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UN CONSEJERO MAGISTRAL
Aunque ciertamente tenía opiniones propias y vasta experiencia, no hubo ningún momento en el que advirtiéramos que su punto de vista fuera diferente al del presidente Hinckley. El nunca hallar en todos esos años la más mínima discrepancia entre el Presidente de la Iglesia y su consejero fue algo extraordinario; era una presidencia totalmente unida.
Élder Quentin L. Cook Quorum de los Doce Apóstoles
Era el día 21 de agosto de 2006. “Estamos aquí para celebrar el cumpleaños de Tom”, anunció el presidente Gordon B. Hinckley a un grupo de Autoridades Generales y empleados de la Iglesia congregados en una de las salas de reuniones del Edificio de Administración. Al concluir con las felicitaciones, el presidente Hinckley le entregó al presidente Monson un plato y le indicó que pasara a servirse de la comida que habían preparado. “Tom”, le dijo, “ve tú primero; eres el homenajeado”.
Sin vacilar, el presidente Monson sonrió y dijo: “No, presidente, sírvase usted primero. Yo siempre lo sigo a usted”.
El ejemplo es sencillo pero por demás ilustrativo. Desde 1985 a 2008, el presidente Monson sirvió como consejero de tres presidentes de la Iglesia: segundo consejero de los presidentes Benson y Hunter y primer consejero del presidente Hinckley. “Es una persona dinámica e intelectualmente vibrante”, dice el élder Dallin H. Oaks, “y al mismo tiempo, dependiendo de la posición que ocupe, es sumiso y servicial”1.
En la asamblea solemne del 1o de abril de 1995, cuando el presidente Monson propuso el nombre de Gordon Bitner Hinckley para el voto de sostenimiento de los miembros de la Iglesia, pidió a los poseedores del sacerdocio, tal como había sido el modelo en conferencias generales desde que John Taylor fue sostenido como tercer Presidente de la Iglesia, que se pusieran de pie y levantaran la mano en señal de apoyo. Después, por primera vez en la historia de la Iglesia, invitó a la Sociedad de Socorro (todas las mujeres mayores de dieciocho años) y a las Mujeres Jóvenes (de doce a dieciocho años) que participaran en el sostenimiento del profeta de Dios. Así se establecía una nueva tradición, la cual continuaría cuando él mismo fuera sostenido como Presidente de la Iglesia trece años más tarde.
“Doquiera que se encuentren”, anunció el presidente Monson, “se les invita a ponerse de pie cuando se les indique y expresar, levantando la mano, si desean sostener a aquellos cuyos nombres serán presentados”2. Ese sostenimiento del presidente Hinckley no fue para nada una experiencia superficial para los miembros de la Iglesia. El presidente Monson recibió una conmovedora carta que describía la reacción de un hombre en esa “extraordinaria ocasión”:
Esa mañana en particular, ya que tenía que llevar el heno al granero para alimentar a mi ganado, oía la conferencia por la radio de mi camioneta. Estaba en plena labor cuando usted pidió que los hermanos del sacerdocio, doquiera que se encontraran, se prepararan para sostener al profeta.
Me pregunté si eso me incluía a mí; me pregunté si el Señor se ofendería porque yo estaba sudado y cubierto de polvo. Pero seguí sus instrucciones y me bajé de la camioneta.
Nunca olvidaré el estar a solas en el granero, con el sombrero en la mano, con el sudor corriéndome por la cara, con el brazo levantado en forma de escuadra para sostener al presidente Hinckley.
Las lágrimas se mezclaron con las gotas de sudor mientras meditaba en esa sagrada ocasión . . .
A veces nos encontramos en lugares particulares cuando pasan eventos de gran trascendencia. Eso me ha sucedido, pero nunca de un modo más espiritual que aquella mañana en el granero, a solas ante la presencia de las vacas y un caballo ruano.
Atentamente, Clark Cederlof3
El presidente Monson leyó para el voto de sostenimiento: “Thomas Spencer Monson, como Presidente del Quorum de los Doce, y Boyd K. Packer como Presidente en Funciones del Quorum de los Doce”. También presentó a los miembros del Quorum de los Doce para ser sostenidos, con el nuevo miembro, Henry B. Eyring, llamado para ocupar la vacante creada por la muerte del presidente Howard W. Hunter. Después invitó al élder Eyring a ocupar su lugar en el estrado entre los apóstoles. Cada vez que ve a un nuevo miembro unirse a los Doce, el presidente Monson recuerda, cual si hubiese sido ayer, ese largo trayecto que él tuvo que hacer décadas atrás. (Transcurrirían otros nueve años, hasta octubre de 2004, antes de que él tuviera que leer el nombre de dos nuevos apóstoles, Dieter Friedrich Uchtdorf y David Alian Bednar. Ellos llenaban las vacantes creadas por el fallecimiento de los élderes Neal A. Maxwell y David B. Haight. Después vendría Quentin L. Cook en octubre de 2007, cuando el élder Eyring fue llamado a la Primera Presidencia tras el fallecimiento del presidente James E. Faust).
Esa noche, en la sesión general del sacerdocio, el presidente Monson dio un poderoso testimonio del decimoquinto Presidente de la Iglesia, el presidente Hinckley:
“Con ojos humedecidos por las lágrimas y corazones enternecidos por la emoción nos hemos despedido de ese gigante espiritual, un profeta de Dios, el presidente Howard W. Hunter. Hoy hemos sostenido al presidente Gordon B. Hinckley como Presidente de la Iglesia y como profeta, vidente y revelador de Dios. Sé que el presidente Hinckley ha sido llamado por nuestro Padre Celestial para ser el profeta y que él nos guiará por las sendas que el Salvador nos ha señalado. La obra seguirá su marcha y la gente será bendecida. Es un gran honor y privilegio servir junto al presidente Gordon B. Hinckley y al presidente James E. Faust en la Primera Presidencia de la Iglesia”4.
El presidente Hinckley le había extendido el llamamiento al presidente Monson para servir como Primer Consejero de la Primera Presidencia y los dos volverían a sentarse uno al lado del otro durante los siguientes trece años.
Tras enterarse de la conformación de la nueva Primera Presidencia, un ex miembro del Barrio Sexto-Séptimo, Jack Fairclough, le escribió al presidente Monson: “Me siento honrado de tenerlo por amigo todos estos años. Su magnífica obra en la Iglesia del Señor lo dota de enorme mérito. El domingo en que se anunció su llamamiento al Quorum de los Doce, me encontraba en el Centro de Visitantes sur donde sirvo como guía, preparándome para llevar a un grupo de turistas en un recorrido por la Manzana del Templo. Sentí gran satisfacción al enterarme de que un ex obispo del Barrio Sexto-Séptimo, y diligente maestro orientador de mi madre y mi hermana, recibiera tal honor. Ese sentimiento se ve magnificado hoy con su llamamiento como Consejero de la Primera Presidencia”5.
El presidente Monson se ajusta a la descripción de Doctrina y Convenios 81, la única revelación que se dio—originalmente—a un consejero de la Primera Presidencia. Esa revelación, que recibió Frederick G. Williams, define a la perfección los muchos años de servicio del presidente Monson a presidentes de la Iglesia, ya sea que estuviera sentado a su derecha o a su izquierda.
El pasaje de las Escrituras menciona tres deberes importantes: “[Sé] fiel en consejo . . . [proclama] el evangelio . . . socorre a los débiles, levanta las manos caídas y fortalece las rodillas debilitadas”6. El élder Quentin L. Cook afirma que el presidente Monson ha sido esa clase de consejero. “Debido al poder de su personalidad, no existe duda alguna de que él daría su mejor consejo. Él valora la unidad, valora la lealtad, y hace escuchar su voz cuando resulta apropiado en el ámbito de ese consejo; pero una vez que se adopta una decisión, él la respalda sin vacilaciones y de todo corazón. La unidad de la Primera Presidencia en sus importantes decisiones es un gran ejemplo para toda la Iglesia”7.
