Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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PREPARADO PARA CRECER

Considero que cuando él estaba en el Quorum de los Doce, era uno de los miembros más influyentes debido a sus contribuciones. Siempre estuvo preparado para hacer aportes en los comités en los que sirvió, asignándosele siempre los más difíciles, aun cuando era el miembro de menor antigüedad del Quorum.

Élder L. Tom Perry Quorum de los Doce Apóstoles


Era una noche de primavera cuando un empleado de una gasolinera de Holladay, un suburbio de Salt Lake City, miró por la ventana y vio lo que él recuerda era un Chevrolet Impala verde junto a un surtidor. Lo primero que pensó fue: “Ese auto necesita nuevos amortiguadores”.

El conductor llenó el tanque y entró a la estación para pagar. Mientras el empleado contaba el dinero, el hombre empezó a hacerle preguntas. El joven le dijo que estaba en el último año de la preparatoria y que jugaba al básquetbol en el equipo de su barrio (de la Iglesia). No le dijo que apenas calificaba para jugar, ya que el requisito era asistir al menos a una reunión sacramental y a otra del sacerdocio por mes.

Entonces el hombre le preguntó qué pensaba hacer después de graduarse y más adelante con su vida. “No recuerdo qué fue lo que respondí, hasta que me preguntó si era Santo de los Ultimos Días, a lo cual contesté que sí. Entonces me preguntó si pensaba ir a una misión, y le dije que no sabía”. El joven no hizo mención a su problema con la Palabra de Sabiduría o a las dudas de su corazón. El hombre hizo una pausa y después dijo: “Le aconsejo que vaya, ya que sería lo mejor que podría hacer en esta etapa de su vida”. Entonces estrechó la mano del joven y se marchó.

El empleado pasó el resto de la noche pensando en lo que aquel extraño le había dicho. Veinte años más tarde, describió su experiencia de esta manera:

“Lo que siempre tenía presente era su sonrisa amigable y la mirada de sus ojos. Fue aquella noche que decidí deshacerme de los cigarrillos. Dos meses después recibí la bendición patriarcal, la cual confirmaba que sería llamado a servir en una misión y que yo aceptaría. Pero no fue sino hasta el siguiente octubre, mientras miraba la conferencia general, que quedé perplejo y obtuve un testimonio de que Dios sabía quién era yo. No recuerdo quién estaba dirigiendo esa sesión en particular, pero anunció que el siguiente orador sería Thomas S. Monson. Al acercarse al púlpito, lo reconocí como el hombre que muchos meses antes había llegado hasta la gasolinera”1. Posteriormente, el joven sirvió en una misión.

Cuántas historias hay como ésa, nadie realmente lo sabe, pero lo que sí se sabe es que Thomas S. Monson ha rescatado muchas almas con su interés personal y la imagen de Cristo reflejada en su rostro. La vida del presidente Monson está repleta de tales actos de servicio personal, los cuales no deben haber resultado fáciles, dadas sus muchas responsabilidades.

Tras el fallecimiento del presidente Joseph Fielding Smith, el Quorum de los Doce se reunió para reorganizar la Primera Presidencia. Era una mañana soleada, la cual revelaba la luz que en breve descansaría sobre los apóstoles del Señor Jesucristo.

Para el élder Monson, “fue un día de regocijo espiritual”. Particularmente valoró “la forma tan ordenada que el Señor ha proporcionado para tales casos de transición de autoridad dentro de Su Iglesia, como testimonio para todos cuantos participan en esos asuntos tan trascendentales”2.

La Iglesia se había despedido del presidente Smith en su funeral que se acababa de llevar a cabo en el Tabernáculo el día antes, el 6 de julio de 1972. El élder Monson se había sentado en consejo con el presidente Smith, había recibido de él guía y había escuchado sus oraciones. “Siempre lo recordaré como alguien que pronunciaba bellas oraciones para pedir que él perseverara hasta el fin y que cada uno de nosotros observara los convenios que había hecho en el santo templo”, dijo el élder Monson al rendir homenaje a su amigo y líder fallecido3.

Tres meses más tarde, en la conferencia de octubre, el presidente Harold B. Lee anunció que Bruce R. McConkie, uno de los Ayudantes de los Doce, ocuparía la vacante en el Quorum de los Doce. El élder McConkie, yerno del recién fallecido presidente Smith, había servido como Autoridad General desde su llamamiento al Primer Consejo de los Setenta en 1946. El 12 de octubre de 1972, el Quorum de los Doce y la Primera Presidencia acompañaron en el círculo al presidente Lee, quien ordenó a Bruce R. McConkie como Apóstol del Señor Jesucristo. “Fue un placer para mí unirme a los demás para ponerle las manos sobre la cabeza y ordenarlo”, escribió el élder Monson. “Del mismo modo enfática fue la instrucción que el presidente Lee dio al élder McConkie. Fue como si nos estuviera hablando a todos nosotros, y tal vez lo estaba”4. En esa conferencia también se llamó ajames E. Faust para servir como Ayudante de los Doce. El élder Monson, quien había sido amigo del élder Faust durante años, fue asignado poco después del llamamiento “para orientarlo en sus responsabilidades relacionadas con el templo y otros aspectos de la obra”5.

El élder Monson consideraba al presidente Lee un hábil administrador en el gobierno de la Iglesia, además de un líder profundamente espiritual. Los miembros de la Iglesia esperaban que, a los setenta y tres años de edad—el hombre más joven en ser sostenido como Presidente de la Iglesia en más de cuarenta años—el presidente Lee guiara la Iglesia por muchos años.

