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GOZO EN EL TRAYECTO
He conocido al presidente Monson durante muchos años. Cuando yo era Obispo Presidente, trabajé a su lado por más de una década; he viajado con él por todo el mundo, lo he seguido de cerca y he sentido su espíritu. Su interés y su amor por la gente son sus mayores dones como profeta, y ésa es la forma como vive su vida. Ama al Señor, nos ama a nosotros y ama y valora a todos a quienes ha sido llamado a servir en este período de la dispensación anterior a la segunda venida de nuestro Salvador.
Élder Robert D. Hales Quorum de los Doce Apóstoles
El presidente monson miró a los muchos miembros congregados afuera del Templo de Curitiba, Brasil, el Io de junio de 2008, para la ceremonia de colocación de la piedra angular, previa a la dedicación del templo. Era el segundo templo que dedicaría como Presidente de la Iglesia.
Puso un poco de mortero en la grieta entre dos bloques de granito y después observó a su alrededor. Señalando a un joven-cito que no estaba muy lejos de él y quien tenía puesta una gorra, dijo: “Ese niño parece tener frío; ayudémoslo a acercarse”.
Una mujer que estaba tomando fotografías de la escena pidió que alguien le quitara la gorra para que se le viera bien la cara. El niño estaba calvo.
El élder Russell M. Nelson, que se encontraba al lado del presidente Monson, supo inmediatamente quién era el jovencito. Antes de viajar a Curitiba, los líderes en Brasil se habían puesto en contacto con el élder Nelson para hablarle de un niño de seis años de edad, Lincoln Vieira Cordeiro, quien padecía de una grave enfermedad y estaba recibiendo quimioterapia, y el pronóstico no era alentador. Los líderes locales habían preguntado si el élder Nelson podría darle una bendición durante su visita a Brasil con motivo de la dedicación.
El élder Nelson estaba junto al presidente Monson cuando el niño volvió a ponerse la gorra, subió al estrado para colocar un poco de mortero en la pared y después regresó a sentarse con los otros niños. “Yo tenía la responsabilidad de asegurarme de que el presidente Monson volviera al templo para terminar la ceremonia de acuerdo con lo programado”, explicó el élder Nelson, “así que le sugerí que entráramos”.
Negando con la cabeza, el presidente dijo: “No, quiero llamar a uno más. Miró entre los allí congregados y finalmente vio a una mujer que estaba un poco alejada y la llamó para que se acercara a poner mortero entre los bloques.
No fue sino hasta el día siguiente que el élder Nelson se enteró de que la mujer, Odilene Cordeiro, era la madre de Lincoln.
“Así es el presidente Monson”, declara el élder Nelson con convicción; “él sabe cómo obtener revelación del Dios Todopoderoso para ser una bendición en la vida de una persona”. El niño murió poco tiempo después, “pero uno puede imaginar lo que aquel gesto significó para la madre de esa familia. Fue como si el Señor le dijera: ‘Te conozco, estoy preocupado por ti y quiero ayudarte’. Esa es la clase de hombre que encontramos en este profeta de Dios”.
En el vuelo con destino a Brasilia para reunirse con el vicepresidente de la nación, el élder Nelson le comentó al presidente Monson sobre el niño y su madre a quienes había llamado a participar en la ceremonia de la piedra angular. “Presidente, ¿cómo supo que eran madre e hijo?”, preguntó el élder Nelson, a lo que el presidente Monson contestó: “Yo no lo sabía, pero el Señor sí. He aprendido a responder a Sus impresiones”.
Esa es una de las características del servicio que presta el presidente Monson, quien ha enseñado: “El valor de un alma por cierto que es grande a la vista de Dios. Provistos de ese conocimiento, nosotros tenemos el enorme privilegio de marcar una diferencia en la vida de los demás”. Aquel día, afuera del Templo de Curitiba, Brasil, se proporcionó ese amoroso servicio a una mujer que estaba a punto de perder a su hijo.
El élder Alexander B. Morrison, miembro emérito del Quorum de los Setenta y “compatriota canadiense”, ha dicho al presidente Monson: “Usted tiene el talento singular para transformar principios celestiales en aplicaciones prácticas y para ver esplendor en la vida de seres humildes”.
Quienes han trabajado a su lado, que lo han acompañado en viajes de pesca o que han compartido una velada junto a él en el teatro o en el rodeo, aprecian la clase de persona que es. El élder Jon M. Huntsman, Setenta de Area y destacado hombre de negocios, ha dicho: “Tengo el privilegio de conocer a algunos de los líderes más singulares del mundo, pero Thomas Monson es el que más se destaca entre ellos y el que ejemplifica lo mejor del espíritu humano”.
