Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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ENTRE LOS RIELES DEL FERROCARRIL

Cuán magnífico fue el día en que [Tommy] nació … Su madre tenía enormes expectativas y cada una de ellas se ha cumplido.

Presidente Gordon B. Hinckley Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1995-2008


Cuando Thomas S. Monson habla de su nacimiento y su temprana infancia, a veces cita las palabras del poeta romano: “Que las épocas pasadas deleiten a otra gente; yo me regocijo por no haber nacido hasta ahora”. “Ahora” para él fue el domingo 21 de agosto de 1927, cuando Gladys Condie y G. Spencer Monson recibieron en su familia a su segundo vástago y primer varón. Nació temprano ese día en el Hospital St. Mark, en la zona oeste de Salt Lake City.

No podría haber sido más apropiado que naciera un domingo.

Después de permanecer diez días en el hospital, típico de aquella época, sus padres lo llevaron a su casa del 311 Oeste en la calle 500 Sur—a lo que muchos llamaban “la esquina de los Condie”—donde las familias Condie habían vivido desde que Gibson llegó a Utah en 1850. Tommy fue recibido por su hermana Marjorie, de casi cuatro años de edad, y toda una legión de tías, tíos y jóvenes primos que serían su apoyo, ejemplo y una fuente de entretenimiento e inspiración en las primeras etapas de su vida. El padre de Gladys, Thomas Sharp Condie, era dueño de la mayor parte de las propiedades de esa calle. Tom solía bromear diciendo que no había nacido al este ni al oeste de los rieles del ferrocarril, sino en medio de ellos, ya que había dos vías de rieles a un par de calles de su casa de ambos lados.

El padre de Tommy, a quien le gustaba escribir versos y cartas a su esposa e hijos, dedicó un poema a su recién nacido:

Querido bebé Monson de piecitos color rosa,
de pequeña boquita, tan tierna y amorosa.
Que este nuevo mundo en tu mente avive
aquello que en ti la nobleza inspire.
Inteligencia, prudencia y felicidad también,
son riquezas que anhelo para tu propio bien.

Con el tiempo, llegarían a la familia Monson otros cuatro niños: Robert (nacido en 1932), Marilyn (1940), Scott (1943) y Barbara (1948). “Cada uno llegó con una personalidad diferente”, dijo Spence en una ocasión en que alabó a sus hijos. “Agradezco al Señor la oportunidad que mi esposa y yo hemos tenido de criar estos espíritus”. Sin duda, Tommy “nació en un hogar de padres amorosos, padres que los recibieron con brazos abiertos”.

Tommy nació en una época de tiempos difíciles en los Estados Unidos. En el año de su nacimiento, 1927, las especulaciones en la bolsa de valores alcanzaron un punto febril. Cuando el optimismo se enfrió en 1929 y el mercado empezó a tambalearse, las ventas se precipitaron, y el 29 de octubre—“el martes negro”, como se le llegó a conocer—el mercado se desmoronó, dando entrada a la Gran Depresión. Millones de personas perdieron sus ahorros, sus negocios, sus granjas y sus esperanzas para el futuro.

La Depresión golpeó con fuerza la región del oeste norteamericano. Entre 1929 y 1933, el ingreso anual per cápita se vio reducido de 527 dólares a 300, y el desempleo en Utah llegó a un 36 por ciento, el cuarto más alto en el país. La cuarta parte de los bancos del estado cerraron sus puertas y el 32 por ciento de la población de Utah procuró la ayuda de programas del gobierno para cubrir sus necesidades básicas.