El nuevo presidente describió su propia introspección al referirse a un mensaje de 1853 del élder Orson Hyde, miembro del Quorum de los Doce: “No cabe la más mínima duda de que cuando un hombre es ordenado y nombrado para guiar a la gente, habrá pasado por tribulaciones y pruebas y habrá probado ante Dios y los hombres que es digno de afrontar la situación en la que se encuentra. Por el contrario, una persona que no haya sido puesta a prueba, que no se haya probado a sí misma ante Dios y Su pueblo y ante los concilios del Altísimo, de ser digna, no va a atreverse a guiar la Iglesia y el pueblo de Dios. Desde el comienzo, alguien que entiende el Espíritu y el consejo del Todopoderoso, que conoce la Iglesia y es conocido por ella, posee lo que se requiere para guiarla”6. Ésa fue una apta descripción que caracterizó a presidentes de la Iglesia en el pasado y a aquellos que serían llamados en el futuro.

La relación del élder Monson con el presidente Lee era mucho más que la de simples “colegas” o aun de “mentor y pupilo”; él y el presidente Lee eran viejos amigos. Eran muy parecidos en su manera de pensar; ambos muy organizados y disciplinados. El presidente Lee había sido una influencia positiva en casi toda decisión significativa de la vida del élder Monson, quien ahora se regocijaba en la oportunidad de dar testimonio del presidente Lee como profeta: “Declaro que somos guiados por un profeta de Dios, el presidente Harold B. Lee”, dijo a estudiantes de la Universidad Brigham Young, “un hombre de quien podemos aprender lecciones de gran valor, un hombre que nos enseña a todos la hermosa lección de la humildad”7.

A lo largo del servicio que prestaron juntos en el Quorum de los Doce, su relación se extendía más allá de las paredes del Edificio de Administración de la Iglesia, hasta el hogar de la familia Monson. El presidente Lee también tuvo una gran influencia positiva en cada uno de los hijos de los Monson8. Al mirar hacia atrás, el élder Monson recordó: “El presidente Lee trataba a todos como si él fuera el padre y ellos sus amados hijos”9.

Cuando era adolescente, a Tom, el hijo del élder Monson, le descubrieron un bulto en la pierna que preocupó al médico de cabecera, Maurice J. Taylor. A menudo esos casos resultaban en cáncer; el sobrino del Dr. Taylor había perdido una pierna a causa de la enfermedad. Dos especialistas, el Dr. Thomas Smart y el Dr. Merrill Wilson, recomendaron cirugía. Antes de la operación, el élder Monson le preguntó al presidente Lee si lo acompañaría al hospital a darle una bendición a Tom. A las 5:00 de la tarde se encontraron en la entrada del hospital, donde el presidente Lee habló palabras de consuelo al preocupado padre: “Élder Monson, no hay ningún otro lugar en el mundo en el que preferiría estar, ni nada que preferiría hacer que dar una bendición a su hijo”.

Francés entró con ellos a la sala del hospital y el presidente Lee le explicó al joven el propósito de una unción y el sellamiento de la misma, y después le dio a Tom una “hermosa bendición”. La operación fue un éxito y el tumor resultó ser benigno10.

El presidente Lee volvió a hablar con Tom cuando el joven servía en una misión en Italia. “Su muchacho se ve magníficamente”, le informó después al élder Monson. “Estaba sentado en la primera fila encargándose de grabar la reunión. Se presentó como el élder Thomas Lee Monson”. El élder Monson recibió el informe con agradecimiento. “Los padres anhelan oír tales comentarios”11.

En otra ocasión, el élder Monson presentó a su hija Ann al presidente Lee, quien le dijo que “podía percibir que ella era tan hermosa en su interior como lo era en su apariencia física”12.

Cuando el élder Monson y su hijo Clark—quien pronto sería diácono—se encontraron un día con el presidente Lee a la entrada del Edificio de Administración de la Iglesia, el presidente Lee miró a Clark en los ojos y le preguntó: “¿Qué sucede cuando cumples doce años?”. Al élder Monson le preocupó que Clark pudiera responder que sería un boy scout, pero su padre se sintió orgulloso cuando el niño declaró: “Seré ordenado diácono”. El presidente Lee sonrió y sencillamente dijo: “Dios te bendiga, muchacho”13.

El presidente Lee veía en el élder Monson a un consumado orador y maestro de doctrina, y lo instó a publicar algunos de sus sermones en un libro, para el cual hasta se ofreció a escribir el prólogo. Pathways to Perfection (Las sendas hacia la perfección) comienza con el reconocimiento del presidente Lee al élder Monson: “Al escucharlo, uno se siente inspirado; al trabajar a su lado, uno se siente edificado; y al sentir su devoción, la fuerza de su convicción y el poder de su testimonio, uno sabe que, sin duda, su llamamiento como testigo especial y apóstol del Señor Jesucristo es bien merecido”14.

El presidente Lee reconoció que el élder Monson se encontraba “tan sólo en la etapa intermedia de su vida y su servicio”. Seguiría progresando como resultado de las experiencias que estaba teniendo con amistades que forjaba en sus viajes alrededor del mundo. Dicha reseña le proporcionaría una valiosa perspectiva como “maestro, líder e inspirador”15.

Durante su administración, el presidente Lee hizo frente a una época de disturbios raciales en los Estados Unidos. La Iglesia fue blanco de muchas críticas debido a su postura de no permitir que los varones de raza negra poseyeran el sacerdocio o entraran al templo. Revistas y periódicos de publicación nacional pedían cambios y los militantes demandaban: “Eliminaremos la segregación en la iglesia mormona o la destruiremos”16.

La Iglesia no estaba preparada para encarar amenazas ni protestas de mayor magnitud. Por primera vez en cincuenta años se apostaba un guardia de seguridad frente a las oficinas de la sede de la Iglesia, y rápidamente se reemplazó un modesto grupo de vigilantes nocturnos por un equipo de profesionales de seguridad altamente entrenados. El presidente Lee mismo tenía un escolta policial cuando iba a cortarse el cabello.

