La Iglesia Divina
Élder Henry D. Moyle
Del Consejo de los Doce Apóstoles
La restauración del evangelio—Esta afirmación presupone dos hechos fundamentales: (1) la existencia previa del evangelio sobre la tierra; (2) su pérdida—desaparición, etc. ¿Hubo una Iglesia divina? Es parte de nuestra misión en la tierra proclamar la existencia del evangelio en dispensaciones anteriores. El mundo de hoy se pregunta por qué enviamos misioneros a naciones llamadas cristianas en vez de limitar nuestros esfuerzos proselitistas a las llamadas naciones paganas. La respuesta es importante: el cristianismo actual ha perdido el conocimiento del verdadero evangelio de Jesucristo tal como se estableció antiguamente.
Y respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe.
Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán
(Mateo 24:4–5).
Vamos al mundo para enseñarles tanto el evangelio antiguo como el evangelio de los últimos días de Jesucristo. ¿No dijeron los profetas Isaías y Miqueas?:
Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa del Señor será establecido como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.
Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.
Venid, oh casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor (Isaías 2:2–5; Miqueas 4:1–3).
No hace muchos años, en Knoxville, Tennessee, vi un letrero de bronce en la esquina de un banco que decía, en esencia: “La Iglesia a la vuelta de la esquina enseña el evangelio antiguo de Jesucristo”. Este intento de aquella gran iglesia por distinguirse de otras iglesias contemporáneas es evidencia suficiente de la necesidad de hacer obra misional entre quienes profesan nuevas religiones creadas por los hombres, así como entre quienes niegan todas las religiones, incluso la existencia misma de Dios. Nuestra misión es predicar el evangelio—la existencia y el verdadero concepto de Dios a nuestros semejantes—y el establecimiento de Su Iglesia sobre la tierra por medio de Su Hijo Unigénito, Jesucristo. No podemos proclamar la restauración del evangelio sin proclamar su preexistencia. La restauración debe traer de vuelta aquello que fue establecido originalmente. Algo distinto no sería una restauración; tampoco se puede restaurar lo que ya está aquí. Solo podemos restaurar lo que se ha perdido, lo que ha desaparecido. Restaurar significa traer de vuelta lo que antes tuvimos.
El fundamento sobre el cual la Iglesia de Jesucristo se organiza en estos últimos días es la declaración que Jesucristo hizo a un joven que, en la fortaleza y sencillez de su fe, oró a Dios para obtener luz sobre este mismo asunto. ¿Dónde se hallaba la Iglesia de Jesucristo? El muchacho de catorce años preguntó al Señor cuál de todas las sectas era la correcta y a cuál debía unirse. El Señor le dijo que no debía unirse a ninguna, pues todas estaban equivocadas, que todos sus credos eran una abominación ante Él, que se acercaban a Él con los labios, pero sus corazones estaban lejos de Él. Enseñan como doctrina los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, pero negando su poder. Nuevamente le prohibió unirse a cualquiera de ellas
(José Smith—Historia 1:18–20).
Una restauración de la Iglesia divina sería más adelante efectuada mediante ese muchacho, cuando llegó a la edad adulta: el Profeta José Smith. Más tarde, el ángel Moroni le dijo al Profeta, en septiembre de 1823: He aquí, te revelaré el sacerdocio, por conducto de Elías el profeta, antes de la venida del día grande y terrible del Señor (DyC 2:1).
A José Smith no solo le fue dado el sacerdocio—las llaves del cual tenía Elías—sino que anteriormente él y Oliver Cowdery habían recibido el sacerdocio apostólico de manos de Pedro, Santiago y Juan, con autoridad y dirección para, una vez más, seleccionar doce apóstoles. Así fue restaurado nuevamente en la tierra el sacerdocio de Dios, la autoridad por la cual la Iglesia divina debía ser restablecida, tan vital para el mundo entero, ya sea cristiano o pagano. Por lo tanto, todo poseedor del sacerdocio debería estar bien instruido en los hechos históricos relacionados con los fundamentos originales del evangelio—su desaparición y su restauración—además de los primeros principios del evangelio mismo.
Qué apropiado es que el gran cuerpo del sacerdocio de la Iglesia dirija periódicamente su estudio hacia estos asuntos de tan enorme valor histórico para nosotros y para nuestra obra misional. Los hemos estudiado durante tres años. No hemos sido dejados sin evidencia de una apostasía del evangelio dado por el Salvador. Nuestro curso de estudio, preparado por el élder James L. Barker, nos ha proporcionado muchos hechos históricos importantes con los que deberíamos estar familiarizados. Otros encontrarán y, de tiempo en tiempo, añadirán más a nuestro caudal de conocimiento, tal como los élderes Parley P. Pratt, James E. Talmage, B. H. Roberts y otros lo han hecho en el pasado a partir de fuentes históricas. Las Escrituras mismas profetizan la apostasía del verdadero evangelio de Jesucristo.
