Autosuficiencia y Bendiciones Divinas para los Santos

Autosuficiencia y Bendiciones
Divinas para los Santos

Bendiciones de los Santos—Obstáculos para el Progreso—Objeto y Beneficio de las Pruebas—Reconocimiento de la Mano de Dios, del Espíritu y del Sacerdocio, Etc.

Por el élder John Taylor
Discurso pronunciado en el Tabernáculo,
Gran Ciudad del Lago Salado, la mañana del domingo 17 de enero de 1858.


Siento que todos estamos en las manos de Dios, que todos estamos asociados con este reino, y que si hay algún pueblo bajo el cielo que pueda ser correctamente llamado “los Santos del Altísimo”, ese pueblo somos nosotros. Ciertamente es una posición prominente, un gran título, una relación entrañable que sostenemos con el Señor, si realmente magnificamos nuestro llamamiento y honramos a nuestro Dios.

Cuando reflexionamos sobre las multitudes de seres humanos que llenan la tierra en cada nación, país y clima, y luego consideramos que somos el único pueblo que realmente “reconoce la mano de Dios en todas las cosas”; que somos el único pueblo que Dios ha escogido y seleccionado para colocar su nombre entre nosotros; que somos el único pueblo que puede ser enfáticamente llamado los siervos y siervas del Señor; que somos el único pueblo que tiene derecho y reclamo sobre las promesas de Dios; que somos el único pueblo que tiene ideas correctas respecto a nuestra posición actual y nuestro destino futuro; que somos el único pueblo que puede mirar hacia atrás a las edades pasadas, y mirar hacia adelante a las que están por venir, y que puede actuar con entendimiento en relación con nuestra adoración y las ordenanzas de la casa de Dios, teniendo conocimiento del pasado, el presente y el futuro; que somos el único pueblo bajo los cielos que tiene derecho legítimo a las promesas y bendiciones de Dios, ya sea que se refieran a este mundo o al que está por venir; que somos el único pueblo que entiende algo acerca de la posición presente o la causa de la organización del mundo y del hombre, y que entiende correctamente sobre la preparación para un estado futuro; que somos el único pueblo que sabe cómo salvar a nuestros progenitores, cómo salvarnos a nosotros mismos y cómo salvar a nuestra posteridad en el reino celestial de Dios; que somos el pueblo que Dios ha escogido para establecer su reino e introducir principios correctos en el mundo; y que, de hecho, somos los salvadores del mundo, si es que alguna vez son salvados—cuando reflexionamos sobre estas cosas, hay algo en ellas que está destinado a hacer que nuestros corazones se hinchen de gratitud y nos llenen de gozo; y cuando sentimos la influencia consoladora del Espíritu del Dios Altísimo reposando sobre nosotros y a nuestro alrededor, y se abren a nuestras mentes las visiones y glorias del futuro que estamos destinados a disfrutar, si somos fieles, y los grandes eventos que están a punto de acontecer en los últimos días se manifiestan a nuestras mentes, hay algo en ellas que está destinado a hacernos cantar: ¡Hosanna! ¡Hosanna al Señor Dios de los Ejércitos!

Hay algo en estas reflexiones que es placentero, vivificante, animador, alentador, y algo que está destinado a causar gozo y regocijo en el alma.

Si miramos hacia el mundo, ¿cuáles son sus disfrutes y esperanzas? Ellos dicen, en efecto, “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos.” Dicen: “¡Danos oro, danos riquezas, danos honor, y danos la pompa, gloria y brillo de este mundo! Tengamos nuestro día ahora, porque sabemos muy poco sobre el futuro. Disfrutemos la vida mientras podamos.” Estos son sus sentimientos, y por eso se entregan a todo tipo de excesos y se revuelcan en la lascivia y la depravación. Corrompen sus cuerpos, degradan sus mentes, y no son recipientes aptos para el Espíritu del Dios viviente; ni tienen entre ellos a alguien que sea capaz de enseñarles algo acerca de ese Espíritu; están en la oscuridad.