En una serie de reuniones, el presidente Lee consideró el daño que se le estaba causando a la imagen de la Iglesia, a dignatarios nacionales miembros de la Iglesia y a miembros del Quorum de los Doce. “Sigue asombrándome la capacidad del presidente Lee”, dijo el élder Monson después de una de las reuniones, “y sé con certeza que nuestro Padre Celestial le está dando salud y fortaleza, así como la guía de Su Santo Espíritu”17.

Durante esos días, lo que comenzó como un estudio de comunicaciones públicas se convirtió en una masiva reestructuración de todas las comunicaciones de la Iglesia. Surgieron dos nuevos departamentos: el de Comunicaciones Internas y el Departamento de Comunicaciones Públicas, conocido actualmente como Asuntos Públicos.

Teniendo en cuenta las presiones públicas de aquel momento, es de sorprender que el Departamento de Comunicaciones Internas se organizara primero. Este estaba encargado de la revisión y distribución de materiales de instrucción, publicaciones y traducciones para la Iglesia en todo el mundo. Se nombró al élder Hinckley como encargado, con los élderes Monson y Packer como asesores18. Seis meses después, el élder Hinckley fue asignado al recién creado Departamento de Comunicaciones Públicas, y el élder Monson pasó a ser el presidente del Comité de Comunicaciones Internas (CCI), con los élderes Packer, Ashton y McConkie como miembros. Los asesores del Comité de Correlación asesoraban ahora al CCI. Bajo la atenta mirada de esos hermanos pasarían todos los asuntos de correlación, enseñanza, materiales de instrucción, publicaciones, servicios de traducción y muchos otros proyectos, recordándole al élder Monson el Comité de Correlación para Adultos. Expresó preocupación de que esa amplia organización se transformara en una gran burocracia, a menos que se tomaran precauciones. El presidente Lee se respaldó en él para asegurarse de que eso no sucediera.

La Iglesia estaba ahora en posición de manejar sus necesidades de comunicación en medio de su constante crecimiento en el mundo, tanto interna como externamente. En los años siguientes, se produjeron cambios para ajustar la estructura, el personal, las líneas de autoridad y hasta la nomenclatura de la organización dispuesta en medio de tan cargada atmósfera, pero el sistema favorecería a la Iglesia, y su supervisión por parte del Quorum de los Doce y de la Primera Presidencia seguiría adelante.

En junio de 1971, el presidente Lee pidió la ayuda de los élderes Monson, Hinckley y Packer para determinar qué podía hacer la Iglesia “para mantener un espíritu de unidad entre los miembros de raza negra”. Entre otras cosas, se recomendó la creación de una unidad social o rama en Salt Lake City para los miembros de la Iglesia de raza negra. El presidente Lee aconsejó a los tres apóstoles que proporcionaran “las mayores oportunidades posibles a nuestros hermanos negros, salvo el sacerdocio, y después buscaran la inspiración de nuestro Padre Celestial para recibir mayor luz y conocimiento”19.

Tras una serie de reuniones con representantes de la comunidad negra—Ruffin Bridgeforth, Darius Gray y Eugene Orr—surgió el Grupo Génesis.

El élder Monson había conocido brevemente al hermano Bridgeforth, pero habían forjado una buena relación. Mientras servía como presidente de misión en el Este de Canadá, el presidente Monson y sus misioneros se habían enfrentado a repetidas críticas a las normas de la Iglesia sobre el sacerdocio y los negros. El presidente Monson escribió a uno de sus amigos negros en Salt Lake City, para preguntarle si podía preparar algo que contribuyera a calmar los ánimos. Su amigo señaló que Ruffin Bridgeforth era la persona indicada para referirse al asunto. El hermano Bridgeforth, quien hacía dieciocho años que era miembro de la Iglesia, grabó su testimonio para que los misioneros lo utilizaran cuando se enfrentaran al argumento de que “ningún miembro negro tiene un testimonio de la Iglesia”.

Los tres apóstoles pusieron las manos sobre la cabeza de cada uno de los tres miembros de raza negra, apartando al hermano Bridgeforth como presidente de grupo, al hermano Gray como primer consejero y al hermano Orr como segundo consejero. El Grupo Génesis, una unidad auxiliar anexa a la Estaca Liberty Utah, llevaría a cabo una reunión mensual con oradores y testimonios. También efectuarían sesiones semanales para la Sociedad de Socorro, la Primaria y los jóvenes. Los miembros del grupo asistirían a las reuniones sacramentales de sus propios barrios. En la primera reunión del Grupo Génesis, la capilla estaba repleta, viéndose entre la congregación a muchas personas de raza blanca.

Unos meses más tarde, tras haber observado a los tres líderes formar y administrar el Grupo Génesis, el élder Monson escribió: “Estoy muy impresionado con estos tres hermanos negros que forman la presidencia de este grupo. Ciertamente se han visto sujetos a muchas injusticias y espero ansioso la llegada del día cuando puedan poseer el sacerdocio”. Entonces declaró: “Puedo decir con toda honradez que no tengo el más mínimo prejuicio racial hacia tales personas, y me uno a ellas con el deseo de que el Señor conceda un día su súplica”20.

En esa época también surgían otros asuntos de importancia en la Iglesia. El sistema de correlación había dirigido la atención a la necesidad de fortalecer el testimonio de los miembros y su comprensión de los principios del Evangelio por medio de un estudio estandarizado de las Escrituras, aunque éste seguía siendo un tremendo desafío. Muchas personas no leían las Escrituras o no sabían cómo hallar respuestas en su estudio.

Para remediar la situación, el presidente Lee nombró al élder Monson para encabezar el Comité de Ayudas de Estudio de la Biblia, lo que llegaría a ser uno de los esfuerzos más significativos de la Iglesia en el siglo veinte. El que el élder Monson fuera llamado no sorprendió a nadie, ya que había demostrado enormes destrezas organizativas y administrativas en otras importantes asignaciones. Contaba con la confianza total de los miembros de más antigüedad de los Doce, una vitalidad inigualable, aptitudes profesionales en impresión y un buen ojo para los detalles, todo lo cual resultaría muy útil en el proceso.

