Capitulo 9
Algunas cosas que hemos
Aprendido Juntos
con Jeffrey R. Holland
y Patricia T. Holland
El matrimonio es la más elevada y la más santa de todas las relaciones humanas, o al menos debería serlo. Ofrece oportunidades interminables para la puesta en práctica de cada virtud cristiana, así como para la demostración del verdadero amor divino. El matrimonio puede ser también el escenario de la lucha y la dificultad, especialmente si marido y mujer no trabajan juntos. Esta charla, celebrada en l983, está tal y como la hicimos: juntos.
JRH: Este año alcanzamos un hito en nuestra vida: Llevaremos tanto tiempo casados el uno con el otro, veintidós años, como el que estuvimos solteros. Seguro que esto puede justificar algún tipo de sabio consejo por nuestra parte. Aquel fatídico día de 1963 me dijeron que con el matrimonio había llegado el fin de mis problemas, pero no me di cuenta de a cuál fin se referían.
PTH: Lo que menos queremos hacer es sonar como unos santurrones, por lo que nuestra primera afirmación es que nuestro matrimonio no es perfecto, y para demostrarlo tenemos cicatrices confirmatorias. Para citar a mi padre: Las piedras de la cabeza de Jeff todavía no han cubierto los agujeros de la mía.
JRH: Así que, perdónennos por utilizar el único matrimonio que conocemos, aunque sea imperfecto, pero llevábamos cierto tiempo queriendo reflexionar en la mitad de la vida que hemos pasado juntos desde que éramos estudiantes en la Universidad
Brigham Young, y ver qué significado puede tener dentro de otros veintidós años, en caso de que tenga alguno.
PTH: Déjenme decirles que éste no va a ser el típico discurso sobre el matrimonio. Por un lado, vamos a intentar aplicar a todos, solteros o casados, las pequeñas lecciones que hemos aprendido. Por otro lado, tememos que demasiados de ustedes, especialmente la mujeres, estén excesivamente inquietos sobre el tema del discurso. Por favor, no se inquieten.
JRH: Al mismo tiempo, conozco unos pocos hombres que debieran estar un tanto más inquietos de lo que están. Hombres, inquiétense; o para sonar un poco más como las Escrituras: «Embarqúense en la inquietud».
PTH: Realmente creemos que el romance y el matrimonio, si van a llegar, lo harán de forma mucho más natural si los jóvenes se interesan mucho menos en ambas cosas. Del mismo modo, sabemos también que esto es fácil de decir, pero difícil de hacer. Es difícil porque gran parte de nuestra vida como jóvenes en la Iglesia está medida por una secuencia de tiempo precisa. Somos bautizados a los ocho años. A los doce, los varones son ordenados diáconos y las jóvenes ingresan en la Mutual. A los dieciséis salimos en citas, a los dieciocho nos graduamos de secundaria y a los diecinueve o veintiuno vamos a la misión.
JRH: Pero luego, de repente, todo está cada vez menos estructurado y se vuelve más incierto. ¿Cuándo nos casamos? ¡Seguro que en algún lugar de un manual de la Iglesia debe haber una fecha específica! Bueno, no la hay. Las cuestiones del matrimonio son mucho más personales de lo que pudiera permitirnos la edición de un calendario celestial. Así que nuestro nivel de ansiedad da un brinco.
PTH: Con este reconocimiento, somos conscientes de que algunas personas no se casarán durante los años de universidad, ni quizás en los años posteriores. Al hablar de este tema, no es nuestra intención hacerlo más doloroso de lo que ya lo es para esas personas; antes bien, queremos hacer algunas observaciones sobre nuestro propio matrimonio que pudieran ser de valor para todos, jóvenes, mayores, casados o solteros. Pedimos que el Señor nos bendiga y nos ayude a compartir algo de nuestra breve, ordinaria y, a veces, tumultuosa vida juntos. Otros veintidós años de trabajo en unión nos permitirían dar un discurso mucho mejor.
