Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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CAE EL MURO

Observé el milagro que sucedió cuando Erich Honecker dijo: “Presidente Monson, confiamos en usted”. Todos esos años habían estado siguiéndole. Los comunistas llevan muy buenos registros de personas que entran y salen. Habían examinado sus sermones, y Erich Honecker dijo: “Confiamos en usted. Por lo tanto, se le conceden sus pedidos”.

Élder Russell M. Nelson Quorum de los Doce Apóstoles


Qué influencia tuvo el templo de Freiberg en la caída del Muro de Berlín? Al contemplar la serie de eventos de esa segregada nación, podemos apreciar que es un país apartado del mundo por muchos kilómetros de cemento, alambre de púa, minas terrestres, y torres de guardia y, sin embargo, es bendecido por milagros que sólo pueden atribuirse al Señor y Su evangelio. Se crean estacas; se llaman patriarcas; se termina un templo sagrado y miles de personas forman filas para recorrerlo. Hay misioneros que entran y salen, una práctica desconocida en esa región de puertas cerradas. Para demostrar su devoción a su Padre Celestial, los miembros de la Iglesia viven y manifiestan las enseñanzas de Jesucristo, muchas veces ante grandes peligros. Y entonces el muro—y juntamente el gobierno—se derrumba.

No importa qué papel hayan desempeñado los políticos y los presidentes, la reflexión a fines de esta dispensación bien podría indicar que fue la diligencia y la fe de los santos alemanes, además de la inspiración de profetas modernos y las oraciones de los fieles en todas las naciones, lo que fue carcomiendo ese muro.

El presidente Dieter F. Uchtdorf fue testigo ocular de ello. “Recuerdo la primera vez que tuve en mis manos la oración dedicatoria de ese país. Eso fue mucho antes de que cayera el muro y leí todo lo que el élder Monson prometió en el nombre del Señor y pensé, ¿cómo podrá suceder eso? A través de los años, guardé la oración en mi pequeña carpeta donde conservaba papeles importantes y marcaba lo que iba pasando. Era asombroso cómo sucedían esas cosas. El influyó de tal manera en nuestro país que la unificación se produjo mucho más rápido de lo que esperábamos. Yo sabía que un día Alemania se volvería a unir; lo sabía en mi corazón y en mi alma. No obstante, pensaba que ocurriría, si mis hijos fueran afortunados, durante sus días, pero más probablemente en la época de mis nietos o biznietos. Un largo tiempo; pero sucedió de la noche a la mañana, en gran parte gracias a tantas cosas que el presidente Monson hizo después de pronunciar la bendición”1.

Alemania es verdaderamente una historia de milagros modernos, tan dramáticos como el derrumbe de un gobierno opresivo, tan simple como cuando una persona se esfuerza por levantar a otra.

El desafío de los santos de Alemania Oriental fue tan monumental como el de una gente pobre que trata de ubicar un templo en la abrupta frontera de América en los primeros días de la Iglesia. Y en ambos casos, el Señor abrió el camino para que fluyeran las bendiciones del sacerdocio y del templo. El élder Monson le proporcionó fe, ánimo y perseverancia a la tarea. Se sentó con hombres de los más altos cargos políticos de un país sin religión y, como Apóstol del Señor, habló de cosas sagradas y venerables. Y ellos escucharon. Nunca tuvo que ver con visados y permisos, aunque eran herramientas necesarias. Lo que siempre importaba era el principio. El obedecía al Señor, formulaba las debidas preguntas y respondía a la inspiración. Año tras año demostraba su fe y daba esperanza a los fieles que allí vivían.

Lo maravilloso es que los santos edificaron un templo y Dios hizo caer el muro: el Muro de Berlín.

Durante años, los santos alemanes que viajaban a Salt Lake City iban a visitar al élder Monson en su oficina, ubicada en 47 East South Temple. Para ellos eran visitas al estanque de Betesda, y el élder Monson estaba listo para ayudarlos a entrar en las aguas curativas, o a hacer lo que pudiera para aligerar sus cargas. Henry Burkhardt, el presidente de la Misión Dresde durante 15 años, y el primer presidente del templo en Freiberg, fue uno de ellos. En una visita en 1992, un tanto desalentado después de haber cumplido su asignación en el Templo de Freiberg, el hermano Burkhardt recurrió al presidente Monson y le preguntó: “¿Qué hago ahora?”.

El presidente Monson, siempre maestro, percibió una oportunidad para encaminar a Henry, quien durante muchos años había ocupado pesadas responsabilidades administrativas, al gozo de prestar servicio. “Quizás ésta sea una de las más singulares asignaciones que usted haya recibido”, le dijo. “Quiero pedirle que converse con el hermano Walter Stover. El tiene noventa y tantos años y su salud no es muy buena. No creo que esté con nosotros mucho tiempo. Quiero que vaya y se siente junto a su cama y le pida que le cuente acerca de su vida. El va a disfrutar tal oportunidad y usted atesorará el recuerdo de su visita”.

