Conferencia General Abril 1954

Obra por los vivos y por los muertos

Élder ElRay L. Christiansen
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles


Siempre he disfrutado al escuchar ese hermoso cántico, “The Prayer Perfect”, y en este momento estoy pensando en las últimas palabras de ese canto:

And with all the needy, O divide, I pray,
This vast treasure of content that is mine today.

Al sentarnos aquí, hermanos y hermanas, estamos bendecidos con vastos tesoros de satisfacción, sabiendo muy bien y teniendo la seguridad de que Dios vive, y de que esta es Su Iglesia y Su reino; sabiendo que si guardamos los mandamientos del Señor, podremos volver a Su presencia; que podremos extender la mano y llevar a nuestros seres queridos y a nuestros amigos a esta misma bendición. Esto trae una gran medida de contentamiento. Pero no debemos quedarnos satisfechos, porque el Señor ha puesto sobre nuestros hombros la responsabilidad, no solo de perfeccionar nuestra propia vida, sino también de enseñar al mundo entero este evangelio. Eso se ha enfatizado en esta conferencia. Además de esto, nos ha dado la responsabilidad de identificar a nuestros parientes fallecidos, de colocar sus nombres en los templos y allí recibir las ordenanzas como sus representantes.

Hay quienes, aun entre nosotros, menosprecian y minimizan esta parte del plan del evangelio. Hay muchos en el mundo que no creen en ello en absoluto, sin embargo, es verdadero, ¡y es indispensable para el bienestar y la salvación tanto de los vivos como de los muertos! Puesto que Dios es justo, Su plan divino de salvación incluye los medios y el poder por los cuales aquellos que han muerto sin conocimiento del evangelio puedan oírlo y, si así lo desean, aceptarlo y recibir aquello de lo que ya se ha hablado en esta conferencia; a saber, el gran don de la inmortalidad y de la vida eterna.

“Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en lo que respecta a los hombres según la carne, pero vivan en lo que respecta a Dios según el espíritu” (1 Pedro 4:6).

Por cuanto Dios es un Dios justo, los mismos principios, las mismas ordenanzas, las mismas condiciones que se aplican a la salvación de los vivos se aplican también a la salvación de los muertos—aun el bautismo, del cual sabemos que es indispensable para nuestra membresía en la Iglesia y reino de Dios. El Señor ha dicho:

“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).

Eso significa que debe ser bautizado y recibir el Espíritu Santo.

Ahora bien, cuando el Salvador dijo eso, no hizo excepciones. No hubo distinción entre vivos y muertos. Todos quedaron incluidos; todos deben cumplir con este requisito previo para la ciudadanía y membresía en ese reino.

Wilford Woodruff, hace setenta y ocho años mañana, dijo algo sobre esto cuando hizo esta declaración tan significativa:

“Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34); “no dará privilegios a una generación y se los negará a otra; y toda la familia humana, desde el Padre Adán hasta nuestros días, tiene que tener la oportunidad, en algún lugar, de oír el evangelio de Cristo… Tienen que recibir la predicación en el mundo de los espíritus. Pero nadie los bautizará allí; por tanto, alguien debe ministrar por ellos por medio de la obra vicaria aquí en la carne, para que puedan ser juzgados según los hombres en la carne” (1 Pedro 4:6) “y tener parte en la primera resurrección” (Discourses of Wilford Woodruff, pág. 179).

Y luego, unos años después, este gran hombre dijo lo siguiente: “Tenemos que entrar en estos templos y redimir a nuestros muertos… Esta es la gran obra de la última dispensación: la redención de los vivos y de los muertos.”

Ahora bien, esta es una tarea tremenda, una asignación estupenda. Sin embargo, estoy seguro de que al trabajar con los medios y poderes que tenemos y hacer todo lo posible en esta gran obra de redimir a los muertos, el Señor, como lo ha hecho en el pasado inmediato, nos proveerá maneras y medios adicionales e instalaciones mejoradas por medio de las cuales esta obra pueda llevarse a cabo de mejor manera.

Hay una buena razón por la cual Él ha puesto esta responsabilidad sobre nosotros. Nos enseña a ser desinteresados. Nos enseña amor hacia los demás. Nos enseña a ser semejantes a Cristo e incluso a llegar a ser, en realidad, salvadores en el monte de Sion (Abdías 1:21).

Otra razón por la cual la ha puesto sobre nuestros hombros es para proveer por medio de nosotros las ordenanzas necesarias para aquellos que han pasado el velo. Hermanos y hermanas míos, ¡no podemos escapar de esta asignación a favor de los muertos!

Ahora bien, a fin de que los muertos justos puedan recibir, por la debida autoridad, las ordenanzas que son necesarias para las bendiciones de inmortalidad y vida eterna, el Señor prometió hace mucho, mucho tiempo al mundo que enviaría desde Su presencia a uno que poseía la autoridad y las llaves para comenzar de nuevo esta obra sobre la tierra. La promesa fue hecha por medio de Malaquías, el profeta, cuando dijo:

“He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.

“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Malaquías 4:5–6).

Ahora bien, el Profeta José Smith dijo que esta palabra “volver” debía entenderse como atar o sellar los corazones de los hijos a los padres, y viceversa. Me gustan las palabras de Moroni al Profeta José con respecto a esto. Dijo Moroni:

“He aquí, yo te revelaré el Sacerdocio por conducto de Elías, el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.

“Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres”—

como ha ocurrido de manera sumamente maravillosa.

“De no ser así, toda la tierra sería completamente asolada a su venida” (D. y C. 2:1–3).