Cuando reflexionamos sobre estas cosas, ¿no tenemos algo por lo que estar agradecidos? ¿No tenemos motivos de gratitud hacia el Dios Altísimo? Creo que sí; y creo que, si algún pueblo es bendecido bajo los cielos, somos ese pueblo; y podemos exclamar, como solían hacer los antiguos israelitas: “Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor.”

Ciertamente es algo lamentable, cuando lo reflexionamos, ver a tanta parte de la familia humana ignorante y descuidada, sin saber nada acerca de Dios, sin saber nada de su origen o destino. ¿Qué ha hecho el Señor por nosotros? Ha abierto los cielos y ha revelado los principios de la verdad. Ha enviado a sus santos ángeles para comunicar a los hijos de los hombres las cosas que están destinadas a promover su paz y felicidad en el tiempo y en toda la eternidad. Nos ha dado, a su pueblo, el santo Sacerdocio según el orden de Melquisedec, que “tiene las llaves de los misterios de las revelaciones de Dios,” que corre las cortinas del mundo invisible, y le permite penetrar más allá del velo, y revela los grandes propósitos de Jehová con respecto a sí mismo y a este mundo, tal como se desplegarán en el cumplimiento de sus designios.

¡Qué contraste entre esto y la religión del mundo! Esto muestra al hombre imperfecto en el presente, es cierto; pero le mostrará perfectamente cómo convertirse en un salvador—cómo redimir este mundo, que ha sido invadido por la anarquía, la destrucción, la miseria, la locura y los males de todo tipo—cómo redimir al mundo de la maldición bajo la cual trabaja y gime: le mostrará cómo enseñar a la familia humana para que puedan entender los principios correctos y ser salvos en el reino de Dios.

La religión de Jesucristo desarrollará el plan para acabar con el poder arrogante de la tiranía y la opresión que ahora prevalece en la tierra, y cómo establecer los principios de paz, justicia y virtud sobre la tierra, y cómo colocar al mundo de la humanidad en esa posición que Dios ha destinado que deben ocupar cuando su reino gobierne en la tierra, y cuando “toda criatura en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra será oída decir: Bendición, honor, gloria y poder sean dados a aquel que está sentado en el trono, y al Cordero por los siglos de los siglos.”

Los gérmenes de esta paz están con nosotros; la inteligencia sobre estos asuntos ha comenzado a desarrollarse, y se ha abierto una comunicación entre los cielos y la tierra: una unción que reside con los Dioses, una inteligencia que gobierna todos los mundos y controla toda la naturaleza, una partícula—una chispa de la Deidad directamente desde el resplandor eterno de Jehová, abriendo, desplegando, iluminando y enseñando. Emanando de él hacia las autoridades de esta Iglesia, fluye a través de todas las ramificaciones del Sacerdocio. Esa chispa del seno de Jehová les permitió iniciar esa reforma que redimirá un mundo de las ruinas de la caída.

Este reino y esta organización salvarán a todos aquellos que se rijan por sus principios, y está destinado por su influencia y obra en el mundo a expandirse y crecer hasta que toda rodilla se doble y toda lengua confiese para la gloria del Padre.

Estos principios han comenzado a desarrollarse entre nosotros; y cuando vivimos nuestra religión, cuando caminamos según la luz del Espíritu de Dios, cuando nos purificamos de la impureza y la corrupción, y los dulces susurros del Espíritu del Señor vierten inteligencia en nuestros pechos, cubriéndonos, causando que la paz y el gozo estén con nosotros, entonces tenemos, más o menos, un tenue atisbo de las cosas que están reservadas para los fieles; y es entonces cuando sentimos que nosotros y todo lo que tenemos estamos en las manos del Señor, y que estamos listos para ofrecernos como sacrificio para el cumplimiento de sus propósitos en la tierra.

