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EN POS DEL NECESITADO
El presidente Monson es cálido y atento, tiene un magnífico sentido del humor y un amor espontáneo por la gente. Podría decir que como profeta es irresistible. Va a la cocina a agradecer a las personas que hayan preparado una comida; hace gestos de aprobación por los esfuerzos de la gente; da la mano a todos cuantos puede y con los jóvenes “choca los cinco”. Cuando habla con niños, casi siempre se inclina a fin de estar a su propia altura. Si todos fuéramos como el presidente Monson, tendríamos el áelo en la tierra.
Élder William R. Walker Primer Quorum de los Setenta
El 2 de febrero de 2008, el presidente Monson presidió, dirigió y habló en el funeral de su “apreciado amigo y colega”, el presidente Gordon B. Hinckley. “No puedo expresar adecuadamente cuánto lo echo de menos”, dijo ante el auditorio mundial, el cual abarcaba más de 16.000 personas en el Centro de Conferencias y muchísimas más que seguían los servicios vía satélite, por Internet y BYU Televisión. “Es difícil recordar una época en la que no nos conocíamos”, continuó el presidente Monson. “Hemos servido juntos durante más de cuarenta y cuatro años en el Quorum de los Doce Apóstoles y en la Primera Presidencia. Compartimos muchas cosas a lo largo de los años: pesares y felicidad, lágrimas y risas . . . Doquiera que vaya en este hermoso mundo, parte de este atesorado amigo siempre irá conmigo”1.
Ante el fallecimiento del presidente Hinckley, la Primera Presidencia se había disuelto. El presidente Monson y el presidente Eyring, quienes habían servido como consejeros, regresaron a sus puestos en el Quorum de los Doce Apóstoles y ese quorum pasó a ser la autoridad presidente de la Iglesia. El domingo 3 de febrero de 2008, en espíritu de ayuno y oración, los catorce apóstoles ordenados aún en vida, se reunieron en el cuarto superior del Templo de Salt Lake. Así describió el presidente Monson la ocasión: “Durante esa solemne y sagrada reunión, se reorganizó la presidencia de la Iglesia de acuerdo con el precedente bien establecido y siguiendo el modelo que el Señor mismo instituyó”2.
El presidente Boyd K. Packer procedió a ordenar y a apartar a Thomas S. Monson como el decimosexto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. El presidente Monson tenía ochenta años de edad.
Muchas veces había compartido su testimonio de Jesucristo con ese venerable cuerpo de siervos del Señor, al igual que con miembros de la Iglesia en todas partes, y lo seguiría haciendo como Presidente de la Iglesia en los años venideros: “Con todo mi corazón y el fervor de mi alma, elevo la voz en testimonio como testigo especial y declaro que Dios por cierto vive. Jesucristo es Su Hijo, el Unigénito del Padre en la carne. El es nuestro Redentor y nuestro Mediador ante el Padre. El nos ama con un amor que no llegamos a comprender plenamente, y porque nos ama, El dio Su vida por nosotros. No hallo palabras para expresar a El mi gratitud”3.
Los presentes en esa ocasión recuerdan que el Espíritu confirmó de inmediato el sagrado llamamiento del presidente Monson. El élder Russell M. Nelson describe ese momento como “diferente a cualquier ascensión a un alto oficio en cualquier ámbito—político, académico o gubernamental—donde siempre existe debate, competencia y favoritismos. Fue una experiencia muy especial de la cual tuvimos el privilegio de ser parte”4.
En su calidad de miembro de los Doce con menor antigüedad, en su primera reunión en el templo para elegir—por revelación—al Presidente de la Iglesia, el élder Quentin L. Cook recuerda haber recibido “la maravillosa confirmación espiritual de que el presidente Monson habría de ser el profeta”. Indicó que el presidente Monson parecía ser “un muy puro receptáculo de inspiración divina”5.
En los días anteriores a la reunión en el templo, el presidente
Monson oró con todo su corazón por guía para escoger a sus consejeros. Estudió el asunto “muy detenidamente, considerando antigüedad, precedente y los talentos que él consideraba necesarios en ese momento y aquellos que conformarían una presidencia homogénea”6. Entonces, con humildad presentó los nombres al Señor en busca de confirmación.
El presidente Monson nombró al élder Henry B. Eyring, de setenta y cuatro años de edad, como Primer Consejero de la Primera Presidencia. El llamamiento no sorprendió a nadie, ya que el élder Eyring había servido como Segundo Consejero de la Primera Presidencia desde la conferencia general de octubre de 2007. Los dos habían trabajado juntos por muchos años, pues el élder Eyring había servido como Comisionado de Educación, como consejero del Obispado Presidente y como miembro del Quorum de los Setenta antes de que el presidente Hinckley lo llamara como apóstol en 1995.
El presidente Monson escogió al élder Dieter F. Uchtdorf, de sesenta y siete años de edad, para servir como Segundo Consejero de la Primera Presidencia. El élder Uchtdorf, converso a la Iglesia, había servido como presidente de estaca en Alemania, miembro del Quorum de los Setenta desde 1994 y de la Presidencia de los Setenta desde 2002 y había sido llamado al Quorum de los Doce en octubre de 2004. El llevaba a su nueva responsabilidad experiencia internacional, tanto comercial como eclesiástica.
El presidente Monson quería llegar al mundo, declara el élder L. Tom Perry, “y la persona más indicada para contribuir a ello era el élder Uchtdorf. De ese modo, el presidente Monson también demostraba que somos una Iglesia mundial”7.
Ninguno de los dos consejeros tenía demasiada antigüedad en el Quorum de los Doce, pero el presidente Monson sabía que él tenía la “suficiente para compensar por aquello de lo que ellos carecían”. Los tres tienen experiencias notoriamente diferentes pero, él explica, hay unidad, y “en la unidad hay gran fortaleza. Estamos unidos en todos los asuntos de mayor importancia”8.
Ese domingo por la noche, como ha sido la tradición en la familia Monson por décadas, todos se reunieron en la casa. El presidente Monson no habló de lo que había acontecido en el templo ese día y no fue sino hasta que su hija Ann le preguntó en cuanto a la hora del anuncio al público que él se refirió a la conferencia de prensa que tendría lugar la mañana siguiente.
El lunes 4 de febrero de 2008, el presidente Thomas S. Monson, decimosexto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con sus consejeros a su lado y rodeados por los miembros del Quorum de los Doce, se reunieron con los medios de prensa en la planta baja del Edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia, directamente frente al mural que representa al Salvador con Sus apóstoles.
El presidente Monson leyó una declaración que había preparado, refiriéndose ante todo al fallecimiento del presidente Gordon B. Hinckley. “Lo echaremos de menos”, dijo, “mas sabemos que nos ha dejado un magnífico legado de amor y bondad”. El presidente entonces prometió: “Continuaremos en los pasos de quienes nos han precedido de enseñar el Evangelio, de mancomunar esfuerzos con personas de buena voluntad alrededor del mundo y de dar testimonio de la vida y la misión de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo”.
Fiel al que llegaría a ser el tema central de su presidencia, habló de tender una mano de ayuda “en el espíritu de hermandad que proviene del Señor Jesucristo” y recalcó la importancia de rescatar al necesitado.
Un representante de los medios preguntó: “¿Qué hará usted diferente?”.
