Al Rescate – La biografía de Thomas S. Monson

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UN DIESTRO PESCADOR

Tal vez por haber crecido en un entorno modesto, él siempre ha estado en condiciones de ver y apreciar el valor, lo bueno y los dones de todas las personas, particularmente aquellas de circunstancias humildes.

Élder D. Todd Christofferson Quorum de los Doce Apóstoles


En 1930, cuando sinclair lewis aceptaba su Premio Nobel en literatura, dijo sabiamente: “Aprendí de niño que hay algo muy importante y espiritual en la pesca”1, declaración con la cual Tom Monson estaría de acuerdo. No sabía de jovencito que en su madurez seguiría el modelo del apóstol Pedro, a quien Jesús dijo: “Desde ahora serás pescador de hombres”2. Lo único que Tommy sabía era que amaba la pesca.

Para aprender a pescar, Tommy tuvo que ser paciente, observador, resuelto y fuerte. Sus destrezas para la pesca—al menos en el agua—se manifestaron en Vivían Park, junto al río Provo, en escenas parecidas a las de los cuentos de Mark Twain.

Él casi nació en Vivían Park en agosto de 1927. Su madre había regresado a Salt Lake City a tiempo para ser admitida en el hospital donde daría a luz a su hijo. Desde que Tommy era un bebé de brazos, los Monson, junto con sus tías Condie, tíos, primos y abuelo, iban a pasar la mayoría de los veranos en su cabaña de Vivían Park en el cañón de Provo. Todos los años salían de casa el 4 de julio y no regresaban hasta principios del septiembre.

Spence, el padre de Tommy, junto con John Nielson y “Veloz” Cárter, tíos del muchacho, se quedaban en la ciudad trabajando e iban a la cabaña los miércoles por la noche para llevar provisiones y después los sábados por la tarde “para pasar el fin de semana”. Durante esos dos meses, Tommy pescaba y nadaba, pescaba y salía en caminatas, pescaba y montaba a caballo, y “disfrutaba todas las actividades enormemente”. En aquellos días “las señales de radio y televisión no llegaban al cañón, así que lo que más hacían era conversar”3.

La cabaña era modesta, con un exterior rústico, plomería interior, una carbonera, una estufa a carbón para cocinar y calentar los ambientes, un porche que daba al arroyo donde podían dormir, y una habitación, con una segunda que fue añadida más tarde para que en la cabaña pudieran dormir once personas “cómodamente”. En la sala del frente tenían un pequeño sillón contra una pared. Contra otra había una mesa larga en la que no sólo comían, sino donde también jugaban, contaban historias y conversaban hasta altas horas de la noche. Hablar y contar historias eran las actividades predilectas de los Condie.

La propiedad de Vivían Park había estado en la familia por años. El abuelo Condie había comprado un lote por veinticinco dólares y en él edificó la cabaña. Los abuelos de Tommy estuvieron entre los primeros residentes de Vivían Park, y un puñado de parientes les siguieron. Allí, en el aire fresco del cañón, Gladys halló alivio para el asma que la atormentaba cada verano. En los primeros tiempos no tenían electricidad en la cabaña. A fin de conservar los alimentos en buenas condiciones los ponían en unas cajas especiales que colocaban estratégicamente en el arroyo que corría frente a la casa. Del otro lado del arroyo y cerca del camino principal había un salón de baile con piso de madera en donde se efectuaban bailes los sábados por la noche y servicios religiosos los domingos por la mañana. No tenían teléfono a no ser por el de una tienda cercana, la cual administró un matrimonio de apellido Purvance durante casi treinta años, hasta la década de 1940. En el comercio había algunos comestibles, equipos de pesca y periódicos, y también tenían una máquina de pínbol. Tommy aguardaba junto a las vías a que pasara el tren por Vivían Park. Allí el maquinista arrojaba un paquete de periódicos, los cuales Tommy llevaba hasta la tienda, quedándose con el de la familia. Una vez en la cabaña, se fijaba en los resultados de los partidos de béisbol y sus tías leían las noticias de “la ciudad”.

