Este texto subraya que los convenios del templo son una fuente real de poder espiritual y no simples prácticas simbólicas. El uso del gárment del templo se presenta como una expresión diaria de fidelidad y compromiso con Dios, recordándonos quiénes somos y a qué senda hemos decidido pertenecer. Al honrar conscientemente estos convenios, las mujeres jóvenes adultas permanecen firmes en la senda del convenio y reciben fortaleza espiritual para resistir la tentación, discernir la verdad y perseverar en la fe, aun en un mundo confuso y opositor.
Asimismo, el texto destaca la responsabilidad y el potencial de los educadores religiosos y líderes para confiar en los jóvenes adultos y capacitarlos para liderar. Estos jóvenes no son débiles ni pasivos; son hijos e hijas de Dios que ya están tomando decisiones rectas y pagando un precio por su fidelidad. Cuando se les anima, se confía en ellos y se les brindan oportunidades reales para servir y liderar, se convierten en una fuerza poderosa para el bien. El Señor obra mediante personas que hacen y guardan convenios, y este texto testifica que tanto jóvenes como maestros participan juntos en esa obra sagrada.
Fortalecer a las mujeres jóvenes adultas mediante modelos femeninos del Antiguo Testamento
Jean B. Bingham y Barbara Morgan Gardner
Religious Educator Vol. 23 No. 1 · 2022
Lo siguiente es una entrevista realizada por Barbara Morgan Gardner a la presidenta Jean B. Bingham acerca de las mujeres en el Antiguo Testamento y las mujeres jóvenes adultas de hoy.
Barbara: ¿Qué recuerda de enseñar el Antiguo Testamento como maestra de seminario de madrugada?
Presidenta Bingham: Amo el Antiguo Testamento y me encantó enseñarlo. Enseñé seminario de madrugada durante seis años, y durante dos de esos años la materia fue el Antiguo Testamento. Disfrutaba ayudar en el proceso de abrir los ojos de los alumnos a las historias y verdades del Antiguo Testamento. La mayoría de mis estudiantes nunca había leído el Antiguo Testamento y no tenía el trasfondo ni el contexto que ayudan a que las historias y experiencias cobren vida. Para aumentar su aprecio y comprensión, como clase celebrábamos las festividades judías durante el año escolar. Preparaba una cabaña para la festividad de Sucot y hacía comidas tradicionales para que pudieran probarlas y familiarizarse con el pueblo y su cultura. Creaba un mini séder cuando leíamos acerca de la Pascua en el Antiguo Testamento, para que pudieran tener una idea de cómo vivía y adoraba el pueblo. Quería que vieran que las personas del Antiguo Testamento edificaban toda su vida en torno a su religión.
En nuestros días, demasiados de nosotros, incluidos nuestros jóvenes, pensamos —o al menos actuamos— como si nuestra vida y nuestra religión fueran dos cosas diferentes. Al enseñar el Antiguo Testamento, yo quería que vieran cómo se ve una vida en la que el evangelio de Jesucristo impregna cada aspecto de la existencia. Quería que comprendieran que el seminario y la Iglesia eran parte de su vida, no una actividad separada en la que participaban durante la semana. Quería que vieran cómo la religión, para las personas de los tiempos del Antiguo Testamento, influía en sus relaciones familiares, su trabajo, la forma en que empleaban su tiempo, etcétera. Deseaba que mis alumnos entendieran el poder y el valor que se encuentran en el proceso de estudiar y aplicar los principios contenidos en ese libro. Enseñar a los estudiantes las verdades del Antiguo Testamento trajo un gozo inmenso a mi vida.
Barbara: Como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, usted tiene una perspectiva única sobre los dones y desafíos de las mujeres de la Iglesia, especialmente de nuestras mujeres jóvenes adultas. ¿Qué observa usted como algunas de las necesidades y fortalezas de los jóvenes adultos de hoy?
Presidenta Bingham: Como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, tengo responsabilidad directa y muchas oportunidades de trabajar con los jóvenes adultos de la Iglesia en todo el mundo. Veo la importancia de ayudarles a comprender quiénes son. Nuestros jóvenes adultos necesitan entender que tienen una identidad y un propósito únicos en la vida. Algunos de ellos necesitan ayuda para descubrirlo.
Por otro lado, he conocido y observado a jóvenes adultos extraordinariamente enfocados y con talentos impresionantes que ya saben quiénes son. Han pagado el precio para conocer su propósito en la tierra, y se dedican a ayudar a sus compañeros a comprender esas mismas verdades. Durante meses he estado visitando barrios de jóvenes adultos cada dos semanas. Siempre tengo la oportunidad de dar mi testimonio, pero honestamente, lo más poderoso que experimento es observar a los jóvenes adultos enseñar, liderar y edificarse unos a otros. He sido testigo de enseñanzas y liderazgos muy poderosos que provienen de nuestros jóvenes adultos. Ellos sirven en presidencias de la Sociedad de Socorro a nivel de estaca y se capacitan mutuamente a nivel de barrio. La interacción entre ellos es muy natural. La mentoría entre pares es un gran recurso y una manera eficaz de elevarse mutuamente. Se ven unos a otros como modelos a seguir y reconocen áreas en las que desean mejorar.
Como líderes y maestros, necesitamos elevar nuestras expectativas, así como nuestra comprensión de los jóvenes adultos. Debemos ver su potencial y colocarlos en posiciones y brindarles oportunidades para que prosperen y lideren. Debemos esperar que nuestras mujeres jóvenes adultas que han servido misiones, que han tenido experiencias significativas al vivir de manera independiente o que han estado recibiendo educación, hayan aprendido a confiar en el Señor. Debemos verlas como firmes en el evangelio. Estas mujeres jóvenes adultas han desarrollado sus propios testimonios y tienen confianza en sí mismas y en el Señor. Necesitan estar en posiciones donde puedan compartir sus testimonios y experiencias con otros. Han tenido experiencias sinceras, profundas y reales al aplicar lo que saben y llegar a ser lo que ahora son. Estoy segura de que los hombres jóvenes adultos son iguales en este sentido.
