El Mal de la Intolerancia
Élder Spencer W. Kimball
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Esta ha sido una conferencia gloriosa. Me complace profundamente notar que en cada conferencia sucesiva hay una mayor presencia de hermanos y hermanas japoneses y chinos; de hawaianos y otros isleños; de indígenas, mexicanos, hispanoamericanos y otros. Esto me hace muy feliz, y deseo dirigir mis palabras esta mañana en favor de esas minorías.
Hace poco llegó a mi escritorio una carta escrita anónimamente. Por lo general, el basurero recibe todos esos mensajes escritos por personas que no tienen el valor de firmar lo que expresan. Pero esta vez la guardé. Dice, en parte, lo siguiente:
Nunca soñé que viviría para ver el día en que la Iglesia invitaría a un Indian buck a hablar en el Tabernáculo de Salt Lake—un Indian buck nombrado obispo—una Indian squaw a hablar en el Tabernáculo de Ogden—indios que pasen por el Templo de Salt Lake—
Los lugares sagrados profanados por la invasión de todo lo que se impone a la raza blanca. . .
Esta carta ahora también irá al fuego, pero me proporciona el tema de las palabras que deseo pronunciar hoy.
¡Si la señora Anónima fuera la única que se sintiera así! Sin embargo, de muchos lugares y distintas direcciones escucho expresiones intolerantes. Si bien hay un número cada vez mayor de personas que son amables y están dispuestas a aceptar a los grupos minoritarios conforme ellos ingresan a la Iglesia, todavía hay muchos que hablan en términos despectivos, que como el sacerdote y el levita pasan de largo por el otro lado de la calle (Lucas 10:31–32).
Sería un paso muy positivo si nuestros periódicos y revistas y nuestros escritores y oradores dejaran de usar los términos buck y squaw y los reemplazaran por “hombres y mujeres indígenas” o “hermanos y hermanas lamanitas”.
Sus antepasados y profetas antiguos previeron este día y sabían que este pueblo sería vituperado y menospreciado.
En la carta citada, se sugiere la idea de una raza superior. ¡Desde los albores de la historia hemos visto a las llamadas razas superiores descender desde las alturas hasta las profundidades en un largo desfile de salidas! Entre ellas estuvieron los asirios, los egipcios, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. Ellos, junto con naciones más modernas, han sido derrotados en batalla, humillados y aplastados en la vida económica. ¿Está justificada la implicación de la señora Anónima de que la raza blanca o el pueblo estadounidense es superior? Juan el Bautista, en términos enérgicos, reprendió a un grupo similar que se tenía a sí mismo por superior:
“¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento;
“y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mateo 3:7–9).
El Señor habría eliminado el fanatismo y la distinción de clases. Habló con la mujer samaritana junto al pozo (Juan 4:4–7), sanó al criado del centurión (Mateo 8:5–13) y bendijo a la hija de la mujer cananea (Mateo 15:22–28). Y aunque Él personalmente vino a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10:5–6; 15:24) y envió primero a Sus Apóstoles a ellas, más bien que a los samaritanos y a otros gentiles, más adelante envió a Pablo a llevar el evangelio a los gentiles y reveló a Pedro que el evangelio era para todos. Los prejuicios estaban profundamente arraigados en Pedro, y fue necesaria una visión del cielo para ayudarle a desechar su parcialidad.
La voz había mandado: “Levántate, Pedro, mata y come”, cuando el lienzo que descendía del cielo contenía toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves. El meticuloso Pedro expresó sus prejuicios y hábitos de toda una vida al decir: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.” Entonces la voz celestial dejó claro que el programa era para todos: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.” Los prejuicios largamente sostenidos por Pedro cedieron finalmente ante el poder del mandato repetido tres veces. Cuando inmediatamente después el piadoso gentil Cornelio acudió a él en busca del evangelio, el pleno significado de la visión se derramó sobre Pedro y exclamó: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” y que él “no debía llamar común o inmundo a ningún hombre” (véase Hechos 10:11–28).
Y cuando los de la circuncisión se quejaron, Pedro, ahora muy seguro, les relató toda la historia y concluyó con estas memorables palabras:
“Varones hermanos, vosotros sabéis que ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen.
“Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros;
“y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos” (Hechos 15:7–9).
