Conferencia General de Octubre 1961
A menos que un hombre nazca de nuevo…
por el presidente David O. McKay
Mientras escuchaba la muy hábil presentación del plan erudito para correlacionar los estudios del sacerdocio y las organizaciones auxiliares de toda la Iglesia, pensé: ¿cuál es el propósito y el fin de todo esto? Visualicé el hecho de que esta noche, entre 30,000 y 40,000 hombres y jóvenes en asambleas del sacerdocio constituyen una organización en el mundo con un gran propósito en mente: cumplir o responder al llamado que Jesús dio a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios». Nicodemo se asombró; no pudo comprenderlo. Y Jesús respondió: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:3, 5).
En esa primera declaración: «El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios», encontramos la respuesta al propósito y fin de este gran plan: hacer que nuestros jóvenes, tanto hombres como mujeres, comprendan que hay un propósito más elevado en la vida que sucumbir a los placeres y tentaciones de la carne.
En nuestra conferencia de hoy tuvimos un gran sermón —en realidad, dos sermones— sobre el Espíritu Santo y lo que significa. Asociemos esas palabras de Jesús a Nicodemo con las palabras de Pedro, quien, después de haber sido ordenado y guiando a sus asociados hacia una vida más elevada, escribió en una ocasión: «…para que llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4). Pedro comprendió lo que significa estar en contacto con lo espiritual, elevarse por encima de lo temporal, lo sensual, y participar del Espíritu divino de Dios.
Hermanos en el sacerdocio, ese es el propósito: hacernos más capaces de responder al Espíritu y de dominar lo sensual.
Me alegra que el élder Lee haya mencionado la ordenación de los miembros del Primer Consejo de los Setenta como sumos sacerdotes. Parece haber varios hombres del sacerdocio en la Iglesia que se preguntan sobre esto, porque saben que el Profeta dijo que lo que ocurría en los primeros días al hacer sumos sacerdotes a los setentas no estaba de acuerdo con la voluntad de Dios.
¿Saben lo que estaban haciendo? Antes de que un hombre fuera ordenado miembro del Primer Consejo de los Setenta, era ordenado sumo sacerdote. El Profeta dijo que esta práctica no estaba de acuerdo con la voluntad del Señor. Para aquellos de ustedes que tienen el Espíritu del Señor, debería ser suficiente saber que el trabajo que hoy se requiere de los miembros del Primer Consejo de los Setenta necesita el Sacerdocio Mayor. Ellos no se unen al quórum de sumos sacerdotes, pero son enviados por el Consejo de los Doce Apóstoles para poner en orden la Iglesia en las estacas y misiones, y deben tener la autoridad para apartar a un presidente de estaca, a un miembro del sumo consejo o a un obispo de barrio, lo cual requiere el Sacerdocio Mayor.
El Señor nunca ha dicho, ni el Profeta José, que esto esté en contra de la voluntad del Señor. Ahora estos hombres son enviados a cuidar de más de 300 estacas y tienen la autoridad, como miembros del Primer Consejo de los Setenta, para atender todo lo necesario para organizar las estacas y los barrios, y eso está de acuerdo con la voluntad del Señor.
Los miembros del Primer Consejo de los Setenta ahora tienen la autoridad del Sacerdocio Mayor para poner en orden todo lo que corresponde a las estacas y los barrios, bajo la dirección de los Doce Apóstoles.
Vienen ahora a mi mente las siguientes palabras del escritor John Dryden, que creo que son aplicables a la parte espiritual de nuestra labor: recibir el Espíritu Santo y elevarnos por encima de las cosas temporales, egoístas y envidiosas, que son contrarias al llamamiento de cualquier sumo sacerdote, setenta, élder, sacerdote, maestro o diácono en la Iglesia:
«Tenues como los rayos prestados de la luna y las estrellas para viajeros solitarios, cansados y errantes, es la razón para el alma. Y como en lo alto esos fuegos giratorios solo descubren el cielo, no nos guían aquí, así el tenue rayo de la razón fue dado, no para asegurar nuestro camino incierto, sino para llevarnos hacia un día más brillante.»
Ese día es la fe, una realización del gozo del Espíritu de Dios. Lo que el sol es para la tierra, eso es el Espíritu Santo para el hombre, y los 40,000 reunidos esta noche —o 30,000, cualquiera que sea el número— tienen derecho, cada individuo, a esa gloriosa luz del Espíritu Santo.
Por eso deseamos que cada joven, hombre o mujer, utilice su tiempo de manera inteligente y útil, para armonizar el alma con el espíritu, para que todos podamos ser partícipes del Espíritu de Dios, partícipes de su naturaleza divina. Ese es el privilegio, compañeros de trabajo, de todos los que poseen el sacerdocio de Dios.
Creo que esta ha sido una reunión gloriosa, una de las mejores, si no la mejor, que se haya celebrado en la Iglesia. Hay un futuro glorioso. Nuestras mentes han sido llevadas a visualizar las oportunidades del sacerdocio y a ser fieles a él, a ser leales, para que podamos, en nuestra pequeña medida, dar al mundo el mensaje espiritual del evangelio de Cristo.
La gente está negando su divinidad. Las naciones ahora enseñan —jóvenes y niños de hace cuarenta años, ahora hombres de cuarenta años, han sido enseñados durante esos años que Dios no existe; que Cristo no fue un ser eterno. ¡Pobres hombres y mujeres engañados!
Tu responsabilidad y la mía, la de todos los que poseen el sacerdocio de Dios, es dejar que los hombres vean esa luz que es para el espíritu lo que el vital sol es para la vieja tierra, «no como rayos prestados de luna y estrellas», sino como la luz del Espíritu.
Que Dios nos ayude a cumplir nuestras responsabilidades aceptablemente ante Él, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

























