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TEN VALOR, MUCHACHO
El Señor tuvo que hacer grande a Thomas Monson debido al tamaño de su corazón.
Élder Richard G. Scott Quorum de los Doce Apóstoles
Tom había servido como obispo durante casi cinco años cuando él y Francés empezaron a buscar una casa fuera de la estaca. Encontraron una ideal para ellos en Bountiful, una comunidad al norte del valle del Lago Salado. Era una casa nueva de dos pisos, lista para que la ocupara una joven familia, pero un llamamiento en la conferencia de estaca puso sus planes en suspenso.
El sábado 25 de junio de 1955, el presidente Joseph Fielding Smith y el élder Alma Sonne entrevistaron a todos los obispos, a los miembros del sumo consejo y de la presidencia de la Estaca Temple View, antes de reorganizarla. Al día siguiente, en la conferencia de estaca que se llevó a cabo en el Salón de Asambleas de la Manzana del Templo, el obispo Monson estaba sentado con los jóvenes en la galería del coro cuando el presidente Smith anunció la nueva presidencia de estaca: Percy K. Fetzer, presidente, y John R. Burt, primer consejero, tras lo cual leyó el nombre del segundo consejero: Thomas S. Monson. Fue en ese momento en que el obispo Monson se enteró de su llamamiento. El presidente Smith dijo: “Si el hermano Monson está dispuesto a aceptar este llamamiento a servir como consejero en la presidencia de estaca, tendremos el placer de escuchar sus palabras a continuación”. La escena trajo al recuerdo las épocas en que los misioneros eran llamados a servir de la congregación del Tabernáculo en conferencias generales sin hacérselo saber con anterioridad.
Cuando el obispo Monson, ahora presidente Monson, se paró detrás del púlpito y observó a sus amigos y vecinos, pensó en la letra del himno que acababa de cantar el coro:
El mundo está siempre agitado, hay peligro cual nunca se vio.
Si a actuar mal te sientes tentado, ten valor, muchacho, y di “no”.
Tom hábilmente modificó la letra para que dijera: “Ten valor, muchacho, y di ‘sí’”1.
Comprendió que “a todos se nos llama a tener valor, el valor de permanecer firmes en nuestras convicciones, el valor de cumplir con nuestro deber, el valor de honrar nuestro sacerdocio”2.
Llamó a esa experiencia, “un momento de paro cardíaco”. Habría de vivir más momentos como ese a medida que maduraba en su servicio en la Iglesia.
Tom fue relevado como obispo tres semanas después, el 17 de julio de 1955. El Obispado Presidente de la Iglesia, integrado por Joseph L. Wirthlin, Thorpe B. Isaacson y Cari W. Buehner, expresaron agradecimiento por su servicio en una carta que decía: “Usted es relevado con el amor y el respeto de los miembros del barrio, así como con nuestra confianza y estima. El oficio de obispo conlleva una gran responsabilidad; requiere mucho trabajo y el sacrificio de tiempo y de asociación con seres queridos, pero ofrece bendiciones espirituales y satisfacción personal que ciertamente vemos como una compensación adecuada”3.
Tom dotó de juventud a la presidencia de estaca; tenía apenas veintisiete años. El más cercano a él en edad era John R. Burt, trece años mayor. Los tres miembros de la presidencia se arrodillaban todos los domingos en la oficina de la estaca y después iban a cumplir con la obra del Señor. El presidente Percy Fetzer creía en delegar responsabilidades de importancia a sus consejeros, así que asignó al presidente Monson que supervisara el Sacerdocio Aarónico, las Mujeres Jóvenes, la Primaria, la Escuela Dominical, los deportes, el presupuesto y todas las actividades especiales, además de presidir un tercio de las conferencias de barrio efectuadas en la estaca cada año. Al presidente Monson le agradaba ese estilo de delegación de liderazgo, “ya que forja líderes y enseña a los miembros de la estaca que la presidencia es la que preside y no solamente un hombre”4.