A Thomas Monson se le conocía—y se le conoce aún—como una persona que mira un libro y ve mucho más que texto en una página. Ve el tipo de caracteres, ve los márgenes, los superiores, los inferiores y los de los costados. Distingue las diferentes texturas del papel; parece tener un sentido extra que le permite ver un error en el medio del texto. Tal destreza lo ha llevado a ganarse la designación de “ojo de águila”. Llegó a rechazar propuestas no por su contenido, sino por errores de ortografía o gramaticales. Cuando trabajaba en el Deseret News revisaba los textos de publicidad. Una vez le presentó a un prominente agente de bienes raíces un aviso para que lo revisara. El hombre dijo que estaba todo en orden, hasta que Tom señaló un error en el texto, donde en vez de decir en inglés uniformecL (refiriéndose al personal “uniformado”), decía uninformed (“mal informado”). El agradecido hombre de negocios le compró a Tom una malteada.

También se llamó a integrar el Comité de Ayudas de Estudio de la Biblia al élder Packer y al élder Ashton. Los tres, ya asesores del CCI, debido a sus responsabilidades de supervisión general, estaban al tanto de las inquietudes relacionadas con el estudio de las Escrituras. Más adelante, el élder McConkie fue llamado a integrar el grupo cuando al élder Ashton se le dio una nueva asignación.

Antes de la década de 1970, cada año se introducían en la Iglesia nuevos manuales para los cursos de estudio de adultos, tanto para las clases de Doctrina del Evangelio como para los quorums del Sacerdocio de Melquisedec y la Sociedad de Socorro. También se publicaban nuevos manuales todos los años para los diáconos, los maestros y los presbíteros. Lo mismo empezó a hacerse con el programa de las Mujeres Jóvenes. Con la correlación de todas las clases de adultos que empleaban las Escrituras como su “manual”, surgió un dilema: La Biblia no estaba correlacionada con los otros libros canónicos, lo cual limitaba el estudio completo de las doctrinas del reino. Además, en la Iglesia se usaban múltiples versiones de la Biblia en inglés; la Primaria usaba una, seminarios otra y los misioneros una diferente. Eso quería decir que un niño de la Primaria tal vez aprendería de una edición de la Biblia, pasaría a otra al ir a seminario y a una tercera edición como misionero.

Lo que llegó a quedar sumamente claro fue la necesidad de extender las referencias en las Escrituras más allá de la Biblia, incluyendo el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. La Primera Presidencia y el Quorum de los Doce aprobaron la idea sin reservas. El Comité de Ayudas de Estudio de la Biblia pasó a ser el Comité de Publicación de Escrituras, y el proyecto de crear una edición de las Escrituras debidamente correlacionada se extendería hacia la década de 1980 en su versión en inglés, añadiéndose después en otros idiomas.

El trabajo con las Escrituras bien pudo haber consumido todo el tiempo del élder Monson, pero su horario de viajes durante ese período también incrementó al recibir algunas de las más extenuantes asignaciones. El conocía bien Canadá; era su segundo hogar y un creciente bastión de la Iglesia. Había supervisado y viajado extensamente por las islas del Pacífico, Europa y México y había viajado a Sudamérica, la Tierra Santa y el Lejano Oriente.

Colaboró en la planificación de la conferencia de área de Gran Bretaña y después en las conferencias de México, Estocolmo y Munich, encargándose de los trabajos preliminares para asegurarse de que los recintos fueran apropiados para servicios religiosos.

En el verano de 1973, un joven misionero oriundo de California, el élder David A. Bednar, quien en aquel entonces servía como líder en su misión en Alemania, asistió a una reunión para repasar los detalles finales con vistas a la conferencia de área de Munich. “Tuvimos una reunión en las oficinas de la misión, a la cual asistió el élder Monson para darnos directivas”, recuerda. “Nunca había visto una reunión tan bien organizada y dirigida. No fue autoritario ni dominante, pero uno sabía quién estaba al mando. El élder Monson delineó en detalle lo que se debía hacer y todo se hizo tal cual él lo indicó. Dio las gracias, se ofreció una oración y nos marchamos. Recuerdo que como misionero de sólo veinte años de edad aprendí cómo se suponía que debían ser las cosas, no sólo en teoría, sino en la práctica. Fue verdaderamente increíble”21.

De camino a la conferencia de Munich, el élder Monson se encontró con su hijo Tom, quien acababa de terminar su misión en Italia. “Fue un día que nunca olvidaríamos”, dice, indicando que aún puede ver en su recuerdo a Tom salir del avión con su equipaje de mano. “Fue bueno verlo otra vez”. Tos dos tomaron un taxi hacia la estación de trenes, donde el joven Tom, con el debido permiso, tomó un tren hacia Birmingham, Inglaterra, lugar de origen de las famosas palomas rodadoras. El élder Monson viajó a Zurich, donde lo esperaba Francés para asistir a una conferencia de misioneros en la Misión Suiza.

El día en que cumplió cuarenta y seis años, el 21 de agosto de 1973, el élder Monson y su esposa volvieron a tener otro “glorioso encuentro” con Tom y viajaron a Munich para la conferencia de área. El viernes 24 de agosto, los miembros presentaron un evento cultural en el cual participó cada país del área. “Ea sorpresa de la velada” fue cuando el presidente Lee invitó al élder Monson a hacer uso de la palabra, y lo hizo sin preparación, confiando únicamente en el Espíritu.

Más de 15.000 personas asistieron a la conferencia de área de Munich, la cual contó con la presencia del Coro del Tabernáculo Mormón. “Fue un evento espectacular”, escribió el élder Monson en su diario personal. El Coro presentó para un auditorio mundial su afamado programa Música y palabras de inspiración22.

