Capítulo 8
Cuando parece que las
respuestas no llegan
Tiempo atrás recibí una conmovedora carta de una hermana soltera de la Iglesia que había tenido una decepcionante experiencia en cuanto a la oración. Al orar acerca de un hombre en quien estaba interesada, pensaba que se le había inspirado a saber que tenía que casarse con él, pero a juicio suyo eso nunca se produjo. En parte, la carta decía:
El año pasado conocí a un hombre (lo llamaré Paul), quien me impresionó por su espíritu compasivo y otras cualidades. Me sentí atraída hacia él—cosa rara para mí, puesto que tengo cuarenta años de edad y nunca me casé. A medida que fueron aumentando mis sentimientos por él, comencé a orar para saber si debía esperar acaso que nuestra relación progresara. Oré con mucho cuidado, puesto que no deseaba orar por algo que no fuera apropiado—y tampoco quería aspirar a algo que sólo pudiera terminar perjudicándome. Desde mi primera oración tan cuidadosamente fraseada, sentí como si fuera parte de un eterno plan que estuviéramos juntos.
He estado orando al respecto cada día durante muchos meses. He ayunado muchas veces; he ido al templo y orado en el salón celestial. Cada una de las veces he recibido el mismo sentimiento intenso que experimento cuando el Espíritu me da testimonio de la veracidad del Evangelio. A veces, cuando he tenido este intenso sentimiento, he explicado a mi Padre Celestial que lo interpreto como una confirmación en cuanto a Paul y a mí y le he pedido que me libre de tal sentimiento si mi interpretación no es correcta. Pero eso no ha sucedido nunca.
Sin embargo, ahora ha llegado a ser dolorosamente indudable que nunca existirá una relación entre Paul y yo. Esto es muy confuso y angustioso a la vez. Por supuesto, se trata de un dolor emocional—yo había orado por muchos años acerca del matrimonio. (En 1984 estuve comprometida, pero abruptamente mi novio decidió casarse con otra mujer cuando después de sus oraciones sintió que nuestro casamiento era “erróneo”)- Pero el dolor más grande es espiritual. Sinceramente me siento desatendida por nuestro Padre Celestial. ¿Cómo es posible que algo que parece ser espiritualmente correcto resulte, después de sinceras y fervientes oraciones, ser equivocado?
Por supuesto, las explicaciones comunes son: (a) Yo he confundido mis sentimientos emocionales con respuestas espirituales; o (b) Paul decidió no dejarse guiar por el Espíritu.
Mis respuestas a tales explicaciones son: (a) No sólo son los intensos sentimientos que experimenté durante mis oraciones los mismos que he tenido acerca de otros asuntos espirituales, sino que tampoco puedo forzar su ocurrencia; y (b) si Paul decidió no dejarse guiar por el Espíritu, Dios debe haberlo sabido de antemano y podría haberme evitado esta dolorosa experiencia con solo decirme que la relación no resultaría.
Es incomprensible para mí que mis más sinceras acciones no merecieran bendiciones y que me hayan dejado en los abismos de la desesperación. ¿No podemos esperar recibir la guía divina si vivimos correctamente, oramos sincera y fervientemente, ayunamos, escuchamos al Espíritu y suplicamos que se nos confirmen las respuestas que recibimos? A pesar de algunas experiencias dolorosas que he sufrido en otros momentos de mi vida, ésta es la más deprimente que jamás he tenido, porque realmente me siento traicionada por Dios. Preferiría padecer una enfermedad fatal antes que tener que enfrentar el resto de mi vida sin saber lo que debo creer cuando recurro a la oración.
Cómo tratar las oraciones sin respuesta
Al reunirme con miembros de la Iglesia en diversos países, es muy evidente que esta hermana no es la única que sufre con respecto a las repuestas de sus oraciones. Todos, en cierto grado, contendemos en cuanto a cómo debemos recibir una contestación a nuestras oraciones. Todos solemos recibirlas con facilidad. A veces nos llegan con toda claridad y distinción. Y todos pasamos por momentos en que realmente oramos por algo y parece que no recibimos ninguna respuesta. En tales ocasiones, quizás pensemos que hemos seguido conscientemente las instrucciones que se hallan en Doctrina y Convenios 9:7-9. Hemos analizado mentalmente el asunto, orado al respecto (quizás hasta hayamos ayunado), y preguntado al Señor si nuestra decisión o comprensión es correcta. Pero después de todo esto, todavía no sentimos haber recibido el ardor en nuestro pecho—o un estupor de pensamiento—y nos parece que hemos sido dejados en manos de nuestros propios recursos para tratar de resolver el problema. O quizás estemos seguros de haber recibido una respuesta y entonces las cosas no suceden de la manera en que pensábamos que habían de suceder.
