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LA FE DE LA GENTE
Alemania fue una asignación formidable para él. Era la única persona que podía ir detrás de la Cortina de Hierro. Merece todo el crédito por mantener el Evangelio vivo allá durante ese período tan difícil.
Élder L. Tom Perry Quorum de los Doce Apóstoles
Después de la conferencia general de abril de 1975, el élder Monson concertó una reunión entre el presidente Spencer W. Kimball y Henry Burkhardt. La responsabilidad de Henry como presidente de la Misión Dresde incluía tener contactos directos en representación de la Iglesia con oficiales de Alemania Oriental. El gobierno había dejado en claro que no tratarían directamente con representantes del Oeste. El año antes, en la conferencia general de abril, el presidente Kimball había pedido a los miembros de la Iglesia que “alargaran el paso” a fin de redefinir las ideas preconcebidas que existían con respecto a la Iglesia, la cual ya no debería considerarse como una religión de los Estados Unidos. El Evangelio era para cualquier persona, en cualquier parte del mundo y de cualquier condición social. El objetivo del presidente Kimball era redefinir la Iglesia como un cuerpo mundial de santos con fe en Jesucristo y amor por todos los hombres.
Entonces, en su estilo inimitable, el presidente Kimball desafió a Henry Burkhardt a cambiar su propia manera de pensar, y Le dijo: “Si quiere ver un cambio en Alemania Oriental, tiene que empezar con usted personalmente. Debe empezar con usted porque usted es el líder de los santos de ese país, y eso requerirá que tenga un cambio de actitud, lo cual quiere decir que debe forzarse a usted mismo a hacerse amigo de los comunistas. No puede guardarles rencor; tiene que cambiar su actitud por completo”1.
Era mucho lo que el presidente Kimball estaba pidiendo que ese incansable líder hiciera con ese régimen que había gobernado Alemania Oriental con mano de hierro y que había catalogado a Henry de “enemigo del estado”. Pero, fiel y obediente como siempre, Henry aceptó el pedido del presidente Kimball y de a poco cambió su enfoque para con los oficiales del gobierno. El presidente Kimball le había pedido que les preguntara: “¿Qué debemos hacer para obtener plenos derechos para funcionar como iglesia?”2. Aquello era lo más difícil que Henry había hecho, pero los muros en el corazón de los santos y de los líderes comenzaron a caer mucho antes de que se derrumbara el masivo símbolo de opresión: el Muro de Berlín.
Henry no fue el único a quien el presidente Kimball hizo ese tipo de pedidos.
Lo que necesitaba la gente detrás de la Cortina de Hierro era acceso a un templo. Más tarde ese mismo mes, el 27 de abril de L975, el élder Monson, en la rededicación del país, imploró: “Padre Celestial, ten a bien abrir el camino para que los fieles puedan recibir el privilegio de ir a Tu santo templo para recibir allí las santas investiduras y ser sellados como familias por el tiempo y por toda la eternidad”3. Las personas a quienes se les permitió viajar a Salt Lake City en donde pudieran entrar al templo fueron muy pocas. El élder Monson entendía que “la gente digna se siente privada” cuando no puede recibir las bendiciones del templo. Esa llegó a ser “la oración de fe de ellos y su expresión de esperanza”. Cuando él se reunía con las Autoridades Generales todos los jueves, “expresaba esa misma esperanza”4.
Después de una reunión de los jueves en el templo, en la primavera de 1978, el élder Monson había regresado a su oficina cuando recibió este mensaje: “El presidente Kimball quisiera verlo en el templo, ahora mismo”. Recuerda que lo primero que le cruzó la mente fue: “¿Qué es lo que he hecho mal?”. Más adelante, escribió sobre la reunión: “Estaba el presidente Kimball con sus consejeros, el presidente Nathan Eldon Tanner y el presidente Marión G. Romney. El presidente Kimball me dijo: ‘Hermano Monson, usted tiene un gran amor por la gente de la República Democrática Alemana. He oído que lamenta el hecho de que no hayan recibido sus investiduras ni sus sellamientos. Lo he oído decir que son personas dignas de ir al templo y que con todo su corazón quisiera que tuvieran uno en su tierra’. Después continuó: ‘El Señor no negará las bendiciones del templo a esos miembros dignos’. Entonces, sonriendo, dijo: ‘Busque la solución’”5.
“Exploramos todas las posibilidades” para brindarles las bendiciones del templo, informó más adelante el élder Monson. “¿Un viaje una vez en la vida al templo de Suiza? No lo aprobaría el gobierno. Tal vez los padres pudieran viajar a Suiza dejando a los hijos en casa. Eso no estaba bien. ¿Cómo se sellan los hijos a los padres si no se pueden arrodillar ante el altar? Era una situación trágica”6. El élder Monson, con la ayuda del élder Robert D. Hales, en aquel entonces miembro del Primer Quorum de los Setenta, con responsabilidades administrativas para partes de Europa, exploró con la Primera Presidencia la posibilidad de autorizar sellamientos fuera del templo, construyendo salones de ordenanzas en un centro de reuniones o estableciendo una casa de investiduras, como en las primeras épocas en el valle del Lago Salado.
A pesar de los desafíos, que parecían insuperables, Henry Burkhardt siguió insistiéndole al gobierno para que concediera el permiso para que seis familias a la vez visitaran el Templo de Suiza. La idea era que esas seis familias establecerían un buen antecedente de salir de Alemania Oriental y regresar y, tal vez, a otras se les permitiría hacer lo mismo hasta que todos los miembros dignos de la Misión Dresde que no hubieran sido investidos recibieran las bendiciones del templo.