JRH: Tras esta larga introducción, no sé si éste es nuestro primer consejo o el último, pero, en cualquier caso, no se precipiten de manera innecesaria e innatural. La naturaleza tiene su propio ritmo y armonía, y haríamos bien en intentar encajar lo mejor que podamos en esos ciclos, más que lanzarnos frenéticamente contra ellos.
PTH: Al reflexionar en ello, los veintidós años me parece una edad demasiado joven para casarse, aunque para nosotros era el momento apropiado. Cuando sea apropiado, debemos hacerlo; para unos será más temprano o más tarde que para otros, pero no deben marchar tras un tamborilero arbitrario que parece estar tocando una cadencia delirante al paso de los años.
JRH: Veintiuno,
PTH: (Parece que me voy acercando…).
JRH: Veintidós,
PTH: (¿Alguna vez le encontraré?).
JRH: Veintitrés,
PTH: (Vaya, soy yo, soy yo).
JRH: Veinticuatro,
PTH: (¡Muerte, hazme tuya! ¡O tumba, recíbeme!).
JRH: Bueno, eso es un poco melodramático, aunque no mucho.
PTH: Conocemos a algunas personas, no muchas pero sí unas pocas, a quienes les ha entrado el pánico cuando ella…
JRH: O él…
PTH: …todavía no ha alcanzado el objetivo matrimonial que se fijó a los diez años de edad, o peor aún, el objetivo fijado por una tía bien intencionada cuya felicitación cada Navidad parece ser: «Bueno, ya has estado en la universidad durante todo un semestre. ¿Has encontrado al candidato perfecto?».
JRH: O ese tío ansioso que dice: «Ya hace seis semanas que regresaste de la misión. Me parece que las campanas de boda empezarán a sonar pronto, ¿verdad? Empezarán pronto, ¿verdad?».
PTH: Por supuesto que no somos los más apropiados para hablar de este aspecto en particular, ya que nos comprometimos treinta días después de que Jeff regresase de su misión.
JRH: Bueno, es que tenía un tío ansioso.
PTH: Pero tienes que recordar además que nos conocimos bien el uno al otro durante los dos años anteriores a comenzar a salir juntos. Entonces estuvimos saliendo en citas durante otros dos años antes de la misión de Jeff, y luego le escribí durante los dos años que estuvo fuera. Todo ello hace un total de seis años de amistad antes del compromiso. Además, las primeras veces que salí con Jeff no lo podía aguantar. (Digo esto para animar a las mujeres que estén saliendo con hombres a los que no pueden aguantar).
JRH: ¡Y yo dejo que lo haga para fortalecer a los hombres inaguantables!
PTH: Pues para demostrar que no estábamos cansados del juego de esperar, yo salí para Nueva York al día siguiente de comprometernos, dejando que Jeff se compenetrase con la universidad mientras yo estudiaba música y cumplía una misión de estaca a tres cuartos de continente de distancia. Con lo cual sumamos otros diez meses, por lo que es justo decir que no nos precipitamos.
JRH: Dejando a un lado los asuntos de los estudios, la misión, el matrimonio o cualquier otra cosa, la vida es para ser disfrutada en cada ámbito de nuestra experiencia y no debiéramos apresurarnos, retorcernos, truncarnos ni hacernos encajar en un programa innatural establecido de antemano, pero que puede no ser el plan personal que el Señor tenga para nosotros. Al volver la vista atrás nos damos cuenta de que probablemente nos hemos precipitado en demasiadas cosas, y hemos estado excesivamente ansiosos durante gran parte de nuestra vida; y hasta puede que también ustedes se sientan culpables de lo mismo. Puede que todos hayamos pensado que la vida de verdad aún está por venir, que está un poco más adelante en el camino.