La Iglesia (mormona) alcanzaba un total de 600.000 miembros en 1927, viviendo la mayoría de ellos en el oeste de los Estados Unidos; el presidente Heber J. Grant dedicó el Templo de Mesa Arizona, el séptimo en funcionamiento, y la obra misional en Alemania estaba teniendo mucho éxito. Muchas de las Autoridades Generales caminaban a su trabajo en el recientemente construido Edificio de Administración de la Iglesia, llevando consigo el almuerzo. En 1928 la Iglesia imprimió el primer Manual de Instrucciones y organizó su centésima estaca; en 1929 se efectuó la primera transmisión oficial del programa del Coro del Tabernáculo Música y palabras de inspiración, dando así comienzo al programa radial de más extensa difusión en la historia. El presidente Heber J. Grant y sus consejeros exhortaron a los miembros a “visitar al enfermo, consolar al apesadumbrado, vestir al desnudo, alimentar al hambriento, velar por las viudas y por los huérfanos”. La vida de Tom reflejaría ese consejo.

Tommy siempre se enorgulleció de que en el año de su nacimiento Charles Lindbergh realizara el primer vuelo sin escalas entre Nueva York y París, una gran aventura para aquellos tiempos. El monoplano de un solo motor y un solo asiento, el Espíritu de St. Louis, cruzó el Atlántico en treinta y tres horas y media. Años más tarde, el presidente Monson rendiría tributo a Lindbergh, declarando en su reconocido estilo terceto: “Cristalizó su sueño; alcanzó su meta; triunfó”.

Tommy—Thomas Spencer Monson—recibió su nombre de su abuelo materno, Thomas Sharp Condie, y de su padre, G. Spencer Monson. Su tío abuelo Peter S. Condie fue quien le dio el nombre y pronunció la bendición, el 2 de octubre de 1927, en el Barrio Sexto-Séptimo de la Estaca Pioneer. El hecho de que fuera el tío de su madre quien pronunciara la bendición indicaba los lazos tan estrechos que existían en esta familia pionera.

Spence, el padre de Tommy, había empezado a trabajar de jovencito. Nacido el 17 de mayo de 1901 en una granja de Murray, Utah, un suburbio al sur de Salt Lake City, era el hijo mayor del emigrante sueco Neis Monson y de Maria Mace de Gran Bretaña.

Sus hermanos eran Grace Lucile, Claude Niels, Raymond Tracy, María Jean y Florence. Neis, el padre de Spence, se ganaba la vida transportando ladrillos en dos carretas y dos tiros de caballos, generalmente cuatro cargas por día, y ganaba entre 1 dólar y 1 dólar 25 por carga.

Cuando Spence tenía catorce años de edad, su padre cayó gravemente enfermo. Spence dejó los estudios y fue a trabajar para generar un ingreso para la familia, consiguiendo un empleo en la imprenta Arrow Press como limpiador de prensas. Era un buen estudiante, particularmente adepto a la ortografía, así que empezó a progresar. Trabajaba seis días por semana aprendiendo continuamente nuevas destrezas de imprenta y después de dos años ganaba dieciocho dólares a la semana. Spence había encontrado su profesión. Cuando su familia se mudó a California, confiando en que el clima favoreciera la salud de su padre, Spence permaneció en Utah y se mudó a la casa de su tío Elias y su tía Christine, a quien llamaban Teen.

A los dieciocho, este “elegante y apuesto joven”, junto con su primo Bill y su amigo George, empezó a frecuentar los bailes de la comunidad. Conoció a Gladys Condie en uno de los bailes de los miércoles en la Estaca Pioneer, el cual tenía la reputación de ser “uno de los más concurridos y mejores de Salt Lake City”, con “la mejor música y las jóvenes más bonitas”. Una de ellas era Gladys Condie, una señorita de ojos y cabello castaños quien, como él pronto se enteró, tenía una larga lista de pretendientes. Una noche, Spence y sus amigos fueron al baile de disfraces. Muchos de los otros jóvenes, no queriendo disfrazarse, no habían ido, así que Spence invitó a Gladys, “la jovencita de calcetines a rayas”, a bailar. Esa noche la acompañó hasta su casa y así comenzó el cortejo”.

En una ocasión, Gladys tuvo que cancelar una cita con Spence pues estaba enferma. Lo mismo sucedió las dos noches siguientes. Preocupado, el joven fue a una florería y compró un ramo de girasoles pero, al obsequiárselo, se enteró de que ella estaba padeciendo un ataque alérgico al polen, así que en el futuro se aseguró de regalarle chocolates.