Las anotaciones del élder Monson en su diario, referentes a la conferencia de área de Munich, revelan su naturaleza. Para él, las personas son importantes, especialmente aquellas que pasan desapercibidas. Resaltó “el canto de los alemanes” como lo más destacado de la conferencia. Describió la “sobresaliente coordinación” de quienes habían trabajado entre bastidores atendiendo detalles—-J. Thomas Fyans, F. Enzio Busche y Jacob de Jager—y rindió tributo a su servicio. Escribió acerca de la “dicha” que sintió al observar “la expresión en el rostro de Walter Krause, el recién ordenado patriarca de la Misión Dresde, al escuchar atentamente la conferencia y particularmente la música del Coro del Tabernáculo”. Para el presidente Monson, lo más importante siempre es la gente, sus esfuerzos, su testimonio, su felicidad, su disposición a reconocer la mano del Señor. Lo mismo sucede en su vida familiar. Escribió en su diario al final de su asignación: “Estamos endeudados con la tía Blanche por cuidar a los niños”23.

Ese verano, en 1973, la única hija de los Monson, Ann, anunció su compromiso con Roger A. Dibb, un estudiante de contabilidad de la Universidad Brigham Young. “Resultó interesante pasar por la traumatizante experiencia de ver a Roger pedir la mano de mi hija”, recuerda el élder Monson. Roger prometió que “la cuidaría y la amaría con todo su corazón”. Ann sería la primera de los hijos en casarse y la echarían de menos, particularmente Francés24.

“Mi padre siempre esperó que yo honrara a mi madre”, dice Ann, “lo cual nunca resultó difícil”. Ambas tenían una relación muy estrecha, las dos muchachas de la casa rodeadas por tres hombres obstinados. Ann siempre ha visto a su madre como “una mujer dulce y bondadosa, dedicada por completo a su familia”. Mientras otros adolescentes querían liberarse y alejarse de sus padres, Ann se quedaba levantada hasta tarde en la noche hablando con su madre sobre sus amigos y de las actividades del día. “Mamá siempre ha sido una mujer callada”, dice Ann. “Pero eso no quiere decir que no expresara su opinión y, cuando lo hacía, mi padre escuchaba”25. Francés se mantenía al margen de actividades que atrajeran la atención hacia ella, cuidándose siempre de no complicar la vida de su esposo con algún comentario o actitud personal que lo afectara a él.

Hasta el día de hoy, cuando Ann entra al hogar paterno donde se crió, siente que está “en casa”. “Papá dice: ‘Miren quién está aquí; y cuánto nos alegra. ¿No es hermosa?’. Mis padres siempre tienen algún halago para mí, no importa mi apariencia ni lo que haya estado haciendo”. Mediante el ejemplo que se dio en su hogar, Ann aprendió las verdades del Evangelio que se describen en “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”: “Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro”26. “Yo creo que cuando uno enseña el plan de salvación, enseña lo que significa volver al hogar”, explica Ann. “Cuando voy a visitar a mis padres, me siento amada, reconocida y bienvenida; siento que estoy en mi hogar, y así es como será en las eternidades”27.

El élder Monson efectuó el sellamiento de Ann y Roger en el Templo de Salt Lake el 5 de marzo de 1974. Pocos días antes del casamiento, la familia Monson asistió al templo con Ann y Roger. El día de la boda, “Ann se veía muy hermosa arrodillada ante el sagrado altar en la casa del Señor”, escribió el élder Monson. “No recuerdo haber sentido antes un espíritu tan dulce durante una ceremonia como el que reinaba allí en esa ocasión. Estamos agradecidos a nuestro Padre Celestial por el encantador espíritu que es nuestra hija”28.

Tan sólo ocho semanas después, el 26 de abril de 1974, la familia estaba nuevamente en el templo cuando el élder Monson tuvo “la preciada experiencia” de sellar a su hijo mayor Tom y a su esposa, Carma Rhodehouse. El siempre ha reconocido “la firmeza de carácter de los jóvenes que tienen el valor de escoger la debida forma de casamiento”29.

Pasarían otros ocho años antes de que su hijo menor, Clark, se casara. El élder Monson consideró una “oportunidad privilegiada” el sellar a cada uno de sus tres hijos a sus cónyuges y darles una bendición de padre. Clark se casó con Patricia Shaffer en el Templo de Salt Lake el 28 de abril de 1982.

Entre asignaciones durante el verano de 1973 en Zurich, Nairobi y Atenas, el élder Monson hizo arreglos para llevar a Francés a la Tierra Santa, donde hicieron una gira por los lugares considerados “sagrados para los Santos de los Ultimos Días”. Cuando llegaron a la Tumba del Jardín, se sintieron desilusionados de que ese día el lugar estuviera cerrado. Llamaron, pero nadie atendió. Tras visitar la colina del templo, el Jardín de Getsemaní, la Vía Dolorosa—por donde el Señor cargó la cruz—-y otros lugares en Jerusalén, regresaron por segunda y hasta por tercera vez. Por fin, alguien llegó hasta la entrada, donde el élder Monson explicó que habían viajado desde los Estados Unidos para visitar el sepulcro. “¿Podríamos pasar aunque fuera sólo diez minutos?”, preguntó. Los invitaron a entrar y la puerta se cerró detrás de ellos. “Tomen todo el tiempo que deseen”, dijo el guardia. Los Monson se sintieron sobrecogidos con lo que experimentaron. Para ellos, el sepulcro se transformó “en el lugar más hermoso e inspirador de toda la Tierra Santa. Uno no puede visitarlo sin sentirse cerca del Salvador y de Su divina misión”30.

Los Monson apreciaron personalmente, de continente a continente, los indicios del gran crecimiento de la Iglesia. El élder Monson pasó una semana en Europa, pagando por una habitación 50 dólares por noche (cantidad que él consideraba exorbitante), y de allí fue a Nairobi, Kenia, en el continente africano. La semana siguiente viajó a Japón, a Hong Kong y a Sydney, Australia, haciendo una escala de un día en casa. Mientras tanto, tenía asignaciones en diferentes partes de Estados Unidos los fines de semana. Reajustar la hora después de cada viaje le resultaba difícil; la noche era día y viceversa por más o menos una semana y no disponía del tiempo para recuperar sus energías.