PTH: No esperen para vivir. Obviamente, nuestra vida comenzó hace ya tiempo, veintidós años más para nosotros que para ustedes, y el reloj de arena sigue desgranando el tiempo de manera tan constante como que el sol sale cada día y que los ríos corren hacia el mar. No esperen a que la vida entre al galope y los barra del mapa, pues en realidad es un visitante mucho más tranquilo y peatonal. En una iglesia que entiende más sobre el tiempo y su relación con la eternidad que cualquier otra, nosotros, de entre todas las personas, debemos saborear cada momento, llenándolo hasta el borde de su capacidad con todas las cosas buenas de la vida, siendo la educación universitaria una de las más valiosas.
JRH: Permítanme añadir otra advertencia relacionada con esto. En mi vida profesional y eclesiástica con los jóvenes adultos, casi la misma segunda mitad de mi vida que corresponde con nuestro matrimonio, me he encontrado a menudo con hombres y mujeres jóvenes que buscan un compañero idealizado, alguien que es una amalgama perfecta de virtudes y atributos que han visto en sus padres, en sus seres queridos, en los líderes de la Iglesia, en las estrellas del cine y del deporte, en los líderes políticos o en otros hombres y mujeres maravillosos a los que puedan haber conocido.
PTH: Ciertamente, es muy importante que hayan considerado esas cualidades y atributos que ustedes admiran en otras personas y que deben estar adquiriendo. Pero recuerden que cuando algunos jóvenes han hablado con la hermana Camilla Kimball acerca de lo maravilloso que debe ser el estar casada con un profeta, ella les ha dicho: «Sí, es maravilloso estar casada con un profeta, pero no me casé con un profeta sino con un ex misionero». Consideren la siguiente declaración del presidente Kimball sobre el tomar decisiones con los pies sobre la tierra:.
JRH: «Dos personas con antecedentes diferentes aprenden pronto, tras la ceremonia del matrimonio, que deben hacer frente a la cruda realidad. Ya no hay más vida de fantasías ni de ensueños; debemos bajar de las nubes y poner los pies en tierra firme…
«Uno llega a darse cuenta muy pronto tras el matrimonio que el cónyuge tiene debilidades que no habíamos descubierto o que no se nos habían revelado previamente. Las virtudes que durante el cortejo eran magnificadas de manera constante ahora se van empequeñeciendo, mientras que las debilidades que parecían tan pequeñas e insignificantes durante el noviazgo crecen ahora hasta proporciones considerables… Siendo esto real, todavía es posible lograr la felicidad duradera… Se encuentra al alcance de cada pareja, de cada matrimonio. Lo de las ‘almas gemelas’ es algo de ficción, un espejismo; y aun cuando todo buen varón joven y toda buena jovencita buscarán diligentemente y con fidelidad encontrar a un compañero con el que la vida pueda ser más compatible y hermosa, de todos modos casi todo buen varón y mujer joven pueden ser felices y tener un matrimonio exitoso si ambos están dispuestos a pagar el precio» (Marriage and Divorce [Salt Lake City: Deseret Book, 1976], págs. 13,18).
PTH: En cuanto a esto, déjennos compartir con ustedes un poco de nuestra «cruda realidad». De vez en cuando Jeff y yo tenemos conversaciones que nos hacen «bajar de las nubes», para emplear la frase del presidente Kimball. ¿Quieren saber lo que le he dicho que él hace y que me irrita mucho? Que siempre va con prisa a todas partes, dos, tres o cinco metros delante de mí. Ya he aprendido a llamarle en voz alta y a decirle que me guarde un sitio cuando llegue a su destino.
JRH: Bueno, ya que estamos revelando secretos, ¿quieren saber qué es lo que me molesta a mí? Que ella siempre llega tarde, por lo que siempre tenemos que correr a todas partes, yendo yo dos, tres o cinco metros delante de ella.
PTH: Hemos aprendido a reírnos un poco del asunto, así como a transigir. Yo presto más atención a la hora y él aminora la marcha uno o dos pasos, lo cual nos permite ir de la mano alguna que otra vez.
