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ORDENADO EN LOS CIELOS
Él tiene una energía y una vivacidad muy particulares. Camina por los pasillos cual un torbellino y hay veces que hasta se tienen que enderezar los cuadros después de que él pasa.
Élder Jeffrey R. Holland Quorum de los Doce Apóstoles
El domingo 10 de noviembre de 1985, el élder Monson realizaba una de sus frecuentes visitas a un centro de atención médica cerca de su casa para participar en los servicios dominicales con los ancianos residentes. Cuando entró, fue recibido con sonrisas. Estas eran personas que lo conocían y lo amaban. Estar en compañía de corazones tan puros lo preparaba para el resto del día.
A las 3:00 de la tarde, ese día, él y trece de los apóstoles vivientes se congregaron en una de las reuniones más sagradas jamás llevadas a cabo en la tierra1, en la que se escogería a un nuevo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Dirigió la sesión el presidente Ezra Taft Benson en su condición de Presidente del Quorum de los Doce. Siete de los Doce nunca habían participado en la reorganización de la Primera Presidencia. El élder Ballard llevaba sólo un mes como apóstol.
Después de que cada uno de los presentes expresó su testimonio, el élder Howard W. Hunter nominó a Ezra Taft Benson como decimotercer Presidente de la Iglesia. El élder Gordon B. Hinckley secundó la moción y ésta se aceptó unánimemente. Las palabras de José Smith resultaron convincentes: “Todo hombre que recibe el llamamiento de ejercer su ministerio a favor de los habitantes del mundo, fue ordenado precisamente para ese propósito en el gran concilio celestial antes que este mundo fuese”2. Al igual que sus predecesores, el presidente Benson no había sido escogido “mediante comités y convenciones con todas sus polémicas, críticas y escrutinios de los hombres”, sino que fue “llamado de Dios y después sostenido por la gente”. El modelo divino “no da lugar a errores, conflictos, ambiciones ni motivos ulteriores. El Señor se ha reservado para Sí el llamamiento de Sus líderes en esta Iglesia”3.
El presidente Benson respondió al llamado con humildad e indicó que tras bastante oración y ayuno había considerado a quienes llamar como consejeros. Dijo haber estado en el templo temprano ese día para pedir guía divina y después anunció que su primer consejero sería Gordon B. Hinckley y su segundo consejero sería Thomas S. Monson. Nuevamente, los apóstoles aprobaron los nombres en unanimidad.
El élder Monson se sintió completamente sorprendido, aunque era capaz y digno y estaba dispuesto a servir. Tenía en ese momento cincuenta y ocho años de edad, el consejero más joven llamado en más de 100 años. El presidente Benson tenía ochenta y seis y el presidente Hinckley setenta y cinco.
Acompañado por un círculo de apóstoles, el presidente Benson puso las manos sobre la cabeza del élder Monson y lo apartó “bajo la autoridad del santo sacerdocio de Dios y mediante el poder del santo apostolado”. El Profeta bendijo a su nuevo consejero con “la fuerza para seguir adelante”, tal como lo había hecho en el pasado y agradeció al Señor “la gloriosa memoria del élder Monson, casi inigualable entre los hombres”4.
En una conferencia de prensa llevada a cabo al día siguiente, el presidente Benson dijo: “Mediante el presidente Kimball, el Señor se ha enfocado claramente en la misión tripartita de la Iglesia: de predicar el Evangelio, de perfeccionar a los santos y de redimir a los muertos. Continuaremos con todos los esfuerzos que sean necesarios para cumplir esa misión”5.
Lo que distinguiría la administración del presidente Benson sería el renovado énfasis en el Libro de Mormón. “Cuando el presidente Ezra Taft Benson nos amonestó por haber descuidado el estudio del Libro de Mormón e instó a cada miembro a leer y estudiar ese sagrado volumen, se necesitaron nuevas prensas para imprimir más y más ejemplares del libro”6, comentó el presidente Monson.
El élder Monson encaró el llamamiento a la Primera Presidencia con “profunda humildad”. Le resultaba reconfortante que la Primera Presidencia fuera “sostenida por la confianza, la fe y las oraciones de la Iglesia”7. El saber que Jesucristo está a la cabeza de Su Iglesia y la dirige por medio de Sus siervos escogidos, inmediatamente aligeró la carga que él sentía sobre sus hombros.
Entendía la naturaleza jerárquica de la Iglesia y el hecho de que, como se describe en las Escrituras, “tres Sumos Sacerdotes Presidentes . . . forman un quorum de la Presidencia de la Iglesia”8, el cuerpo gobernante más alto. El estaba agradecido por cada una de las experiencias que había tenido en la administración de la Iglesia y por sus mentores, J. Reuben Clark, hijo, Harold B. Lee, Mark E. Petersen, N. Eldon Tanner, y otros.
Tal vez no llegaba a comprender plenamente el efecto que él mismo estaba teniendo en la vida de otras personas. Como Rex E. Lee, el entonces rector de la Universidad Brigham Young, le expresó por escrito: “Realmente no conozco a nadie que posea su combinación de talentoso liderazgo, sensibilidad y capacidad para llegar a lo más profundo de cada uno de nosotros. Es usted un gran hombre, presidente Monson, y siempre me siento elevado cuando estoy en su presencia”9.