La cabaña no había sido construida con mayor destreza profesional. Para 1986, Tom y su hermano Bob eran los únicos propietarios. Ese año, Tom compró la parte de Bob e hizo que se realizaran extensos trabajos de remodelación, modernizando la carpintería, la plomería y la instalación eléctrica, y reemplazó el revestimiento exterior de madera por uno de vinilo. “Aunque su tamaño es inadecuado y es vetusta, sigue siendo la casa de veraneo de mi juventud”, explica. Se mantiene informado de cómo está la cabaña así como el segundo hogar de la familia en Midway, a más o menos una hora al este de Salt Lake City4.

En sus tíos, Tommy encontró grandes instructores de pesca. Su tío John le compró su primera caña de pescar y lo inició en lo que llegaría a ser una de las pasiones de su vida. Los dos caminaban a lo largo de las vías del ferrocarril en Vivían Park para ir a pescar en un determinado lugar del río Provo. “El tío John me enseñó a pescar en la corriente, a poner la carnada en un anzuelo, a lanzar la línea, y a sacar el pez cuando picaba”, recuerda Tom5. Su tío “Veloz” le enseñó a usar los peces pequeños como carnada mientras con paciencia aguardaba los peces grandes. El tío Rusty fue otro gran compañero de pesca. Tommy también observaba a otros buenos pescadores que frecuentaban el río Provo y aprendió cuanto pudo de ellos, copiando sus diferentes estilos.

Muchas veces, a las 4:00 o 5:00 de la mañana, Tommy salía de la cabaña con su perro Duke, sin olvidar darle un beso en la mejilla a su madre. “Realmente no sé cómo ella dormía”, dice Tom, “sabiendo de los peligros a los que podía hacer frente un muchacho al pescar en un lugar donde el agua era profunda, las orillas empinadas y las mañanas oscuras”6.

En el verano usaba lombrices como carnada y en el otoño peces pequeños. Algunas tardes pescaba solo, sobre todo entre semana. A veces se jactaba de sus destrezas cuando pescaba algo grande para mostrarlo a su padre y a sus tíos el miércoles o el sábado. A menudo lo acompañaban su hermano Bob y sus primos, quienes consideraban a Tom “un diestro pescador”, ya que siempre pescaba más que ellos. Cuando la pesca no había sido buena, se quedaba dos o tres horas más en el río. Esos últimos cinco minutos algunas veces lo premiaban con lo que deseaba pescar.

Tommy llegó a ser un gran pescador. La Isla Secreta, como él la llamaba, era una excelente extensión de agua para pescar. El arroyo se dividía cerca de la cabaña, creando un islote de unos diez metros de largo por tres de ancho. Los abedules que crecían en el islote y a ambos lados del arroyo hacían del lugar un sitio ideal no sólo para pescar, sino para estar al aire libre. “Al pensar en aquellos días”, reflexiona el presidente Monson, “lamento no haber tenido una caña con carretel, lo que me habría permitido poner la carnada en lugares de otro modo inaccesibles”7. Los muchachos pescaban con línea de tripa en vez del nylon que él usa en la actualidad.

Y, como todo buen pescador, cuenta la historia del gran trofeo que se le escapó.

Fue un fin de semana de principios de septiembre, casi al fin de otro glorioso verano en Vivian Park. Tarde una noche, Tommy estaba pescando con una línea recién comprada y un señuelo especial en el anzuelo. Él y su amigo Blaine Nuttall estaban tirando la línea justo debajo de lo que ellos llamaban los rápidos, río abajo del lugar donde nadaban. Según lo cuenta él: “De pronto se oyó un fuerte ruido en el agua y me di cuenta de que una monstruosa trucha había picado mi señuelo. El pez inmediatamente se lanzó río abajo, arrastrando toda la línea de mi carrete y a mí con ella. Literalmente perseguí al pez por unos treinta metros, pensando que iba a romper mi aparejo si no corría tras él. Entonces se detuvo, dándome la oportunidad de descansar por un momento, pero de inmediato salió disparado por segunda vez en dirección al puente de Vivian Park, donde volvió a detenerse brevemente y después arrancó y se detuvo otra vez debajo del puente”.