JRH: Pero todavía no lo hemos solucionado todo, como lo de la temperatura de las habitaciones. Yo solía bromear sobre los Santos de los Últimos Días estudiosos de las Escrituras que se preocupaban por la temperatura corporal de los seres trasladados, pero ya no bromeo más al respecto, pues ahora estoy seriamente preocupado por la temperatura corporal de mi esposa. Ella se cubre con una manta eléctrica once meses al año. ¡Hasta sufre de hipotermia durante la celebración del 4 de julio! (Pleno verano en el hemisferio norte). Se descongela desde las 2:00 hasta las 3:30 de la tarde del 12 de agosto y luego es hora de volverse a abrigar.
PTH: Mira quién habla, el que cada noche abre la ventana de par en par, como si fuera el explorador aquel que iba en busca del Polo Norte. Pero si alguien sugiere ir a correr una mañana de invierno, él comienza a quejarse como si fuera un sabueso malherido. El señor Pura Salud necesita oxígeno hasta para atarse la correa de los zapatos.
JRH: En relación a aquello de tener antecedentes diferentes, podría resultar difícil pensar que dos jóvenes de St. George pudieran tenerlos, o que incluso pudieran tener cualquier tipo de antecedente. Pero en cuanto a los asuntos financieros, Pat procede de una familia en la que su padre era muy cuidadoso con el dinero, y por tanto siempre tenía una pequeña cantidad que compartir generosamente; mientras que el mío se crió sin dinero alguno, pero acabó gastándolo tan generosamente como si lo tuviera. Ambas familias eran muy felices, pero cuando los dos nos casamos fue un «Viva la vida…»
PTH: «…y el que reparte se lleva la mejor parte». Lo cual nos introduce en otra de esas «crudas realidades» del matrimonio. Cito al élder Marvin. Ashton en un discurso que dio a los miembros de la Iglesia:
«¿Cuán importante es la administración del dinero en el matrimonio y en los asuntos familiares? Es tremendamente importante. La Asociación de Abogados de los Estados Unidos anunció recientemente que el 89 por cien de todos los divorcios se deben a disputas relacionadas con el dinero. [Otro estudio] estimaba que el 75 por ciento de todos los divorcios son consecuencia de discusiones sobre las finanzas. Algunos consejeros profesionales indican que cuatro de [cada] cinco familias tienen serias dificultades con asuntos de dinero… Una futura esposa haría bien en no preocuparse por la cantidad que su futuro esposo puede ganar en un mes, sino en cómo él administrará el dinero que llegue a sus manos… Un futuro esposo que está prometido a una mujer que lo tiene todo hará bien en echar otro vistazo y observar si ella tiene algún sentido de la administración del dinero» («One for the Money», Ensign, Julio de 1975, pág. 72).
El control de sus circunstancias financieras es otra de esas «destrezas matrimoniales» (y lo ponemos entre comillas) que obviamente a todo el mundo le importa mucho antes de casarse. Una de las grandes leyes del cielo y de la tierra dice que los gastos necesitan ser menores que los ingresos. Ustedes pueden reducir la ansiedad, el dolor y un temprano desacuerdo marital —de hecho, ¡pueden reducir la ansiedad, el dolor y el desacuerdo marital de sus padres ahora mismo!— si aprenden a administrar un presupuesto.
