Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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LAS COINCIDENCIAS NO EXISTEN

Algunos de los momentos más espléndidos que recuerdo del presidente Monson han sido en seminarios para presidentes de misión al referirse a misiones y a experiencias misionales y al expresar sus tiernos sentimientos hacia los misioneros. No creo que muchas personas hayan correlacionado esas dos cosas: el amor por los misioneros y el presidente Monson. El tiene un profundo apego, respeto e interés por todo cuanto sucede a quienes sirven en el campo misional.

Obispo H. David Burton Obispo Presidente


El señor decide a dónde van ustedes en su misión”, ha declarado el élder Monson por años a los misioneros. Ha testificado que “la inspiración divina interviene en esas sagradas asignaciones” y “entran enjuego la fe, la esperanza y los sueños de muchas personas”1.

Mientras asistía a una conferencia de estaca en París, Francia, el élder Monson indicó, como suele hacerlo, que le gustaría escuchar algunas palabras de uno de los misioneros. Al mirar hacia el fondo del recinto, vio a un joven élder, de alta estatura, a quien reconoció como el hijo de unos amigos de la familia, y lo llamó a pasar al frente. Mientras el misionero hablaba, el élder Monson pareció ver en su mente una imagen de Heber J. Grant en un jardín japonés, la misma pintura que se empleó para la tapa de un folleto sobre ese afamado Presidente de la Iglesia. No compartió la experiencia con nadie y hasta se preguntó qué significado tendría, dando por sentado que tal vez la había provocado el hecho de que ese élder era bisnieto del presidente Grant. Cuando el élder Monson regresó a Salt Lake City, se comunicó con los padres del misionero para comentarles acerca de su hijo, y se enteró de que otro de los hijos acababa de enviar los papeles para la misión. Cuando el élder Monson revisó más tarde esa solicitud, supo por qué había tenido aquella fuerte impresión con respecto al presidente Grant. Entonces cambió la asignación del misionero a Tokio, la ciudad y la tierra en la que su bisabuelo había dado comienzo a la obra misional. Ese misionero no sólo sirvió en esa tierra de tanto apego para su familia, sino que estuvo presente para la dedicación del Templo de Tokio, algo que el élder Monson sabía que habría complacido mucho a su bisabuelo2.

En otra ocasión, el élder Monson hizo la asignación misional de un joven, aunque volvió a considerarla reiteradamente. Por no sentirse del todo seguro, pidió al élder Carlos Asay, miembro de los Setenta, quien lo estaba ayudando en esa reunión de asignaciones, que le leyera el archivo completo. En la primera revisión, inadvertidamente habían pasado por alto la información de que el joven había aprendido español “a los pies de su madre”. El élder Monson lo asignó a una misión de habla hispana y el Espíritu corroboró la acción.

“Nunca deja de asombrarme cómo el Señor puede motivar y dirigir todo aspecto de Su reino”, ha dicho el élder Monson, “y aún disponer del tiempo para proporcionar inspiración en el llamamiento de cada misionero”3.

El élder Monson llegó a ser presidente del Comité Ejecutivo Misional en 1976, tras haber servido durante más de una década como miembro del mismo. Como presidente, trabajó junto a los élderes David B. Haight y Bruce R. McConkie, y tomó parte en el proceso de seleccionar presidentes de misión, asignar misioneros, recomendar la creación de nuevas misiones, aprobar la compra de casas de misión, recomendar programas de capacitación, atender las necesidades de misioneros asignados a países extranjeros de habla inglesa y supervisar la actividad de centros de visitantes y de capacitación de idiomas.

Por sus manos pasaron decenas de miles de solicitudes misionales. El élder Monson ha dicho: “Testifico que muchas son las experiencias espirituales que han ocurrido en el proceso de asignar misioneros. Casi nunca transcurre un día de asignaciones sin que tengamos alguna evidencia de que nuestro Padre Celestial, de un modo poco común, nos ha inspirado a asignar misioneros en particular a servir en ciertos lugares para después llegar a descubrir que con ello se cumplen sus oraciones y, en muchos casos, los deseos y las esperanzas de sus familias”4.