A los miembros del sumo consejo también se les encargó que tomaran sus asignaciones en serio. Tom había observado eso como obispo. En las reuniones de estaca, en sus días de obispo, la presidencia mostraba un tablero con las estadísticas de los distintos barrios. El tablero era tan grande que estaba dividido en dos partes con bisagras en el centro, conectando la parte superior con la inferior. Kasper J. Fetzer (padre del presidente de estaca), quien era miembro del sumo consejo y además ebanista, utilizaba esa ayuda visual en reuniones, a menudo para disgusto de los líderes de los barrios. La mitad de las unidades aparecían por encima de las bisagras y la otra mitad por debajo. El obispo Monson se esforzaba por mantener su barrio “en la parte superior del tablero”. Pese a ello, una noche recibió una llamada del hermano Kasper Fetzer, quien, en su fuerte acento alemán, le dijo: “Obispo, gracias por entregar su informe de orientación familiar a tiempo”.
El obispo Monson reconoció esa línea como sólo una introducción, ya que el informe siempre se enviaba a tiempo. El hermano Fetzer prosiguió: “Obispo, no entiendo la parte de su informe donde indica que tienen doce familias que son inaccesibles. ¿Qué quiere decir esa palabra: inaccesibles?».
Tom le explicó que se trataba de miembros que habían “rechazado” a los maestros orientadores y que no querían tener contacto con la Iglesia.
“¿¡Cómo!?”, exclamó el hermano Fetzer. “¿No quieren que los visite el sacerdocio de Dios?”.
“Así es”.
Entonces el hermano Fetzer preguntó: “Obispo, ¿podría pasar por su casa para obtener el nombre de cada una de esas familias e ir a visitarlas como su ayudante?”. El obispo Monson se sintió “encantado” de que un miembro del sumo consejo fuera a ayudarlo.
En menos de una hora, Kasper Fetzer estaba en la puerta de su casa. El obispo Monson puso el nombre de la familia más difícil al tope de la lista. Allá fue el hermano Fetzer a visitar a la familia de Reinhold Doelle, la que vivía en una espaciosa casa, tal vez la más lujosa del barrio, rodeada por un cerco blanco y celosamente protegida por un enorme perro ovejero alemán. Cuando el hermano Fetzer levantó la tranca, el perro se le fue encima. Instintivamente, el hermano Fetzer gritó en su nativo idioma alemán y el animal se detuvo de inmediato, le dio unas palmaditas y se hicieron grandes amigos. Aquél suceso abrió las puertas de ese hogar y la familia recibió una visita—la primera de muchas—de los maestros orientadores.
El hermano Fetzer regresó ya tarde a casa de los Monson ese domingo para informarle: “Obispo, puede quitar siete nombres de su lista de familias inaccesibles que ahora recibirán a los maestros orientadores”5. De ello, el obispo Monson aprendió una lección: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado”6.
Pero allí no termina la historia. Años más tarde, Tom se encontró con la hermana Doelle en una recepción de bodas y ella le informó que vivían en California y después le preguntó por su buen maestro orientador, Kasper Fetzer. “Su visita, aquella noche, nos cambió la vida”, dijo ella. Habían decidido volver a la Iglesia, y ahora ella servía en la presidencia de una de las organizaciones auxiliares de su barrio en Palm Springs.
El presidente Monson tuvo muchas otras experiencias significativas relacionadas con su nueva asignación. Por ejemplo, en una conferencia de octubre, los tres miembros de la nueva presidencia de la Estaca Temple View asistían a la reunión general del sacerdocio en el Tabernáculo de la Manzana del Templo. Llegaron dos horas antes con la esperanza de encontrar buenos asientos y estuvieron entre los primeros en sentarse. Mientras aguardaban, el presidente Percy K. Fetzer les relató una experiencia de cuando había sido misionero en Alemania. Les contó a sus consejeros que una noche de lluvia, mientras él y su compañero estaban presentando el mensaje del Evangelio a un grupo reunido en una escuela, varios manifestantes violentos irrumpieron en el lugar. En un momento crítico, una viuda anciana se puso entre los élderes y los manifestantes y dijo: “Estos jóvenes son mis invitados e irán ahora conmigo a mi casa. Por favor déjennos pasar”.