JRH: Como parte de este aviso financiero general, recomendamos, en caso necesario, la «cirugía plástica» tanto para el esposo como para la esposa. Es una operación sin dolor que les puede proporcionar más autoestima que una simple operación de nariz o de reducción de cintura. Simplemente, corten sus tarjetas de crédito. A menos que estén preparados para utilizar estas tarjetas bajo las condiciones y restricciones más estrictas, no deben emplearlas para nada, por lo menos no al dieciocho, ni al veintiuno, ni al veinticuatro por ciento de interés. No existe conveniencia conocida para el hombre moderno que haya puesto en peligro la estabilidad financiera de una familia, especialmente la de familias jóvenes, como lo ha hecho la omnipresente tarjeta de crédito. «¿No salir de casa sin ella?», como dice irónicamente el anuncio de televisión. Ése es exactamente el motivo por el cual él se va de casa…
PTH: …¡y por el cual ella lo deja a él! Permítanme parafrasear algo que el presidente J. Reuben Clark dijo una vez en una conferencia general:
«[La deuda] nunca duerme, no enferma ni muere; nunca va al hospital; trabaja domingos y festivos; nunca se va de vacaciones; …nunca está cansada de trabajar…; no compra comida; no lleva ropa; no vive en una casa…; nunca tiene bodas, ni nacimientos ni defunciones; no tiene amor ni conmiseración; es tan dura y desalmada como un barranco de granito. Una vez en ella, [la deuda] es nuestra compañera cada minuto del día y de la noche; no podemos apartarnos ni alejarnos de ella; no pueden mandarle que se marche; y siempre que se crucen en su camino o no puedan cumplir con sus demandas, ella los aplastará» (Conference Repon, abril de 1938, pág. 103).
JRH: La religión de ustedes debe protegerlos contra la inmoralidad, la violencia o cualquier otro número de tragedias familiares que están asolando a los matrimonios por toda la tierra; y si se lo permiten, su religión les protegerá de igual modo contra la desesperación financiera. Paguen sus diezmos y ofrendas en primer lugar. No existe una mayor protección financiera que se les pueda ofrecer. Luego, simplemente administren lo que les quede para el resto de ese mes. Hagan que lo que tengan les alcance y arréglenselas sin lo que no necesiten. Digan no. Pueden tener la cabeza bien alta aún cuando sus ropas no sean las más elegantes, ni su casa la más regia, por la sencilla razón de que no está doblada ni inclinada por la despiadada carga de la deuda.
PTH: Bueno, hemos dicho más sobre el dinero de lo que era nuestra intención, pues recordamos cómo nos fue cuando nosotros estábamos empezando.
JRH: Todavía me acuerdo de cómo nos fue el mes pasado.
Este último tema es el más difícil de todos y probablemente el más importante. Espero que podamos ser capaces de transmitir nuestros sentimientos al respecto. Se ha dicho mucho acerca de lo inapropiado de la intimidad antes del matrimonio. Éste es un mensaje que esperamos continúen oyendo a menudo y que honren con la integridad que se espera de un hombre o de una mujer Santo de los Últimos Días. Mas ahora deseamos decir algo referente a la intimidad después del matrimonio, una intimidad que va mucho más allá de la relación física de la cual disfruta una pareja casada. Este aspecto nos parece que es la esencia del verdadero significado del matrimonio.
PTH: El matrimonio es la más elevada, santa y sagrada de las relaciones humanas, y a causa de ello, es la más íntima. Cuando Dios creó a Adán y a Eva antes de que existiese la muerte para separarlos, les dijo: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis 2:24). Para reforzar la metáfora de esa unidad, las Escrituras indican que Dios había tomado de manera figurada una costilla del costado de Adán para crear a Eva, no la tomó de la frente para que ella lo guiase, ni de la espalda para que lo despreciase, sino del costado, debajo del brazo y cerca del corazón. Allí, hueso de sus huesos y carne de su carne, esposo y esposa debían estar unidos en todos los aspectos, uno al lado del otro. Debían entregarse completamente el uno al otro, allegarse el uno al otro y a nadie más (véase D&C 42:24).
JRH: El entregarnos completamente a otra persona es el paso de mayor confianza y más decisivo que podamos dar en la vida, pues se trata de un riesgo y de un acto de fe. Ninguno de nosotros que avanzamos hacia el altar parecemos tener la confianza de revelar a otra persona todo lo que somos, todas nuestras esperanzas, nuestros temores, nuestros sueños y nuestras debilidades. La seguridad, el sentido común y la experiencia de este mundo nos sugieren que aguardemos un poquito y que no llevemos el corazón en la mano, donde puede ser herido fácilmente por alguien que sepa demasiado de nosotros. Tal y como Zacarías dijo de Cristo, tememos ser «heridos en casa de [nuestros] amigos» (Zacarías 13:6).