Cuando Clark, el hijo de los Monson, recibió su llamamiento misional, vaciló en abrirlo. Francés le preguntó: “¿No estás ansioso de saber a dónde irás?”. Clark se encogió de hombros, y dijo: “Yo ya sé a dónde iré. Papá quiere que vaya a Canadá, así que sin duda iré allí”. El élder Monson le dijo: “Clark, es mejor que abras ese sobre porque no fui yo quien hizo tu asignación. No creo que un padre deba asignar a su propio hijo a una misión”. Clark abrió el sobre y se sintió muy dichoso y algo sorprendido de que su llamamiento fuera para Nueva Zelanda5.

El presidente Monson considera que es muy importante empezar a preparar a los futuros misioneros cuando son aún jóvenes. Su consejo a la juventud ha sido claro: “La preparación para la misión no es algo que se hace a último momento, sino que ha comenzado hace bastante tiempo. Cada clase de Primaria, de Escuela Dominical y de seminario; cada asignación del sacerdocio, tuvo un significado mucho mayor del que creen. De una forma silenciosa y casi imperceptible se fue modelando una vida, comenzando una carrera, forjándose un hombre. Ustedes que poseen el Sacerdocio Aarónico y lo honran, han sido preservados para este período especial de la historia. La cosecha es en verdad magnífica, y por cierto tienen una gran oportunidad. Las bendiciones de la eternidad les aguardan”6.

Un joven que servía en la Misión de Dakota del Sur Rapid City le escribió al élder Monson, describiendo el momento cuando el apóstol lo había hecho pensar en servir en una misión:

“Usted habló en una conferencia de la Estaca San Diego Sur (California). Allí enseñó el principio del diezmo por medio de una demostración. Llamó a dos niñas y a un niño a pasar al estrado: yo era ese niño. Le dio a una de las niñas una moneda de un centavo, a la otra una de diez y a mí un dólar. Recuerdo lo que dijo al llamarme a pasar: ‘Tú, el del medio con el cabello alborotado’. Sabía que se estaba refiriendo a mí. Entonces enseñó la ley del diezmo de un modo sencillo. Después le dio la moneda de un centavo a la niña y la mandó sentarse con su familia e hizo lo mismo con la otra niña y su moneda de diez centavos. Entonces me pasó el brazo sobre mis hombros y me dijo que podía quedarme con el dólar para empezar a ahorrar para mi misión. Ahora tengo 20 años en vez de 11 y estoy sirviendo en una misión”7.

La responsabilidad que tienen los misioneros de ser fieles representantes del Señor es algo en lo que el élder Monson siempre pensaba, y les recordaba en cuanto a esa responsabilidad en toda oportunidad que se le presentaba, explicando: “Ustedes están plantando los cimientos sobre los cuales centenas de personas por cierto seguirán edificando. Recuerden sus sagrados llamamientos y sean buenos ejemplos para todos los miembros y la gente en general”8.

Debido a sus responsabilidades en el Comité Misional, el élder Monson tenía que estar disponible día y noche para responder preguntas y atender asuntos relacionados con la obra misional. Atendía casos de secuestros, desaparición de misioneros, enfermedades, muertes, desastres naturales y hasta golpes de estado.

El y otros miembros del comité también se encargaban de cualquier actividad inapropiada en el campo misional. Una vez asistió a una conferencia misional en un área que daba cuenta de un número sospechosamente alto de bautismos, advirtiéndose cierta evidencia de que las personas eran bautizadas sin habérseles enseñado debidamente las doctrinas de la Iglesia. La Primera Presidencia lo había asignado para visitar esa misión y volver a poner las cosas en orden dentro del programa misional “aprobado”. Lo que no sabía era que también había ido al rescate de un misionero que estaba teniendo dificultades.

Entre los líderes de zona reconoció a un élder de St. Thomas, Ontario, Canadá. El élder Monson había asistido a una conferencia de distrito en London, Ontario, cuando ese misionero tenía seis meses de edad. En ese entonces, sus padres se habían visto envueltos en un terrible accidente automovilístico que había dejado a su madre con graves lesiones que más tarde le causaron la muerte. “Le conté al joven cómo había estado junto a su madre sosteniéndole la mano cuando ella sabía que estaba a punto de morir. Le expliqué que la mayor preocupación de ella era su hijo, y confiaba en que nuestro Padre Celestial lo bendeciría y guiaría a lo largo de su vida mortal”.