Cuando esta clase de situaciones se producen, nos presentan una mayor oportunidad espiritual para ejercitar nuestra fe y perseverar—y por tanto, en tal proceso, fortalecemos realmente nuestra fe, quizás mucho más aún que cuando las respuestas nos llegan con facilidad, directamente, con claridad y distinción.
Algunos miembros de la Iglesia, cuando se han visto en circunstancias como ésta, pierden la fe en la oración o piensan que el Señor no siempre se las contesta o aun deciden que no es un medio infalible para recibir respuestas. ¿Qué podemos hacer para perseverar y no perder la fe cuando no recibimos repuestas inmediatamente?
En primer lugar. Sinceramente creo en el gran amor que el señor tiene por Sus hijos. Como ya lo he mencionado anteriormente en este libro, yo creo que no ha habido ninguna oración sincera desde los tiempos de Adán, ofrecida por cualquier persona, miembro o no de la Iglesia, que el Señor no haya contestado. Si uno reconoce a ciencia cierta que el Señor ama enormemente a Sus hijos, sabrá con toda convicción que Él contesta toda oración sincera.
La clave, entonces, está en discernir cómo nos llegan esas respuestas. No tenemos que juzgar al Señor ni endurecer nuestro corazón cuando aparentemente no nos responde. En vez de ello, es necesario que confiemos en el Señor y reconozcamos que nos contesta a Su manera y por Sus propios medios. Tal como Isaías nos enseñó:
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55:8-9).
Yo testifico que ésa es la verdad. Por consiguiente, no podemos juzgar al Señor, sino que debemos confiar en Él.
Consideremos algunas circunstancias en que las oraciones parecen no ser contestadas—y cómo podemos entenderlas.
Las respuestas pueden venir en forma inesperada
Una oración que aparenta no haber sido contestada es cuando el Señor no nos responde en la manera que esperamos que lo haga. Si nos aprestamos más a las distintas maneras en que nos llegan las respuestas, podremos reconocer mejor la mano del Señor en nuestra vida—y eso, a su vez, fortalecerá nuestra fe de modo que podamos recibir aún más contestaciones.
Cierta vez tuve una complicada experiencia en Guayaquil, Ecuador, que bien podría ilustrar esto. Me dirigía a una gira misional en Santa Cruz, Bolivia, con escala en Guayaquil. Al día siguiente, cuando llegué al punto de control de inmigración en el aeropuerto de esta última, me faltaba todavía una hora para tomar el siguiente vuelo. Al presentarme allí, uno de los funcionarios observó la visa en mi pasaporte y me dijo: “Tendrá que obtener una prueba de que usted no tiene deudas en este país. No podrá salir sin presentar una declaración jurada sobre finanzas. ¿Dónde tiene sus papeles?” Yo le respondí que nunca antes había oído tal cosa, pero él dijo que era algo necesario y que no podría salir del país.
Le expliqué entonces que yo había salido antes del país muchas veces y que nadie me había pedido tal información en el pasado. El funcionario me contestó que eso no interesaba y sacó una extensa declaración de reglamentaciones que demostraban que para el tipo de visa que yo tenía era necesario presentar una declaración jurada sobre finanzas.
Finalmente, intervino el funcionario de inmigración que se hallaba a su lado. Le habló por unos momentos y lo persuadió a que me permitiera partir. Sellaron mi pasaporte y me dejaron pasar. Me sentí muy aliviado. Fui a la sección de espera de la compañía Braniff y me puse a leer.
Al cabo de una media hora, el funcionario de inmigración que me había permitido pasar se acercó a mí y dijo: “Permítamete ver su pasaporte”. Se lo mostré y él se lo llevó de vuelta a su escritorio. “Lo siento”, dijo, “pero no creo que pueda salir”. Agregó que si me permitía salir de allí, estaría faltando a las normas y dijo: “Si usted tiene acá alguna deuda, se nos hará responsables de ella a nosotros. Además,” me indicó, “usted nunca ha sido registrado en este país”.
Yo continué hablándole sobre el asunto, orando en silencio mientras lo hacía. Finalmente, me dijo: “Pues bien, esta vez le permitiremos que se vaya, pero nunca más venga a Guayaquil a menos que tenga todos sus papeles en orden”.
Me sentí muy aliviado y completamente tranquilo, convencido de que ya no tendría más problemas. Me senté y continué leyendo. Cuando anunciaron que podíamos entrar a bordo del avión, los pocos pasajeros que allí esperaban se apresuraron a hacerlo. Yo empecé a cerrar mi portafolio mientras me dirigía a la puerta de salida, pero otro funcionario de inmigración se me acercó y dijo: “Permítame ver su pasaporte”. Le pregunté para qué lo necesitaba, pero no me respondió. “Permítame verlo”, repitió.
Le dije entonces que no se lo permitiría a menos que me dijese qué era lo que quería. También le dije que el otro funcionario de inmigración ya me había autorizado a salir del país, que Braniff ya había anunciado la partida del vuelo, y que yo debía abordar el avión inmediatamente.
