Sed instruidos desde jóvenes
Élder Mark E. Petersen
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Hace poco tiempo, en compañía del hermano J. Leonard Love del comité de bienestar, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia de estaca en Snowflake, Arizona. Mientras estuvimos allí, fuimos invitados a una cena que se estaba llevando a cabo para los jóvenes del Sacerdocio Aarónico de la estaca. Fue una ocasión memorable. El programa fue encantador. Se presentaron varios números hermosos, uno de los cuales fue un solo por un jovencito que tenía una clara voz de soprano. Era un solo que trajo a mi mente una serie de maravillosos recuerdos. Ese joven se puso de pie ante esos cuatrocientos o más muchachos y cantó:
Un “mormón” soy, un “mormón” soy,
yo soy un “mormón” fiel;
podría envidiarme hasta un rey,
pues soy un “mormón” fiel.
Esa canción fue escrita por Evan Stephens, y mientras se cantaba, recordé que cuando era niño yo también canté ese himno; y tuve la oportunidad de cantar con un gran coro de niños aquí en este Tabernáculo bajo la dirección de Evan Stephens. Aprendí entonces a honrarle, y amaba este canto. Permítanme leerles un poco más:
Mi padre es un “mormón” leal,
y cuando grande sea,
como él yo quiero siempre ser
y hacer todo el bien que pueda.
Mis faltas voy a superar,
y mientras viva yo,
con orgullo la cabeza alzaré:
“Un mormón” soy yo.
Un “mormón” soy, un “mormón” soy,
yo soy un “mormón” fiel;
podría envidiarme hasta un rey,
pues soy un “mormón” fiel.
Por aquel tiempo mi padre era mi maestro de escuela dominical y, un poco más tarde, llegó a ser el instructor de nuestro quórum de diáconos. Yo solía honrarlo al cantar esta canción. También recordaba a mi Padre Celestial y el mandamiento que el Salvador nos dio de esforzarnos por llegar a ser como Él. Y luego, al cantar esta canción, no solo sentía gratitud por mi padre terrenal, sino también por mi Padre Celestial, y cantaba: “Como Él yo quiero siempre ser y hacer todo el bien que pueda”.
Mientras escuchaba a ese muchacho en Snowflake cantar este himno, pensé en cuán a menudo nuestros niños y nuestras niñas, cuando llegan a la educación secundaria —y quizá a la preparatoria— sienten como si estuvieran creciendo y debieran dejar las cosas infantiles. Es verdad que deben dejar ciertos comportamientos infantiles, pero otras cosas que se les enseñan en la niñez son tan importantes y tan fundamentales que a lo largo de toda su vida deben recordarlas. El mensaje de esta canción de Evan Stephens es una de ellas:
Un “mormón” soy…
podría envidiarme hasta un rey,
pues soy un “mormón” fiel.
Y luego había otro himno que me gustaba mucho cuando era jovencito. Lleva consigo otra lección gloriosa que nuestros jóvenes deberían recordar aun cuando comiencen a crecer en esos años de escuela secundaria. El himno al que me refiero fue escrito por Eliza R. Snow. Recuerdan que la hermana Snow escribió “¡Oh mi Padre!”, “Cuán grande la sabiduría y amor” y otros de nuestros himnos más hermosos. Pero ella también sabía escribir para los jóvenes. En este hermoso canto ella colocó los ideales de la Iglesia en lenguaje de niños, e hizo que los cantaran esperando que, a medida que crecieran, no abandonaran los ideales de los que se hablaba, sino que permitieran que llegaran a ser cada vez más importantes en sus vidas. Espero que cada uno de ustedes siga cantándolo y tarareándolo mientras va por la calle, y que recuerde las grandes lecciones que ella escribió allí:
En Deseret, grata y fiel,
donde se reúne Israel,
hay muchísimos niños del Señor;
son valientes, nobles, sí,
y procuran siempre aquí
escuchar y obedecer con gran fervor.
Todos conocen esas palabras. ¿No son gloriosas? ¿Y no es estimulante la música que se ha compuesto para este texto? Pero escuchen algunas de las cosas más importantes que la hermana Snow enseñó a los jóvenes durante su niñez, con la esperanza de establecer en sus corazones, mediante el canto, las normas elevadas que son tan vitales e importantes para estos muchachos y muchachas mientras crecen y logran lo que el hermano Lee ha mencionado aquí esta mañana:
Para que en salud viváis
y vigor poseáis,
té, café, tabaco siempre evitaréis;
nunca os embriagaréis,
poca carne comeréis,
y así sabios, buenos, grandes llegaréis.
Cuando yo estaba en la escuela, una vez acompañé a la clase a Provo y recorrimos allí la institución para personas con trastornos mentales. Vimos allí a un joven que tenía una tendencia extraña: siempre quería golpearse la cabeza. Recuerdo que, como alumnos, pensábamos cuánto se debía compadecer a ese joven porque no tenía más sentido que golpearse siempre la cabeza. Mientras hablábamos de ello un día, pensé en este canto:
Para que en salud viváis
y vigor poseáis,
té, café, tabaco siempre evitaréis;
nunca os embriagaréis,
poca carne comeréis…
Mientras conversábamos de ello como jóvenes, recordando a este hombre que quería golpearse la cabeza, uno de los estudiantes dijo: “Bueno, ¿cuál es más loco: estar golpeándose la cabeza todo el tiempo, o estar metiendo cosas en el cuerpo que te envenenan? ¿Qué es peor: envenenar tu cuerpo y mancillarlo, embriagarte de modo que no sepas lo que estás haciendo, perdiendo incluso el dominio propio, o golpearte la cabeza? ¿Cuál de los dos es más insensato?”.