Tommy sabía que no había modo de sacar ese pez del agua sin ayuda. Su amigo Blaine saltó al agua, tratando de agarrar el pez, “el cual se asustó y empezó su última corrida por el río. Lo perseguí lo más que pude otros cincuenta metros, hasta que el agua me llegaba hasta la cintura. Su puro peso hizo que la caña se encorvara y, con toda la línea extendida, el pez finalmente la quebró. Nunca me he sentido tan mal por haber perdido un pez”8.

Tommy decidió que a partir de ese momento usaría aparejos más pesados y pececillos como carnada. Regresó a la cabaña, se armó de avíos de pesca más fuertes, volvió al río y se vio recompensado. “Esa noche”, recuerda, “atrapé el pez más grande queja-más he pescado en el río Provo”. Medía unos sesenta centímetros de largo y pesaba casi tres kilos, y Tommy lo pescó con el aparejo más pesado.

No era “el gran monstruo”, pero por cierto que era una enormidad de pez en todos los sentidos que uno se pueda imaginar9.

Aun en sus pasatiempos juveniles, a Tom le gustaban las cosas ordenadas. Los muchachos pescaban a lo largo de la rivera del río por orden de edad. Tom estaba primero y después sus primos Jack Condie, Rich Cárter, Phil Condie y Jack Carman y, por último, Bob, su hermano. Río abajo iban por cualquiera de las dos orillas, pero la regla era que cada uno debía permanecer en su posición. La mayoría de los peces los pescarían quienes estaban más río arriba.

La pesca no tenía sólo que ver con el río y con el agua. En ocasiones, Tommy clavaba su caña firmemente en el fondo y se sentaba a la orilla del río para observar las montañas a su alrededor. Imaginaba ver formas de animales en la vegetación. A veces el balido de una oveja que pastaba en la colina o en la abundante hierba que crecía a lo largo de las vías del ferrocarril rompía el hechizo del momento.

Para Tom Monson, el río Provo era entonces y sigue siendo ahora su “estanque de Betesda”, a donde él se aparta para renovarse o para refrescarse, en otras palabras, para sanarse. Allí o en viajes de pesca a Alaska, Idaho y a varios lagos de Utah, él ha echado su línea al agua y su pesca poco ha tenido que ver con los peces que hayan mordido la carnada. Ya sea en la orilla o en una embarcación, la pesca siempre lo ha ayudado a librarse de las presiones y los problemas. La distracción le permite decir, como en el caso del hombre ciego a quien el Salvador le untó los ojos con lodo, que para cuando regresa a sus labores, “ya ve”10.

En la cabaña, Tommy compartía una cama en el porche del frente con su abuelo Condie. Cuando iban muchos parientes, dormían tres personas a lo ancho de cada una de las camas. Por las noches, el abuelo ponía su pequeño monedero de cuero negro— con las llaves de la casa y algunas monedas de plata—debajo de la almohada. El abuelo daba consejos a Tom sobre la vida en general y respondía sus preguntas. “Acostados allí en las mañanas, con el sol que se asomaba desde el este a través de las cortinas del porche, yo le pedía que me contara historias de su juventud como pastor de ovejas en el Gran Valle del Lago Salado”11. Cuando el abuelo Condie se cansaba de entretener a su tocayo nieto, recitaba con gran expresión este verso:

Te contaré un relato sobre Gloria y su pato, y así es como el cuento empezó.

Ahora la historia sobre la hermana de Gloria, y así es como el cuento acabó12.