El presidente Monson sabía lo que estaba diciendo. Al iniciar su asignación en Europa, había ido a visitar a Walter Stover, el primer presidente de misión asignado a la Alemania Oriental después de la guerra. El aprendió mucho de ese converso alemán que tiempo más tarde se había mudado a Utah y establecido un próspero negocio. El presidente Monson, que tanto admiraba al hermano Stover, dijo: “Si alguna vez hubo un hombre que ejemplificó las Escrituras—‘de toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo’—ese hombre era Walter Stover”. Con su propio dinero, el hermano Stover “construyó dos capillas en Berlín, una hermosa ciudad que había sido asolada por el conflicto bélico. El planeó una reunión en Dresde para todos los miembros de la Iglesia de esa nación y luego alquiló un tren para traerlos de todas partes del país a fin de que pudieran reunirse, participar de la Santa Cena y dar testimonio de la bondad de Dios”. Aconsejó a los jóvenes que deseaban escaparse a la

Alemania Occidental “que fuesen pacientes y fieles a los mandamientos del Señor hasta que El, en Su debido tiempo, les abriera las puertas para que recibieran todos los privilegios”2. El fue a la Misión de los Países Bajos en busca de alimentos y provisiones para los alemanes derrotados, quienes se morían de hambre.

El hermano Burkhardt advirtió que tenía que hablarle en alemán al hermano Stover, el único idioma que conocía. “El hermano Stover disfrutará de conversar con usted en alemán”, respondió el élder Monson. Henry fue y su informe indicó exactamente lo que el presidente Monson esperaba: “Al salir de allí, me sentí mejor y más resuelto que nunca a servir a nuestro Padre Celestial”3.

En 1985, cuando fue llamado a ser consejero del presidente Ezra Taft Benson, el élder Monson pasó la batuta de mando para supervisar los países de la Europa Oriental, incluso la República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Yugoslavia y Polonia al élder Russell M. Nelson, quien se encargaría de Europa junto con el élder Joseph B. Wirthlin. Mientras tanto, el presidente Monson mantuvo su mano guiadora en la obra de la Iglesia detrás de la Cortina de Hierro.

El presidente Monson tuvo el privilegio de regresar a Leipzig, Alemania Oriental, para dedicar el hermoso centro de estaca que se había edificado allí. Pronunció un “discurso de despedida” el 24 de agosto de 1986 en una sala alquilada que ocuparon “todos nuestros miembros de la República Democrática Alemana”. En lo que resultó ser una “ocasión particularmente conmovedora”, describió sus años de servicio y rindió homenaje a aquellos que, como Henry Burkhardt y sus consejeros, habían servido fielmente por tanto tiempo. En determinado momento, los niños de la Primaria pasaron al frente para integrar el coro y entonar las canciones de la Primaria “Llamados a servir” y “Soy un hijo de Dios”. El presidente Monson observó que algunos de los siempre presentes oficiales del gobierno “tenían lágrimas en los ojos al ver esa evidencia de amor”4.

Además de los centros de reuniones de Leipzig, Freiberg y Annaberg, el Comité de Apropiaciones de la Iglesia aprobó en febrero de 1987 la construcción de una nueva capilla para Berlín Este y en abril aprobaron una para Dresde. Con el consentimiento sin precedentes del gobierno que habían negociado pocos años antes para edificar diez capillas en la República Democrática Alemana, el presidente Monson sintió que debía asegurarse de que se construyeran los edificios, confiando en que los miembros pondrían “todo esfuerzo en la obra misional” para que la base de miembros “se reponga con conversos así como con recién nacidos”5.

Durante casi veinte años, el élder Monson había estado visitando a los santos detrás de la Cortina de Hierro. En cada visita, oficiales del gobierno inspeccionaban sus labores y llegaron a familiarizarse con los Santos de los Ultimos Días. Habían permitido la construcción de capillas y de un templo. En octubre de 1988, el élder Monson encaraba el segundo y gran obstáculo: pedir que misioneros de otros países fueran admitidos y que a los Santos de los Últimos Días de la República Democrática Alemana se les permitiera también servir en otros países.

El 24 de octubre de 1988, el Ministro de Asuntos Religiosos, Kurt Lóffler, invitó a un almuerzo en Berlín al presidente Monson, al élder Russell M. Nelson y a su esposa, y a otras personas, entre ellas Günter Behncke, ayudante de Herr Lóffler, y Herr Zeitl, del Ministerio de Intercambio Extranjero. Un miembro de la Iglesia, el hermano Wilfred Móller, sirvió una vez más como intérprete del presidente Monson. El presidente Monson notó que las únicas bebidas en la mesa eran jugo de naranja y agua, obviamente una señal de respeto hacia los líderes de la Iglesia. En determinado momento, Kurt Lóffler llevó al presidente Monson a la ventana y extendiendo el brazo de izquierda a derecha, dijo: «Después de la Segunda Guerra Mundial, en toda esta zona había sólo siete edificios”. Se mostraba complacido por la reedificación que había tenido lugar en la ciudad6.

