Obediencia ciega o obediencia de fe
Élder Spencer W. Kimball
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Mis amados hermanos, hermanas y amigos, me acerco a esta oportunidad con temor y temblor, humildad, ayuno y oración.
Tuve el privilegio, en el mes de agosto, de asistir al gran drama en Palmyra, y me senté, cautivado, con unas cuarenta mil personas más en la Colina de Cumorah, mirando hacia esa loma oscura a medida que caía la noche. Escuché las voces de quienes representaban a muchos profetas—Nefi, Jacob, Alma, Amulek, Ammón y, finalmente, el profeta Samuel el lamanita—todos profetizando acerca de la venida del Salvador del mundo a ellos aquí, en este continente.
Fue inspirador, al avanzar el programa hacia su conclusión, ver la hermosa escena cuando una Persona apareció sobre la colina. Debido a la oscuridad debajo de Él, parecía como si estuviera de pie en el aire, con largos mantos blancos ondeando en la brisa que soplaba desde la cima del cerro. Me sentí inspirado, y esa inspiración ha permanecido conmigo desde entonces. Allí se representaba la historia de la venida del Salvador a esta tierra cuando miles de personas se reunieron en el templo y miraban fijamente hacia el cielo. Oyeron la voz, ni fuerte ni áspera, sino penetrante, y ésta penetró sus mismas almas 3 Nefi 11:3–6 A la tercera vez pudieron entender, y oyeron la voz que decía:
He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre; a él oíd 3 Nefi 11:7
Luego vino la voz de Aquel que se había aparecido a este pueblo nefitas diciendo: “. . . yo soy Jesucristo” 3 Nefi 11:10 Su mensaje entonces, antes y después, siempre para Su pueblo ha sido:
“. . . Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” 1 Samuel 15:22
Así habló el profeta Samuel al desobediente rey Saúl, quien perdió su reino a causa de la rebelión. El profeta advirtió a Saúl que debía desbaratar a sus enemigos, pero que no debía conservar el botín de guerra. Pero el balido de las ovejas y el bramido de los bueyes 1 Samuel 15:14 revelaron que Saúl y su pueblo habían desobedecido el sencillo mandamiento del Señor. Samuel lo reprendió:
¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?
“. . . Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” 1 Samuel 15:22–23
Saúl pidió perdón, pero el profeta respondió: “. . . Porque tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey sobre Israel” 1 Samuel 15:26
En su estado arrogante y altivo, tomó las cosas en sus propias manos, ignorando por completo los mandamientos del Señor.
Samuel lo regañó: “. . . ¿No eras pequeño a tus propios ojos, y has sido hecho jefe de las tribus de Israel, y Jehová te ha ungido por rey sobre Israel?
“¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que vuelto al botín, has hecho lo malo ante los ojos de Jehová?” 1 Samuel 15:17,19
Saúl racionalizó. Le fue fácil obedecer en cuanto a la disposición de los reyes, pues, ¿para qué servían los reyes conquistados? Pero, ¿por qué no quedarse con las ovejas y el ganado más gordo? ¿No era su juicio real superior al del humilde Samuel? ¿Quién era Samuel para que sus palabras debieran obedecerse implícitamente, y quién se enteraría de todos modos?
¡Cuán parecidos a Saúl son muchos en Israel hoy! Uno vivirá algunas de las revelaciones del Señor sobre la salud DyC 89:1–21 excepto que debe tomar su taza ocasional de café; ella no usará tabaco ni licor, por los cuales no siente ninguna inclinación, pero tiene que tomar la reconfortante taza de té.
Él prestará servicio en un cargo en la Iglesia, pues aquí hay actividad que le gusta, y honor que anhela, o contribuirá para una capilla donde se conocerá su donativo, pero racionaliza fácilmente en cuanto al pago del diezmo, lo cual le resulta tan difícil. No puede darse ese lujo: la enfermedad o la muerte han pesado fuertemente sobre él; no está seguro de que siempre se distribuya como él lo haría, y ¿quién sabe, de todos modos, de su incumplimiento?
Otro asistirá a algunas reuniones, pero, como Saúl, racionalizará respecto al resto del día. ¿Por qué no habría de ir a ver un partido de pelota, una función de cine, hacer el trabajo necesario en el jardín o continuar con sus negocios como de costumbre?
Otro asistiría religiosamente a sus deberes exteriores en la Iglesia, pero resistiría cualquier sugerencia referente a fricciones familiares en su hogar, o a la oración familiar cuando es tan difícil reunir a toda la familia.
Saúl era así. Podía hacer las cosas convenientes, pero encontraba coartadas para aquellas que contrariaban sus propios deseos.