Leemos:
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,
Que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias;
Y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas (2 Timoteo 4:1–4).
Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21).
Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí destrucción repentina.
Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado;
Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas; sobre los cuales la condenación ya de largo tiempo no se tarda, y su perdición no se duerme (2 Pedro 2:1–3).
Se destruye la tierra, se desfallece; el mundo se agota y desfallece; los altos del pueblo de la tierra se agotan.
Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno.
Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y quedaron pocos hombres (Isaías 24:4–6).
Y vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno, para predicarlo a los moradores de la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo…
Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas Apoc. 14:6–7
Este evangelio ahora restaurado en la tierra es un plan de vida y salvación, un medio mediante el cual, por nuestra obediencia, podemos ser llevados de nuevo a la presencia de nuestro eterno Padre Celestial coronados de gloria, inmortalidad y vidas eternas. Siempre ha tenido una aplicación universal. Era el mismo evangelio en Jerusalén, Constantinopla, Éfeso o Roma. ¡Es eterno en su duración! Si fuéramos a cualquiera de estas ciudades o a cualquier otro lugar adonde los apóstoles de Cristo llevaron el verdadero evangelio, y allí afirmaran ser los legítimos sucesores de Cristo, tendríamos un solo patrón absoluto, invariable, exacto y al mismo tiempo sencillo por el cual podríamos juzgar la validez de sus afirmaciones, suponiendo, como los hechos obligan, que al cabo de relativamente poco tiempo las enseñanzas de quienes pretendían ser seguidores de Cristo diferían en prácticamente cada país, si no en cada gran ciudad. El propósito de estos cursos del sacerdocio que el hermano Barker ha preparado ha sido permitirnos someter a prueba estas diversas reclamaciones actuales: ¿se conforman sus enseñanzas y prácticas a las de Cristo?
Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.
No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.
Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema Gál. 1:6–8
Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis 2 Cor. 11:4
Los hechos pertinentes han tenido que ser buscados en los escritos de casi incontables hombres durante casi dos mil años, todos ellos escritos, con pocas excepciones, por hombres que a su vez hallaron el contenido de sus escritos como resultado de una intensa investigación. Por su propia naturaleza, los hechos descubiertos no se han prestado a una gran simplificación. Los quórumes del sacerdocio, durante los últimos tres años, han lidiado con estas lecciones. Algunos se pusieron en el espíritu del investigador y han logrado obtener el máximo provecho de ellas. Ellos son los que se han capacitado, a partir de la historia secular misma—escrita en su mayor parte por el clero directamente afectado por la exposición de los hechos—para demostrar, por los cambios de doctrina que realmente ocurrieron en sus propias iglesias, los alejamientos de las sencillas verdades enunciadas por el propio Salvador y la implantación de prácticas paganas dentro de la iglesia, que todas las iglesias del mundo en 1830 se habían apartado de las sencillas verdades del evangelio de Jesucristo.
Basta referirnos a unos pocos ejemplos, tan claramente expuestos en los manuales del sacerdocio de los últimos tres años. Tomen, por ejemplo, el bautismo sin autoridad, efectuado de otra manera que no sea por inmersión; las doctrinas de la condenación de los niños, de la transubstanciación, de la predestinación, de un Dios inmaterial que creó al hombre—cuerpo y alma—de la nada; que el hombre puede ser salvo solo por la gracia; las indulgencias, las absoluciones, la intercesión de los santos junto con el poder milagroso de las reliquias, de las misas, de la adoración de imágenes en las iglesias, del purgatorio, del monacato. ¡Qué notable alejamiento de los sencillos principios del evangelio de Jesucristo! El cambio fue tan obvio, que las personas pensantes se vieron obligadas a participar en la gran Reforma tan pronto como la Biblia llegó a sus manos.
Se nos dice que para el año 1520 ya había dieciocho traducciones de la Biblia al alemán, once al italiano, cuatro al bohemio y dos al neerlandés. Así, quienes leyeron la Biblia por primera vez quedaron consternados ante la profundidad y la amplitud del alejamiento que había tenido lugar en las iglesias del mundo de las sencillas verdades del evangelio de Jesucristo. Estos son los beneficios que han recibido quienes han estudiado con empeño los manuales del sacerdocio de los últimos tres años.