Al día siguiente, un número de dignatarios del gobierno, entre ellos Herr Lóffler, viajaron en autobús hasta Dresde para visitar el centro de la estaca y asistir a una reunión especial. Llevaron hermosos ramilletes de flores, y a medida que cada uno de los líderes de la Iglesia terminaba su discurso, ellos le entregaban uno de los ramilletes como señal de cooperación y aprecio por las creencias mutuas.

Los servicios dedicatorios se llevaron a cabo por la tarde en el centro de la estaca de Dresde, y al día siguiente en la capilla de Zwickau, donde nuevamente estuvieron presentes empleados y líderes del gobierno. Uno de los oradores fue el miembro de mayor edad de la Iglesia en ese lugar, bautizado en 1924. Más de 6.000 personas visitaron el edificio antes de la dedicación de la capilla de Zwickau. En Dresde, 29.740 personas asistieron a la recepción para el público7.

Al finalizar los servicios dedicatorios en Zwickau, un hermano se acercó al presidente Monson y le pidió que le diera saludos al presidente Ezra Taft Benson y dijo: “El me salvó la vida. Después de la guerra, me dio alimentos y ropa; me dio esperanzas. ¡Dios lo bendiga!”8. Esos pensamientos le fueron extendidos al presidente Benson.

Al día siguiente, en Postdam, el grupo, por invitación de Herr Wünsche, el consejero legal de la Iglesia en Alemania, visitó la ciudad y sus parajes importantes donde las fuerzas aliadas habían dividido Alemania al final de la guerra. Herr Wünsche los invitó a almorzar en el hermoso Hotel Cecilienhof. Mirando por la ventana del comedor, el presidente Monson notó “que obreros vestidos en ropa de trabajo—con largos y amplios delantales—cargaban hojas en un carretón tirado por un hermoso caballo”. Esa escena de tan antigua costumbre simbolizó para él “esas tradiciones de las que a los europeos no les gusta separarse”9.

Esa noche él tuvo una experiencia durante una espléndida cena en el mejor hotel de Berlín Oriental con Herr Behncke, el ayudante de Herr Lóffler, quien le confesó:

“Lo conozco y confío en usted. Usted y yo podemos hablar como amigos”. Entonces agregó: “Creo en algunos de los mismos principios en que usted cree”, y habló acerca de su esposa y de sus felices años de matrimonio. Concluyó diciendo: “Si me fuera a afiliar a una iglesia, sería a la suya”10. Qué admisión la de un hombre que, como otros oficiales del gobierno, había autorizado “vigilar” al élder Monson cuando entraba y salía del país durante muchos años.

Esos líderes del gobierno no estaban acostumbrados a que las religiones respetaran sus reglas. Esa singularidad fue, como el élder Russell M. Nelson tiempo después la llamaría, “conciliatoria”11.

El viernes 28 de octubre de 1988 fue un día muy significativo en la historia de la Iglesia en Alemania Oriental. Al presidente Monson, al élder Nelson y a otros líderes de la Iglesia se les invitó oficialmente a visitar las salas de gobierno de la República Democrática Alemana. Fue una reunión para la cual los representantes de la Iglesia estaban bien preparados.

Se sentaron ante una enorme mesa redonda con uno de los líderes más temidos del mundo comunista, Erich Honecker, secretario general de toda la República Democrática Alemana, administrador del estado desde 196012. Además del presidente Monson y del élder Nelson, la delegación de la Iglesia incluía al élder Hans B. Ringger, al presidente Henry Burkhardt, al presidente de estaca Frank Apel, a Manfred Schütze, y al intérprete Wilfred Móller. Herr Honecker tenía a sus diputados consigo, incluyendo a Kurt Lóffler. Nuevamente demostraron su respeto a los miembros de la Iglesia al servirles sólo jugo de naranja y agua para beber.

El presidente Monson entregó a Herr Honecker una estatua titulada “Primeros Pasos”, que representa a una madre que se inclina y ayuda a su hijo que camina hacia su padre. Herr Honeker pareció particularmente complacido con ese regalo y recalcó que su gente también defendía la fortaleza de la familia. Al darles la bienvenida, Herr Honecker explicó que durante muchos años había observado al élder Monson y las actividades de la Iglesia, y que había visto que la Iglesia enseñaba a sus miembros a obedecer y sostener la ley de la nación, que destacaba a la familia, y que los miembros de la Iglesia eran ciudadanos ideales. Después cedió el tiempo al élder Monson para que presentara los temas previamente sometidos. (La previa sumisión de toda solicitud a los líderes del gobierno era habitual para que no les cayeran de sorpresa.)