Brotaron lágrimas de los ojos del joven misionero al saber de los sentimientos de una madre a quien él nunca había conocido. El élder Monson se enteró más tarde de que el joven canadiense había tenido problemas para ajustarse a la misión. “Resultó providencial que yo fuera la Autoridad General asignada a esa misión en particular, a fin de poder, siendo el único entre las Autoridades Generales que conocía a sus padres, darle a conocer lo que su madre anhelaba para él”9.

El siempre dice: “Las coincidencias no existen”.

El élder Monson ha llevado a cabo seminarios de presidentes de misión en todas las áreas del mundo. El 20 de octubre de 1982, en uno de tales seminarios en Gran Bretaña, se produjo un incendio en la cocina del Hotel Caledonia en Edimburgo, donde se hospedaban los presidentes de misión y sus respectivas esposas. El recuerda muy bien aquella noche en que todos los huéspedes fueron evacuados. Cuando la esposa del presidente de la Misión Inglaterra Manchester lo vio, se llevó las manos a la cabeza y exclamó: “¡Míreme con estos rulos!”, a lo que él respondió: “No se preocupe; yo estoy sin corbata”10.

En un seminario de presidentes de misión en la zona central de Estados Unidos en 1978, durante un encuentro social una noche, el élder Monson miró a la hermana Jan Callister, embarazada de ocho meses, esposa del presidente de la Misión Minnesota Minneapolis, y preguntó a todos los presentes: “¿Piensan que la hermana Callister va a dar a luz a un niño o a una niña?”. Puesto que la hermana Callister previamente había comentado que el médico pensaba que iba a ser un varón debido al latido del corazón, todos dijeron que iba a ser niño, excepto el élder Monson, quien dijo que estaban todos equivocados y que iba a ser niña. Y así fue.

Veinte años más tarde, el élder Callister, que en aquel tiempo era representante regional, asistía a una conferencia regional en Palm Springs, California, presidida por el presidente Monson. “Entró”, describió el élder Callister, “sin dar el más mínimo indicio de reconocerme. Cuando se paró para hablar, dijo: “He estado pensando en el élder Callister, sentado detrás de mí en la segunda fila del estrado. Hace veinte años lo conocí en Chicago; su esposa estaba por dar a luz. Todos pensaban que ella iba a tener un niño pero yo les dije que no, que iba a ser una niña. Entonces se dio vuelta y le dijo a mi esposa que estaba sentada a mi lado: ‘Hermana Callister, fue una niña, ¿no es cierto?’, a lo que ella respondió afirmativamente. ‘Ya me lo imaginaba’, dijo él”. Los Callister quedaron azorados de la memoria del élder Monson después de no haberlo visto ni hablado con él por veinte años.

El élder Callister dijo: “El hace que todo aquel a quien conoce se sienta especial, y siempre recuerda algún incidente o anécdota con respecto a esa persona. Esa es una de las características que hacen que la gente lo ame”11.

El élder Monson tomó el pedido que el presidente Spencer W. Kimball hizo a los miembros de la Iglesia de “alargar el paso” como un desafío personal de buscar más oportunidades de compartir el Evangelio. Mientras asistía a la investidura del nuevo rector de una universidad local, el hombre que lo ayudó a ponerse y quitarse la toga era un viejo amigo. Cuando partía, los dos “intercambiaron cumplidos” y el élder Monson salió apurado. “Pero sentí la necesidad de regresar y darle mi testimonio”, explica. El hombre no era miembro de la Iglesia, aunque su esposa e hija sí lo eran.

Recuerda que le dijo: “Gene, siento que debo mencionarle una o dos cosas. Primero, quisiera decirle que no es mi deseo ni está en mi naturaleza imponer mis creencias religiosas en otra persona que no esté interesada en recibirlas. Sin embargo, lo conozco desde hace mucho tiempo. Tiene una esposa y una hija encantadoras que son miembros de la Iglesia, quienes, más que ninguna otra cosa, querrían que usted también fuera miembro para poder ir al templo para sellarse como familia por la eternidad”. Después el élder Monson le dio su testimonio de que el evangelio de Jesucristo era verdadero y de valor inestimable, acotando más tarde: “Me agradeció y se le notaba bastante emocionado”.