Tanto al élder Monson como al presidente Spencer W. Kimball les gustaba trabajar y ambos encaraban sus tareas con gran empeño. Durante varios veranos, el presidente Kimball había trabajado en un libro titulado El milagro del perdón. “Cuando uno lee el libro”, observó el élder Monson más tarde, “particularmente la primera parte, se pregunta si acaso alguien se hará merecedor del reino celestial”. Pero después indicó que la parte final ofrece la seguridad de que “con esfuerzo, todos podremos lograrlo”31.

Un día, el presidente Kimball, en aquel entonces Presidente del Quorum de los Doce, entró en la oficina del élder Monson y le dijo: “No sé si debí haber publicado el libro; hay personas que vienen a verme para confesar errores que cometieron hace muchos años. ¿Podría ayudarme y hablar con algunas de ellas?”.

El élder Monson aceptó ayudar, a lo cual el presidente Kimball respondió: “Le voy a mandar a unas cuantas personas”.

Cuando el élder Monson le preguntó qué quería que les dijera, el presidente Kimball sencillamente le contestó: “Perdónelas, hermano; perdónelas”32.

El élder Monson intentaba, tan a menudo como le fuera posible, brindar consejo a quienes acudían a él por ayuda. Un joven, hijo de un criador de palomas, quien estaba tratando de poner su vida en orden a fin de enviar los papeles para la misión, escribió lo siguiente después de una entrevista que tuvo con el élder Monson en su oficina: “Fue un gran honor que me recibiera, me aconsejara y me bendijera. Desde esa ocasión, he sentido nuevas fuerzas, las cadenas han caído y la esperanza ha vuelto. Nunca pensé recobrar el vigor para arrepentirme. Gracias”.

El joven concluyó su carta diciendo: “Para mí, ésta es la bendición más grande relacionada con tener un padre que cría palomas”33.

¡Ah, las palomas! Con todo lo que tenía que hacer, el élder Monson aún se tomaba el tiempo para ir a la Feria del Estado todos los años para ver la exhibición de las palomas y la de las gallinas. Tenía que ir dos veces, ya que las dos presentaciones empleaban el mismo edificio, una de ellas al principio de la feria y la otra al final. Aún tenía en su casa un palomar lleno, aunque ya no exhibía sus aves.

En medio de todas las presiones, los viajes, las horas dedicadas a reuniones de comités y otras asignaciones, el élder Monson aguardaba ansioso la llegada del verano para cortar el césped. Mientras que a algunos les gusta jugar al golf o arreglar cosas en la casa, al élder Monson le gustaba cortar el césped. Para él había, y sigue habiendo, algo terapéutico en las ordenadas hileras de pasto recién cortado. Dependiendo de la necesidad, también le gustaba pintar el cerco, el gallinero y el palomar.

Cuando estaban en Londres o Nueva York, él y Francés iban algunas veces a ver una obra musical. Una de sus predilectas es The Student Prince (Mentiras y coartadas). Otra es The Music Man (Vivir de ilusión), obra de la cual le encanta la declaración de su personaje central, Harold Hill, a su amada Marian, la bibliotecaria: “Acumula suficientes mañanas y verás que habrás juntado muchos ayeres vacíos”. También le gustan Camelot, Fiddler on the Roof (El violinista en el tejado), Showboat, Man ofLa Mancha (El hombre de La Mancha), Phantom of the Opera (El fantasma de la ópera), Annie y muchas otras.

El élder Monson entraba ahora en una era en la que sus seres queridos empezaron a irse. En 1973, la madre de Francés, Hildur Augusta Booth Johnson, murió de cáncer. El padre de Francés había fallecido años antes. El élder Monson se sintió honrado de hablar en los servicios de su suegra, a la que describió como “una mujer realmente maravillosa a quien echaremos mucho de menos”34. Mormor, como la llamaban cariñosamente, se había quedado a menudo con los niños cuando los Monson viajaban en asignaciones. Era una excelente cocinera a quien se le contrataba para servir cenas para grupos numerosos debido a su reputación de preparar verdaderos manjares. Aun cuando Francés, a quien se le dio su nombre en honor a su padre, Franz, tiene todas las recetas de su madre, dice que no le sirven de mucho, ya que están escritas en sueco y Fraces no ha hablado ni leído ese idioma desde que era muy pequeña.

Más tarde en ese año, el élder Monson se encontraba en Hong Kong en un seminario de presidentes de misión cuando, al regresar al hotel, recibió un mensaje de Francés para informarle que la madre de él había fallecido. Gladys Monson no había estado bien los últimos años y la habían tenido que hospitalizar. Cuando la familia celebró el cumpleaños de su esposo en mayo de 1973, a Gladys se le veía débil y carente de su espíritu jovial. Pese a todo, siempre afecta “enterarse de la muerte de la madre”, expresó el élder Monson. Había estado sufriendo de un tumor en la pleura pulmonar, pero no se esperaba que “falleciera tan repentinamente”, en la tarde del jueves 13 de septiembre de 1973.

El élder Monson pudo haber regresado a casa de inmediato tras recibir las noticias del fallecimiento de su madre, pero sintió “la necesidad de continuar el viaje”, aunque hizo ajustes en su itinerario a fin de poder estar de regreso a tiempo para el funeral. Cuando tuvo un poco de tiempo entre reuniones en las Filipinas, visitó el cementerio de ex combatientes estadounidenses, “un lugar apacible donde reina un gran espíritu de reverencia”. La enorme expansión de verde césped hermosamente cuidado está marcada solamente con cruces blancas dispuestas en perfecta simetría, con la única variación de alguna que otra estrella de David que señala el sepulcro de alguien de la fe judía. “Allí, en hermosas columnatas, se cuenta gráficamente la historia de la Guerra del Pacífico. Los mapas en baldosas de cerámica describen cada batalla”. Por ser un apasionado de la historia, particularmente de la Primera y de la Segunda Guerras Mundiales, y por encontrarse impactado por la muerte de su madre, el élder Monson se sintió sobrecogido por algunas de las inscripciones en las lápidas, las cuales anotó en su diario, como ésta: “Oh Señor, sostennos todo el día hasta que las sombras se extiendan y nuestra labor termine. Entonces, en Tu misericordia, concédenos un seguro y santo reposo por fin en paz”.