Finalmente, en mayo de 1978, los líderes de Alemania Oriental dejaron a Henry perplejo con una idea propia: “¿Por qué no edifican un templo aquí?”.
El élder Monson dio la gran noticia a la Primera Presidencia, pero aún había asuntos que resolver: ¿Exigiría el gobierno tener acceso al templo? ¿Serían el edificio y el terreno propiedad de la Iglesia? Tras dedicar la casa del Señor, ¿qué garantías tendría la Iglesia de que el gobierno no fuera a confiscar la propiedad y el templo?
El élder Monson llegó a Berlín del Este el sábado 10 de febrero de 1979 con los planos de un templo en su portafolio. Cuando Henry Burkhardt vio los bosquejos, los ojos se le llenaron de lágrimas. El habría de “responder a la oferta de su gobierno” con planes de que la Iglesia edificara un templo en ese país en vez de pedir autorización para que ciudadanos de la RDA viajaran a Suiza.
El 28 de marzo de 1979. Henry, a quien el gobierno de Alemania Oriental le había permitido viajar a la conferencia general, “indicó que las autoridades gubernamentales habían quedado conformes con los planes” y habían dado “el visto bueno para proceder”7. En un principio, la Iglesia se inclinaba por construir el templo en Karl-Marx-Stadt debido al gran número de santos que vivían en esa región, pero el gobierno alemán insistía en hacerlo en una comunidad más pequeña como Freiberg.
El que el gobierno permitiera a la Iglesia construir capillas en Dresde, Zwickau, Leipzig, Freiberg y Plauen, además de un templo en Freiberg, en un país hostil a toda religión, insinuaba algo más que el ablandamiento del corazón de los oficiales hacia el bienestar espiritual de la gente. El élder Monson observó: “La entrada de moneda del Oeste en su debilitada economía era un gran incentivo para permitir la construcción del templo en Freiberg y otros edificios de la Iglesia en Karl-Marx-Stadt y Dresde”8. La Iglesia pagaría en moneda del Oeste—guilder holandés y corona sueca—que tenían un valor mucho mayor que el de los marcos de Alemania Oriental9.
Pero a no ser que se pasara por alto en las negociaciones con el gobierno estaba el papel que habían jugado los miembros de la Iglesia en su estricta obediencia a las leyes de su país. En contraste, había otras religiones que eran mucho más bruscas y hasta contenciosas. El hecho de que los santos hubiesen probado ser industriosos, confiables, perseverantes y conscientes del deber, dio a la Iglesia más credibilidad.
Los miembros no estaban al tanto de las negociaciones y de los planes que se consideraban para construir un templo. El élder Monson y otras Autoridades Generales pidieron a los santos de Alemania Oriental que se prepararan para un templo. Ellos no cuestionaron la petición, más bien, organizaron clases de preparación, creyendo que un día tendrían el privilegio de recibir esas bendiciones.
Mientras tanto, los líderes de la Iglesia siguieron con los esfuerzos de proporcionar las bendiciones del templo de otros modos, tales como invitar a líderes eclesiásticos de Alemania Oriental a viajar a la conferencia general en Salt Lake City. Al principio, sólo a los líderes de la Misión Dresde se les permitía asistir a la conferencia. En 1979, el presidente Monson preguntó si se podría invitar a otros líderes de distrito y de rama a asistir a la conferencia general, a fin de que pudieran ser investidos y sellados en el templo. La respuesta fue: “Sólo si van en lugar de un miembro de la presidencia de la Misión Dresde”. No queriendo ceder ante el gobierno, el élder Monson sugirió que se siguiera pidiendo autorización para que otros miembros viajaran.
Tal como el presidente Kimball había aconsejado que se hiciera, la presidencia de la misión se esforzó por establecer mejores relaciones con los oficiales del gobierno. Gottfried Richter, segundo consejero de la presidencia de la misión, había asistido a una reunión de líderes de varias religiones en Dresde. Cuando les pidieron sugerencias en cuanto a “la mejor manera de celebrar el decimotercer aniversario de la fundación de su país”, el hermano Richter citó de Doctrina y Convenios que “Dios instituyó los gobiernos para el beneficio” del pueblo10. Los oficiales quedaron impresionados con el comentario. Cuando el gobierno de Berlín del Este negó una solicitud de permiso para que un presidente de rama local viajara a la conferencia general en Utah, se pidió a los oficiales de Dresde que intercedieran en su favor, tras lo cual se aprobó el viaje del presidente y de su esposa. El élder Monson reconoció que nuestro “Padre Celestial generó la oportunidad”11. Durante su visita a Salt Lake City en 1979, el matrimonio fue a más de veinte sesiones en el templo.
Con el tiempo, un paso a la vez, el Señor fue abriendo el camino. Las relaciones mejoraron, el respeto por la Iglesia creció y se concedieron permisos, aunque se corría el peligro de que, en cualquier momento y sin ninguna razón aparente, las aprobaciones se cancelaran. Durante los años siguientes, a muy pocos líderes de la Iglesia de detrás de la Cortina de Hierro se les permitió viajar a la conferencia general. También se autorizaba de vez en cuando la entrada al país de representantes de habla alemana de las mesas generales de la Escuela Dominical, los Hombres Jóvenes, las Mujeres Jóvenes, la Primaria y la Sociedad de Socorro con el fin de dar capacitaciones. Las Autoridades Generales hacían visitas cuando les resultaba posible, a fin de que los miembros se familiarizaran con sus rostros.