En una declaración durante esa asamblea, el presidente Monson dijo: “Los miembros en muchos países están observando esta reunión con gran gozo y esperanza, en particular todos los que son de ascendencia alemana”. Entonces continuó: “Vivimos en un período en el que es imperativo que hombres y mujeres vivan juntos en paz y procuren proteger sus entornos. Nuestra Iglesia ha aprendido que aquí, en el país de ustedes, tenemos en común puntos de vista en muchos objetivos básicos, lo cual ha resultado en una cooperación edificante. Esta es otra razón por la que este acontecimiento se está observando con gran interés en el mundo”. Agradeciendo a Herr Honecker la cooperación y la confianza entre la Iglesia en ese país y los oficiales cívicos en cada nivel, continuó diciendo: “Por experiencia, sabemos que esto no se debe tomar a la ligera, sino que más bien es el resultado de una calibrada norma legal religiosa, así como también los esfuerzos del liderazgo de la Iglesia, que hace todo lo posible por destacar los puntos en común y edificar sobre ellos.

“Como iglesia, no somos políticamente activos, y nos abstenemos de cualquier intento de influencia política. No obstante, alentamos a nuestros miembros a que hagan todo lo posible por ayudar en el desarrollo del gobierno bajo el cual viven y que fomenten una existencia unificada y mutualmente benéfica con sus asociados, tanto hombres como mujeres”13.

En respuesta, Kurt Lóffler describió la emotiva reunión como una “de total acuerdo en la ideología básica de la vida”:

“Nosotros y su iglesia dependemos de importantes ideales humanos. Éstos incluyen la protección de la vida … la certeza de la paz . . . obras buenas y honestas … el fortalecimiento de la patria … la libertad de la familia … la crianza de los hijos. Todo esto será importante para la sociedad en el futuro”.

Evidentemente, los líderes del gobierno sabían que los santos habían vivido honradamente, y estaban agradecidos por ello.

El presidente Monson explicó que la Iglesia se había establecido en la República Democrática Alemana muchos años antes de la Segunda Guerra Mundial. Afirmó que Alemania había sido una de las “áreas más productivas” para la obra misional en todo el mundo, pero que ahora esa base apenas se mantenía constante. Con gratitud reconoció que el gobierno autorizara la construcción del Templo de Freiberg y de capillas, y entonces describió los programas de casa abierta que se efectuaban en tales edificios, indicando que grupos numerosos de personas habían permanecido en fila durante largo tiempo para ver los edificios y preguntar acerca de la Iglesia. (Tiempo después, el presidente Monson se enteró de que si el gobierno hubiera esperado tan entusiasta acogida por parte del público, nunca habría permitido que la Iglesia continuara su programa de construcción.)

El entonces pidió permiso para reiniciar la obra de misioneros proselitistas de tiempo completo en la República Democrática Alemana. Explicó también que esos misioneros provendrían de otras naciones. La experiencia había demostrado que cuando regresaban a sus hogares, solían favorecer los ideales de las personas con quienes habían trabajado durante dos años. Para ilustrar su punto de vista, relató el caso del embajador argentino que, mientras visitaba la Universidad Brigham Young, se reunió con 200 misioneros que habían servido en Argentina y que él reconoció que sentían un gran amor por su país y sus habitantes.

Con determinación, el presidente Monson pidió permiso para que hombres y mujeres jóvenes de la República Democrática Alemana recibieran llamamientos para servir en otros lugares del mundo, explicando que eso sería un beneficio positivo, tanto para la gente con quienes trabajaban como para los mismos misioneros15. El permiso se le pedía a un gobierno que aún restringía el desplazamiento de sus ciudadanos a países no comunistas.

El asunto de los misioneros se resolvió con rapidez, y Herr Honecker concedió el permiso, tanto para que misioneros de otras naciones entraran en la República Democrática Alemana, como para que misioneros de la República Democrática Alemana sirvieran fuera del país.

Durante los treinta minutos subsiguientes, Herr Honecker describió los breves cuarenta años de historia de la República Democrática Alemana y el extraordinario progreso en la reconstrucción después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Accedió a la petición de que los jóvenes de la Iglesia se reunieran en conferencias empleando, si fuera necesario, edificios del gobierno, indicando que confiaba en ellos y los admiraba.

El élder Monson se refirió a la reunión con Erich Honecker como “uno de los días históricos de su ministerio hacia los santos detrás de la Cortina de Hierro, y uno que recordaría siempre”. Atesora el comentario del Sr. Honecker cuando se sentaron en la sesión: “Lo conocemos por sus numerosas visitas, y confiamos en usted”16.

