Capítulo 9
Como poner en práctica
los principios de la oración
Ya hemos hablado acerca de algunos importantes principios de la oración, pero ¿cómo podemos tenerlos siempre en cuenta? A través de los años he estado empleando un resumen de seis puntos claves que son fáciles de recordar. Por lo tanto, cada vez que debo esforzarme por ejercitar realmente mi fe en la oración, comparo mi esfuerzo con estos principios esenciales.
Un proceso para ejercitar la fe
Creer. Lo primero que debemos recordar es la simple palabra creer. Con esto quiero decir tener fe, no dudar y no temer. Jesús dijo que primeramente debemos creer y entonces recibiremos la bendición:
Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá (Marcos11:24)
Cuando empiece a orar, debe creer como si ya se le hubiera concedido lo que pida. Tal es la clase de creencia a que se refiere el Señor. Por supuesto, nuestra creencia y nuestra fe son en Jesucristo, quien tiene el poder para concedernos bendiciones como así también el deseo de concedérnoslas. Tenemos que concentrar siempre esta creencia en Cristo, sabiendo que Él hará lo que sea mejor para nosotros y confiar en que nuestras oraciones serán contestadas de acuerdo con Su voluntad.
Arrepentimos. El segundo punto a recordar es arrepentirse. Parte del arrepentimiento es “sacrificarse y pagar el precio”. Necesitamos saber qué es lo que tenemos que cambiar en nuestra vida, qué debemos hacer de diferente manera y entonces poner manos a la obra.
No me sorprende que estos dos primeros requisitos sean también los dos primeros principios del Evangelio: tener fe en el Señor Jesucristo y arrepentimos de nuestros pecados. Después de éstos, participamos del poder y las bendiciones de las ordenanzas, no solamente una vez, sino repetidamente. Al experimentar de nuevo las ordenanzas (participando de la Santa Cena y yendo al templo), podemos recibir fortalecimiento una y otra vez semanal-mente.
Orar. La tercera clave a recordar es que tenemos que orar como si todo dependiera de Dios. Al confiar en Él, atenerse a Su fuerza y a Su poder, recibimos nosotros mismos fortalecimiento y poder para ayudarnos hasta el fin.
Proceder. El cuarto principio es proceder como si todo dependiera de nosotros mismos. Un gran ejemplo de esto es la historia de Nefi, cuando debió regresar a Jerusalén para obtener las planchas de bronce. Él y sus hermanos intentaron hacer diferentes cosas para conseguir las planchas; y fracasaron una y otra vez. Pero Nefi no se daba por vencido. Él sabía que la voluntad del Señor era que tuvieran éxito en la empresa y no iba a abandonarla hasta haber hecho todo lo que pudiera hacer por su cuenta para lograr su propósito (véase 1 Nefi 3-4).
Esta historia contiene aún otro principio importante: El Señor revela Su voluntad muchas veces en varias fases. Lo hace así para exhortarnos a ejercitar nuestra fe de modo que podamos dar el próximo paso. Quizás pensemos que este principio es como andar caminado al borde de la luz. Tenemos que hacer todo lo que nos sea posible hacer, caminar hasta el borde de la luz y aun andar un trecho en la obscuridad, y entonces las luces de la revelación se nos encenderán nuevamente. Pero hasta que no caminemos hasta el borde de la luz y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance, con frecuencia no estaremos listos para recibir algo más del Señor.
Prepararnos para encarar pruebas rigurosas. El número cinco es prepararnos para las pruebas rigurosas de nuestra fe. Recuerde que cuando comience verdaderamente a procurar respuestas a sus oraciones, habrá fuerzas que harán todo lo posible por detenerle. Así que no se sorprenda cuando se le presente una oposición; en realidad, tendría que anticiparla desde el comienzo. Entonces, cuando desciendan en efecto las dificultades sobre usted y se aproxime al momento más angustioso, tendrá la oportunidad de descubrir cuán firme es la fe que tiene.
¿Se mantendrá erguido y fuerte ante la adversidad? ¿Continuará creyendo? ¿Seguirá adelante? ¿Pagará el precio requerido hasta recibir la bendición del Señor (o hasta que Él le diga que no es Su voluntad que continúe procurándola)? Haga todas estas cosas y soportará muy bien las pruebas, y se habrá acercado mucho más al punto en que recibirá las bendiciones que busca.
Esperemos ver que el brazo del Señor se nos revele. El número seis es que esperemos ver que se nos revele el brazo del Señor a favor nuestro. Siendo que usted ha hecho todo lo que el Señor le requería, tendrá entonces completa razón para creer que Él intervendrá y le ayudará.
Me agrada mucho la manera en que estas ideas empaquetan todo lo que se requiere para recibir respuestas a nuestras oraciones. Recuérdelas, medite sobre ellas cuando esté procurando recibir una contestación y evalúese a sí mismo:
¿Realmente creo! ¿Tengo fe en el Señor y en Sus promesas?
¿Me he arrepentido de mis pecados?
¿Oro como si todo dependiera del Señor?
¿Procedo como si todo dependiera de mí?
¿Estoy preparado para soportar intensas pruebas que determinen mi fe?
Después de haber hecho todas estas cosas, ¿espero sinceramente ver que el brazo del Señor se revele a mi favor? Cuando se encuentre en medio de la batalla y necesite ayuda adicional, recuerde los requisitos del Señor y Sus promesas, y podrá entonces seguir adelante con mayor seguridad.
El Señor está a la espera
Yo doy testimonio de que el Señor está listo para responder a nuestras oraciones y concedernos todo pedido justo. De esto encontramos un gran ejemplo en el libro de Alma y he reservado esta historia como un testimonio para este último capítulo.