El hombre se enojó y me dijo: “Venga conmigo”. Así que tuve que regresar a la oficina de inmigración. Él exigió ver nuevamente mi pasaporte, diciéndome que sólo quería verificar algo, y entonces se lo entregué. Yo me estaba sintiendo cada vez más intranquilo puesto que los demás pasajeros ya habían subido al avión. Tomando mi pasaporte, el funcionario canceló con una lapicera el sello que había estampado su compañero y me lo entregó nuevamente, diciendo: “Vamos a ver si podrá salir de Ecuador. Por cierto que no será hoy, y probablemente tendrá que regresar a Quito para conseguir el papel que necesita. Quizás en un par de días podrá entonces partir”.
Yo traté de explicarle que era el presidente de un área de la Iglesia Mormona en esos países y que había doscientos misioneros esperándome. De nada valió eso; ni siquiera me prestó atención. Yo no sabía si el hombre estaba pasando un mal día, si le desagradaban los norteamericanos o si no le gustaban los mormones—o todo eso a la vez—pero era evidente que se había determinado a provocarme dificultades.
Cuando nada más parecía surtir efecto, le exigí hablar con su jefe. El me dijo que no tenía jefe y tampoco quiso darme su nombre. Al fin, una dama sentada a un escritorio vecino ofreció darme el número de teléfono del departamento de inmigración en el centro de la ciudad. Pero ella y el hombre con quien había estado tratando me dijeron que tendría que usar un teléfono público. Desafortunadamente, yo no tenía ninguna moneda para hacer la llamada. Me di cuenta de que estaban demorándome para que perdiera el avión. Les dije que utilizaría su teléfono, levanté el tubo y (para su asombro) empecé a discar un número. Fue en ese preciso instante que realmente comencé a orar con fervor en mi corazón para que se me ayudara. Hasta el momento, sólo había confiado en mi propia fortaleza.
De pronto, comprendí que de nada me serviría aun si lograba comunicarme con su jefe en el centro de la ciudad. De todos modos perdería el avión mientras se verificaran las cosas. Me sentí impulsado a colgar el teléfono, tomar mis cosas y correr hasta el escritorio de Braniff. En ese momento vi que entraba el funcionario de inmigración que me había ayudado al principio. “¿Qué hace usted aquí?”, me preguntó. “Pensé que ya se había ido”. Le expliqué mi problema y él miró mi pasaporte, viendo que el otro funcionario había cancelado completamente el sello de aprobación para que saliera yo del país.
Me llevó de regreso a su oficina y le pidió al otro empleado que le diera el sello. Obstinado, el hombre se negó a hacerlo. El caballero que me estaba ayudando literalmente le arrebató el sello, estampó mi pasaporte para que fuera más legible, y dijo: “¡Vayase!” No tuvo que decírmelo dos veces. Salí corriendo hasta el avión de Braniff y llegué justamente cuando estaban cerrando la puerta.
Me llevó media hora recuperar mi compostura. Me encontraba en un estado profundamente emocional después de toda aquella dificultad.
Una vez que me hube calmado, le agradecí al Señor por ayudarme a tomar ese avión. Fue entonces que recordé una oración que había ofrecido anteriormente. Unos veinte minutos antes de presentarme al despacho de inmigración, había orado en silencio pidiéndole al Señor que me ayudara a fortalecer mi fe. Le había pedido que me ayudara a estar dispuesto a soportar cualquier tribulación que Él deseara proponerme, a fin de que yo pudiera ser capaz de demostrar mi fe ante cualquier adversidad. Al reflexionar sobre aquella experiencia, me agradó reconocer que todo había salido bien al final. Pero me sentí mal por no haber comprendido más temprano que ésa fue una oportunidad para ejercitar mi fe en el Señor. Había pedido que se me diera una oportunidad para progresar más, pero en medio de aquella prueba me había olvidado por completo de ello. En cambio, me exacerbé confiando en mi propia capacidad. Estuve haciendo por mí mismo más de lo necesario y no había dejado que el Señor me ayudara cuando Él podía haberlo hecho. Me sentí decepcionado por no haber reconocido sino hasta que todo hubo pasado que esa difícil experiencia tenía todas las señas de una bendición—bendición que había pedido y que casi perdí.
Prepararse para contrarrestar mayores oposiciones de satanás
Si se encuentra orando por algo realmente importante, puede estar seguro de que el diablo tratará de intervenir. Satanás está siempre ansioso por hacer todo lo posible para contrariarle. Hará todo lo que pueda para disuadirle de seguir adelante. Le sugerirá pensamientos tales como “No podrás hacerlo. No eres suficientemente digno. Tu familia tiene demasiados problemas. No puedes hacer lo que el Señor requiere”. El diablo fraguará todo lo que pueda para inducirle a tener dudas. Así que será mejor que usted sepa de antemano que él intentará tentarle.