Pocas semanas después, el élder Monson se enteró de que inesperadamente Gene había decidido bautizarse. Cuando la hija de Gene se casó años más tarde, su padre fue uno de los testigos en el templo, siendo el élder Monson quien ofició en la ceremonia12.

Conjuntamente con su consejo de “alargar el paso” el presidente Kimball instó a los Santos de los Ultimos Días a pedir al Señor que se abrieran las puertas en países que las tenían cerradas al mensaje del Evangelio. Como resultado de las oraciones de los miembros, él dijo: “Podremos conseguir todos los misioneros necesarios para cubrir el mundo, y cuando estemos preparados, el Señor abrirá las puertas”13. El presidente Monson renovaría ese llamado como una prioridad en su primer discurso de conferencia general como Presidente de la Iglesia en abril de 2008.

Portugal fue uno de esos países en abrir sus puertas. El élder y la hermana Monson llegaron allí en una visita en 1975, en momentos en que la gente llenaba las calles con motivo de las elecciones nacionales pidiendo cambios. El gobierno comunista tenía una clara ventaja. La Iglesia había aprendido mucho al trabajar con gobiernos comunistas detrás de la Cortina de Hierro y no quería que la obra misional se viera limitada en esa misión recién abierta en Portugal.

Mientras iban desde el aeropuerto hasta la casa de la misión, vieron leyendas inscritas en hermosas estatuas y en las paredes: “Vote comunista”. El élder Monson se dio cuenta de que la situación política bien podría marcar el fin del reciente comienzo de la obra misional en Portugal. A la mañana siguiente, los Monson, un grupo de misioneros y unos pocos miembros fueron hasta la cima de una colina, donde el élder Monson dedicó la tierra de Portugal para la predicación del Evangelio. Grant Bangerter, presidente de la misión, le susurró al oído al élder Monson antes de que empezara a orar: “Pida a nuestro Padre Celestial que intervenga en las elecciones”.

En su oración, el élder Monson pidió guía divina en esos momentos en que la Iglesia luchaba por establecerse. “Reconocemos que de esta tierra partieron navegantes y marineros en días de antaño, quienes en su espíritu aventurero confiaron en Ti al ir en pos de horizontes desconocidos. Haz que este pueblo vuelva a confiar en Ti al buscar ahora aquellas verdades que los llevarán a la vida eterna”. Para terminar la oración, pidió que las elecciones arrojaran resultados que no afectaran de forma negativa la obra misional14.

Dos días más tarde, cuando él y Francés se aprestaban a partir, la edición europea del periódico Herald Tribune anunció: “Triunfo rotundo de los conservadores en elecciones en Portugal—comunistas en modesto tercer lugar”. El élder Monson agradeció a nuestro Padre Celestial “Su intervención” en las elecciones15. Las coincidencias no existen.

Quince años después, cuando el presidente Monson fue nuevamente asignado a viajar a Portugal, un misionero que servía allí le entregó una carta en la que le decía: “Cuando cursaba el primer año de la preparatoria, mi vida era muy difícil. Tenía problemas en los estudios, con las amistades, con una estima personal muy pobre, e incluso a veces con mi familia. Pero algo de lo que siempre disfruté fue escuchar los discursos de conferencia general que daba Thomas S. Monson. Me hacían olvidar mis problemas. En una ocasión en que mi madre me regañó duramente por algo, me pregunté: ¿Por qué no puede el Señor enviarme alguien que lleve mi carga?’”.

El élder, en aquel tiempo un joven adolescente, le había escrito una carta al élder Monson en la que describía su difícil situación. Como resultado, recibió a vuelta de correo un paquete con el nombre “Thomas S. Monson” en el remitente, el cual contenía una carta y un libro escrito por el élder Monson, titulado Be Your Best Self (Sé lo mejor que puedas). En la carta le decía: “¿Te preguntas por qué el Señor no puede enviar a alguien que te ayude a llevar esa carga? Tal vez ya lo haya hecho, ya que yo deseo ayudarte uniendo mis oraciones a las tuyas”. El élder Monson también había escrito: “Entiendo cómo te sientes, pues recuerdo cuando yo era un jovencito y nadie parecía darme demasiado valor”.