Esos son nuestros sentimientos, y nos sentimos orgullosos de nuestra asociación con la Iglesia y el reino de Dios. ¿Por qué es que nuestros espíritus no siempre están gozosos? Puede haber diferentes razones. Una razón es que no siempre vivimos nuestra religión. Cedemos demasiado a la vanidad, la frivolidad y la necedad, y a veces a la deshonestidad y el fraude; hacemos cosas que no son correctas y adoptamos prácticas que no son buenas; y cuando esto sucede, el Espíritu del Señor se entristece, y se aleja de nosotros, y quedamos a tientas en la oscuridad; las visiones de la eternidad se cierran ante nuestras mentes, y vemos a través de otro medio que no es el Espíritu de Dios. Nos vemos llevados, por estas circunstancias, a tropezar y caer; y muchos naufragan en la fe y en una buena conciencia.

No todos comprendemos suficientemente las grandes bendiciones que Dios nos ha conferido. A veces olvidamos que somos los Santos de Dios; olvidamos que nos hemos dedicado al Señor, con todo lo que tenemos; y olvidamos nuestro alto llamamiento y nuestro destino futuro. Olvidamos, a veces, que estamos comprometidos, con muchos otros, en establecer la justicia y plantar el reino de Dios en la tierra; y condescendemos a pequeñas mezquindades, y nos volvemos olvidadizos del grande y glorioso llamamiento al que hemos sido llamados. Muchos de nosotros cedemos a la tentación; vacilamos y caemos en la oscuridad, y perdemos el Espíritu del Señor. Olvidamos que Dios y los ángeles nos están mirando; olvidamos que los espíritus de los hombres justos hechos perfectos y nuestros antiguos padres, que están esperando el establecimiento del reino de Dios en la tierra, están observándonos, y que nuestros actos están abiertos a la inspección de todas las agencias autorizadas del mundo invisible.

Y, al olvidar estas cosas a veces, actuamos como necios, y el Espíritu de Dios se entristece; se retira de nosotros, y entonces quedamos a tientas en la oscuridad. Pero si pudiéramos vivir nuestra religión, temer a Dios, ser estrictamente honestos, observar sus leyes y estatutos, y guardar sus mandamientos para cumplirlos, nos sentiríamos muy diferentes; nos sentiríamos cómodos y felices; nuestros espíritus serían pacíficos y elevados; y de día en día, de semana en semana y de año en año, nuestros gozos aumentarían.

Otras causas también operan para retrasar a los Santos en su progreso. La mayoría de nosotros hemos salido del mundo y hemos estado mezclados con él; hemos estado asociados con el mundo y hemos recibido nuestra educación e ideas en medio de corrupciones de todo tipo, y las hemos absorbido como con la leche materna.

Incluso nuestra religión ha estado corrompida, y nuestras ideas de moralidad han sido erróneas; nuestra política, leyes y filosofía han sido todas distorsionadas, torcidas y pervertidas; nuestras costumbres, hábitos y asociaciones han sido incorrectas; y todo de lo que hemos salido es vanidad, maldad, corrupción y condenable por su naturaleza.

¿Es sorprendente, entonces, que encontremos difícil vivir de acuerdo con la luz y la inteligencia que reside en el seno de Dios y que se nos manifiesta parcialmente, su pueblo? ¿Es sorprendente que, rodeados como hemos estado, revolcándonos en la corrupción todo el día, hayamos participado más o menos de estas cosas, y que aún se aferren a nosotros?

Cuando José Smith tenía algo de Dios para comunicar a los hijos de los hombres o a la Iglesia, ¿qué fue lo que tuvo que combatir todo el día? Fueron los prejuicios del pueblo; y, en muchas ocasiones, no podía ni se atrevía a revelar la palabra de Dios al pueblo, por temor a que se levantaran y la rechazaran. ¿Cuántas veces vaciló? No era que tuviera miedo en particular; sino que tenía que velar por el bienestar y la salvación del pueblo.

Si el profeta José hubiera revelado todo lo que el Señor le manifestó, en muchos casos habría provocado el derrocamiento del pueblo; por lo tanto, tuvo que tratarlos como a niños, y alimentarlos con leche, y desplegar principios gradualmente, conforme podían recibirlos.

¿Fue todo esto porque era tan difícil comprender los principios correctos? No; fue porque éramos bebés y niños, y no podíamos entender.