Spence llegó a frecuentar con regularidad la casa de verano de los Condie en el parque Vivían, en el cañón de Provo, durmiendo en una tienda al fondo de la cabaña con John Nielson, pretendiente de la hermana de Gladys. El parque Vivían se transformó en una parte integral de la vida de ellos. El día en que Gladys cumplió diecinueve años, Spence le entregó un anillo de compromiso.

En una mañana tormentosa, el 14 de diciembre de 1922, Spence y Gladys tomaron el tranvía hasta el Templo de Salt Lake, donde George F. Richards, el presidente del templo, efectuó su casamiento. La tormenta de nieve no opacó la celebración en la casa de los Condie esa noche. La madre de Gladys sirvió una cena completa de pavo con la guarnición tradicional a 200 invitados.

Los recién casados fueron a vivir a una de las propiedades de Thomas Condie, un dúplex ubicado en el 311 Oeste de la 500 Sur, el cual él les había obsequiado como regalo de bodas. Spence lo llamó “un nido de amor”, aunque les llevó semanas limpiarlo, fregar los pisos y pintar la madera. Vivir cerca del paso del tranvía les vino muy bien ya que les llevó dos años ahorrar suficiente dinero para la compra de su primer automóvil, un Oldsmobile.

En 1923, Spence rechazó una oferta de trabajo en California, ya que no quería dejar su hogar, amigos y parientes. (Veinticinco años más tarde, su hijo Tom tomaría la misma decisión). En vez de ello, aceptó un empleo en un nuevo taller de impresión, Western Hotel Register, que inició su operación con unas pocas cajas de caracteres de fundición y una prensa manual. Al final, trabajó en ese lugar durante cincuenta años. Siempre usaba sombrero y tenía tinta debajo de las uñas. Se le conocía, además, por su paciente obstinación por terminar sus trabajos. El 16 de noviembre de 1977, el anuncio de su jubilación decía: “Se le invita a pasar por el Western Hotel Register, en el 740 Sur de la Calle Main, entre las 16:00 y las 18:00 horas, para saludar a G. Spencer Monson, quien se jubila tras 60 años como impresor y al cerrar sus puertas esta institución pionera en imprenta”.

Gladys había vivido toda su vida en la misma calle; había asistido a escuelas de Salt Lake City y a la Universidad de Utah. Siempre tenía una sonrisa a flor de labios y una actitud positiva que despertaba en casi cualquier persona el deseo de conversar con ella. Era la menor, la más alta y, según todos en la familia, la más sociable de todos ellos: sus hermanas Margaret, Annie y Blanche, y sus hermanos Thomas, Peter, Gibson y John. (Nellie, su otra hermana, había fallecido en su infancia). A Gladys le encantaba hablar. Cuando tomaba el tranvía siempre se sentaba junto a personas totalmente desconocidas y compartía su opinión sobre cualquier tema, desde qué nombre tendrían que ponerle a sus hijos, hasta a qué lugar deberían ir de vacaciones o dónde ir de compras. También pasaba mucho tiempo en el teléfono hablando con amistades y se interesaba particularmente en las personas confinadas en el hogar. Cuando los amigos de sus hijos llamaban y éstos no estaban en casa, a menudo hablaban por largo rato con Gladys. El presidente Harold B. Lee, su presidente de estaca, describía a Gladys como una persona “dotada de una juvenil pasión por la vida”. Ella pasó ese rasgo de carácter a su hijo mayor, Tom.

“Qué mujer tan interesante era”, dice el presidente Monson de su madre. “Tenía un gran sentido del humor y una risa contagiosa”. De todos los hijos de los Monson, se considera a Tom el más parecido a ella. A Gladys le gustaba poner apodos a todo el mundo; cuando era niño, a Tommy lo llamaba “el nervioso Willy”, porque siempre estaba ansioso por completar sus tareas, una tendencia que aún conserva.

