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LA OBRA AVANZA
Es un hombre sin vanidad. La mayoría de las personas de renombre saben dónde están los fotógrafos, pero él entra en un lugar lleno de cámaras y no les presta atención. La mayoría de las personalidades se ven a sí mismas como gente de influencia; él se considera un hombre común y corriente. Es una persona sencillamente genuina.
Presidente Henry B. Eyring Primer Consejero de la Primera Presidencia
El élder monson estaba arrodillado en oración con una presidencia de estaca en Hyrum, al norte de Utah, antes de comenzar su conferencia, el domingo 18 de enero de 1970, cuando el consejero pidió al Señor que consolara a la hermana McKay tras el fallecimiento de su esposo, el presidente David O. McKay. El élder Monson se enteraba del hecho en ese preciso momento. Una hora después, Joseph Anderson, secretario de la Primera Presidencia, lo localizó y confirmó que el presidente McKay había fallecido a las seis de esa mañana.
“Yo fui el último apóstol llamado al Consejo por el presidente McKay”, recordó el élder Monson, “y por siempre recordaré y atesoraré mi relación con él”1. El presidente McKay dejó un notable legado de liderazgo con aquellos a quienes llamó al Quorum de los Doce: Marión G. Romney, LeGrand Richards, Adam S. Bennion, Richard L. Evans, George Q. Morris, Hugh B. Brown, Howard W. Hunter, Gordon B. Hinckley, Nathan Eldon Tanner y Thomas S. Monson. Tres de ellos fueron más tarde llamados por
Dios como presidentes de la Iglesia; otros tres sirvieron como consejeros de la Primera Presidencia. El presidente Monson admiraba a quienes él describía como catorce “hombres excepcionales” de más antigüedad que él en los Doce y en la Primera Presidencia. El los vería partir de esta vida uno por uno.
El presidente McKay pasó enfermo los últimos años de su vida. Con el tiempo, asistía a las reuniones semanales en el templo en forma irregular, y llegó a un punto en que veía las sesiones de la conferencia por televisión desde su apartamento en el Hotel Utah, contiguo al Edificio de Administración de la Iglesia. Sólo seis meses antes del fallecimiento del presidente McKay, el élder Monson escribió: “Todos tenemos la vista puesta en la puerta los jueves a las 10:00 de la mañana para ver si, por casualidad, el presidente McKay asiste a la reunión. Lo echamos mucho de menos. No se ha reunido con nosotros en el templo desde el otoño, aunque nos reunimos con él en su apartamento poco antes de la Navidad”2.
El presidente McKay, quien tenía noventa y seis años de edad cuando falleció, “era amado por miembros y no miembros de la Iglesia en todo el mundo”3. “Cuando uno está en la presencia del presidente McKay, se siente elevado y sale de allí mejor de lo que era cuando llegó”, dijo el élder Monson de su mentor y amigo4. Cuando Thomas Monson nació en 1927, el presidente McKay ya tenía veintiún años de ser apóstol. Bajo su liderazgo, la Iglesia había crecido de aproximadamente un millón de miembros a tres millones. Cuando David O. McKay fue sostenido como Presidente de la Iglesia, había 180 estacas; el día mismo de su muerte se organizó la estaca número 500 en Reno, Nevada.
El cuerpo del presidente McKay se veló durante tres días en la recepción del Edificio de Administración de la Iglesia, donde los dolientes pasaron junto al féretro para rendirle su silencioso respeto. El élder Monson llevó a sus hijos Tom, Clark y Ann para ver por última vez a ese profeta que ciertamente había cambiado la vida de la familia Monson para siempre.
En el funeral, el jueves 22 de enero de 1970, el presidente Joseph Fielding Smith, sobre cuyos hombros descansaría el manto de autoridad en pocos días, habló de la función de un profeta:
“Ningún hombre puede, por sí mismo, dirigir esta iglesia. Es la Iglesia del Señor Jesucristo; Él está a la cabeza. La Iglesia lleva Su nombre, tiene Su sacerdocio, administra Su Evangelio, predica Su doctrina y cumple con Su obra”5.
Al día siguiente, viernes, los apóstoles se reunieron en el templo y ocuparon sus asientos por orden de antigüedad. El presidente Smith, quien presidía como Presidente del Quorum de los Doce, dio comienzo a la reunión y pidió al miembro de menor antigüedad en los Doce, el élder Monson, que expresara sus sentimientos tocantes a la reorganización de la Primera Presidencia. Él no esperaba esa invitación a hablar y ésa era la primera vez que veía cómo se seleccionaba al nuevo Presidente bajo la guía del Señor.