“¿Quién era yo, que pudiese estorbar a Dios?”, dijo en su defensa (Hechos 11:17).
El evangelio había sido llevado al judío, o Israel, y ahora debía ir al gentil. Era para todos.
El Salvador finalmente instruyó a Sus Apóstoles:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Y por medio del profeta Nefi Él
“. . . invita a todos a venir a él . . . y él recuerda a los gentiles; y todos son iguales ante Dios, tanto judío como gentil” (2 Nefi 26:33).
Entonces vean cómo el Señor preservó la Biblia a través de las edades de oscuridad y preservó las planchas de oro del Libro de Mormón durante el mismo período estéril, de modo que ambas sagradas Escrituras pudieran ser llevadas por los gentiles de vuelta a Israel y cumplir así la declaración de que “los primeros serán postreros, y los postreros, primeros” (véase Mateo 19:30).
Y ahora, señora Anónima, cuando el Señor ha hecho iguales a todos los hombres; cuando ha aceptado tanto a los gentiles como a Israel; cuando Él no halla diferencia entre ellos, ¿quiénes somos nosotros para encontrar una diferencia y excluir de la Iglesia, de sus actividades y de sus bendiciones al humilde indígena? ¿Ha leído usted las Escrituras, antiguas o modernas? ¿Ha sentido la magnanimidad del Salvador, Su bondad, Su misericordia, Su amor?
Si el Señor hubiera de reconocer una raza superior, ¿no sería Israel, precisamente el pueblo al que usted despreciaría y despojaría? ¿Corre en sus venas una sangre tan pura de Israel como la de aquellos a quienes usted critica? ¿Encuentra usted, mi crítica, alguna escritura que indique que Cristo excluiría a los lamanitas israelitas de las aguas del bautismo, del sacerdocio, del púlpito o del templo? ¿No eliminó el Señor a amalecitas, madianitas, cananeos para dar lugar al Israel escogido? Y siglos más tarde, cuando vio la inminente destrucción de Jerusalén y del templo, y cuando era evidente que Judá e Israel serían capturados y exiliados, ¿no envió el Señor a unos pocos justos, bajo Lehi, para hallar y colonizar esta tierra americana, esta tierra escogida bajo el cielo? ¿No guio, enseñó, castigó y perdonó a este mismo pueblo a lo largo de mil años agitados de variada experiencia, y no reiteró con frecuencia Su disposición a perdonar y Su anhelo de bendecir precisamente a este pueblo? ¿No mostró el Señor un interés especial y preferente por Su Israel? ¿No reservó únicamente para ellos Sus visitas y ministraciones personales? ¿Y no fue Él mismo, en persona, a hacer una visita de muchos días a Su pueblo de Lehi y les dijo:
“Vosotros sois mis discípulos. . .
“Y he aquí, esta es la tierra de vuestra herencia; y el Padre os la ha dado.
“Y ellos [los judíos] no entendieron que dije que ellos [los de Lehi] oirían mi voz; y no entendieron que los gentiles nunca oirían mi voz; porque para ellos yo no me manifestaría en la carne, sino por el Espíritu Santo.
“Mas he aquí, vosotros habéis oído mi voz y también me habéis visto; y sois mis ovejas, y sois contados entre los que el Padre me ha dado” (3 Nefi 15:12–13, 23–24).
¿Recordarán aquellos que menosprecian al indígena y lo privan de las bendiciones, cuánto ama el Señor a Sus lamanitas y cómo dijo a Sus primeros líderes en esta dispensación que
“. . . viajarás entre los lamanitas.
“Y se te dirá . . . lo que has de hacer” (D. y C. 28:14–15).
Recuerden cómo les autorizó a edificar Su Iglesia “entre los lamanitas” (D. y C. 30:6) y las palabras del posterior Profeta, John Taylor, quien dijo: “Y ahora debemos instruirlos más y organizarlos en iglesias con presidencias apropiadas, anexarlos a nuestras estacas y organizaciones” (The Gospel Kingdom, pág. 247).