Durante los muchos años que supervisó Alemania Oriental, el élder Monson sintió que a pesar de que el número de santos de allí no llegaba a los cinco mil, los niveles de actividad superaban los de cualquier otra parte del mundo, y eso, a pesar de “la falta de capillas espaciosas con múltiples salones de clase y hermosos alrededores con verdes céspedes y coloridas flores. Las bibliotecas de centros de reuniones, así como las personales de los miembros, consisten sólo de los libros canónicos, un himnario y uno o dos libros adicionales. Estos no permanecen en los estantes de los libreros, sino que sus enseñanzas están grabadas en el corazón de los miembros y ellos las demuestran en su vida diaria. El servicio es un privilegio. Un presidente de rama de cuarenta y dos años de edad ha servido en su llamamiento veintiún años, la mitad de su vida. Jamás una queja, sólo gratitud”12.
No había ninguna duda de que esos santos eran dignos de un templo, pero de enorme trascendencia era el hecho de que la Iglesia hubiera recibido permiso para edificar un templo detrás de la Cortina de Hierro. El gobierno controlaba el uso de todas las tierras y su aprobación de construcciones privadas era por demás limitada. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, no se había oído que en Alemania Oriental se concediera autorización a una iglesia de construir un nuevo edificio. Cuando Henry Burkhardt informó a los oficiales del gobierno que el acceso al edificio después de su dedicación se limitaría a miembros dignos de la Iglesia, los oficiales accedieron a obedecer. Eso sorprendió a los santos alemanes, quienes estaban acostumbrados a la constante opresión del gobierno.
Se disponía de materiales de calidad y de diestros artesanos para trabajar en el edificio, aunque el proceso de construcción en la RDA era desconcertante e impredecible. Las solicitudes para construir muchas veces se negaban, y aquellas que no se rechazaban rotundamente, en realidad nunca se “aprobaban”. Eso significaba que el gobierno podía suspender cualquier proyecto en cualquier momento, basándose en el argumento de que “nunca lo habían aprobado”. Puesto que la solicitud de la Iglesia no se negó, los planes siguieron adelante. La ubicación y compra de la propiedad llevó tres años. Finalmente se eligió Frieberg debido a que estaba ubicada en el mismo centro de lo que el élder Monson llamaba el triángulo de miembros de la Iglesia de Laipzig, Karl-Marx-Stadt (otrora Chamnitz) y Dresde. Finalmente, en febrero de 1982, se obtuvo un predio—milagrosamente, en moneda de la RDA—para un templo y un centro de estaca, y al ir desarrollándose el proyecto, agregaron un hostal. En octubre de 1982, la Primera Presidencia hizo el anuncio público de que se construiría un templo en Freiberg, el primero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días en un país comunista.
Debido a sus dificultades financieras, en un principio no se pidió a los miembros de la RDA que contribuyeran con dinero para construir el templo, como se acostumbraba en esa época en otros países. Ya que sabían que lo común era esperar donaciones de los miembros, se preguntaban cuándo se requerirían sus contribuciones. “¿Nos consideran inferiores a otros mormones?”, preguntaban. “¿Piensan que no podemos donar para el templo?” Fue así que se dio inicio a un proyecto de donaciones para el templo y se pidió a los miembros que donaran lo que pudiesen, sin fijar cifras ni metas. Al mismo tiempo, en Alemania Occidental se dio comienzo a otro proyecto para recabar fondos para el anunciado Templo de Fráncfort, con la meta de recaudar 150.000 marcos germano occidentales en dos años. Eso equivalía a 50.000 marcos en moneda de la RDA. Cuando el élder Hans B. Ringger se reunió con el presidente Burkhardt tres meses después de que se iniciara la recaudación de fondos, se enteró de que los miembros de Alemania Oriental ya habían juntado 50.000 marcos germano orientales y planeaban contar con 150.000 en tres meses, tres veces más de lo que se esperaba. El élder Ringger pidió que se enviara una carta agradeciendo a los miembros de Alemania Oriental sus contribuciones, pero la carta los motivó a hacer aún más donaciones. Así lo hicieron durante dos años más, y al momento de la dedicación, habían recaudado 880.000 marcos germano orientales; mucho más de lo que se había pedido de las estacas del Oeste13.
En Alemania Oriental resultaba difícil comprar materiales de construcción. Emil Fetzer, arquitecto de la Iglesia, dijo sobre el proyecto: “En aquellos días, si uno quería una bolsa de cemento en Alemania Oriental, no iba a la barraca o al almacén más cercano. No había barracas ni bolsas de cemento; todos los materiales los debía adjudicar el gobierno local”14.
A medida que progresaban los planes para la construcción del templo, el élder Monson creó la primera estaca en la República Democrática Alemana el 29 de agosto de 1982, ocasión que describió como “un día de regocijo y gratitud”. Los límites formaron un triángulo entre Karl-Marx-Stadt, Dresde y Erfurt, recibiendo el nombre oficial de Estaca Freiberg, República Democrática Alemana de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Cerca de mil de los 1.800 miembros de la estaca asistieron a la histórica reunión. El liderazgo era “abundante”, así como la fe y la devoción de los miembros. Eran personas cuyo “espíritu de entrega y sacrificio, así como su deseo de servir al Señor” no tenían paralelo15. El hermano Wilfred Móller, profesor de inglés procedente de Dortmund, Alemania Occidental, sirvió como intérprete en la conferencia, tal como lo había hecho en muchas otras ocasiones.