El élder Monson viviría esa misma experiencia cinco veces más antes de que el manto profético descansara sobre sus propios hombros. “Con el fallecimiento de cada presidente”, enseñó el élder Harold B. Lee, quien en sus treinta años como apóstol había sido testigo de la muerte del presidente Heber J. Grant, del presidente George Albert Smith y ahora del presidente David O. McKay, “el registro de sus vidas y sus obras, sus palabras y sus ministerios son, afortunadamente, libros de lecciones, documentadas en la historia escrita de la Iglesia y en el recuerdo de quienes les siguieron”6.
El élder Monson había trabajado con el presidente Joseph Fielding Smith en los manuscritos de varios libros que se habrían de publicar. El presidente Smith había llamado a quien en aquel entonces era el obispo Monson para servir en una presidencia de estaca. Al mirar a ese venerable líder, el élder Monson recordó el preciso momento en el que el presidente Smith, actuando bajo la dirección del presidente McKay, lo había ordenado apóstol.
A los noventa y tres años de edad, el presidente Smith era el hombre de más edad en ser llamado como Presidente de la Iglesia en los 140 años desde su organización en Fayette, Nueva York. El sistema de antigüedad establecido por Dios, y que se había seguido desde los tiempos del profeta José Smith, no se cuestionaba. El plan del Señor es que los hombres llamados como apóstoles envejecerán en el oficio, tal como el presidente McKay. Desde que Brigham Young fue sostenido en 1847, el presidente de la Iglesia ha sido—por designio divino—el apóstol de más antigüedad, instruido en las vías del Señor a través de años de experiencia en la administración de la Iglesia, singularmente calificado para estar en comunión con el Señor a favor de Sus hijos. El vigor, la capacidad y el liderazgo del Quorum de los Doce, su sabiduría y experiencia colectivas, proporcionarían cualquier respaldo necesario al Presidente.
Después de que cada miembro del Quorum de los Doce hubo tomado la palabra, él élder Harold B. Lee propuso el nombre de Joseph Fielding Smith como profeta, vidente y revelador, Presidente de la Iglesia y su administrador. El élder Spencer W. Kimball secundó la propuesta, la cual fue unánimemente aprobada.
El presidente Smith seleccionó como consejeros al élder Harold B. Lee, quien, por antigüedad, sería el presidente del Quorum de los Doce Apóstoles, y al élder Nathan Eldon Tanner, quien había servido como segundo consejero del presidente McKay. El élder Hugh B. Brown, ex miembro de la Primera Presidencia bajo el presidente McKay, regresó a su posición como miembro del Quorum de los Doce. “Así es como deben ser las cosas”, dijo el élder Brown. “Me siento feliz con la decisión”. La reorganización tal vez no le haya resultado fácil, pero el élder Monson destacó que el élder Brown, con gran dignidad, “mostró su nobleza de carácter y verdadero valor”7. El élder Spencer W. Kimball fue nombrado Presidente en Funciones del Quorum de los Doce. Los élderes Alvin R. Dyer y Thorpe B. Isaacson, quienes además servían como consejeros del presidente McKay, regresaron a sus posiciones como Ayudantes de los Doce.
Para el élder Monson, “fue una experiencia muy conmovedora” el poner las manos junto con los demás sobre la cabeza del nuevo Presidente de la Iglesia al ser éste apartado por el presidente Lee. El élder Monson reconoció la humildad del nuevo Presidente: “De verdad puedo decir que, a mi juicio, el presidente Smith nunca ambicionó la posición de Presidente de la Iglesia, sino que se sentía satisfecho de honrar y sostener al presidente David O. McKay en su cargo. Su humildad ha sido una lección para todos nosotros”8. Con el presidente Lee y el presidente Tanner como consejeros del presidente Smith, el élder Monson esperaba que “la obra avanzara a un ritmo acelerado”9.
En la Asamblea Solemne efectuada en el Tabernáculo el 6 de abril de 1970, los miembros de la Iglesia sostuvieron al presidente Joseph Fielding Smith. Cuando el presidente Lee pidió que los patriarcas se pusieran de pie para sostener a Joseph Fielding Smith como profeta, vidente y revelador y Presidente de la Iglesia, el élder Monson contempló a esos justos líderes con el brazo levantado en forma de escuadra y vio un muñón con un garfio en alto. El sabía que se trataba de James Womack, y conocía los detalles de su extraordinaria vida. Como resultado de haber recibido heridas graves en la Segunda Guerra Mundial, había perdido ambas manos y una parte de un brazo. Pese a ello, ese buen hermano había terminado su carrera de derecho y era respetado en su profesión así como en su barrio y estaca. Pero cuando el presidente Spencer W. Kimball sintió que debía llamarlo como patriarca, el hombre preguntó: “¿Cómo puedo poner las manos sobre la cabeza de una persona para darle una bendición si no tengo manos?”. El presidente Kimball se sentó en una silla frente al hermano Womack y le pidió que le pusiera los “muñones” sobre la cabeza. “Puedo hacerlo”, dijo el hombre lleno de emoción. “Puedo hacerlo”. A la mañana siguiente, cuando se presentó el nombre del hermano Womack para ser sostenido como patriarca, todos lo sostuvieron. Ese nuevo patriarca, aunque limitado a la vista de los hombres, no lo era a la vista de Dios10.