Cuando atrae la atención de Satanás y él empieza a presentarle una mayor oposición que la que normalmente tenga, ésa es una innegable indicación de que usted está haciendo algo que agrada a Dios y desagrada al diablo.
Yo he podido comprobar que cuando uno comienza a orar por algo verdaderamente significativo, muchas veces las cosas se tornan peores, no mejores. Con frecuencia, la causa de eso son Satanás y sus secuaces que están haciendo todo lo posible para que fracasemos. Tal ocurrencia debería ser una señal para que el hombre o la mujer de fe se diga: “Estoy en el buen camino. Estoy haciendo algo de gran mérito y he de fortalecer mi fe”. Si usted puede incrementar su fe en ese momento, habrá ganado en gran parte la batalla.
Prepararse para cuando el Señor ponga a prueba su Fe
Cuando procuramos recibir respuestas a nuestras oraciones, el Señor seguramente nos pondrá a prueba. Él desea saber si habremos de servirle a toda costa. Él quiere saber si continuaremos teniendo fe aunque no recibamos la respuesta que esperamos recibir.
Las bendiciones generalmente vienen después de ponerse a prueba nuestra fe (véase Éter 12:6), y tenemos que perseverar aun en tiempos difíciles si queremos obtener la respuesta que buscamos.
He aquí una experiencia que nos lo ilustra:
Yo deseaba mucho estar en casa con mi esposa cuando naciera nuestro vastago número seis, un hijo que nos llegaría en Quito, Ecuador. Y ella anhelaba en gran manera que yo estuviera allí. En esa época, ella no hablaba muy bien el español todavía y se sentía un poco incómoda en cuanto a algunos procedimientos médicos. Hice entonces los arreglos para poder encontrarme en casa por dos o tres semanas alrededor de la fecha en que nacería el bebé.
Sin embargo, para sorpresa nuestra, las Autoridades Generales de la Iglesia me asignaron que viajara a Brasil dos semanas antes de la fecha en cuestión. Siendo que no sabían cuándo habría de nacer nuestro hijo, consideramos la posibilidad de informárselo. Después de evaluar cuidadosamente las alternativas, decidimos proceder con fe y con la esperanza de que el niño naciera cuando yo estuviera presente.
La familia en pleno empezó a orar para que el bebé llegara antes de que yo partiera a Brasil. Pero no sucedió así y cuando subí al avión con destino a Brasil mi familia toda comenzó a orar: “Por favor, no nos envíes el niño ahora; por favor espera a que papá regrese de Brasil”.
El Señor nos bendijo. El bebé no llegó mientras yo me encontraba en Brasil.
Cuando regresé a Ecuador, le informé a mi esposa que las Autoridades de la Iglesia habían adaptado la fecha para un seminario de presidentes de misión en Perú y que en menos de una semana yo tenía que ir allá por cuatro días más.
En esos momentos habíamos llegado exactamente a la fecha del nacimiento del niño. Esa noche, mientras mi esposa y yo conversábamos sobre el tema, una vez más ella me dijo: “Vé y cumple lo que se te ha asignado. Espero de todo corazón que el Señor te permita estar presente cuando nazca nuestro bebé, pero si no te encuentras aquí yo haré con toda felicidad lo que pueda por mi propia cuenta. Yo creo, sin embargo, que el espíritu y la autoridad que te han llamado a estas asignaciones son el mismo espíritu y la misma autoridad que envía a los bebés. Solamente espero y ruego que el Señor nos escuche y que estés aquí cuando llegue el momento”.
Estoy convencido de que, en ese instante, mi esposa pagó el precio (el sacrificio) que el Señor le requirió para que recibiera la bendición; ella estaba realmente dispuesta a someterse con toda felicidad a la voluntad del Señor, sin importar lo que fuera.
Fui a Perú para asistir al Seminario para Presidentes de Misión. En la mañana del cuarto día, el élder Howard W. Hunter, del Quórum de los Doce, quien presidía el seminario, me dijo que tenía que regresar a casa. Yo le respondí: “Bueno, el seminario termina mañana, así que lo haré entonces”. Pero él insistió: “No, es necesario que salga ahora, esta misma mañana”. Tal instrucción fue el resultado de una verdadera inspiración.
Conseguí pasaje para volar esa misma mañana y partí de Cuzco, donde se estaba llevando a cabo el seminario, con rumbo a Lima y desde allí en otro vuelo a Quito, Ecuador. En Quito me esperaba una señora “muy embarazada”. Cuando llegamos a casa, descansé una media hora y mi esposa entonces me dijo: “Es hora ya. ¡Vamos!” Fuimos al hospital y ahí nació nuestra sexta criatura, un varoncito. Yo había regresado sólo dos horas antes de que naciera.