Los rebeldes se hicieron a un lado, y los misioneros caminaron ilesos con su benefactora hasta su modesta vivienda. Ella les preparó algo de comer y después los élderes le enseñaron el Evangelio. El hijito no quiso estar con ellos y se escondió detrás de la cocina, donde no hacía tanto frío.
“Aun cuando no sé si la mujer llegó a unirse a la Iglesia”, dijo el presidente Fetzer, “le estaré eternamente agradecido por su bondad aquella lluviosa noche de hace treinta y tres años”.
Mientras ellos hablaban, las bancas del Tabernáculo se fueron llenando. Dos hermanos sentados directamente frente a ellos charlaban como viejos amigos aunque recién se habían conocido. “Cuénteme cómo llegó a ser miembro de la Iglesia”, Tom oyó que uno le preguntaba al otro, a lo cual el hombre respondió, y los tres sentados en la banca de atrás oyeron el relato:
“Una lluviosa noche, en Alemania, mi madre trajo a casa a dos misioneros empapados a quienes había rescatado de un populacho. Mamá les dio de comer y ellos le presentaron un mensaje sobre la obra del Señor. Me invitaron a acompañarlos, pero yo era muy retraído, así que me quedé sentado detrás de la cocina. Más adelante, cuando volví a oír sobre la Iglesia, recordé el valor y la fe, así como el mensaje, de aquellos dos humildes misioneros y eso me llevó a mi conversión. Supongo que nunca llegaré a conocer a esos dos misioneros en esta vida, pero les estaré por siempre agradecido. No sé de dónde provenían; creo que el apellido de uno de ellos era Fetzer”.
Al escuchar esas palabras, los dos consejeros miraron al presidente Fetzer. Lágrimas le corrían por las mejillas. El presidente Monson recuerda que su presidente de estaca le dio al caballero un toque en el hombro y le dijo: “Yo soy el hermano Fetzer; yo fui uno de los dos misioneros a quienes su madre llevó a su casa aquella noche. Me siento agradecido de conocer al muchachito que se sentó detrás de la cocina, el muchachito que escuchó y aprendió”7.
El presidente Monson admite que no recuerda los mensajes de aquella reunión de sacerdocio, pero nunca olvidará “la emocionante conversación antes de que comenzara la sesión”. En una conferencia de estaca, unos años más tarde, compartió la experiencia, y Ernest Braun, un sastre jubilado, se le acercó para presentarse después de la reunión, diciendo que él era el muchachito de la historia. Como siempre, el presidente Monson dio crédito a “la mano del Señor” por haberlo inspirado a hablar sobre ese tema, ya que él “rara vez empleaba ese ejemplo en particular”8. Entonces le vino a la mente un pasaje de las Escrituras: “Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”9. El élder Monson vería esa mano divina muchas veces en su servicio en Alemania años después cuando llamó a Percy Fetzer a trabajar con los santos alemanes, aquellos que tenían el valor de dar su amistad a los misioneros y de permanecer firmes en el Evangelio.
Cuando el presidente Monson llevaba dos años en la presidencia de la estaca y el vecindario se había transformado en una zona comercial, deteriorando su aspecto familiar, él y Francés nuevamente querían mudarse a una zona más adecuada. Tom le preguntó al élder Mark E. Petersen, del Quorum de los Doce, quien dirigía el Deseret News y su imprenta, si pensaba que era “injusto” considerar la idea de mudarse. Tras pensarlo durante un momento, el élder Petersen respondió: “Su obligación para con esa zona ya ha concluido”.