El presidente Monson fue el consejero magistral para el presidente Hinckley, tal como lo había sido para el presidente Hunter y para el presidente Benson. El presidente Monson ha sido magníficamente capaz y al mismo tiempo deferente; audaz, pero también humilde; resuelto e innovador, aunque igualmente medido y prudente.
El élder David A. Bednar concuerda con que una de las “maravillosas lecciones de la vida del presidente Monson es el hecho de que fue el consejero perfecto. Nunca se atribuyó adoptar iniciativas o responsabilidades que estaban dentro de la jurisdicción del Presidente de la Iglesia”. El élder Bednar observa que en reuniones de la mesa de educación a las que él asistió como rector de BYU-Idaho, el presidente Monson “expresaba su punto de vista de un modo muy apropiado y hasta categórico. Pero cuando se tomaba una decisión, él siempre la respaldaba plenamente”8.
Lo que los miembros de la Iglesia no han visto es cómo, desde su silla junto al presidente Hinckley, él colaboró con el avance de la obra con la fe y la capacidad de un líder mundial. “Él es un hombre de una fe muy, muy grande”, testifica el obispo H. David Burton. “Cuando hablo con la Primera Presidencia sobre asuntos sumamente complejos o de implicaciones serias, el presidente Monson muchas veces es el primero en decir: ‘No se preocupe obispo, lo dejaremos en las manos del Señor’”9.
El presidente Gordon B. Hinckley llegó a ser el presidente de la Iglesia que más viajó en toda su historia. En junio de 1997, al celebrar el profeta sus ochenta y siete años de edad, el presidente Monson dijo de su amigo: “Poco a poco está llegando a todas las partes del mundo, reuniéndose con miembros que rara vez, si es que ha habido alguna, han visto al Presidente de la Iglesia”10. Mientras el presidente Hinckley estaba ausente, el presidente Monson, como su Primer Consejero, asumía la mayor parte de la carga administrativa de la Iglesia. Ellos habían trabajado juntos por tantos años que el presidente Monson sabía casi con certeza lo que pensaba el presidente Hinckley y cuál sería su posición ante los asuntos que le presentaban. Se comunicaban por teléfono, el presidente Hinckley desde Africa o algún otro lugar lejano, y el presidente Monson en su oficina en Salt Lake City.
La mayor parte de los viajes del presidente Hinckley era para dedicar templos. Cada uno de los presidente recientes de la Iglesia ha contribuido a la expansión de la obra de los templos. El presidente Spencer W. Kimball profetizó: “Aguardamos la llegada del día en que las sagradas ordenanzas de la Iglesia que se llevan a cabo en los templos, estén al alcance de todos los miembros alrededor del mundo”11. El presidente Brigham Young había previsto ese día, proclamando en 1856: “Para efectuar esta obra, tendrá que haber no sólo un templo, sino miles de ellos, y cientos de miles de hombres y mujeres entrarán en esos templos y oficiarán por seres que han vivido en tiempos tan distantes como el Señor revele”12.
Ese día se acercó cuando, en la conferencia general de octubre de 1997, el presidente Hinckley anunció los planes para construir templos más pequeños, edificados según las exigencias de las regiones más alejadas de la Iglesia13. El primero de tales templos se construyó en Monticello, Utah, en 1998.
Desde su llamamiento al santo apostolado en 1963, el presidente Monson ha participado en dedicaciones y rededicaciones de más de cincuenta templos. En la ceremonia de colocación de la piedra angular del Templo de Estocolmo, Suecia, declaró: “Cada uno de nosotros tiene una piedra angular, o dos, o tres, en su vida, o sea, puntos de referencia que nos guían”. Al igual que con todos sus mensajes, él adaptó ése en particular a los presentes en la congregación: “Una de las piedras angulares de mi vida”, dijo, “es mi relación con las hermanas de mi abuelo que vinieron de Suecia. De niño, me sentaba sobre sus rodillas mientras me contaban historias de esa tierra, las cuales nunca he olvidado, y me mostraban diapositivas. A cada una de ellas se referían con reverente respeto, como si representaran algo sagrado. Mis tías hacían una pausa y después exclamaban: ‘Esta es una foto de Estocolmo’. Entonces se quedaban en silencio, dando lugar a que yo demostrara la misma reverencia que ellas sentían”. El presidente Monson nunca ha olvidado esa experiencia que ha llegado a ser una piedra angular para él, una piedra angular de legado, una piedra angular que le recuerda sus deberes y una piedra angular que mantiene presente en él a aquellos que lo antecedieron14.
La dedicación del Templo de Tampico, México, en el año 2000, significó para el presidente Monson un retorno glorioso a esa parte de México donde había creado la Estaca de Tampico veintiocho años antes. La dedicación fue también parte de la historia de los templos: tres de ellos se dedicaron en dos días. El presidente Monson dedicó el Templo de Tampico el 20 de mayo en cuatro sesiones; ese mismo día, el presidente James E. Faust dedicó el Templo de Nashville, Tennessee. Al día siguiente, el presidente Monson dedicó el Templo de Villahermosa, también en México. La asistencia total en Tampico fue de 5.066 personas; en Villahermosa, al día siguiente, fue de 3.850. El presidente Monson compartió con las congregaciones su limitado idioma español, aprendido mayormente en la preparatoria, al comentar: “No lo puedo hablar nada bien, pero entiendo más que antes”15.
En la dedicación del Templo de Veracruz, seis semanas después, habló sobre cómo el templo ayudaría a los miembros allí: “Todos tenemos ciertos talentos, y el Señor sabe cuáles son”, les dijo. “Todos tenemos limitaciones y el Señor también sabe cuáles son, pero cualesquiera que sean, el Señor ha dicho: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto’ [Mateo 5:48], El no nos daría mandamientos que no pudiéramos cumplir. Podemos llegar a ser perfectos en nuestro amor por Dios, en nuestro amor hacia nuestro prójimo, en el pago de nuestro diezmo, en observar la Palabra de Sabiduría, en la orientación familiar. En otras palabras, todos esos grados de perfección están a nuestro alcance . . . Todos sabemos lo que debemos hacer”16.
El da pautas sencillas: “Procuren tener el Espíritu del Señor en sus hogares. Arrodíllense con sus hijos; aconséjenles de corazón y con bondad. No se tomen la vida demasiado en serio y recuerden que siempre habrá desilusiones y tendremos que aprender a vivir con ellas”17.
El presidente Monson se sintió inspirado a pedirle al joven Carlos de Jesús Contreras Madrigal, quien estaba sentado en la primera fila del cuarto celestial en la dedicación del Templo de Veracruz, México, que pasara al frente y se parara junto a él, “representando a todos los jovencitos presentes en el templo ese día”. El presidente Monson le preguntó qué edad tenía y él respondió que cumpliría trece años al día siguiente. Sonriendo, el presidente Monson le dijo que su experiencia en el templo sería su regalo de cumpleaños y le sugirió que escribiera algo sobre ella en su diario personal. Más tarde, el presidente Monson se enteró de que la madre del joven, Elvira Madrigal González de Contreras era una de las hermanas más fieles de una de las ramas de la Estaca Villahermosa, y de que su padre no era miembro de la Iglesia18.
“Cuánto han bendecido los templos la vida de la gente de la Iglesia”, declara el presidente Monson. Los miembros de su familia se han congregado en salas de sellamientos del Templo de Salt Lake para participar en ordenanzas a favor de antepasados fallecidos. “Reinó allí un sobrecogedor sentimiento de unión”, escribió una tarde cuando la familia había efectuado sesenta y nueve sellamientos. La obra había sido por la familia de Francés, respondiendo a uno de los últimos anhelos de la madre de ella antes de que falleciera19.