El 30 de marzo de 1989, ocho élderes con experiencia de las cinco misiones de habla alemana que había en Europa, cruzaron la frontera y entraron en Alemania Oriental; eran los primeros misioneros de tiempo completo que, en los últimos 50 años, provenían del extranjero. En una carta, un misionero describió el cruce en la frontera a su familia: “El corazón nos latía de emoción cuando los guardias sellaron nuestros pasaportes. El Señor estuvo con nosotros; el corazón de los guardias se ablandó y no nos abrieron ni inspeccionaron una sola maleta”17.

Wolfgang Paul, el presidente de la nueva Misión Alemania Dresde, asignó a los nuevos misioneros a Berlín Oriental, Dresde, Leipzig y Zwickau18. Con el tiempo, se agregaron más misioneros y el éxito que obtuvieron fue inmediato. En los dieciocho meses subsiguientes, se bautizaron más de 1.100 conversos a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Uno de los misioneros escribió a sus padres: “Este lugar es un edén proselitista. Cuatro de cada cinco personas nos invitan a entrar y quieren concertar una cita”19.

El élder William Powley, uno de los primeros misioneros en ese país, escribió a su familia: “Lo que Thomas S. Monson profetizó en este país en 1975, en verdad se está cumpliendo”20.

Sólo dos meses más tarde, el 28 de marzo de 1989, diez misioneros de la República Democrática Alemana llegaron al Centro de Capacitación Misional en Provo, Utah, siendo los primeros de su país que sirvieron en el extranjero. Entre ellos estaba Tobias Burkhardt, hijo de Henry. Tobias era el joven diácono que había cuidado la tumba del misionero Joseph A. Ott21. Su llamamiento fue a la Misión Salt Lake City. La Primera Presidencia, integrada por los presidentes Ezra Taft Benson, Gordon B. Hinckley y Thomas S. Monson, se reunió personalmente con los diez misioneros de Alemania Oriental, les declararon sus testimonios e invocaron “las bendiciones del Padre Celestial sobre ellos en sus asignaciones misionales”22. El gobierno no había estipulado dónde podían servir los misioneros y le indicaron al presidente Monson que podían enviarlos a dondequiera que desearan. Los asignaron a Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Argentina y Chile23.

Cuando los diez misioneros salieron de su país, Lóffler, el Secretario de Estado para Asuntos Religiosos, auspició un almuerzo en su honor. Esos jóvenes encajaban en la definición de la palabra pionero que solía citar el presidente Monson: “Uno que va adelante, mostrando a los demás la manera de seguir”.

Ese verano de 1989, el gobierno permitió por primera vez que los jóvenes Santos de los Ultimos Días de Alemania Oriental asistieran a una conferencia de jóvenes en Alemania Occidental. Desde el 27 de julio hasta el 4 de agosto, se reunieron los jóvenes de ambas Alemanias; a nadie más se le había permitido llevar grupos de jóvenes y cruzar la frontera para reunirse con sus hermanos y hermanas de la zona libre del Oeste.

A principios de noviembre de ese año, 1989, surgían disturbios por toda Europa Oriental. Hungría abrió sus fronteras, lo que incitó a que saliera una avalancha de alemanes. Muchos tomaron trenes o automóviles, o caminaron desde Alemania Oriental hasta Hungría. No tenían intención de regresar. Desde Hungría se dirigieron hacia el Oeste y la libertad. Otros tomaron una ruta a través de Austria, sin que protestaran los gobiernos que les dieron la bienvenida. Las marchas en Polonia y Hungría aparecieron por televisión en todo el mundo en tanto que la gente de muchas de las naciones de la Europa Oriental promovía la libertad24.

El cambio sucedió tan rápidamente que era casi inexplicable. Herr Honecker se vio obligado a renunciar a su cargo y muchos miembros de su gabinete abdicaron con él. El presidente Monson contempló el drama con gran interés. El conocía a la gente, los lugares y el corazón de aquellos que anhelaban la oportunidad de vivir donde desearan sin soportar la pesada mano del comunismo. Sus anotaciones en su diario personal son elocuentes:

Jueves, 9 de noviembre de 1989. “Se exige que el Muro de Berlín, que separa el Este del Oeste, sea derribado . . . Curiosamente, se nos había notificado en privado, por medio de Herr Lóffler y Herr Behncke, del Ministerio de Religión, que Honecker dimitiría esta semana”.

Domingo, 12 de noviembre de 1989. “El Muro de Berlín realmente está cayendo … El pronóstico es que la frontera se abrirá y que el muro represivo será cada vez menos un factor de separación. ¿Cómo afectará esto a la Iglesia? Yo creo que por ahora nadie lo sabe. Una cosa sí es segura: El firme control del comunismo en esos países de Europa Oriental está decayendo a medida que la gente anhela libertad e independencia”25.