Dado que él y el presidente Hinckley se habían reunido casi a diario durante los previos veintitrés años en tres presidencias diferentes para tomar decisiones y delinear objetivos, el presidente Monson respondió: “No puedo menos que pensar que todo será similar y que no habrá cambios drásticos”. Recalcó la continuación de la obra de edificar templos alrededor del mundo, de brindar más apoyo al Fondo Perpetuo para la Educación y de poner más énfasis en la oración personal y en ayudar a los demás9.
Ambos consejeros reconocieron el cometido de su nuevo líder hacia la gente. “He llegado a conocer su bondad”, dijo el presidente Eyring10. “Sé de su corazón, de su alma y de su maravilloso amor por la gente”, añadió el presidente Uchtdorf11.
Cuando el presidente Monson dio inicio a su presidencia, había 13,1 millones de miembros de la Iglesia en 178 naciones y territorios, 2.740 estacas, 27.827 barrios y ramas, 348 misiones, 52.686 misioneros y 124 templos alrededor del mundo12.
Cuando las Autoridades Generales se reunieron el siguiente jueves en el templo con la nueva Primera Presidencia, el presidente Monson instintivamente se dirigió a la silla que había ocupado durante trece años y se sentó, hasta que se dio cuenta de que la silla del medio estaba vacía. “No me va a resultar fácil acostumbrarme a esto”, dijo ocurrentemente. Por años, él había respaldado a tres presidentes de la Iglesia como consejero.
“En casa nunca hablábamos de que tal vez papá un día llegara a ser el Presidente de la Iglesia”, explica su hijo Tom13. “Cualquier tarea que le toque hacer, él encuentra el modo de magnificarla y de dar todo de sí”14.
Su despacho se vio inundado de expresiones de felicitación. Elaine S. Dalton, quien llegaría a ser la presidenta general de la organización de las Mujeres Jóvenes, vio a la nueva Primera Presidencia como “una fuerza poderosa” en las manos del Señor. “Se combinan magníficamente y tienen una visión más clara que cualquier otra persona”15.
Una nota de gran valor provino del Reverendo Monseñor Terence Moore, de la iglesia católica San Juan Bautista, de Draper (Utah): “Usted es un magnífico líder espiritual y me siento muy bendecido por la amistad que nos une y por su gentileza para conmigo”. Esa no era una carta formulario, sino una comunicación entre amigos. Los dos habían trabajado juntos en varias de las mismas causas comunitarias y habían asistido a un gran número de cenas y celebraciones formales. Además de ello, el presidente Monson sería de gran consuelo para el Reverendo Monseñor Moore en su lucha personal contra el cáncer16.
Sin duda alguna, las asignaciones del presidente Monson en comités a lo largo de los años y sus responsabilidades administrativas lo habían preparado para dirigir todos los aspectos de la organización de la Iglesia. Con el transcurso del tiempo, él ha estado estrechamente relacionado con tareas de correlación, imprenta, obra misional, templos, servicio del sacerdocio, organizaciones auxiliares, programas de los jóvenes y de bienestar; ha viajado a todo continente y se ha dirigido a innumerables congregaciones. Pero su servicio se manifiesta más que nada en su interés por el necesitado y por la forma en que responde a la guía del Espíritu.
Su primera oportunidad de dirigirse a los miembros de la Iglesia se presentó rápidamente. Grabó un mensaje para la capacitación mundial de líderes que se transmitiría vía satélite el 9 de febrero. El tema de la reunión, “Forjemos una posteridad justa”, era uno de sus predilectos, y sobre el cual había predicado por años. Habló con fervor y convicción, diciendo: “El mundo está cada vez más lleno de caos y confusión. Nos rodean mensajes que contradicen todo lo que atesoramos, tentándonos a apartarnos de lo que es ‘virtuoso, bello, de buena reputación, o digno de alabanza’, y a adoptar las ideas que a menudo prevalecen fuera del evangelio de Jesucristo. Sin embargo, cuando nuestras familias están unidas en propósito y reina un ambiente de paz y amor en el hogar, éste llega a ser un santuario ante las cosas del mundo”17.
El 10 de febrero de 2008 estuvo en Rexburg, Idaho, para dedicar el templo número 125 de la Iglesia, evento que describió como su primer acto oficial como Presidente de la Iglesia. Declaró a la prensa que estaba “suplantando” al presidente Hinckley, quien había tenido la intención de dedicar ese templo en esa ocasión. Las palabras de la oración dedicatoria fueron particularmente conmovedoras:
“Te damos gracias por que desde el momento de la Restauración nunca has desamparado a Tu Iglesia. Desde los días del profeta José Smith, Tú has escogido a un profeta para este pueblo, quien ha poseído y ejercido todas las llaves del sacerdocio sempiterno a favor de Tus hijos en la tierra”18.
Muchos de los presentes en las ceremonias dijeron haber recibido un testimonio personal del presidente Monson como el profeta de Dios.
El 5 de abril de 2008, los miembros de la Iglesia se pusieron de pie para sostener al presidente Thomas S. Monson en la conferencia general anual número 178 de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Más tarde reconoció: “He sentido sus oraciones en mi favor y he sido sostenido y bendecido durante los dos meses desde que nuestro amado presidente Hinckley nos dejó. Una vez más, agradezco su voto de sostenimiento”19.
En la reunión general del sacerdocio esa misma noche, instruyó a los líderes varones diciendo: “Nosotros, los que hemos sido ordenados al sacerdocio de Dios, podemos marcar la diferencia. Cuando nos hacemos acreedores a la ayuda del Señor, podemos fortalecer a los jovencitos, regenerar a los hombres y lograr milagros en Su santo servicio”20.
Dirigiéndose a los miembros de la Iglesia en su discurso del domingo por la mañana, se refirió a los quince hombres que lo habían precedido como Presidente de la Iglesia. A muchos de ellos los había conocido personalmente; había servido en el Quorum de los Doce con seis de ellos y como consejero de tres. “Mi ferviente oración”, dijo, “es que pueda seguir siendo un instrumento digno en las manos de Dios para llevar a cabo esta gran obra y cumplir las enormes responsabilidades que acompañan al oficio de Presidente”21.
En la siguiente sesión, el domingo por la tarde, el élder Jeffrey R. Holland dijo en nombre de las Autoridades Generales y de la Iglesia en sí:
“De los muchos privilegios que hemos tenido en esta histórica conferencia, incluso la participación en una asamblea solemne en la que nos pusimos de pie para sostenerlo como profeta, vidente y revelador, no puedo evitar sentir que el privilegio más grande que todos hemos tenido ha sido el presenciar personalmente el descenso del manto sagrado y profético sobre sus hombros, casi como si hubiera sido por las manos mismas de los propios ángeles. Los que estuvieron presentes ayer por la tarde en la reunión general del sacerdocio, así como quienes lo estuvieron en la transmisión mundial de la sesión de esta mañana, han sido testigos oculares de este acontecimiento. A todos expreso nuestra gratitud por ese momento. Digo eso con amor por el presidente Monson, y en especial hacia nuestro Padre Celestial por la maravillosa oportunidad de haber ‘visto con nuestro propios ojos su majestad’”22.
El presidente Monson concluyó la última sesión de esa conferencia general diciendo: “Mis queridos hermanos y hermanas, les amo y ruego por ustedes. Por favor oren por mí, y juntos cosechemos las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para cada uno de nosotros”23.