“Por cierto que ésta se reconocerá como una era de edificación de templos al avanzar bajo la dirección de nuestro inspirado presidente, Gordon B. Hinckley”, escribió en su diario personal el presidente Monson después de que la Primera Presidencia repasara la propuesta de un modelo de cuarto de sellamientos para templos pequeños20.
“Nunca he visto a un consejero que diera más apoyo a la obra del templo que el presiente Monson”, dice el obispo Burton al recordar las muchas deliberaciones en las reuniones del Comité de Predios para Templos, en lo concerniente a la edificación de éstos. La oficina del Obispo Presidente supervisa la edificación de templos. El obispo Burton indica: “La primera persona que hizo una moción para dedicar recursos de la Iglesia a la obra del templo fue el hermano Monson. Aun cuando no se ha expresado mucho al respecto en forma pública, su influencia en la construcción de templos es notoria”. “Cuando hablamos de templos”, continúa diciendo el obispo Burton, “inmediatamente pensamos en el presidente Hinckley, lo cual es apropiado, pero no muchos pasos detrás, lo sigue nuestro actual presidente. El tiene un gran testimonio de por qué construimos templos y de toda la obra que se lleva a cabo en ellos”21.
Todos los jueves, al presidente Monson y al presidente Hinckley se les transportaba en un pequeño vehículo abierto por el túnel subterráneo que une el Edificio de Administración de la Iglesia con el templo. “En una ocasión, al promediar el recorrido, cuando ya estábamos debajo del templo, el hermano Hinckley se quitó el sombrero durante el resto de trayecto”, observa el presidente Monson. “Nadie se dio cuenta, pero yo sí lo advertí; es un presidente muy espiritual”22. Cada vez que el presidente Monson ve a miembros de la Iglesia, jóvenes en particular, ir al templo o salir de él, piensa en que “han hecho algo de valor eterno por otra persona. Y de eso, precisamente, se trata la vida”23. Para él, la obra del templo es una obra de rescate.
El presidente Monson aún recuerda cuando era obispo y aconsejó a un matrimonio que pasaba por momentos apremiantes en su relación. Se sintió inspirado a preguntarles: “¿Cuánto hace que han estado en el templo y han presenciado un sellamiento?”.
“Hace mucho tiempo”, respondieron. Eran personas dignas que iban al templo a realizar ordenanzas por otras personas, pero que no habían sido testigos de un sellamiento por muchos años.
“¿Irían conmigo al templo el miércoles a las ocho de la mañana?”, les preguntó.
El siguiente miércoles, los tres se encontraban en uno de los hermosos cuartos de sellamientos. El hombre y su esposa se sentaron bastante apartados el uno del otro en una pequeña banca contra la pared. A medida que la ceremonia proseguía, se fueron acercando cada vez más, y casi al finalizar, estaban juntos y tomados de la mano, habiendo hecho sus diferencias a un lado. Habían recordado los convenios que habían hecho en la casa de Dios. “Cuando recordamos nuestros convenios, los guardamos”, dice el presidente Monson. “Quienes guardan convenios son personas felices”24.
“Considero que ha tenido una influencia enorme en nuestro progreso como Iglesia en los últimos cuarenta años”, dice el obispo Burton. “Durante ese período, Thomas Monson ha sido, por cierto, un firme defensor y paladín de esta causa”25.
Otro aspecto de la Iglesia en el que se ha manifestado grandemente la influencia del presidente Monson es en la obra misional. El élder M. Russell Ballard ve al presidente Monson como “uno de los grandes misioneros de todas las dispensaciones. El entiende la obra misional y la importancia de incluir a los miembros en ella”26.
Como presidente del Comité Ejecutivo Misional, el élder Ballard tomó un borrador de Predicad Mi Evangelio, que en aquel entonces era una propuesta de guía misional, y lo llevó un domingo por la tarde a los tres miembros de la Primera Presidencia. En la casa del presidente Monson, los dos conversaron mientras caminaban por el jardín del fondo cuando fueron a ver sus palomares. Entonces el élder Ballard le pidió que leyera el manuscrito de varios cientos de páginas. “Sé que usted leerá todo su contenido”, le dijo el élder Ballard, instándolo a hacer cualquier corrección.
Entonces el élder Ballard añadió: “Lo necesito de vuelta en dos días”.
“Tiene que estar bromeando”, dijo el presidente Monson mientras le tomaba el peso al manuscrito. Pero pasó la mayor parte de la noche leyéndolo y a los dos días se lo devolvió al élder Ballard con sus correcciones y sugerencias.
Algo que le faltaba a ese primer borrador de Predicad Mi Evangelio era el toque personal de relatos de la vida real. El élder Quentin L. Cook, quien en ese momento era director ejecutivo del Departamento Misional, explica: “El presidente Monson nunca las llama historias porque en todos los casos quiere que sean relatos reales. Siempre ha reconocido que la gran mayoría de la gente puede identificarse con esos relatos, mientras que si sólo nos referimos a conceptos, tal vez no lleguen a captar el mensaje”27.
El presidente Monson dejó en claro que tales relatos deben enseñar un principio. El podría haber empleado la experiencia de Shelley, un miembro del Barrio Sexto-Séptimo, para ilustrar la forma eficaz de hacer obra misional. Shelley no había aceptado el Evangelio, aun cuando su esposa e hijos eran activos en la Iglesia. Cuando Tom partió para Canadá para servir como presidente de misión, casi se había dado por vencido con Shelley. “Si se me hubiera pedido que diera el nombre de alguien que casi seguro nunca llegaría a ser miembro de la Iglesia”, dijo, “creo que habría pensado en Shelley”.
Después de ser llamado a los Doce, el élder Monson recibió una llamada telefónica de Shelley. “Obispo, ¿podría usted sellarnos a mi esposa, a mi familia y a mí en el Templo de Salt Lake?”, preguntó Shelley.
El élder Monson vaciló por un instante y le dijo: “Shelley, antes de eso tiene que bautizarse en la Iglesia”.
Shelley se echó a reír. “Ah, ya atendí ese asunto mientras usted estaba en Canadá. Mi maestro orientador era el hombre que ayudaba a los niños a cruzar la calle hacia la escuela, y todos los días me encontraba con él y hablábamos del Evangelio”28.
La vida del presidente Monson está repleta de tales ejemplos. Otro de ellos llegó a su conocimiento cuando George Watson, quien servía en una presidencia de estaca en Naperville, Illinois, en 1999, decidió escribirle para hacerle saber lo que le había sucedido.
En 1957, cuando tenía veintiún años de edad, George Watson emigró de Irlanda a Canadá, aceptó un trabajo en Niagara Falls, y alquiló una habitación “por la bagatela de seis dólares por semana”. El único inconveniente era que todos los domingos tenía que llevar a la iglesia en auto a la dueña de la casa, de setenta y tres años de edad. Ella empleaba los veinticinco minutos del trayecto para animar a George a “hablar con los misioneros de su iglesia”. El se resistió por más de un año, hasta que un día la mujer lo invitó a cenar con ella y “con dos señoritas”. A George le resultó muy difícil ser grosero con las misioneras.
Durante los meses siguientes pensó mucho, pero seguía descartando la idea de la Iglesia. Para entonces, once parejas de misioneros le habían enseñado el Evangelio, con cuyo mensaje se sentía muy bien, pero era demasiado lo que le exigía abandonar. La dueña del lugar que alquilaba seguía invitándolo a la iglesia y finalmente aceptó acompañarla, vestido “con una camisa desabrochada en el cuello, calzado deportivo y pantalones arrugados”, con la idea de que se sintiera avergonzada y nunca más volviera a invitarlo. Como llegaron tarde, se quedó sentado en el vestíbulo, no quiso ir a la Escuela Dominical y se puso a hablar con “un muy buen hombre minusválido” que sintió que lo comprendía. Cuando George le dijo que en ocho días volvería a Irlanda, el hombre lo instó a bautizarse antes de partir. Si bien aceptó, durante toda la semana George hizo caso omiso a las llamadas del hombre para confirmar su bautismo. Al llegar el domingo, no obstante, “tras no haber podido dormir en toda la noche”, George lo llamó, se disculpó e hizo arreglos para que lo bautizaran de camino al aeropuerto.