En esa conferencia de abril de 1970, el élder Kimball, Presidente en Funciones del Quorum de los Doce, dijo del presidente Smith lo que años más tarde podría decirse del presidente Monson: “Cuando era muy joven, el Señor lo llamó, por medio del profeta viviente de aquel entonces, para ser apóstol—miembro del Quorum—y se le confirieron las valiosas y vitales llaves para mantener en suspenso hasta el día en que tal vez llegara a ser el apóstol de más antigüedad y Presidente”11.
El élder Boyd K. Packer, Ayudante del Quorum de los Doce, fue llamado como el nuevo apóstol. El élder Monson había sido el miembro de los Doce de menor antigüedad durante más de siete años, el segundo período de mayor duración en la historia; sólo el élder John A. Widtsoe había ocupado ese último lugar por más tiempo. El élder Packer no era un rostro desconocido en la administración de la Iglesia; había servido como Ayudante de los Doce desde 1961, y durante los siguientes quince años, hasta que el élder Monson fue llamado a la Primera Presidencia, los dos se sentaron uno junto al otro. El presidente Packer describe al élder Monson como “extraordinario de una manera muy especial, una manera espiritual”12.
Ambos apóstoles fueron moldeados por la Gran Depresión: el élder Monson en la zona oeste de Salt Lake City y el élder Packer en Brigham City, en el norte del estado de Utah. Los dos criaron palomas; el presidente Monson aún lo hace. “De vez en cuando les obsequia un par de palomas a mis nietos”, dice sonriendo el presidente Packer. Los dos fueron llamados a servir en la Iglesia de jóvenes. “Trabajamos juntos todos esos años”, indica el presidente Packer. “Podría decirse que crecimos y envejecimos juntos”13. Recuerda una conferencia general, casi al final de la sesión del sábado por la mañana, cuando el élder Monson lo codeó y le dijo con un toque de nostalgia: “En diez minutos empieza la temporada de cacería de patos”14.
El élder Monson siguió supervisando el Comité de Capacitación del Sacerdocio, el cual indicaba un alto número de miembros menos activos, la mayoría de ellos varones que no poseían el sacerdocio, miembros mayores del Sacerdocio Aarónico y élderes menos activos. El problema lo agobiaría por años, y en toda oportunidad recalcaría la importancia de traer al redil a quienes se habían perdido.
El no sólo enseñó, sino que hizo algo al respecto. Uno de tales ejemplos fue un hombre que en su momento fue propietario de una estación de servicio cerca de la casa del presidente Monson. “Cada vez que compraba gasolina, le recordaba a Ray su responsabilidad de ir al templo del Señor”, dice el presidente Monson. El hermano de Ray, quien era obispo, le dijo al presidente Monson: “Por favor, no deje de comprarle gasolina a Ray, ya que el consejo que le da cada vez que lo ve lo está acercando al templo”15. Ray no sólo entró al templo, sino que llegó a ser un obrero en él.
Otra de las asignaciones del élder Monson fue presidir el Comité de Correlación para Adultos, el cual dirigía su atención a las varias publicaciones que la Iglesia producía. Las organizaciones auxiliares tenían sus propias publicaciones para satisfacer sus necesidades particulares y reflejar sus puntos de enfoque. En una conferencia general de 1970, el élder Monson anunció en la sesión general del sacerdocio la creación de una nueva revista para los miembros adultos, la Ensign, la cual remplazaría tres conocidas publicaciones: la Improvement Era, la Revista de la Sociedad de Socorro, y el Instructor. La Ensign sería para los adultos de la Iglesia, a fin de que “estuvieran más adecuadamente preparados para ser ejemplos para sus hijos y para el mundo”. El élder Monson instó: “Suscríbanse a ella; lean su contenido y apliquen sus lecciones, a fin de ser un estandarte, la misma luz del mundo, una ciudad de rectitud edificada sobre una colina, la cual no se puede esconder”. Indicó que su “tiraje inicial” fue de más de 350.000 ejemplares16.
En ese mismo mensaje, el élder Monson también introdujo el nuevo Programa para el Desarrollo del Maestro, el cual tenía como objetivo “mejorar la calidad de la enseñanza en toda la Iglesia”. Bajo la dirección del Presidente de la Iglesia, él, junto a otros, había creado el nuevo programa que no estaba “limitado a la Escuela Dominical”, sino que se extendía a la Primaria, a la AMM, a la Sociedad de Socorro y a los quorums del sacerdocio. El papel de la enseñanza estaba siempre presente en la mente de la Primera Presidencia. El presidente Smith había indicado que “enseñar a los miembros de la Iglesia a guardar los mandamientos de Dios” era su “más grande desafío”. El élder Monson dejó bien en claro el propósito del nuevo énfasis en toda la Iglesia auspiciado por el sacerdocio: “El objetivo es inspirar a la persona a pensar, a sentir y después a hacer algo en cuanto a vivir los principios del Evangelio”.
