Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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OBISPO PARA SIEMPRE

Como joven obispo en un barrio que requería mucha atención a personas necesitadas, él siempre estuvo a la altura de las exigencias, y por estar íntimamente familiarizado con los problemas cotidianos, desarrolló una sensibilidad que ha caracterizado su vida.

Presidente Harold B. Lee Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1972-1973


No hace muchos años, el presidente Monson y su esposa, Francés, dieron un lento paseo en automóvil por las manzanas que abarcaba el antiguo Barrio Sexto-Séptimo en la zona céntrica de Salt Lake City. La fisonomía del vecindario había cambiado, sólo quedando en pie tres de los edificios de apartamentos y casas donde habían vivido más de mil miembros del barrio, y aun esas estructuras no conservaban la más remota apariencia de lo que habían sido una vez. Una de las casas estaba rodeada de vegetación, otra albergaba una pequeña oficina, y la tercera estaba prácticamente abandonada. Un amplio hotel ocupaba ahora el lote donde estaba la capilla del Barrio Sexto-Séptimo, y el mercado que había detrás de ella ya no estaba. El vecindario, tal como él lo había conocido, ya no existía, corriendo ahora por medio de él amplias calles de acceso a las autopistas.

Estacionó el auto, donde ambos permanecieron sentados un buen rato. Preciados recuerdos llenaron la mente de él: recuerdos de personas de las que había aprendido tanto, cuyas vidas eran parte de la suya, cuyas necesidades eran enormes y sus recursos escasos, personas para quienes él siempre sería el obispo Monson.

Décadas antes, el domingo 21 de agosto de 1927, el Barrio Sexto-Séptimo de la Estaca Pioneer sostenía a Richard D. Andrew como su obispo. Gladys Monson se encontraba en el hospital ese día, ya que acababa de dar a luz a su primer hijo. Cuando su esposo, Spence, fue a visitarla esa tarde, le dijo: “Querida, tenemos un nuevo obispo en el barrio”.

Sosteniendo a su hijo en alto, Gladys respondió: “Y yo tengo un nuevo obispo para ti”1.

En cumplimiento de esas palabras “proféticas”, veintidós años y medio más tarde, el 7 de mayo de 1950, Thomas Spencer Monson fue sostenido por la congregación como obispo del mismo Barrio Sexto-Séptimo. Tres días después, el 10 de mayo de 1950, el élder Alma Sonne, uno de los Ayudantes del Quorum de los Doce Apóstoles, ordenó a Tom al oficio de obispo, ocupando el lugar de John R. Burt, de treinta y seis años de edad, vecino y amigo de toda la vida, quien había sido llamado como segundo consejero del presidente Adiel F. Stewart, en la presidencia de la Estaca Temple View, dividida de la Estaca Pioneer en 1947. Durante las seis semanas previas a su llamamiento, Tom había sido el consejero del obispo Burt.

Tom llegó a ser, probablemente, el obispo más joven de la Iglesia en aquél momento. En 1950, la Iglesia contaba con un total de 1.541 barrios, la mayoría de ellos en la zona montañosa de los Estados Unidos, en el oeste de Canadá y en el sur de California. El total de miembros de la Iglesia acababa de sobrepasar el millón, pero representaba menos de la décima parte del uno por ciento de la población del mundo. Había 180 estacas, el 47 por ciento de las cuales estaban en Utah. La Iglesia estaba organizada en menos de 50 países o territorios, con 43 misiones y unos 5.156 misioneros. Había ocho templos en funcionamiento y se microfil-maban registros con fines genealógicos en los Estados Unidos y Europa2.

A los veintidós años, Tom era el obispo de sus padres, sus hermanos y hermanas y de los muchos parientes por el lado de la familia Condie. Por cierto que era el más joven en ser llamado a ese oficio en su unidad. En la zona del Barrio Sexto-Séptimo se veían cada vez más transeúntes, aunque todavía vivían en ella algunas de las viejas familias que se habían establecido allí en los días de los pioneros. Tom describió el barrio como 25 por ciento familias establecidas tales como la de él, 25 por ciento familias de transeúntes y el otro 50 por ciento entre medio3. Un artículo publicado en un periódico local en 1935 indicaba: “La gente del barrio forma parte de la clase más pobre, pero se siente en la congregación y en las actividades sociales un espíritu de humildad y camaradería no visto en otros barrios más grandes. Parece ser que sus circunstancias comunes en la vida han acercado a los miembros del barrio y han creado entre ellos un mayor grado de bondad y amor”4.

Hace muchos años, cuando el apóstol Pablo escribió una epístola a su apreciado compañero Timoteo sobre el deber de un obispo, no dijo nada en cuanto a la edad. “Si alguno desea el cargo de obispo, buena obra desea”, declaró, a lo cual Tom frecuentemente añadía: “¡una dura obra!”. Pablo continúa: “Conviene que el obispo sea irreprensible . . . sobrio, prudente, decoroso, hospitalario, apto para enseñar … no codicioso de ganancias deshonestas, sino moderado . . . También es necesario que tenga buen testimonio de parte de los extraños”5. Tom tomó el consejo muy en serio: “Esas palabras quedaron grabadas en mi corazón cuando las leí”6.