“No tengo idea de dónde usted o los misioneros encontraron mi dirección en Irlanda”, le escribió al presidente Monson treinta años más tarde, pero “recibí una carta suya dándome la bienvenida a la Iglesia”. Esta decía: “Nos sentimos sumamente complacidos al darle la bienvenida como miembro recién bautizado en el reino de nuestro Padre. Su Padre Celestial lo ama profundamente y desea bendecirlo abundantemente con Su espíritu”. Un domingo, en Irlanda, a las 9:00 de la mañana, “un tal presidente Lynn llamó a la puerta” de George, diciendo que tenía una carta del presidente de la Misión Canadiense, Thomas S. Monson, pidiéndole que cuidara de George29. Un pequeño acto de parte de un amoroso líder había contribuido a mantener a un hermano a salvo en el rebaño.
Los relatos verdaderos de Predicad Mi Evangelio se incluyeron en gran medida como resultado de la insistencia del presidente Monson, y muchos de ellos los sugirió él mismo. El manual se terminó en escasos catorce meses bajo la guía del Señor por medio de Sus siervos, entre ellos, el presidente Monson. “El presidió el Consejo Ejecutivo Misional durante mucho tiempo”, explica el élder Ballard. “Él conoce la obra misional, y el hecho de que el manual estaba dirigido al misionero para su propia instrucción, en vez de tan sólo bosquejar lecciones, lo hacía por demás singular”30. Predicad Mi Evangelio ha probado ser un enfoque divinamente inspirado y eficaz para la obra misional.
Todos los años, entre los meses de octubre y diciembre, el presidente Monson y el presidente Faust extendían llamamientos a hombres cuyos nombres habían sido recomendados por líderes de la Iglesia y aprobados por la Primera Presidencia y el Quorum de los Doce, para servir como presidentes de misión. Algunos años había hasta 135 de ellos y a cada consejero se le asignaba aproximadamente la mitad. El presidente Monson se preparaba antes de cada reunión, repasando los archivos personales y consultando al Departamento Misional si había alguna preocupación o pregunta. En las entrevistas, rara vez pasaba menos de una hora con cada matrimonio y personalizaba las conversaciones a fin de que cuando la pareja salía de su oficina sintieran que habían recibido su total atención.
A medida que la obra misional avanzaba y la Iglesia seguía creciendo, también aumentaba la necesidad de nuevos edificios. La conferencia general de abril de 2000 se llevó a cabo en el recién terminado Centro de Conferencias. El presidente Monson describió la transición del Tabernáculo a dicho centro como un hecho milagroso. “Cuesta creer que nos las hayamos arreglado con apenas la capacidad del Tabernáculo por todos estos años”, dijo31. Cabían en ese lugar para cada sesión de conferencia general unas 6.500 personas, mientras que el Centro de Conferencias alojaba aproximadamente 21.000.
“Necesitábamos un edificio mucho más amplio para dar cabida a quienes asistían a las conferencias y a otros eventos en el curso del año”, dijo el presidente Monson en una de las sesiones del domingo en el nuevo recinto. “Obreros de refinadas destrezas trabajaron con el corazón y las manos para ofrecer una estructura digna de la aprobación del Señor”32.
Con la construcción del Centro de Conferencias, junto con las innovaciones tecnológicas en transmisiones vía satélite y por internet, muchas más personas que antes podrían ahora participar de la conferencia general, y a muchas de ellas les encantaba oír al presidente Monson. En una familia se requería que los hijos escucharan a dos oradores en cada sesión de la conferencia general, pudiendo dedicar el resto del tiempo a jugar. La madre escribió en una carta dirigida al presidente Monson que su hijo le había dicho a su padre: “Llámame cuando vaya a hablar el último discursante, o cuando hable el presidente Monson”33. Otra madre escribió que había observado a su más pequeño permanecer cautivado ante el televisor mientras el presidente Monson hablaba, y cuando estaba por terminar su discurso, el niño corrió hasta el televisor y besó el rostro del presidente en la pantalla34.
El amor del presidente Monson por la gente se deja ver fácilmente. Le encanta estar entre los santos. El élder David B. Haight le comentó una vez después de que los dos asistieron a una conferencia en la estaca del presidente Monson: “Las 1.500 personas congregadas en el centro de estaca con gusto se hubieran quedado una hora más para escuchar sus palabras y sentir su amor”35. La gran capacidad del presidente Monson para captar el interés de los miembros de la Iglesia con sus experiencias personales y la cálida forma de expresarse hizo que el presidente Hinckley dijera en una ocasión que le tocó hablar después del presidente Monson: “¡Qué tal si ustedes tuvieran que hablar después de él!”36.
El obispo H. David Burton relató: “Me encontraba en una asignación fuera de Salt Lake City y mi madre estaba internada en una casa de salud. Mi esposa, Barbara, me llamó para informarme que mamá no se encontraba bien. Después recibí una llamada del presidente Hinckley quien me dijo que consideraba que debía regresar a casa. Acababa de colgar el teléfono cuando me llamó el presidente Monson, quien había ido a visitar a mi madre un par de días antes. No sé si él y el presidente Hinckley se habían puesto de acuerdo, pero me dijo que pensaba que sería prudente que volviera, y así lo hice. Llegué una hora antes de que mi madre falleciera. El presidente Monson tiene esos tiernos sentimientos por la gente y sus circunstancias”37.
En mayo de 1997, el presidente Monson presidió una conferencia regional en Lyon, Francia, país en donde no había estado en casi una década. Mientras el presidente y la hermana Monson y el élder Neil L. Andersen y su esposa caminaban hacia el automóvil en medio de una multitud de miembros que anhelaban verles de cerca o incluso estrecharles la mano, el élder Andersen señaló a un matrimonio que se encontraba entre la gente y le relató al presidente Monson su conmovedora historia. El hijo de ellos, el élder Richard Charrut, había perdido la vida en un trágico accidente después de haber servido como misionero con los Andersen en la Misión Francia Burdeos.
El élder Andersen había hablado en su funeral en la pequeña rama de Chambéry, a la cual asistía la familia. Esa era la primera vez que veía a los padres desde aquel servicio cinco años antes. Al concluir el élder Andersen el relato, los dos matrimonios ya habían llegado al vehículo que los transportaría. En vez de entrar en él, el presidente Monson sugirió que volvieran para hablar con el matrimonio. Nada era más importante para él en ese momento que expresar su amor a esos fieles padres cuyo buen hijo había perdido la vida al estar al servicio del Señor.
Preocupado, el élder Andersen miró su reloj y observó cómo los miembros se agolpaban alrededor de ellos. Pero al presidente Monson no habrían de disuadirlo, e “insistió en que volviéramos para hablar con los Charrut”, recuerda el élder Andersen. El presidente Monson echó sus brazos por sobre los hombros de Gerard y Astrid Charrut y les dijo, por intermedio del élder Andersen, quien interpretaba: “Hermanos Charrut, les prometo que si permanecen fieles, tendrán a su hijo para siempre”.
Los hermanos Charrut se echaron a llorar. “No fueron tanto sus palabras, sino su sentimiento lo que nos embargó de emoción”, recuerda el élder Andersen. Doce años después, el presidente de estaca de los Charrut se puso en contacto con el élder Andersen para hacerle saber que el hermano Charrut acababa de fallecer, y agregó: “El cariño y la atención que el presidente Monson manifestó a ese matrimonio los fortaleció de un modo maravilloso, y ellos se han mantenido firmes y fieles a lo largo de estos años”38.