¡El cumplimiento literal de esta promesa se ha realizado en nuestro día! Si vamos a la sección 110 de Doctrina y Convenios, veremos que la predicción del profeta Malaquías se ha cumplido literalmente: que Elías ha venido. El 3 de abril de 1836, cuando José y Oliver estaban en el Templo de Kirtland, después de que se habían efectuado ciertas ordenanzas, incluyendo la Santa Cena, se retiraron al púlpito; y al bajarse los velos, inclinaron la cabeza en solemne y silenciosa oración, y luego declararon que, después de levantarse de esta oración,

“Se nos abrieron los cielos, y vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro, de color semejante al ámbar.

“Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el sol al mediodía, y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová” (D. y C. 110:1–3).

El Señor les dijo que sus pecados les eran perdonados; que Él había aceptado aquella casa, el templo de Kirtland, como obra de sus manos; que este sería solo el comienzo de tales cosas, y que

“… el corazón de miles y decenas de miles se alegrará grandemente a causa de las bendiciones que se derramarán, y del investimiento con que se ha investido a mis siervos en esta casa.

“Y la fama de esta casa se extenderá a tierras extranjeras” (D. y C. 110:9–10),

y el Salvador les dijo que este era el comienzo de las bendiciones que se derramarían sobre las cabezas del pueblo en todo el mundo.

Hemos visto, en parte, el cumplimiento de esto.

Después de que esta visión se cerró, Moisés se les apareció y les confirió las llaves de la congregación de Israel desde las cuatro partes de la tierra. Esto fue seguido por la visitación de Elías (Elias), quien les confirió el evangelio de Abraham; luego declararon que:

“Después de cerrarse esta visión, se nos presentó otra visión grande y gloriosa; porque Elías, el profeta, quien fue llevado al cielo sin gustar la muerte, se puso delante de nosotros y dijo:

“‘He aquí, ha llegado plenamente el tiempo del que se habló por boca de Malaquías, comprobando que él [Elías] sería enviado, antes que viniera el día grande y terrible del Señor,

“‘para volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, para que toda la tierra no sea herida con una maldición’—

“Por consiguiente” (y esto es lo importante)…

“Por consiguiente, las llaves de esta dispensación han sido entregadas a vuestras manos; y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca; aun a las puertas” (D. y C. 110:13–16).

Así, hermanos y hermanas, ¿ha venido a cumplimiento en nuestro tiempo la profecía de Malaquías? Él ha venido, y los poderes que fueron dados a José han sido extendidos a otros, de modo que la gente de todo el mundo pueda, si lo desea, ser bendecida, y de modo que todas las ordenanzas del evangelio puedan administrarse con poder y rectitud.

Ahora bien, sé que los hombres dicen, y me lo han dicho a mí: “No creemos esto.” Pero ¡la incredulidad de un millón de hombres no cambia el hecho! La restauración de este sacerdocio salvará, como ha sido predicho, a la tierra de ser completamente asolada a la venida del Señor; de otro modo Sus propósitos serían frustrados; y se nos dice que Él ha declarado que Sus propósitos y Sus designios no serán frustrados, sino que solo los designios y propósitos y actos de los hombres serán reducidos a nada.

No debemos suponer que la misión de Elías y los poderes que él confirió se limitan únicamente a los muertos, porque los vivos también deben recibir estas mismas ordenanzas y tenerlas efectuadas si desean obtener exaltación y vida eterna en el reino celestial de los cielos.

Qué maravilloso es ver a los jóvenes—y a todas las personas—acudir a los templos del Señor en gran número para recibir sus bendiciones. Qué apropiado es ver a los padres y a los abuelos venir con sus hijos. Esta es la forma ideal, pues si vamos a estar juntos como familias en la próxima vida, siempre me ha parecido que deberíamos practicar el estar juntos con nuestras familias bajo tales circunstancias en esta vida.

La obligación de los Santos de los Últimos Días es triple:

  1. Prepararse para ir al templo y recibir sus bendiciones, y enseñar a sus hijos a vivir de tal manera que sean dignos y tengan el deseo de ir.
  2. Reunir los registros de nuestros muertos y colocarlos en los templos.
  3. Ir a la casa del Señor y allí prestar, de vez en cuando, nuestros servicios a aquellos que han partido sin conocimiento del evangelio.

Solo al hacerlo podremos perfeccionarnos y recibir la plenitud de gozo aquí y en la eternidad.

El Profeta José ha dicho que no debemos postergar esta obra. Sé que muchos participan activamente en ella, muchos están ansiosamente comprometidos en ella, pero la mayoría de nosotros estamos despreocupados. ¡No debemos dejarle a la tía Marta o a alguien más la tarea de identificar a nuestros muertos e ir a los templos; no debemos suponer que ya se ha hecho; es nuestra obligación individual hacer esta obra! El Profeta ha dicho que los Santos no tienen demasiado tiempo para salvar y redimir a los muertos y reunir a los parientes vivos—y esto es importante—para que ellos también sean salvos. “No tienen demasiado tiempo”, dijo, “antes de que la tierra sea herida y que la consumación decretada se derrame sobre el mundo” (véase Teachings of the Prophet Joseph Smith, pág. 330). Así que, antes de que llegue ese día, mientras dure el día y antes de que venga la noche cuando nadie pueda trabajar (Juan 9:4), regocijémonos en esta gran restauración y participemos en ella para nuestro gozo y satisfacción. Que así lo hagamos, oro humildemente, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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