El élder Monson concluyó así su anotación de ese día: “Salí del cementerio renovado espiritualmente y con la sensación de que mi amada madre estaba bien”35.

Ese fin de semana habló a los miembros de la Estaca de Manila y sintió que ellos habían asimilado cada una de sus palabras. Podría haber partido de regreso a casa después de la sesión del sábado, pero, “recordando las palabras del Señor de mantener la vista puesta en el reino de Dios y la mano en el arado, decidí quedarme”36. Después de su discurso a los santos de Manila, confesó: “El espíritu del Señor dirigió mis palabras, ya que nunca me había sentido tan libre al hablar a una congregación ni había percibido que mi mensaje les llegara tan profundamente como en esa ocasión”37.

Viajó de regreso a casa vía Tokio, llegando el lunes 17 de septiembre, justo antes del velatorio de su madre. Más de 500 personas “pasaron a presentar sus respetos por mamá y papá”. Muchas Autoridades Generales también asistieron, así como miembros del Barrio Sexto-Séptimo, y hasta Joe Marabelle, el sastre del élder Monson y amigo de muchos años38.

El funeral de Gladys, llevado a cabo el 18 de septiembre en el Barrio Rosecrest Segundo, de la Estaca Canyon Rim, en Salt Lake City, fue bien concurrido. Muchas Autoridades Generales apoyaron al élder Monson y a su familia. Entre los oradores estuvieron John Burt—vecino, amigo, ex obispo del Barrio Sexto-Séptimo y miembro por mucho tiempo de la presidencia de la Estaca Temple View—y Merlin Lybbert, ex obispo de Gladys. Richard Condie, primo de Gladys y director del Coro del Tabernáculo Mormón, cantó un solo. El presidente Harold B. Lee fue el último orador, rindiendo tributo a la “naturaleza jovial” de Gladys, su “radiante y juvenil brío” y su “magnífica familia”. Dirigiéndose a ellos, el presidente Lee dijo: “Cuando haya agitación alrededor de ustedes, sigan el ejemplo de Gladys y de Spence. Estén alerta”, les aconsejó; “sientan la influencia de los cielos y tengan presente el apellido Monson y cuán importante es”39.

El élder Monson después dedicó el sepulcro, y se sintió sumamente agradecido por la bondad del presidente Lee, anotando en su diario: “Nos emocionamos mucho como familia al ver que el profeta de Dios no sólo asistió al servicio y habló en él, sino que, junto con sus consejeros, fuera al cementerio para acompañarnos en el momento de la sepultura. Esperamos ser siempre dignos de amistades tan maravillosas”40.

Una indicación de los estrechos lazos forjados tras años de sentarse juntos en consejo, su querido amigo, el élder Gordon B. Hinckley, en camino a una asignación fuera del país, le escribió una nota de condolencia: “Nuestros corazones se conduelen por usted y sus seres queridos en estos momentos de pesar. El perder a la madre es una experiencia devastadora . . . Nuestras oraciones lo acompañarán y sabemos que el Espíritu consolador del Señor le dará paz y la seguridad de que ella sólo se ha adelantado para preparar felices reencuentros”41.

Dos semanas después, el élder Monson, junto con sus hijos Tom y Clark, asistirían a la reunión general del sacerdocio, “la primera vez en un considerable período de tiempo que los dos muchachos y yo hemos estado juntos en tal sesión”42.

No fue de sorprender que el discurso que el élder Monson dio en la conferencia de octubre se titulara “He aquí, tu madre”. Se refirió tiernamente a sus recuerdos de la Escuela Dominical en el Día de la Madre, cuando él era niño. “Le dábamos una pequeña planta como obsequio a cada madre y nos sentábamos en reverente silencio mientras Melvin Watson, un miembro ciego, se paraba junto al piano y cantaba ‘Mi maravillosa mamá’. Esa fue la primera vez que vi a un ciego llorar. Hasta el día de hoy recuerdo ver las lágrimas brotar de esos ojos sin vida para deslizarse después por las mejillas y caer luego en la solapa del traje que él nunca había visto. En mi perplejidad de niño me preguntaba por qué todos los hombres estaban en silencio y por qué tantos sacaban el pañuelo del bolsillo. Ahora lo sé; porque recordaban a su mamá. Todo niño, toda niña, todo padre y esposo parecía hacer una promesa en silencio: ‘Siempre recordaré a mi maravillosa mamá’”43.

El presidente Harold B. Lee fue el último discursante y habló sin un texto preparado, lo cual el élder Monson consideraba “palabras del corazón dirigidas a la gente”44. Fue un momento muy particular en el que un profeta capacitaba a otro profeta sin saber ninguno de los dos la intención del Señor, mas actuando con total devoción en sus responsabilidades.

El 26 de diciembre de 1973, el día después de la Navidad, los Monson invitaron a cenar a los padres de Roger Dibb, el entonces prometido de Ann. Mientras conversaban, sonó el teléfono; era el presidente de la Misión Pensilvania, Hugh W. Pinnock, para informarle que dos misioneros habían sido víctimas de un ataque y que a uno de ellos lo estaban operando. El élder Monson les explicó a los invitados que los miembros del Comité Ejecutivo Misional recibían llamadas a toda hora de la noche y del día con informes de situaciones peligrosas y emergencias.