Pero ningún matrimonio vale realmente la pena, al menos en el sentido en que Dios espera que nos casemos, si no invertimos plenamente todo lo que tenemos y todo lo que somos en esa otra persona que se ha unido a nosotros mediante el poder del santo sacerdocio. Sólo cuando estamos dispuestos a compartir la vida en su totalidad, Dios nos halla dignos de dar vida. La analogía de Pablo para este compromiso completo fue la de Cristo y la Iglesia. ¿Podría Cristo haberse retraído aún en los momentos más vulnerables de Getsemaní o del Calvario? A pesar del dolor que pudiera haber en ello, ¿podría haber fracasado al dar todo lo que era y todo lo que tenía para la salvación de Su Iglesia, Sus seguidores, aquéllos que tomarían sobre sí Su nombre hasta en el convenio del matrimonio?
PTH: De la misma manera, Su Iglesia no puede ser reacia, aprensiva o dubitativa en su compromiso con Aquél a quien pertenecemos. Así es también con el matrimonio. Cristo y la Iglesia, el novio y la novia, el hombre y la mujer deben insistir en la unión más completa. Todo matrimonio mortal debe recrear el matrimonio ideal que anhelaron Adán y Eva, Jehová y los hijos de Israel. Al no retraerse y al no allegarse a ninguna otra persona, cada espíritu humano y frágil queda desnudo, por así decirlo, en manos de su cónyuge, como lo estuvieron nuestros primeros padres en aquel hermoso escenario del jardín. Por cierto que hay un riesgo. Seguro que se trata de un acto de fe. Pero el riesgo es algo esencial en el significado del matrimonio, y la fe tanto mueve montañas como calma el mar en tempestad.
JRH: Habremos empleado bien nuestro tiempo si podemos dejar en ustedes la impresión de la sagrada obligación que un esposo y una esposa tienen el uno para con el otro cuando la fragilidad, la vulnerabilidad y la delicadeza de la vida del uno quedan a cargo del otro. Pat y yo hemos vivido juntos durante veintidós años, apenas el tiempo que cada uno de nosotros había vivido de solteros antes del día de nuestra boda. Puede que no lo sepa todo acerca de ella, pero sé de ella todo los últimos veintidós años, y ella sabe lo mismo de mí. Conozco sus predilecciones y aversiones, y ella conoce las mías. Conozco sus gustos, intereses, esperanzas y sueños, y ella conoce los míos. A medida que nuestro amor va creciendo y que nuestra relación madura, hemos ido abriéndonos el uno al otro respecto a todo ello durante veintidós años, y el resultado es que sé con mayor claridad cómo ayudarla, y sé exactamente cómo herirla. Quizás desconozca todos los botones que hay que pulsar, pero conozco la mayoría de ellos, y ciertamente Dios me hará responsable por cualquier dolor que le cause al pulsar de manera intencionada los botones que le harán daño cuando ella ha estado confiando tanto en mí. Jugar con tal responsabilidad sagrada —su cuerpo, su espíritu y su futuro eterno— y explotarlo para mi beneficio, aún cuando sólo sea un beneficio emocional, me descalifica para ser su esposo y consigna mi triste alma al infierno. El ser así de egoísta significaría que soy un compañero de habitación legal que disfruta de su compañía, pero no su esposo en ningún sentido cristiano de esta palabra. No he sido como Cristo es para la Iglesia, no sería hueso de mis huesos, ni carne de mi carne.