Sus años de servicio en el Quorum de los Doce habían sido un magnífico período de capacitación para el presidente Monson. “Al ir uno ocupando diferentes puestos de antigüedad en el Quorum de los Doce, recibe asignaciones que le permiten aprender cómo funciona la Iglesia: Departamento Misional, Departamento del Sacerdocio, Correlación, Templos, y los aspectos comerciales o las corporaciones, como el Deseret News”, explica el élder Russell M. Nelson10. El presidente Monson había trabajado en todos ellos, además de haber supervisado la obra en el Pacífico Sur, México, en el noroeste de Estados Unidos y Europa, con responsabilidad exclusiva por Alemania Oriental durante casi veinte años.
El presidente Monson ofrecía ahora su amor, su lealtad y su estabilidad al presidente Benson. Cambió su oficina a la esquina sudoeste de la planta baja del Edificio de Administración de la Iglesia, y su secretaria, Lynne Cannegieter, fue con él. La oficina del élder Gordon B. Hinckley estaba directamente enfrente de la suya.
Las funciones y el volumen de trabajo en la oficina cambiaron dramáticamente. Después de algunos meses en el quorum superior, el presidente Spencer W. Kimball había comentado a sus colaboradores: “Nunca había imaginado cuántos detalles tiene que atender la Primera Presidencia. Ha sido un cambio como de la noche al día”11. Al igual que el presidente Kimball, al presidente Monson le gustaban los detalles, tenía una prodigiosa ética de trabajo y también sabía cómo trabajar con la gente.
El presidente Monson no tardó en aprender que el trabajo no sólo era diferente al de sus asignaciones en el Quorum, sino en el aspecto global. En 1985, el número de miembros inscritos de la Iglesia ascendía a 5.920.000, 12.939 barrios y ramas, y 1.582 estacas. Treinta y siete templos bendecían a los miembros alrededor del mundo, y 29.265 misioneros servían en 188 misiones12.
La Primera Presidencia se reunía todos los martes, miércoles, jueves y viernes a las 8:00 de la mañana, además de asistir juntos a otras reuniones durante el día. En poco tiempo, el presidente Monson descubrió que sus citas, consultas y presentaciones tomaban diferente forma, ya que la Primera Presidencia auspiciaba menos programas pero daba su voto de aprobación a todo aquello que era de mayor relevancia. “La función de los Doce es algo distinta a la de la Presidencia”, reconoció rápidamente. “A la Presidencia le resulta muy difícil ausentarse de la oficina siquiera por una semana, ya que la avalancha de correspondencia nunca cesa, y para los problemas que surgen por todas partes no hay días festivos”13.
Por revelación, la Primera Presidencia dirige las operaciones diarias de la Iglesia, así como la obra en los templos, los asuntos eclesiásticos que supervisa el Quorum de los Doce y los aspectos temporales a cargo del Obispo Presidente.
Uno de los aspectos que no cambió con su llamamiento a la Primera Presidencia fue la necesidad de unidad entre ésta y el Quorum de los Doce. “Ese mandato establecido en las Escrituras requiere que todos prestemos atención a los demás”, dice el élder D. Todd Christofferson, miembro del Quorum de los Doce, quien fue llamado por el presidente Monson. “A todos se les debe escuchar, todos deben contribuir, todos tienen que estar de acuerdo antes de determinar un curso de acción. A nadie se le puede dejar de lado”14. La atención prestada a los puntos de vista de los demás forma parte de un diseño divino: “Y toda decisión que tome cualquiera de estos quorums debe obedecer a la voz unánime de ambos; o sea, que todo miembro de cada quorum debe estar de acuerdo con lo decidido”15.
El proceso deliberativo se ajusta al estilo del presidente Monson. “Llega un momento, generalmente tras arduos esfuerzos, tras mucho pensar, hacer esquemas, leer minutas, analizar opciones, pedir muchas opiniones, tras mucho orar, en que plantea una posición”, dice su primer consejero, el presidente Henry B. Eyring. “Nunca se le oirá decir: ‘Recibí una impresión del Señor’. Más bien, dirá, después de mucho orar: ‘Creo que esto es lo que debemos hacer’. El aguarda hasta recibir revelación y después actúa”16.
La Primera Presidencia y el Quorum de los Doce se reunían en ocasiones sin una agenda formal, generalmente en domingos, para tratar asuntos apremiantes para la Iglesia. El presidente Monson dijo de una de tales reuniones llevada a cabo el 13 de diciembre de 1992: “Sentí que tras deliberar alcanzamos un compromiso común”17.
El élder Francis M. Gibbons, ex secretario de la Primera Presidencia antes de ser llamado al Quorum de los Setenta, escribió lo siguiente al presidente Monson: “El manto de la Primera Presidencia le cae muy bien. Su franqueza, su entusiasmo y su espiritualidad son fuentes de inspiración para todos nosotros”18.