Para él, “la magnitud del llamamiento era increíble y la responsabilidad atemorizante”. El recuerda: “Mi ineptitud me hacía sentir humilde, pero mi Padre Celestial no me abandonó en la oscuridad y en el silencio, sin guía y sin inspiración. A Su propia manera, me reveló las lecciones que deseaba que aprendiera”7.

Y por cierto que aprendió.

El presidente Harold B. Lee dijo una vez que los cinco años de servicio de Tom como obispo del Barrio Sexto-Séptimo equivalían al de un obispo que hubiera servido durante veinticinco años en cualquier otro barrio de la Iglesia. De su experiencia como obispo, el presidente Monson ha dicho: “He sido testigo del hambre y de la necesidad y he visto a personas maravillosas envejecer y enfermar. A muy temprana edad desarrollé un espíritu de compasión hacia los necesitados, pese a su edad o circunstancias”8.

Había aprendido una poderosa lección antes de que el Señor lo utilizara en tan exigente responsabilidad. Solía ir a cazar patos los dos primeros días de la temporada oficial, si las condiciones del tiempo eran favorables. Un sábado por la noche en que se iniciaba la temporada en el otoño de 1949, él y su hermano Bob vieron que el cielo revelaba que la mañana siguiente sería perfecta para ir de caza: el tiempo era frío, borrascoso, de niebla y húmedo. Los dos se levantaron temprano y emprendieron camino hacia el norte, cerca de la comunidad de Corinne, donde tenían su bote. El viaje les llevaría una hora, pero se sentían animados pues estaba nublado, condición perfecta para cumplir con sus planes.

Cargaron sus escopetas y se abrieron paso por entre la maleza pantanosa hasta el bote, echaron el equipo adentro y lo arrastraron hasta el agua. Tom estaba en la parte de atrás y Bob en el frente. Mientras Tom remaba, el bote se atascó en una barra de arena y Bob se bajó para zafarlo. Ninguno de los dos puede explicar con claridad lo que sucedió a continuación, pero Bob perdió el equilibrio, se resbaló en el barro y se fue hacia adelante en el preciso instante en que su escopeta de calibre 16 cayó del banco del bote y se disparó en dirección a donde habría estado Bob si no hubiese perdido el equilibrio. El proyectil le pasó rozando la espalda.

Los hermanos se miraron el uno al otro, pálidos. Tom salió del bote y se sentó a un costado; Bob hizo lo mismo. Ninguno de los dos pronunció palabra durante largo rato. Finalmente, Tom dijo: “Vámonos a casa”9.

Nunca más fue de cacería, de pesca ni de nada por el estilo, en domingo. Lo que casi fue una tragedia en un pantanal en el día de reposo, lejos de donde tendría que haber estado, lo hizo pensar detenidamente. Había sido protegido, pero al mismo tiempo aleccionado “para que alcanzara la medida de su verdadero potencial”10.

Pocos meses después, Thomas S. Monson fue llamado al obispado del Barrio Sexto-Séptimo, y pocas semanas más tarde, llegó a ser el obispo; el “padre” del barrio. “La razón por la que fui llamado como obispo no la sé”, ha dicho. “Sólo el Señor lo sabe”11.

El Barrio Sexto-Séptimo era una combinación de dos de las diecinueve congregaciones originales que creó Brigham Young cuando era Presidente de la Iglesia, el 14 de febrero de 1849, en la Estaca Salt Lake, presidida por John Smith. En 1862 los miembros empezaron la construcción de su capilla: roca sobre roca. La mayoría de las capillas de esa época eran de madera o de adobe, pero el edificio del Barrio Séptimo se construyó de piedra, trabajo que llevó quince años. El obispo Monson a menudo comparaba las paredes de la estructura a uno de sus himnos predilectos:

Constantes cual firmes montañas, unidos con gran valor, en la roca nos fundamos, la Roca del Salvador.

Pero esa parte de la ciudad estaba decayendo. A comienzos de la década de 1920, diferentes industrias empezaron a desplazar a la población de Santos de los Últimos Días. Los nuevos barrios y estacas empezaron a desmenuzar gradualmente los extensos límites de la Estaca Pioneer y tanto el Barrio Sexto como el Séptimo vieron declinar su número de miembros.

El 12 de noviembre de 1922, los dos barrios, que durante más de setenta años habían sido contiguos, se consolidaron de una manera muy poco común. El obispo del Barrio Sexto se puso de pie ante el púlpito del edificio de su barrio por última vez y anunció que a las 10:15 de esa mañana dejarían esa capilla para siempre. “Saldremos por las puertas del frente y, al compás de la música de la Banda de los Hermanos Poulton, marcharemos por la Calle Tercera Oeste, doblaremos a la izquierda en la Quinta Sur y seguiremos hasta entrar por las puertas de la capilla del Barrio Séptimo, y seremos miembros del recién creado Barrio Sexto-Séptimo”. En ese preciso momento, el obispo del Barrio Séptimo dijo a su congregación: “En unos minutos, las puertas de esta capilla se abrirán de par en par y daremos la bienvenida a los miembros del Barrio Sexto. Tengo una sola advertencia que hacerles en cuanto a esa buena gente: Tengan cuidado con lo que digan de ellos, ya que todos están emparentados”13.

De ese modo nació el Barrio Sexto-Séptimo. El presidente Monson, quien durante décadas organizaría y reorganizaría barrios y estacas como Autoridad General visitante, ha dicho: “No creo que ningún otro barrio jamás se haya creado de tal manera”14.