¡Obedecer! ¡Escuchar! ¡Qué difícil exigencia! A menudo oímos: “Nadie puede decirme qué ropa ponerme, qué debo comer o beber. Nadie puede disponer de mis días de reposo, apropiarse de mis ganancias ni, de ninguna manera, limitar mis libertades personales. ¡Yo hago lo que me da la gana! ¡No doy obediencia ciega a nadie!”
¡Obediencia ciega! ¡Cuán poco entienden! El Señor dijo por medio de José Smith: “Lo que Dios manda es siempre justo, aunque no podamos ver la razón hasta mucho después que los hechos ocurran” (Scrapbook of Mormon Literature, vol. 2, pág. 173).
Cuando los hombres obedecen los mandamientos de un Creador, no se trata de obediencia ciega. ¡Cuán diferente es la sumisión temblorosa de un súbdito ante su monarca totalitario y la obediencia digna y voluntaria que se rinde a Dios! El dictador es ambicioso, egoísta y tiene motivos ocultos. Cada mandamiento de Dios es recto, cada directriz tiene un propósito y todas son para el bien de los gobernados. La primera puede ser obediencia ciega, pero la última es ciertamente obediencia de fe.
El patriarca Abraham, duramente probado, obedeció fielmente cuando el Señor le mandó ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar Génesis 22:1–2 ¿Obediencia ciega? No. Él sabía que Dios no le exigiría nada que no fuera para su bien último. No comprendía cómo podría lograrse ese bien. Sabía que se le había prometido que por la descendencia de ese hijo milagroso, Isaac, serían bendecidas todas las naciones innumerables, y habiendo Dios prometido, se cumpliría. Sin duda surgieron preguntas en su mente en cuanto a cómo podrían suceder estas cosas si Isaac era sacrificado, pero sabía que el Señor era justo y proveería el medio. ¿Acaso no había cumplido ya el Señor la promesa referente a la concepción de ese hijo cuando Abraham era viejo y Sara estaba muy más allá del período normal para dar a luz? Génesis 17:15–22 En Hebreos leemos:
“Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, e innumerables como la arena a la orilla del mar” Hebreos 11:12
Ahora se pedía a Abraham que sacrificara a este hijo amado, que aún no tenía posteridad. Pero con fe suprema Abraham: “. . . ofreció a Isaac . . . pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos” Hebreos 11:17,19
Sabiendo que Dios no haría demandas caprichosas ni innecesarias, y que el muchacho podía ser levantado aun de la muerte, si fuera necesario, Abraham obedeció. Se proveyó un carnero.
Quizá el delincuente en la penitenciaría obedece ciegamente, pues allí hay compulsión. La mayoría de sus decisiones se toman por él. Algo semejante ocurre con los súbditos de un dictador, cuya labor, recreación, religión y demás actividades son controladas y regimentadas. Aquí hay obediencia ciega.
No fue fe ciega cuando el patriarca Noé construyó un arca hace unos cuarenta y dos siglos, ni cuando el profeta Nefi construyó un barco hace unos veinticinco siglos. Cada uno recibió del Señor el mandamiento de edificar una embarcación apta para el mar. En un caso, un diluvio total e inaudito cubriría la tierra; en el otro, habría que cruzar el océano más grande. Ninguna experiencia de aquellos constructores podía guiarles en estas nuevas empresas—en la vida de ninguno de los dos había habido antes un diluvio ni un cruce oceánico—no había nada en que basar la construcción, salvo las instrucciones del Señor. Aquí no hubo obediencia ciega. Cada uno conocía la bondad de Dios y sabía que Él tenía un propósito en Sus extraños mandamientos. Y así, con los ojos bien abiertos, con absoluta libertad de escoger, edificaron por fe. La familia de Noé fue salva del ahogamiento físico y de la decadencia espiritual, y el pueblo de Nefi fue salvo de igual manera.
Ninguna espada ni bayoneta, ni hambre ni pestilencia expulsaron a los lamanitas de las fértiles playas de Abundancia, sino que una obediencia lúcida los llevó a cruzar océanos sin carta de navegación. El Señor había prometido: “. . . en la medida en que guardéis mis mandamientos, prosperaréis, y seréis guiados a . . . una tierra que es la más preciada de todas las tierras” 1 Nefi 2:20
Y con una obediencia nacida de la fe y la confianza, la nave fue terminada, cargada y botada.
No hubo compulsión en las acciones de Noé—no hubo obediencia ciega. No estaba lloviendo cuando este hombre de Dios hizo la embarcación que habría de salvar a su familia. Después de su terminación, una semana entera de clima seco precedió la tormenta. Allí hubo obediencia nacida del testimonio del poder, la certeza y la justicia de Dios. Y la confianza de Noé fue justificada, y una raza fue preservada.