¡Cuán bondadoso fue con nosotros el Señor en esa circunstancia! ¡Cuán maravillosa la fe que mi buena esposa y nuestros hijos manifestaron esa vez, a pesar de las dificultades y los contratiempos!
Podemos ver que realmente una familia unida en la oración puede, merced a la fe, poseer un verdadero poder espiritual. Sinceramente creo que si una familia ora por algo honorable y justo, tiene todo derecho a esperar que el Señor les responda. Él les bendecirá con lo que desean o les concederá alguna indicación de por qué no han de recibirlo, o aun les indicará que tienen que dejar de orar por algo que no recibirán. Fue una verdadera satisfacción para nuestra familia que nuestras oraciones fueran contestadas de esa manera.
Todo lo que el Señor quiere de nosotros es saber qué siente nuestro corazón. Si nuestro corazón está donde debe estar, tal vez tendremos dificultades pero éstas no debilitarán nuestra fe. O quizás no se requerirá que tengamos problemas si el Señor considera que ya hemos obtenido el beneficio que de ellos proviene. A veces el Señor quizás nos sorprenda con algo para ver dónde está nuestro corazón. Probablemente permitirá que pasemos por ciertas circunstancias rigurosas, contrarias aun a lo que hayamos pedido en oración, simplemente para ayudarnos a demostrar que estamos realmente dispuestos a hacer cualquier cosa que Él requiera de nosotros.
A veces la respuesta nos llega más tarde
Las oraciones para la redención de Sión. La redención de Sión nos ofrece un buen ejemplo de este principio. ¿Cuántas oraciones cree usted que se ofrecieron en Misuri para la redención de Sión al principio de esta dispensación? Una vez que se les dijo a los Santos de los Últimos Días que Sión debía edificarse en Independence, Misuri, ¿no cree usted que miles de personas tienen que haber ofrecido miles de oraciones a fin de que pudieran heredar Sión? Sin embargo, si lo juzgamos desde el punto de vista de aquella gente que fue expulsada del estado de Misuri, tendríamos que decir que sus oraciones no fueron contestadas.
Pero siendo que el Señor hace las cosas a Su manera y en Su propio tiempo, todas esas oraciones, según mi opinión, fueron y serán contestadas a todos los fieles Santos de los Últimos Días. Es muy cierto que no parecen haber sido contestadas en aquella época, pero ésa no es razón para suponer que nunca lo serán. Esas oraciones serán contestadas y también consagradas al beneficio de los Santos que las ofrecieron.
El Señor ha dicho:
Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas (2 Nefi 32:9).
Aquellos Santos oraron fervientemente por la redención de Sión y, como resultado, el Señor consagrará sus realizaciones para beneficio del alma de cada uno de ellos.
Uno de nuestros problemas es que queremos tener nuestras respuestas y recibirlas ahora mismo. Con demasiada frecuencia somos como un hombre que ora por tener paciencia y al pedirla agrega: “Y quiero tenerla ya mismo”.
O, para usar otro ejemplo, podríamos estar orando por tener valentía y asombrarnos luego cuando el Señor nos envía un león. A veces queremos recibir algo importante sin tener que hacer demasiado para obtenerlo. El simple hecho de enfrentar a un “león” nos ayudará a tener valentía. Pero si no tenemos cuidado, no percibiremos al león como una bendición o como una respuesta a la oración. Probablemente juzgaremos mal al Señor y pensaremos que nos ha dado todo lo contrario. Queríamos tener valor y ahora estamos llenos de temor. Mas el Señor habrá contestado la oración al ofrecernos un medio por el cual podremos contribuir al desarrollo de esa valentía y participar así en la respuesta a nuestras propias oraciones.
El Señor contesta nuestras oraciones a Su propio modo. Algunas respuestas vienen sin demora. Otras nos llegan muchos años después. Algunas vienen tal como las esperamos, otras un tanto disimuladas. Pero toda oración honesta y sincera será contestada.
Las oraciones de los nefitas. Permítame ilustrar este principio con otro ejemplo. Piense en todas las oraciones que se ofrecieron en la época de los nefitas y los lamanitas para preservar los anales del Libro de Mormón, como así también en las que ofrecieron para que se facilitara la aparición de dichos anales. Centenares de años más tarde, aquellas oraciones fueron contestadas.
- he aquí, el resto de esta obra contiene todas aquellas partes de mi evangelio que mis santos profetas, sí, y también mis discípulos, pidieron en sus oraciones que llegaran a este pueblo.
- l es dije que les sería concedido según su fe en susoraciones;
Sí, y ésta fue su fe: que mi evangelio, el cual les entregué a fin de que lo predicasen en sus días, llegara a sus hermanos los lamanitas, y también a todos los que hubieren llegado a ser lamanitas a causa de sus disensiones.