Cuando Tom fue llamado como obispo, otro miembro del barrio que había servido en el obispado durante dieciséis años esperaba recibir la asignación. Disgustado por habérsele “pasado por alto”, él y su esposa dejaron de asistir. Ni visitas personales, llamadas telefónicas ni oraciones sirvieron para llevarlos de nuevo a la iglesia. Su repentina inactividad alarmó a su hijo, quien en ese momento servía en una misión. Un domingo, siendo el orador asignado a hablar en la reunión sacramental un buen amigo del misionero, el obispo Monson volvió a suplicar al Señor que se ablandara el corazón de ese matrimonio. El no tenía ni idea de que el misionero había enviado un telegrama a sus padres, que decía:

“Vayan a la iglesia este domingo. Sé que no me fallarán.

“Su hijo misionero”.

Como de costumbre, el obispo Monson se encontraba a la entrada de la capilla antes de la reunión sacramental. Dos minutos antes de que ésta empezara, el matrimonio entró en el edificio. Tom estaba encantado. “Bienvenidos a casa”, les dijo. “Los echamos de menos; los necesitamos”15. Y por cierto que se les necesitaba. Cuando el obispo Monson fue relevado cinco años más tarde, aquel hermano fue llamado para reemplazarlo.

En la pared de cada oficina que Thomas S. Monson ha ocupado desde que fue llamado como obispo, ha estado la conocida pintura del Salvador, del artista Heinrich Hofmann. “Amo esa pintura que me ha acompañado desde que era obispo a los veintidós años y a lo largo de todas mis asignaciones desde entonces. Ele tratado de emular la vida del Maestro. Cada vez que he tenido que tomar una decisión difícil, he mirado la pintura y me he preguntado: ‘¿Qué haría El?’. Entonces trato de hacerlo”16.

Aprendió esa lección de forma dolorosa al principio de su servicio como obispo. Una noche, durante una reunión de liderazgo de estaca, el obispo Monson ocupó su lugar con los demás obispos. Temprano ese día, un ex compañero de la universidad le había pedido si podía visitar a su tío, un miembro menos activo del Barrio Sexto-Séptimo, que estaba grave en el hospital. El obispo Monson le indicó que esa noche tenía una reunión de sacerdocio de estaca, pero que lo visitaría cuando terminara.

Al prolongarse la reunión, Tom miraba el reloj, tratando de equilibrar su sentido de urgencia con la inquietud de partir antes de que terminara la reunión. Durante el último himno salió deprisa. Una vez en el hospital, se acercó con premura al mostrador de información, preguntó por el número de habitación del paciente y corrió escaleras arriba hasta el cuarto piso. Al acercarse al cuarto, vio a unas cuantas personas en la entrada. Notando su presencia, la enfermera le preguntó: “¿Es usted el obispo Monson?”.

“Sí”, respondió él, jadeante y preocupado de haber llegado demasiado tarde.

“El paciente estaba preguntando por usted antes de fallecer”, le dijo.

El remordimiento lo consumió; no había respondido de inmediato a la impresión del Espíritu; había permitido que su deber de asistir a una reunión tuviera precedencia sobre la necesidad de uno de los suyos. De aquella experiencia, Thomas Monson aprendió una lección y una verdad que han definido su vida: “Nunca debemos postergar una impresión”17.

Aquél primer año como obispo, continuó con los esfuerzos de “embellecimiento” de la capilla que el obispo Burt había comenzado, entre otros, pintar el edificio por dentro y por fuera. Los hombres del barrio instalaron nuevas bancas y una nueva mesa para la Santa Cena, alfombraron los pasillos y el estrado y pusieron nuevas luces. También pintaron por completo el centro de recreo de la estaca, contiguo al edificio. Tom asignó a algunos de los hombres mayores el mantenimiento de la capilla y del exterior de ambos edificios. Siendo todos ellos jubilados y recibiendo escasas pensiones, esos hermanos se tomaron la asignación muy en serio y se sintieron “útiles”18.

El edificio del Barrio Sexto-Séptimo se transformó en un santuario para los miembros y para su obispo. El presidente Monson ha dicho que “todo obispo necesita una arboleda sagrada a la que pueda retirarse para meditar y orar para recibir guía. La mía fue la capilla de nuestro viejo barrio. He perdido la cuenta de las veces que a altas horas de la noche me dirigía al estrado de ese edificio donde fui bendecido, confirmado, ordenado, instruido y donde, con el tiempo, se me llamó a presidir. La capilla estaba tenuemente iluminada por el farol de la calle; reinaba un profundo silencio y no había nadie que perturbara la quietud del lugar. Apoyándome en el púlpito, me arrodillaba para compartir con el Padre mis pensamientos, mis preocupaciones y mis problemas”19.

La renovada apariencia de la capilla levantó el espíritu de los miembros del barrio y atrajo la atención del vecindario. El obispo Monson invitó a oradores especiales para dirigirse a la congregación, entre ellos el élder Mark E. Petersen, quien había llegado a ser un buen amigo en el Deseret News, y el presidente Joseph Fielding Smith, para quien el obispo Monson hizo numerosos trabajos de impresión. La asistencia a la reunión sacramental se duplicó y después se cuadruplicó, llenando la capilla todos los domingos.