Después de una conferencia regional en Hamburgo, Alemania, el presidente Monson insistió en visitar a un ex presidente de la Estaca Hamburgo, Michael Panitsch, quien se encontraba gravemente enfermo. Ese hombre había sido un fiel líder en la Iglesia en tiempos muy difíciles. Oriundo de Ucrania y hablando con fluidez los idiomas ruso y ucraniano, el hermano Panitsch había formado parte del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial y había servido diestra y prolongadamente como presidente de la Estaca Hamburgo, respaldado por el apoyo de su esposa.
El élder Uchtdorf, presidente del Area Europa en aquella época, intentó disuadir al presidente Monson de la idea de realizar la visita, explicándole que el hermano Panitsch vivía en el quinto piso en un edificio donde no había ascensor. El presidente Uchtdorf también estaba en conocimiento de que escasos meses antes, al presidente Monson lo habían hospitalizado debido a un serio problema en el pie izquierdo. Pero el hermano Panitsch y el presidente Monson habían sido amigos por años, así que lo visitaría de cualquier modo. El y el presidente Uchtdorf subieron las escaleras, deteniéndose a descansar cada dos o tres peldaños. Al llegar al apartamento, encontraron al hermano Panitsch en su cama, gravemente enfermo. Vivía solo, ya que su esposa había fallecido años antes, su hija vivía en el piso de arriba y su hijo en el de abajo. Los viejos amigos conversaron e intercambiaron testimonios y después el presidente Monson prometió al hermano Panitsch que su nombre sería incluido en la lista de oración de la Primera Presidencia y del Quorum de los Doce. El hermano Panitsch comenzó a llorar, expresando repetida gratitud al presidente Monson. Aquella sería la última vez que estarían juntos”39.
El presidente Monson no subió ni bajó aquellas escaleras pensando en sus pies, sino más bien en sus manos. El ha enseñado por experiencia personal: “Las bendiciones más tiernas de Dios siempre se confieren por medio de manos que le sirven aquí en la tierra. Tengamos manos prestas, manos limpias y manos dispuestas, a fin de ofrecer lo que nuestro Padre Celestial desea que otros reciban de Él”40.
Dan y Mabel Taylor también fueron bendecidos por las amorosas manos del presidente Monson. Ellos vivían en Canadá cuando el presidente Monson sirvió en ese país como presidente de misión y se conocían muy bien. Mabel, de hecho, había servido como consejera de Francés en la presidencia de la Sociedad de Socorro de la misión. Más adelante, los Taylor se mudaron a California y el entonces élder Monson los visitó cuando estuvo allí con la asignación de dividir su estaca. En esa ocasión les pidió a los Taylor que consideraran servir en una misión. Así fue que a la semana siguiente el matrimonio se apareció en la oficina del élder Monson en Salt Lake City y le dijeron: “Usted nos animó a servir en una misión, así que aquí estamos”.
“¿Han hablado con su obispo o presidente de estaca?”, preguntó el élder Monson.
“No”, fue la respuesta de los Taylor.
Les sugirió que regresaran a California y le comunicaran a su obispo sus deseos de servir. Poco después fueron llamados a la Misión Washington, D.C., y más tarde a una segunda misión en el centro de visitantes de Laie, Hawái; con el tiempo se mudaron a Salt Lake City.
En el otoño de 2003, se le informó al presidente Monson que Dan Taylor estaba internado en un hospital local, tras haber sufrido un ataque cardíaco. Entonces fue a verlo y, cuando llegaron al hospital, le pidió a su conductor que confirmara el número de la habitación de Dan. Al entrar en ella, el presidente Monson echó “una mirada alrededor del cuarto sin reconocer a ninguna de las personas que había allí”. Sorprendido, dijo: “Tengo entendido que ésta es la habitación de Dan Taylor”.
El paciente respondió que él era Dan Taylor.
Pues era el Dan Taylor equivocado.
Pero antes de que el presidente Monson pudiera disculparse por el mal entendido, la esposa del paciente le dijo: “Hemos estado orando y pidiendo que alguien con la autoridad del sacerdocio viniera a darle una bendición a mi esposo. Acabábamos de orar cuando usted llegó, hermano Monson”.
El presidente Monson le dio una bendición al hombre y le hizo saber cuán feliz se sentía de conocerlo. Entonces, después de explicarle que debía visitar a otro Dan Taylor, salió de la habitación, mas no sin antes recibir un sentido agradecimiento del matrimonio por la bendición que había dado.
Tras consultar en el mostrador de información, descubrió que sí había otro Dan Taylor en el hospital. Ese sí era su amigo, a quien el presidente Monson también dio una bendición41.
Cuando él tiene experiencias de ese tipo, sabe que es la mano del Señor la que lo guía. Considera que la confusión entre los dos hombres con el mismo nombre y apellido no fue un error.
Muchas veces ha dado testimonio “de que el sentimiento más tierno que se puede experimentar en esta vida es tener la oportunidad de estar en el mandato del Señor y saber que Él ha guiado nuestros pasos”42.
Pese a su buena disposición de ayudar, el presidente Monson comprendió que “el deseo de servir a los demás, de buscar a la oveja perdida, quizás no siempre dé resultados inmediatos. En ocasiones, el progreso es lento y hasta imperceptible”43. Fritz Hoerold, su amigo de la infancia, fue un buen ejemplo de ello. Fritz era “bajo de estatura pero enorme en valor”. Se alistó en la Marina de los Estados Unidos a los diecisiete años y partió en un barco de combate hacia el frente de batalla en el Pacífico, donde la tripulación se enfrentó a una serie de sangrientos encuentros con el enemigo. La embarcación sufrió serios daños y se produjeron muchas bajas entre los marinos. Thomas Monson y Fritz Hoerold perdieron el contacto entre sí durante cincuenta años, pero un día, cuando el presidente Monson estaba leyendo en una revista un artículo sobre batallas navales en el Pacífico, pensó en su amigo. ¿Viviría aún? ¿Viviría en Salt Lake City? Tras indagar, quien años atrás fue el presidente del quorum de maestros de Fritz, lo llamó por teléfono y le envió la revista. Hacía tiempo que Fritz había dejado de ir a la iglesia. En el correr de pocos meses se encontraron dos veces y en ambos casos el presidente Monson instó a Fritz a hacerse merecedor de las bendiciones del templo. La esposa de éste, Joyce, pidió al presidente Monson: “No se dé por vencido con este marido mío”.
Al enterarse del fallecimiento de Joyce, el presidente Monson dijo: “Cuánto hubiera querido tener más éxito en mis esfuerzos de llevar a Fritz al templo”. Asistió al funeral de Joyce, y cuando Fritz lo vio “fue derecho hasta donde él estaba”. El presidente Monson describió lo que sucedió: “Los dos derramamos algunas lágrimas y él me pidió que fuera el último orador. Cuando me puse de pie para hablar, miré a Fritz y a su familia y dije: ‘Fritz, estoy aquí hoy como presidente del quorum de maestros del cual una vez tú y yo fuimos miembros’. Les hablé de cómo él y su familia podían llegar a ser una ‘familia eterna’ por medio de las ordenanzas del templo, en las cuales prometí que oficiaría cuando llegase el momento.
“Entonces dije: ‘Ahora bien, Fritz, empleando términos navales, siendo que los dos estuvimos en la marina, nuestro barco está a punto de levar anclas, y Joyce está a bordo con destino al reino celestial de Dios, y no quisiera que tú perdieras el barco. El silbato del contramaestre ya ha sonado y es hora de partir.’ No bien hube dicho eso, Fritz se puso de pie de un salto y me hizo la venia, diciendo: ‘Sí, señor’. Le devolví el saludo. Fue un momento muy emotivo para todos los presentes”.