El joven misionero terminó su carta diciendo: “No sé si un gran hombre como usted jamás llegará a comprender cuánto me ayudaron aquellas palabras. Al mirar atrás, puedo decir que esa experiencia me salvó espiritualmente”16.

Al continuar la obra en distintas naciones, el élder Monson tuvo el privilegio de dedicar otros lugares. Se había ofrecido una oración dedicatoria a favor de todas las naciones escandinavas en los primeros días de la Iglesia, antes de que se crearan misiones individuales en los distintos países, pero nunca se había hecho una oración específicamente por Suecia. El 7 de julio de 1977, en la capilla del Barrio Tercero de Estocolmo, el élder Monson imploró al Señor: “Ponemos esta tierra y a todos cuantos viven en ella bajo Tu atento cuidado. Te suplicamos que des a la gente el deseo de conocer la verdad, te rogamos que les concedas la capacidad de reconocer la verdad cuando la oigan y cuando la vean, y te pedimos que hagas que sus corazones se regocijen a fin de que acojan el Evangelio con todas sus fuerzas y se conviertan a la verdad”17.

Bo Wennerlund, representante regional, interpretó para el élder Monson, quien lo llamaba “hermano Bo”. El recuerda: “Estaba junto al élder Monson orando que el mismo espíritu que lo guiaba a él, me guiara a mí. Yo era el instrumento para poner sus palabras en sueco. Las palabras fluían de él y de mí. Para mí siempre era una experiencia espiritual interpretar para él”18.

El élder Monson volvería a Suecia el 17 de marzo de 1984 para la ceremonia de la palada inicial del templo. La tierra estaba congelada. Haciendo frente a una temperatura de ocho grados centígrados bajo cero y ante unas 400 personas congregadas en el lugar, el élder Monson dijo: “El templo es la cima de la felicidad. Hoy pediremos a nuestro Padre Celestial que santifique nuestros sacrificios a fin de que ésta sea una de Sus moradas”19. Se refirió con ternura a su legado sueco y mencionó cuán complacidos debían estar su abuelo Monson y los hermanos y las hermanas de éste, “al ver que uno de sus descendientes jugaba un papel histórico en la bella ciudad de Estocolmo al dedicar un terreno para construir un templo de Dios”20. La hermana Monson también se dirigió a los allí reunidos.

Muchos miembros de la familia del élder Monson—madre, tías y tíos—habían fallecido. La salud de su padre había estado deteriorándose por muchos meses hasta que el domingo 13 de mayo de 1979, a las 9:30 de la noche, también él falleció. El élder Monson había soñado la noche anterior que su padre había muerto. “Resulta interesante”, dijo él, “que Marilyn, Bob y Barbara [sus hermanas y hermano] habían tenido sueños similares”21. El élder Monson pensó en cuanto al pasaje de las Escrituras que mejor reflejaba la vida de su padre: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”22. El tesoro de su padre había sido su familia. El élder Monson habló en el funeral, al igual que el presidente Kimball.

En marzo de 1982 el élder Monson fue relevado del Comité Misional y recibió una nueva asignación como presidente del Consejo Ejecutivo del Sacerdocio. Había servido en funciones misionales por más de dieciséis años, desde la época en que el presidente McKay era el profeta. El Consejo Ejecutivo del Sacerdocio abarcaba “casi todo en la Iglesia, con excepción de la historia familiar y el servicio misional”, los otros dos consejos más grandes. Después de una de las primeras reuniones, dijo: “Ya me doy cuenta de que este consejo se encargará del 90 por ciento de la obra de la Iglesia”. Indicó que presidía el comité más magnífico de todos, integrado por el élder David B. Haight, el élder Neal A. Maxwell, el obispo Victor L. Brown, el élder M. Russell Ballard y el élder Dean L. Larsen23.