¿Cómo es ahora, bajo la administración del presidente Young? Muy similar, en este aspecto. A menudo ha encontrado muy difícil hacer que el pueblo entienda las cosas como el Señor se las ha revelado.

Nosotros mismos no nos hemos deshecho de nuestros males. Tenemos tanta justicia profesada y tantas tradiciones necias dentro de nosotros, que muchas veces nos sentimos indignados ante los principios justos, cuando Dios los revela. ¿No te has sentido así, hermanos y hermanas? Sé que lo han hecho, y ustedes saben que lo han hecho.

¿Cuál es la razón de esto? Es porque no entienden las leyes celestiales, ni los principios que gobiernan a las inteligencias en los mundos eternos; es porque no entienden lo que está mejor calculado para elevar, ennoblecer y exaltar tanto en este mundo como en el venidero; y por eso muchos vacilan, tropiezan y caen en el camino.

Como consecuencia de estas cosas, frecuentemente somos llevados a la oscuridad, la esclavitud y la duda, debido a nuestra supina ignorancia y las tradiciones que nos han rodeado; pues todas tienen su influencia sobre nosotros, y parece que no podemos romper las cadenas de nuevo. Hay algo en nuestra naturaleza también que está mezclado con nuestra misma existencia. Creo que las Escrituras dicen que el hombre es inclinado al mal como las chispas vuelan hacia arriba, y no solo inclinado al mal, sino a apartarse de Dios.

Todos estamos apuntando hacia la gloria celestial. ¿No lo saben? Hablamos de ello, y hablamos de ser reyes y sacerdotes para el Señor; hablamos de estar entronizados en los reinos de nuestro Dios; hablamos de ser reinas y sacerdotisas; y hablamos, cuando nos subimos a nuestros “zapatos de tacón alto”, de poseer tronos, principados, poderes y dominios en los mundos eternos, cuando al mismo tiempo muchos de nosotros no sabemos cómo comportarnos mejor que un burro.

A pesar de nuestras palabras y nuestras deficiencias, hay una realidad en estas cosas, y Dios está decidido, si es posible, a hacer algo de nosotros. Para lograr esto, tiene que probarnos y demostrarnos principios, para desarrollar los males que están dentro de nosotros, y mostrarnos, al colocarnos en diversas posiciones y someternos a diversas pruebas, lo que somos—para mostrarnos nuestras debilidades y locuras, para que aprendamos a apoyarnos y depender solo de él. Probará a los hombres y los demostrará, para ver si sus corazones son puros; porque él planea tomar un curso con nosotros que sacará a la luz el mal; y nos tocará en esa parte que lo desarrollará, porque sabe qué parte tocar para hacernos revelar lo que hay en nosotros.

Muchos de nosotros nos sentimos como uno de los reyes de Israel cuando el antiguo profeta le dijo que lucharía contra Israel, que abriría el vientre de las mujeres y pisotearía a los niños. El rey respondió: “¿Es tu siervo un perro, que deba hacer estas cosas?” El Espíritu de Dios en el profeta sabía que así sería, y no pasó mucho tiempo antes de que él hiciera justamente eso. Y muchos de ustedes, si les hubieran dicho que harían ciertas cosas, habrían exclamado: “¿Es tu siervo un perro, que deba hacer estas cosas?” Sin embargo, muchos de ustedes han hecho cosas que les daría vergüenza que sus vecinos supieran; pero no les dio vergüenza que Dios y los ángeles lo supieran.

La luz del Espíritu Santo manifiesta las obras de los hombres, y el Espíritu de Dios es como una “espada de dos filos, que divide las coyunturas y los tuétanos”, rompiendo, separando, cortando, perforando, penetrando, desarrollando y revelando principios de los que somos casi completamente ignorantes hasta que se desarrollan.

Cuando ves tu ignorancia y necedad, tiendes a decir: “Pensé que era una persona inteligente, buena, capaz; pero he descubierto que soy un necio, y que no puedo hacer nada para establecer la rectitud en la tierra, a menos que el Señor Dios me ayude a hacerlo.” Cuando el Espíritu del Dios viviente fue derramado más abundantemente sobre ti, desarrolló principios que antes estaban latentes en ti. Ese Espíritu te permite verte a ti mismo como el Señor te ve.