El élder Harold B. Lee, ex presidente de estaca del obispo Monson, advirtió los cambios hechos en la capilla y escribió una carta a Tom felicitándolo por sus “logros como obispo” en ese “hermosamente decorado centro de reuniones”, y más particularmente “en la fe que se ha fomentado entre la gente mediante la observancia de los mandamientos de Dios”20.

El presidente J. Reuben Clark, hijo, lo había aconsejado cuando fue llamado como obispo. Sus palabras aún tienen vigencia. Citando de Eclesiastés, le dijo: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre”21.

El obispo Monson se sintió inspirado por las palabras del Presidente de la Iglesia, George Albert Smith, quien aconsejó: “Ante todo, el deber de ustedes es saber lo que el Señor quiere y después, por el poder y la fortaleza del santo sacerdocio que poseen, magnificar de tal forma su llamamiento ante su gente que ellos se sientan alegres de seguirlos”22.

El obispo Monson había servido casi un año cuando el presidente George Albert Smith falleció el 4 de abril de 1951. El 9 de abril de 1951, David O. McKay fue sostenido como noveno Presidente de la Iglesia, con Stephen L Richards y J. Reuben Clark, hijo, como su primer y segundo consejeros, respectivamente. Ese cambio del presidente Clark, de primer a segundo consejero, causó cierto revuelo. Hasta ese momento, el presidente Clark había servido como primer consejero de los presidentes Heber J. Grant y George Albert Smith, mientras que el presidente McKay había sido el segundo consejero de ambos profetas.

El presidente McKay explicó por qué había escogido a sus consejeros en ese orden: “Consideré que un principio a seguir en esta decisión sería tener en cuenta la antigüedad de cada uno en el Consejo de los Doce. Estos dos hombres ocupaban sus lugares en ese cuerpo rector de la Iglesia y sentí la impresión de que sería aconsejable preservar ese mismo orden de antigüedad en el nuevo quorum de la Primera Presidencia”23.

El presidente Clark habló después del presidente McKay, y sus palabras enseñaron una potente lección: “En el servicio del Señor, no se trata de dónde uno sirve, sino de cómo lo hace. En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, uno ocupa el lugar al cual es debidamente llamado, lugar al que no aspira ni tampoco rechaza”24.

La dignidad y reverencia del presidente Clark ante la oportunidad de servir al Señor dejaron una huella en el obispo Monson. Él y el resto de la Iglesia vieron en acción el testimonio de ese gigante de hombre cuya disposición de servir era una expresión de su testimonio. Al reunirse Tom en consejo casi a diario con esa veterana autoridad de la Iglesia, ayudándolo a preparar su libro Our Lord of the Gospels (Nuestro Señor de los Evangelios), llegó a conocer personalmente a ese noble líder que se transformaría en un apreciado amigo y mentor.

El nuevo obispado del Barrio Sexto-Séptimo se fijó como primer objetivo dar una asignación a cada miembro del barrio. “La extensión de un llamamiento sería precedida por sincera oración”, y cada llamamiento incluiría “una explicación concerniente a lo que se esperaba de la persona”. Como parte del plan de embarcar a los miembros en la obra del Señor, el obispado preparó e imprimió un pequeño folleto que detallaba “la historia pionera del barrio, la naturaleza amigable de sus miembros y la necesidad de que todos sirvieran”25.

• Una personalidad plena de calidad religiosa: “Todo ideal que inculquemos en los demás, debemos, ante todo, vivirlo nosotros mismos”.

• Un interés genuino en la gente: “No hay substituto para esta cualidad humana de interés y entusiasmo por la verdad, y de amor por la humanidad”.

• Un conocimiento del Evangelio: “Adquieran entendimiento de los Libros Canónicos de la Iglesia y un conocimiento activo en cuanto a cómo los principios del Evangelio, cuando se aplican, pueden llevar felicidad al corazón del hombre”.

• Una actitud saludable: “El maestro de éxito acepta el programa de la Iglesia y está dispuesto a ceñirse al consejo y a la instrucción que ofrecen aquellos que están en posiciones de autoridad sobre él”.

• El empleo de buenos métodos de enseñanza: “Quien tiene el ardiente deseo de cumplir bien con su deber, halla el tiempo para hacerlo”26.

El folleto concluía diciendo: “Debido a la ubicación de nuestro barrio en la zona comercial e industrial de la ciudad, ustedes observarán, al prestar servicio, que un gran número de nuestros miembros se halla en un estado de transición y que cada mes, muchas familias se mudan al barrio o se van de él. Tal condición no debe ser un tropiezo para sus esfuerzos, sino una mayor oportunidad de influir positivamente en la vida de más personas”27.

La vivaz personalidad de Tom y su perspectiva resultaban evidentes en cada página. El instó: “Para vivir con grandeza, debemos forjar la capacidad de hacer frente a los problemas con valor, a la desilusión con alegría, y al triunfo con humildad. Somos hijos e hijas de un Dios viviente a cuya imagen hemos sido creados”28. Él ha seguido viendo a cada miembro como un maestro: “Ninguna persona puede escapar a la influencia de su propio ejemplo. Un maestro mediocre dice, un buen maestro explica, un maestro sobresaliente demuestra; pero un gran maestro inspira”29.