“Yo sólo quiero servir de manera tal que el Señor esté complacido con lo que quiera que yo haga”, ha dicho el presidente Monson24. Los mensajes que da en las conferencias generales son de alta prioridad en su vida. “Todos los días busco temas que sirvan para ayudar a alguien”, dice. “Pienso en la conferencia general a diario”25.
Seis meses después, al concluir una de las sesiones de la conferencia de octubre de 2008, al pasar frente al Quorum de los Doce y darles la mano, como es su costumbre, el presidente Monson súbitamente se dio vuelta y se encaminó hacia la congregación. No era algo que hubiera hecho él ni ningún otro Presidente de la Iglesia en tiempos recientes.
Había visto a su viejo amigo el élder Royden G. Derrick, una Autoridad General emérita, sentado cerca del frente en una silla de ruedas. Abriéndose paso por el pasillo, el presidente llegó hasta el élder Derrick, lo abrazó y empezaron a recordar experiencias vividas, entre ellas una cacería de patos en la que no dieron en el blanco ni una sola vez. Después volvió al estrado saludando a algunas personas a su paso, haciendo gestos de aprobación a misioneros, sonriendo y animando a todo el mundo. Era Thomas S. Monson haciendo lo que sabe hacer mejor: llegar a la gente. El élder David A. Bednar describe su actitud como “una bondad inherente e instintiva enfocada en una persona a la vez”26.
Allie Derrick, sentada junto a su esposo, describió el día en que “el presidente Monson puso en acción aquello que ha enseñado: ‘Nunca demos nada por sentado; siempre debemos hacerles saber que les amamos’”. Poco más de un año después, el élder Derrick falleció, pero aquel encuentro y expresión de amor del presidente Monson “fue atesorado hasta el fin de sus días”27. El presidente Monson habló en su funeral.
“Ese cálido, afable gigante de hombre llena con su presencia cualquier lugar”, dice su hermana Marilyn. “No importa cuán grande sea el lugar”28.
El élder Dallin H. Oaks indica que “el que más se destaca en él es Thomas Monson el obispo, no Thomas Monson el gerente.
Es muy bueno en ambas funciones, pero su interés principal está en la gente. He visto suficientes presidentes de la Iglesia como para notar diferencias. Algunos son muy apegados a las normas y a los procedimientos, pero el presidente Monson principalmente muestra interés en el aspecto humano. Resulta evidente en sus discursos y comentarios en reuniones. Es sensible a las reglas, en cuyo diseño ha participado y a menudo nos recuerda que debemos observar, pero sus energías están centradas en la gente en forma individual”29.
Las Autoridades Generales ven un esfuerzo consciente de parte del presidente Monson por ser más sensible a las necesidades de los demás, y reconocen que para él es un privilegio y un deber el satisfacerlas. “Cuando vamos al templo los jueves y cada uno de los Doce da su informe a medida que nos lo pide el presidente Monson, describimos lo que hicimos con el llamamiento y las asignaciones que se nos dieron”, explica el élder Robert D. Hales. “Pero cuando le llega su turno, él habla de su amada esposa y su atención a ella. Habla con cariño de su familia, sus hijos, nietos y bisnietos. Habla de ir a hogares de ancianos, hospitales y casas a dar bendiciones. Al terminar y partir, tratamos de tener presente como apóstoles lo que él nos enseñó ese día sobre lo que debemos ser y cómo debemos vivir”30.
El élder Holland dice: “Se aparece sin aviso previo en el funeral de un empleado. No se me ocurre nada que ejemplifique más el ministerio cristiano del presidente Monson que la atención particular que presta a cada persona. Eso es lo que enseñó el Salvador, y el presidente Monson lo refleja en sus actos más que ninguna otra persona que yo jamás haya conocido”31.
“Algunas personas, si son realmente prominentes”, explica el élder Bruce D. Porter, de los Setenta, “él las ha de tratar con mucha bondad, aunque, probablemente, no las visitará en su casa. Pero a los más humildes de la tierra, seguramente sí los visitará en su hogar”. El élder Porter vio esa cualidad del presidente Monson en su atención a Paul Tingey, un residente de un centro de convalecencia. Paul y el élder Porter habían sido compañeros de misión en Alemania. Paul se había casado, había criado una familia y hasta había sido obispo. Ahora, seriamente discapacitado víctima de esclerosis múltiple, aunque mucho más joven que la mayoría de los otros residentes, estaba internado en ese centro.
El presidente Monson estaba de visita una noche y, al hablar con Paul, se enteró de que era el hijo de su buen amigo Burton Tingey, y así comenzó una amistad entre ellos. Los dos demostraban optimismo y entusiasmo naturales por la vida y, a partir de ese momento, cada vez que el presidente Monson visitaba el lugar, hablaba con Paul.
Dos o tres años después, Paul falleció. El élder Porter, quien asistió al funeral, recuerda: “Al sentarme, presentí que el presidente Monson iba a ir”. Cinco minutos antes de comenzar los servicios, allí estaba él. El élder Porter sabía cuán ocupado estaba el presidente Monson, pero también sabía lo interesado que estaba en la gente. El presidente fue el último orador en el funeral, y en la sesión del sacerdocio de la siguiente conferencia general, el presidente Monson se refirió a Paul.
“Debido a que lo aquejaba ese mal, Paul Tingey luchó valientemente pero con el tiempo tuvo que ser internado en un centro de atención especial”, explicó el presidente Monson. “Allí él hizo a otros sentir que es bueno vivir. Siempre que yo asistía a servicios de la Iglesia en ese lugar, Paul me elevaba el espíritu al igual que a los demás. Cuando los juegos olímpicos de invierno se celebraron en Utah en 2002, Paul fue elegido para llevar la antorcha olímpica por cierta distancia. Cuando se hizo el anuncio en el centro de atención, los pacientes reunidos estallaron en aplausos y celebraciones. Al felicitar yo a Paul, él dijo en su limitada dicción: ‘¡Espero que no se me caiga la antorcha!’.
“A Paul Tingey no se le cayó la antorcha olímpica; y lo que es más, llevó con valor la antorcha que se le dio en la vida hasta el mismo día de su muerte. Espiritualidad, fe, determinación y valor: Paul Tingey tenía todos esos atributos”32.
“En nuestra reunión mensual de testimonios en el templo”, explica el élder Porter, “el presidente Monson comparte muchas experiencias personales con nosotros, tales como la de su relación con Paul. Cuanto más he escuchado, más me he dado cuenta de que él nos enseña a ser más parecidos a Cristo. No nos enseña a ser mejores administradores, aunque él lo es, sino a ser más parecidos al Señor”33.
El presidente Monson ha reiterado: “Hay pies que afirmar, manos que estrechar, mentes que animar, corazones que inspirar y almas que salvar”34. El considera tales acciones como “ir al rescate”. Desafió a las Autoridades Generales a llevar ese tema a los miembros de la Iglesia: “Me siento complacido de que mis hermanos, particularmente los Setenta, hayan captado ese mensaje y lo estén enseñando en todas partes donde van”, indica el élder D. Todd Christofferson. “El presidente Monson lo ha compartido tantas veces que no cabe duda de lo mucho que ese principio forma parte de él”35. Citando las palabras del Señor de que “todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará”36, el presidente Monson ha llegado a la conclusión de que “el Salvador nos dice que a menos que nos perdamos en el servicio de los demás, nuestra vida tendrá escaso propósito”37.