Ninguna prueba es agradable en el presente, sino dolorosa de soportar; pero las pruebas traen bendiciones cuando se soportan con paciencia. Las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas; y mientras miramos las cosas visibles, somos propensos a descuidar las que no se ven. Cuando vemos las cosas a la luz del Espíritu y las comparamos con las que están por venir, decimos: “Es el Señor; que haga lo que le parezca bien.”

El mundo ha sido apóstata durante generaciones pasadas: ha estado bajo el dominio del príncipe del poder del aire, incluso el dios de este mundo, que gobierna en los corazones de los hijos de desobediencia. Como he dicho antes, han estado equivocados en sus asuntos nacionales, en sus asuntos políticos, en su religión, y en todo.

¿Qué va a hacer Dios para corregir al mundo? Nosotros somos el pueblo que ha sido llamado para hacer su obra; y si es así, él debe corregirnos a nosotros primero. Somos un pequeño núcleo, un simple puñado, que él ha seleccionado entre las naciones, para poner su nombre entre nosotros. Sí, somos ese pueblo, con todos nuestros defectos, debilidades y vanidades. Reconocemos la mano de Dios; reconocemos al Profeta de Dios y las enseñanzas del Altísimo, y nos sentimos dispuestos a ser gobernados por esas enseñanzas.

Ahora, ¿estamos involucrados en una obra pequeña? Estamos aquí en las cimas de las montañas, tal como el profeta dijo que estaríamos. “Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa del Señor será establecido en las cimas de los montes, y será exaltado sobre los collados; y todas las naciones correrán a él. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y él nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.” (Isaías 2:2-3). El reino de Dios tiene que ser establecido en la tierra, y la justicia tiene que ser introducida.

Primero debemos aprender a someternos a la voluntad de Dios nosotros mismos, a través de diversas pruebas, persecuciones y el desarrollo de nuestras debilidades e imperfecciones, y así aprender a apreciar la bondad y las bendiciones que fluyen de él. Debemos ver que nosotros mismos primero aprendamos la obediencia, y luego enseñar a otros. Pero, ¿cómo podemos enseñar a otros una lección que no hemos aprendido nosotros mismos?

No hay ninguna nación ahora que reconozca la mano de Dios; no hay un rey, potentado ni gobernante que reconozca su jurisdicción. Hablamos de cristianismo, pero es un completo disparate. Los hombres hablan de civilización; pero no quiero decir mucho al respecto, porque he visto suficiente de ella. Yo mismo y cientos de los élderes a mi alrededor hemos visto su pompa, su desfile y su gloria; ¿y qué es? Es un bronce que resuena y un címbalo que retiñe; es tan corrupta como el infierno; y el diablo no podría inventar un mejor instrumento para extender su obra que el cristianismo del siglo XIX.

¿Cómo van a ser redimidas las naciones? ¿Cómo se va a plantar el reino de Dios en la tierra? ¿Será por la predicación o por el poder? ¿Será por el curso natural de los acontecimientos o por persuasión moral? ¿Será por el derramamiento de los juicios de Dios sobre las naciones? ¿Será por reinos que sean derrocados y imperios que se derrumben en ruinas? ¿Cómo va a suceder? Yo respondo: Estas cosas se lograrán mediante la guía del Señor a través de sus profetas que están en medio de nosotros. ¿No lo ven, hermanos?

¿Cómo vamos a disponer de ese ejército en nuestras fronteras? ¿Van a luchar contra nosotros o van a regresar? ¿O qué se va a hacer? Ahora, ¿quién puede decirnos cómo serán estas cosas? Estas son cosas muy pequeñas, y nos muestran la imperfección de nuestro juicio y cuán poco sabemos sobre las cosas que nos rodean—cuán poco sabemos de las cosas que están por suceder, excepto que Dios las revele a través de sus siervos los profetas.