El presidente Monson es un hombre a quien le gusta ver las cosas hechas bien, con precisión y orden. Como obispo, siguió el procedimiento convencional de ordenar a un joven a un oficio del Sacerdocio Aarónico durante los ejercicios de apertura de la reunión de sacerdocio. Un domingo invitó a un joven a pasar al frente, leyó su nombre e indicó el oficio al que sería ordenado. La silla se colocó de tal modo que el joven diera la cara a los hermanos, tal como se acostumbraba. “Al aprontarnos para proceder, un miembro del sumo consejo, apasionado obrero del templo, dijo: ‘Discúlpeme, obispo, pero cuando yo participo en una ordenación, siempre coloco la silla en dirección al templo’. Entonces hizo que el joven se pusiera de pie, tomó la silla, la puso en dirección al templo, e hizo que el joven volviera a sentarse”.

Para el obispo, ése fue un momento de decisión. Comprendiendo que el hermano tenía buenas intenciones, y no queriendo disminuir la importancia del templo, el obispo Monson se armó de valor para ajustarse al modelo establecido para una ordenación del sacerdocio y dijo respetuosamente: “Mi querido hermano, eso está bien para algunas ocasiones, pero en este barrio, el candidato da la cara al cuerpo del sacerdocio”. Dio vuelta la silla a su posición original y procedió con la ordenación30.

El obispo Monson veía a su barrio de transeúntes como una oportunidad para traer a los menos activos de vuelta a la Iglesia. “Ya que tantos de nuestros miembros son nuevos, debemos estar siempre preparados para tener con nosotros una actitud amigable y servicial”31. Como promedio, todos los meses llegaban al barrio treinta miembros y se marchaban otros treinta. Hacía todo lo posible por mantenerse en contacto con ellos aun después de que se mudaban. Diez años más tarde, en una asignación en Samoa, encontró a un joven isleño que había vivido una vez en su barrio. Le aconsejó que pusiera su vida en orden y viviera los principios del Evangelio. Como obispo, extendió llamamientos a miembros del barrio que no asistían a las reuniones, y muchos de ellos volvieron y permanecieron activos.

El Señor lo ayudó a llenar cargos en un barrio con escaso liderazgo del sacerdocio. En una ocasión, él y sus consejeros trataron de determinar dónde iban a encontrar un nuevo líder para los hombres jóvenes, en aquél entonces conocido como el superintendente de la AMMHJ. Esa mañana, mientras iba en el autobús al trabajo, había visto a un ex miembro del barrio, Jack Reed, caminando por la calle. “Si Jack Reed aún viviera en nuestro barrio, ¡qué gran superintendente sería!”, comentó en una posterior reunión de obispado. Su primer consejero observó: “Obispo, ¿no sabía que Jack Reed acaba de mudarse nuevamente a nuestro barrio?”. “No lo sabía”, respondió el obispo Monson. “Pero el Señor sí lo sabía”. Esa dependencia en el Señor, esa confianza y esa fe, nacieron y crecieron en el Barrio Sexto-Séptimo, en donde casi tenían que “implorar” para conseguir un líder32.

El Espíritu también guió al obispo Monson en otros llamamientos a miembros del barrio. El presidente de estaca, Adiel F. Stewart, pidió que cada barrio recomendara dos capaces poseedores del Sacerdocio de Melquisedec para servir como misioneros de estaca. Ya era difícil llenar los cargos del barrio, ni que hablar de enviar a miembros firmes a servir en la estaca. Cuando el presidente Stewart dijo—bromeando—“Si no me llegan esos nombres, tendré que tomar a sus consejeros”, el obispo Monson y sus consejeros recurrieron al Señor en oración. Después fueron a su archivo donde tenían una tarjeta con datos para cada cabeza de familia. “Estaríamos locos si recomendáramos a Richard Moon”, coincidieron los tres. “Es el mejor superintendente auxiliar de la Escuela Dominical que hemos tenido”. Cuando el obispo Monson trató de poner la tarjeta otra vez en el archivo, ésta se le pegó a los dedos como si tuviera pegamento. Finalmente cedió, diciendo: “El Señor necesita a Richard Moon como misionero de estaca más que como superintendente auxiliar de la Escuela Dominical”. Llamó al presidente Stewart y él le pidió que visitara al hermano Moon y le extendiera el llamamiento. No lo encontraron en su casa, sino en la de su madre, a unas cuadras de distancia. “Obispo, nuestras oraciones han sido contestadas”, dijo Isabel Moon, la madre de Richard, en cuanto al llamamiento. Su hijo había estado en la lista de limitación de llamamientos misionales durante la Guerra de Corea y no había podido servir. El hermano Moon llegó a ser un excelente misionero de estaca y con el tiempo regresó al barrio transformado en un experimentado líder33.

Un obispo anterior del Barrio Séptimo había servido más de cuarenta años, pero tal no sería el caso con el obispo Monson, quien batió un récord por su escasa edad pero no por longevidad en el cargo, sirviendo el término más común de cinco años. Y por cierto que tampoco fue el caso de sus consejeros en un barrio de población tan transitoria. Llegó a tener varios durante su servicio: Joseph M. Cox, Alfred Eugene Hemingway, Donald Balmforth, Raymond L. Egan y Elwood A. Blank.