Todo miembro “por cierto tendrá la oportunidad de ser maestro”, dijo. “No hay privilegio más noble ni tarea más gratificante”. Habló del meridiano de los tiempos, cuando “en Galilea enseñaba un Maestro de maestros, el mismo Señor Jesucristo. El dejó Sus huellas en la orilla del mar, pero inculcó sus principios en el corazón y en la vida de todos a quienes enseñó”17.
Una ocupada agenda aguardaba al Quorum de los Doce y a la Primera Presidencia el 13 de enero de 1971, y el élder Monson tenía responsabilidad para con doce de los veintiséis temas a tratar. El presidente Lee anunció un cambio en la asignación del élder Monson de presidente del Comité de Correlación para Adultos a presidente del Comité de Correlación para Jóvenes y Jóvenes Mayores. El élder Monson había forjado una estrecha relación con los miembros del Comité de Correlación para Adultos. En una carta que expresaba la gratitud de ellos hacia el destacado liderazgo de él, los miembros del comité18 escribieron:
“Entre las muchas cualidades que lo caracterizan, quisiéramos mencionar tres: 1) Su devoción hacia el Señor. Vemos que la pintura que tiene de El en su oficina es un símbolo de esa devoción. 2) Su absoluto deseo de sentir la influencia del Espíritu Santo en su vida. Estamos profundamente admirados de su sensibilidad espiritual. 3) Su interés hacia cada hijo de nuestro Padre Celestial. Hemos advertido muchas manifestaciones de ese interés. Queremos decir que aunque no siempre sintamos el toque de su mano, sentiremos eternamente el toque de su alma”19.
Al cambiar la asignación del élder Monson, el presidente Lee expresó confianza en su capacidad de hacer exactamente lo que había hecho para encaminar el Comité de Correlación para Adultos. Ahora tenía responsabilidad sobre todos los cursos de estudio de los jóvenes, incluyendo seminarios e institutos, la Asociación de estudiantes SUD y los programas de Hombres M y Espigadoras.
“Antes de esa reunión, dudaba que fuera posible estar más ocupado de lo que ya estaba”, comentó el élder Monson, “pero ahora supongo que con esta responsabilidad adicional aprenderé que sí es posible asumir mayores deberes y acomodarlos al programa de trabajo”20.
Casi todos los fines de semana, el élder Monson viajaba a reorganizar alguna estaca o a una conferencia trimestral. Si veía un rostro familiar en la congregación—Charlie Renshaw, un compañero de la infancia que ahora vivía en la Estaca Concord, de California, fue uno de ellos—era posible que llamara a esa persona a dar su testimonio. Dividió estacas desde Tacoma, estado de Washington, hasta Leicester, Inglaterra, donde, en una ocasión, se hospedó en la casa del presidente de estaca y comió su primera cena casera en más de cuarenta días. Durante todo ese tiempo había estado viajando. Como parte de la reorganización de una estaca, podía llevar a cabo hasta treinta ordenanzas o apartamientos después de las reuniones, y eso tras haber entrevistado hasta cincuenta personas con motivo de la reorganización.
Cuando dividió la Estaca Chesapeake, en el Este de los Estados Unidos, regresó a su casa agotado. “No recuerdo haber tenido un día más atareado con ordenaciones, apartamientos y con las tareas típicas de organizar una nueva unidad de la Iglesia”, escribió21. Los líderes de esa estaca comentaron que la reorganización había sido mucho más apacible que cualquier otra en la que habían participado. Una pareja escribió una nota al presidente Kimball “para alabar al apóstol Monson. El estuvo aquí este pasado fin de semana para dividir nuestra estaca y lo hizo con gran eficiencia e inspiración”. El presidente Kimball le pasó la nota al élder Monson, añadiendo en su inconfundible letra: “¡Excelente, Tom! SWK”22.
En conferencias de estaca, particularmente en reorganizaciones, el élder Monson rendía tributo a quienes habían servido fielmente en los años anteriores. Un buen ejemplo fue Francis Winters, de la Estaca Star Valley, en Afton, estado de Wyoming. Se habían llamado y sostenido nuevos oficiales ese día de abril de 1970, cuando el élder Monson le pidió al presidente Winters, quien había servido como presidente de estaca durante veintitrés años, que pasara hasta el púlpito y se parara junto a él. Entonces pidió que se pusieran de pie todos aquellos a quienes el presidente Winters hubiese llamado, confirmado, entrevistado o bendecido alguna vez. “Pareció como si toda la congregación se pusiera de pie. No recuerdo haberme sentido tan favorablemente impresionado con el dulce espíritu de humildad y servicio de una persona como con el del presidente Winters en aquella ocasión. La inspiración indicó que se le ordenara patriarca. Su nombre se presentó a la congregación y fue sostenido con entusiasmo”23.