Nuevamente comenzaron a surgir sucesos sin precedentes en la vida del presidente Monson. Un día de noviembre de 1985 se sentaba por primera vez bajo las manos de un profeta para ser apartado para servir en el Quorum de la Primera Presidencia y como Segundo Consejero; por primera vez, en la siguiente reunión del templo, se sentaba junto al presidente Benson y, aun estando a tres metros del Quorum de los Doce, comprendía cuán distinta era su asignación19. Era la primera vez que se sentaba en consejo con la Primera Presidencia y hacía asignaciones al Quorum de los Doce. “Esos hombres hicieron mucho en un breve período de tiempo”, recuerda el élder Russell M. Nelson. “Empezaron desde los hermanos de mayor antigüedad hasta los más nuevos y les dieron sus asignaciones. A mí me dijeron: ‘Eider Nelson, usted es responsable por los asuntos de la Iglesia en Africa y Europa, con la asignación específica de abrir las puertas de naciones europeas que se encuentran bajo el yugo del comunismo’”. El élder Nelson admite haber pensado: “¿Esperan que yo haga eso?”20. Sin dudarlo, el presidente Monson sabía que estaba confiando sus amados países de Europa Oriental a manos aptas y se mantuvo cerca de los acontecimientos, acompañando al élder Nelson y a otras personas a varias reuniones trascendentales en Alemania del Este y Polonia, en particular.
Richard Sager, el obispo del Barrio Noveno de la Estaca Valley View, donde asistía el presidente Monson, lo invitó a hablar el 17 de noviembre, en su primer discurso público como miembro de la Primera Presidencia. Además, extendió sus primeros llamamientos a nuevos presidentes de misión; asistió a su primera reunión del Comité de Normas de Inversión, y el día de Año Nuevo escribió en su diario: “Hoy empezó mi primer nuevo año como miembro de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Mis nuevas asignaciones llenan mi alma de humildad, junto con el deseo de dar lo mejor de mí”21. Su primera reunión para considerar restauraciones de bendiciones del templo lo hizo reflexionar: “Es una asignación particularmente ardua debido a la magnitud de las decisiones que se deben tomar. Algunos de nuestros miembros ciertamente se enfrentan a una variedad de problemas”22.
Por primera vez preparó una oración dedicatoria para el Templo de Buenos Aires, Argentina, llegando apenas a tiempo para leerla el 5 de enero. Un atraso en la llegada del vuelo le dio tiempo suficiente para darse una ducha fría, ponerse su traje blanco y salir de apuro a la ceremonia de la colocación de la piedra angular donde, con paraguas en mano para protegerse de la lluvia torrencial, colocó el mortero alrededor de la piedra. La oración dedicatoria llegó al corazón de las 10.000 personas que asistieron a las once sesiones. En parte, la oración declaraba:
“Bendice con salud y sabiduría a Tu siervo, el presidente Ezra Taft Benson, a quien has llamado para dirigir Tu Iglesia en estos días. Revélale Tu voluntad concerniente al crecimiento y al avance de Tu obra entre los hijos de los hombres . . .
“Al dedicar este templo, dedicamos nuestras vidas mismas, con el anhelo de hacer a un lado todo cuanto sea insignificante y sórdido, y llegar a Ti a diario en oración, para que nuestros pensamientos sean puros, nuestro corazón y manos limpios y nuestra vida esté en conformidad con Tus enseñanzas . . .
“Que todos cuantos entren a ésta, Tu casa, tengan el privilegio de decir, como el salmista de antaño: ‘Juntos nos comunicábamos en dulce consejo, y en la casa de Dios andábamos en amistad’ (Salmos 55:14) ”23.
Su trabajo en los países comunistas no había terminado. El 31 de mayo de 1986, el presidente Monson y el élder Nelson se reunieron con el ministro de religión de Polonia, Adam Wopatka, y su subdirector de relaciones con iglesias no católicas. Las Autoridades Generales habían orado fervientemente para que los recibieran en el debido espíritu y a fin de que sus dos objetivos se cumplieran: que se le permitiera a la Iglesia tener más de una pareja de misioneros en Polonia y que se pudiera dar cabida a los miembros en centros de reuniones apropiados. El presidente Monson dio el siguiente informe: “Cuando hice la pregunta sobre una pareja adicional de misioneros, el ministro sugirió que se nos autorizaran tres o cuatro parejas más. Cuando mencioné los edificios, indicó que tendríamos su plena aprobación para remodelar uno de ellos o para adquirir propiedades y construir capillas designadas para nuestros fines específicos. No podría haber pedido una recepción más positiva”24. Al día siguiente, el Io de junio, el presidente Monson ofreció una oración, “agregando una nueva dimensión a la oración dedicatoria anterior”. En ella, indicó: “Pronto habrá grandes cambios, y esta tierra, junto con aquellos que has preparado para recibir el Evangelio, prosperará y crecerá y ocupará su lugar entre las naciones donde Tu Espíritu está impulsando el progreso de la obra”25.
El 17 de octubre de 1989 dedicó un centro de reuniones en Budapest, Hungría, evento al que asistieron 128 santos. Él dijo más tarde que al pasar frente al Edificio del Congreso, “nadie imaginaba que dentro de él el parlamento estaba tratando ese mismo día el proceso para derrocar el comunismo en Hungría y la declaración del país como una república libre. Ése fue, tal vez, uno de los días más trascendentales en la historia de Hungría”26.