Una mañana temprano, encontrándonos en familia leyendo el relato de las guerras en Alma, uno de mis hijos dijo: “Papá, no entiendo mucho de estos capítulos acerca de las guerras. Me gustaría que mejor leyéramos en cuanto a otras cosas”. Yo le respondí: “Bueno, todo esto está aquí por alguna razón valedera, hijo. Estoy seguro de que hay aquí algunos tesoros escondidos que todavía no hemos descubierto”.
Esa misma mañana encontramos una maravillosa descripción de cómo responde el Señor a nuestras oraciones. En Alma 58 leímos cómo los lamanitas y los nefitas se encontraban en medio de una batalla. Los nefitas estaban a punto de perder. No habían sido muy fieles pero, al encontrarse con problemas, recurrieron al Señor para que les ayudara.
“Por lo tanto”, dijeron los nefitas, “derramamos nuestras almas a Dios en oración, pidiéndole que nos fortaleciera y nos librara” (Alma 58:10). ¡Qué hermosa descripción de lo que solemos pedir con frecuencia—ser fortalecidos o ser librados de un problema.
Entonces obtuvimos otra clave sobre la oración. Los nefitas no simplemente oraron, sino que lo hicieron con fervor: “Derramamos nuestras almas en oración”. Así es como obtenemos las respuestas: orando con gran intensidad.
Note en el versículo siguiente cuán apaciblemente les llegaron las respuestas. El Señor realmente les contestó, pero bien podrían no haber escuchado la respuesta si no hubieran estado espiritualmente atentos.
Sí, y sucedió que el Señor nuestro Dios nos consoló con la seguridad de que nos libraría; sí, de tal modo que habló paz a nuestras almas, y nos concedió una gran/e, e hizo que en él pusiéramos la esperanza de nuestra liberación (Alma 58:11; cursiva agregada).
Tal vez los nefitas esperaban un milagro. Probablemente querían que vinieran ángeles a liberarlos, tal como sucedió una o dos veces en el Antiguo Testamento. Pero, ¿qué recibieron? El Señor les dio seguridad, paz, fe y esperanza. Él no destruyó directamente a sus enemigos, pero les concedió los dones que necesitaban para poder librarse por sí mismos.
El siguiente versículo demuestra el efecto que la respuesta del Señor tuvo en la gente:
Y cobramos ánimo con nuestro pequeño refuerzo que habíamos recibido [y usted podría quizás considerar que su propia fuerza o poder para realizar sus deseos es extremadamente pequeño], y se hizo fija en nosotros la determinación de vencer (Alma 58:12).
En otras palabras, el Señor infundió en estos hombres la voluntad y el poder para hacer lo que deseaban—comenzar con una firme determinación y seguir luchando. Después de contestadas sus oraciones, los nefitas prosiguieron hasta asegurar su libertad.
Cuando el Señor infunde esperanza, fe, paz y seguridad en la gente, ésta puede llevar a cabo grandes cosas. Esto, entonces, es frecuentemente lo que debemos procurar cuando pedimos ayuda—no un milagro que resuelva por nosotros el problema, sino un milagro en nuestro interior que nos ayude a lograr por nosotros mismos la solución, con la intervención y el poder del Señor.
Un testigo de la verdad
Al concluir este libro, quiero dar mi testimonio de la veracidad de lo que he dicho. Doy testimonio de que Dios nos ama. Él sabe dónde tenemos nuestro corazón. Él vive cada momento con cada uno de nosotros. Él ha sufrido nuestros dolores, nuestras aflicciones, nuestras tentaciones, nuestros males y todas nuestras enfermedades (véase Alma 7:11-12). Aun ha dicho que en el último día, cuando Él venga, veremos que “en todas [nuestras] aflicciones…, él fue afligido. Y el ángel de su presencia [nos] salvó; y en su amor y en su clemencia [nos] redimió, [nos] sostuvo y [nos] llevó todos los días de la antigüedad” (D. y C. 133:53). Yo estoy seguro de que Sus ángeles nos han salvado numerosas veces y que nosotros no lo supimos. ¿Puede alguien negar acaso Su gran amor por nosotros?
Yo le doy mi testimonio de que su fe en el señor Jesucristo y su determinación de seguir adelante pueden combinarse para obtener verdadero poder en su vida. Si usted continúa nutriendo y fortaleciendo esos sentimientos, tendrá un mayor deseo de adaptar su voluntad a la voluntad del Señor, y entonces podrá comprobar que sus deseos en justicia se convertirán en realidad.
Espero que al terminar de leer este libro usted se determinará, mediante la oración, a vencer… a ser cada vez más humilde… a orar más fervientemente… a creer… a arrepentirse de sus pecados… a cumplir las leyes y condiciones de las que depende todo lo que desea. Al hacer esto, se acercará más al Señor. Y reconocerá que sus oraciones están siendo contestadas cada vez con mayor seguridad.
Tratemos, por lo tanto, de no endurecer jamás nuestro corazón con descreimiento o dudas, ni de pensar que el Señor no contesta las oraciones. Él nunca nos abandonará. Permitamos que estas magníficas palabras del apóstol Pablo, refiriéndose al Señor, resuenen en nuestros oídos:
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósitos son llamados…
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?…
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?…
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:26-28,31,35, 37-39).
Éstas son las firmes promesas del Señor. Y, concerniente a Sus promesas, Él ha dicho:
Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.
Porque he aquí, el Señor es Dios, y el Espíritu da testimonio, y el testimonio es verdadero, y la verdad permanece para siempre jamás. Amén (D. y C. 1:38-39).
