La gente advierte y valora la atención que él presta a todos por igual. Una mujer que asistía a una conferencia en la Universidad Brigham Young observó al presidente Monson dejar el estrado y detenerse en medio del apresuramiento para llegar a su siguiente compromiso a fin de estrechar la mano de una mujer que estaba en una silla de ruedas. “No fue sólo lo que él dijo en esa ocasión lo que me conmovió”, comentó la mujer, “sino lo que hizo”. Con frecuencia, después de dar un mensaje, selecciona a alguien de entre la congregación y le entrega el bosquejo de su presentación, el cual generalmente firma. Un padre agradecido le escribió una vez para comentarle del impacto de ese sencillo acto en un de-vocional: “Usted le dio una copia de su discurso a mi hija, y ese gesto especial ha sido de gran ayuda para una joven que está luchando por acercarse más al Señor”.
El presidente Monson ha estado en el servicio de Dios por mucho tiempo. El élder Bruce D. Porter recuerda: “La primera vez que me vi expuesto al encanto y al poderoso espíritu de Thomas S. Monson fue cuando era un joven misionero en el centro de capacitación en Provo y él fue a hablar. Tendría unos cincuenta años; era joven, dinámico y vigoroso. Nos habló durante más de una hora y me hizo recordar los relatos que yo había leído sobre José Smith y su personalidad. En determinado momento reíamos y poco después llorábamos. Su personalidad era fascinante y la fuerza de su espíritu enorme. Al finalizar su discurso sobre la obra misional, extendió los brazos y pronunció una bendición apostólica sobre nosotros. Nos prometió que recordaríamos esa ocasión y los sentimientos que experimentábamos. Cuando partió, todos derramábamos lágrimas y nadie se movió de su lugar. Después nos reunimos en pequeños grupos y nos comprometimos los unos con los otros en cuanto a la clase de misioneros que seríamos. Fue una experiencia increíble”.
El presidente Monson también tiende la mano a las personas de otras religiones. “Nunca he dudado de la infinita sabiduría de Dios”, escribió Don Flanders, uno de sus amigos de la organización scout de Estados Unidos, “pero quiero que sepa que mi fe se fortalece al ver la mano de Dios sobre su hombro al haberlo llamado Él a importantes misiones en Su obra. Usted ya ha de saber lo que su ejemplo ha significado para sus admirables seguidores, pero pensé que le complacería saber lo mucho que su vida ha iluminado nuestros senderos, aun como metodistas”.
A los que asistían a una reunión general del sacerdocio dijo: “Suyo es el privilegio de ser no espectadores, sino participantes en el servicio del sacerdocio. Por cierto que él ha estado sobre ese servicio. Cuando el periódico Deseret News publicó los sucesos más destacados del siglo10, el presidente Monson, como miembro del Quorum de los Doce o de la Primera Presidencia, había tenido algo que ver con cada uno de ellos de una u otra manera:
1. La revelación en la que se extiende el sacerdocio a todo varón digno.
2. El enorme incremento en la construcción de templos en todo el mundo.
3. Las declaraciones de la Primera Presidencia en cuanto a Dios; el origen del hombre; las proclamaciones al mundo, entre otras, sobre la familia.
4. La publicación de nuevas ediciones de las Escrituras y nuevas secciones añadidas a Doctrina y Convenios.
5. Obra misional: más misioneros llamados, nuevos centros de capacitación y nuevo programa de lecciones.
6. Crecimiento y globalización de la Iglesia llegando a 10 millones de miembros.
7. Expansión de la actividad de historia familiar y micro-filmación mundial de registros.
8. Uso de la tecnología de radio, televisión, video y de satélites para expandir el alcance de la Iglesia.
9. Creación de los Quórumes de Setenta y la descentralización de muchas funciones administrativas de la Iglesia.
10. Desarrollo del Comité de Correlación, formalización de la orientación familiar y de la noche de hogar.
Desde su llamamiento al santo apostolado en 1963, el presidente Monson ha ocupado casi todos los puestos de sucesión en el Quorum de los Doce y en la Primera Presidencia. En una conferencia general declaró: “Los cambios . . . que fueron increméntales ahora parecen monumentales”.
“Siente gran respeto por su antecesores”, explica el presidente Henry B. Eyring, quien reconoce la reverencia del presidente Monson hacia la revelación continua en la Iglesia. “Siempre mide nuevas directivas contra lo que el Señor ha revelado antes, pero si el Señor quiere cambiar de dirección, el presidente Monson no vacilará en hacerlo”. El presidente Eyring dice que el presidente Monson no teme a la innovación, lo cual ha marcado su presidencia de muchas formas.