Al poco tiempo, en la reunión general del sacerdocio de octubre de 2001, el presidente Monson habló de Fritz en su discurso. El siguiente lunes por la mañana, Fritz lo llamó para agradecerle y le dijo que su maestro orientador lo había llevado a la reunión del sacerdocio y se había llenado de asombro cuando el presidente Monson contó su historia. El maestro orientador se volvió hacia él y le preguntó: “¿Captó el mensaje?”. El yerno de Fritz, quien también lo acompañaba, se puso de pie y presentó a Fritz ante los que los rodeaban como el hombre a quien el presidente Monson acababa de referirse. “Presidente”, dijo Fritz, “no pude contener las lágrimas”. El 31 de agosto de 2002, el presidente Monson efectuó en el templo el sellamiento de la esposa y los hijos de Fritz a su esposo y padre. Menos de un año después, el 4 de marzo de 2003, el presidente Monson ordenó a Fritz al oficio de sumo sacerdote, acompañándolo en el círculo el presidente de estaca, el obispo y el maestro orientador de éste44.
Por cierto que es importante llegar a un alma, pero igualmente importante es llegar a todas ellas. Con tal fin, el 4 de enero de 2003, la Primera Presidencia grabó en video la primera de una serie de reuniones mundiales de capacitación de líderes. El programa se transmitió una semana después y ese tipo de capacitaciones se ha seguido produciendo año tras año. El presidente Monson reconoce que “en realidad nada se compara a estar en persona, donde uno puede llevar a cabo un intercambio abierto y directo”45, pero la práctica de realizar sesiones de capacitación de líderes del sacerdocio vía satélite ofrece grandes ventajas. Se tratan diversos temas, pulidos, correlacionados y traducidos, haciendo posible que todos reciban el mismo mensaje al mismo tiempo y en su propio idioma.
La expansión mundial de la Iglesia también hizo necesaria la eliminación de algunos programas que habían estado vigentes por muchos años. Fue el presidente Spencer W. Kimball quien anunció la suspensión de las conferencias que la AMM llevaba a cabo tradicionalmente en el mes de junio (en Norteamérica) con sus festivales de danza y música, presentaciones teatrales y competencias deportivas. Él declaró que la razón de tal medida era porque la Iglesia había crecido demasiado como para reunir a los jóvenes en un lugar central para llevar a cabo esas magníficas actividades. En cambio, se propuso que dichos programas se efectuaran a nivel regional, aunque éstos no llegaron a concretarse como los líderes esperaban.
Años más tarde, reconociendo la necesidad de programar actividades para fortalecer a la juventud, el presidente Monson dio a cada miembro de la Primera Presidencia y del Quorum de los Doce una copia de la declaración del presidente Kimball concerniente a tales festivales. “Ése fue el comienzo de un proceso de estudio para concebir algún tipo de celebración que se llevara a cabo en diferentes ciudades”, explicó el presidente Monson46.
El Día de Celebración que tuvo lugar en el estadio de fútbol americano de la Universidad de Utah en Salt Lake City el 16 de julio de 2005, un gigantesco programa de jóvenes, conmemorando el bicentenario del nacimiento del profeta José Smith y el 175 aniversario de la organización de la Iglesia, fue el espectáculo más grande efectuado en décadas. El presidente Monson quedó encantado con el programa, catalogándolo de “magnífico”. En él participaron unos 42.000 jóvenes del valle del Lago Salado y del estado de Wyoming, entre ellos 16.000 cantantes, 5.200 bailarines y 2.400 abanderados. Otros eventos similares, aunque de menor escala, han celebrado con gran éxito dedicaciones de templos u otros hitos de la historia de la Iglesia.
El amor del presidente Monson por la juventud ha quedado de manifiesto en sus muchos discursos ante grupos de scouts. En el verano de 1996 habló en uno de tales campamentos en Valley Forge, Pensilvania. En aquel tiempo, Chris Rasband tenía doce años de edad. A principios de ese verano, se había mudado con sus padres a Nueva York, donde su padre servía como presidente de misión. El cambio no había sido fácil y ahora allí estaba él, en medio de una multitud de 5.000 scouts, mientras el presidente Monson les dirigía la palabra.
Chris conocía al presidente Monson desde el tiempo en que él y su padre se sentaban delante del presidente Monson en partidos de básquetbol del Utah Jazz. Chris recordaba vivar al equipo y celebrar con el presidente Monson cada vez que el Jazz encestaba, así que verlo hablar en ese campamento llevaba a la mente de ese nostálgico scout una escena familiar. Mientras el presidente Monson se aprestaba a partir del campamento, empezó a dar la mano a los jóvenes que pasaron a saludarlo. Al mirar hacia la multitud vio a Chris en su uniforme scout. “¡Chris Rasband, ven aquí a saludarme!”, le dijo. Los jóvenes le abrieron el paso como si fueran las aguas del Mar Rojo y Chris se adelantó mientras el presidente Monson le extendió la mano y lo ayudó a subir al estrado.
Chris necesitaba esa atención; necesitaba a su amigo, quien lo encontró. “Nunca está demasiado ocupado”, dice con emoción el élder Ronald Rasband, padre de Chris, “nunca está demasiado ocupado para llegar a la gente”47.
Él nunca está demasiado ocupado para llamar por teléfono a una amiga de la preparatoria que acaba de perder a su esposo; para sentarse junto a un amigo que está a punto de morir, ni para escribir una carta para dar ánimo a alguien inactivo en la Iglesia y decirle: “Es hora de regresar”. El presidente Monson nunca está demasiado ocupado para ir al rescate.
El élder Neil L. Andersen ha observado al presidente Monson y ha aprendido: “Nunca actúa como un administrador que tiene que encargarse de todo, sino que lo hace como un pastor. Así es él, alguien cuya influencia en la gente es más importante que sus cálculos y estrategias en provecho de la Iglesia”48.
Pese a ello, sus asignaciones y horario de viajes siempre han sido rigurosos. Él y su esposa rara vez tomaban un descanso, a menos que estuvieran en Alemania. El pintoresco sur de Alemania siempre ha sido su lugar de distracción predilecto si se encontraban en Europa. Parte del atractivo es la campiña y la otra parte es el relativo anonimato del que disfrutaban tan lejos de su hogar. En uno de sus viajes a Europa, en agosto de 1995, comenzaron en Estocolmo, Suecia, donde el presidente Monson dividió una estaca que él había creado en 1975. Fue una ocasión histórica, ya que el rey Cari XVI y la reina Silvia, visitaron el templo como parte de la reinstauración de una antigua tradición que databa del siglo trece cuando el rey viajaba por todo el país para conocer a los ciudadanos. El presidente Monson hizo entrega a la reina de la historia de su familia en dos volúmenes, y al rey le dio una estatuilla de bronce de “Primeros Pasos” (escultura que muestra a una madre y a un padre ayudando a su pequeña a dar sus primeros pasos).
Los Monson habían hecho arreglos para tomar dos días libres antes de ir a Górlitz a dedicar una nueva capilla que se había construido allí. Gerry Avant, del Church News, había sido asignada a viajar a último momento para cubrir los eventos, con varios pasajes de avión que, según le dijeron, la llevarían a los diferentes puntos del itinerario del presidente y de la hermana Monson, pero no se había tomado el tiempo para revisarlos.
Cuando terminaron las ceremonias en Suecia, comenzó una nueva aventura. Gerry explica: “Fui al mostrador de la aerolínea donde un sonriente agente me dijo: ‘Veo que viaja a Munich’, a lo que respondí que no, que iba para Dresde. El agente se fijó en todos mis pasajes y me informó que a Dresde viajaría tres días después, pero que ese día viajaría a Munich. Supuse que el presidente Monson hablaría en una reunión o en una charla fogonera de área o que se reuniría con los misioneros y yo cubriría el evento para el Church News.