Pese a la dificultad para llenar cargos, llevó la obra adelante con eficacia en esa parte de la viña. La clave del éxito en el servicio del presidente Monson fue y sigue siendo su “gran fe”, explica el obispo H. David Burton, Obispo Presidente de la Iglesia, quien ha trabajado con él durante muchos años. Cuando las cosas se ponen “muy difíciles o parecen tener repercusiones desafiantes, él siempre se ampara en su fe. ‘Estamos en las manos del Señor’, dice. ‘No se preocupen; hagan lo mejor que puedan y El se encargará del resto’”34.

El presidente Monson siempre “ha tenido un cariño especial por los ancianos”, esas personas fácilmente olvidadas en lo alto de las escaleras, al fondo del pasillo, en el sótano de viviendas ruinosas en calles oscuras, como en el vecindario de los Monson. Esas eran sus viudas, como la de Sarepta y la de Naín en la Biblia, aunque tenían otros nombres, como: Zella Thomas, Elizabeth Keachie, Nel Ivory, Nattie Woodbury, Ellen Hawthorne, Edla Johnson, Jessie Cox y muchas más. Estaba también la viuda con tres hijas lisiadas a quien habían desalojado; aquellas que se sentaban junto a la ventana esperando que fueran familiares a visitarlas; la viuda que llamaba a otras para avisarles que el obispo recién había salido de su casa e iba en camino a verlas; la viuda que celebraba un cumpleaños o padecía pesares.

Con el transcurso del tiempo, él se mantuvo en contacto con sus viudas. “A tales hogares nos manda el Señor”, ha dicho35. “Y aun cuando ellas sientan que se benefician con mi visita, me consta que salgo de esas ocasiones siendo un mejor hombre por haber pasado ese tiempo departiendo con esas dulces hermanas que están en el crepúsculo de sus vidas”36. El prometió hablar en sus funerales—en cada uno de los ochenta y cinco—y así lo ha hecho, aunque algunas veces haya tenido que escaparse de una reunión o acomodar el servicio entre sesiones de una conferencia general. Ha sido una gran proeza, teniendo en cuenta que muchas veces viajaba cinco semanas consecutivas en asignaciones como Apóstol. Pero ninguna de esas hermanas partió de esta vida antes de que él regresara. El archivo de funerales en la oficina del presidente Monson empezó siendo una pequeña caja de metal con unos cuantos programas de funerales en su interior. Ahora es un cajón en un archivador con carpetas en orden alfabético.

Una noche, al ir en su automóvil por la calle donde vivía un matrimonio anciano, el obispo Monson sintió la impresión de que debía hacerles una visita rápida. El matrimonio no había estado yendo a la iglesia. La esposa, Emily, abrió la puerta y exclamó: “Estuve todo el día aguardando que sonara el teléfono, pero ha estado en silencio. Esperaba que el cartero trajera una carta, pero trajo sólo cuentas. Obispo, ¿cómo supo que hoy es mi cumpleaños?” Mientras entraba en la casa, el obispo Monson respondió: “Dios lo sabe, Emily, porque El la ama”37.

Cuando el Barrio Sexto-Séptimo celebró su centenario, el obispo Monson se propuso que su abuelo Condie asistiera a la reunión sacramental. Tom no recordaba la última vez que su abuelo—quien poseía el oficio de presbítero en el Sacerdocio Aarónico—había ido en la Iglesia. Tom lo afeitó, lo ayudó a darse un baño y lo llevó al peluquero para que le cortaran el cabello y recortaran el bigote a fin de “ponerlo de punta en blanco para el evento”. Invitó a su abuelo a sentarse junto a él en el estrado, pero a mediados de la reunión, el anciano sintió que ya había estado allí el suficiente tiempo e intentó ponerse de pie y partir. Los poderes persuasivos del obispo Monson pasaron la prueba máxima al tratar de mantener al abuelo Condie en su asiento hasta el final de los servicios; después de todo, era el miembro de más edad del barrio aún vivo.

La vida del presidente Monson es un ejemplo del consejo que ha dado a otras personas: “Las visitas al hogar de miembros del quorum, bendecir a los enfermos, dar una mano de ayuda, o consolar a los apesadumbrados cuando fallece un ser querido, son todos privilegios sagrados del servicio del sacerdocio”38.

Augusta Schneider, una viuda de la región de Alsacia Lorena en Francia, era también miembro del Barrio Sexto-Séptimo. Hablaba francés y alemán con fluidez, pero su inglés era entrecortado. Tom siguió visitándola mucho tiempo después de que ella se mudó del barrio. En una ocasión, la hermana Schneider le hizo un regalo “de gran valor” a Tom. Prendidas a un delicado trozo de fieltro estaban las medallas que su esposo había recibido como miembro de las fuerzas francesas en la Primera Guerra Mundial. “Quisiera que usted conservara este recuerdo tan atesorado para mí”, le dijo. La renuencia del presidente Monson a aceptar algo tan personal no se tuvo en cuenta. “Esto es ahora suyo”, continuó ella. “Usted tiene el alma de un francés”. Había recibido “la blanca de la viuda”. Augusta falleció poco después de aquella visita, y el presidente Monson habló en su funeral.

Como tantas de sus otras experiencias, este relato tiene su continuación. Cuando se aprestaba a asistir a la dedicación del Templo de Fráncfort, Alemania, el cual serviría a muchos miembros alemanes, franceses y holandeses, el presidente Monson sintió que debía llevar consigo las valiosas medallas, sin saber por qué razón.