En ese día memorable, el élder Monson se puso ante el púlpito mirando a la congregación de personas a quienes tanto amaba por su “infatigable servicio”. Les habló de los informes de fidelidad que por muchos años él había dado en cuanto a ellos a las Autoridades Generales. Les contó acerca de una ocasión en que estaba reunido con otros apóstoles y el élder Harold B. Lee dijo: “Tom, confío en que un día tendremos una estaca en ese país”. El élder Spencer W. Kimball se había hecho eco del mismo sentimiento. En aquel momento, el élder Monson no podía siquiera imaginar cómo se llegaría a lograr, pero confió en la expresión de fe de esos dos experimentados miembros del Quorum de los Doce. Al crear la estaca, con gozo y gratitud, el élder Monson declaró: “Ese día es hoy”16.
Por cierto que era un día que “jamás se olvidaría”, el día en que “una profecía se cumplía”. El élder Monson escribió más adelante: “En mi segunda visita a la Misión Dresde, al encontrarme ante el púlpito, dije a la gente que nunca había visto mayor fe y que ciertamente el Señor recompensaría esa fe otorgando toda bendición que otros miembros de la Iglesia recibieran. He visto cómo esa profecía se cumplió paso a paso y sé que vino del Señor”17.
Los que fueron llamados para dirigir la nueva estaca eran hombres cuyo servicio se contó no en años, sino en décadas. Frank Herbert Apel fue llamado para servir como presidente de la estaca. Era mecánico automotriz de cuarenta y dos años de edad que durante dieciocho años había servido en la presidencia del distrito y también como secretario ejecutivo de la Misión Dresde. Como consejeros se llamó a Heinz Koschnicke y a Reimund Dórlitz. Más adelante, el gobierno permitió al presidente y a la hermana Apel viajar a Salt Lake City en marzo de 1983. El élder Monson tuvo el privilegio de sellarlos en el Templo de Salt Lake en medio de lágrimas de gratitud18.
El élder Monson llamó a Rudi Lehmann como el nuevo patriarca de la estaca. El hermano Lehmann había sido uno de los presentes en aquella primera reunión con el élder Monson en Górlitz, quince años antes, y había servido como presidente del distrito durante dieciséis años. En un inglés humilde y entrecortado, el hermano Lehmann testificó: “Todo lo hice por el Señor”. Esas eran personas, observó el élder Monson, que habían “sido fortalecidas de manera especial mediante necesidades, pesares y pruebas”19.
“A veces, en ciertos lugares, sabemos de hombres que aspiran a ser presidentes de estaca u obispos y que tal vez hasta se postulen para tales cargos”, explicó una vez el élder Monson. En Alemania Oriental, “nadie aspira a recibir llamamientos. Uno puede preguntarle a un hombre: ‘¿A quién cree que se deba llamar como presidente de estaca?’, y él respondería: ‘Cualquiera de los hermanos podría ser un excelente presidente de estaca’. ‘¿Y usted sostendría a quienquiera que fuese llamado?’ ‘Totalmente’”20.
Ese fue también el comienzo del “proyecto de ropa” del élder Monson. Advirtió que Werner Adler, el miembro del sumo consejo de mayor antigüedad, un hombre de comparable estatura a la suya, tenía puesto un traje sumamente gastado. Lo que sucedió después es típico de Thomas S. Monson. Encontró un pequeño cuarto, se quitó el traje, se puso un par de pantalones y una camisa sport y le dio su traje al hermano Adler. Cuando el hermano Adler se probó la ropa, su euforia fue evidente: “Me queda todo perfecto”.
Más tarde, el hermano Adler escribió con gratitud: “El hermoso traje que me regaló en Dresde me queda perfecto y lo uso con mucha alegría. Pedimos a diario en oración a nuestro Padre Celestial por usted, nuestro amado hermano Monson”. Entonces prosiguió: “Es una gran bendición ver cómo las promesas que usted ha hecho para esta tierra se cumplen sistemáticamente. Usted dijo que el Señor despertará en el corazón de los hombres el deseo de conocer y la voluntad de escuchar el Evangelio. Hoy esas promesas se han cumplido y reconocemos la profunda obligación que tenemos de hacer todo cuanto podamos por magnificar nuestros llamamientos y de ser activos con todas nuestras fuerzas”21.
El élder Monson una vez regaló sus zapatos y volvió a casa en pantuflas; regaló también su calculadora. Mientras dirigía la palabra a una numerosa congregación de santos, se volvió al presidente Burkhardt, le pidió que se acercara y le entregó a ese gran líder alemán su propio juego de Escrituras marcadas, sabiendo que a los miembros de Alemania Oriental no se les permitía llevar a su país materiales de la Iglesia del Oeste. También regaló su abrigo de cachemir que lo había mantenido abrigado en Canadá. Francés se contagió de ese espíritu de dar y regaló mucha de su ropa a hermanas necesitadas. El élder Monson dejaba en sus visitas a la Misión Dresde maletas con trajes, camisas, corbatas, cinturones, zapatos y hasta calcetines.
Cuando invitaba a un hombre para una entrevista, era posible que ese hombre saliera vestido en ropa completamente diferente. Personas de otros lugares del mundo también se vieron beneficiadas con su generosidad. Nadie ha llevado la cuenta, pero su secretaria, Lynne Cannegieter calcula que él ha regalado diez trajes por año durante cuarenta años, así como otras incontables prendas de vestir.