Aconseja a quienes recién empiezan una familia o una carrera a procurar “la vida abundante”, añadiendo que no la lograrán con sólo desearla. “El Señor espera que pensemos, que actuemos, que forjemos testimonios y que mostremos devoción”. También advierte: “El medir lo bueno de la vida basándonos en sus deleites, sus placeres y su seguridad, es aplicar una norma falsa. La vida abundante no consiste de un exceso de lujos o de logros comerciales, ni de confundir los buenos momentos pasajeros con la dicha y la felicidad perdurables”. El mide la vida abundante por la capacidad “de hacer frente a los problemas con valor, a la desilusión con buen ánimo y al triunfo con humildad”.
Como resultado de sus múltiples cargos de liderazgo, el presidente Monson ha tenido que considerar muchos casos de personas que han violado sagrados convenios y que deseaban poner sus asuntos en orden con el Señor. De joven obispo actuó como “juez en Israel”. Como consejero de la Primera Presidencia y más tarde como Presidente de la Iglesia, ha tratado aquellos problemas que exigen el más alto criterio moral. El élder Douglas Callister, quien como Autoridad General colaboró con la Primera Presidencia en determinar cancelación de sellamientos y restauración de bendiciones, ha descrito al presidente Monson como “siempre deseoso de cerrar capítulos lamentables en la vida de personas y ayudarlas a seguir adelante con una visión renovada”.
“Los matrimonios empiezan felices”, dice el presidente Monson, “pero con el tiempo comienzan a llevarse mal y las normas determinan que recae sobre el Presidente de la Iglesia el deber de aprobar o negar la cancelación de un sellamiento. Algunas circunstancias son trágicas pero, en todos los casos, esas decisiones son difíciles”.
El élder Callister declara: “Si tuviera que ser juzgado por alguien preferiría que mi juez fuera Thomas S. Monson antes que cualquier otro hombre en esta dispensación porque, ante la duda, él se decide por la misericordia”.
El presidente Monson a menudo se vuelve a la pintura de Jesús que cuelga en su oficina desde que era obispo. “Le digo: ‘Señor, ayúdame con esto. Por un lado está la misericordia y por otro la justicia. ¿Hacia cuál de ellas me inclino?’” Y después se pregunta: “¿Qué haría el Señor?”. Generalmente, cuando llega a ese punto, siempre triunfa la misericordia.
Una carta de un hombre que se había “alejado de la senda del servicio y del deber del sacerdocio” resulta típica:
Estimado presidente Monson:
Tenía tanto y ahora tengo tan poco. No soy feliz y siento como si estuviera fracasando en todo. El Evangelio nunca se ha alejado de mi corazón, aunque sí se alejó de mi vida. Le pido que ore por mí.
Por favor no olvide a aquellos de nosotros que estamos acá afuera: los Santos de los Ultimos Días perdidos. Yo sé dónde está la Iglesia, pero a veces pienso que necesito que otra persona me muestre el camino, que me anime, que ahuyente mis temores y me dé su testimonio.
El presidente Monson ha actuado ante tal tragedia amparándose en una pintura del artista Joseph William Turner que muestra espesas nubes negras, la furia de un mar turbulento y una nave varada a la distancia. Él ha comentado: “En medio de las tempestades de la vida, el peligro acecha, y los hombres, al igual que las naves, se enfrentan a la destrucción. ¿Quién se echará al mar en los botes salvavidas, dejando atrás la comodidad de su hogar, para ir al rescate?”.
Siempre dispuesto a citar poemas, comparte estrofas que dibujan esa misma imagen. En su despacho tiene una estatua de bronce de un puente, con una inscripción a su lado que cita uno de sus versos predilectos:
Caminaba un anciano por un sendero desolado, al caer la tarde de un día frío y nublado.
Llegó él a un barranco ancho y escabroso por cuyo fondo corría un lúgubre arroyo.
Cruzó al otro lado en la tenue luz del día, pues aquello al anciano ningún temor ofrecía.
Al llegar a la otra orilla construyó el hombre un puente que hiciera más seguro sobrepasar la corriente.
“¡Escuche!”, le dijo un viajero que pasaba por allí,
“malgasta usted su tiempo al construir un puente aquí.
Su viaje ya termina, pues ha llegado el fin del día y ya nunca más transitará por esta vía.
Ha cruzado el barranco, dejando atrás lo más duro,
¿por qué construye un puente, estando ya tan oscuro?
El anciano constructor levantó entonces la cabeza:
“Es que por este mismo camino”, respondió con firmeza,
“noté hace algunas horas que me trataba de alcanzar un jovencito inexperto que por acá ha de cruzar.
Este profundo barranco para mí no ha sido nada, mas para el joven que viene será una encrucijada.
En las sombras pasará cuando llegue aquí, es por eso que para él este puente construí”.
“Considero que entre las más grandes lecciones que debemos aprender en nuestro breve paso por la tierra se encuentran las lecciones que nos ayudan a distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es”, ha enseñado. “Disfrutemos la vida al vivirla, hallemos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor con familiares y amigos”.