Spence Monson era tan callado como su esposa locuaz. “El podía reír pero no de la forma robusta como lo hacían los escoceses”. Se conformaba con permitir a Gladys dominar las conversaciones; a él le gustaba sencillamente observar a la familia y sonreír con sus ocurrencias. A modo de elogio, su familia “nunca lo oyó pronunciar una sola crítica de otra persona”.

Ciertamente, la familia de Tom influyó mucho en él durante su infancia y adolescencia, principalmente sus padres. El honrar a los padres era algo que se esperaba de él, así como el respeto por su abuelo, sus tías y sus tíos que vivían en la misma calle, en lo que era casi un complejo familiar. Las cuatro hermanas Condie y sus respectivos maridos vivían en casas contiguas que su padre les había regalado. Cada dúplex contaba con un espacio de alquiler que les generaba un ingreso adicional a sus hijas. Blanche y su esposo,

Richard LeRoy Cárter, vivían en una de las casas con el abuelo Condie, quien había perdido a su esposa en 1930. Su hija mayor, Margaret, y su esposo, John Nielson, vivían al oeste de ellos. Otros miembros de la familia—Annie y Andrew Raymond Kirby, Gibson e Hilda Condie, y John y Gertrude Condie—vivieron un tiempo en lo que llamaban la terraza, una sucesión de cuatro casas pegadas detrás de los dúplex. Más adelante, los hermanos Condie, Thomas, Peter, Gibson y John, se mudaron a la granja que tenían en Granger.

Para ellos, Tommy era más un hijo que un sobrino. El recuerda: “Estábamos continuamente entrando y saliendo de las casas de cada uno. Nunca llamábamos a la puerta antes de entrar”. Se contestaban el teléfono entre sí—tenían una sola línea telefónica para las cuatro familias—y a Gladys le gustaba escuchar las conversaciones de los demás. El número era 3-4724. Fueron sus tíos Andrew, Richard y John quienes enseñaron a Tom a pescar en el río Provo y en los lagos y represas cercanos, siendo por años sus compañeros de pesca.

La propiedad de los Condie también incluía una tienda de comestibles de nombre “Blue Front”, la que habían construido años antes para que los niños de la familia no tuvieran que cruzar las vías del ferrocarril para ir a comprar dulces. La segunda generación—incluyendo a Tommy y sus primos—frecuentaban la tienda, al igual que otros niños del vecindario.

Las familias vivían en modestos dúplex de dos pisos de ladrillo rojo. No había aceras ni alcantarillas de hormigón y los rieles del ferrocarril se extendían cerca del lugar. El silbido de los trenes era un sonido familiar. Al éstos pasar, todos interrumpían sus conversaciones pues no se oía nada. Cuando los trenes se alejaban, Gladys se levantaba y enderezaba los cuadros y después proseguían con la conversación.

Para Tommy, el de ellos era un hogar “hecho en base al amor, al sacrificio y el respeto”. Rodeaban la mesa de la cocina sillas amarillas de plástico que eran frías en el invierto y pegajosas en el verano; la nevera enfriaba con bloques de hielo; preparaban la comida en una cocina a carbón y una estufa del mismo tipo en el comedor daba algo de calor a la casa, aunque no alcanzaba para repeler el frío por completo. Los padres dormían en el cuarto del frente, Marge y más adelante Marilyn y Barbara en el del medio, y Tommy y Bob y más tarde Scott en el dormitorio del fondo, con una bolsa de agua caliente a los pies de cada cama doble. En las mañanas de mucho frío, Tommy se acurrucaba frente a la estufa de la sala mientras su padre le echaba más carbón. Tommy recogía el periódico matutino, leía los titulares, la sección de deportes y finalmente las historietas. Su afecto por los periódicos despertó a temprana edad y ha continuado a lo largo de su vida.

“Ama a tu prójimo como a ti mismo” tenía un significado especial en el hogar de los Monson, y a pesar de que su madre no le leyera de las Escrituras con regularidad, le enseñó por medio de su constante ejemplo a sentir compasión, tener caridad, ser honrado, cumplir con su deber y trabajar con esmero. Muy pronto entendió que “el velar por los pobres, los enfermos y los necesitados era cosa de todos los días que jamás debía olvidar”.