Si seguimos un curso correcto y magnificamos nuestro llamamiento ante Dios, entonces todo lo demás estará bien; porque “ciertamente el Señor Dios no hará nada, sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas.” Entonces, es para nosotros creer lo que los profetas dicen.

Los sectarios profesan creer en la Biblia, pero no permitirán que el Señor tenga profetas. Pero nosotros escucharemos y trataremos de guardar los mandamientos de nuestro Dios.

Ahora estoy llegando a algunas cosas más pequeñas que aquellas de las que he estado hablando. ¿Puede alguno de ustedes decirme cómo va a conseguir la ropa del próximo año? Ningún hombre puede ser independiente si depende de otros; ninguna nación puede ser independiente si depende de otra nación para su sustento.

Adán fue expulsado del jardín después de caer y tuvo que cuidarse a sí mismo. Sin duda, fue enseñado a hilar, tejer y cultivar lino. Leemos que Abel criaba ovejas, por lo que debió saber algo sobre el uso de la lana. Caín era labrador, y se dedicaba a cultivar trigo, maíz, calabazas, cebollas, remolachas, zanahorias y cosas similares.

¿Con qué se cubrió Adán al principio? Se nos dice que él y su esposa usaron hojas de higuera para cubrirse. ¡Era una situación bastante precaria! No tenían muchas mantas ni muchos sombreros o bonetes. No había comerciantes para vender, ni fabricantes más que ellos mismos en esos días. Ciertamente, estamos mejor que él, porque hemos avanzado; pero no podremos ser independientes hasta que podamos hacer nuestros propios zapatos, vestidos, chales, bonetes, pantalones, sombreros y todas las cosas que necesitamos. Cuando podamos hacer estas cosas, cultivar nuestra propia comida y fabricar todo lo que necesitamos entre nosotros, entonces seremos independientes de los demás.

Hemos hablado de ser reyes y sacerdotes; pero tendremos que empezar desde el ABC, y aprender a cuidar de nuestros cueros de res, asegurarnos de que se curtan en buen cuero, cuidar de nuestras ovejas y no dejarlas ser destruidas como ha sucedido antes; y, en conexión con todo esto, debemos asegurarnos de que somos Santos, y vigilar atentamente a los diablos.

Un hermano me habló sobre las ovejas el otro día. Dijo que creía que 50 de cada 75 corderos en este Territorio han sido destruidos por falta de una mejor atención.

Tenemos que hacer que nosotros mismos, nuestras esposas y nuestros hijos estén cómodos; y debemos hacerlo con los elementos que nos rodean en estos valles; y si no lo hacemos, encontraremos aplicable a nosotros el dicho de Jesús: “Los hijos de este mundo son más sagaces en su generación que los hijos de luz.” Aprendamos a cuidarnos a nosotros mismos.

Mientras dependamos de otros, estamos en una mala posición para observar la situación de los Estados Unidos en este momento. Afortunadamente, estamos preservados de sus problemas comerciales. Nuestro propio aislamiento nos preserva de bancos rotos y créditos ruinosos. Solo usemos nuestro juicio y el debido cuidado e industria, y estaremos libres de mil contingencias a las que estamos expuestos cuando dependemos de otros.

Si cuidamos nuestro trigo, seremos independientes en ese aspecto, y ese será un punto ganado; y debemos continuar haciendo lo mismo con cada cosa, hasta que hayamos ganado cada punto y logremos lo que nos proponemos.

Tenemos más talento para la manufactura entre nosotros que en cualquier otra comunidad de igual tamaño que haya conocido, y aun así somos dependientes.

Si el Señor nos dice qué hacer, lo haremos, ya sea luchar contra ejércitos o cualquier otra cosa; y con la ingeniosidad que tenemos aquí, nos pondremos a trabajar para fabricar nuestra propia ropa; y, según la palabra del Señor, dejaremos que nuestro adorno sea el de la obra de nuestras propias manos.

Aprendamos principios correctos, para que podamos gobernarnos espiritualmente y temporalmente, y enseñar a nuestros hijos y a la posteridad que surge de nosotros, para que podamos obtener una exaltación en el reino celestial de nuestro Dios.