PTH: Dios espera un matrimonio, y no un acuerdo ni un arreglo sancionado en el templo para vivir como una asalariada o como una ama de llaves. Estoy segura de que todos los que me oyen entienden la severidad del juicio que desciende sobre este tipo de compromisos casuales antes del matrimonio. Creo que todavía recaerá sobre mí un juicio más severo después del matrimonio si todo lo que hago es compartir la cama de Jeff, su trabajo, su dinero y hasta sus hijos. No existe el matrimonio a menos que, literalmente, nos compartamos el uno al otro, los buenos y los malos momentos, en enfermedad y en buena salud, en vida y en muerte. No es un matrimonio a menos que esté a su lado cuando me necesite.
JRH: No se puede ser una buena esposa, ni un buen esposo, ni un buen compañero de cuarto ni un buen cristiano sólo cuando nos «sentimos bien». Una vez un estudiante entró en el despacho del decano Lebaron Russell Briggs, en Harvard, y le dijo que no había cumplido con su asignación porque no se había sentido bien. Con los ojos clavados en el estudiante, el decano Briggs le dijo: «Sr. Smith, creo que con el tiempo quizás descubra que la mayoría del trabajo del mundo es hecho por personas que no se sienten muy bien» (citado por Vaughn ). Featherstone, «Self—Deal», New Era, noviembre de 1977, pág. 9).
Habrá días que serán más difíciles que otros, pero si dejan abierta la escotilla del avión porque deciden antes de despegar que quizás se bajarán a mitad del vuelo, les prometo que va a ser un viaje en el que van a tener mucho frío menos de quince minutos después del despegue. Cierren la puerta, abróchense los cinturones y aceleren al máximo. Ésa es la única manera de hacer que funcione el matrimonio.
PTH: ¿Es de llamar la atención que nos vistamos de blanco y vayamos a la casa del Señor y nos arrodillemos ante los administradores de Dios para comprometernos mutuamente con una confesión de la Expiación de Cristo? ¿De qué otro modo podemos traer la fortaleza de Cristo a esta unión? ¿De qué otro modo podemos traer Su paciencia, Su paz y Su preparación? Y por encima de todo, ¿de qué otro modo podemos traer Su permanencia y Su resistencia? Debemos estar tan fuertemente unidos que nada nos separe del amor de nuestro esposo o nuestra esposa.
JRH: Respecto a esto tenemos la más reconfortante de todas las promesas finales: El poder que nos une en rectitud es mayor que cualquier fuerza —cualquier fuerza— que intente separarnos. Ése es el poder de la teología de los convenios, el poder de las ordenanzas del sacerdocio y el poder del Evangelio de Jesucristo.
PTH: Permítanme compartir una experiencia que, aunque tomada de nuestro matrimonio, se aplica a ustedes en este momento, jóvenes o mayores, casados o solteros, conversos recientes o miembros de hace mucho tiempo.
Hace veintidós años, Jeff y yo, con el certificado de matrimonio en mano, nos dirigimos a la Universidad Brigham Young. Metimos todas nuestras pertenencias en un Chevrolet de segunda mano y emprendimos rumbo a Provo. No estábamos incómodos ni teníamos miedo, estábamos aterrorizados. Éramos dos pueblerinos de St. George, Utah, y allí estábamos, en Provo, en la Universidad Brigham Young, nuestro mundo.
Las personas de la oficina de alojamientos nos ayudaron mucho al darnos listas de apartamentos. El personal de matriculación nos ayudó a transferir algunos créditos de estudios ya cursados. Los del centro de empleo nos dieron sugerencias sobre dónde encontrar trabajo. Nos hicimos con algunos muebles y con algunos amigos. Más tarde nos dimos a la buena vida y salimos de nuestro apartamento de cuarenta y cinco dólares mensuales, dos habitaciones y una ducha, para ir a cenar a la cafetería del Centro Wilkinson. Estábamos impresionados y eufóricos, pero seguíamos estando aterrorizados.