Mas esto no es todo: su fe en sus oraciones era que este
evangelio también se diera a conocer, si acaso otras naciones llegasen a poseer esta tierra;
Y así dejaron sobre esta tierra una bendición en sus oraciones, para que quien creyese en este evangelio sobre esta tierra, tuviera la vida eterna (D. y C. 10:46-50).
¿No cumplió acaso el Señor Su promesa y contestó aquellas oraciones? Sí, pero sólo después de que hubieron pasado centenares de años.
Una vez más digo que el Señor contestará nuestras oraciones en Su propio tiempo y a Su manera, y Sus pensamientos no son nuestros pensamientos ni son nuestros caminos Sus caminos. Por tanto, tengamos mucho cuidado de no juzgar al Señor ni decir: “Él no contestó mi oración”.
Las oraciones para que se abran las puertas de las naciones. Pienso en los muchos años en que el presidente Spencer W. Kimball pidió a los Santos de los Últimos Días que oraran a fin de que las puertas de las naciones pudieran abrirse a la predicación del Evangelio. Los santos oraban día a día y sin embargo las puertas no se abrían. Entonces, de pronto, cuando llegó el momento (y repito: cuando llegó el momento), el Señor contestó esas oraciones en conjunto y las puertas de las naciones de la Europa oriental, del mundo comunista y otros países, se abrieron, si se quiere, en un solo día.
Una vez más, todo ocurrió de acuerdo con los plazos del Señor. Tengamos, entonces, paciencia y reconozcamos el amor que nos tiene el Señor; y la próxima vez que nos encontremos con algo que parezca ser una oración sin contestar, confiemos más, tengamos más fe en el Señor, y con el tiempo comprobaremos que Él contestará esa oración.
La oración de una madre. Para ubicar este principio en un marco más personal, tengo una maravillosa amiga cuya hija había comenzado a descarriarse cuando tenía unos quince años de edad. Esa buena madre oraba fervorosamente con su esposo para que la muchacha regresara al sendero recto y angosto. No obstante, el albedrío de la jovencita estaba en juego y se había determinado a participar en cosas mundanales. Y eso fue exactamente lo que hizo.
La madre aumentó su fe, sus oraciones, sus ayunos, pero todo parecía ser en vano. Pensó que sus oraciones no le eran contestadas. Su hija se extravió aún más y continuó estando envuelta en aquellas cosas en que toda joven descamada podía estar.
Afortunadamente, la madre perseveró en sus oraciones. Unos cinco años después, la jovencita fue conmovida por el Espíritu, se arrepintió de sus pecados, se enamoró de un joven ex-misionero y finalmente se casó en el templo.
Todo este proceso tomó unos diez años. ¿Le fueron contestadas a aquella madre sus oraciones? ¿Le fueron consagradas para su bien? Yo testifico que lo fueron y que el Señor contesta las oraciones—aunque muchas veces no sucede de la manera que el hombre desea ni de conformidad con el tiempo que los hombres prefieren.
Nuestra propia familia ha comprobado la verdad de esto. En por lo menos dos ocasiones hemos orado por algo con mucha fe durante unos diez años. Las respuestas no nos llegaban, pero perseverábamos—y finalmente estamos recogiendo ahora los frutos de tales oraciones.
Cómo fortalecer a sus hijos mediante la noche de hogar. Bien podríamos identificar muchos casos. Por ejemplo, seguramente conocerá usted algunas personas que aceptaron la promesa de la Primera Presidencia de que si observaban la noche de hogar sus hijos serían fortalecidos. Esa gente comprendió que las noches de hogar habrían de facilitar la redención de los hijos. Sin embargo, aun realizándolas, varios han perdido a algunos de sus hijos. Han orado mucho y todavía esa promesa no se les ha cumplido. ¿Están esos santos procurando respuestas inmediatas solamente, sin reconocer que las promesas del Señor no se aplican exclusivamente a esta vida sino también a la vida venidera?
Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo (DyC 1:38)..
La voz del Señor permanecerá. Él contestará las oraciones de Su pueblo. Los profetas han dado testimonio de que si nosotros, como padres, hacemos con fidelidad lo que nos corresponde hacer, podremos ciertamente llevar a nuestros hijos a la salvación. Si creemos en las promesas del Señor o de uno de Sus siervos, Él contestará nuestras oraciones en Su propio tiempo y a Su propia manera.
A veces la respuesta suele ser imprecisa
Cuando era joven y oraba fervientemente para obtener respuestas, a veces solía pensar que no se me otorgaban—y entonces no podía menos que preguntar si el Señor realmente me amaba. Había orado sinceramente depositando mi confianza en el Señor, ejercitando mi fe, ayunando, y aún así parecía no recibir respuesta alguna de los cielos.
A lo largo de los años he podido comprobar que en muchos casos el Señor no contesta directamente nuestras oraciones, pues de otra manera nos privaría de tener la oportunidad de ejercitar nuestra fe. A veces, Él considera que una respuesta imprecisa o una postergada es exactamente lo que necesitamos, por un cierto tiempo, a fin de que podamos aprender a ejercitar una fe mayor.