Al desgarbado abuelo Condie le gustaba sentarse en la hamaca en el porche de la casa. Tom recuerda: “No hablaba mucho, pero le gustaba la compañía de otras personas”. Gracias a su “fuerte sangre escocesa”, el abuelo de Tom vivió hasta que tenía casi noventa y cuatro años, siendo uno de los residentes más ancianos del valle. En 1947, el periódico Deseret News rindió tributo al “hijo pionero” en su nonagésimo cumpleaños e informó que este hombre nacido “el 20 de junio de 1857 en un subsuelo de lo que hoy es el sector oeste de la calle 500 Sur, ahora vive a menos de dos calles de donde nació”.

Un día, Robert Dicks, de noventa años de edad, emigrante británico a quien la familia conocía como el “viejo Bob”, se sentó junto al abuelo Condie en la hamaca del porche. Tommy estaba sentado cerca de ellos.

“Sr. Condie”, dijo el viejo Bob, “hoy soy un hombre triste; me han dejado en la calle”. La casa en la que estaba viviendo iba a ser demolida debido a que la creciente industria estaba apoderándose de lo que había sido un vecindario de familias. Tommy dirigió la mirada hacia el lugar donde vivía el viudo anciano y vio que en realidad no era mucho.

Con voz lastimera, Bob continuó: “No sé qué voy a hacer; no tengo familia, ningún lugar donde ir y tampoco dinero”.

El abuelo de Tommy siguió meciéndose por unos minutos sin decir una sola palabra. Finalmente, metió la mano en un bolsillo y sacó de él su viejo monedero. Muchos niños habían mendigado por unos centavos de ese monedero para comprar dulces. El abuelo tomó de él una llave y se la dio a Bob. “Sr. Dicks”, le dijo, “yo nací en esa casa que está aquí al lado. Está desocupada y en realidad no tengo interés en alquilarla a nadie. Tome la llave, mude sus cosas y viva en ella por el tiempo que desee. Nadie volverá a dejarlo en la calle”.

Al viejo Bob se le llenaron los ojos de lágrimas y le corrieron por las mejillas, desapareciendo en su larga barba blanca. Los ojos del abuelo Condie también estaban humedecidos. El viejo Bob ahora tenía dónde vivir. Ese día, el abuelo Condie se transformó en un gigante ente los ojos de su nieto”.

Spence Monson, el padre de Tom, trabajaba seis días por semana hasta tarde la mayoría de las noches. Aunque casi no tenía tiempo para otra cosa que trabajar, casi siempre preparaba el desayuno para la familia, tal como lo había hecho desde la mañana siguiente a su casamiento, cuando le preguntó a Gladys qué había para desayunar y ella respondió: “No tengo ni idea”. Esa mañana los recién casados comieron galletas con queso. A partir de ese día, Spence generalmente preparaba tocino con huevos, algunas veces con papas y jugo de naranja, o cereales con plátanos y tostadas, acompañando con melocotones o peras envasados. En ocasiones también ponía rosquillas dulces sobre la mesa. Tom no heredó la habilidad culinaria de su padre, aunque de niño aprendió a hacer caramelo y cacao caliente.

La cena de los domingos era todo un acontecimiento en el hogar de los Monson. Se servía carne asada con puré de papas y una salsa hecha con el jugo de la carne. Los lunes comían lo que sobraba de la noche anterior; los martes hacían un guiso de carne; el miércoles preparaban costillas de cerdo y los jueves un enorme filete que alimentaba a todos alrededor de la mesa. Los viernes hacían costillas de cordero o pescado y los sábados preparaban sándwiches de embutidos. Acompañaban las comidas con frijoles blancos y jamón o con pasteles de carne caseros. La ensalada de fruta con bombones era un platillo predilecto así como el arroz con leche. Gladys era famosa por sus pasteles, los cuales a menudo preparaba en capas de diferentes colores—verde la de abajo, rosa la del medio y amarillo la de arriba—y las cubría con un baño espeso de chocolate. Hasta al viejo Bob le hizo Gladys un pastel cuando cumplió noventa años, con nueve velas, una por cada década.