El primer relevo que extendió de un oficial de organización auxiliar fue el de Patricia Holland, esposa del entonces rector de la Universidad Brigham Young, Jeffrey R. Holland. La hermana Holland había estado sirviendo hasta ese momento como consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes. Más tarde, el rector Holland expresó su gratitud en una carta, diciendo: “Sentí que estaba en la presencia de ángeles, así como en la de alguien que sabe cómo obran los ángeles. Le dije al partir que tal vez un día alguien me preguntará cómo se extiende un relevo a alguien que sirvió fielmente en un llamamiento y entonces yo recordaré la forma como usted lo hizo”27.
La primera experiencia del presidente Monson en ordenar a un apóstol y apartarlo como miembro del Quorum de los Doce ocurrió el 9 de octubre de 1986, cuando el élder Joseph B. Wirthlin fue llamado a ocupar la vacante. El presidente Benson no había llamado a un apóstol en la conferencia anterior de abril, aunque sí había añadido tres nuevos miembros al Quorum de los Setenta. Un mes antes, en septiembre, el presidente Monson había apartado al élder Wirthlin como uno de los Presidentes de los Setenta. Los dos habían trabajado en forma estrecha en Europa y compartían un gran afecto por Alemania.
En 1988, el presidente Benson le pediría nuevamente al presidente Monson que ordenara al nuevo apóstol, Richard G. Scott, quien fue llamado al momento de morir el élder Marión G. Romney. El élder Scott y su esposa habían conocido a los Monson en un seminario de presidentes de misión en Argentina. El élder Scott recuerda aquella reunión: “El élder Monson parecía un José Smith de la actualidad; potente, articulado, amoroso e inspirador. Así que pueden imaginar lo que significaba para mí que el presidente Benson pidiera que él fuera quien me apartara a los Doce”28.
El élder Scott siempre recordará el gran abrazo que le dio el presidente Monson al darle la bienvenida a ese círculo tan selecto. Por años, el élder Scott lo ha observado interactuar con diferentes personas en comités, en conferencias, en entrevistas y al cruzarse con ellas en los pasillos: “No importa cómo se origine el intercambio, uno termina sabiendo que él verdaderamente lo ama. No se trata de una simple sonrisa y una palmada en la espalda, sino de una demostración cabal de su amor por uno”29.
Lo que el presidente Monson no había contemplado con su nuevo llamamiento era el aumento en el número de asignaciones para hablar en reuniones y para dirigir. En la conferencia general de abril de 1986 tuvo que dar tres discursos en vez de sólo uno, lo cual requirió que empleara el teleprompter en vez de darlos de memoria. Su hija, Ann, recuerda que en aquellos años él iba al sótano de la casa a memorizar los discursos, para lo cual tenía mucha habilidad. Después de un discurso particularmente conmovedor, Ann le envió esta nota: “Te felicito por tu magnífico discurso. De por sí es muy difícil memorizarlos, pero el milagro está en que tú los memorizas, asistes a innumerables reuniones, respondes docenas de llamadas y cortas el césped todo en un mismo día”30. Por mucho tiempo había evitado tener que leer sus discursos de la pantalla, pero ahora no tenía otra opción. Debía dar muchos discursos y no disponía del tiempo para memorizarlos como lo había hecho por tantos años.
Pese a que muchas cosas habían cambiado para el presidente Monson, otras permanecían iguales, como lo demuestra lo que escribió en su diario personal el 23 de diciembre de 1986: “Pasé bastante tiempo repartiendo pollo asado y un ejemplar de mi nuevo libro a cada una de las viudas que tradicionalmente visito por estas fechas. Disfruté cada visita y espero que ellas también las hallan disfrutado”.
“Tiene una capacidad increíble para transmitir amor”, dice el élder Scott. “Ya sea que se trate de un niño pequeño a la puerta de su casa o de una persona mayor enferma de gravedad, él le trata como si fuera un amigo personal. Puede ser muy jovial, puede ser muy serio o puede ser profundamente espiritual, dependiendo de la ocasión. Es una persona sencillamente increíble”31.
Ese invierno, visitó muchas veces a su amigo Stan Cockrell, quien estaba confinado a una silla de ruedas. En una ocasión, el presidente Monson lo había encontrado muy deprimido, sentado en su silla al borde de una piscina, tratando de decidir si debía poner fin a su vida. El presidente Monson lo aconsejó y lo convenció de que valía la pena vivir. Ahora Stan se encontraba nuevamente en el hospital, aunque esta vez ya no volvería a su casa. El presidente Monson le dio una bendición a él y al obispo de Stan, ambos víctimas de cáncer. Meses después, el presidente Monson habló en el funeral de su amigo con tan “enorme fluidez de sentimiento y expresión” que, con gratitud, reconoció la presencia del Señor junto a él ese día32.
Si uno ha de actuar como el presidente Monson, “irá siempre al rescate de alguien”, dice el élder Holland. “Si uno está nadando en el gimnasio, como aconteció con él una vez, y siente que debe salir de la piscina e ir al hospital, uno sale, se viste y va al hospital a salvar la vida de una persona”33.
El presidente Monson disfrutó enormemente de servir con el presidente Benson. “Aun cuando él nos delega la mayoría de los detalles administrativos al presidente Hinckley y a mí”, escribió, “le encanta asistir a conferencias regionales y otras actividades para estar con la gente y rodearse de grandes cantidades de miembros de la Iglesia”34.