En la conferencia general de octubre de 2009, el presidente Monson hizo referencia a un frasco grande que había recibido en el que había cientos de bolitas de felpa de todos los colores que representaban actos de servicio que un niño de Primaria había efectuado. Mencionó haberse sentado con su esposa para leer los cientos de notas y tarjetas que le fueron enviadas al celebrar sus ochenta y dos años, describiendo actos de servicio que miembros de la Iglesia, jóvenes y mayores, alrededor del mundo, llevaron a cabo. En su cumpleaños anterior, lo había entrevistado el Church News y se le había preguntado qué era lo que más le gustaría recibir como regalo, a lo que respondió: “Qué cada persona haga algo por alguien más”38. Las tarjetas, las notas, las bolitas de felpa y otras cosas, se le habían enviado en respuesta a su deseo.
Su hija, Ann, ha observado por muchos años el interés natural de su padre por los demás. “No tiene inhibiciones de dar el primer paso para iniciar una conversación, y siempre ve lo positivo en la gente. No importa cuál sea la situación de ellos, trata de elevarlos o los inspira para que ellos se eleven a sí mismos”39.
El presidente Monson siempre ha tendido una mano a quienes están alejados de la Iglesia, diciendo: “En el santuario privado de la conciencia individual se encuentra ese espíritu, esa determinación de abandonar lo que solíamos ser y alcanzar nuestro verdadero potencial. En tal espíritu es que nuevamente les extendemos la sincera invitación a regresar. Nos acercamos a ustedes en el amor puro de Cristo y expresamos el deseo de ayudarlos y recibirlos en plena hermandad”40.
Muchos han regresado al rebaño gracias a su calidez y tierna invitación. Una Autoridad General cuenta de un hombre mayor que, después de veinte años de estar apartado de la Iglesia, fue a ver al presidente Monson y le preguntó cómo podía “volver”. Tras conversar por un buen rato, el presidente le preguntó: “¿Qué lo hizo decidir, después de todo este tiempo, volver a bautizarse?”. El hombre tomó una carta de su bolsillo, la desplegó y leyó donde decía: “Ha estado alejado suficiente tiempo; ya es hora de regresar. Tom”41.
El enfoque del presidente Monson es constante y sencillo. “Amo a la gente”, explica. “Si me encuentro con alguien que sé que le hará feliz que yo me detenga a hablar con él, así lo haré. Me doy cuenta de que hay un poco de santidad en todos y yo la busco”42. Espera que los miembros por lo menos “acojan a los nuevos conversos, que les extiendan una mano de amistad, los rodeen de amor y les hagan sentir como en su propia casa”43.
Nadie estaba mejor preparado que él para hacer que la Iglesia tomara parte en ese esfuerzo coordinado de allegarse a quienes se enfrentan a la soledad de las culturas auto absortas y egoístas de la época. “El presidente Monson vive a la luz del credo que enseña”, dice el obispo H. David Burton. Muchas veces ha dicho que las cinco palabras más importantes son: “Yo estoy orgulloso de ti”; las cuatro más importantes, “¿Cuál es tu opinión?”; las tres más importantes, “¿Serías tan amable?”; las dos más importantes, “Muchas gracias”, mientras que la menos importante es: “Yo”44.
Esa filosofía se ha recalcado en varios materiales. En 2009, con la baja que se produjo en la economía mundial, la Iglesia produjo un DVD y un folleto para volver a dar énfasis a los “Principios básicos de bienestar y autosuficiencia”, en los cuales figuraban mensajes del presidente Monson, del élder Hales, del obispo Burton y de la hermana Julie B. Beck, presidenta general de la Sociedad de Socorro. “Debemos enseñar a nuestra gente la importancia de ahorrar, de ser frugal e industriosa. Debemos enseñarles a guardar para tiempos difíciles”, afirma el presidente Monson45.
A principios de 2009, el sistema de bienestar de la Iglesia contaba con 138 almacenes en el hemisferio occidental, 108 de ellos en Estados Unidos y en Canadá. Tenía en funcionamiento catorce plantas de enlatados, las cuales producían anualmente casi 13 millones de unidades de alimento. El año anterior, la panificadora Deseret produjo casi medio millón de hogazas de pan; la fábrica de pastas, 45.000 kilos de pasta; la fábrica de jabón, 1,2 millones de kilos de jabón; la planta de productos lácteos, más de cinco millones de litros de leche, 820.000 kilos de leche en polvo y 397.000 kilos de queso46.
El nuevo Manual de Instrucciones de la Iglesia, publicado sobre fines de 2010, detalla el cuidado de los pobres y los necesitados como uno de los propósitos de la Iglesia, junto a los principios de la bien conocida misión tripartita de la Iglesia de proclamar el evangelio de Jesucristo al mundo, perfeccionar a los santos por medio de ordenanzas e instrucción en su camino a la exaltación, y redimir a los muertos al efectuar ordenanzas vicarias a favor de ellos.
“Cualquiera que conoce al presidente Monson”, explica el obispo Richard C. Edgley, consejero del Obispado Presidente, “conoce sus magníficas experiencias y el maravilloso ejemplo que él nos da a todos nosotros. Por medio de ese ejemplo, nos ha enseñado la forma de llegar a los demás y de ayudar a quienes sufren”47.
“Nuestro Padre Celestial nos ha dotado a todos de la capacidad de ayudar”, ha dicho el presidente Monson. “Ningún problema es demasiado pequeño para que El no dé atención ni tan grande que no pueda responder a la oración de fe”48. “Hay personas alrededor del mundo que padecen hambre y otras que están destituidas”, les ha recordado a los santos. “Al trabajar juntos, podemos aliviar el sufrimiento o proveer a favor de los necesitados. Además del servicio que prestan al velar los unos por los otros, sus contribuciones a los fondos de la Iglesia nos permiten responder casi de inmediato cuando ocurren desastres en cualquier parte del mundo. Casi siempre estamos entre los primeros en llegar al escenario de los hechos para brindar toda la ayuda que podamos”49.
Por años, él ha observado las increíbles necesidades humanitarias tras terremotos y otros desastres naturales que han paralizado comunidades y hasta países. El 29 de septiembre de 2009, las islas de Samoa y parte de Tonga sufrieron los devastadores efectos de un terremoto con una magnitud de 8,3, ocasionando cuatro maremotos. Casi doscientas personas perdieron la vida, con un número aún más elevado de heridos y desaparecidos. La agencia de noticias Associated Press informó que casi el 90 por ciento de los habitantes de las Samoa Estadounidenses perdieron sus hogares. En menos de una semana se recogieron de los almacenes de la Iglesia en Salt Lake City setenta y ocho paletas con sesenta toneladas de alimento, estuches con artículos de higiene, ropa, sillas de ruedas y contenedores de agua y se les puso en un avión de carga para realizar un vuelo de doce horas hacia las islas sa-moanas en el Pacífico. La Iglesia también ha aportado ayuda humanitaria destinada a las Filipinas, Vietnam, Indonesia, Turquía y otras muchas partes del mundo.