Cuando los hombres hablan de toda fe y toda obediencia como ciegas, ¿no están encubriendo sus propias debilidades? ¿No están buscando una coartada para justificar su propio fracaso en escuchar?
Un hombre obedece estrictamente la ley del impuesto sobre la renta y paga completa y anticipadamente los impuestos sobre su propiedad, pero se justifica a sí mismo al hacer caso omiso de la ley del día de reposo o del pago de los diezmos a tiempo, si es que los paga. En un caso puede sufrir solamente la privación de la libertad o de recursos, o perder su casa o sus bienes personales, pero en el otro abre la puerta a la pérdida de un alma. Lo espiritual, verdaderamente, trae castigos al igual que lo temporal; la diferencia principal es la rapidez del castigo, ya que el Señor es tan longánimo.
Difícilmente se llamaría a lo primero obediencia ciega, sin embargo, a veces considera los mandamientos espirituales como tales.
¿Es obediencia ciega cuando el estudiante paga su matrícula, lee las tareas de texto, asiste a clases y así se capacita para obtener sus títulos finales? Tal vez él mismo establecería normas diferentes y más fáciles para graduarse, pero obedece cada requisito del catálogo, entienda o no su implicación total.
¿Es obediencia ciega cuando uno hace caso del letrero “Alto voltaje — Manténgase alejado”, o es más bien obediencia de fe en el juicio de los expertos que conocen el peligro?
¿Es obediencia ciega cuando el viajero de avión abrocha su cinturón de seguridad cuando se enciende la señal, o es confianza en la experiencia y sabiduría de aquellos que conocen mejor los riesgos y peligros?
¿Es obediencia ciega cuando el niñito salta alegremente desde la mesa a los fuertes brazos de su sonriente padre, o es esto confianza implícita en el amoroso padre, quien se siente seguro de poder atraparlo y ama al niño más que a la vida misma?
¿Es obediencia ciega cuando un enfermo toma una medicina de sabor repugnante recetada por su médico o entrega su propio cuerpo precioso al bisturí del cirujano, o es ésta la obediencia de fe en alguien en quien puede depositarse la confianza con seguridad?
¿Es obediencia ciega cuando el piloto guía su barco entre las boyas que marcan los arrecifes y así mantiene su nave en aguas profundas, o es confianza en la integridad de aquellos que han establecido los dispositivos de protección?
¿Es entonces obediencia ciega cuando nosotros, con nuestra visión limitada, nuestro conocimiento elemental, nuestros deseos egoístas, motivos ulteriores e impulsos carnales, aceptamos y seguimos la guía y obedecemos los mandamientos de nuestro amoroso Padre, que nos engendró, creó un mundo para nosotros, nos ama y ha planeado un programa constructivo para nosotros totalmente libre de motivos ocultos, cuyo gozo y gloria mayores son “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna” Moisés 1:39 de todos Sus hijos?
Podría haber obediencia ciega cuando no existe el albedrío, cuando hay regimiento, pero en todos los mandamientos del Señor dados por medio de Sus siervos existe albedrío total, libre de compulsión. Algunos protestan que el albedrío falta donde se imponen castigos y se amenazan condenaciones—ser condenado por rechazar el evangelio parece duro para algunos y algo que les quita el albedrío. Esto no es verdad, porque la decisión es nuestra: podemos aceptar o rechazar, cumplir o ignorar.
En todas nuestras actividades de la vida es igual—podemos asistir a la universidad o mantenernos alejados del campus; podemos aplicarnos a los estudios o perder el tiempo; podemos cumplir con todos los requisitos o ignorarlos. La decisión es nuestra; el albedrío es libre.
Podemos tomar la medicina o, en secreto, verterla por el desagüe; podemos entregar nuestro cuerpo al bisturí del cirujano o rehusar sus servicios; podemos seguir los senderos o perdernos en la selva; pero no podemos evitar los castigos de la desobediencia a la ley.
Podemos conducir a ciento sesenta kilómetros por hora, estacionar el auto frente a las bocas de incendio, manejar por el lado equivocado de la carretera, resistir el arresto, robar un banco, pero pagaremos las penas tarde o temprano, hasta el último centavo. Ningún alma es lo bastante astuta como para evadir indefinidamente las penas o contrarrestar esta extensa y básica ley de retribución. Sin albedrío los hombres serían seres inertes, flácidos, débiles, inútiles para sí mismos y para el mundo.