Durante la sesión dedicatoria en francés, advirtió en el texto del que leía al dirigir, que los miembros eran de la región de Alsacia Lorena y que el apellido del organista era Schneider. Su recuerdo inmediatamente se remontó a aquella dulce hermana y sus medallas y comprendió por qué las había llevado consigo. En su discurso, compartió su experiencia con Augusta Schneider, después se acercó hasta el órgano y obsequió las medallas al organista, indicando que, por ser su apellido Schneider, tenía la responsabilidad de investigar los orígenes de su apellido en sus actividades genealógicas39.

El presidente Monson ha compartido con frecuencia un poema que habla claramente de su servicio como obispo y el prestado a lo largo de los años:

“¿Dónde trabajaré hoy, Padre?”,
Bien dispuesto pregunté.
Un lugar pequeño El señaló,
diciendo: “A cuidarlo te enviaré”.
Con premura y sin pensarlo al Padre respondí:
“Nadie me vería allí, ese lugar no es para mí”.
Su respuesta no fue dura, sino tierna y placentera:
“Hijo mío, piénsalo bien,
¿por el hombre o por mí te esmeras?
Lugar pequeño era Nazaret, y Galilea también lo fue”40.

Todas las navidades, el obispo Monson trabajó en esos “lugares pequeños”, llevándole a cada una de sus viudas una caja de dulces, un libro, o una gallina asada. Es posible que en algunos casos les haya llevado gallinas que él mismo crió, algo que hizo casi a lo largo de toda su vida. Mientras servía como obispo, creó un proyecto de bienestar para el barrio, remodelando un gallinero en el fondo de la propiedad de su tía Margaret. En un claro día de invierno, los hombres del barrio pusieron la sección de hormigón, pintaron el gallinero y cercaron un espacio donde estarían las gallinas. El obispo Monson compró, entonces, treinta gallinas ponedoras, las cuales mantuvo el barrio, distribuyendo los huevos a los miembros necesitados. En un posterior proyecto de servicio de la estaca, hizo arreglos para que los jóvenes limpiaran a fondo otro gallinero, a cargo de la Estaca Temple View. Arrancaron, amontonaron y quemaron gran cantidad de maleza y desechos. Junto al brillo de la hoguera, los jóvenes de la cuadrilla de limpieza comían salchichas mientras revisaban el ordenado entorno. Las gallinas no estaban muy contentas; el ruido y el fuego llegaron a perturbarlas tanto que, la mayoría de ellas dejó de poner huevos durante varios meses.

En los años siguientes, como Apóstol, como miembro de la Primera Presidencia y como Presidente de la Iglesia, el presidente Monson a menudo evocaría sus experiencias con los necesitados del Barrio Sexto-Séptimo. En una reunión del Comité Ejecutivo de Bienestar, Julie Beck, presidenta general de la Sociedad de Socorro, formuló una sencilla pregunta a las Autoridades Generales: “¿Qué es la Sociedad de Socorro?”. El presidente Monson respondió con una experiencia relacionada con dos hermanas de la Sociedad de Socorro, Elizabeth Keachie y Helen Ivory, quienes, en camino a procurar suscripciones para la Relief Society Magazine (Revista de la Sociedad de Socorro), encontraron a Charles y a William Ringwood, padre e hijo, viviendo en un viejo garaje al fondo de un oscuro callejón. Su visita a aquella última “casa”, con una raída cortina en su única ventana, poco tenía que ver con la revista, sino con el rescate de dos almas. Para el presidente Monson, la obra de salvación que llevan a cabo las hermanas de la Sociedad de Socorro y otros miembros, no tiene tanto que ver con programas y asignaciones, como con seres humanos.

Él ha descrito su experiencia al observar a aquellas dos fieles y dedicadas mujeres sentadas en una banca en el funeral de Charles Ringwood. “He contemplado su influencia personal para bien y la promesa del Señor ha colmado mi alma: ‘Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin. Grande será su galardón y eterna será su gloria’”41.

Ése es Thomas S. Monson. Él entiende lo que el Señor requiere: una sencilla disposición a servir a la gente, buscar en los rincones olvidados, en las calles oscuras, y mirar en los ojos que parecen haber perdido la esperanza. “Charles Ringwood era el diácono de más edad que yo había conocido”, dice el presidente Monson. Lograron que fuera al templo y lo prepararon para regresar a su hogar celestial. El hermano Ringwood falleció pocas semanas después de haber entrado en la casa del Señor42.

El obispo Monson había asistido a sólo dos funerales en su vida antes de ser llamado como obispo. Después de su llamamiento, dirigió dos funerales la primera semana, siendo eso sólo el comienzo. En una ocasión, dirigió tres servicios fúnebres en un mismo día, y habló en cada uno de ellos.

Él se siente bien en los funerales porque considera que brindan la oportunidad de enseñar las verdades del Evangelio. “Puesto que el Salvador murió en el Calvario”, ha declarado, “la muerte no ejerce control alguno sobre ninguno de nosotros.

Reímos, lloramos, trabajamos, jugamos, amamos, vivimos; y después morimos. La muerte es nuestro legado universal; todos debemos pasar por su umbral. La muerte llama al anciano, al fatigado y al agotado; visita al joven en la plenitud de la esperanza y en la gloria de la expectativa. Los niños pequeños tampoco están fuera de su alcance”43.