En los días inmediatamente anteriores a la venida del Señor, aun el profeta lamanita Samuel sintió el aguijón y ardor de las cáusticas discriminaciones cuando dijo:
Y ahora bien, porque soy lamanita, y os he hablado las palabras que el Señor me mandó, y porque fueron duras contra vosotros, os habéis airado conmigo y procuráis destruirme, y me habéis echado de entre vosotros Helamán 14:10
Si la Sra. Anónima excluyera al indio del templo, ¿cómo podría justificar la disposición del Señor de que ellos ayudarían en la edificación de la Nueva Jerusalén con su templo?
¡Oh intolerancia, tú eres una criatura horrenda! ¡Qué crímenes se han cometido bajo tu influencia, cuántas injusticias bajo tu hechizo satánico!
Charlotte Gilman escribió: “Tropecé con un prejuicio que cortó por completo mi visión.” (De la Estrofa I de “Un Obstáculo”).
Fue a un grupo hipócrita e intolerante a quienes el Señor dio su parábola clásica,
“. . . a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros:
Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano.
Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo.
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” Lucas 18:9-14
Si es tan incorrecto confraternizar y mostrar hermandad con los grupos minoritarios y permitirles ocupar puestos, bancas y púlpitos en la Iglesia del Señor, ¿por qué afirmó tan positivamente el apóstol Pedro: “[Dios] . . . ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos”? Hechos 15:8-9
Y también: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”. Hechos 11:9
En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas:
Sino que en toda nación, el que le teme y obra justicia, le es acepto. Hechos 10:34-35
¿No sabía el Señor que en estos tiempos habría muchos duplicados del Sr. y la Sra. Anónimos que tal vez necesitarían la advertencia que él dio por medio de su profeta Moroni: “. . . ¿Quién despreciará las obras del Señor? ¿Quién despreciará a los hijos de Cristo? He aquí, todos vosotros que sois menospreciadores de las obras del Señor”? Mormón 9:26
El profeta Mormón escribió: Sí, ¡ay de aquel que negare las revelaciones del Señor! . . .
Sí, y no necesitáis ya silbar con el labio, ni despreciar, ni burlaros de los judíos, ni de ninguno de los del resto del linaje de Israel; porque he aquí, el Señor recuerda su convenio con ellos . . . conforme a lo que ha jurado. 3 Nefi 29:6, 8
Es muy evidente que todos los muchos prejuiciados no logran captar el espíritu del evangelio y las enseñanzas de Cristo cuando silban, desprecian, se burlan y critican. El Señor dijo en Mateo:
No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados: . . .
¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo; y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano. Mateo 7:1-5
Y nuevamente, el Señor dijo por medio de Pablo:
Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; porque en lo que juzgas a otro, a ti mismo te condenas. . .
¿Y piensas esto, oh hombre . . . que tú escaparás del juicio de Dios? Romanos 2:1, 3
Y otra vez, por medio de Moroni: Porque he aquí, el mismo que juzga será juzgado precipitadamente otra vez . . . y el que hiriere será herido otra vez por el Señor. Mormón 8:19
Recuerdo que el Señor fue muy paciente con el antiguo Israel. Durante mucho tiempo soportó su pequeñez, escuchó sus eternas quejas, se disgustó con sus inmundicias, gimió por sus idolatrías y adulterios, y lloró por su incredulidad; y sin embargo, finalmente los perdonó y condujo a la generación naciente a la tierra prometida. Habían sido víctimas de cuatro siglos de servidumbre destructiva, pero de acuerdo con su continua fidelidad, toda puerta hacia la inmortalidad y la vida eterna se les abrió.
Aquí él tiene al indio o lamanita, con trasfondo de veinticinco siglos de superstición, degradación, idolatría e indolencia. Él ha aborrecido su iniquidad, los ha castigado, ha traído a los gentiles para que sean sus padres y madres nodrizos Isaías 49:23 y (según parece) finalmente los ha perdonado. Sus sufrimientos han sido intensos, su humillación completa, su castigo severo y prolongado, sus pesares muchos y sus oportunidades reducidas. ¿No los ha perdonado y aceptado ahora? ¿No podemos nosotros también perdonarles y aceptarlos? A Israel antiguo se le concedieron cuarenta años. ¿No podemos conceder por lo menos cuarenta años de proselitismo paciente e intensivo y de organización entre el Israel moderno antes de juzgar demasiado duramente?