Aun cuando los miembros de la Iglesia lo habían visto detrás del púlpito y amaban sus mensajes y su espíritu, no habían visto la forma como influía en la estructura, los programas y la administración de la Iglesia. El élder Monson trabajaba largas horas y a menudo era el último en salir el Edificio de Administración de la Iglesia. Iba a su oficina los sábados y los lunes cuando no estaba viajando. Mantenía a su secretaria ocupada con suficientes tareas para tres personas. Su memoria prodigiosa lo hacía valioso al buscar precedentes en el pasado, y su visión del futuro siempre resultaba acertada. Regresaba de sus viajes con astutas observaciones y las empleaba eficazmente para implantar los cambios necesarios. Supervisó revisiones del Manual General de Instrucciones hasta su misma impresión. En todo ese proceso adquirió enorme conocimiento sobre las normas y los procedimientos de la Iglesia, el cual, conjuntamente con su privilegiada memoria, lo transformaron en un elemento vital en el trabajo de los comités. Quienes sirvieron con él en esos años concuerdan con que si querían dar curso a algo en el sistema, lo dejaban en manos de Tom Monson.

El élder Monson supervisó la realización del himnario de 1985, la primera nueva edición en 37 años, tras el fallecimiento del élder Mark E. Petersen. El élder Monson había servido en ese comité durante sus doce años, dejando su toque personal en ese volumen de música: Se reemplazaron varios himnos antiguos por otros nuevos, incluyendo “La luz de la verdad”, uno de los predilectos del presidente Monson. El himnario era más grande que la edición anterior, al igual que el tamaño de los caracteres. El élder Monson dio mérito a Michael Moody, quien durante esos doce años había servido como director general del Comité de Música de la Iglesia, por ser el nervio motor merecedor de “altos elogios por sus persistentes y capaces esfuerzos”24. Para el élder Monson, su participación en esa tarea fue una experiencia invalorable.

El élder Monson concibió la idea de las conferencias multies-taca para reemplazar las de área; la nueva práctica se adoptó en 1984. Meditó en cuanto a lo que el Señor querría que él dijera en tales asignaciones. “Propónganse dar lugar a Jesucristo en sus vidas. Tenemos tiempo para salir a correr, tiempo para trabajar y tiempo para las distracciones; ahora dediquemos tiempo para Cristo”, declaró en una de esas reuniones25. En otra ocasión, al comienzo de un nuevo año, dijo: “Piensen en los próximos doce meses. Ante todo, debemos decidir ser buenos escuchas. ¿A quién debemos escuchar? A los profetas de Dios, a los susurros de nuestra conciencia, a los susurros de la voz apacible y delicada”26.

La obra en los templos se aceleró con la dedicación de varios de ellos. Para la dedicación del Templo de Jordán River [en la zona sur del valle del Lago Salado] se empleó el Tabernáculo de la Manzana del Templo de Salt Lake para quienes no cupieran en el templo. El élder Monson admitió: “Si bien al principio tenía dudas de que ése fuera un lugar apropiado debido a estar tan alejado del templo, esas dudas se disiparon cuando vi el Tabernáculo colmado de gente. El ver durante la exclamación de hosana entre 8.000 y 9.000 pañuelos agitarse simultáneamente, fue una experiencia inolvidable”27.

Fue una era de “llevar los templos a la gente”. El élder Monson habló en la rededicación de los templos de Logan y Manti [en Utah]. En la dedicación del Templo de Atlanta el 1° de junio de 1983, por primera vez en su ministerio apostólico, dirigió la exclamación de hosana. Volvió a hablar en la dedicación del Templo de Dallas el 19 de octubre de 1984. La dedicación de templos nunca sería un acontecimiento informal para él aun cuando estaría presente y hablaría en docenas de ellas en los años siguientes. Eran una clara indicación de que la Iglesia estaba encaminada “en una causa tan grande”28, y se sintió privilegiado de ser parte de esa santa obra.

En abril de 1981, la Universidad Brigham Young honró al élder Monson con un doctorado en Derecho, el primero presentado por el nuevo rector, Jeffrey R. Holland. El tributo describía su lealtad, una cualidad “admirada universalmente”. “Quien llega a ser amigo de Thomas Monson, tiene un amigo para siempre, en las buenas y en las malas, y a través de años de separación”, declaraba. “Lo que es más, él defiende a sus colegas, causas cívicas, credos políticos y, por encima de todo, los principios del evangelio de Jesucristo, con una convicción y lealtad por cierto consideradas fuera de lo común en un mundo donde los valores son cada vez más relativos y los ideales cada vez menos notorios”29. Recibiría similares honores del Colegio Comunitario de Salt Lake (1996), de la Universidad de Utah (2007), de la Universidad del Valle de Utah (2009) y de la Universidad Estatal Weber (2010).