Los siervos de Dios, si somos fieles, nos enseñarán e instruirán en las cosas de Dios; y creceremos en virtud, inteligencia, santidad y pureza, y aprenderemos a entender las leyes correctas; y nuestros gobernantes serán de entre nosotros, y nuestro Gobernador será uno de nosotros—uno designado por el Señor, no por el Diablo.

Cuando Sión esté establecida en su belleza, honor y gloria, los reyes y príncipes de la tierra vendrán, para que puedan obtener información y enseñar lo mismo a su pueblo. Vendrán como lo hicieron para aprender la sabiduría de Salomón.

Tenemos la inteligencia y la ingeniosidad entre nosotros para hacer todo lo que se requiera, y debemos ponernos a trabajar; y, a medida que el Señor nos dé sabiduría y revelación de vez en cuando, llevaremos a cabo sus propósitos y sus designios; cumpliremos los deberes que se nos requieran, y magnificaremos nuestros llamamientos, para que estemos preparados, a través de un largo curso de instrucción y experiencia, para entrar en la gloria celestial con las inteligencias que rodean el trono de Dios.

Hermanos, oro para que Dios nos bendiga, ilumine nuestras mentes, nos guíe en el camino de la verdad y nos salve en su reino, en el nombre de Jesucristo. Amén.


Resumen:

En este discurso, el élder John Taylor aborda varios temas fundamentales para los Santos de los Últimos Días, como la autosuficiencia, la dependencia de los demás, y el llamado a ser un pueblo santo y justo. Utiliza el ejemplo de Adán, que después de la caída tuvo que aprender a cuidar de sí mismo, y subraya que los santos también deben ser autosuficientes, tanto en lo temporal como en lo espiritual. Habla de la importancia de producir sus propios bienes, desde alimentos hasta ropa, para no depender de otros. Además, recalca que esta autosuficiencia no solo es material, sino también moral y espiritual. Los santos deben aprender a vivir de acuerdo con los principios correctos y someterse a la voluntad de Dios, para poder enseñar esos mismos principios a otros.

Taylor también menciona la necesidad de los santos de aprender a gobernarse a sí mismos, a sus familias y a su comunidad, mientras se preparan para el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Señala que la independencia, la autosuficiencia y la obediencia a los principios revelados son esenciales para el crecimiento espiritual y para alcanzar la exaltación en el reino celestial.

El discurso concluye con una visión profética: cuando Sión esté completamente establecida, los reyes y príncipes de la tierra vendrán a aprender de los santos, tal como lo hicieron con el rey Salomón. Finalmente, Taylor ora para que los santos sean bendecidos con la iluminación y sabiduría necesarias para seguir el camino de Dios y alcanzar la salvación.

El discurso de John Taylor resalta una verdad esencial para los santos: la autosuficiencia no es solo una cuestión práctica, sino una condición espiritual que les permite depender directamente de Dios en lugar de depender de las circunstancias del mundo. Esta autosuficiencia es la preparación necesaria para establecer el reino de Dios en la tierra, un reino que no solo está compuesto de justicia y rectitud, sino también de principios correctos que promueven la independencia material y espiritual.

Taylor nos recuerda que el crecimiento personal y colectivo comienza con el aprendizaje de principios correctos y su aplicación diaria. La autosuficiencia material va de la mano con la obediencia a las leyes de Dios, ya que al cultivar nuestras habilidades y talentos, no solo cuidamos de nosotros mismos y nuestras familias, sino que también nos preparamos para ser parte activa del establecimiento del reino de Dios.

La reflexión final nos lleva a entender que este proceso de autosuficiencia es tanto un desafío como una bendición, porque al enfrentar pruebas y dificultades, Dios nos está refinando para hacernos aptos para su reino. Taylor destaca la importancia de la obediencia y la humildad ante los mandamientos de Dios y la guía de sus profetas. La autosuficiencia no solo nos protege de las crisis externas, sino que también fortalece nuestra conexión con Dios y nos prepara para una vida de servicio y exaltación en su reino celestial.

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