Cuando el élder Monson reorganizó la Estaca Chicago Sur en septiembre de 1970, vio por primera vez a Dallin H. Oaks, quien había sido consejero en la presidencia de estaca durante siete años. El hermano Oaks tenía treinta y ocho años de edad. “Quedé muy impresionado con la inteligencia, el vigor, la perspicacia y la firmeza del élder Monson”, recuerda el élder Oaks al describir la entrevista que tuvo con el apóstol. “Le ruego que entienda”, le dijo al élder Monson al pensar en su joven familia, en la hora de viaje hasta las oficinas de la estaca y en estar separado de su barrio, “que no tengo ninguna aspiración a seguir en esta presidencia de estaca en ningún cargo. Me encantaría servir en un obispado en algún momento”. El élder Monson lo miró detenidamente y le dijo: “No se haga ilusiones”. El hermano Oaks fue llamado como primer consejero en la nueva presidencia de la estaca24.
El siguiente mes de mayo, cuando el élder Monson participó en la selección de un nuevo rector para la Universidad Brigham Young, se refirió en términos muy favorables al líder académico Dallin H. Oaks, profesor de Derecho de la Universidad de Chicago. Tras la ceremonia inaugural del presidente Oaks como octavo rector de la universidad, el 12 de noviembre de 1971, el élder Monson escribió: “Me siento muy impresionado con este espléndido joven y sé que su nombramiento se hizo bajo la inspiración del Santo Espíritu”25.
Para el élder Monson, una de las responsabilidades que le “conmovía el alma” era seleccionar nuevos patriarcas. Su diario personal está repleto de relatos sobre la inspiración que le sobrevenía al buscar un patriarca. Los susurros del Espíritu a menudo indicaban un hombre que pronunciaría las palabras de Dios a aquellos que procuraban una bendición patriarcal. “En ningún otro caso siente uno mayor inspiración que al llamar a un patriarca”, ha dicho en repetidas ocasiones26.
Algunas veces sabía que a un hombre se le debía llamar como patriarca al conocerlo en un pasillo o al pasar a su lado en la capilla. Otras veces miraba a la congregación y, al hacerlo, se le “mostraba” quién debía ser llamado como patriarca, o, al echar una mirada, él sabía que cierto hombre era aquél a quien el Señor había preparado. En una ocasión se sorprendió al ver sentado entre la congregación de una estaca de San Diego, California, a un hombre que él sabía que había trabajado en el Departamento de Construcción de la Iglesia en Australia. “Al caminar por el pasillo después de la sesión del sábado por la noche y darle la mano, tuve la segura impresión de que él debía ser el patriarca”, escribió más tarde27.
En la división de una estaca en Hyrum, en el norte de Utah, recibió de los líderes el nombre de dos hombres que ellos pensaban que, indistintamente, podían servir como patriarca de la estaca recién creada. El élder Monson sintió que debía elegir al más joven de los dos, Woodrow Rasmussen, de setenta y tres años de edad y le extendió el llamamiento. Mientras estaba sentado en el estrado al día siguiente, observó al otro candidato, Samuel Bryson Cook, de ochenta años de edad, quien tenía problemas para caminar. “Tras oírlo dar la primera oración”, dijo más tarde el élder Monson, “supe que él también debía ser patriarca. Me paré ante el púlpito y leí la información relacionada con la división, se sostuvo a los nuevos oficiales y después dije a la congregación: ‘Hoy vamos a sostener a dos patriarcas. Uno de los dos hombres ya está enterado de su llamamiento, pero para el otro, ésta será su primera notificación’”. La congregación sostuvo con entusiasmo a ambos y, al regresar a su asiento, el élder Monson vio a Samuel Cook derramar lágrimas de gratitud. “Tengo la firme sensación”, dijo el élder Monson, “que él había sido preordenado para tener ese oficio”28.
A medida que la Iglesia fue creciendo, el llamamiento de patriarcas por parte de apóstoles también incrementaba. En febrero de 1981 se aprobó un nuevo procedimiento que autorizaba a presidentes de estaca a recomendar nombres de candidatos a patriarcas para la consideración del Quorum de los Doce Apóstoles. Una vez aprobados, los presidentes de estaca ordenaban a esos patriarcas.
En una reunión especial de capacitación, al referirse al nuevo procedimiento para llamar patriarcas, el presidente Monson sintió que debía compartir experiencias personales de su vida. Había llegado a la reunión con laringitis, pero, al hacer uso de la palabra, la voz se le aclaró. Después de la reunión, el élder M. Russell Ballard le envió una nota que decía: “Tuvimos una profunda bendición esta mañana, y todos los presentes hemos sido grandemente edificados. Usted, élder Monson, siempre ha sido un verdadero gigante para mí, y esta mañana vi en usted a un futuro presidente como David O.McKay”. El élder Monson comentó: “Las lágrimas brotaron fácilmente de los ojos de mis hermanos y comprendí que habíamos sido los beneficiarios de la guía del Santo Espíritu”29.