Ann, su hija, siempre orgullosa de su padre, le escribió en 1983: “En éste, el vigésimo aniversario de tu llamamiento a los Doce, quiero que sepas cuán orgullosa me siento de ti y de ser tu hija. Puesto que sólo tenía nueve años de edad cuando recibiste ese llamamiento, lo único que entendí fue que era importante. Ahora comprendo cuán sagrada es la responsabilidad que se te confió hace veinte años. Con el transcurso del tiempo he visto tus constantes esfuerzos por magnificar tu llamamiento. También sé, gracias a las experiencias que has compartido, cómo el Señor ha obrado milagros por medio de ti a fin de llevar a cabo Sus deseos y bendecir a Sus hijos. Estoy segura de que aunque te enfrentes a momentos de desaliento, el saber que has ayudado al Señor a lograr Sus propósitos debe ser una gran fuente de consuelo y seguridad de que Él está complacido con tus esfuerzos … Te amo, te admiro y estaré eternamente agradecida por haber nacido en el convenio y en el hogar tuyo y de mamá”30.

El ritmo de la obra comenzó a afectar a los líderes ancianos, incluyendo al presidente Kimball. El élder Monson escribió en su diario personal después de que el presidente se recuperara de una larga serie de enfermedades: “Qué placer escuchar al presidente Kimball. Su espíritu inspira una gran dedicación al deber en cada uno de nosotros”31. La salud del presidente Tanner y del presidente Romney también decaía. En un momento, a principios de 1982, el oficial presidente de cada quorum de la Iglesia estaba hospitalizado: El presidente Spencer W. Kimball, de la Primera Presidencia; el presidente Ezra Taft Benson, del Quorum de los Doce; el élder Franklin D. Richards, del Primer Quorum de los Setenta; y Víctor L. Brown, Obispo Presidente32.

El élder Monson tenía una estrecha relación con los tres miembros de la Primera Presidencia, pero su vínculo con el presidente N. Eldon Tanner se remontaba a sus años de presidente de misión en Canadá. “Es muy triste ver un gigantesco roble comenzar a encorvarse”, escribió el élder Monson. “En mi opinión, el presidente Tanner pasará a la historia de la Iglesia como uno de los consejeros más sobresalientes que haya servido a un Presidente de la Iglesia. Considero que su contribución iguala a la del presidente J. Reuben Clark”33.

Con el fallecimiento del presidente Tanner el 28 de noviembre de 1982, el élder Monson perdía a un verdadero amigo, y la Iglesia perdía a un administrador excepcional. El presidente Marión G. Romney fue nombrado Primer Consejero de la Primera Presidencia y el presidente Gordon B. Hinckley como Segundo Consejero. (El presidente Hinckley había estado sirviendo como tercer consejero del presidente Kimball desde julio de 1981).

Semanas más tarde, el 11 de enero de 1983, falleció el élder LeGrand Richards, tres días antes de cumplir noventa y siete años. Después, el 16 de enero de 1984, el élder Monson habló en el funeral de uno de sus mentores, el élder Mark. E. Petersen. Poco más tarde, le rindió tributo en un artículo publicado en las revistas de la Iglesia; decía:

“A pocos hombres se les da la oportunidad de ejercer influencia en la Iglesia del modo que el élder Mark E. Petersen la ejerció durante casi cuarenta años como uno de los testigos especiales del Señor. Enorme fue su aporte de poder espiritual, combinando una mente perspicaz con un corazón lleno de fe para obrar maravillas con su singular estilo de expresión”34.

Fueron llamados a llenar las dos vacantes en el Quorum de los Doce Russell M. Nelson, cardiocirujano y ex presidente general de la Escuela Dominical, y Dallin H. Oaks, juez del Tribunal Supremo del Estado de Utah y ex rector de la Universidad Brigham Young.