Apenas acababa de colgar el teléfono cuando volvió a sonar. Los Dibb observaron cómo el rostro del élder Monson empalideció. Rex C. Reeve, quien era Representante Regional, indicó que acababa de oír en las noticias del repentino fallecimiento del presidente Harold B. Lee. El teléfono volvió a sonar; era su amigo John Burt, que confirmaba la información. Después lo llamó el presidente Marión G. Romney para decirle que estaba en el hospital y que por cierto el presidente Lee había fallecido.

Los Monson quedaron perplejos, al igual que sus invitados. Esa noche, el élder Monson escribió: “Ciertamente nosotros hemos perdido a un querido amigo, y la Iglesia ha perdido a un líder verdaderamente dinámico e inspirado”45. El élder Monson había confiado en un prolongado servicio bajo la mano magistral del presidente Lee, quien había dirigido la Iglesia tan sólo un año y medio; pero ahora se había ido y el élder Monson sentiría su ausencia en los años venideros.

Al día siguiente, los apóstoles se reunieron en medio de una profunda congoja para hacer los preparativos para el funeral de su amado líder. Vieron cómo el presidente Kimball asumía sus responsabilidades como oficial presidente “de un modo inteligente y al mismo tiempo humilde y eficiente”46.

El 29 de diciembre, un día frío y nublado, miembros de la Iglesia se congregaron en el Tabernáculo de la Manzana del Templo para rendir tributo al presidente Harold B. Lee. Mientras que algunas personas habían esperado que brillara el sol, “Francés comentó que parecía apropiado que el cielo estuviera nublado cuando se le daba sepultura al Presidente de la Iglesia”47. La familia Monson no sólo había perdido a un profeta, sino a un amado y valorado amigo personal.

El fallecimiento llegó sin aviso, aunque, al mirar hacia atrás, el élder Monson había notado que al presidente Lee “se le veía particularmente cansado” en una de las reuniones anteriores en el templo, tras haber hablado ante cuarenta y dos congregaciones en los primeros veintitrés días de diciembre48.

Así partía un hombre a quien el élder Monson había “amado, honrado y seguido” desde su juventud. “Profético en sus declaraciones, vigoroso en su liderazgo, devoto en su servicio, el presidente Lee inspiraba en todos nosotros el deseo de alcanzar la perfección”, dijo el élder Monson del profeta líder cuyo consejo a los santos era claro y sencillo: “Guarden los mandamientos de Dios. Sigan el sendero del Señor”49.

Pero no era el fin de una era, ya que las décadas subsiguientes de enorme progreso de la Iglesia en el mundo se basarían en los cimientos que el presidente Lee colocó de manera concienzuda y que ejecutarían quienes le siguieron.

El domingo 30 de diciembre tras “detenida reflexión y meditación”, el Quorum de los Doce nuevamente se reunió en el cuarto superior del Templo de Salt Lake. Sensible a la nueva experiencia que le esperaba al élder Bruce R. McConkie como el miembro de menor antigüedad del Quorum, el élder Monson lo preparó para el proceso que se seguiría en la reunión.

La Primera Presidencia fue disuelta con la muerte del presidente Lee, y los élderes Tanner y Romney pasaron a ocupar sus respectivos lugares de acuerdo con su antigüedad en el Quorum de los Doce.

Los siervos escogidos del Señor se unieron en oración, tras lo cual el presidente Spencer W. Kimball pidió a cada uno de los Doce que compartiera su testimonio y se expresara con total franqueza. Pidió al élder Ezra Taft Benson, el segundo en antigüedad entre los apóstoles, que hablara primero. Después de que todos hablaron, se hicieron las debidas nominaciones y el presidente Spencer W. Kimball fue nombrado al más sagrado de los llamamientos como profeta, vidente y revelador y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, el duodécimo en esta dispensación. El escogió a N. Eldon Tanner y a Marión G. Romney como consejeros, y Ezra Taft Benson fue nombrado Presidente del Quorum de los Doce.

El élder Monson indicó que reinaba allí “un dulce espíritu de armonía y apoyo . . . Fue motivo de dicha el participar en el apartamiento de cada uno de esos hombres tan magníficos. Hugh B. Brown estaba sentado en una butaca de piano a fin de poner las manos sobre la cabeza de la persona a quien se apartaba y los demás lo acompañaban en el círculo”50.

El presidente Kimball, “incansable en sus labores, humilde en su estilo e inspirador en su testimonio”, invitó a los que se encontraban reunidos en esa ocasión tan sagrada a “continuar con las tareas que trazó el presidente Lee”51. Al élder Monson aquello le resultaba familiar.

En ese entonces la Iglesia contaba con 15 templos en funcionamiento, 630 estacas, 108 misiones y un total de miembros que sobrepasaba los 3,3 millones.

El presidente Benson se reunió con cada miembro de los Doce “para expresarles su amor” y para evaluar “el volumen de trabajo y las asignaciones” que cada uno tenía. Las responsabilidades del élder Monson eran pesadas. Integraba el Comité Ejecutivo

Misional, el Comité de Publicación de Escrituras, el Comité del Sacerdocio de Melquisedec, la Mesa de Educación de la Iglesia, era asesor del Comité de Comunicaciones Internas, etc. La nueva administración pretendía que los programas que ya existían funcionaran sin necesidad de que se alteraran continuamente. “En pocas palabras”, dijo el élder Monson ante un Consejo de Coordinación de la Iglesia, “ahora que disponemos de una casa de correlación, vivamos en ella, en vez de estar remodelándola constantemente”52.

El año 1973 había sido uno lleno de incidentes para el élder y la hermana Monson, entre otros, el fallecimiento de ambas madres. Pero el Señor había sido bueno con ellos. El élder Monson reconoció en su diario “las muchas bendiciones de nuestro Padre Celestial para con nuestra familia y para mí en mi llamamiento”53 y renovó su compromiso, diciendo: “Yo y mi casa serviremos ajehová”54.