Barbara: ¿Cómo podemos utilizar las historias y verdades del Antiguo Testamento para ayudar a nuestros jóvenes adultos y jóvenes hoy en día?
Presidenta Bingham: Todos los jóvenes y mujeres jóvenes adultas, independientemente de sus experiencias de vida y del nivel de su testimonio, necesitan modelos femeninos justos. Hay muchas mujeres fieles y fuertes que viven hoy y que pueden servir como mentoras y líderes para estas mujeres más jóvenes, pero el Señor también ha colocado modelos femeninos en las Escrituras. El Antiguo Testamento es una fuente extraordinaria de modelos femeninos. Estas mujeres de la Biblia poseían cualidades y demostraron ser grandes mentoras para mujeres de todas las edades, pero sus vidas y decisiones son especialmente importantes para la generación más joven. A medida que nuestros jóvenes y mujeres jóvenes adultas aprenden de estas mujeres bíblicas, llegarán a ser mentores poderosos para sus compañeros, tanto dentro como fuera de la Iglesia, y serán líderes y maestras de la generación venidera. La madre Eva, Sara, Rebeca, Lea, Raquel, Ester y otras demostraron su fe mediante sus acciones. ¡Las mujeres jóvenes adultas de hoy también pueden hacerlo! Cada una de ellas, aunque sus circunstancias eran únicas, demostró que su prioridad clara era conocer y servir al Señor su Dios. Cada una eligió hacer y guardar convenios con Dios. Cada una eligió guardar los mandamientos. De manera significativa, cada una eligió seguir al profeta de su época.
Eva, por ejemplo, hizo un convenio con Dios y estuvo decidida a cumplir valientemente su promesa. Eva fue claramente una pensadora independiente y sabia, pero también comprendió la importancia de la unidad y del consejo al tomar decisiones. Estoy convencida de que Eva y Adán aprendieron el evangelio juntos y llegaron a ser muy conscientes de su situación intermedia. Estoy segura de que hablaron una y otra vez acerca de las implicaciones de sus decisiones. Tanto Eva como Adán se ayudaron mutuamente a guardar los mandamientos que Dios les había dado y fueron fieles a los convenios que hicieron con Dios y entre sí. Probablemente analizaron su situación como lo hacen los matrimonios, preguntándose juntos por qué se les mandaba hacer ciertas cosas y no otras, por qué podían comer ciertos frutos y no otros. Es probable que meditaran sobre el mandamiento de multiplicarse y henchir la tierra y que conversaran acerca de cómo cumplirlo en su situación actual. En Moisés 5 aprendemos que Adán y Eva trabajaron juntos, oraron juntos, estudiaron juntos, y así sucesivamente. Aprendieron a llegar a ser interdependientes en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
En todo esto, Eva reconoció que algo debía cambiar para llevarlos de su estado actual de paraíso a la condición mortal que les permitiría, conforme al mandamiento de Dios, multiplicarse y henchir la tierra. Eva debió haber tenido una fe extraordinaria unida al valor y a la sabiduría necesarios para tomar la decisión y dar el paso que los haría avanzar. Ella sabía que, si continuaban haciendo lo que estaban haciendo, no podrían cumplir lo que parecía ser el mandamiento más importante. Eva actuó. Quizá fortalecidos por el valor de Eva, Adán eligió hacer lo mismo, y ambos avanzaron juntos. Al parecer, Adán necesitó el ejemplo de acción valiente de Eva para poder ver que esta era la mejor decisión. Entonces él también eligió actuar, y juntos siguieron adelante. Me imagino que los convenios que Eva y Adán hicieron fueron similares a los convenios que hacemos hoy en el templo. A medida que los jóvenes y las mujeres jóvenes adultas de la Iglesia hoy actúan con valor y fidelidad al guardar sus convenios, y están dispuestas a unirse en igualdad y avanzar de manera unificada, llegarán a ser influencias extraordinarias para el bien.
Sara es otro gran ejemplo de una mentora femenina justa. Sara era claramente una mujer hermosa. Parecía que dondequiera que Sara y Abraham iban, ella era deseada por otros, incluso por el rey de Egipto. Sara avanzó con valor entre los pueblos y junto a su esposo en circunstancias que serían difíciles. Aunque no tenemos muchas de las palabras de Sara registradas en las Escrituras, por sus acciones queda claro que fue una mujer fiel. Sara fue una mujer del convenio que, conforme a las leyes de Dios, entró en un matrimonio celestial con Abraham, convenio que conduce a la exaltación. Sara y Abraham entraron juntos en el convenio y juntos recibieron las promesas de las bendiciones celestiales. Sara es una parte fundamental del convenio abrahámico. No existe un convenio abrahámico sin Sara. No fue como si Abraham hubiera hecho un convenio con Dios y Sara simplemente estuviera al margen esperando. No; ella hizo el mismo convenio y se le prometieron las mismas bendiciones. El convenio abrahámico requiere tanto a un hombre como a una mujer que hacen convenios conjuntamente, y las bendiciones se derraman sobre ambos. Sara eligió hacer un convenio con Dios; ese también fue su convenio. Se le prometió, junto con Abraham, que tendría descendencia tan numerosa como la arena del mar y las estrellas del cielo.