El 10 de enero de 2010, un terremoto sacudió la pequeña nación caribeña de Haití. Más de 230,000 personas, veinte de ellas Santos de los Ultimos Días, murieron en el movimiento sísmico de 7,0, el cual tuvo treinta y tres réplicas. El presidente Monson estaba familiarizado con ese país y su gente, tierra que en 1983 había dedicado para la predicación del Evangelio.
Inmediatamente la Iglesia abrió las puertas de su media docena de centros de reuniones en la capital de Puerto Príncipe, edificios que seguían milagrosamente en pie, para asistir a los damnificados. Disponían de alimento, mantas, tiendas y toldos y medicamentos, así como equipos de profesionales médicos, asistentes técnicos y otros especialistas miembros de la Iglesia que habían llegado a la isla para ayudar.
Thomas S. Monson llegó a ser el Presidente de la Iglesia casi al mismo tiempo que la gran crisis económica azotó la nación y el mundo. No fue un maremoto, una inundación ni un huracán, sino una preocupación global mayúscula sobre la capacidad que la gente tendría de contar con empleo, alimento y vivienda. “No podríamos tener un profeta mejor preparado y más apto que el presidente Monson durante este período de tan urgente necesidad de bienestar y humanitaria”, dijo el élder Hales, quien, como obispo presidente entre 1985 y 1994, vio con sus propios ojos la pasión del presidente Monson por ayudar a los pobres y aligerar las cargas de los necesitados. No hay duda de que el presidente Monson sabe qué decir al instar a los miembros de la Iglesia a participar en todo tipo de ayuda comunitaria y a usar los conocidos distintivos amarillos del programa Manos que Ayudan”50.
El élder Marlin K. Jensen dice que la visión que el presidente Monson tiene de la Iglesia es que “lleguemos a ser no sólo oidores sino hacedores de la palabra. Aún sigue hablando en uno o dos funerales por semana, y haciendo visitas personales. Por ese medio y a través de sus enseñanzas, él trata de impulsarnos a ser verdaderos cristianos, con una persona a la vez, con un alma a la vez”51.
Cuando llamó al élder D. Todd Christofferson a ser el apóstol número noventa y seis de esta dispensación tras la muerte del presidente Hinckley, no fue una reunión rápida. Quince años antes, el presidente Monson lo había llamado para servir en el Primer Quorum de los Setenta. El relato del élder Christofferson de cuando fue llamado como apóstol es conmovedor:
“El llamamiento no fue extraordinario desde el punto de vista del mundo. Considero que su poder y belleza estuvo en su sencillez. Fue como un sellamiento en el templo, sin complicación, no muy ceremonioso, sino potente y puro. Nada distraía de lo que estaba ocurriendo ni de lo que el proceso debía ser”52.
Cuando el presidente Monson extendió el llamamiento al élder Neil L. Andersen, en ese momento Presidente Mayor de los Setenta, para llenar la vacante en el Quorum de los Doce producida por el fallecimiento del élder Joseph B. Wirthlin, los más cercanos al proceso fueron testigos de su interés genuino por otras personas.
“El presidente Monson comentó varias veces en nuestras reuniones de los jueves en el templo sobre esa pesada carga de responsabilidad”, recuerda el élder Christofferson, quien observaba el proceso por primera vez. “Algunos de los apóstoles de mayor antigüedad habían observado: ‘No hay nada de qué preocuparse; el presidente Monson sabe cómo obtener revelación’”53.
El presidente Uchtdorf describió que observó la selección de un nuevo apóstol desde su posición en la Primera Presidencia. “Como consejero”, dijo, “les quiero hacer saber lo que estoy aprendiendo acerca de nuestro profeta. Lo he observado detenidamente durante el proceso de selección del siguiente apóstol. En determinado momento dijo: ‘Aún no he obtenido una respuesta del Señor, pero eso no me inquieta, porque cuando llegue el momento en que la necesite, El me la dará a conocer”’54.
El élder Andersen nunca olvidará el día en el que se le invitó a ir a la oficina del presidente Monson. Primero el presidente describió su propia experiencia cuando fue llamado como presidente de misión y después como apóstol. “Tiene un toque personal único”, dice el élder Andersen. “En determinado momento en que me emocioné, me alcanzó un pañuelo desechable y me dijo: ‘No se preocupe; éste es un buen momento para emocionarse. No tengo ningún apuro’. Era un miércoles por la tarde y al día siguiente se reuniría con todas las Autoridades Generales y Setentas de Área de todo el mundo. Tenía muchos mensajes que dar en los días siguientes, inclusive discursos en varias sesiones de la conferencia general. Aun así, no tenía ningún apuro. Ese es el presidente Monson”55.
Después de extender el llamamiento a la hermana Elaine Dalton para servir como presidenta general de las Mujeres Jóvenes, los acompañó a ella y a su esposo hasta la puerta de su despacho. De un ramo de rosas blancas que había en un florero, tomó una y dijo: “Ésta es para la presidenta general de las Mujeres Jóvenes”.
“En el momento mismo que me dio la rosa”, recuerda la hermana Dalton, “retrocedí en el tiempo a mi propia experiencia como jovencita cuando tuve que escoger un símbolo para bordar en mi propio emblema y escogí una rosa blanca. Ahora era eso lo que él me daba y el Espíritu me dijo: Así es como queremos que sea cada jovencita, limpia, floreciendo y preparándose para regresar a la presencia de su Padre Celestial’”56.
El presidente Monson ha visto muchos hombres ser llamados por Dios como apóstoles y profetas. Los ha observado a ellos y a sus esposas al ir a cumplir con la obra de Señor. En reuniones con Autoridades Generales, él se refiere sentidamente a experiencias que tuvo con el presidente David O. McKay, el presidente J. Reuben Clark, hijo, el presidente Spencer W. Kimball y el presidente Hugh B. Brown, entre otros. Una de sus predilectas con el presidente Brown, que fue llamado como apóstol en 1958 y que sirvió en la Primera Presidencia desde 1963 hasta 1970, sucedió un día en que los dos asistían a una ceremonia de fin de curso en la Universidad Brigham Young, la cual el presidente Brown debía dirigir y en la que el élder Monson hablaría. El pasó a recoger al presidente Brown y cuenta que cuando se aprestaban a partir, éste le pidió que se detuviera y le dijo: “Aguarde un minuto”. Miró hacia el ventanal del frente de su casa y vio abrirse las cortinas. La hermana Brown, su amada compañera de más de cincuenta años, estaba junto a la ventana a la que se había acercado en su silla de ruedas ondeando un pequeño pañuelo blanco. El presidente Brown tomó su pañuelo de un bolsillo y le devolvió el saludo. Entonces se volvió al élder Monson y con una sonrisa le dijo: “Ahora sí, vamos”.
El élder Monson supuso que había más detrás de ese intercambio que una simple despedida, así que le preguntó al presidente Brown, quien le explicó: “El día después de nuestro casamiento, cuando yo salía para mi trabajo, oí un golpecito en la ventana y allí estaba ella, ondeando un pañuelo, así que tomé el mío y le devolví el saludo. Desde ese día hasta el presente, nunca salgo de mi casa sin ese pequeño intercambio. Es un símbolo de nuestro amor y una indicación mutua de que todo estará bien hasta que volvamos a estar juntos al llegar la noche”57.