¡Qué monstruo es el prejuicio! Significa prejuzgar. ¿Cuántos de nosotros somos culpables de ello? A menudo pensamos que estamos libres de su fuerza destructiva, pero basta probarlo en nosotros mismos. Nuestras expresiones, nuestros tonos de voz, nuestros movimientos, nuestros pensamientos nos traicionan. Con frecuencia estamos tan dispuestos a que otros hagan los contactos, realicen el proselitismo, tengan las asociaciones. Hasta que nos proyectamos en la propia situación, poco nos damos cuenta de nuestro sesgo y nuestro prejuicio.
¿Por qué nosotros, los prósperos, los bendecidos, hemos de silbar? ¿Cuándo, oh cuándo, dejaremos de despreciar? ¿Cuándo nosotros, que pensamos estar libres de parcialidad, purgaremos de nuestras almas el prejuicio, a veces inconsciente, que poseemos? ¿Cuándo dejaremos de burlarnos de estos caminantes errantes? ¿Cuándo dejaremos de arrojar nuestras monedas con desdén hacia ellos en la puerta?
Sr. y Sra. Anónimos: Les presento un pueblo que, conforme a las profecías, ha sido esparcido y expulsado, defraudado y despojado, que es una “rama del árbol de Israel—perdida de su tronco—errantes en una tierra extraña”—su propia tierra. Alma 26:36
Les doy naciones que han pasado por las profundas aguas de los ríos del dolor, la angustia y la pena; un pueblo sobre cuyas cabezas han recaído los pecados de sus padres no hasta la tercera y cuarta generación, sino por cien generaciones. Les presento una multitud que ha pedido pan y ha recibido una piedra, y que ha pedido pescado y ha recibido una serpiente (véase 3 Nefi 14:9-10).
Este pueblo no pide su simpatía distante y lejana, su desdeñoso desdén, su despreciable menosprecio, su altiva burla, su nariz levantada, su hiriente esnobismo, su arrogante sarcasmo, ni su fría tolerancia calculada. Es un pueblo que, incapaz de levantarse por sus propios medios, pide ayuda a quienes pueden empujar, levantar y abrir puertas. Es un pueblo que ora por misericordia, pide perdón, suplica por la membresía en el reino con sus oportunidades de aprender y hacer. Es un buen pueblo que pide fraternidad, un apretón de manos amistoso, una palabra de aliento; es un grupo de naciones que clama por aceptación cálida y hermandad sincera. Les doy una raza escogida, un pueblo afectuoso y de corazón cálido, un pueblo receptivo pero tímido y temeroso, un grupo sencillo con fe infantil. Señalo a un pueblo en cuyas venas fluye la sangre de profetas y mártires; un pueblo con inteligencia y capacidad para ascender a alturas anteriores, pero que necesita la visión, la oportunidad y la ayuda de los padres y madres nodrizos.
Este pueblo puede elevarse a la grandeza de sus padres cuando la oportunidad toque a su puerta durante unas cuantas generaciones. Si los ayudamos plenamente, eventualmente podrán elevarse hasta la grandeza. Las semillas aún no germinadas están esperando las lluvias de la bondad y la oportunidad; la luz del sol de la verdad del evangelio; el cultivo mediante el programa de la Iglesia con su capacitación y actividad, y las semillas cobrarán vida, y la cosecha será fabulosa, pues el Señor lo ha prometido repetidamente.
Oh vosotros que silbáis y despreciáis, que desdeñáis y os mofáis, que condenáis y rechazáis, y que en vuestro altivo orgullo os colocáis por encima y superiores a estos nefitas-lamanitas: os ruego que no los despreciéis hasta que seáis capaces de igualar a sus antepasados lejanos, quienes poseían tal fe, fortaleza y poder—hasta que tengáis esa fe para arder en la hoguera con el profeta Abinadí. Mosíah 17:20 Es posible que los hijos del profeta estén entre nosotros. Algunos de ellos podrían llamarse hoy Lagunas o Shoshones.