Imaginemos la fe y la confianza que Sara debió haber tenido en el Señor para creer que no solo concebiría, sino que daría a luz a un bebé sano, lo cual sería el comienzo de una posteridad incontable como la arena del mar. Para el momento del nacimiento de Isaac, ¡ella tendría más de noventa años! Hay una buena razón por la cual se rió cuando se dio la profecía. Ella conocía su condición física; conocía la realidad de la mortalidad y su propia situación personal. La cantidad de fe y confianza que una mujer en esas circunstancias necesitaría para creer que podría llevar a término un embarazo y dar a luz es inmensa. Ella reconoció que eso solo sería posible mediante un milagro de Dios.
Sara no vio el cumplimiento total de la promesa abrahámica durante su vida mortal, pero tuvo fe en Dios, incluso en Su tiempo señalado. Aunque Sara vivió para ver el nacimiento de Isaac, murió antes de ver el fruto de la promesa de una posteridad tan numerosa como la arena del mar. Se requirió de Sara un nivel de obediencia muy elevado, y ella obedeció sin recibir muchas de las bendiciones prometidas en la mortalidad. Las bendiciones del convenio abrahámico se cumplieron mediante Sara. Sara fue una mujer del convenio, de la línea del convenio, que guardó los mandamientos de Dios, y cuyas acciones justas han llevado al cumplimiento del convenio abrahámico en la vida de incontables personas, hasta literalmente igualar la arena del mar.
¡Cuán poderoso sería para nuestros jóvenes y mujeres jóvenes adultas de hoy comprender que, como individuos, tienen la capacidad de entrar en convenios con Dios y que sus decisiones justas influirán literalmente en un gran número de personas! ¡Cuán poderoso sería que nuestras mujeres jóvenes adultas supieran que, al igual que Sara, Dios cumplirá Sus promesas en Su propio tiempo y a Su manera, y las bendecirá con capacidades más allá de las suyas si tan solo confían en Él y le obedecen! Me imagino que Sara, cuando era joven o una mujer joven adulta, no pensó que sería estéril ni que todas sus súplicas al Señor por esa bendición serían respondidas en sus años dorados. Sin embargo, hay algo que Sara debió haber hecho en sus años más tempranos para prepararse para cuando llegaran las verdaderas pruebas. Debió haberse preparado con años de anticipación para responder al llamado del Señor, cualquiera que este fuera. ¡Cuán importante es ayudar a estos jóvenes y jóvenes adultos a estar preparados antes de que surjan las decisiones y circunstancias difíciles!
A diferencia de Eva y Sara, conocemos a Rebeca como una mujer joven adulta soltera. Ella estaba claramente preparada cuando llegó el momento de actuar, incluso a una edad temprana. Rebeca se distinguía entre las demás mujeres. No estaba esperando una oportunidad, sino que vivía una vida de convenio que sería engrandecida conforme a sus decisiones justas. Cuando se presentó la oportunidad, cuando el siervo de Isaac le pidió su mano en matrimonio para su señor, ella estuvo dispuesta y preparada para continuar en su senda de convenios. Claramente ya era digna, ya estaba sirviendo y comprendía su propósito, al menos en parte. Parecía tener prioridades claras. Rebeca estaba aprendiendo a reconocer la voz del Espíritu, aun a una edad tan joven. Y no se le mandó ir; más bien, se nos dice que ella declaró: “Iré”. Ella eligió por sí misma y fue digna de la oportunidad y de la inspiración que recibió. Debido a su obediencia y pureza, reconoció la mano del Señor. Necesitamos estar preparados para reconocer la mano de Dios y estar dispuestos y listos para hacer convenios con Él cuando se presente la oportunidad. Como mujeres, debemos prepararnos para estar listas a fin de cumplir la medida de nuestra creación conforme al tiempo del Señor. Rebeca fue un ejemplo de una mujer justa a quien el Señor utilizó para cumplir Sus propósitos. Debido a su rectitud, llegó a ser la madre de Jacob y ejerció una influencia extraordinaria sobre él y sobre toda la casa de Israel. El poder y la influencia de una mujer que guarda convenios son impresionantes. También fue a Rebeca a quien el Señor habló respecto al futuro de los hijos del convenio de Dios. Ella supo, aun antes de su nacimiento, quién sería el hijo de la primogenitura. Tuvo el conocimiento y la fe necesarios para seguir la guía del Espíritu al colocar a su hijo Jacob donde debía estar para cumplir los mandamientos de Dios.
¿Y cuán doloroso debió de haber sido para Lea sentirse siempre en segundo lugar frente a Raquel y saber que Jacob se casó con ella porque fue engañado? Las Escrituras dicen que Jacob aborrecía a Lea. Sin embargo, Lea, aun en esa situación tan difícil, no abandonó su senda de convenios debido a sus circunstancias. Ella había hecho un convenio con Dios, y era a Dios a quien continuaría obedeciendo. ¡Qué incómodo debió de haber sido para Raquel tener una relación con Jacob sabiendo las circunstancias de su relación con Lea! ¡Cuán angustiada debió de haberse sentido Raquel al no poder darle hijos a Jacob cuando la cultura de ese tiempo alababa y honraba a las mujeres que tenían hijos, y cuando su hermana mayor y todas las siervas sí podían! ¿Qué debieron superar Lea y Raquel para poder convivir juntas? ¿Qué orgullo personal debieron dejar de lado para permanecer fieles al convenio y no darse por vencidas ni negarse a seguir adelante? Sin embargo, ambas guardaron sus convenios con el Señor. No fueron las circunstancias las que determinaron su fidelidad ni las que produjeron bendiciones eternas, sino sus decisiones.