Esa guía lo llevó hasta el lecho de un joven, Robert Williams, quien “posteriormente, padeció una muerte agonizante a causa de cáncer del pulmón”. Un sumo sacerdote del barrio había rescatado a Robert de una vida de inactividad y lo había ayudado a ir al templo con su esposa y sus hijos pequeños. El élder Monson lo visitó poco antes de fallecer. Robert le preguntó: “Hermano Monson, ¿a dónde va mi espíritu cuando mi cuerpo muera?”.
El élder Monson empezó a buscar “una respuesta y entonces llegó la inspiración del Señor”. Tomó el Libro de Mormón, el cual literalmente se abrió solo en el capítulo 40 de Alma donde leyó en voz alta que “los espíritus de todos los hombres, en cuanto se separan de este cuerpo mortal . . . son llevados de regreso a ese Dios que les dio la vida. Y sucederá que los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena”30. Robert cerró sus fatigados ojos y dijo: “Gracias, hermano Monson. Esa es la información que había estado esperando”31.
El élder Monson se sintió igualmente inspirado cuando en 1971 despidió a su hijo mayor, Tom, cuando partió para el entrenamiento básico como miembro de la Reserva del Ejército. “Antes de salir de casa, le di una bendición de padre y sentí el Espíritu del Señor al hacerlo”32. El entrenamiento básico era agotador; el joven Tom contrajo pulmonía y se le internó en el hospital del Fuerte Knox. Un miembro del barrio local le dio una bendición y su salud mejoró, pero siguió internado. El élder Monson no pudo menos que pensar en su propia experiencia cuando bendijo a su amigo durante el entrenamiento en la marina. Entonces hizo arreglos para viajar al Fuerte Knox para ver a Tom y darle otra bendición.
Para el siguiente Día del Padre, Tom envió una postal que su padre conservaría.
“En entrenamiento en el Fuerte Knox. Acabo de cumplir 20 años. Desde ayer ya no soy un adolescente. El punto más destaca-ble de mi estancia aquí, papá, ha sido tu visita. Recibir una bendición de las manos del padre de uno es una oportunidad que ningún otro paciente tuvo en el hospital. He oído a algunos de los jóvenes aquí hablar de sus familias. Parece haber muy poco amor en sus hogares. Algunos van a casa al tomar licencia y se quedan con amigos para evitar ver a sus padres. Ultimamente he estado pensando bastante en lo bendecido que he sido al nacer en nuestra familia y al tenerte a ti como padre para dirigirme en los asuntos más importantes de la vida y darme un ejemplo tan grande de dedicación. Te amo y te admiro. Espero que en los próximos y determinantes años de mi vida pueda aflorar en mí toda virtud que haya heredado de ti”33.
El joven Tom dio buen uso a esas virtudes cuando recibió su llamamiento misional para Italia. Su hermano, Clark, serviría más tarde en Nueva Zelanda. De ese modo, el espíritu misional siguió presente en la familia Monson, no sólo con esos llamamientos, sino con el servicio que el élder Monson prestó durante más de diez años en el Comité Ejecutivo Misional.
Año tras año, al hablar en seminarios para nuevos presidentes de misión, el presidente Monson ha recalcado: “Nuestras manos están asidas del arado y no podemos mirar hacia atrás. Cuando el Señor apareció a Sus apóstoles, pudo haberles pedido que hicieran cualquier cosa, pero El no dijo: ‘Os voy a dejar por un tiempo, ved que hagáis la orientación familiar’. No les dijo: ‘Vuestros porcentajes no son lo suficientemente altos’; ni tampoco: ‘Aseguraos de pagar el diezmo’. ¿Qué les dijo? Esta cita la encontramos en Mateo: ‘Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’. Es una maravillosa instrucción del Señor a Sus apóstoles, y es una instrucción apropiada de Sus apóstoles a cada uno de ustedes”34.
En una ocasión, el presidente Monson invitó a una amiga de muchos años, la hermana Pearl Sudbury, a pararse junto a él ante el púlpito en un seminario para presidentes de misión, para contar la historia de su hijo, cuya fe y oraciones, mientras servía una misión en Australia, habían motivado a su padre, un no creyente, a ser bautizado. El presidente Monson ha visto bendiciones similares muchas veces, las cuales ilustran un pasaje de las Escrituras que él emplea para asegurar, no solamente a misioneros, sino a presidentes de misión y sus respectivas esposas: “ . . . vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder”35.