Tommy aprendió a nadar en el río Provo. El lugar donde nadaban tenía una profundidad de unos siete metros con una enorme roca en el medio que había caído del cañón, como él lo suponía, cuando se tendieron las vías del ferrocarril entre Provo y Heber. El sitio era peligroso, ya que la corriente se deslizaba velozmente alrededor de la roca formando remolinos, lo cual podía resultarle traicionero a un nadador sin experiencia.

Pero ése era un lugar predilecto de reunión donde las familias extendían mantas sobre la arena y después se aventuraban a nadar en las frías aguas. De jovencito, Tommy jugaba en la orilla, haciendo represas y castillos de arena, mientras su madre y la tía Blanche nadaban de costado llevadas por la corriente a través y alrededor de los remolinos unas veinte veces. Tommy aprendió a nadar observando cómo lo hacían los demás. Cuando se atrevió a nadar solo por la corriente, su familia lo rodeó como precaución. Fue enorme la sensación de euforia que sintió cuando atravesó por primera vez los remolinos y volvió a la seguridad de la orilla.

“Ciertamente nuestros deberes y responsabilidades a menudo nos llevan a nadar contra las corrientes de la tentación y del pecado”, ha dicho, aplicando las lecciones aprendidas al nadar en el río. “Al hacerlo, aumentará la fortaleza espiritual y podremos cumplir con las responsabilidades que Dios nos da”13.

Una calurosa tarde de verano, cuando tenía doce o trece años, Tom agarró una enorme cámara inflada de rueda de tractor, la cargó al hombro y caminó descalzo junto a las vías del ferrocarril que seguían el curso del río. Entró en el agua a más de un kilómetro y medio río arriba del lugar donde nadaban, se sentó cómodamente en la cámara y fue flotando río abajo. “El río no me ofrecía ningún temor, ya que conocía sus secretos”, dice.

Ese día, unas familias griegas celebraban una actividad en Vivian Park con comida, juegos y bailes. Algunos se apartaron un poco y fueron a caminar por el río. Las sombras del atardecer ya se cernían sobre los remolinos del lugar donde nadaban.

Tom más adelante describió lo ocurrido de este modo: “Meciéndome en mi cámara por el agua, estaba por entrar a la parte más rápida del río cuando de pronto oí a algunas personas gritar: ‘¡Sálvenla!; ¡sálvenla!’”. Una joven nadadora, acostumbrada a las aguas tranquilas de una piscina de gimnasio, había bajado al río por el costado de la enorme roca y había ido tan lejos que no podía ver una caída de agua que la llevaría directamente a los remolinos. Nadie de los que estaban en la actividad familiar podía nadar para salvarla.

“Vi cómo la cabeza desaparecía debajo del agua por tercera vez, camino a lo que sería su segura tumba. Estiré la mano, la tomé del cabello y la levanté por el costado de la cámara hasta tenerla en mis brazos”. En la parte más baja del remolino, el agua aminoraba su curso y Tommy pudo remar con las manos hasta la orilla donde aguardaban ansiosos familiares y amigos de la joven. Ante todo la tomaron en sus brazos y la besaron, mientras exclamaban: “¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios que estás a salvo!”. Después tiraron de Tom hasta la orilla y empezaron a abrazarlo y besarlo. Con mucha vergüenza, volvió rápidamente a la cámara y siguió flotando río abajo hasta el puente.

Más adelante relataría lo que sucedió tras el rescate: “El agua estaba helada, pero yo no tenía frío, ya que me invadía un sentimiento de calidez. Comprendí que había contribuido a salvar una vida. Nuestro Padre Celestial había oído los gritos ‘¡Sálvenla!; ¡sálvenla!’, y me había permitido a mí, un diácono, pasar flotando en ese preciso momento en que se me necesitaba”14.