Las circunstancias personales de la vida pueden ser sumamente dolorosas cuando no encajan con las normas sociales o personales. Vemos en los ejemplos de Eva, Sara, Rebeca, Lea y Raquel que debemos mantener una perspectiva eterna. Debemos tener fe y confianza en Dios y continuar por la senda de los convenios independientemente de nuestras circunstancias personales, o incluso, en algunos casos, precisamente a causa de ellas. Sé personalmente lo que se siente tener un corazón anhelante y cuán doloroso puede ser; y sin embargo, al mantener una perspectiva eterna, también reconozco que ninguna bendición será retenida a medida que yo, y todos los demás, hagamos y guardemos convenios. Cada mujer debe comprender que es hija de Dios y que Él la ama más de lo que puede imaginar, y que solo le dará aquello que verdaderamente desea en las eternidades. No debemos permitirnos comparar nuestras circunstancias, pruebas y bendiciones con las de otras mujeres. Las circunstancias de Eva simplemente no fueron las mismas que las de Sara; e incluso Lea y Raquel, que vivieron en la misma época y eran hermanas, tuvieron circunstancias sumamente distintas. Sin embargo, cada una hizo contribuciones significativas al continuar por la senda de los convenios.
¿Y qué hay de todas las mujeres sin nombre que aparecen en las Escrituras? A la mayoría de las mujeres de las que tenemos registro las conocemos por el hombre con quien se casaron. Sin embargo, estoy segura de que hubo muchas mujeres fieles que, al igual que las mujeres de hoy, fueron hijas de Dios que guardaron convenios, permanecieron en la senda del convenio y serán igualmente bendecidas. Ellas también recibirán los privilegios de los convenios de Abraham y Sara porque vivieron —quizá de manera silenciosa— los convenios que hicieron con Dios. Algunas de estas mujeres, tal vez como Raquel, habrán esperado muchos años para casarse en esta vida; otras, quizá como Lea, habrán estado casadas en circunstancias que no eran ideales. Al igual que Sara, algunas habrán tenido que esperar para tener hijos en esta vida, o quizá no los hayan tenido en absoluto. Como Ester, algunas habrán ocupado posiciones que no eran ideales ni de su propia elección, pero reconocieron la dependencia de otros hacia ellas y estuvieron dispuestas a servir en esos roles. Existen tantas circunstancias como personas, tanto en los tiempos del Antiguo Testamento como en la actualidad. Aunque quizá no todas las pruebas de las mujeres se muestren en las Escrituras, sí se presentan muchos ejemplos de fidelidad, de permanecer fieles a la senda de los convenios y de seguir a los profetas independientemente de las circunstancias individuales. Toda mujer que guarda convenios recibirá las bendiciones de Abraham y Sara, de Rebeca e Isaac, de Lea, Raquel y Jacob. Independientemente de que su nombre sea conocido por los demás o no, es conocido por el Señor, y Sus promesas se cumplen no por la popularidad, sino por la rectitud. Toda bendición necesaria será otorgada a toda mujer fiel. El Antiguo Testamento es un testimonio de cómo las mujeres fieles reciben individualmente las promesas del Señor. Cada mujer debe recordar que, en primer lugar, es hija de Dios, y en segundo lugar, que Dios desea su mayor felicidad. Él solo le dará aquello que la hará eternamente feliz.
Barbara: ¿Cuáles son algunos principios específicos que podemos aprender de la vida de las mujeres del Antiguo Testamento?
Ante todo, la obediencia. La obediencia es la primera ley del cielo. Los tres pilares del plan de salvación —la Creación, la Caída y la Expiación de Jesucristo— tienen la obediencia como su componente fundamental. En Génesis aprendemos acerca de la Creación. Sabemos que Jehová es el Creador de la tierra bajo la dirección de Su Padre. Cuando Él creó los cielos y la tierra, ¡los elementos obedecieron! Eva eligió participar del fruto en su deseo de obedecer el mandamiento de Dios. Ella reconoció que sería imposible obedecer el mandamiento de Dios de multiplicarse y henchir la tierra sin participar del fruto. A causa de esta decisión, Eva y Adán iniciaron la Caída. Como su posteridad, todos heredamos los efectos de la Caída, incluidos la muerte física y la espiritual. Sus cuerpos y los cuerpos de toda su posteridad se volvieron mortales, colocándolos a ellos y a nosotros en una posición de dependencia de Aquel que fue perfectamente obediente: Jesucristo. Cristo fue el Hijo de Dios y también el hijo de la mortal María. Como todos nosotros, tuvo albedrío. Mediante Su obediencia, como aprendemos en la sección 93 de Doctrina y Convenios, Cristo obtuvo poder. Ese poder fue y es el único suficiente para vencer los efectos de la Caída. También sabemos que el poder de Cristo aumentó línea sobre línea. Con ese poder, Él pudo resucitarse a Sí mismo y resucitar a otros, permitiéndole a Él y a toda la humanidad vencer la muerte física. Debido a Su obediencia perfecta, Él es capaz de salvar a la humanidad. Al esforzarnos por llegar a ser obedientes como Jesucristo, nosotros también seremos investidos de poder para vencer los efectos de nuestros propios errores.
Aunque todo esto no se expone de manera explícita en el Antiguo Testamento, no cabe duda de que se alude a ello. Isaías enseña acerca de Jesucristo, Su sufrimiento y Su Expiación en Isaías 53. Él escribió que Cristo fue “despreciado y desechado entre los hombres; varón de dolores, experimentado en quebranto” (versículo 3). Luego Isaías escribe: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores… Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (versículos 4–5). Cristo hizo todo lo que pudo por nosotros y venció los efectos de la Caída mediante Su obediencia. El Antiguo Testamento nos permite ver cómo otros respondieron a sus pruebas de obediencia. Ojalá aprendamos de estas mujeres y hombres fieles y elijamos ser obedientes. En nuestros días tenemos una ventaja particular: contamos con un profeta de Dios que nos da dirección con frecuencia. Tal como sucedía en el Antiguo Testamento, quienes guardan los mandamientos de Dios y siguen el consejo del profeta serán bendecidos.