“Cuando llegamos al hotel en Munich, pregunté: ‘¿A qué hora son las reuniones mañana?’.
“El presidente Monson dijo: ‘No tendremos ninguna reunión en Munich’.
“Yo no sabía qué decir, así que pregunté: ‘¿Entonces qué estamos haciendo en Munich?’.
“El presidente Monson respondió: ‘Yo no sé por qué está usted aquí, Gerry, pero Francés y yo decidimos tomar un par de días para pasear’.
“Le dije: ‘¡Fantástico!, eso me dará tiempo para reunirme con algunos miembros y tomar fotografías’.
“El presidente Monson dijo: ‘Ha estado trabajando mucho; debería tomarse un tiempo para visitar algunos lugares de interés’.
“A la mañana siguiente fui a desayunar, esperando que me dirían que me dejarían en algún sitio mientras ellos iban a su paseo. Sin embargo, después del desayuno, el presidente Monson declaró: ‘Anoche le dije a Francés que conociéndola a usted como la conozco, tan pronto como nos marcháramos llamaría a un obispo o a una presidenta de Primaria a quien entrevistar, y todos se enterarían de que estamos aquí. Así que decidimos llevarla con nosotros’.
“Y así me llevaron en las más memorables ‘vacaciones’ de mi vida. Visitamos el parque nacional de Berchtesgaden en los Alpes alemanes en un día de mucha niebla, y después fuimos a almorzar a Salzburgo. Al día siguiente fuimos al Lago Kónigsee y a pesar de que llovía, fue una experiencia deleitable. Debido al estado del tiempo, había pocos turistas en la embarcación y cuando llegamos a una capilla que hay a orillas del lago no había en ella nadie más. Nos sentamos allí por unos minutos y escuché atentamente cada palabra que pronunció el presidente Monson, y más tarde regresamos a cenar en Salzburgo”49.
Se reunieron en Dresde con el élder Dieter F. Uchtdorf, de los Setenta, y su esposa, Harriet, y fueron juntos a visitar la tumba del élder Joseph A. Ott, y después hasta la colina al este del río Elba donde el presidente Monson había dedicado esa tierra veinte años antes. “El tiempo también estaba lluvioso y había neblina”, dijo el presidente Monson, “al caminar por aquella ladera. Mientras recordábamos con los presentes los acontecimientos del período anterior, el sol se asomó con todo su esplendor igual que sucedió el día de la dedicación. El río Elba corría vigoroso por el valle como lo había hecho a lo largo de los años, tanto en las épocas buenas como en las malas”50.
El élder Uchtdorf más adelante le escribió al presidente Monson y compartió sus observaciones de la visita a tan sagrado lugar:
“Reconocí dos nombres muy significativos de una calle y de un edificio. La calle que conduce al lugar donde pronunció la oración dedicatoria lleva el nombre de Sonnleit, que quiere decir ‘guiados por el sol’. El edificio más próximo al lugar se llama Friedensburg, que quiere decir ‘fortaleza’ o ‘castillo de paz’. Yo sé que el cumplimiento de su bendición ha traído rayos sanadores de sol y paz a nuestro pueblo. Harriet y yo recibimos en estos dos extraordinarios días otro testimonio de que ‘no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas’. Gracias por ser un profeta del Señor Jesucristo”51.
En cuanto a su visita a Górlitz en 1968, el presidente Monson dijo: “Bajo la inspiración del Señor, prometí a esos dignos santos que nada tenían—absolutamente nada—que si eran fieles al Señor, Él, en Su bondad y justicia, derramaría sobre ellos todas las bendiciones que pudiera recibir cualquier otro miembro de la Iglesia en un país libre”52. En el ínterin, se había construido el Templo de Freiberg y los miembros de Górlitz habían recibido todas las bendiciones de miembros dignos en naciones libres. Pero no tuvieron un centro de reuniones hasta el 25 de agosto de 1995 en que el presidente Monson llegó a dedicar la estructura que veintisiete años antes había prometido que se construiría.
Cuando los Monson llegaron a Górlitz, los recibieron miembros que estaban encantados con su nueva capilla y con la visita del presidente Monson, así como con la presencia del alcalde Matthias Lechner, un joven que había contribuido a planear la ocasión. Ese día marcaba un claro contraste con lo que un élder Monson más joven había encontrado veintisiete años antes cuando había “informantes en la congregación, temor en el corazón de los ciudadanos y la presencia de tropas rusas en atavíos militares y de la policía de Alemania Oriental sosteniendo ametralladoras en una mano y la correa de perros Doberman en la otra . . . Mi corazón y mi alma rebosaban de gratitud”, dijo el presidente Monson, “por el privilegio de ver la mano del Señor en la bendición de esa gente escogida”53.
Con el paso de los años, el presidente Monson ha aprovechado toda oportunidad que se le ha presentado para regresar a Alemania. En diciembre de 2003, tras terminar una conferencia regional en Inglaterra un domingo por la tarde, viajó de inmediato a Dresde para hablar en una charla fogonera a “sus amigos”, invitando al élder Marlin K. Jensen, Presidente del Area, para que lo acompañara. “Al entrar en el edificio repleto, con aproximadamente 1.100 personas”, recuerda el élder Jensen, “fue electrizante. Todos se pusieron de pie. El presidente Monson no se dirigió al estrado como lo habría hecho cualquier otra persona, sino que fue entre la gente por unos diez o quince minutos camino hacia el púlpito, abrazando y estrechando manos. Aunque lo había hecho por tantos años, seguía causando asombro”54.
Cuando el presidente Monson ha tratado de fortalecer “las manos caídas”, como lo hizo en Alemania por tanto tiempo, ha visto las bendiciones del Señor descansar sobre mucha gente. Pero a menudo pasan años antes de que se vean los resultados.
Por ejemplo, habían transcurrido cinco años del fallecimiento del prominente educador Rex E. Lee tras una larga batalla contra el cáncer, cuando el presidente Monson recibió una emotiva carta de su viuda, Janet, describiendo “una tierna experiencia” que había tenido en el templo. Ella explicó que ella y su hijo habían estado hablando sobre los días finales de la vida de su esposo. El hijo mencionó que una de las cosas que lamentaba era que cuando salió un día del hospital para ir a almorzar, el presidente Monson había ido a dar una bendición a su padre. Se había sentido muy desilusionado por no haber estado allí y mencionó que la experiencia seguramente no había sido tan significativa para el terapeuta a quien se le pidió que ayudara a dar la bendición. “Habría significado mucho para mi hijo”, escribió la hermana Lee, “y, al hablar del asunto, se le notó muy afectado”.
La hermana Lee continuó:
“Durante una sesión del templo el pasado mes de marzo, me llamó la atención una encantadora joven de unos treinta años. Intercambiábamos miradas cada vez que pasábamos de una sala a otra. Cuando la sesión terminó, se me acercó y me preguntó si podía hablar conmigo por un momento. Me dijo que ella y su esposo tenían el corazón destrozado ante la reciente muerte de su hija de siete años, pero que lo que más les había ayudado era una experiencia que su marido había tenido hacía cinco años en el hospital donde trabajaba como terapeuta respiratorio, donde le había ayudado a usted [presidente Monson] a darle una bendición a mi esposo. Ella me comentó que el día de la bendición, su marido había compartido con ella algunos detalles muy espirituales relacionados con la transición entre esta vida y la venidera que usted había mencionado en la bendición. Me dijo que muchas veces ellos hablaron del consuelo que aquellas palabras les traerían algún día si llegaran a perder a alguien cercano a ellos. ¡Ni se imaginaban que ese alguien sería su hija! Entre lágrimas, me dijo cómo esas enseñanzas los sostuvieron en momentos de tanto dolor. Cuando se lo conté a mi hijo él también lloró, al llegar a comprender por qué había sido más importante para aquel terapeuta ayudarlo a usted al dar la bendición, que lo que hubiera sido para él. No siempre entendemos por qué las cosas suceden de cierto modo, pero mi corazón se regocijó ante lo que aprendí”55.