Mi experiencia personal ha sido que, aun si nos parece no haber recibido una respuesta, el Señor igual sigue comunicándose con nosotros. Yo creo que si cuidadosamente le presta atención, de alguna manera Él le expresará Su amor, haciéndole saber que usted, en algún sentido, es digno de aprobación, aunque nada tenga que ver con lo que le está pidiendo en oración. De esa manera, Él le dará consuelo sin dejar de lado Su propósito de procurar que usted tenga una fe mayor. A consecuencia de Su amor, quizás Él no le responda directamente acerca de lo que le está implorando, pero en cierto modo, de alguna manera, probablemente por otros medios u otro aspecto de su vida, le susurrará en su corazón la certidumbre de que le ama, que vela por usted y que cuenta con Su aprobación.
Ese dulce susurro de certidumbre le confirmará que Él ha escuchado su oración, que está al tanto de la circunstancia y que, si usted espera pacientemente, Él se encargará del asunto. Yo he podido comprobarlo particularmente cuando, debido a mi ineptitud o incapacidad, me he sujetado a mí mismo o a una determinada circunstancia. Si en tal caso demuestro tener paciencia y le expreso mi amor al Señor, haciéndole saber que confío en Él aun cuando pareciere que no me contesta, Él desatará, poco a poco, las cuerdas que me aprisionen en la vida. Y al desatarme, comprenderé con tranquilidad y certidumbre que he sido aprobado por Él.
Espero que todos podamos ver que ésta es una de las magníficas maneras en que el Señor nos ayuda a cultivar una fe mayor. El Señor nos conoce. Él puede ver claramente todas las cosas, tanto a corto como a largo plazo, y hará lo que más nos beneficie personalmente a cada uno.
Verdaderamente el Señor ha dicho por medio de Sus profetas:
Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo (2 Nefi 26:24).
Y además, recuerdo que tú has dicho que has amado al mundo, aun al grado de dar tu vida por el mundo (Éter 12:33).
Permítame ofrecerle otra ilustración de la vida del profeta José Smith que demuestra cómo el Señor podría darnos una respuesta aparentemente no muy clara. Cierta vez, José Smith tenía un gran deseo por saber cuándo Jesús vendría otra vez. Así lo leemos en Doctrina y Convenios 130:14-17:
En una ocasión estaba orando con mucha diligencia para saber la hora de la venida del Hijo del Hombre, cuando oí una voz que me repitió lo siguiente:
José, hijo mí, si vives hasta tener ochenta y cinco años de edad, verás la faz del Hijo del Hombre; por tanto, sea esto suficiente para ti, y no me importunes más sobre el asunto.
Y así quedé, sin poder decidir si esta venida se refería al principio del milenio, o a alguna aparición previa, o si yo había de morir y de esa manera ver su faz.
Creo que la venida del Hijo del Hombre no se verificará antes de ese tiempo.
Es importante notar que José Smith estaba orando diligentemente. No estaba simplemente orando; estaba haciéndolo con diligencia. Había orado muchas otras veces y sus oraciones habían sido contestadas por revelación directa. Probablemente pensaba que también esa vez sería uno de esos casos.
En lugar de eso, el Señor le dio una breve y más bien ambigua contestación: “Si vives hasta tener ochenta y cinco años de edad, verás la faz del Hijo del Hombre; por tanto, sea esto suficiente para ti, y no me importunes más sobre el asunto”.
Al reflexionar en cuanto a esa respuesta, José Smith se encontró con tres posibilidades, según lo expresa en el versículo siguiente: (1) que antes de que cumpliera los ochenta y cinco años de edad el Señor vendría en el Milenio; (2) que el Señor le había sugerido que vería Su faz en ocasión de una aparición antes del Milenio; o (3) que José Smith podría morir para entonces ver Su faz.
¿Recibió José Smith una respuesta a su oración? Uno podría decir, con una sonrisa en los labios: “Sí, creo que no”. Sí, la recibió, pero no estaba absolutamente seguro de lo que tal respuesta significaba. Ésa es, muchas veces, la manera en que nos llegan las respuestas. Entonces, como ya lo he mencionado, tenemos una oportunidad para aumentar nuestra fe aún más que si la respuesta hubiese sido más específica.
La clave está en que usted no endurezca su corazón, en no enfadarse con el Señor y en no pensar, incrédulamente, que no le contestó su oración. Cuando decimos una oración que parezca no ser contestada, ¿dudamos del Señor? ¿O es que nos llenamos de temor, creyendo que no somos dignos o merecedores de recibir una respuesta? Debemos controlar tales sentimientos, porque bien podrían ofrecerle a Satanás una oportunidad, merced a nuestras propias dudas o a nuestros temores, para que nos destruya la fe que de otro modo podríamos tener.