Todos los domingos, Gladys preparaba un plato de comida para Bob, y antes de que la familia se sentara a cenar, mandaba a Tommy a llevárselo. Un domingo el niño preguntó: “¿Qué tal si se lo llevo más tarde?”

Su madre respondió: “Haz lo que te pido y cuando vuelvas tu comida tendrá mejor sabor”.

Tommy no estaba seguro de lo que quiso decir su madre, pero fue a casa del viejo Bob, aguardando ansiosamente mientras los ancianos pies de su vecino lo acercaban a la puerta. Bob tomó una moneda de diez centavos para recompensar al muchacho. “No, Sr. Dicks”, dijo Tommy, “no puedo aceptar su dinero; mi madre me curtiría a palos”.

“Muchacho, tienes una madre maravillosa”, le dijo Bob mientras le daba palmaditas en su rubia cabellera.

Cuando Tommy regresó, la comida, en efecto, tenía mejor sabor. “Sin darme cuenta”, recuerda, “estaba aprendiendo una gran e importante lección sobre demostrar interés por los menos afortunados”.

Por las noches, las familias se reunían en el porche de los Monson a escuchar sus programas predilectos en la radio. Mientras a los jovencitos les gustaba El llanero solitario, Jack Armstrong, La pequeña huérfana Annie y Dick Tracy, los mayores disfrutaban del Desfile de éxitos donde tocaban las canciones más populares de la semana. Las peleas de peso pesado atraían la atención de los hombres.

Otra actividad predilecta de la familia era ir a la granja. Las parcelas de los cuatro hermanos Condie estaban juntas y “pasar un fin de semana allá era algo que había que saborear”. Tommy disfrutaba la libertad de la granja, los animales, caminar por el campo y nadar en el canal. Le encantaba el silencio de la noche con las luces de Salt Lake City a la distancia. Miraba cómo sus tíos ordeñaban las vacas e intentaba hacerlo él mismo. En el aire siempre se respiraba el aroma del ganado lechero; el agua era salobre pues la de la ciudad aún no había llegado al campo. El plato principal de los viernes y sábados por la noche era, sencillamente, pan y leche.

Cuando pasaban el domingo en la granja, la familia asistía al Barrio Primero de Granger, edificado alrededor de 1900 en la esquina sudeste de las calles 3200 Oeste y 3500 Sur. La sala principal estaba dividida en cuatro clases por medio de cortinas. “Aprendí que si me sentaba donde las cortinas se unían, y si tenía buen oído, podía escuchar las cuatro lecciones simultáneamente”, dice sonriendo el presidente Monson.

El domingo por la tarde, el padre y la madre de Tom lo pasaban a buscar por la granja para llevarlo a casa, pero de camino iban de la casa de un familiar a otro, donde les servían helado casero.

Éste era un clan familiar—tías, tíos, primos—que pasaban tiempo juntos. Iban de vacaciones, se quedaban en la cabaña de verano y se reunían en días festivos o domingos por la noche, aun después de que algunos se mudaron de “la calle de la familia”. Cuando Tom era mayor y quería dar gracias a sus tías—Margaret, Annie y Blanche—por ser “como segundas madres para él”, las llevaba a almorzar al restaurante del último piso del Hotel Utah (el actual Edificio Conmemorativo de José Smith). A ellas les encantaba la gentileza de su amado sobrino.

La familia se daba algunos gustos, aun durante la época de la Depresión, entre otros, vacaciones fuera del estado de Utah. Todos los años, en el mes de febrero, iban a California por dos semanas. Siempre se trataba de un acontecimiento familiar que incluía a tías y tíos, primos y al abuelo Condie. El tío John Nielson llevaba su Buick modelo 1935 y Spence su Oldsmobile del año 1928 o, años más tarde, el Studebaker de 1937. De camino paraban en un restaurante para el cual el padre de Tom imprimía los menús. Spence conversaba con el dueño, Dick Hammer, mientras la familia almorzaba. Tommy siempre pedía el pastel de carne, y después de comer seguían su camino.