JRH: Recuerdo una de esas hermosas tardes de verano en la que salimos de nuestro apartamento y fuimos hasta lo alto de la colina donde se levanta majestuoso el Edificio Maeser. Pat y yo íbamos de la mano, muy enamorados, las clases aún no habían comenzado y parecía haber mucho en juego. Éramos dos estudiantes no licenciados, sin nombre, sin rostro e insignificantes, que buscaban su lugar bajo el sol. Estábamos recién casados y cada uno confiaba su futuro tan plenamente en el otro que apenas éramos conscientes de ello en aquel momento. Recuerdo estar parado a medio camino entre el Edificio Maeser y la residencia del Rector, y de repente verme sobrecogido por el desafío que sentía: Una nueva familia, una nueva vida, una nueva educación, la falta de dinero y de confianza. Recuerdo haberme vuelto a Pat, abrazarla en la belleza de aquella tarde de agosto, reprimiendo las lágrimas, y decirle: «¿Crees que podremos lograrlo? ¿Crees que podemos competir con todas las personas de todos estos edificios, que saben mucho más que nosotros y que son más capaces? ¿Crees que hemos cometido un error?». Entonces le dije: «¿Crees que debemos dar marcha atrás y volver a casa?».
A modo de breve tributo a Pat en lo que ha sido un mensaje muy personal, creo que aquélla fue la primera vez que vi lo que volvería a ver en ella una y otra vez: el amor, la confianza, la resistencia, la certeza, el cuidadoso trato de mis temores y el sensible nutrir de mi fe, especialmente la fe en mí mismo. Ella, quien también debe haber estado atemorizada, especialmente en ese momento, se unió a mí de por vida, hizo a un lado sus propias dudas, cerró de un portazo la escotilla del avión y me ató al cinturón de seguridad. «Claro que podemos lograrlo», dijo. «Por supuesto que no nos vamos a casa». Entonces, de pie en aquel lugar, casi de manera literal bajo las sombras del atardecer de una casa a la que mucho después llamaríamos nuestro hogar, ella me recordó de manera amable que seguramente habría otras personas sintiéndose igual, que lo que temamos en el corazón era suficiente para seguir adelante y que nuestro Padre Celestial nos iba a ayudar.
PTH: Si ustedes van al patio al sur de la residencia del Rector, podrán ver el lugar donde estuvieron dos estudiantes de la Universidad Brigham Young recién casados, vulnerables y asustados, hace veintidós años, reprimiendo las lágrimas y enfrentándose al futuro con toda la fe de la que podían hacer gala. Hay noches en las que contemplamos ese lugar, especialmente las noches en las que las cosas han sido un poco difíciles, y recordamos aquellos días tan especiales.
Por favor, no sientan que ustedes son los únicos que alguna vez han sido vulnerables, o que han estado temerosos o solos, antes o después del matrimonio. Todo el mundo ha pasado por ello y puede que de vez en cuando todos volvamos a vivirlo. Ayúdense los unos a los otros, no hace falta estar casados para ello. Sean amigos, sean Santos de los Últimos Días. Y si están casados, no hay bendiciones mayores que puedan venir a su matrimonio que algunos problemas y dificultades a los que se enfrentarán si aceleran el motor y permanecen firmes en medio de todos los truenos, los relámpagos y las turbulencias.
JRH: Parafraseando a James Thurber en una de las mejores y más sencillas definiciones jamás dadas sobre el amor: «El amor es aquello por lo que pasamos juntos». Ello vale tanto para el matrimonio, como para padres e hijos, hermanos y hermanas, compañeros de cuarto y amigos, compañeros de misión y cualquier otra relación humana digna de ser disfrutada.
El amor, al igual que las personas, es puesto a prueba por la llama de la adversidad. Si somos fieles y enérgicos, la prueba nos templará y nos retinará, pero no nos consumirá. Disfruten de aquello que tengan, sean discípulos de Cristo, vivan dignos del matrimonio aunque no tengan planes próximos, y aprécienlo de todo corazón cuando se cumpla.
