Del Antiguo Testamento también aprendemos que la senda del convenio requiere sacrificio. A lo largo del Antiguo Testamento vemos ejemplo tras ejemplo de cómo el Señor exige sacrificio y luego bendice a quienes están dispuestos a sacrificar. Sin sacrificio, ¿cómo podríamos llegar a ser como el gran Jehová, quien estuvo dispuesto a sacrificarlo todo? Él es el mayor mentor cuando se trata de aprender el principio del sacrificio. En el Antiguo Testamento, el Señor utiliza a Sus siervos —tanto hombres como mujeres— como figuras anticipadas del Salvador. A estos grandes mentores, el Señor les requería que dieran todo de sí. Como enseñó el presidente Russell M. Nelson, en estas vidas vemos a personas que “dejaron que Dios prevaleciera”. El mayor sacrificio es entregarse a uno mismo para los propósitos de Dios. Es en esa entrega personal donde llegamos a ser verdaderamente felices y a sentir gozo auténtico.
Hay muchos ejemplos de mujeres que sacrificaron o que dejaron que Dios prevaleciera; Ester es uno de mis ejemplos favoritos. A diferencia de Rebeca, Ester se encontró en una posición que no eligió por sí misma. Las Escrituras dicen que fue “llevada a la casa del rey” (Ester 2:8). Me imagino que, aunque era muy hermosa, fue su pureza lo que la distinguió de las demás. Su pureza le otorgó un nivel de confianza que probablemente no tenía comparación en su tiempo y que era exactamente lo que se necesitaba para salvar a su pueblo. Ella es un ejemplo claro de alguien que, como se enseña en Doctrina y Convenios 121:45, “dejó que la virtud adornara [sus] pensamientos incesantemente”, y recibió la bendición prometida de que su “confianza se fortaleciera en la presencia de Dios”, lo cual también pareció darle confianza al interactuar con los demás.
La confianza de Ester es fundamental porque se le pediría estar dispuesta a sacrificar literalmente su propia vida por el pueblo escogido de Dios. Aunque el rey había puesto una corona real sobre su cabeza, poco antes había hecho lo mismo con Vasti, y ella ya no era reina. La respuesta de Ester al ruego de Mardoqueo para que se presentara ante el rey —cuando hacerlo sin ser llamada era castigado con la muerte— revela su fe en Dios y su disposición a un sacrificio voluntario y desinteresado. Sabiendo que todos los judíos estaban ayunando por ella, declaró: “Entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (Ester 4:16). Ester se había preparado para ese día. Conocía el poder del ayuno. Sabía lo que significaba poner su vida en las manos de Dios, y estaba preparada para hacerlo. Al presentarse ante el rey y hacer lo que Mardoqueo le sugirió, no solo revelaría al rey y a todos los demás que ella era judía —lo cual en sí mismo era castigado con la muerte—, sino que también corría el riesgo de morir incluso antes de poder explicar el propósito de su visita. Al avanzar con valor y confianza en el Señor, Ester puso en juego su propio futuro, su comodidad, su tranquilidad y, literalmente, su vida. Estaba preparada para ese sacrificio voluntario. Al igual que Abraham, Ester estaba preparada para hacer el sacrificio supremo. ¡Imaginemos la influencia que Ester tuvo en las generaciones futuras! Adultos y niños, hombres y mujeres, ayunaban por ella mencionándola por nombre. Durante el resto de su vida y en generaciones posteriores, ella sería su modelo a seguir, su ejemplo de una mujer fiel que puso a Dios incluso por encima de su propia vida. Verían a una mujer hermosa, pura y valiente que estuvo dispuesta a sacrificarlo todo por Dios, y además, era alguien que conocían. Era una de los suyos.
Como miembros de la casa del convenio de Israel, a nosotros también se nos pide dar de nuestro tiempo, comodidad, tranquilidad, etcétera, para el beneficio de los hijos de Dios. Al igual que Ester, mujeres —tanto jóvenes como mayores— pueden obtener la confianza que solo proviene de vivir una vida virtuosa. Con esa confianza, podemos ser eficaces al sacrificar lo que es menos importante por aquello que es eterno; y al tomar esa decisión, no solo nos salvamos a nosotros mismos, sino que llegamos a ser literalmente salvadores de otros. Imaginemos la influencia de un cuerpo de creyentes comprometidos juntos en esta obra. Aquellos que ayunaron por Ester también estaban sacrificando. Tal vez no conozcamos sus nombres, pero sabemos que estaban unidos en su sacrificio, y Dios respondió a sus oraciones.
En los tiempos del Antiguo Testamento, los sacrificios de animales y otros sacrificios formaban una parte central de la vida del pueblo. Lo que hacían era más que dar de sus bienes; se estaban dando a sí mismos. Su sacrificio era un símbolo de su disposición a ofrecer lo mejor al Señor. En nuestros días, no se nos pide ofrecer sacrificios de animales, pero sí se nos pide renunciar a todo aquello que nos aleje de la senda del convenio o del Señor. El verdadero propósito de los sacrificios del pueblo del Antiguo Testamento era acercarlos más a Jesucristo. El élder Neal A. Maxwell habló de ofrecer nuestra voluntad, nuestro corazón, que es lo único que verdaderamente es nuestro para dar. El sacrificio no solo demuestra a Dios que Él es nuestra prioridad, sino que también nos lo recuerda a nosotros. El mundo quiere que nos enfoquemos en el estatus, la riqueza, el orgullo, la independencia, los cargos, el yo y la popularidad. Aunque estas cosas no son malas en sí mismas, pueden usarse para ejercer un poder falso. Dios desea que sacrifiquemos el mundo y lleguemos a ser humildes, rectos, interdependientes y obedientes. Él quiere que nos perdamos a nosotros mismos en el servicio a los demás. El mundo enseña que todo gira en torno a mí o a mi ego. El Antiguo Testamento enseña claramente que la felicidad y la prosperidad no provienen de servir y engrandecer al yo, sino de servir a los demás y ayudarles a venir a Cristo. ¡Cualquier joven adulto que haya servido sinceramente a otra persona es más feliz que si se hubiera quedado en su apartamento viendo Netflix y comiendo nachos!