Todos los años, el presidente Monson llamó a nuevos presidentes de misión, dividiéndose con el presidente Hinckley las más de 100 entrevistas que se realizaban. En 1988, Neil L. Andersen estaba ocupado en su negocio en Florida cuando su secretaria le informó: “Thomas Monson lo llama desde Salt Lake City”. El élder Andersen recuerda que por respeto se puso de pie junto a su escritorio y tomó la llamada. El presidente Monson conversó por unos momentos con el asustado hermano Andersen y después le extendió el llamamiento para servir como presidente de misión con su esposa, Kathy. Más tarde recibirían la asignación de ir a Bordeaux, Francia, precisamente el lugar donde el hermano Andersen había servido como joven misionero.
El hermano Andersen tenía treinta y siete años de edad. “Usted es joven”, le dijo el presidente Monson, y después lo aconsejó: “Nunca use su juventud como excusa. José Smith era joven y también lo era el Salvador”.
Cuando el presidente Monson dijo eso, el élder Andersen recuerda haber pensado: “y también lo era Thomas Monson”35.
El presidente Monson también comenzó a extender llamamientos para servir en los Quórumes de los Setenta. El élder Monte J. Brough le comentó al presidente Monson la bonita experiencia que él y su esposa habían tenido al reunirse con él cuando le extendió el llamamiento al Primer Quorum de los Setenta:
“Cuando vendí mi negocio de computadoras hace unos años, una de las condiciones que puso el comprador fue que firmara un contrato de trabajo por cinco años. Los nuevos propietarios querían asegurarse de que contarían con mis servicios hasta completar la adquisición de nuestra tecnología. El acuerdo requirió varias páginas en las que se plasmaba el esmerado trabajo de los abogados. Me resulta interesante, tras mi experiencia mundana, que usted y yo hayamos entrado en un acuerdo de por vida sin firmar un contrato, sin extensas negociaciones y sin siquiera hablar de los beneficios que ambas partes esperarían de la nueva relación. Sólo en la Iglesia se puede encontrar tan alto grado de compromiso personal y organizativo entre dos partes”36.
El élder Russell M. Nelson ha sido testigo del estilo personal y atento del presidente Monson y dice: “He aprendido de él que hay cosas más importantes que el reloj. He intentado ser más como él cuando me reúno con otras personas, inclusive con mi familia. Uno no tiene que estar tan preocupado con la hora, sino asegurarse de que sea una bendición para las personas cuando esté con ellas, que al partir se sientan mejor de lo que se habrían sentido de no haber estado en nuestra presencia”37.
El 22 de junio de 1986, el presidente Monson creó la estaca número 1.600 de la Iglesia en Kitchener, Ontario, Canadá. Lo acompañaban el élder M. Russell Ballard y el representante regional, Alexander B. Morrison. Como si no fuera suficiente estar en su segundo hogar, Canadá, el presidente Monson anunció a los miembros que se había aprobado la construcción de un nuevo templo para el área de Toronto, en la municipalidad de Brampton. El año siguiente, el 10 de octubre de 1987, regresó para la ceremonia de la palada inicial. Unos 3.000 miembros se encontraban congregados bajo las amenazantes nubes que durante tres días habían vertido lluvias torrenciales. Al comenzar los servicios, las nubes se disiparon y las primeras paladas dieron vuelta la tierra bajo cielos despejados. A último momento, el presidente Monson le pidió a Francés que hablara. Con ojos llenos de lágrimas, ella dijo: “Estoy muy agradecida por haber tenido nuestra experiencia misional en Canadá, una de las mejores de mi vida”38.
El templo serviría a miembros de las provincias canadienses de Ontario, Nueva Escocia y Quebec, así como de parte de los estados de Ohio, Michigan, Nueva York y Vermont. Pero su construcción sufrió demoras. En cierto momento, el presidente Hinckley le comentó al presidente Monson: “No sé si podemos justificar algunos de los elementos adicionales que se proponen para el templo de Toronto”, y le preguntó: “¿Puede usted garantizar que tendremos 35.000 miembros en Ontario?”. El presidente Monson respondió sin vacilar: “Hermano Hinckley, tendremos
35.000 miembros en la ciudad de Toronto, sin considerar la totalidad de Ontario”.
“¿Usted lo garantiza?”, preguntó el presidente Hinckley.
“Lo garantizo”, dijo con firmeza al presidente Monson, “y el élder Ballard coincidirá conmigo”39. Se dio inicio a la construcción del templo.
Uno de los aspectos más destacables de la dedicación del Templo de Toronto para el presidente Monson ese 25 de agosto de 1990, fue dirigir la ceremonia de colocación de la piedra angular. Con paleta en mano, él y las demás Autoridades Generales presentes pusieron un poco de mortero alrededor de la piedra, y después el presidente Monson advirtió a un niño pelirrojo, a quien le pidió que se adelantara y tuviera la oportunidad de participar. “Aquello marcó un hermoso ejemplo de un niño pequeño tomando parte en una ceremonia de perfiles eternos”, dijo40.