Un incidente similar bastante característico del presidente Monson ocurrió en una reunión de capacitación de Autoridades Generales con anterioridad a la conferencia general de abril de 2008. Todas las autoridades estaban sentadas veinte minutos antes del programado comienzo de la reunión, como había sido la práctica por años. El presidente Monson llegó diez minutos tarde y explicó que había estado ayudando a su esposa. Cabe destacar que muchos de quienes estaban presentes recuerdan esa reunión, no por lo que se dijo en ella, sino por lo que demostró un profeta de Dios. El élder David A. Bednar comentó: “Si él se enfocara en ser eficiente y puntual, habría dicho: ‘Debo llegar en hora’, pero estaba atendiendo a su esposa”58. Fue una lección que debían aprender quienes aguardaron pacientemente. En esa ocasión, Francés era en quien él debía enfocarse.
La Iglesia entera compartió su obvia satisfacción cuando su esposa asistió a la conferencia general de abril de 2010. Tan complacido estaba con la recuperación que ella había tenido de su reciente enfermedad, que se apartó del discurso que había preparado para darle la bienvenida con palabras tiernas que recordarían por mucho tiempo los que estaban presentes.
El élder Neil L. Andersen dice: “El presidente Monson nunca le ha pedido a su esposa que sea diferente de lo que es. En una ocasión en la que nos encontrábamos en una conferencia regional en Lyon, Francia, yo no lo conocía muy bien. Estaba sirviendo como Autoridad General en Europa, pero no había tenido mucho trato con las autoridades de mayor antigüedad. Le pregunté si la hermana Monson iba a hablar en la conferencia y el presidente me respondió que aún no lo sabía. Pasó un poco más de tiempo y le volví a preguntar, a lo que me contestó: ‘No lo sabremos hasta que estemos en la reunión’. Yo pensé: ‘Cuán considerado de su parte al no pedirle a su esposa que hable’. Al final ella habló y lo hizo muy bien”59.
¿Qué se siente al ser el Presidente de la Iglesia del Señor en la tierra? “Humildad”, dice el presidente Monson. “Uno inmediatamente piensa en su conducta, en sus pensamientos, en sus sentimientos y se da cuenta de que tiene que hacer saber a la gente cómo se siente en cuanto ciertas cosas y después testificar. No es cuestión de oratoria; uno comprende que necesita la ayuda de Dios y vive de manera tal de ser digno de ella. El me conoce; me ha tendido Su mano antes y volverá a hacerlo una y otra vez”60. El presidente Monson ha instado a los miembros a “aprender el idioma del Espíritu. Este no se aprende de libros de texto escritos por hombres de letras, ni tampoco mediante la lectura y la memorización. El idioma del Espíritu llega a aquel que procura con todo su corazón conocer a Dios y guardar Sus divinos mandamientos. La aptitud en este ‘idioma’ nos permite sortear barreras, sobreponernos a obstáculos y llegar al corazón de los seres humanos”61.
Al igual que los profetas de la antigüedad y otros de esta dispensación, el presidente Monson repetidamente ha hecho un llamado a vivir el Evangelio, a evitar el pecado y a llevar una vida digna. Su dirección ha sido clara: “Por todas partes nos rodean las filosofías de los hombres. El rostro del pecado a menudo lleva la máscara de la tolerancia. No se dejen engañar; detrás de esa fachada hay sufrimiento, pesar y dolor. Ustedes saben lo que está bien y lo que está mal y ningún disfraz, por más atractivo que sea, puede cambiarlo”. Con firmeza, producto de años de experiencia, declaró: “Sean ustedes quienes defiendan el bien, aunque estén solos. Muestren el valor moral de ser una luz que los demás puedan seguir”62.
Particularmente ha advertido en cuanto a lo degradante de la pornografía, “uno de los señuelos de Satanás”. Con gran inquietud ante su propagación, miró a la cámara en la conferencia general de abril de 2009 y declaró: “Si se han dejado atrapar por este tipo de conducta, cesen ya”63. Muchas personas comentaron que sintieron el poderoso mandato del profeta en esas palabras, “cesen ya”.
Un domingo, a principios de 2010, después de hablar en una reunión sacramental combinada de tres barrios de adultos solteros, escribió en su diario: “Sentí el Espíritu del Señor al dirigirme a ese grupo de jóvenes y explicarles cómo el Señor les bendice en la selección de un compañero o una compañera y al determinar qué estudiarán o qué llegarán a ser en su vocación”64.
La congregación recibió el Espíritu y el mensaje del Señor. Una hermana que había servido una misión en Bélgica, había asistido sin la intención de quedarse a toda la reunión. Estaba pasando momentos difíciles en su vida y echaba mucho de menos el entorno espiritual del campo misional. Ese día, el Señor tenía un mensaje precisamente para ella. “Este profeta es conocido por llegar al corazón de cada persona”, dijo más tarde. “Estaba sentada en medio de un mar de gente pensando que él no tenía ni idea de que yo estaba allí, sintiéndome como me sentía. Pero el Espíritu actuó de forma increíble y el presidente Monson fue, literalmente, el conducto para el Señor. Así es como lo hace el profeta, así es como llega a cada persona, mediante su capacidad de actuar con el Espíritu, y yo lo sentí”65.
La habilidad del presidente Monson de influir en forma personal en la vida de la gente es notable, especialmente si se tiene en cuenta su programa de trabajo. Un día normal en su vida empieza con una reunión de la Primera Presidencia, a lo que se debe añadir las reuniones de los jueves en el templo con el Quorum de los Doce y otras Autoridades Generales, el Comité General de Bienestar y el Consejo de Liderazgo del Sacerdocio. Entre otras, asiste a reuniones de la Mesa de Educación, Presupuesto y Apropiaciones, Predios de Templos, Obispado Presidente, la Corporación Administrativa Deseret, Comité Asesor de Impresiones, Recursos humanos y muchas más. También se reúne con muchas personas, algunas de las cuales son dignatarios de alrededor del mundo, mientras que otras son amigos de muchos años.
El presidente Monson cuenta con marcada experiencia en funciones ejecutivas—delega, comunica y organiza—pero también escucha las indicaciones del Espíritu. Tiene la clase de fe que le permite saber que todo siempre saldrá bien.
“Sabe oír de Dios y por cierto que oye de Dios”, observa el presidente Henry B. Eyring. “Toma decisiones del modo más interesante: investiga, medita y ora por largo tiempo. En otras palabras, no se precipita y no está predispuesto a ir en una dirección en particular ni a tomar una decisión hasta que está seguro de que sea la correcta. Pero llega un momento, generalmente después de mucho discurrir—de hacer diagramas, leer minutas, pedir muchas opiniones, meditar y orar por largo tiempo—en que de un modo fascinante, está listo para seguir”67.
Como lo ha dicho el élder D. Todd Christofferson, “Siempre existe la certeza de que ésta es la obra del Señor y Su Iglesia y de que, por consiguiente, El la sacará adelante. Cualesquiera que sean los obstáculos o la incertidumbre del camino que debemos seguir, la dirección está allí. El presidente Monson demuestra esa confianza de que las cosas se resuelven, siempre ha sido así y siempre lo será, porque la mano del Señor está en ellas”68.