En otro seminario para presidentes de misión presentó un plan de siete pasos para efectuar un proselitismo productivo:
1. Informes que Indican
2. Manuales que Moldean
3. Reuniones que Revitalizan
4. Calendarios que Consolidan
5. Procedimientos que Producen
6. Amor que Anima
7. Entrevistas que Elevan36
El élder Quentin L. Cook, quien sirvió como director ejecutivo del Departamento Misional durante cinco años, considera al presidente Monson un hombre “único e inigualable en lo que tiene que ver con ser un gran misionero. No creo que haya ningún aspecto de la obra misional en la que él no haya tenido alguna influencia. A lo largo de su vida ha desempeñado todas las funciones del Departamento Misional”37.
En una ocasión, en un vuelo desde San Francisco a Los Angeles, observó a una azafata que tenía el día libre, leer Una obra maravillosa y un prodigio, y le preguntó: “¿Es usted miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?”.
Ella respondió: “No; ¿por qué me lo pregunta?”. Le explicó que él había sido el impresor del libro que estaba leyendo y que integraba el mismo quorum que el autor.
La mujer le dijo: “Encuentro este libro muy interesante. Me lo regaló una amiga”.
El élder Monson escribió más adelante: “Ella me hizo muchas preguntas muy inteligentes sobre la Iglesia y me dijo que se llamaba Yvonne Ramírez. Recuerdo que una de esas preguntas fue sobre la financiación del funcionamiento de la Iglesia; otra fue sobre el matrimonio eterno y otros aspectos significativos del Evangelio. Conversamos sobre esos temas durante todo el vuelo. Cuando me despedí de ella, le dije que no había sido simple casualidad el que nos hubieran asignado asientos contiguos en el avión, sino que era la voluntad del Señor que ella supiera más sobre Su reino y que por cierto El estaba tratando de guiarla. Aceptó que los misioneros se pusieran en contacto con ella”38. La hermana Ramírez se unió más tarde a la Iglesia.
Cuando Joseph Fielding Smith sirvió como Presidente de la Iglesia, instituyó las primeras conferencias de área, grandes reuniones de santos que abarcaban un gran número de estacas o distritos de misión. El élder Monson formaba parte del comité de planeamiento y participó en la primera de tales conferencias, efectuada en Manchester, Inglaterra, del 27 al 29 de agosto de 1971. El élder Monson había llegado a ese histórico evento—la primera vez que el Presidente de la Iglesia se dirigía a una congregación de santos como ésa fuera de la conferencia general—procedente de un campamento scout en Tokio, con escalas en Hong Kong, India y Suiza. Fue el último del grupo oficial en llegar pero, teniendo en cuenta el agitado vuelo, se sintió afortunado de haber tan siquiera llegado. El élder Packer, quien había colaborado en la planificación de la conferencia, comentó: “Te ves como si te hubiera azotado una tormenta”. El élder Monson le aseguró que así era en efecto.
Se habían hecho los arreglos para que el estrado del Centro Bellevue, un recinto donde se efectuaban espectáculos deportivos y culturales en Manchester, se viera como el del Tabernáculo de Salt Lake, con alfombrado y el tapizado de las sillas de las Autoridades Generales en color rojo. Cada uno de los doce mil asientos del lugar estaban ocupados y tuvieron que agregar más. Los miembros llegaron de nueve estacas y siete misiones para asistir a la sesión general, así como una reunión para los hermanos del sacerdocio, una para las hermanas de la Sociedad de Socorro, otra para todos los adultos y otra para los jóvenes, la cual dirigió el élder Monson. A la conferencia del Area Británica le siguieron otras similares en años posteriores en México, Alemania, Suecia, Sudamérica y Asia Oriental.
El mensaje del élder Monson a los santos británicos fue un mensaje de amor, un tema recurrente en sus discursos, en su vida y en la vida del Salvador. El élder Monson testificó de Jesucristo: “Su Evangelio era uno de amor, no de odio; de ánimo, no de crítica. No obstante, más que tan sólo enseñar la ley del amor, Jesús vivió esa ley”39.
Basándose en una de sus obras predilectas, The Mansión (La mansión), de Henry Van Dyke, el élder Monson describió los efectos de “una vida de despiadado egoísmo”. La historia habla de un hombre adinerado, John Weightman, quien dio sólo “aquellas monedas que serían vistas por los hombres y por las cuales se le rendiría tributo”. Entonces, una noche soñó que visitaba la Ciudad Celestial, donde se le daba una pequeña y desvencijada choza en la que vivir. Sintiendo que era injusto, ya que, a su modo de ver, había vivido una vida de éxito, Weightman preguntó al guardián: “¿Qué es lo que cuenta aquí?”. “Sólo aquello que se da de corazón”, respondió el hombre. “Sólo el bien que se hace por amor al bien; sólo los planes en los que el bienestar ajeno es lo único que se contempla; sólo las obras en las que el sacrificio es mayor que la recompensa; sólo aquellas dádivas en las que el dador no piensa en sí mismo”40.