Francés encontró una propiedad en la entonces zona rural de Holladay, en la parte sureste del valle del Lago Salado. Buscaban un lugar cercano a un recorrido de autobuses, ya que tenían sólo un automóvil y no podía siquiera imaginar que algún día tuvieran dos. Compraron un lote de media hectárea por la suma de 3.500 dólares y construyeron una casa de ladrillo rojo con un garaje para un solo auto.
El presidente Fetzer relevó al presidente Monson en la conferencia de estaca de junio de 1957.
Los Monson se mudaron el 24 de julio de ese mismo año, día en que se celebra la llegada de los pioneros al valle del Lago Salado. La propiedad no se parecía en nada a la que habían ocupado en el centro de la ciudad, donde prácticamente no tenían jardín. Ahora tenían media hectárea de tierra y desde la casa veían las vacas pastar en el campo. Como sucede con casi todas las nuevas casas, “no había ni una brizna de césped en el frente ni en el fondo”10, no colgaban cortinas en las ventanas y no tenían canteros de flores ni árboles. Tampoco había vías de ferrocarril. Gradualmente, Tom, Francés y sus dos niños, Tommy y Ann, se fueron asentando; plantaron césped y un huerto y construyeron un hermoso palomar y un gallinero para las aves que criaba Tom.
Su nueva unidad, el Barrio Tercero de la Estaca Valley View, estaba construyendo una nueva capilla para dar cabida a la creciente población de la zona. En ese entonces, la Iglesia contaba con los miembros para que colaboraran tanto con los fondos como con la mano de obra. El obispado llamó a Tom para integrar el comité de construcción, con la asignación de llamar por teléfono a miembros del barrio para “invitarlos” a trabajar en el proyecto. Le entregaron una lista de nombres de poseedores del sacerdocio del barrio, indicando que le dirían cuáles de ellos estarían más dispuestos a ayudar. Tom respondió: “No conozco a ninguno de estos hombres; ¿qué tal si me permiten averiguar quién quiere servir?”. Muy pocos se negaron, y él trabajó hombro a hombro con ellos.
El obispado también llamó a Tom para trabajar con los miembros mayores del Sacerdocio Aarónico. “Pese a que el trabajo era lento y el éxito no llegaba fácilmente”, recuerda, “el Señor me bendijo en buena medida”12. El sabía lo que se tenía que hacer, pues el Salvador había enseñado: “¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta que la halla? Y al encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso”13.
A pesar de que trabajaba diligentemente para cumplir sus muchas responsabilidades, Tom también reconoció la importancia de llevar una vida equilibrada. Disfrutaba de la cría de gallinas y palomas en su tiempo “libre”. Con frecuencia, sus palomas rodadoras de Birmingham recibían los más altos premios en las ferias del condado y del estado, al igual que en otras prestigiosas competencias de cría y de rendimiento en particular. En una importante exposición llevada a cabo en 1959, compitiendo un total de 133 aves, su paloma rodadora de cabeza blanca y mancha roja ganó el primer premio.
Tom sirvió un tiempo como secretario del Club Estatal de Palomas Rodadoras. El grupo presentó sus palomas y las de otro criador, que se consideraban las mejores del estado de Utah, en un evento nacional que se llevó a cabo en Nueva Jersey, en el que competían miles de aves procedentes de todo el país. Su hijo Tommy heredó de su padre la “pasión por las palomas”.
Francés planeaba paseos al zoológico y a las montañas, y estableció tradiciones para cumpleaños y días festivos. Todos los Monson celebraban esas ocasiones juntos. Y para ellos, “juntos” quería decir hermanos, hermanas, tías, tíos y primos. Los domingos por la tarde, aun después de que Tom y Francés se mudaron a su nueva casa, iban con regularidad a visitar a los padres de Tom, a sus hermanos y hermanas, y para los cumpleaños, toda la familia se reunía en la casa de la tía Annie y del tío Rusty. En el verano, todos iban a Vivian Park a caminar por las colinas, a nadar, a sentarse alrededor de una hoguera y a pescar.