Ahora piensen en términos de la ciencia moderna. Piensen cómo los médicos están descubriendo —a pesar de los argumentos en contra de todas las compañías de tabaco— que uno tiende a desarrollar cáncer de pulmón a través del cigarrillo. ¿Cuál es más insensato: golpearse la cabeza con un palo todo el tiempo, o introducir en el cuerpo cosas que lo destruirán? ¿Cuál es más loco?
Nunca os embriagaréis,
poca carne comeréis;
y así sabios, buenos, grandes llegaréis.
Les pregunto a ustedes, jóvenes: ¿hay algo infantil en este canto cuando realmente lo piensan? ¿Pueden ver algo infantil en esta exhortación a evitar estos estimulantes, estos narcóticos, estas cosas embriagantes que no solo afectan adversamente su cuerpo, sino que también destruirán su espiritualidad y su fe en Dios si se lo permiten?
Para que en salud viváis
y vigor poseáis,
té, café, tabaco
y licor, ¡y todas esas otras cosas malas que ellos desprecian!
Y luego sigue la estrofa que dice:
De pequeños hay que estar
bien atentos al hablar,
dominar el genio y la pasión;
ser cortés de corazón,
tratar bien a los demás,
y en todo lugar ser lleno de bondad.
He pensado mucho en esto en distintos momentos. Estoy seguro de que debemos ser instruidos desde jóvenes. Recuerdo que Salomón dijo que si somos debidamente instruidos en nuestra juventud, no nos apartaremos de esas cosas importantes cuando seamos mayores (véase Prov. 22:6).
Debemos vigilar y cuidar la lengua. Yo solía pensar que esto se refería únicamente a la blasfemia, y eso es sumamente importante, porque uno de los grandes mandamientos es que no profanemos el nombre de Dios (véase Éx. 20:7). Él no nos permitirá quedar impunes si profanamos Su santo nombre.
Pero mientras más pienso en las cosas de las que el hermano Lee ha hablado tan bellamente esta mañana, más convencido estoy de que Eliza R. Snow estuvo inspirada al guiar a los jóvenes a vigilar y guardar la lengua contra hablar cosas malas y degradantes que ponen pensamientos impuros en la mente y a veces conducen a actos malos que son, por sí mismos, destructivos del alma misma; incluyendo historias obscenas y comentarios maliciosos respecto al sexo opuesto. “De pequeños hay que estar bien atentos al hablar, y dominar el genio y la pasión”. Y eso es tan importante.
“Y la pasión dominar…”
Yo también recibo cartas de jóvenes. Recibí una el otro día de una muchacha que quería saber: “¿Está mal acariciar y ‘petting’?”. Ella dijo francamente: “No lo sé. ¿Me diría si está mal acariciar?”. Y le respondí a esa joven y le dije que el “petting” es una de las cosas más perniciosas que jamás han venido al mundo, y que cuando los jóvenes se entregan a esas caricias y caricias íntimas, ponen el fundamento para la destrucción de su moral. De hecho, el “petting” es en sí mismo una pérdida parcial de virtud, y cuando cualquier joven se entrega a esas prácticas, hasta ese grado pierde su castidad. El Señor dijo que cuando alguien mira a otra persona para codiciarla ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (véase Mat. 5:28).
De pequeños hay que estar
bien atentos al hablar,
y dominar el genio y la pasión;
ser cortés de corazón,
tratar bien a los demás,
y en todo lugar ser lleno de bondad.
No hay nada infantil en eso, ¿verdad? ¿No deberíamos, al crecer, incluso durante la secundaria, la universidad y en la edad adulta, seguir cantando “En Deseret, grata y fiel”?
Y luego esta última estrofa, que cada uno de nosotros debería recordar, particularmente como jóvenes, porque nos ayudará a mantenernos en el camino recto:
No olvidéis jamás orar
cada noche y despertar,
que el Señor os guarde siempre del mal;
que Él os ayude a obrar bien,
y con todo vuestro ser
le améis y aprendáis Su voluntad.
Al estudiar este himno y la filosofía que expresa esta gloriosa poeta, empiezo a entender lo que en mi niñez no comprendía: por qué es que un muchacho mormón podría ser envidiado por un rey. Y ahora, porque tengo cierta comprensión de lo que la hermana Snow escribió en este canto, puedo entender que ustedes, jovencitas de la Iglesia, cada una de ustedes podría bien ser envidiada por una reina, si tan solo viven a la altura de los principios del evangelio eterno.
Y cada muchacho de la Iglesia en verdad podría ser envidiado por un rey, porque él mismo es de condición regia en virtud de la rectitud, la limpieza y la fidelidad de su vida.
Que cada muchacho y cada muchacha experimente ese gozo, es mi humilde oración, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