El presidente Monson presidió la última sesión dedicatoria y después se quedó en los jardines mirando al ángel Moroni y reflexionando en las palabras de uno de sus ex consejeros en la misión, Everett Pallin: “En un día claro, si uno mira desde donde está el ángel Moroni, tal vez pueda ver hasta Cumorah”. El presidente Monson observó que era algo muy conmovedor pensar que la estatua del ángel miraba hacia un lugar “muy querido para el mismo Moroni”41.
La Primera Presidencia se enfocó en buscar lugares donde construir templos, dar inicio a los trabajos, seguir de cerca el progreso y participar en las dedicaciones. El presidente Monson evaluó terrenos en muchos lugares, entre ellos Misuri, la República Dominicana e Inglaterra. En noviembre de 1991, el presidente Monson y el élder Jeffrey R. Holland caminaron por la propiedad donde hoy está el Templo de Preston, Inglaterra. El presidente Monson se sintió bien en cuanto a recomendar su compra, pero su recuerdo más significativo del sitio fueron las diez hectáreas de jacintos silvestres que cubrían el lugar. “Era un día hermoso”, recuerda el élder Holland. “Caminamos a lo largo de toda la propiedad. El estaba muy impresionado y, con los ojos de la imaginación, podía ver mucho de lo que hoy está allí: un centro de estaca, un CCM, un hostal y un hermoso templo”42.
El presidente Monson celebró su sesenta y dos cumpleaños en el Templo de Portland, Oregón, dirigiendo cuatro sesiones dedicatorias. Durante su último discurso, advirtió a una hermosa niñita de unos once años de edad que estaba sentada a uno de los costados del púlpito en el salón celestial. A ambos extremos del estrado había dos ramos de rosas blancas.
“Tuve el impulso de tomar una de las rosas blancas y dársela a la pequeña, a quien había invitado a pararse a mi lado ante el púlpito. Le dije que esas rosas no podrían haber brotado con un propósito más glorioso que el de adornar el estrado del salón celestial durante la dedicación de un santo templo, y que esa rosa blanca simbolizaba pureza; que ella, como dulce jovencita, era un símbolo de la pureza. La entregué la rosa como recordatorio de que ella debía planear regresar un día al templo de Dios para casarse allí por el tiempo de esta vida y por toda la eternidad”43.
La edificación de templos está llena de desafíos. Pocos son los vecinos, las comisiones de urbanización y otras entidades, que realmente entienden el entorno de serenidad que se propone o la paz espiritual que reinará en el vecindario una vez que el templo esté dedicado.
En 1989, cuando se supo que lo que costaría el Templo de San Diego superaba todas las proyecciones, el presidente Monson, el presidente Hinckley, el élder Packer y el élder Gene R. Cook viajaron a California para reunirse con los presidentes de estaca en el distrito del propuesto templo. Determinaron tres opciones: seguir adelante y pagar más de lo esperado, reducir la magnitud de las especificaciones, o modificar el diseño para construir un templo parecido al de Toronto. Todos estuvieron de acuerdo con que recortar las especificaciones era la mejor opción. El templo, dedicado el 25 de abril de 1993, recibió honores del Club de Prensa de San Diego como el mejor edificio construido ese año.
Cuando el presidente Monson, el presidente Hinckley y el obispo H. David Burton visitaron Vernal en el este de Utah para estudiar la posibilidad de convertir el tabernáculo pionero de esa ciudad en un templo, encontraron el edificio en tan malas condiciones que lo que costaría restaurarlo iba a ser un gasto astronómico. Pero, reconoció el presidente Monson, no se podía imaginar uno cómo podrían derrumbar esa histórica estructura. Cuando el presidente Benson dio el visto bueno a la recomendación de que el tabernáculo se renovara como un pequeño templo, los planes prosiguieron y los presidentes de estaca de la zona “quedaron maravillados”. Cuando el presidente Monson presentó los planes para preservar la estructura, describió la gran fe y el enorme valor de la gente de esos valles donde los duros inviernos de privaciones extremas, incluyendo problemas con los indígenas, hicieron que la colonización resultara tan difícil. “Toqué un nervio muy sensible”, dijo, “ya que muchos de los presidentes de estaca descendían de aquellas primeras familias pioneras”. Vio lágrimas en sus ojos cuando comprendieron que la obra de sus antepasados se preservaría en la remodelación del tabernáculo convertido en una casa del Señor44.
La Primera Presidencia no sabía en ese momento que un previo Presidente de la Iglesia, Joseph F. Smith, había dicho a los que estaban reunidos en el servicio de dedicación del tabernáculo de Vernal en agosto de 1907, que no le sorprendería si algún día ellos llegaran a tener un templo en ese lugar. Ese día fue el 2 de noviembre de 1997, cuando se dedicó el Templo de Vernal, Utah, el número cincuenta y uno de la Iglesia45.
Durante esos años como consejero de la Primera Presidencia, el presidente Monson participaría en otras dedicaciones y rededicaciones, como las de los templos de Cardston, Alberta, Canadá; Londres, Inglaterra; y Berna, Suiza. El hermano Wilfred Móller, su traductor por veinte años en Alemania Oriental, interpretó para él en el Templo de Suiza. Al concluir la última sesión, el presidente Monson reunió “a las Autoridades Generales y a sus respectivas esposas para ofrecer una oración de rodillas para expresar agradecimiento a nuestro Padre Celestial”46. La gratitud hacia un amoroso Padre Celestial es un tema constante en su vida.