En las reuniones familiares, la madre de Tom seguía siendo el alma de la fiesta y su padre el feliz espectador. Un Día del Padre, con dieciocho personas abarrotadas en la sala de la casa de los Monson, Spence opinó: “Por cierto que la familia es vida”.
A Tom y a Francés les gustaba pasar tiempo con sus parientes. “Como padres”, enseñó él más adelante, “debemos recordar que nuestra vida puede ser el libro de la biblioteca familiar que nuestros hijos más atesoren”14.
Para mantenerse en contacto con la hermana mayor de Tom, Marjorie, y su esposo, Conway, quienes vivían en California, la familia de vez en cuando hacía grabaciones de fiestas en cintas magnetofónicas, en las que todos les decían algo, les cantaban o les recitaban algún verso. “Mi esposita y yo somos los orgullosos padres de seis hijos, los mejores del mundo entero”, dijo una vez Spencer Monson en su estilo mesurado. Gladys añadió elogios sobre cada uno de ellos.
Los nietos continuaron la tradición de la familia de memori-zar poemas y lecturas. También les gustaba cantar, lo cual hacían con mucho entusiasmo. Los niños mayores contaban historias o hacían recitaciones; los más pequeños, con Francés al piano, cantaban canciones de la Primaria, tales como “El arroyito da”. Año tras año, alguno de ellos ofrecía una versión de: “Todo cuanto quiero para Navidad es que me salgan los dientes”. La pequeña Ann deleitó a todos una noche con su nueva canción: “Me siento tan feliz cuando llega papá”. Tom relataba las actividades mientras los niños cantaban sus canciones predilectas.
“¿La niñita de quién eres tú?”, le preguntaba Tom a la pequeña Ann, a lo que ella respondía sin vacilar: “De mi papi”. Cuando el pequeño Tommy se acercaba al micrófono, decía con bastante autoridad: “Escuchen todos”, y después, con gran rapidez, repetía todo cuanto pasaba por su mente.
Cada Nochebuena, Tom, Francés y sus niños solían celebrar la Navidad al estilo sueco con la familia de Francés, los Johnson, así que iniciaron lo que llegaría a ser la tradición navideña de los Monson de leer el relato del nacimiento del Salvador que se halla en el libro de Lucas. Tom aprovechaba esa ocasión para recalcar: “El espíritu de la Navidad nace de lo que damos y no de lo que recibimos. Perdonamos a los enemigos, recordamos a los amigos, y obedecemos a Dios. El espíritu de la Navidad ilumina la ventana del alma y, al mirar el ajetreo del mundo, nos interesamos más en los seres humanos que en las cosas materiales. Para captar el verdadero ‘espíritu de la Navidad’, lo único que tenemos que hacer es concentrarnos en el ‘Espíritu de Cristo’”15.
Entre otras tradiciones de los Monson se encontraba el salir a la calle con sus vecinos a cantar villancicos y a leer The Mansión (La mansión), una historia del clérigo norteamericano Henry Van Dyke. Tom también leía Canción de Navidad, de Charles Dickens. Le gustaba particularmente este sentimiento: “Siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad . . . como en una agradable época de cariño, de perdón y de caridad; el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos compañeros de viaje … y no otra raza de criaturas con destino diferente”16.
Tom Monson podría haber escrito esas historias él mismo, ya que expresaban los sentimientos más profundos de su corazón: “En esta maravillosa dispensación del cumplimiento de los tiempos, las oportunidades que se nos presentan de dar son ciertamente ilimitadas, pero también son perecederas. Hay corazones que alegrar, palabras bondadosas que pronunciar y dádivas que ofrecer. Hay buenas acciones que hacer y hay almas que salvar”17.
