Una vez en California, la familia se hospedaba en el Hotel Edmund, en Ocean Park, cerca de Santa Mónica (Los Angeles) y comían en el restaurante. A Tommy le gustaba mucho estar al sol, aunque era escaso, ya que iban de vacaciones en el invierno y llovía la mayor parte del tiempo. El y sus primos, hermanos y hermanas pasaban el día entero en la playa haciendo castillos de arena y recogiendo caracoles. Por las noches iban a caminar por los muelles, deleitándose con el canto de los vendedores de salchichas y de palomitas de maíz, o de los operadores de juegos en las ferias ambulantes.

En el viaje de regreso a Utah, el tío John entretenía a los niños con historias de su vida de vaquero. Al dejarlos fascinados con sus aventuras, “lo imaginaban montado a caballo con espuelas en las botas, pistolas en las fundas, un pañuelo rojo en el cuello y un enorme sombrero”. También sabía el nombre de cada arbusto y cactus y los señalaba desde el automóvil mientras viajaban a 55 kilómetros por hora: “chumbera . . . salvia . . . matorral de roble. . .”

En 1941, “Alce” y Margaret Carman fueron de viaje con su hijo Jack y su primo Tom al Parque Nacional de Yellowstone en su Buick del año 1936. Cada vez que paraban a comer, Tom pedía una hamburguesa, lo único que reconocía en el menú. En un puente de Yellowstone, Tom sacó provecho de su experiencia como pescador cuando el viento voló el gorro de Jack al río. Tom, siempre dispuesto a maquinar un plan, maniobró su caña de pescar sobre el gorro mientras éste iba río abajo. Entonces, para asombro de los miembros de su familia, lo enganchó y lo recogió.

En el viaje de regreso tuvieron constantes problemas con el automóvil, un recuerdo que Tom borró de su memoria cuando cuatro años después decidió comprarlo. Ese primer auto había resultado ser una chatarra en aquel viaje a Yellowstone y siguió siendo una chatarra durante el tiempo que Tom lo tuvo.

El presidente Monson siempre dice con orgullo que su vida de hogar forjó la persona que él es hoy. “Algunas de las cosas con que uno es criado calan profundo en la juventud”. Por cierto, el servicio, la compasión y la unión familiar eran parte integral de su vida. Años más tarde, Harold B. Lee, presidente de la Estaca Pioneer, donde vivían los Monson, dijo de los padres de Tom: “Ese padre y esa madre dieron a sus hijos lo que el dinero no puede comprar”.

El presidente Monson resume sus sentimientos de este modo: “Cuando probamos muchas cosas y deambulamos por la vida y vemos cuán efímero y a veces superficial es el mundo, crece nuestra gratitud por el privilegio de ser parte de algo con lo que podemos contar: un hogar, una familia y la lealtad de seres queridos. Llegamos a saber lo que significa estar ligados por el deber, el respeto y por un sentido de pertenencia, y comprendemos que nada puede ocupar el lugar de las benditas relaciones nacidas en la vida familiar”.

También ha enseñado: “La familia ocupa un lugar preeminente en nuestro estilo de vida dado que es el único fundamento posible sobre el cual a una sociedad de seres humanos responsables le ha resultado práctico forjar el futuro y mantener los valores que atesoran en el presente”.

“Todos debemos recordar el hogar de nuestra infancia”, ha declarado él. “Resulta interesante que no recordamos si la casa era grande o pequeña, si el vecindario era opulento o venido a menos. Más bien nos deleitamos en las experiencias compartidas como familia … Lo que aprendemos allí determina en gran medida lo que hacemos cuando nos marchamos. Nuestros pensamientos, nuestros hechos, nuestra forma de vivir influye no sólo en el éxito que logramos en la tierra, sino que también nos trazan objetivos eternos”.