Tommy era un jovencito curioso, lleno de entusiasmo y audacia; algo propenso a meterse en problemas. Algunas veces jugaba con Danny Larsen, cuya familia vivía en Provo y también pasaba los veranos en Vivian Park. Los dos muchachos pasaban todo su tiempo pescando en el río.

En una ocasión decidieron hacer un claro en un pastizal donde la familia pudiera hacer un fogón esa noche. A menudo la familia se reunía alrededor de una hoguera por las noches para asar bombones y salchichas. Por alguna razón, Tommy pensó que prenderle fuego al pasto quemaría un círculo lo suficientemente grande para hacer un fogón esa noche y que después las llamas se extinguirían solas. Para horror de los muchachos, aquello empezó a arder como si le hubieran echado gasolina y se extendió hacia la ladera de la montaña, poniendo en peligro los pinos. En cuestión de minutos, todo hombre disponible en Vivian Park acudió a tratar de apagar el fuego con arpilleras mojadas. Tommy aprendió ese día una verdad en la que se ha basado toda su vida: Extendamos la visión hacia un posible resultado en vez de ver sólo lo inmediato.

Como a la mayoría de los hermanos menores, a Tommy le gustaba gastarle bromas a su hermana mayor. Un día, cuando su hermana Marge, una de sus amigas y dos muchachos, estaban tomando el sol a la orilla del río, él y su compinche, Danny, maquinaron un ingenioso plan. Decidieron ir por el agua sin ser vistos, hacer dos bolas de lodo con una rana viva en cada una y después dejarlas caer sobre el estómago de cada una de las jóvenes mientras dormían. Se acercaron silenciosamente al grupo y dejaron caer sus proyectiles de lodo justo en el blanco. Las dos jovencitas se espantaron y las ranas les saltaron en la cara. Tommy y Danny estaban muertos de la risa cuando los dos corpulentos muchachos los levantaron y los tiraron al río, mientras les gritaban: “¡O nadan o se ahogan!”. Los niños nadaron.

A Marge, Tommy y Bob les gustaba alquilar y montar caballos en un predio que quedaba cerca de la cabaña. Cuando su padre llegaba los sábados, le suplicaban hasta que lo convencían de que les diera veinticinco centavos a cada uno para alquilar caballos por media hora. Aprovechaban el tiempo al máximo, dando a los animales un buen trote y después los llevaban de regreso caminando para que descansaran. En el establo generalmente le daban a Tommy un animal brioso pues sabían que él lo podía controlar. En una ocasión, cuando tenía unos catorce años, montaba un caballo rápido cuando otro jinete, una jovencita, pegó un grito de alarma cuando su caballo se echó a galopar. Tommy, recordando cómo los vaqueros de las películas fustigaban a sus caballos, se estiraban y tomaban las riendas del caballo desbocado, hizo precisamente eso y rescató a la jovencita. Fue en esa oportunidad en la que más se acercó a ser un vaquero.

En una ocasión, un deslizamiento de tierra causado por fuertes lluvias llegó hasta el río Provo bloqueándolo y haciendo que las aguas subieran hasta Vivian Park. Tommy se alarmó pensando que él y su familia perecerían, al ver cómo el agua se acercaba cada vez más a la cabaña. Aunque sus padres trataron de aplacar sus temores, la gran cantidad de lodo y su potencial de destruir la comunidad de cabañas lo angustiaban. Finalmente él y su amigo John Swertfager se sintieron lo suficientemente confiados de salir en una balsa para inspeccionar los daños. Copas de árboles que una vez habían estado muy elevadas por encima de ellos, ahora estaban a la altura de sus ojos. Peces—los más grandes que Tommy jamás había visto—ahora nadaban muy cerca de él. “Daba una sensación sobrecogedora pasar flotando frente a la tienda de Vivian Park, de la cual se veía sólo el techo”, recuerda15. Cuando su padre y tíos viajaron desde Salt Lake por el fin de semana, tuvieron que tomar una ruta más larga y después ser llevados en balsa desde la carretera hasta la cabaña. Con el tiempo las condiciones mejoraron, pero Tommy había ganado un mayor respeto por la fuerza de la naturaleza y por la mano de Dios que había protegido a su familia.