Con la muerte del élder Bruce R. McConkie el 19 de abril de 1985, se iba otro querido amigo. El élder Monson lo había visitado el lunes anterior y le había dado una bendición. “Pese a estar muy enfermo se pudo comunicar conmigo. El expresó su amistad por mí y yo por él”, recuerda el élder Monson. “Su filosofía siempre fue que debemos hacer lo mejor que podamos en las asignaciones que se nos den. Es una buena filosofía”35.

El élder Monson fue asignado al comité encargado de programar el funeral del élder McConkie, “una tarea compleja con muchos aspectos que atender, como la seguridad, las flores, los oradores, las procesiones, etc.”36. Una de las personas que asistió a una reunión de planeamiento fue Ronald D. John, nuevo gerente de la Manzana del Templo. Al terminar la reunión, el élder Monson pidió a uno de los hermanos encargados de seguridad que ofreciera la oración y preguntó si alguien había oído el pronóstico del tiempo para el martes, el día del funeral. Tras todos coincidir en que haría mal tiempo, el élder Monson le dijo a quien daría la oración: “No puede ser que llueva en el funeral de Bruce; resuelva ese asunto en su oración, ¿de acuerdo?”.

El hermano John describió más tarde sus sentimientos en una carta: “Eider Monson, he sido primer consejero de dos obispos; he sido obispo dos veces; he servido en dos sumos consejos y actualmente sirvo como primer consejero en una presidencia de estaca. He tenido experiencias especiales, pero nunca había sentido lo que sentí en nuestra reunión. No había entendido hasta ese momento lo que es tener fe como la de un niño. Recibí el absoluto conocimiento de que los elementos obedecerían”. Apenas llegó a su casa, el hermano John llamó a su mejor amigo, Mark Eubank, destacado meteorólogo de una estación local de televisión, y le preguntó: “¿Qué tiempo se pronostica para el martes?”, a lo que Mark respondió que las condiciones del tiempo serían malas durante cuatro o cinco días más. “Entonces le compartí la experiencia que habíamos tenido en su oficina … El lunes por la noche, sólo Mark pronosticó cielos despejados y temperatura cálida hasta, por lo menos, las 3:00 de la tarde del martes. Usted y el élder Packer fueron los últimos en partir del cementerio. Minutos después, el cielo empezó a opacarse con nubes negras y el toldo que habíamos puesto para la familia casi se vuela. Eider Monson, no fue la señal lo que me enseñó la lección, sino su ejemplo de fe absoluta, el cual nunca olvidaré”37.

M. Russell Ballard, miembro de la Presidencia de los Setenta y ex presidente de la Misión Canadá Toronto, fue llamado a ocupar la vacante en los Doce.

El liderazgo de la Iglesia entraba en un período singular. Tanto el presidente Kimball como el presidente Romney estaban enfermos. “El presidente Hinckley se enfrentó a una situación sumamente desafiante, ya que el presidente Kimball seguía siendo el profeta”, dice el élder Monson al mirar atrás. “Aun cuando un hombre pueda verse incapacitado físicamente, tal vez no lo esté mental o espiritualmente. El presidente Hinckley tenía la nada envidiable tarea de no ir demasiado lejos, demasiado rápido, pero de ir lo suficientemente lejos . . . Muchas veces era el único miembro de la Primera Presidencia que asistía a nuestras reuniones de la presidencia y los Doce. Nos asegurábamos de estar en total acuerdo en cada asunto antes de proseguir. Habíamos trabajado por muchos años con el presidente Kimball y sabíamos como se sentía en cuanto a muchos temas y cuál sería su más probable decisión . . . Sin llegar a asumir ese manto profético, el presidente Hinckley actuaba hasta donde podía”38.

El 5 de noviembre de 1985, el presidente Hinckley reunió a los miembros del Quorum de los Doce para informarles que el estado de salud del presidente Kimball era precario y todo parecía indicar un desenlace inminente. El élder Monson miró alrededor del cuarto y se dio cuenta de que todos los miembros del Quorum estaban presentes. Tan sólo veinticuatro horas antes, un tercio de ellos se encontraba en diferentes y hasta distantes partes del mundo.

El presidente Spencer W. Kimball falleció esa noche a las 11:00 a la edad de noventa años. Durante doce años había servido como Presidente de la Iglesia.