La Primera Presidencia en pleno asistió a la ceremonia de la palada inicial del futuro templo de Bountiful (Abundancia). El presidente Hinckley pidió a un par de jovencitos que lo ayudaran a dar vuelta la tierra; el presidente Monson sintió “que debía llamar a tres niñas para que ayudaran”. Les dijo a los allí congregados: “Considero que es muy apropiado que el presidente Benson, que ama el Libro de Mormón tanto como cualquier otro Santo de los Últimos Días que jamás haya vivido, esté hoy aquí. Estoy seguro de que él estará pensando en el significado del nombre de este lugar y el encanto de la tierra”47.
Puesto que como miembro de la Primera Presidencia ya no tenía asignaciones en conferencias de estaca, el presidente Monson rara vez asistía a una, excepto en ocasiones especiales cuando se sentía inspirado a hacerlo. El estar en la presencia de una Autoridad General o de un miembro de la Primera Presidencia es siempre una bendición para la gente. Un hombre, Grant Johnson, describió haber esperado con anticipación que el presidente Monson entrara en la capilla y comenzara la reunión.
“Habían pasado dos minutos de la hora de empezar y usted y nuestro presidente de estaca aún no llegaban. De pronto sentí una gran influencia del Espíritu Santo. Miré a mi alrededor pero no vi nada fuera de lo común. El Espíritu parecía llenar el recinto, y a los pocos segundos usted entró por las puertas del frente. Eso fue un testimonio para mí de que los santos ángeles preceden su llegada, pues sentí la presencia de esos seres santos a pesar de no poder verlos. Para mí fue una confirmación de que usted era uno de los profetas de Dios”48.
El formato de conferencias regionales se instituyó para hacer posible que miembros de la Primera Presidencia y de los Doce hablaran a más líderes del sacerdocio, así como a miembros en general de un área entera. “El gran número de estacas y la oportunidad limitada de los miembros de la presidencia de visitarlas no nos permite estar presentes en esos lugares a no ser por las reuniones regionales”, comentó el presidente Monson49. Con el crecimiento de la Iglesia, las reuniones regionales se transmitían simultáneamente a varios centros de estaca, y pese a que éstas carecían del contacto personal, las reuniones televisadas permitían que los miembros recibieran dirección específica para su área de parte de las Autoridades Generales, incluyendo miembros de la Primera Presidencia.
El presidente Monson presidió conferencias regionales en muchos países, influyendo positivamente no sólo en quienes estaban en la congregación, sino en aquellos que lo acompañaban en el estrado. El élder Alexander B. Morrison, presidente de área en Europa en 1988, le escribió al presidente Monson después de haber estado con él en las reuniones: “Su comentario en Escocia de que estaba orgulloso de mí, me llenó de emoción. No hay ningún otro hombre en el mundo cuya aprobación signifique tanto para mí como la suya: Ruego que nunca haga yo nada que traicione esa confianza”50.
Durante la conferencia regional en la Ciudad de México el 28 de abril de 1990, el presidente Monson se maravilló del milagro que acababa de ocurrir. Cuando él fue llamado como miembro del Quorum de los Doce, había sólo una estaca en las colonias mormonas de México y poco después se creó una en la Ciudad de México. “El pensar que me reuniría con cincuenta y nueve presidentes de estaca”, dijo al observar a ese grupo de hombres, “y que Richard Scott se reunió con otros cuarenta y cinco en un evento similar la semana anterior, nos da una idea del explosivo crecimiento que ha tenido lugar”. Partió de la conferencia regional “sintiendo que el Señor ama a esos hijos del padre Lehi y que ha llevado a cabo una obra maravillosa y un prodigio en sus vidas”51.
Dedicó el centro de estaca de Kirtland en lo que llamó “la sombra del Templo de Kirtland”, propiedad de la Iglesia de la Comunidad de Cristo. Sus pensamientos iban más allá de los ladrillos y del mortero al indicar que la Iglesia cuenta con edificios hermosos debido a la fe de los miembros que pagan el diezmo. A todos, desde la viuda hasta el obrero, les cabe parte en toda capilla construida en cualquier lugar del mundo.
Las congregaciones siempre han acogido bien al presidente Monson debido a sus mensajes colmados de relatos verídicos de su propia vida y de la de otras personas. Algunos de quienes se sienten conmovidos le escriben para comentarle experiencias que tuvieron al escuchar sus palabras.
Una mujer de Edmonton, Alberta, Canadá, escribió sobre su experiencia años antes cuando era soltera y se había graduado del programa de música de la Universidad Queensland. “Mis amigos empezaron a llevarme a diferentes iglesias. Uno de ellos hasta me ofreció empleo como organista”, dijo. Pero no se sintió bien en ninguna de las congregaciones y decidió que ya había estado en suficientes iglesias. El domingo siguiente se quedó en su casa. “Prendí el televisor y encontré un programa donde cantaba un magnífico coro, así que seguí mirando. Después un orador empezó a hablar sobre la familia y sobre lo que uno puede hacer para obtener una familia eterna. Aquellas palabras me llegaron tanto que empecé a llorar. El Espíritu era tan fuerte que no me podía contener”. Dijo que después que el orador terminó su discurso, se le identificó como “el élder Monson”.