Cualquiera que sea el punto que se esté tratando en una reunión, él siempre está abierto para recibir consejos sin excluir a nadie. Si hay que escoger obras de arte para un templo, escucha el consejo de los miembros del Comité de Predios de Templos y otros colaboradores. Sinceramente desea escuchar otros puntos de vista y otras perspectivas e intercambiar ideas antes de dar a conocer su propia opinión. El presidente Eyring ha observado con frecuencia ese estilo de hacer las cosas. “El quiere la opinión de uno, pero es muy diestro en descubrir los motivos que hay detrás de esas opiniones. No hay forma de esconder absolutamente nada. Le gustan las cosas directas y sin rodeos. A la mayoría de las personas le gusta salir airosos de discusiones, pero él prefiere llegar a la verdad. Es una persona muy interesante, muy singular”69.
“No está tan interesado en las agendas como en escuchar opiniones en cuanto al tema que se esté tratando”, explica el élder William R. Walker, quien participa en reuniones con el presidente Monson en su calidad de director ejecutivo del Departamento de Templos. “Sinceramente quiere saber lo que la gente piensa y no dará a conocer su propia opinión hasta haber escuchado las de todos los demás. Confía en que todos cumplirán con sus asignaciones de una manera responsable”70.
A menudo, a fin de contestar una pregunta, de cambiar la dirección en la que va una reunión o de apaciguar los ánimos, el presidente Monson contará una experiencia personal o de la vida de otra persona. Tal informalidad invita a la participación. Las experiencias que comparte nunca se eligen al azar, sino que se relacionan directamente con lo que se esté tratando.
El élder Christofferson se sintió conmovido en una reunión de liderazgo previa a una conferencia, donde el presidente Monson se dirigió a las Autoridades Generales en cuanto al tema de auditorías y de seguir las estipulaciones financieras del Manual de Instrucciones. “Hizo una presentación que podría haber sido un tanto aburrida”, recuerda el élder Christofferson, “y, como es típico en él, dijo: ‘De lo que estamos hablando aquí es de almas’”. Describió a un hombre que era un secretario que había malversado fondos en su estaca o barrio y fue excomulgado. Aquello había sido muy penoso para su familia y una gran prueba para el hombre quien terminó suicidándose. Lo que dijo el presidente Monson ha quedado grabado en el élder Christofferson: “No podemos permitir que eso le suceda a ningún hombre ni a su familia. Debemos ceñirnos a los procedimientos y hacer auditorías a fin de prevenir tragedias. Hablamos de mucho más que de un proceso administrativo; hablamos del valor de un alma”. El élder Christofferson agregó: “No importa de qué esté hablando, el presidente Monson siempre resalta el valor de cada persona, y así es como ha vivido su vida”71.
Aun cuando se enfoca en cada persona en forma individual, las destrezas del presidente Monson también se extienden a asuntos más generalizados. Como el hombre de negocios que es, ha mantenido la vista puesta en el proyecto de desarrollo urbano City Creek, el cual dio inicio durante la época del presidente Hinckley con el fin de proteger el entorno de la Manzana del Templo. El proyecto, en el corazón de Salt Lake City, abarca una superficie de 8 hectáreas con edificios residenciales, oficinas y comercios. Entre los primeros ocupantes en 2010 se encontraron las oficinas y la tienda centrales de la compañía de propiedad de la Iglesia Deseret Book.
Su perspicacia comercial se puso nuevamente a prueba con la reorganización del consorcio Beneficial Financial Group, entidad que la Iglesia había patrocinado desde 1905.
Cuando en 2008 se produjo una severa baja en la economía, las pérdidas resultaron tan considerables que la compañía cerró sus puertas a nuevas oportunidades, manteniendo sólo una fracción del personal para administrar las cuentas existentes. “Nuestras corporaciones se enfrentan a las mismas penurias comerciales que otras”, explica el presidente Monson. “También nosotros tenemos que competir comercialmente, y algunos años son mejores que otros”72. Asimismo, dentro de ese difícil clima económico, la Corporación Deseret Management (compañía de administración de propiedades de la Iglesia), cambió su enfoque para transformarse en un conglomerado de empresas de comunicaciones, administrando entidades tales como la editorial Deseret Book, el periódico
Deseret News, las estaciones de televisión y radio KSL y una nueva división de internet llamada Deseret Digital Media.
Al dividir las responsabilidades entre los miembros de la Primera Presidencia, el presidente Monson eligió supervisar personalmente el Coro del Tabernáculo Mormón con sus 360 voces. Le dio al coro una despedida especial el 14 de junio de 2009, en preparación para su gira de verano por siete ciudades, durante la cual viajarían desde Ohio hasta Colorado en trece días. “Van en una misión para la Iglesia”, les dijo. “Por cada aplauso que ustedes reciban, habrá otro en el corazón del público por el recuerdo que permanecerá en ellos de haber oído cantar al Coro del Tabernáculo Mormón”73.
Cuando se le hace una pregunta en cuanto al Coro, se le ilumina el rostro. Considera que “con su canto y música, los miembros del Coro del Tabernáculo son emisarios del Señor”74. Con frecuencia asiste a la transmisión del programa Música y palabras de inspiración los domingos por la mañana, y cuando algún miembro del Coro se jubila, le agrada entregarle una placa junto al presidente del Coro, Mac Christensen y al director Mack Wilberg. Después de una de tales ceremonias en abril de 2009, se le invitó a sentarse al órgano y tocar. Miró fijamente los cinco teclados de sesenta y una teclas cada uno y a los treinta y dos pedales, y cuando se le pidió que interpretara algo, los complació con una de las “renombradas” selecciones muy básicas para piano que había aprendido de niño. La organista Linda Margetts le mostró como usar los múltiples registros del órgano y cuando le preguntó si quería tocar empleando el registro del arpa, sonrió y dijo: “No estoy preparado para tocar el arpa; no quiero que nadie allá en el cielo se forme una idea equivocada”75.
En 2009, la publicación en línea de temas de actualidad Slate .com conceptuó al presidente Monson como el número uno en su lista de los ochenta octogenarios más renombrados de los Estados Unidos. Se le consideró por encima de los ex presidentes estadounidenses Jimmy Cárter y George Bush, padre, el ex Secretario de Estado Henry Kissinger y la conocida periodista de televisión Barbara Walters, entre otros. Slate.com reportó: “El primer lugar este año va para Thomas S. Monson, de 82 años de edad, Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y la única persona en la lista que gobierna a millones de personas como un profeta de Dios”76.
No hay duda de que es un hombre de alto perfil, pero, como bien lo expresa el élder Kenneth Johnson, del Primer Quorum de los Setenta, “el presidente Monson no se dejará llevar por la popularidad ni los elogios. Sólo le interesa saber o buscar la voluntad del Señor y entonces ponerla en práctica. El valor y la entereza de carácter son dos de sus más notables virtudes”77.
En años recientes, en los Estados Unidos y en otros países se han requerido, precisamente, valor y entereza de carácter al surgir un movimiento que ha dividido la opinión pública, el cual promueve el matrimonio entre personas del mismo sexo. En algunos casos se adoptaron leyes que amparan esa práctica. Los líderes de la Iglesia sostienen que ese cambio tan radical es uno de los temas morales más polémicos de esta época porque ataca el corazón mismo de la familia. Al verse ante ataques cada vez mayores, la institución matrimonial y la familia en su definición tradicional entre un esposo y una esposa con hijos, el presidente Monson ha dicho: “Nuestra gente tiene el derecho de comprender claramente las ramificaciones morales de este asunto. Nosotros sostenemos con firmeza los principios verdaderos en medio de una sociedad cambiante”78.