El 5 de enero de 2000, el presidente Monson también se enfrentó a la posibilidad de perder a un ser querido. Su hija Ann había pasado por la casa de sus padres esa tarde para dejarles un pan recién horneado. Entró a la cocina sin saber con lo que se encontraría. Su madre yacía sin conocimiento en el piso en un charco de sangre. Ann inmediatamente llamó al servicio de emergencia, después a su padre y enseguida comenzó a orar. El presidente Monson le dijo que se encontrarían en el hospital. El llegó antes que la ambulancia y presenció cómo llevaban adentro a Francés. Tenía un corte serio en la parte de atrás de la cabeza y un bulto grande en la frente. Cuando él le dijo: “Estamos aquí”, ella respondió: “Me duele mucho”.
Al revisar más tarde la cocina, resultó claro que ella se había golpeado contra el filo de un cajón abierto—el cual estaba cubierto de sangre—y después había caído bocabajo en el piso.
Los médicos de inmediato decidieron transportarla en helicóptero desde ese hospital a otro que disponía de un centro de traumatología más grande. Allí la esperaban sus médicos y el Dr. Rich, quien la había tratado dieciocho años antes del momento de sufrir una seria caída. Los facultativos trabajaron durante largas horas para tratar de estabilizar su condición, insertándole un tubo para facilitar la respiración y otro para alimentarla, y la mantuvieron fuertemente sedada. El presidente Monson permaneció en el hospital toda la noche, al igual que su oficial de seguridad, Tracy Monson (no estaban emparentados).
Aunque Francés había hablado aquellas tres palabras, “Me duele mucho”, al llegar al primer hospital, no pronunció ni una sola más durante las siguientes dos semanas y media. El presidente Monson permaneció a su lado, y el 7 de enero escribió en su diario: “Esperábamos que despertara pronto, pero los médicos nos advirtieron que a pacientes con lesiones en la cabeza les lleva más tiempo, particularmente si son diabéticos … Es angustiante ver a la compañera eterna sufrir y no poder hacer nada por ella . . .
“Gordon B. Hinckley, James E. Faust y Russell M. Nelson me ayudaron a darle una bendición. Pedí al presidente Faust que la ungiera y al presidente Hinckley que sellara la unción”. Fue una bendición hermosa. Entre otras cosas, el presidente Hinckley dijo sin vacilación: “Saldrás de esta aflicción, despertarás y sanarás por la influencia del Espíritu del Señor”.
La administración del hospital le dio al presidente Monson un cuarto donde podía trabajar y durante unas semanas pasó la mayor parte de cada día con Francés, ausentándose únicamente para ir a las reuniones en el templo los jueves y a uno o dos velatorios. Sus hijos y nietos se mostraban preocupados.
Su hijo Clark recuerda: “Papá demostró una fe como la que nunca había visto en ninguna otra persona. El oraba y no daba cabida a la más mínima posibilidad de que mamá muriera. No creo que él orara muy a menudo por sí mismo, sino que estaba dispuesto a dejar que el Señor decidiera qué era lo mejor para él. En este caso, papá estaba resuelto a no perderla”56.
El lunes, 10 de enero, el presidente Monson escribió en su diario personal: “Aún no hay indicios de que reconozca y no parece saber dónde está ni qué le ha sucedido, lo cual es sumamente desconcertante. Sus ojos permanecen cerrados, el dolor persiste, mas la fe la acompaña. Los médicos nos dicen que seamos pacientes”.
Viernes, 14 de enero: “Todavía no recobra el conocimiento. Ann y Carma han estado muy pendientes, al igual que los nietos”.
Jueves, 20 de enero: “Hemos estado orando para que se produzca una mejoría en los próximos días, para que el coma en el que se encuentra deje de tenerla cautiva”.
Viernes, 21 de enero: “Francés ha estado abriendo los ojos y siguiendo con claridad mi conversación y después la de Tommy. Me dio mucho gusto ver que eso sucediera. Volví a casa sintiéndome más feliz de lo que me he sentido por más de dos semanas”.
Sábado, 22 de enero: “Francés estuvo muy bien hoy. Estuvo alerta, sonrió varias veces, y me siguió con la mirada y me tomó de la mano. El Dr. Fowles dice que ha salido del peligro”.
Las primeras palabras que pronunció a su esposo fueron: “Olvidé mandar por correo el pago trimestral de los impuestos”. Él le aseguró que se encargaría de ello.
En medio de la crisis, el presidente Monson preparó y presentó un mensaje en una transmisión misional vía satélite en la que se refirió a “Los distintivos de un hogar feliz”. “Somos responsables por el hogar que edificamos”, aconsejó. “Debemos edificar sabiamente, ya que la eternidad no es un trayecto corto. Habrá calma y viento, luz y sombras, dicha y pesar. Pero si en verdad nos esforzamos, nuestro hogar será un pedacito de cielo en la tierra”57. Él anhelaba llegar a ese pedacito de cielo; Francés estaba por volver a casa.
Felizmente, Francés pudo permanecer más tiempo en esta vida mortal para apoyar a su esposo. El 10 de enero de 2008, el presidente Hinckley asistió a la reunión del templo pero le pidió al presidente Monson que dirigiera. No estuvo presente en la reunión del Comité de Predios para Templos. No estaba bien de salud, pero en las semanas siguientes trató de superarse como siempre lo había hecho. Ofreció una oración dedicatoria en el renovado capitolio del estado (de Utah) y el domingo 20 de enero rededicó la capilla del Barrio Carden Park en Salt Lake City. El martes siguiente asistió a la reunión de la Primera Presidencia y parecía estar un poco mejor. El miércoles fue a la oficina.
El sábado, 26 de enero, el presidente Monson, el presidente Eyring y F. Michael Watson, secretario de la Primera Presidencia, fueron a visitar al amado líder quien estaba en cama. El presidente Monson escribió sobre la visita: “Los médicos indicaron que tal vez no se recupere de esta enfermedad. Lo rodeaban miembros de su familia mientras él estaba sedado. Tuve el sentimiento de que quizás nunca volvería a ver al presidente Hinckley con los ojos abiertos”58.
Al regresar a la oficina, los tres se veían preocupados. El presidente Monson hizo planes para dar una bendición al presidente Hinckley al día siguiente—el día del Señor—el domingo 27 de enero.
Se invitó al presidente Packer a acompañarlos y al día siguiente, a las tres de la tarde, estaban nuevamente junto a su lecho. Toda la familia estaba también reunida a su lado. “Tras una breve conversación, en la cual los médicos hicieron alusión a la gravedad del estado de salud del presidente Hinckley, le dimos una bendición del sacerdocio. Invité al presidente Packer a efectuar la unción, la cual yo después sellé. Se unieron a nosotros todos los poseedores del sacerdocio mayor en la familia Hinckley, además de Don Staheli [secretario personal del presidente Hinckley], Michael Watson y otros presentes que poseían el sacerdocio”.
El presidente Monson escribió: “He conocido a Gordon B. Hinckley durante muchos, muchos años, desde antes de ser Autoridades Generales. Hace mucho tiempo yo imprimía las publicaciones misionales y él estaba encargado de coordinar la impresión. Hoy lo encontré más o menos igual que ayer, aunque su respiración parecía más forzada. Lo tomé por la muñeca y tuve la impresión de que ésa sería la última vez que vería a mi amado presidente y amigo en esta vida mortal”59.
Tres horas y media después, a las siete y veinte de la tarde, llamó Michael Watson con la noticia de que el presidente Hinckley había fallecido.
