Uno de los funerales que dirigió como obispo fue el de su propio abuelo, Thomas Sharp Condie, quien falleció el 3 de febrero de 1953, a los noventa y tres años de edad, tras sufrir un derrame cerebral después de una operación de cáncer. La influencia que ese hombre había tenido en su nieto era incalculable.

Uno por uno, los miembros de la familia del obispo Monson fueron falleciendo. El 10 de mayo, tan sólo tres meses después de la muerte del abuelo Condie, falleció Richard LeRoy Cárter, tío de Tom. La familia lo llamaba cariñosamente “tío Veloz”, debido a su manera de actuar tan metódica. Era quien “comía con más lentitud” en la familia, el que “medía cada paso”, haciendo frente a la vida a ritmo de caracol; el compañero de pesca de su sobrino Tom. Nunca se unió a la Iglesia, pero su funeral fue dirigido por el obispo Monson.

El hijo de Veloz Cárter, Richard, había decidido ir en una misión en vez de entrar en el servicio militar. Mientras él y otro miembro del barrio, Howard Hagen, estaban recibiendo capacitación misional, la Iglesia y las fuerzas armadas anunciaron una restricción de que, a partir de ese mismo momento, a cualquier candidato a misionero que no hubiera sido apartado u ordenado, se le eximiría de sus deberes misionales para ingresar al servicio militar. Richard había sido apartado para su misión en Canadá, pero Howard iba a ser apartado al día siguiente. En vez de ello, se le requirió entrar en el servicio militar. En 1950 había 3.015 Santos de los Ultimos Días llamados a servir como misioneros; para 1952 el número había bajado a 87244.

Temprano una mañana, mientras Richard servía como misionero, su padre, Veloz Cárter, sufrió un ataque cardiaco. Tom llegó a su casa a tiempo para darle una bendición y después permaneció horas con él en el hospital, donde Veloz falleció.

Tom envió un telegrama al presidente de misión de Richard y después llamó por teléfono para asegurarse de que su primo se hubiera enterado de lo sucedido. El obispo Monson dirigió el funeral y el élder Cárter permaneció en el campo misional, llegando a ser un misionero “sobresaliente”.

La muerte de Veloz fue dura para su esposa, la tía Blanche, que era como una segunda madre para Tom. Ella había perdido a su padre—que vivía con ellos—y a su esposo en pocos meses, y su único hijo estaba lejos en Canadá. Pero Tom advirtió que gracias a su firmeza de carácter, su tía no se compadeció de sí misma, y, tal como lo había hecho toda su vida, siempre invitaba a alguien de la familia a comer en su casa y buscaba la forma de levantar el ánimo de los demás. Durante la Depresión, cuando Veloz había estado desempleado, la tía Blanche había trabajado para el Servicio Civil para mantener a la familia45.

Meses más tarde, el 20 de agosto de 1953, falleció Franz Johnson, el padre de Francés. Se había jubilado de su oficio de pulidor de muebles, pero trabajaba temporalmente barnizando bancas y otros muebles en un barrio de Moscow, Idaho. Cuando regresó, se le diagnosticó leucemia. “Era un hombre extraordinario: paciente, de pocas palabras y fiel”, y su hija ha heredado sus virtudes46. La Nochebuena en la casa de los Johnson ese año, pese a que tuvieron la tradicional cena sueca, no resultó igual a la del año anterior.

El Barrio Sexto-Séptimo era una comunidad muy estrecha a pesar de la naturaleza transitoria de la gente. Las reuniones del barrio siempre atraían una gran concurrencia. En una ocasión, cuando Tom era el obispo, un miembro del comité de reuniones llamó a cada miembro del barrio para vender entradas para un banquete, a razón de un dólar cada una. Quienes se habían mudado fuera del barrio recibieron una carta acompañada de una tarjeta de reservación. Otro año, en la celebración del 106 aniversario, el barrio ofreció un libro titulado Through the Years (A lo largo de los años), por el precio de 1 dólar con 50 centavos por ejemplar. El obispo Monson, que en ese entonces trabajaba para la Imprenta Deseret News, se aseguró de que la publicación de sesenta y cuatro páginas estuviera bien hecha, con “una buena encuadernación en cuero sintético y papel de la mejor calidad”47.

Los miembros del barrio amaban a su obispo y le demostraban su afecto. En una actividad del barrio, un grupo de ellos cantó un tributo especialmente escrito para su joven líder, al compás de una conocida canción de la época.

Thomas, Thomas Monson, en este mundo no hay un hombre como usted.

En estos pocos años lo hemos visto crecer, aquí él aprendió cuanto ha querido saber.

No ha viajado, ni el mundo fue a recorrer, pero aquí, entre nosotros, todos lo han de conocer.

Obispo, obispo Monson, obispo del Barrio Sexto-Séptimo.

Esta noche con esta fiesta celebramos y también a su esposa la bienvenida damos.

Por mucho tiempo esta reunión preparamos Para que supiera cuánto lo amamos.

Obispo, obispo Monson, en este mundo no hay un hombre como usted48.

Para muchos de ellos, pese a los cargos eclesiásticos que él llegaría a ocupar, Thomas S. Monson sería por siempre su obispo.