En cartas a los miembros de la Iglesia, la Primera Presidencia ha reafirmado el principio del matrimonio entre un hombre y una mujer y ha instado a las familias a repasar el documento: “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” para entender más cabalmente la doctrina de los Santos de los Últimos Días en cuanto al matrimonio: “Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”79.
La Iglesia se unió a una coalición de otras organizaciones religiosas, entre ellas líderes evangélicos y católicos en California, en respaldo de la Propuesta 8, la “Ley de protección del matrimonio”, la cual recalca que “sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer es válido o reconocido en California”. Los votantes aceptaron la propuesta pero fue apelada en los tribunales. En votaciones similares en otras comunidades y naciones, la Iglesia ha reiterado su apoyo al matrimonio tradicional pero no se ha involucrado como entidad. La Iglesia también ha respaldado iniciativas locales que sean “justas y razonables” siempre que no contravengan “la institución matrimonial”, tales como la protección contra discriminación en hospitalizaciones, atención médica, derechos a vivienda y empleo, y derechos de autenticación80.
La posición de la Iglesia siempre ha sido de “respeto y cortesía mutuos” en el trato con otras personas. El presidente Monson es “un hombre de increíble buena voluntad que no está interesado en poner barreras, sino que desea lo mejor para el beneficio de la humanidad”, explica el élder M. Russell Ballard81.
Su atención a la familia no es más evidente en ningún otro lugar que en el templo. El presidente Monson ha dicho: “Cada año se llevan a cabo millones de ordenanzas a favor de nuestros antepasados fallecidos. Debemos continuar siendo fieles en efectuar tales ordenanzas por quienes no lo pueden hacer por sí mismos”82. En 2008 dedicó templos en Rexburg, Idaho; Curitiba, Brasil; Ciudad de Panamá, Panamá; y Twin Falls, Idaho, a lo que sumó la rededicación del Templo de la Ciudad de México. En 2009 dedicó el Templo de Draper y el de Oquirrh Mountain, ambos en el valle del Lago Salado. En 2010 dedicó templos en Vancouver, Canadá; Gila Valley, Arizona; y Ciudad de Cebú, Filipinas, y ha seguido adelante con nuevos templos, entre otros el de Kiev, Ucrania (que anunció el presidente Hinckley); Calgary, Alberta, Canadá; Córdoba, Argentina; Kansas City, Misuri; Filadelfia, Pensilvania; Roma, Italia; Brigham City, Utah; Concepción, Chile; Fortaleza, Brasil; Fort Lauderdale, Florida; Sapporo, Japón; y Payson, Utah. En 2009, el 83 por ciento de los miembros de la Iglesia vivían dentro de un radio de 320 kilómetros de un templo. “Ese porcentaje seguirá aumentando”, ha asegurado a los santos, “al continuar construyendo nuevos templos alrededor del mundo”83.
El presidente Monson explica que en dedicaciones de templos observa “una entrega renovada al Evangelio por parte de quienes participan”. Insta a los jovencitos presentes, diciéndoles: “Niños y niñas, recuerden este día”84. Afirma: “Este es un momento de renovación, de considerar cómo podemos mejorar en cuanto a nuestra unidad familiar y nuestro servicio al Señor y al prójimo. Al final de la jornada, se siente el cansancio de las diversas sesiones dedicatorias, pero también una maravillosa euforia al saber que ahora estará abierta una casa del Señor para la gloriosa obra que se efectuará en ella”85.
Al planificar la dedicación del Templo Oquirrh Mountain Utah, no se sintió “conforme” con el programa de tres sesiones el sábado 22 y tres el domingo 23 de agosto de 2009. Al reunirse con el Departamento de Templos, pidió que se agregaran tres sesiones el viernes 21. “El Señor no me ha permitido sentirme conforme con la decisión anterior”, dijo. “Debemos tener más sesiones. Quiero que haya más jóvenes que vivan esta experiencia en el templo”86.
Al salir de una de las sesiones dedicatorias de ese templo, vio al fondo del cuarto celestial a un hombre en una silla de ruedas. Al darse cuenta de que el hombre no se podía poner de pie para saludarlo, el presidente Monson se dirigió a él y le dio un abrazo. Después se detuvo a la puerta de cada sala a lo largo del pasillo para saludar a los niños que deseaban verlo.
Por años, la Iglesia ha efectuado programas de puertas abiertas con anterioridad a la dedicación de templos. El presidente Monson recalcó la importancia de que esos programas estuvieran particularmente bien planeados para los nuevos templos edificados en el valle del Lago Salado, los de Draper y Oquirrh Mountain. Extendió invitaciones a visitar los templos a innumerables personas que no eran miembros de la Iglesia, entre ellos representantes de los medios nacionales de información. “La experiencia”, explica, “les permite entender el propósito de los templos, y que la obra que efectuamos en ellos no es secreta, sino sagrada. El templo en sí es un misionero”87. La asistencia total a ese programa del Templo de Draper fue de 684.721 personas.
La décima sesión dedicatoria del Templo de Draper Utah, realizada el domingo a las 11:30 de la mañana, se transmitió a todas las estacas dentro del distrito del templo, y la duodécima y última sesión esa tarde, se transmitió a todas las estacas de Utah.
El presidente Monson explica que la dedicación de un templo conlleva un “sentimiento de gratitud” por las bendiciones que se hacen posibles mediante el pago de los diezmos y las ofrendas de personas alrededor del mundo. Los templos son una representación de grandes sacrificios de tiempo, esfuerzo y dinero. “Me conmueve saber que en algunos países hasta humildes ofrendas han contribuido a edificar una casa del Señor”, dice, “en la que la gente pueda recibir ahora las más altas ordenanzas del Evangelio. Esa es la razón por la que tenemos templos”88.
“No hay nada que se compare a la dedicación de un templo para despertar lo mejor en la gente”, dice. “Cuando se dedica un edificio para sus santos propósitos, éste refleja una señal de bienvenida a todos cuantos son dignos, pues allí encontrarán paz y descubrirán la fórmula para tener una familia feliz”89.
Al llegar al final de su primer año como Presidente de la Iglesia, el presidente Monson reflexionó en cuanto a sus experiencias. “Siempre he necesitado la ayuda del Señor y siempre la he pedido. Simplemente pongo mi fe y mi confianza en El y sigo adelante día tras días y semana tras semana”90. Ha instado a los miembros a hacer lo mismo: “Demuestren gratitud hacia nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El es nuestro Maestro y nuestro Salvador. El es el Hijo de Dios y el Autor de nuestra salvación. Él nos invita a seguirlo (véase Marcos 2:14); nos dice que vayamos y hagamos lo mismo que Él (véase Lucas 10:37); y nos ruega que guardemos Sus mandamientos (véase D. y C. 11:6). Sigámosle; emulemos Su ejemplo y obedezcamos Su palabra. Al hacerlo, le demostraremos el divino don de la gratitud”91.
Cuando se le preguntó si su asignación como Presidente lo hacía sentirse solo, respondió: “Uno nunca está a solas cuando está en el mandato del Señor. Él está siempre a mi lado; yo dependo de Él. Es impresionante lo que siento al permitir que Él me guíe”92.
