El élder Monson acostumbraba llenarse los bolsillos con paquetes de goma de mascar—lo que no se podía conseguir en ninguna parte de la RDA—para regalar a los jovencitos por dondequiera que viajara en Alemania Oriental. Beatrice Bartsch había sido una de las beneficiadas. Años más tarde, en abril de 2004, ella se sentó directamente detrás del presidente Monson en una conferencia regional en Berlín. Llevaba en su bolsillo una barra de goma de mascar aún en el mismo envoltorio que “había guardado por todos esos años como recuerdo de haber estrechado la mano de un apóstol de Dios”. El le había regalado esa goma de mascar en una conferencia de distrito en Erfurt, Alemania Oriental, cuando ella tenía quince años y ni siquiera era miembro de la Iglesia. Su padre, un comunista, no le había permitido bautizarse hasta que cumpliera los dieciocho años. De todos modos, ella había asistido fielmente y se había bautizado dos semanas después de cumplir esa edad. Por más de treinta años había llevado consigo su “goma de mascar de un apóstol”22. Después de la sesión de la conferencia en Berlín, ella habló con el presidente Monson, le mostró la goma de mascar y le dijo cuánto había significado eso para ella a lo largo de los años.
El ministerio del élder Monson fue una asombrosa combinación de actos personales de servicio y guía en lo que llegaron a ser acontecimientos históricos. El sábado 23 de abril de 1983, los santos de Alemania Oriental, en compañía del élder Monson, el élder Robert D. Hales, Hans B. Ringger, Emil B. Fetzer, del Departamento de Construcción de la Iglesia, F. Enzio Busche y Amos Wright, director de asuntos temporales del área, fueron testigos de un “milagro supremo” al dar la palada inicial del Templo de Freiberg. Para el élder Monson, era una fecha muy especial en su vida, pues sintió que así daba por cumplidas la asignación y la promesa a favor de los santos de Alemania Oriental. Con su proverbial sentido del humor puso al élder Hales (en inglés suena fonéticamente como granizó) “encargado del estado del tiempo” para asegurarse de que brillara el sol en “esa gran ocasión”. Evidentemente, el élder Hales tuvo éxito, ya que el día resultó hermoso. Aun cuando no se hizo un anuncio público, se reunió en el lugar un “buen grupo” de miembros y oficiales gubernamentales23.
El élder Monson pronunció la oración dedicatoria del terreno, apartándolo para sus propósitos especiales de erigir en él una casa del Señor. Había invitado a todos los presentes a inclinar la cabeza. Heinz von Selchow, del Sistema Educativo de la Iglesia en Alemania, observó con ojos entrecerrados durante la oración para ver cómo respondían los visitantes del gobierno, quienes, aun cuando eran comunistas por persuasión política, todos menos uno inclinaron la cabeza24.
Cuando el élder Monson tomó la pala para dar vuelta la tierra, un funcionario del Departamento de Construcción de la Iglesia le dijo: “Tenga cuidado cuando se apoye. Cuando el hermano Packer dio la palada inicial en una ceremonia en otro país, la pala se rompió bajo el peso de su pie”. El élder Monson respondió con picardía: “Las palas de fabricación alemana no se rompen”25.
El élder Monson escribió sobre la experiencia: “Partí de la República Democrática Alemana con gozo en el corazón y en el alma, ahora que se ha aprobado la construcción de un templo del Señor y se ha dedicado el terreno”26.
Pocos días después, el domingo ls de mayo de 1983, el élder Monson dedicó una capilla recién terminada en Bonn, Alemania Occidental, del otro lado del muro. Consideró un gran privilegio dedicar el edificio en la capital de la nación, el cual estaba repleto de miembros e invitados especiales del gobierno.
Antes había ido a la iglesia en Wittenberg, en cuya puerta Martín Lutero había clavado su famosa proclamación en 1517. En su diario personal, en vez de escribir sobre el histórico acontecimiento, plasmó sus observaciones sobre una persona que conoció en el lugar. Se refirió a la guía como una dama “sumamente cortés. Ella no aceptaba ninguna contribución para sí, indicando simplemente que cualquier contribución iría para el mantenimiento de la iglesia”27. El élder Monson puso una ofrenda en una caja destinada para tales fines. Cabe destacar el hecho de que hizo un comentario de elogio hacia la guía que ella ni siquiera llegaría a leer. Ese es Thomas S. Monson. Para él, las personas menos notorias son tan dignas de reconocimiento como las más destacadas.
En junio de 1984, el élder Monson y el élder Robert D. Hales crearon la segunda estaca en Alemania Oriental, la Estaca Leipzig. Dedicaron toda la tarde del sábado para llevar a cabo entrevistas. Cuando entraron en la capilla de Leipzig, el élder Monson se “asombró de que todos los hermanos del sacerdocio que iban a ser entrevistados” estuvieran cantando. ¡Los alemanes cantaban en todo momento! “Es como si para ellos el paso del tiempo se hubiera detenido. Parecen no estar contaminados por las debilidades y la degeneración que vemos en otros países, incluyendo el nuestro (Estados Unidos)”. Se contaban, acotó, “entre los más puros poseedores del sacerdocio” que él conocía y eran en todo sentido iguales a los hermanos del sacerdocio que él había entrevistado antes de la creación de la Estaca Freiberg el año anterior28.
El domingo, el élder Monson se puso de pie ante la numerosa congregación y habló de cuando se había establecido la Misión Dresde en 1969. Dijo que había servido como precursora de la organización de esa estaca en Lipzieg ese día y de la Estaca Freiberg con anterioridad.