Ruego que no menospreciéis a los lamanitas-nefitas a menos que vosotros también tengáis la devoción y la fortaleza para abandonar un cargo público para hacer obra misional entre un pueblo despreciado, y esto sin remuneración, como lo hicieron los cuatro hijos de Mosíah; hasta que vosotros también podáis apartaros de la comodidad y el lujo y de las remuneraciones y el poder de la realeza para pasar hambre y sed, ser perseguidos, encarcelados y golpeados durante catorce años de labor proselitista, como lo hicieron su pueblo, Ammón y sus hermanos, y como lo hizo el gran Nefi, que renunció al juzgado para hacer proselitismo. Algunos de sus descendientes también podrían estar entre nosotros. Su posteridad podría llevar el nombre de samoanos o maoríes.
Os pregunto: No os burléis ni ignoréis a estos nefitas-lamanitas a menos que podáis igualar a sus antepasados en grandeza y hasta que podáis arrodillaros con aquellos millares de santos ammonitas en la arena, en el campo de batalla, mientras cantaban himnos de alabanza cuando sus propias vidas eran apagadas por sus enemigos Alma 24:21–26. ¿Podríais mirar al cielo, sonriendo y cantando, mientras los demonios sedientos de sangre desgarran vuestro cuerpo con espada y cimitarra? Quizás los hijos de los ammonitas estén entre nosotros. Podrían llamarse zunis o hopis.
No te jactes de tu poder de palabra ni de tu valentía, a menos que tú también puedas estar junto al profeta Samuel sobre la muralla de la ciudad, esquivando piedras, lanzas y flechas mientras tratas de predicar el evangelio de salvación. Los mismos descendientes de este gran profeta están con nosotros. Podrían ser navajos o cheroquis.
Os pregunto a los que os burláis: ¿Sois mejores madres que las de los ammonitas? Aquellas mujeres lamanitas instruyeron a sus hijos en la fe hasta tal punto que ellos pelearon muchas batallas y regresaron limpios, llenos de fe. ¿Estáis instruyendo a vuestros hijos como ellas lo hicieron? ¿Vuestros hijos resisten el mal, crecen hasta la grandeza, reciben manifestaciones del Señor? ¿Os alaban vuestros hijos y dicen: “Sabíamos que nuestras madres lo sabían. Somos bendecidos del Señor porque vivimos sus mandamientos tal como nuestras madres nos enseñaron”? Alma 56:48. La posteridad de estas madres incomparables y de estos hijos fieles puede estar entre nosotros y llamarse mayas o pimas.
Os ruego: No os burléis con escarnio hasta que, y a menos que, vosotros también tengáis hijos amados y acariciados por el Señor de la creación, hijos que estén rodeados de fuego y a quienes ministren ángeles—hijos que profeticen cosas inefables 3 Nefi 17:24. Sus hijos podrían ser entre nosotros los piutes o moicanos.
No condenéis ni hagáis burla de estos buenos lamanitas-nefitas hasta que hayáis producido un pueblo superior que se compare con sus antepasados, quienes vivieron por casi tres siglos en paz y rectitud. ¿Ha sobrepasado nuestra propia nación siquiera un cuarto de siglo sin guerras y conmoción?
No menospreciemos a estos nefitas-lamanitas hasta que tengamos la certeza de que nosotros también tenemos el amor del Salvador como lo tuvo su pueblo cuando el Señor estuvo en medio de ellos y los ordenó con Sus propias manos, los bendijo con Su propia voz, los perdonó con Su propio y gran corazón, partió el pan, derramó el vino y administró Él mismo la Santa Cena a esta gente recta; hasta que tengamos el privilegio de sentir las marcas de los clavos en Sus manos y pies, y la herida de la lanza en Su costado.
Y en estos descendientes vivientes están todas las semillas de fe y de crecimiento y de desarrollo, de honor e integridad y grandeza. Ellos sólo esperan oportunidad, estímulo y hermandad; y estos serán redimidos, se levantarán y llegarán a ser un pueblo bendito. Dios lo ha dicho.
Yo amo a los lamanitas, a los indios y a todos sus parientes. Espero verlos levantarse y cumplir su destino. Sé que todas las profecías concernientes a ellos se cumplirán.
Que Dios bendiga a los pueblos lamanita-nefitas, conmueva sus corazones; bendiga a los misioneros que son enviados a ellos; y nos ayude a nosotros, sus padres y madres lactantes. Y que Dios apresure el día de su plena liberación. Esto ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