El muro se derrumbó, tanto física como figurativamente. Los ciudadanos de la República Democrática Alemana, de Polonia, de Hungría y de Rumania ya no se encontraban aislados de las demás naciones del mundo. Unos meses más tarde, el 16 de marzo de 1990, la emisora de la Universidad Brigham Young entrevistó al presidente Monson en cuanto a los impresionantes cambios en los países del Bloque Oriental. “El vacío que ahora existe facilitará líderes buenos o déspotas”, dijo, y concluyó: “Esperemos que, paso a paso, la democracia llegue a estas naciones y que en ellas emerjan buenos líderes”26.

Algunos historiadores han dado mérito a las iglesias de Alemania Oriental por haber ayudado a derribar al gobierno. Grupos de ciudadanos descontentos se reunían en iglesias de diferentes denominaciones donde expresaban sus frustraciones, temores y esperanzas para el futuro. Muchos de los fieles irrumpían en los edificios del gobierno y exigían que los oficiales dieran cuenta de sus hechos27. Un observador comentó: “La iglesia demostró ser capaz de servir como portavoz para los que no podían hablar”28.

Por invitación de la Iglesia, Günter Behncke, quien aún servía como vice ministro de asuntos religiosos para Alemania Oriental, asistió a la conferencia general en Salt Lake City a principios de abril de 1990. Mucho antes de la caída del gobierno de la República Democrática Alemana, la Iglesia también había invitado a Herr Kurt Lóffler y a su esposa para que visitaran Salt Lake. En tal ocasión no pudieron hacerlo, pero la oferta siguió vigente. Herr Behncke había intervenido en el programa de construcción de la Iglesia, particularmente con el templo, y ayudado a los líderes de la Iglesia a propiciar que el país y sus jóvenes tuvieran oportunidades para servir como misioneros de tiempo completo.

El presidente Monson le hizo recordar que él había mencionado: “Si me fuera a afiliar a una iglesia, sería a la suya”. Herr Behncke se sorprendió de que el presidente Monson recordara ese comentario. Es obvio que no conocía bien al presidente Monson.

Herr Behncke se reunió con la Primera Presidencia y escuchó con atención cuando el presidente Benson habló acerca de su servicio en la Europa asolada por la guerra, proporcionando enormes cantidades de productos de bienestar. Herr Behncke también habló ante un grupo en el hogar de los Monson. En otras reuniones, se refirió a la necesidad que tenía su país de salir del comunismo y mirar hacia el Oeste. Bajo un nuevo régimen, aunque pudiese tener asegurada la libertad y el acceso al Oeste, le preocupaba que muchos sufrieran y se les privara de satisfacer las necesidades básicas de la vida. El presidente Monson comentó: “Herr Behncke nos dejó sin ninguna ilusión de que el sendero de los alemanes orientales sería fácil”29.

El presidente Monson tenía interés en saber sobre los cambios en el país que bien conocía.

El 31 de mayo de 1990, él y Francés viajaron a Berlín para “ver lo que quedaba del Muro de Berlín”. Les sorprendió ver que en casi todas partes de la ciudad otrora dividida, el muro ya no existía. En el famoso Portal de Brandenburgo, cerca de donde tantas veces había formado filas a fin de pasar, “no vimos siquiera un rastro del muro”30. Mientras iban en automóvil junto a un río, notó un bote patrulla de Alemania Oriental que efectuaba sus últimas rondas. Era el final de una era, con las dos Alemanias en camino a la reconciliación. El 3 de octubre de 1990, se unieron en uno ambos gobiernos.

Cuando cayó el muro en noviembre de 1989, la Iglesia tenía una base firme en Europa Oriental. Procedía ahora sin demora para establecer su presencia en los países que antes habían estado cerrados a toda actividad religiosa, y aprobaba planes para una nueva casa de misión en Hungría y otra en Berlín Oriental.

El 21 de octubre de 1990, el presidente Monson regresó a Berlín para ayudar a reorganizar las unidades de la Iglesia. Aunque había viajado a ese lugar muchas veces en los previos 22 años, esa vez le esperaba la culminación de todas esas visitas. Un grupo de líderes del sacerdocio de las estacas de Berlín, Leipzig y Dresde marcó la pauta para los dos días de las reuniones. El presidente Monson comentó: “El espíritu fue absolutamente de la más alta calidad inspirativa”. Los hermanos de la región Oriental no se habían reunido con sus amigos o familias del Oeste por 30 años y se sentían muy emocionados. El presidente Monson se fijó en que los de Berlín Occidental “estaban mejor vestidos y tenían mejores automóviles” que los de la zona Oriental; pero los miembros de “Leipzig y Dresde, en realidad, ejercían mayor fe”31.