Los miembros de Alemania Oriental siempre fueron ejemplos de fiel devoción hacia la Iglesia y entre sí. En una ocasión, al ver un intervalo en su ocupado programa de trabajo en Alemania Oriental, el élder Monson sintió que debía asistir a la conferencia de distrito en Annaberg, en la Misión Dresde. El y el élder Ringger llegaron de improviso cuando la reunión iba a comenzar. Al ir por el pasillo de la capilla, advirtió cuán emocionados estaban los miembros con su repentino acto de presencia. Un hermano de ochenta y cuatro años de edad, Willi Schramm, quien había sido miembro durante sesenta años, comenzó a llorar. Por medio de un intérprete, compartió un sueño que había tenido la noche anterior en el que había visto al élder Monson asistir a la conferencia. Le dijo: “Hermano Monson, yo creo en sueños y en visiones”29.
El élder Monson recordó otra ocasión cuando una dulce hermana anciana se le acercó y le preguntó: “¿Es usted un apóstol?”.
“Cuando respondí que sí, ella tomó de su cartera una fotografía del Quorum de los Doce Apóstoles y me preguntó quién de ellos era yo.
“Miré la foto y vi que el miembro de menor antigüedad de ese Quorum de los Doce era el élder John A. Widtsoe. Esa hermana no había visto a un miembro de los Doce por largo tiempo”30.
Cuando el élder Monson se sentó en el podio provisorio para una reunión de la Iglesia, advirtió a un hermano en un asiento preferencial en la fila del frente, quien miraba alrededor de la sala. Lo vio ponerse de pie e ir hasta el fondo, donde estaba un hermano anciano. Entonces lo acompañó hasta el frente y lo ayudó a sentarse en su asiento y después fue hasta el fondo donde permaneció de pie durante toda la reunión. Cuando le llegó al élder Monson el turno de hablar, se refirió al ejemplo de aquel hermano: “Ese es el tipo de cortesía silenciosa pero significativa”, dijo, “que demuestra alguien que realmente ama a su hermano como a sí mismo”31.
Debido a sus responsabilidades en Europa, el élder Robert D. Hales solía acompañar al élder Monson en sus visitas a Alemania Oriental. En una de ellas, inspeccionaron el templo y el nuevo centro de estaca, ambos ubicados en la misma amplia propiedad. El arquitecto del gobierno los había instado a edificar el hostal en un terreno de una hectárea adyacente al predio del templo e incluso había hecho los arreglos necesarios con el gobierno para que la Iglesia comprara esa parcela. El élder Monson siguió maravillándose de cómo la mano del Señor guiaba la obra; la propiedad en la RDA nunca estaba a disposición de nadie ni estaba jamás para la venta.
La creciente notoriedad de la Iglesia, a medida que se construían nuevos edificios, produjo algo de envidia en la gente de otras iglesias, quienes formularon protestas al gobierno. Además, la nueva estructura de la estaca y sus nuevos líderes crearon confusión en las autoridades del gobierno que estaban acostumbradas a tratar sólo con Henry Burkhardt. El gobierno empezó a sentir inquietud por los compromisos que había hecho. En un día entero de reuniones en Alemania Oriental, el élder Monson y la presidencia del área, con la ayuda de los asesores legales de la Iglesia en la RDA y en Fráncfort, prepararon un documento de “declaración de propósito” para los oficiales del gobierno, el cual contribuiría a resolver las preocupaciones cada vez mayores que el gobierno tenía y que, al mismo tiempo, le permitiría asegurar a otras congregaciones que el número de miembros de la Iglesia no había aumentado y que ésta proporcionaba los recursos financieros para mejorar sus edificios32.
Al regresar de Europa el 17 de septiembre de 1984, el élder Monson sintió que debía reunirse de inmediato con el presidente Gordon B. Hinckley, que en aquel entonces era uno de los consejeros de la Primera Presidencia, para repasar el mencionado documento. Pese a la fatiga tras largas horas de vuelo, fue directamente a reunirse con el presidente Hinckley, quien hizo un solo cambio en una palabra y aprobó el documento para que se enviara a las autoridades de la RDA. La declaración apaciguó las tensiones y la construcción prosiguió.
Cuatro meses más tarde, el 23 de enero de 1985, el élder Monson, en compañía del élder Joseph B. Wirthlin, en aquel entonces supervisor del área de Europa, y el hermano Hans B. Ringger, se reunieron con el ministro Gysi, un respetado funcionario de Alemania Oriental que “sabía bastante sobre la Iglesia, y hablaba perfecto inglés”. El ministro Gysi elogió a los oficiales de la Iglesia por la declaración de propósito y preguntó: “¿Cómo es que su iglesia es suficientemente rica para construir edificios en nuestro país?”33.
El élder Monson le explicó que la Iglesia no era adinerada, sino que se ceñía al antiguo principio bíblico del diezmo, recalcado en las Escrituras modernas, lo cual hacía posible la construcción de edificios, incluyendo el templo en ese país. Al explicar el diezmo a los líderes del gobierno, les dijo: “Creemos en un clero laico que no recibe salario. La gente presta servicio por amor a su Padre Celestial y a su prójimo. Los miembros de la Iglesia viven libremente la ley del diezmo, la cual proviene del Antiguo Testamento y pide que un diez por ciento de nuestros ingresos se devuelvan a Dios. Así que, en realidad, este edificio lo ofrendaron los miembros de la Iglesia de todo el mundo: una familia pobre, otra adinerada y así sucesivamente, en todas partes del mundo. Es el diezmo de los miembros de la Iglesia lo que hace posible que se construyan estos edificios”34.