Uno de esos “gozos” atesorados en su vida fue tener a la hermana Monson a su lado cuando los dos recibieron títulos honorarios de la Universidad del Valle de Utah en mayo de 2009. La ceremonia fue algo nuevo para ella pero no el servicio humanitario por el cual se le honraba. Reflexionando en cuanto a esa experiencia, él dice con gran ternura en la voz: “Si alguna vez hubo una heroína en mi vida, ha sido Francés”, y explica: “Al mirar atrás a nuestros comienzos, me doy cuenta de cuánto ha cambiado nuestra vida. Nuestros amados padres, quienes nos apoyaron al iniciar nuestro trayecto por la vida, han fallecido. Nuestros tres hijos, que colmaron nuestra vida tan plenamente por tantos años, ya han crecido y tienen sus propias familias. La mayoría de nuestros nietos también han crecido y ahora tenemos bisnietos”24.
El presidente Monson es un hombre que ama las palomas rodadoras de Birmingham, Vivian Park y el río Provo. Le encanta ir de pesca, de cacería de patos y tomar sopas de crema para el almuerzo, especialmente la de tomate, la que siempre pide cuando va a almorzar al restaurante del Hotel Little America, propiedad de su amigo Earl Holding. Si empieza a leer un libro, lo termina. Le gusta comer los cereales Wheaties para el desayuno, un hábito que se extiende hasta su infancia. El jugo de naranja y el yogur con sabor de lima son sus preferidos y le gusta tomar leche con sus comidas. Siente un cariño especial por la gente anciana, por los perros y las gallinas y por mentores tales como J. Reuben Clark, hijo, y Mark E. Petersen. Le encantan algunos diálogos de obras musicales de Broadway, como la declaración del rey Arturo en Camelot: “La violencia no es fuerza ni la compasión es debilidad”. Su fe es sencilla, es firme en su determinación de hacer las cosas “bien” y posee una ética de trabajo difícil de igualar. Rara vez cambia las bombillas de luz en su casa—su esposa lo ha hecho por años—pero es una luz para todos con cuantos se cruza, quienes lo oyen relatar experiencias personales o ven en él esperanza sin límites, amor por la vida y gozo en el trayecto.
Es un misionero del mensaje del Evangelio, un testificador de principios que él ha visto que cambian vidas y corazones, un vaso puro que expone verdades que unen el cielo y la tierra:
• “Cuando Dios habla y el hombre obedece, ese hombre siempre estará en lo cierto”.
• “A quien el Señor llama, el Señor faculta”.
• “Las decisiones determinan el destino”.
• “Cuando uno está en el mandato del Señor tiene derecho a Su ayuda”.
• “Las decisiones de pensar bien, escoger bien y actuar bien, rara vez serán el camino más fácil a seguir .
• “La vida feliz no se encuentra, sino que se forja”.
• “El poder de guiar también se puede emplear para engañar, y el engaño puede llegar a destruir”.
• “Los buenos hábitos son los músculos del alma; cuanto más los usamos, más fuertes se vuelven”.
• “La vida es como una cámara indiscreta; no espera a que uno pose”.
• “La puerta de la historia gira sobre bisagras pequeñas, y lo mismo sucede con la vida de las personas”.
• “Al extender nuestra mirada hacia el cielo, inevitablemente comprendemos nuestra responsabilidad de extender una mano de ayuda”.
¿Cuál será el legado del presidente Thomas S. Monson? Los observadores tienden a marcar el punto de partida al comienzo del servicio de un Presidente de la Iglesia, pero su legado empieza mucho antes, cuando él comenzó a sujetarse a la guía del Espíritu, cuando empezó a ir en pos del necesitado con el poder del Espíritu, en forma personal a todos y cada uno, especialmente al olvidado. Su legado será una vida semejante a la de Cristo.
En su calidad de decimosexto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, Thomas S. Monson ha testificado por todos los rincones de la tierra y su mensaje ha sido claro desde el principio: “Nuestro Salvador Jesucristo está a la cabeza de esta Iglesia, la cual lleva Su nombre. Me consta que la experiencia más dulce de esta vida es sentir Su mano al dirigirnos en el avance de Su obra. Yo he sentido esa guía como joven obispo, la cual me llevó a hogares donde había necesidad espiritual o tal vez temporal. La sentí otra vez como presidente de misión en Toronto, Canadá, al trabajar junto a magníficos misioneros que eran un testimonio viviente al mundo de que esta obra es divina y de que somos guiados por un profeta. He sentido esa guía a lo largo de mi servicio en los Doce, en la Primera Presidencia y ahora como Presidente de la Iglesia. Testifico que cada uno de nosotros puede sentir la inspiración del Señor al vivir dignamente y al esforzarse por servirle”.
