Otro principio que aprendemos del Antiguo Testamento es la unidad. Adán y Eva tuvieron que trabajar en unidad. En Moisés 5 leemos que Eva y Adán trabajaron juntos, “invocaron el nombre del Señor” juntos, “bendijeron el nombre de Dios” juntos, y “dieron a conocer todas las cosas a sus hijos y a sus hijas” juntos (Moisés 5:1–12). Otra pareja unida en la que no solemos pensar es Noé y su esposa. ¡No hay manera de que Noé se haya preparado y haya llevado a todas las personas, animales, etc., al arca él solo! Tenía una esposa que trabajó arduamente con él, lado a lado, en completa armonía. Puesto que sabemos que ella estuvo en el arca, también sabemos que debía de haber sido una mujer justa. ¡Qué tipo de conversaciones habrán tenido por la noche! Es evidente que se apoyaron mutuamente en la senda del convenio. Ambos claramente hicieron y guardaron convenios sagrados con el Señor y reconocieron su interdependencia mientras avanzaban por la senda del convenio. Reconocieron que su destino eterno, así como el de las generaciones futuras, dependía el uno del otro. Ambos cónyuges en un matrimonio deben estar dispuestos a hacer y guardar convenios sagrados. Hay poder en la unidad; hay poder cuando las personas razonan, se aconsejan, aprenden y avanzan juntas. Hay poder en aprender el uno del otro y en depender el uno del otro.
Pienso en el principio de la fe cuando reflexiono sobre todas las mujeres sin nombre del Antiguo Testamento, quizá de manera especial en las parteras hebreas. Y no fue solo una. Sí, la que más conocemos es la que cuidó de Moisés, pero hubo otras que sabían lo que era correcto y que, de manera creativa, hicieron que sucediera lo correcto, sin importar las consecuencias personales. Tuvieron fe en el Señor y actuaron conforme a lo que era justo. Fueron fieles al Señor y fieles a lo que sabían que era verdad. Mandadas por el rey a matar a todos los niños varones, encontraron maneras de socorrer y salvar vidas. Cumplieron sus funciones divinas como mujeres al dar vida y al proteger la vida.
Barbara: ¿Qué consejo tiene para nuestras mujeres jóvenes adultas mientras recorren la senda del convenio?
Presidenta Bingham: En primer lugar, ¡no esperen! ¡Contribuyan hoy! En su proceso de preparación, reconozcan que ahora mismo están tomando decisiones importantes. Ya están teniendo un impacto. No necesitan esperar a casarse, servir una misión o tener hijos para cumplir la medida de su creación. Lo que están haciendo ahora para prepararse es importante. ¿Cómo es su estudio de las Escrituras? ¿Cómo se están acercando más a Cristo? ¿Qué les han dicho específicamente el profeta y el Espíritu que hagan, y lo están haciendo? ¿Cómo es su relación con el Señor? ¿Qué están haciendo para escucharle mejor? ¿Cómo es su testimonio? Hagan de los principios y acciones eternos una prioridad en su vida. No esperen para tomar decisiones correctas en el futuro; tomen decisiones correctas ahora y permitan que el Señor las guíe mientras recorren la senda del convenio.
Las mujeres jóvenes hoy tienen oportunidades que no estuvieron disponibles para la mayoría de las mujeres en épocas anteriores. No necesitan tener un llamamiento específico en la Iglesia ni alcanzar cierta meta o circunstancia deseada para contribuir y marcar la diferencia. Hay muchas maneras de contribuir al mundo en sus propias familias, en sus vecindarios, barrios, trabajos, comunidades, etcétera. ¡No esperen! Esperar en el Señor no significa que estén esperando a que Él las utilice, sino que están confiando en el Señor y teniendo fe en Su tiempo, Sus propósitos y Sus bendiciones. Significa que avanzan por Su senda de manera obediente y reflexiva, confiando en que Él es el autor y consumador de su fe. Cada persona es única, y todos son necesarios por sus dones y talentos específicos. Continúen discerniendo esos dones y talentos y mejorándolos. Su influencia no ocurrirá solo cuando estén en su punto máximo, sino a lo largo de toda su vida. Decidan ahora servir al Señor o continuar sirviéndole. El Señor sabe quiénes son, en qué circunstancias viven y qué pueden ofrecer. Él necesita que ustedes sean la mejor versión de sí mismas. Cada una de nosotras puede tener un impacto de diferentes maneras y en distintos momentos y circunstancias. No esperen a que la vida simplemente suceda. Hagan que suceda.