Ese ejemplo evoca imágenes del élder Monson caminando por los tenuemente iluminados corredores de hospitales, visitando a los pobres, a las viudas, a los necesitados y a los enfermos. Lo que él ha aprendido en sus muchos actos de misericordia y amor resulta claro: “Tal vez cuando comparezcamos ante nuestro Hacedor no se nos preguntará cuántos cargos hemos tenido, sino a cuántas personas hemos ayudado. Uno no puede amar al Señor hasta que lo sirva mediante el servicio a los Suyos”41.
En una de tales ocasiones, el élder Monson fue a visitar a su madre en el hospital. Al salir del ascensor, se encontró con dos mujeres quienes, al reconocerlo, le preguntaron si podría darle una bendición a su padre. “El encontrarse conmigo”, escribió el élder Monson más adelante, “fue una respuesta a sus oraciones”. Tras dar la bendición solicitada al hombre, Abraham Godfrey, se enteró de que él conocía a la madre de Francés “desde hacía muchos años”, cuando había sido empleado del Banco de la Reserva Federal, donde ella estaba encargada del comedor. El hermano Godfrey también conocía al padre del élder Monson. “Fue una experiencia muy agradable”, comentó el élder Monson, “haber dado una bendición a alguien que conocía a personas en ambos lados de mi familia”. Al ir saliendo de la sala oyó que alguien le llamaba por su nombre. En una cama frente al hermano Godfrey había un ex miembro del Barrio Sexto-Séptimo, Eee E. Nielsen, quien había sufrido un ataque de corazón. El élder Monson “tuvo el gusto de darle también una bendición a él”.
Cuando se aprestaba a salir, una enfermera se le acercó llorando y le preguntó si acaso tenía planes de ir al Hospital de Niños. “Le dije que no, pero que si ella conocía a alguien allí que ella deseaba que viera, con gusto iría”. La enfermera le explicó que su primo había sufrido de polio en su infancia y que ahora, a los dieciocho años, estaba teniendo más dificultades. El élder Monson fue hasta el Hospital de Niños y le dio una bendición al muchacho. Cuando estaba por salir, otro joven le preguntó si tendría tiempo para dar una bendición a una niña de diez años que sufría de lo que parecía ser un caso incurable de leucemia. Una vez más, supo que su visita a ese hospital, en ese momento, había sido una respuesta a la oración de alguna persona. Y así fue que bendijo a la niña.
“Salí de esos dos hospitales”, dijo, “comprendiendo que nuestro Padre Celestial está muy pendiente de quienes sufren en esta vida mortal y que desean una bendición de manos del sacerdocio”42.
Una de tales personas que sufría era el élder Richard L. Evans, miembro del Quorum de los Doce, quien en 1971 regresó muy enfermo tras cumplir con sus asignaciones en el extranjero. Las Autoridades Generales planearon un ayuno especial en el que pedirían en oración por su recuperación. El día designado para ello, el élder Monson y su hijo Clark estaban de cacería de patos en el norte de Utah. Al llegar el mediodía, el élder Monson dijo: “Arrodillémonos aquí para hacer una oración. Todos los miembros del Quorum de los Doce nos hemos puesto de acuerdo para orar a esta hora dondequiera que nos encontremos en el mundo. Estamos pidiendo al Señor por la salud de nuestro amado hermano Richard L. Evans”. El no se habría de recuperar, pero el arrodillarse con su padre en el pastizal tuvo un efecto perdurable en Clark, quien la recuerda como una de sus más atesoradas experiencias43.
El Señor llamó al élder Evans de nuevo a Su lado una semana después, el ls de noviembre de 1971. El élder Monson se encontraba en Guatemala en un seminario de presidentes de misión cuando recibió la noticia. Dejó la asignación “en las capaces manos de los élderes Haight y Dyer”44 y emprendió regreso a Salt Lake City. En el aeropuerto de Los Angeles se encontró con el élder Marión G. Romney, quien estaba regresando del Oriente; con el presidente N. Eldon Tanner, quien regresaba de la Tierra Santa; y con el élder Gordon B. Hinckley, procedente de Alemania. El presidente Joseph Fielding Smith nombró a Marvin J. Ashton para ocupar la vacante en el Quorum de los Doce. El élder Monson y el élder Ashton habían trabajado juntos por años en diferentes comités.
La familia Monson estaba pasando unos días en su cabaña de Vivían Park cuando, a la 1:00 de la madrugada del 2 de julio de 1972, el padre del élder Monson y su hermano Scott llegaron inesperadamente de Salt Lake City. Debido a que no había servicio telefónico en la cabaña, habían ido en automóvil para ponerle en conocimiento de que Joseph Fielding Smith, décimo Presidente de la Iglesia, había fallecido.
En menos de una hora, el élder Monson estaba en camino de regreso a Salt Lake, sabiendo que tendría que estar en la oficina temprano para reunirse con las Autoridades Generales.
























