Conferencia General de Octubre 1960
Clamemos al Arrepentimiento
por el Presidente Joseph Fielding Smith
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Deseo leer parte de las instrucciones que nuestro Redentor dio a sus discípulos en este continente justo antes de dejarlos:
“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y después de haber sido levantado sobre la cruz, para atraer a todos los hombres a mí, a fin de que, así como he sido levantado por los hombres, así los hombres sean levantados por el Padre, para comparecer ante mí, para ser juzgados de sus obras, sean estas buenas o sean malas.
“Y por esta causa he sido levantado; por lo tanto, según el poder del Padre, atraeré a todos los hombres a mí, para que sean juzgados de acuerdo con sus obras.
“Y acontecerá que cualquiera que se arrepienta y sea bautizado en mi nombre, será lleno; y si persevera hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre en aquel día en que yo me presente para juzgar al mundo.
“Y el que no persevere hasta el fin, ese será igualmente cortado y echado al fuego, de donde no podrá regresar más, a causa de la justicia del Padre.
“Y esta es la palabra que él ha dado a los hijos de los hombres. Y por esta causa cumple las palabras que él ha dado, y no miente, sino que cumple todas sus palabras.
“Y ninguna cosa inmunda puede entrar en su reino; por lo tanto, nada entra en su reposo, sino aquellos que han lavado sus vestiduras en mi sangre, por motivo de su fe, y del arrepentimiento de todos sus pecados, y de su fidelidad hasta el fin.
“Ahora bien, este es el mandamiento: Arrepentíos, todos los confines de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que podáis permanecer sin mancha ante mí en el día postrero” (3 Nefi 27:14-20).
No sé de nada más importante o necesario en este momento que clamar al arrepentimiento, incluso entre los Santos de los Últimos Días. Llamo tanto a ellos como a aquellos que no son miembros de la Iglesia a prestar atención a estas palabras de nuestro Redentor. Él ha declarado definitivamente que ninguna cosa inmunda puede entrar en su presencia. Solo aquellos que se demuestren fieles y hayan lavado sus vestiduras en su sangre mediante la fe y el arrepentimiento hallarán el reino de Dios.
Hoy nos enfrentamos a múltiples tentaciones que llegan a nosotros a través de los medios, en particular por la televisión, y de otras formas, diseñadas para apartarnos de guardar los mandamientos de Dios. Quiero alzar una voz de advertencia a los miembros de la Iglesia, especialmente a los jóvenes. No presten atención a la publicidad malvada y maliciosa del tabaco ni del licor. La publicidad del tabaco en la actualidad es una de las mayores ofensas y crímenes ante nuestro Padre Celestial, y aquellos que la promueven tendrán que rendir cuentas un día. Lo hacen por codicia, pero nosotros no debemos ceder a estas tentaciones ni a la propaganda de cosas que son perjudiciales para el cuerpo y condenadas por nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo, en contra del evangelio que nos han dado.
Hay quienes entre nosotros están inclinados a escuchar estas tentaciones y participar en entretenimientos diseñados para llevarnos a campos prohibidos, a participar de cosas condenadas por el Señor, lo cual no es adecuado para aquellos que han hecho convenio con Él de guardar sus mandamientos.
Quiero dedicar un momento a hablar específicamente sobre este hábito repugnante del tabaco. Creo que algunas mujeres en este país están llegando a ser peores que los hombres en este aspecto. Los anunciantes buscan influenciar a las mujeres, las madres de los niños. Al conducir por las calles de Salt Lake City, a veces veo mujeres en casi cada esquina o entre cuadras con cigarrillos en la boca, tres o cuatro mujeres por cada hombre. Temo que algunas de ellas sean miembros de la Iglesia. No podemos permitirnos apartarnos ni a la derecha ni a la izquierda de los mandamientos del Señor si deseamos entrar en su reino.
Nuestros cuerpos deben estar limpios. Nuestra forma de pensar debe ser limpia. Debemos tener en nuestro corazón el deseo de servir al Señor y guardar sus mandamientos; recordar nuestras oraciones y buscar con humildad la guía que proviene del Espíritu del Señor. Eso nos traerá salvación. Nunca obtendremos la salvación mediante la violación de los convenios y mandamientos que nos llevan a la vida eterna.
No hay tiempo para decir más que esto. Estas pocas palabras tendrán que bastar. Tengo mucho en mente, pero puedo llevar esas ideas a las conferencias de estaca.
Que el Señor los bendiga a todos, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