Y en segundo lugar, las mujeres justas del Antiguo Testamento basaron sus decisiones en la fe en Jesucristo, no en el temor. En lugar de tomar decisiones basadas en el miedo, tómenlas basadas en la fe. Reconozcan que Dios tiene un plan diferente para cada una de Sus hijas. No tomen decisiones basadas en lo que hacen los demás, sino en lo que es correcto para ustedes. Conozco a muchas mujeres extraordinarias, incluso sobresalientes, que han reconocido que sus vidas no son como ellas las habrían elegido, pero que de manera proactiva se han convertido en colaboradoras excepcionales en sus campos profesionales, tales como el derecho, la música, la educación, la medicina, los negocios, el trabajo social, etcétera. Han llegado a reconocer que el plan de Dios es mejor que el suyo propio. Encuentren su pasión y avancen fielmente. Para algunas mujeres eso significa casarse a una edad más temprana y concentrarse en criar hijos. Para otras puede significar extender su influencia mediante una educación continua. Sí, una maestría puede tomar un par de años; una carrera de derecho puede tomar tres; y un doctorado o un título médico aún más; ¡pero se van a hacer mayores de todas maneras! Cuando escucho a jóvenes adultos decir que no quieren hacer tal o cual cosa porque tomará demasiado tiempo y que tendrán cierta edad cuando alcancen esa meta, simplemente respondo: “¿Cuántos años tendrás dentro de dos años si no obtienes una maestría, si no sirves una misión o si no te esfuerzas en el área que has elegido?”. Pónganse en una posición de mayor influencia. No tengan miedo de tomar decisiones que requieran esfuerzo. Tenemos la eternidad para cumplir todo lo que deseamos. Continúen avanzando en su desarrollo personal, basándose en la guía del Espíritu. Desarrollen sus talentos dondequiera que estén, de acuerdo con sus circunstancias.
Una tercera clave es buscar maneras de servir. Aprendan a florecer interesándose en algo que sea significativo para ustedes, ya sea la educación formal, el fortalecimiento de su familia, convertirse en la tía favorita, acercarse y amar a los niños o a los ancianos, etcétera. Extiendan la mano dentro de sus circunstancias y comprométanse más activamente a satisfacer las necesidades de los demás, especialmente de aquellos que no pueden satisfacer sus propias necesidades. Busquen quién las necesita y qué es lo que ustedes, de manera única, pueden ofrecer. Pregúntense quién necesita que ustedes sean una confidente o quién necesita su sonrisa amistosa. Edifiquen y fortalezcan a quienes estén dentro de sus propios círculos. Hay personas a las que ustedes pueden influir de manera única y que disfrutarían estar cerca de ustedes. Confíen en que el Señor las ha colocado donde necesitan estar, pero no permanezcan estancadas. Como Rebeca, estén listas para ir a donde el Señor las necesite; como Eva, tengan el valor de tomar las decisiones difíciles que las harán avanzar a ustedes y a otros. Reconozcan que, para algunas personas, ustedes pueden ser la Eva, Sara, Rebeca, Lea, Raquel o Ester que necesitan para recibir ánimo. Cuando las personas observan su vida, en cierto sentido están leyendo sus historias de fe, valor, convicción y obediencia. Permitan que otros vean que, al igual que las mujeres del Antiguo Testamento, hoy existen mujeres que hacen y guardan convenios, que guardan los mandamientos y que siguen al profeta actual aun en situaciones difíciles y quizá impopulares, y que valoran la unidad.
Barbara: Al estudiar el Antiguo Testamento, aprendemos acerca del sacerdocio y de las ordenanzas del templo. Como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, ¿qué le gustaría que nuestras mujeres más jóvenes comprendieran en cuanto a estos temas?
Presidenta Bingham: En primer lugar, las hermanas necesitan comprender que las ordenanzas del templo y los convenios que hacemos con Dios literalmente nos confieren poder. ¿Qué clase de poder? Poder para resistir la tentación, para discernir entre lo correcto y lo incorrecto y entre la verdad y el error; poder para permanecer en la senda del convenio, y mucho más. Hay tanto conocimiento e información en el mundo diseñados para engañar, distraer, degradar y desanimar. Hay tanta confusión. Al hacer y guardar nuestros convenios del templo, podemos ver con claridad y recibir el poder necesario para vencer, discernir y desechar toda inmundicia y oscuridad. Los convenios del templo nos capacitan para criar personas justas, formar matrimonios fuertes y edificar familias firmes como la roca. El templo nos enseña la verdadera interdependencia entre hombres y mujeres. Cuando el mundo nos impulsa a compararnos y contender, el templo nos enseña el poder de una mujer justa y un hombre justo que trabajan juntos en la senda del convenio. Es algo extraordinario. El templo aclara lo que a muchos les cuesta comprender. Nuestros convenios del templo nos dotan del poder para llegar a ser todo aquello para lo que hemos sido creados. Esto no se encuentra en ningún otro lugar. Dios nos ha diseñado a todos para llegar a ser extraordinarios. Todos tenemos un potencial divino. Hacer y guardar convenios nos da el poder para lograrlo.
También es importante reconocer que Satanás odia el templo y desea destruir a todo aquel que esté en la senda del convenio. Utilizará cualquier táctica necesaria. Hará que las cosas sagradas parezcan extrañas, que el amor puro parezca odio, que lo correcto parezca incorrecto, que la obediencia parezca restrictiva y que el sacrificio parezca inútil. Mientras Satanás intenta limitar y destruir el poder de Dios, nuestro profeta actual procura claramente ampliar y sacar a la luz el poder de Dios. Satanás intenta arrastrar a quienes están en la senda del convenio hacia caminos prohibidos. Intenta debilitar a las personas y hacer que pierdan de vista lo que realmente importa.