Al terminar la reunión, el ministro Gysi ofreció su ayuda con la inminente dedicación del templo. Esa fue tan sólo otra indicación de los grandes cambios que el élder Monson había presenciado en los años en que había viajado a la Alemania comunista. El gobierno había desarrollado confianza en los miembros de la Iglesia y en sus líderes, sabiendo que guardarían su palabra.
La asistencia al programa de puertas abiertas del Templo de Freiberg, en junio de 1985, superó las expectativas. Cerca de 90.000 personas visitaron el templo en dieciséis días. La cifra era sorprendente, teniendo en cuenta que la población total de la ciudad de Freiberg era de sólo 40.000. En su mayoría, los visitantes no eran miembros de la Iglesia y, aun así, muchos manejaron cientos de kilómetros para llegar hasta allí y algunos hasta dormían en sus automóviles. Hubo quienes hicieron cola hasta cinco horas, aun bajo la lluvia, para entrar. Eran personas que acostumbraban hacer cola para todo. A medida que llegaba más y más gente, se extendieron los horarios de visita del público, de 8:00 a 22:30, pero un día, la cantidad de gente que aún aguardaba para entrar hizo que las puertas permanecieran abiertas hasta la 1:30 de la madrugada. Cuando se le preguntó: “¿Por qué hace cola para visitar un templo mormón?”, una mujer respondió sin vacilar: “Porque quiero. No me importa hacer cola cuando es mi decisión”.
El recuerdo del élder Monson se remontó a aquella oración dedicatoria a favor de la República Democrática Alemana en 1975 cuando le había pedido a nuestro Padre Celestial que despertara en los ciudadanos de esa nación curiosidad con respecto a la Iglesia y el deseo de aprender más sobre sus enseñanzas35. Los resultados del programa de puertas abiertas dieron cumplimiento a esas súplicas.
Antes de la dedicación, el 28 de junio de 1985, el presidente Gordon B. Hinckley y el élder Monson auspiciaron un evento especial para oficiales gubernamentales de Berlín y Dresde. Apartándose de la tradición, efectuaron la reunión en el templo aún por dedicarse, con una congregación adicional en el centro de estaca de Freiberg, ubicado en la propiedad. La ceremonia de colocación de la piedra angular tuvo lugar después de esa reunión, permitiendo a los dignatarios presenciar el poco común y significativo servicio. Después se sirvió un almuerzo para honrar a los invitados.
Les dio la bienvenida el élder Monson, conocido para muchos de los oficiales debido a su “expediente”, aun cuando no habían sido presentados. Se sentía a gusto con esas personas y les dijo: “Estoy seguro de que las cosas que nos unen son más grandes que cualquier idea que nos separe. Compartimos totalmente el énfasis que ponen en la familia; creemos en honrar a la patria en la que vivimos y en cumplir estrictamente con las reglas de ese país, porque de ese modo demostramos nuestra lealtad. De la misma manera, creemos en honrar las leyes de Dios, demostrando así nuestra lealtad hacia nuestro Padre Celestial”. Entonces agregó: “Pienso que el gobierno de esta nación no encontrará ciudadanos más leales ni que den más apoyo que entre los miembros de nuestra Iglesia. Expreso a nuestro Padre Celestial mi agradecimiento y espero ansioso la oportunidad de futuras reuniones y futuras dedicaciones de edificios”36. En una de las ceremonias se obsequió al alcalde de Freiberg una estatuilla de bronce de una mujer pionera con su hija.
El Dr. Dieter Hantzsche de la “Academia de Construcción” del gobierno de Dresde, quien había colaborado con asuntos relacionados con la edificación del templo, respondió: “Esto que ha acontecido aquí hoy muestra que en nuestro país hay un principio muy firme que se podría definir como tolerancia y amplitud de criterio hacia todas las creencias religiosas. Considero que ustedes ven que les hemos dado nuestro pleno apoyo en cuanto a aprobaciones, permisos y la ejecución de los edificios terminados”37.
El presidente Gordon B. Hinckley recordó al grupo lo que había declarado el élder Monson en la ceremonia de la palada inicial del templo en abril de 1983, de que la paz es un don invalorable por el que bien vale la pena hacer grandes esfuerzos. “Esas palabras y, añadiría, ese consejo, resultan ahora más importantes que nunca, teniendo en cuenta la cada vez más difícil situación mundial”, dijo38.
Los oficiales de la Iglesia que habían ido para la dedicación se estaban quedando en Dresde y viajaban por tren hasta Freiberg, lo cual les llevaba más o menos una hora. Pese a la evidencia de la buena relación que tenían con el gobierno en la reunión especial, cuando llegó el momento de que los líderes de la Iglesia que estaban de visita viajaran a sus lugares de alojamiento, el gobierno les proporcionó un guía “supuestamente para responder preguntas aunque, más particularmente”, dedujo el élder Monson basado en la experiencia, “para observar de cerca” sus actividades39.
En la mañana del 29 de junio de 1985, el presidente Hinckley, con el élder Monson a su lado, presidió las sesiones dedicatorias del Templo de Freiberg. La trascendencia de ese día no tenía paralelo en la vida de la gente de Alemania Oriental. El Templo de Freiberg era, para los miembros, una manifestación física del poder de Dios y de lo pendiente que estaba El de ellos y de su largo y difícil éxodo a través del tiempo. También era un punto culminante en la vida de Thomas S. Monson. Habían transcurrido ya diecisiete años desde que hiciera su promesa a la gente de Górlitz, y diez desde que había dedicado esa tierra, cerca de Dresde.