En la sesión del sábado por la noche hablaron las hermanas Dantzel Nelson y Francés Monson, así como también los representantes regionales Dieter Berndt yJohann Wondra. Después de la reunión, una hermana de Alemania Oriental dio al presidente Monson una nota de gratitud. Le contó que su esposo había sido bautizado, gracias a los misioneros, y que su hijo había sido llamado a servir en una misión en California, explicándole que el llamamiento fue en cumplimiento de la profecía del élder Monson.

“Mi hijo tenía nueve años de edad cuando usted lo conoció en Dresde”, escribió ella. “El y yo nos encontrábamos sentados, agradecidos y felices por tener buenos asientos. Su buen mensaje, querido hermano Monson, nos hizo sentir muy bien. Usted miraba a mi hijo Thomas, le sonrió y dijo: ‘Aquí, frente a mí, se halla un joven de cabello rubio y ojos castaños que se llama Tom. Un día, él servirá en una misión’. Muchas veces se sentía desalentado y triste porque era corto de estatura, pero sabíamos lo que el Padre Celestial tenía reservado para él. Ahora es digno de servir en una misión, el cumplimiento de su más anhelado deseo”32.

En la reunión del domingo por la mañana, 2.438 miembros colmaron el Centro del Congreso Internacional de Berlín. Al estilo alemán, un “espléndido coro” cantó los himnos de Sión “con todo el corazón”. No fue extraño que Herr Behncke, ex vice ministro de asuntos religiosos, se hallara sentado con su esposa en la primera fila y que cantaran con la congregación.

El élder Hans B. Ringger, a quien el presidente Monson describe como “una de las grandes fuerzas impulsoras en la expansión de la obra en Europa”, presentó la realineación de estacas, consolidando Berlín Oriental y Occidental en una, la de Berlín, y ajustando los límites de las de Dresde y Leipzig.

Rememorando una conferencia anterior en Alemania Oriental, un coro de niños reunidos al frente cantaron “Soy un Hijo de Dios”. Los de las unidades militares de Estados Unidos cantaron una estrofa en inglés, los niños alemanes cantaron otra en su idioma natal, y todos entonaron la última en alemán. El presidente Monson apreció esa simple expresión de esos niños que marcaron la pauta para toda la reunión.

Los oradores incluían a cada uno de los presidentes de estaca, hombres instruidos bajo la dirección del presidente Monson: los presidentes Schütze, de Leipzig; Apel, de Dresde, quien más tarde serviría como presidente del Templo de Freiberg; y Grunewald, de Berlín. También habló el hermano Burkhardt, quien era presidente del Templo de Freiberg. El élder Russell M. Nelson y el presidente Monson concluyeron la sesión.

Esos fueron dulces momentos para el presidente Monson, quien recordó a la congregación su visita a Górlitz, en 1968, la privación de la gente y su firme convicción. “El Evangelio floreció mediante su fe y confianza en el Señor y en sí mismos”, dijo el presidente Monson. “Casi sin darse cuenta y, poco a poco”, se recibieron las bendiciones prometidas33. Percy K. Fetzer dio las primeras bendiciones patriarcales, seguido por Hans B. Ringger y Walter Krause.

El presidente Monson les habló de la bendición que había pronunciado sobre la región y de la guía del Señor a través de los años. Fue un momento dulce y emocionante en el ministerio de ese Apóstol cuyo servicio se había extendido por el mundo, pero cuyo corazón se había quedado con un grupo de creyentes tras un muro de opresión política. No pudo describir el gozo que había sentido “durante los últimos veintidós años al formar parte de los planes del Señor para Sus santos”. Atribuyó “a El todo honor y gloria” por guiar los esfuerzos de tantas personas34.

La conferencia marcó el fin de la obra oficial del presidente Monson en esa área. El reconoció que al haber mantenido por tanto tiempo estrecho contacto con la obra en Alemania—algo fuera de lo común en la norma de asignaciones en el Quorum de los Doce—“le fue posible establecer la continuidad que fomentó la confianza entre los oficiales del gobierno y que resultó en que se nos permitiera realizar la obra misional en el país”. Lo consideró como “el gran momento decisivo”35. A ello le siguieron otras bendiciones.

En las reuniones se sentía el espíritu del Señor. Al finalizar el coro el himno que se canta en muchos países “Para siempre Dios esté con vos”, el presidente Monson observaba a la congregación con lágrimas en los ojos. Había comenzado su servicio en Alemania cuando era el miembro más joven del Quorum de los Doce Apóstoles. Ahora, como miembro de la Primera Presidencia, consideraba esa conferencia como “uno de los fines de semana más espiritualmente satisfactorios de mi vida”36.

Con respecto a su ministerio personal en esa parte del mundo, afirmó: “Me siento feliz por haber participado en tan significativa saga en la historia de la Iglesia en Alemania”37.