El mensaje del élder Monson en aquella ocasión se refería al amor de Dios. “El amor es una guía hacia la felicidad en la vida mortal y un requisito para la vida eterna”, dijo. “De tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo. El Redentor amó de tal modo a la humanidad que dio Su vida por ella. A ustedes y a mí El nos declaró: ‘Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado . . . En esto conocerán todos que sois mis discípulos’. Con todo mi corazón ruego que seamos obedientes a tal visión celestial, pues testifico que provino del Hijo de Dios, nuestro Redentor, nuestro mediador con el Padre, el mismo Jesucristo, el Señor”52.
La mujer dijo que al dar él ese potente testimonio y después de que el coro cantó “Oh mi Padre”, ella quedó completamente convertida. Todos los domingos siguientes encendía el televisor esperando ver el programa. Tras varios domingos de desilusión, buscó el número telefónico de la Iglesia, llamó y le contestaron de un instituto de religión. Pocos días más tarde, dos misioneros llamaron a su puerta y le entregaron un Libro de Mormón. Más adelante se bautizó y desde entonces nunca “ha dejado de ver una transmisión de conferencia general”. La mujer le aseguró que él seguía siendo su “orador favorito”53.
Ya fuera en asignaciones para hablar en conferencias o asistir a compromisos comerciales, el presidente Monson siempre ha buscado maneras de bendecir la vida de las personas. Cuando se iba a reemplazar el edificio de instituto del Colegio Universitario Snow y la institución confiaba en poder comprarlo para contar con más salones de clase, el presidente Monson convenció al Comité de Apropiaciones de la Iglesia de que se lo dieran sin costo como un gesto de buena voluntad, “considerando la declinante población de la zona”54.
El encabezó la donación del centro de reuniones del Barrio Veinticinco al Ejército de Salvación y después vio que se arreglara el techo, que pintaran su interior y que se les proporcionara un órgano, un piano y bancas. Incluso lo abasteció con artículos del recién cerrado Hotel Utah, incluyendo platería, loza, mesas y sillas. Bill R. Lañe, un Mayor en el Ejército de Salvación, respondió: “A pesar de la gran responsabilidad que usted desempeña en el liderazgo de su iglesia, siempre abre su corazón para satisfacer las necesidades y los pedidos del Ejército de Salvación. Por cierto que usted y sus colaboradores nos han conmovido con su espíritu cálido y gentil”55.
También auspició la donación de una propiedad contigua de tres cuartos de hectárea tasada en 100.000 dólares, a United Way, una reconocida entidad de ayuda social.
Para el sesquicentenario de la Sociedad de Socorro, instó a las hermanas a renovar el espíritu de sus comienzos en la obra. “Vemos en ustedes destellos de fortaleza”, dijo al rendir tributo a las mujeres, cuyo lema, “La caridad nunca deja de ser”, le era muy querido. Como era característico en él, renovó ese lema con una estrofa de poesía:
Ve a alegrar al solitario angustiado; ve a consolar a quien llora apenado.
Ve a compartir tu bondad y amor Y haz de éste un mundo mejor56.
Él ha sido ejemplo de su propio consejo. En la ceremonia de fin de cursos de la Universidad Brigham Young en abril de 1992, observó al rector Rex Lee pedir un aplauso para quienes se graduaban y después otro para los padres. El presidente Monson se puso entonces de pie y dijo: “Todos cuantos deseen acompañarme en un aplauso para nuestro rector, sírvanse hacerlo”. Sin vacilar, todos los presentes en el Centro Marriott se pusieron de pie y ofrecieron un prolongado y sincero aplauso a Rex Lee, un dedicado educador que hizo frente a sobrecogedores problemas de salud. El presidente Monson escribió en su diario: “Me informaron que la cámara enfocó a Rex a quien le temblaba el mentón durante esos momentos de emotiva expresión de agradecimiento”57.
“Lo cierto es que cuando él parte de una reunión, de una conferencia o de otra ocasión similar, todos se sienten edificados, amados y apreciados”, observa el élder Spencer J. Condie, de los Setenta. “No se sienten como siervos inútiles del Señor, sino que creen que el presidente Monson siente que ellos son buena gente, y que tal vez nuestro Padre Celestial piense lo mismo. Ellos saben que tienen que actuar mucho mejor, pero así lo harán por haberles él demostrado su proverbial amor y respeto”58.
El presidente Monson no es de presumir, a menos que sea para demostrar cuán importante es la gente para él. Nunca se aleja de las multitudes; siempre busca la oportunidad de elevar a los demás. Al terminar una reciente ceremonia de colocación de la piedra angular en un templo, mientras los líderes se aprestaban a volver a entrar al templo, el presidente Monson se detuvo y miró a su alrededor. Vio a una niña de unos siete años, de pie en la fila del frente de la congregación, con la cabeza gacha, obviamente triste de que no se le hubiera invitado a participar. El se dirigió directamente a ella y la acercó a la piedra angular, tomó la paleta y le guió la mano para que colocara mortero. Ese es el presidente Monson.
