A lo largo de los años, el presidente Monson a menudo ha compartido ejemplos derivados de sus experiencias en Vivian

Park, donde aprendió tantas lecciones sobre dar de sí, mantenerse firme y enfocado, nunca darse por vencido, buscar oportunidades de servicio y llevar siempre una oración en el corazón. Él dice que las coincidencias no existen y reconoce que las experiencias que ha tenido le han enseñado a buscar la mano del Señor. Un ejemplo:

“Mis amigos y yo siempre llevábamos con nosotros navajas con las cuales hacíamos pequeños botes con la blanda madera de sauce. Les poníamos una vela triangular de algodón y cada uno lanzaba su embarcación en una carrera por las aguas relativamente turbulentas del río Provo. Nosotros corríamos por la orilla y observábamos cómo nuestros barquitos a veces se mecían violentamente en la fuerte corriente, mientras que otras navegaban serenamente por el agua.

“Durante una de esas carreras, vimos que uno de los barcos había sacado ventaja a los demás. De pronto, la corriente lo acercó demasiado a un remolino grande, el bote se tambaleó y se volcó, y dando vueltas en espiral fue arrastrado, no pudiendo retornar a la corriente principal. Por último se detuvo bruscamente al final de ese tramo del río, rodeado por desechos.

“Los barcos de juguete de la infancia no tenían una quilla que los mantuviese estables, no tenían timón que ofreciera dirección, ni tampoco una fuente que generara poder. Inevitablemente, su destino era río abajo… el curso de menor resistencia.

“A diferencia de los barcos de juguete, se nos han dado atributos divinos como guía. Entramos en la vida mortal no para flotar sobre sus corrientes, sino con el poder de pensar, de razonar y de triunfar.

“Nuestro Padre Celestial no nos lanzó hacia nuestro viaje eterno sin proporcionarnos los medios por los cuales pudiéramos recibir de Él la guía que asegurase nuestro regreso a salvo. Sí, me refiero a la oración. Hablo, también, de los susurros de esa voz suave y apacible que hay en el interior de cada uno, y no dejo de lado las Santas Escrituras, escritas por marineros que con éxito navegaron por los mares que también nosotros debemos cruzar”16.

Las lecciones de Vivian Park quedaron profundamente grabadas en el corazón de Tommy Monson, en las cuales se basaría durante el transcurso de muchos años.

Al fin de cada verano, la familia entera iba en dos o tres automóviles hasta Midway para nadar en los famosos manantiales de agua caliente. También iban las tías, los tíos y los primos que vivían en la granja. Los dos manantiales más renombrados podían usarlos quienes se hospedaban en el lugar por la noche, así que la familia generalmente iba a otro menos popular, el cual podían disfrutar prácticamente ellos solos.

Durante tres o cuatro horas nadaban en los manantiales de agua caliente, bastante diferente a hacerlo en las congeladas aguas del río. Entre los primos tenían una competencia para ver quién podía permanecer en el manantial más caliente por más tiempo. Tom aún recuerda “cocinarse en el agua caliente”. Después “volvíamos a Vivian Park, cargábamos el auto, regresábamos a casa, y al día siguiente comenzábamos la escuela”17.

Y así llegaba a su fin otro memorable verano.

A modo de epílogo: Años más tarde, cuando el presidente Monson visitó la cabaña de Vivian Park una tarde, vio a varios estudiantes de la Universidad Brigham Young, algunos de ellos sentados frente a un televisor en la zona de recreo del parque, que funcionaba gracias a un generador de corriente, mientras que otros jugaban vóleibol. Allí volvieron a su mente las palabras que muchas veces cita a estudiantes: “Vuélvete, oh tiempo, hacia atrás; regrésame a la infancia sólo una vez más”18.