En cuanto a la experiencia, escribió: “Tener la oportunidad de ser el primer orador en la primera sesión dedicatoria del Templo de Freiberg no era sólo un gran honor para mí, sino el cumplimiento de un profundo y largamente esperado deseo de los maravillosos santos de la RDA de tener la bendición de un templo. Me era difícil controlar la emoción mientras hablaba, ya que me pasaban por la mente ejemplos de la fe y la devoción de los santos en esa parte del mundo. Con frecuencia la gente pregunta: ‘¿Cómo fue posible que la Iglesia obtuviera permiso para construir un templo detrás de la Cortina de Hierro?’. Yo sencillamente creo que la fe y la devoción de los Santos de los Ultimos Días de esa nación facilitó la ayuda de Dios Todopoderoso y les proporcionó las bendiciones eternas que tan abundantemente merecían”40.
La dedicación continuó al día siguiente, con múltiples servicios para dar cabida a todos cuantos asistieron. La Sociedad de Socorro proporcionó refrigerios entre las sesiones. “La mesa estaba arreglada tal como un artista pintaría una escena sobre un lienzo. Los alimentos estaban artísticamente ubicados en diseños geométricos, aun los vasos”, observó el élder Monson. “Nunca había visto en mi vida una atención tan meticulosa y detallada para lo que muchos podrían considerar una asignación mundana”41.
Henry Burkhardt fue llamado como el primer presidente del Templo de Freiberg, con su esposa, Inge, como directora de las obreras. Amado por la gente, Henry había sido el pastor del rebaño por muchos años, y tanto él como su esposa eran “verdaderamente personas nobles y totalmente dedicadas a la obra del Señor”42. Durante una conferencia regional años después, el presidente Monson pidió que levantaran la mano todos aquellos que alguna vez en su vida hubieran recibido una bendición o un llamamiento o hubieran sido apartados o aconsejados por el presidente Burkhardt. Una mayoría considerable de los presentes levantó la mano43.
El Templo de Freiberg de inmediato empezó a estar ocupado. La gente había esperado largo tiempo y había estado activamente ocupada en preservar registros genealógicos y buscar los nombres de sus antepasados. Un obispo le comentó al élder Monson: “Me está resultando difícil hacer la orientación familiar entre los miembros del barrio porque siempre están en el templo”. El élder Monson pensó: “¿En qué otro mejor lugar podrían estar?”44.
Consideró realmente un milagro el que los miembros de la Iglesia de la RDA pudieran ahora disfrutar esas bendiciones, incluyendo el programa completo de la Iglesia, bendiciones patriarcales y un hermoso templo dedicado y en pleno uso en medio de ellos. Todo miembro de la Iglesia de esa nación era ahora miembro de una estaca, pero ni imaginaban la magnitud de lo que estaba por venir como resultado de tener un templo detrás de la Cortina de Hierro.
Edith Krause, la esposa del patriarca Walter Krause, quien transcribió a máquina sus más de 1.000 bendiciones, dijo después de la dedicación del templo: “Tratamos de hacer lo que el Señor quería que hiciéramos, y eso nos acercó a un templo. Walter siempre dijo que el Señor tiene el poder y que nosotros nunca debemos dudar. Recibiremos muchas bendiciones porque profetas, apóstoles y otras autoridades han venido a nuestro país y nos han dejado sus oraciones y sus bendiciones. Y pudimos sentirlas. Cualquiera que se encuentre en nuestra situación, podrá sentirlas. Estas no son sólo palabras, es una bendición, y uno se siente más fuerte, más agradecido y más humilde ante el Señor, a quien tanto amamos, al saber que la distancia entre nosotros y El es la misma que entre América y El, y uno puede acortarla si cree. Eso es lo que aprendimos en el templo. ¡Qué gran oportunidad! Cuando el templo estuvo terminado, todos dijimos que teníamos que ser dignos y que teníamos que vivir mejor para que el templo permaneciera en este país. Confiamos en que así sea”45.
En su diario personal, el élder Monson escribió: “La noche que regresábamos a Dresde, tras la dedicación del templo, reparé en el hecho de que habían transcurrido diecisiete años desde mi primera visita a Alemania como miembro del Consejo de los Doce. En aquella ocasión fui la primera Autoridad General en entrar a la RDA para visitar a los miembros tras levantarse el Muro de Berlín y agudizarse las medidas de seguridad de parte del gobierno. Algunos de los acontecimientos más destacables habían sido la oración dedicatoria que yo ofrecí; la organización de la Misión Dresde y el establecimiento de distritos en preparación para la formación de futuras estacas; la creación de la Estaca Freiberg y, más adelante, la Estaca Leipzig; los servicios de la palada inicial para el Templo de Freiberg, Alemania, y la oración dedicatoria que tuve el privilegio de ofrecer en aquella ocasión; y ahora la culminación y la dedicación de la casa del Señor. Todo el honor y la gloria pertenecen a nuestro Padre Celestial, porque es sólo mediante Su divina intervención que estas cosas han sucedido. Yo sólo siento más satisfacción de lo que las palabras pueden expresar por haber contribuido a lo que considero uno de los capítulos más llenos de fe en la historia de la Iglesia”46.
