El presidente Monson expresó en su diario personal: “Por experiencia propia he aprendido que la necesidad del hombre es la oportunidad de Dios. Soy testigo viviente de cómo la mano del Señor se ha manifestado al velar por los miembros de la Iglesia en países que una vez estuvieron bajo gobiernos comunistas”38.

En 1994, el presidente Monson visitó Leipzig de nuevo, aterrizando en una zona a la que anteriormente sólo se tenía acceso por automóvil. Esta vez no había tropas del gobierno, nadie que vigilara ni grupos de soldados con armas. El habló en la conferencia de la estaca de Leipzig, en un edificio construido y dedicado por la Iglesia, y pidió que la congregación cantara el himno de su primera visita a la antigua República Democrática Alemana, “Si la vía es penosa, no te canses”. Pidió que levantaran la mano todos los que habían estado presentes cuando habló por primera vez. Se sorprendió al ver cuántos se habían unido a la Iglesia o habían nacido en los años subsiguientes. Quienes habían perseverado aquellos primeros años aún estaban presentes.

En Leipzig, a las 945 personas que estaban presentes en el centro de estaca que él había dedicado destacó que ellos habían recibido la mano guiadora del Señor y que al poner su confianza en su Padre Celestial y cumplir Sus llamamientos habían sido bendecidos de acuerdo con la oración que acababa de ofrecer en favor de ellos. En verdad, paso a paso, ellos habían recibido toda bendición disponible a cualquier miembro de la Iglesia en todas partes. El dijo: “En general, el Señor literalmente abrió Su cesta y les confirió, más allá de sus mejores y caras expectativas, Sus abundantes bendiciones”39.

El presidente Monson habló con los misioneros de Dresde y de Leipzig. En Leipzig vio a un joven fornido sentado en un banco del frente. Había pedido a los misioneros que se presentaran, y a ese joven en particular le dijo: “Usted es muy fornido; yo no quisiera tener que marcarlo en un partido de básquetbol”. Se fijó en que el misionero llevaba puesto un traje de muy buena calidad que le sentaba muy bien. Más tarde se enteró de que era un traje que él le había dado al hermano Adler, quien a su vez se lo dio a ese misionero que no tenía ropa adecuada para su misión.

En reuniones subsiguientes, el presidente Monson se encontró con otras personas a quienes había dado su ropa, una barra de goma de mascar u otras cosas. Tras una visita a la tumba de Joseph Ott, pidió a los miembros que siguieran cuidando ese lugar. Recordó la noche, años antes, cuando, llevando una linterna en la mano mientras llovía copiosamente, le habían mostrado por primera vez la tumba y se enteró de que Tobias, el hijo de Henry e Inge Burkhardt, era quien había cuidado el pequeño lote de tierra, manteniéndolo presentable y digno de un siervo de Dios. Pensó que fue apropiado que Tobias se encontrara entre el primer grupo de misioneros que salió de la República Democrática Alemana para servir en otros países.

También tomó un tiempo a solas para visitar la saliente sobre el Río Elba donde años antes había dedicado el país. En ese lugar santo, meditó y dio gracias a Dios por haber cuidado al pueblo alemán. “Se podía percibir la presencia del Señor. Reinaba la calma; el entorno era hermoso, y nada molestaba o perturbaba. Miré hacia el cielo al expresar mi agradecimiento en voz alta en simple oración, y recibí una confirmación espiritual de que la oración había sido escuchada y mi gratitud había sido aceptada”40.

Al reflexionar sobre la República Democrática Alemana, el presidente Monson acude a las palabras de Rudyard Kipling:

Vano poder los reinos son; huecos los gritos y el clamor.

Constante sólo es tu amor; al compungido da perdón.

No nos retires tu amor; haznos pensar en ti, Señor41.

El presidente Monson agregó su libro Faith Rewarded (Fe recompensada), el cual trata sobre las promesas proféticas hechas a los santos de Alemania Oriental, a otros artefactos que se colocaron en la cápsula de tiempo de la piedra angular de la recién construida Biblioteca de la Historia de la Iglesia en Salt Lake City, el 25 de marzo de 2009. Podía haber escogido cualquier otro de sus libros, pero más apreciado para él era este resumen de los años que cruzó el Atlántico para servir a los miembros detrás de la Cortina de Hierro.

Las páginas más significativas de la historia de la República Democrática Alemana no se escribieron cuando cayó el Muro de Berlín. Se escribieron años antes, en los humildes hogares y corazones de un pueblo creyente, en un desmantelado depósito en Górlitz, en una zona despejada sobre el Río Elba, en el sereno pueblito de Freiberg que recibió a 90.000 personas en una recepción para el público antes de la dedicación del Templo de Freiberg. Una vez dedicado, la influencia benéfica que el templo ha tenido en toda una nación cuyos líderes intentaban desechar a Dios, a Su gente y Sus obras, fue sin igual. El estado totalitario estaba condenado; los días de su desaparición estaban contados.