No puedo recalcar lo suficiente la importancia del templo y del sacerdocio que allí está disponible. El poder y la autoridad del templo están disponibles tanto para hombres como para mujeres. En nuestros días, tanto mujeres como hombres reciben el poder y la autoridad de Dios en el templo mediante sus convenios. En el templo recibimos el mismo poder, la misma autoridad y las mismas bendiciones; y, con pocas excepciones, se emplea el mismo lenguaje tanto para las mujeres como para los hombres. Este poder y autoridad asociados con los convenios del templo comienzan con la ordenanza del iniciatorio y continúan a través de la investidura y el sellamiento. La ordenanza más elevada del Sacerdocio de Melquisedec es la ordenanza del sellamiento, la cual hoy se efectúa únicamente en el templo. Esta ordenanza del sellamiento solo puede realizarse en unidad entre una esposa y un esposo. Eva y Adán, Sara y Abraham, Rebeca e Isaac, Lea y Raquel y Jacob recibieron estas ordenanzas en su época, y nosotros las estamos recibiendo ahora. No sabemos exactamente qué se dijo o qué se hizo entonces, pero creo que fue similar a los convenios que hacemos hoy en el templo. Al igual que las mujeres fieles del Antiguo Testamento, nosotros también podemos invocar el poder de Dios.
Hermanas, no esperen para recibir su investidura y hacer convenios sagrados con el Señor en Su santo templo. No piensen que, porque no se van a casar pronto o porque han decidido no servir una misión, deben esperar para ir al templo. Quizá ese haya sido el caso en el pasado, pero ya no lo es ahora. Necesitamos mujeres jóvenes adultas fuertes y investidas que hagan convenios con el Señor ahora, que guarden esos convenios y que sean investidas con Su poder. Si aún no han recibido su investidura, prepárense, conforme a la guía del Espíritu, para recibirla y vayan al templo. Si ya la han recibido, regresen con frecuencia, recuerden los convenios que han hecho y continúen siendo llenas del poder de Dios al volver a Su casa y renovar esos convenios.
Durante siglos, para la mayoría de las hermanas, la asistencia al templo fue una oportunidad que se daba una sola vez, si es que llegaba a presentarse. Si ustedes se encuentran entre aquellas que solo pueden ir una vez, hagan todo lo posible por repasar mentalmente sus convenios del templo. Independientemente de cuántas veces asistan, recuerden que llevan el gárment todos los días, lo cual les recordará los convenios sagrados que hicieron en el templo. Si son de las que han sido bendecidas con un templo cercano, asistan tan a menudo como la sabiduría lo permita.
Yo enseñaría y recordaría a nuestras mujeres jóvenes adultas que usar el gárment del templo es un privilegio. Hay poder en el gárment. Cuantas más excusas encontremos para no usarlo, menos poder tendremos. Cuanto más optemos por no usar el gárment, sea cual sea la razón, más nos alejamos de la senda del convenio. El gárment del templo no es simplemente ropa interior; es un símbolo de nuestro compromiso de amar y servir a Dios. Debemos tratarlo como algo sagrado y usarlo como un privilegio. Animaría a las mujeres jóvenes adultas a reflexionar sobre los convenios asociados con su gárment y a meditar cada día, al ponérselo, en lo que vieron, oyeron y sintieron en el templo. Las alentaría a reverenciar el gárment del templo y a reconocer que, al guardar nuestros convenios con Dios, somos bendecidas de maneras que quizá ni siquiera reconocemos. Les recordaría a las mujeres jóvenes adultas que, al guardar nuestros convenios, ninguna bendición nos será negada.
Barbara: ¿Qué consejo tiene para los educadores religiosos de jóvenes y jóvenes adultos en este momento de la historia del mundo?
Presidenta Bingham: Animaría a los educadores religiosos a reconocer que estos jóvenes adultos de hoy son poderosos. Estas mujeres jóvenes adultas son dignas de confianza. En sus clases hay mujeres jóvenes adultas que hacen convenios y los guardan, hijas de Dios que guardan los mandamientos, creen en el profeta actual y lo siguen. Recuerden que estas jóvenes están pagando y han pagado un precio elevado por destacarse entre los de su mismo grupo de edad. Recuérdenles que no necesitan conocer el resultado final para actuar con fe. Muchos de los jóvenes varones que vemos están igualmente enfocados en metas justas. Unidos como hombres y mujeres jóvenes adultos, al ayudarse mutuamente a perseverar en la fe, poseen una fortaleza y un poder extraordinarios.
Admiro profundamente a los maestros de seminario, instituto y a los educadores religiosos de nuestras escuelas de la Iglesia. Ellos tienen una gran oportunidad de influir en los jóvenes y jóvenes adultos para que permanezcan en la senda del convenio. El cargo de educador religioso, ya sea de tiempo completo o voluntario, es sumamente importante. Ustedes son un punto de contacto directo para ayudar a los estudiantes a comprender y motivarlos a vivir sus convenios. Debido a su posición y a quienes son, se encuentran en una situación única para fortalecer, orientar y enseñar a estos jóvenes y jóvenes adultos. Aunque sus testimonios pueden ser poderosos, siguen siendo jóvenes y necesitan que ustedes sean constructores de puentes y guías. Necesitan sus ejemplos y saber que ustedes confían en ellos.
Ustedes están donde están por una razón. Crean en ellos, guíenlos, sean mentores dentro y fuera del aula y bríndenles oportunidades para que se mentoreen entre sí. Como maestros y líderes, debemos confiar en ellos, permitirles liderar, darles oportunidades para hacerlo y esperar que lideren. Muchas mujeres jóvenes adultas han aprendido a confiar en el Señor y poseen habilidades y confianza aún no aprovechadas. Utilicen a estas mujeres, fortalézcanlas, ayúdenlas en su camino y refuercen las decisiones justas que están tomando. Ayúdenlas a ver el impacto de sus decisiones rectas y colóquenlas en posiciones donde puedan unir su fe con la de otros.
