A veces, la respuesta que anhelamos no se nos concede
Quisiera compartir con el lector una historia semejante que no resultó ser muy eficaz. Cuando nos encontrábamos en Uruguay siendo yo presidente de esa misión, estábamos por tener otro bebé. La fecha de su nacimiento había vencido y el médico entonces indicó que si las contracciones no comenzaban a manifestarse por sí misma, iba a ser necesario inducir el parto el siguiente lunes por la mañana. Nosotros no estábamos de acuerdo con que se efectuara tal procedimiento y deseábamos mucho que el bebé naciera en forma natural. Decidimos entonces pedir a los misioneros asignados a la oficina de la misión que ayunaran y oraran con nosotros para que el bebé naciera antes de ese lunes.
Durante los tres o cuatro días previos, mi esposa y yo estuvimos caminando más de lo que habíamos caminado en todo el mes anterior tratando de propiciar el acontecimiento. Pero los días llegaron y pasaron, y el bebé no venía. Ese domingo a la noche, oramos con mayor fervor y continuamos haciéndolo hasta las nueve y media de la mañana del lunes, cuando la enfermera le dio a mi esposa una inyección para iniciar el proceso.
Esa experiencia con la oración pareció ser algo fútil, pero fue en realidad un verdadero éxito, y nos ayuda a ilustrar un importante principio del poder de la oración.
Cuando las oraciones no se nos contestan de la manera que esperamos, ¿cómo respondemos? ¿Le damos la espalda al Señor con frustración o enojo? ¿Dudamos en cuanto al proceso? ¿Dudamos de nosotros mismos? ¿O aprendemos en base a la experiencia y continuamos fortaleciendo nuestra fe para una próxima ocasión?
No creo que haya una manifestación de fe u oración alguna que sea en vano, aun cuando no se obtenga el resultado que deseamos. Todo ejercicio de fe nos ayuda a progresar y a desarrollarnos en importantes maneras espirituales y por consiguiente nos preparamos mejor para procurar y recibir respuestas a nuestras oraciones en futuras ocasiones.
Por supuesto, toda oración sincera es contestada. Pero debemos recordar que a veces la respuesta puede ser “no”; o “sí, pero más tarde”; o “sí, pero con modificaciones”—o alguna otra réplica.
Como punto final de aquella experiencia, hay otra observación clave que quisiera hacer. Unos meses después, nos reunimos con los misioneros y ejercitando nuestra fe oramos al Señor para que nos bendijera con relación a un problema que estábamos teniendo en la misión. De pronto, pensé que nuestros esfuerzos anteriores por demostrar fe (concerniente al nacimiento natural de nuestro bebé), estaban ahora dando fruto. Siendo que habíamos tratado de duplicar nuestra fe cuando habíamos “fracasado” en evitar la inducción del parto, el Señor en realidad nos había aumentado la fe. Esa anterior—y “fácil”—experiencia nos había ayudado a prepararnos para tener la fe suficiente para encarar ese difícil problema que teníamos en la misión.
Cuando “fracase” en sus oraciones, si responde orando aún más, amando más al Señor, confiando más en Él, suplicándole nuevamente y rehusa darse por vencido, su fe será recompensada.
El Señor hará lo que sea mejor para usted
Muchas veces parecería que el Señor no nos revela completamente Su voluntad y nos da entonces una oportunidad para que realmente ejercitemos nuestra fe. Yo tengo un testimonio de que el Señor siempre hará lo que sea bueno y correcto para nosotros. Me han impresionado estas palabras que se encuentran en Moisés 6:32:
Y el Señor dijo a Enoc: Ve y haz lo que te he mandado, y ningún hombre te herirá. Abre tu boca y se llenará, y yo te daré poder para expresarte, porque toda carne está en mis manos, y haré conforme bien me parezca.
Me resulta evidente que el Señor tratará de tal manera a todos los hombres; Él siempre hará lo que sea para beneficio de ellos. Encontramos ese mismo concepto con respecto a las familias de José Smith y de Sidney Rigdon, quienes habían estado ausentes de sus hogares por un tiempo predicando el Evangelio. El Señor les dijo:
De cierto, así os dice el Señor a vosotros, mis amigos Sidney y José, vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder.
Por tanto, seguidme y escuchad los consejos que os daré (D. y C. 100:1-2).
El Señor frecuentemente dice: “Haré lo que me parezca bien”. Pero siendo que sabemos que Él hace solamente lo que habrá de beneficiar a la humanidad, podemos también confiar en que hará únicamente lo que sea bueno para cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, es asimismo evidente que Él no nos revela por completo Su voluntad. Y lo hace así para que podamos seguir adelante con fe, creyendo. No siempre estaremos seguros de lo que hará o no, pero sabemos que podemos confiar en que Él hará lo que habrá de ser la mayor bendición para nosotros.
























