seguir la luz como los pastores “deprisa” o como los magos con perseverancia, confiando en que, por la Resurrección de Cristo, no habrá oscuridad permanente y Él iluminará nuestro camino de regreso al hogar eterno.


La luz eterna

Susan H. Porter
Presidenta General de la Primaria
Devocional de Navidad de la Primera Presidencia de 2025


¡Estoy profundamente agradecida de estar reunida con ustedes en esta sagrada época navideña para regocijarnos al recordar el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador de toda la humanidad!

La Nochebuena es mi noche favorita del año. A medida que el sol se pone, mis pensamientos se convierten en una serena reflexión sobre el nacimiento del Salvador del mundo. Cada Nochebuena que puedo recordar, me he reunido con mi familia, hemos abierto el Nuevo Testamento y leído en Lucas 2 las conocidas palabras:

“Entonces subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret […] a la ciudad de David, que se llama Belén […], para ser empadronado con María, su mujer, desposada con él, la que estaba encinta”.

Piensen en la joven esposa, María, junto a su cariñoso esposo, José, viajando por el polvoriento camino a Belén, sin saber dónde se quedarían ni cuándo nacería su Hijo.

Ahora, agreguen a este pensamiento eventos que tenían lugar al otro lado del mundo. Allí, en la tierra de Zarahemla, en el continente americano, un grupo de creyentes se afligía mientras “esperaban firmemente” la señal del nacimiento del Salvador, que Samuel el Lamanita profetizó que sería un día, una noche y un día sin oscuridad, porque si no se daba la señal, todos los creyentes morirían.

Nefi, su profeta, “se postró en tierra y clamó fervorosamente a su Dios a favor de su pueblo […]. Y sucedió que […] la voz del Señor vino a él, diciendo: Alza la cabeza y sé de buen ánimo, pues he aquí, ha llegado el momento; y esta noche se dará la señal, y mañana vengo al mundo”.

Cada vez que leo estos versículos me detengo y me maravillo.

Me maravilla que Jesucristo, quien creó la tierra bajo la dirección del Padre, que había hablado con profetas y que había inspirado a hijos e hijas de Dios rectos a lo largo de la historia, pronto condescendería para venir a la tierra como un bebé.

También me maravillo de que Él, el Salvador de toda la humanidad, hubiera nacido en Belén a tiempo para que se diera la señal que salvó a los nefitas creyentes en Zarahemla. El pasaje de las Escrituras registra: “Porque he aquí, a la puesta del sol, no hubo obscuridad”.

¿Se imaginan lo que eso significó para los creyentes, para aquellos que habían anhelado, vivido y orado por el cumplimiento de esa profecía? ¡Con toda certeza se regocijaron! Qué poderoso testimonio de que Jesucristo vino a la tierra para salvar a todos los que crean en Su nombre. El sol se había puesto, pero el cielo estaba lleno de luz.

El profeta Abinadí testificó: “Él es la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es infinita, que nunca se puede extinguir”. Jesús declaró: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

Durante nuestra vida habrá momentos en los que el sol se oculte, y con él nuestras esperanzas y sueños. El sol puede ponerse cuando experimentamos pérdidas o desafíos físicos y emocionales. Pero debido a que Jesucristo vino a la tierra y se levantó al tercer día, triunfante sobre el pecado y la muerte, no habrá oscuridad permanente al ponerse el sol. Podemos buscar y hallar Su luz, que da vida.

El cielo nocturno sobre los humildes pastores se llenó de luz cuando “se les presentó un ángel del Señor” y les declaró las nuevas de gran gozo: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. A veces podemos seguir la luz del Salvador y encontrarlo rápidamente a medida que, al igual que los pastores, seguimos la dirección celestial “deprisa”, y llegamos a saber por nosotros mismos de Su divinidad. Nosotros también podemos seguir nuestro camino, “glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que [hemos] oído y visto”.

En otras ocasiones, tal vez nos sintamos más como los magos, y nuestra travesía para encontrarlo a Él pueda tomar semanas, meses o incluso años. Pero a medida que continuemos siguiendo la luz de Su estrella que guía, no importa cuán débilmente titile, nos acercaremos más a Él con cada paso. Y entonces, al igual que los magos, podremos regocijarnos con gran gozo y postrarnos a adorar mientras ofrecemos nuestros presentes de gratitud y amor.

Avancen conmigo hasta la Nochebuena de 2010 mientras comparto con ustedes cómo la luz y el amor de Dios disiparon la oscuridad para mí y mi familia en dos de esas noches sagradas.

Me encontraba en un hospital a más de 3200 km de casa cuidando a mi esposo, Bruce, quien estaba luchando por su vida después de una cirugía exitosa. Su salud se estaba deteriorando y el equipo de médicos que lo atendía no lograba averiguar por qué. Después de unirme en oración y ayuno con familiares que estaban en diferentes partes del país, fui a un apartamento a dormir un poco. En medio de la noche, una enfermera que pasó frente a la puerta de Bruce lo escuchó toser, solo una vez. Tuvo la idea de solicitar una prueba para una enfermedad respiratoria inusual. La prueba confirmó lo que pensó y, a las pocas horas de comenzar el tratamiento, la salud de él empezó a mejorar. Sabíamos que la luz de Cristo había reposado sobre aquella enfermera y le había mostrado el camino que restauraría la salud de Bruce. La oscuridad que experimentábamos fue reemplazada por luz y esperanza.

Seis años más tarde, en la Nochebuena de 2016, Bruce estaba de nuevo en el hospital, donde su recuperación de dos enfermedades graves se vio interrumpida por otro fuerte declive. En cuarenta y ocho horas los médicos pudieron diagnosticar la causa y compartieron con nosotros un plan que podría ayudarlo a superar su tercera enfermedad. Cuando terminaron su explicación, Bruce cortésmente les pidió que salieran de la habitación para que pudiéramos hablar. Me dijo que el Espíritu le había susurrado claramente que no había nada que los médicos pudieran hacer que le salvara la vida. Él habló con calma, lleno del Espíritu. Dos días después, falleció pacíficamente en casa, rodeado de nuestra familia.

Aunque cada Nochebuena tuvo un resultado diferente, cada una es sagrada para nosotros. ¿Se derramaron lágrimas, se sintió profundo pesar, y hubo sentimientos de pérdida y soledad? Sí. ¿Y sentimos la luz del amor de Dios?. Sí. Cuando parecía que nuestro sol se ponía en nuestra vida, Él nos dio luz y entendimiento.

Al centrarnos en el Salvador del mundo, Él iluminará nuestro camino hacia la esperanza y la sanación. Al igual que la experiencia de los creyentes en Zarahemla, gracias al triunfo del Salvador sobre el pecado y la muerte no habrá oscuridad permanente cuando lleguen nuestras noches.

Me encanta el profundo significado de estas palabras del himno “Oh, pueblecito de Belén”, cuya letra en inglés dice: “En tus oscuras calles resplandece la Luz eterna. Las esperanzas y los temores de todas las épocas se reúnen en Ti esta noche”.

Hermanos y hermanas, ¡el Señor es nuestra luz eterna! Testifico que Jesucristo vino a la tierra para traer gozo y esperanza mientras ilumina nuestro camino a casa. Lo amo y lo venero. “Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino”. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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