Otros han luchado con ellas sin llegar a penetrar tan profundamente en el espíritu en que fue escrita esta gran obra titulada La Iglesia Divina. Ha sido un tema que no podía dominarse sin esfuerzo. Permítanme decir que tampoco fue escrita sin esfuerzo. Parece existir una relación entre el esfuerzo del autor y el esfuerzo que requiere el alumno para dominar el curso. Otros, según se nos informa, quedaron rezagados y sustituyeron estos cursos por otros más afines a sus preferencias personales. No se han preparado para enfrentar estos asuntos tan vitales y actuales hoy en nuestro trato con el prójimo al difundir la luz que poseemos entre nuestros vecinos—tanto en el hogar como en el extranjero.
Para el próximo año hemos preparado un curso de estudio sobre la restauración de esa misma Iglesia divina sobre la tierra, con la restauración de sus sencillos principios y prácticas. Esperamos que nuestros líderes del sacerdocio acepten estas lecciones en el espíritu en que han sido escritas. Al estudiarlas, recurran constantemente, al considerar la restauración, a la historia del alejamiento de ella por parte de las iglesias del mundo. Deseamos seguir perfeccionándonos en este aspecto mediante el estudio continuo de la importante historia expuesta en los manuales de los últimos tres años. Debe ser nuestro propósito, al enseñar y estudiar estas lecciones sobre la restauración—seamos maestros o alumnos—relacionar nuestro estudio con la apostasía mediante la comparación de los detalles de la restauración del evangelio con los principios que se enseñaban en las iglesias del mundo en 1830.
De esta manera podremos aprender, en los próximos dos años, al estudiar estas lecciones sobre la restauración escritas por el élder Roy A. Welker, tanto o más de los hechos contenidos en nuestros tres manuales anteriores sobre La Iglesia Divina, que tratan de la apostasía, como aprendimos durante esos mismos años. Esto también es importante porque muchos de los que asistirán a las reuniones de quórum del sacerdocio este año y el próximo no estuvieron presentes durante los últimos tres años. Surge naturalmente la pregunta: ¿cómo podemos estudiar la restauración, tal como he tratado de recalcar, sin algún estudio de aquello que estamos restaurando? En respuesta a la pregunta: si el mundo lo tuvo alguna vez, ¿qué ha hecho con ello? El hecho mismo de que estos tres volúmenes del élder Barker sobre La Iglesia Divina no fueran tan sencillos como algunos deseaban es una razón adicional para leerlos por segunda vez; y aquellos que entre tanto han sido avanzados al Sacerdocio de Melquisedec, o que han regresado del ejército o de una misión, o de ambos, podrían beneficiarse de ellos por primera vez. Recomendamos muy seriamente una primera lectura de estos manuales por todos los que aún no los han dominado. Los dividendos que se obtendrán de un estudio como el que se sugiere son seguros, no solo al capacitarnos para enseñar a otros, sino, por encima de todo, al proporcionarnos a cada uno un fundamento más amplio de conocimiento sobre el cual apoyar nuestra propia fe.
Jamás perdemos de vista, en todo nuestro trabajo de clase y estudio, el hecho de que “la gloria de Dios es la inteligencia” D. y C. 93:36 El conocimiento es poder. La verdad es gozosa.
Además, en el estudio de la restauración deberíamos informarnos sobre las doctrinas actuales de las iglesias del mundo. En muchos casos hallaremos que estas doctrinas han cambiado en cierta medida desde 1830 para conformarse más plenamente a las enseñanzas del evangelio restaurado de Jesucristo.
Podemos esperar que, con el transcurso del tiempo—de hecho, podemos albergar la esperanza de que—las iglesias del mundo continúen no solo viendo, sino también apreciando la luz que fue traída a la tierra mediante la restauración del evangelio de Jesucristo en estos últimos días por medio del Profeta José Smith, y que reconozcan que así como la Iglesia fue organizada por el Salvador cuando estuvo sobre la tierra, así debe continuar a lo largo de la restauración.
Esperamos que los habitantes del mundo lleguen a apreciar las palabras de Pablo a los Efesios:
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros,
A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo;
Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error Efe. 4:11–14
Que el Señor apresure el día en que los pueblos del mundo reconozcan la fuente de esta luz que está iluminando al mundo. Debe ser propósito del sacerdocio de la Iglesia capacitarse de tal manera que, individual y colectivamente, sean como una luz puesta en un monte.
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos Mateo 5:14,16
