Nuestro Padre Celestial, que sabe todas las cosas, nos dio esta ley fundamental del albedrío. Él podría forzar nuestra obediencia, compelernos a ser buenos, regimentar nuestros actos, pero eso haría de nosotros criaturas sin columna vertebral, sin voluntad, propósito ni destino.
Nuestro Señor lloró amargamente Moisés 7:28 cuando vio a Sus criaturas quebrantar Sus mandamientos en los días anteriores al diluvio, pero se abstuvo de usar la fuerza. Ellos debían tener su albedrío:
Y dijo el Señor a Enoc: He aquí a tus hermanos; son obra de mis propias manos, y les di su conocimiento en el día en que los creé; y en el Jardín de Edén di al hombre su albedrío Moisés 7:32
Se les permitió ignorar las advertencias de los profetas hasta que su copa de iniquidad se llenó, rebosó y anegó el mundo y ahogó a sus habitantes.
Las recompensas por la fidelidad y los castigos por la desobediencia son seguros. Dios es longánimo, paciente y bondadoso, mientras que los hombres y las leyes naturales suelen ser rápidos y crueles.
Nuestros justos y sabios padres, Adán y Eva, fueron ejemplares en cuanto a obediencia nacida de una fe infantil:
“. . . Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.
“Y después de muchos días vino un ángel del Señor y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No lo sé, salvo que el Señor me lo mandó.
“Entonces el ángel habló, diciendo: Este es un símbolo del sacrificio del Unigénito del Padre, que está lleno de gracia y de verdad” Moisés 5:5–7
¿Obediencia ciega? De ninguna manera. Ellos habían conocido a Jehová, oído Su voz, caminado con Él en el Jardín de Edén y sabían de Su bondad, justicia y comprensión. Y así, por “muchos días” degollaron corderos sin mancha y los ofrecieron sin saber por qué, pero con total confianza de que había un propósito justo en la ley y que la razón se revelaría más adelante, después de obedecer.
La obediencia fue primordial en la sanación de los leprosos. Ellos clamaron: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Y cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios” Lucas 17:13–14
Es seguro que los sacerdotes no contribuyeron en nada a la sanación. Aquellos diez probablemente habían vivido toda su vida bajo la jurisdicción de esos sacerdotes, quienes no se sabe que hayan sanado nunca a leprosos. El milagro ocurrió cuando, pero no hasta que, obedecieron en cada detalle. No hubo allí obediencia ciega. Estos leprosos sabían que Cristo no los defraudaría. Tenían fe no sólo en Su poder, sino también en Su bondad e integridad.
Así también el hombre ciego de nacimiento avanzó hacia la plenitud de su vista al obedecer la voz de la autoridad. Interrogado por los escépticos fariseos en cuanto a la inigualable recuperación de su visión, sostuvo firmemente:
“Puso lodo sobre mis ojos, y me lavé, y veo.
“. . . Es profeta.
“. . . Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” Juan 9:15,17,25
Era una fórmula muy sencilla. Un poco de saliva, un poco de lodo, una unción simple, un mandamiento simple y un acto de obediencia de fe; y las tinieblas fueron reemplazadas por la luz. “Creo, Señor” Juan 9:38 dijo, mientras adoraba con gratitud. ¿Obediencia ciega, diríais? Era un hombre ciego, pero una obediencia vidente. El Salvador:
“. . . escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego,
“y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé . . . Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo” Juan 9:6–7
¡Qué sencillo el proceso! ¡Qué dulce el mandamiento! ¡Qué fiel la obediencia! ¡Qué gloriosa la recompensa!
Extraño—nosotros proveemos pañuelos puros y estériles para la saliva y prohibimos escupir aun en las aceras.
Nos bañamos con jabón, frotamos con desinfectantes y escaldamos platos, ollas y sartenes con agua hirviendo para matar los gérmenes de la inmundicia del lodo.
Usamos para fines culinarios y especialmente en los hospitales y habitaciones de enfermos sólo agua purificada por procesos químicos.
Pero aquí el Maestro pasó por alto todas nuestras reglas de salubridad y prescribió saliva, lodo lleno de gérmenes y agua impura del contaminado estanque de Siloé, que bañaba los cuerpos sudorosos de los obreros y los cuerpos llagados de los enfermos y los afligidos.
¿Hay poder sanador en el simple lodo para hacer ver los ojos? ¿Hay valor medicinal en la saliva para curar dolencias? ¿Hay propiedades curativas en las aguas de Siloé que abran los ojos de un ciego congénito? La respuesta es obvia. El milagro fue concebido en el seno de la fe y nació y maduró en el acto de obediencia.
Si el mandamiento hubiera implicado aceite en lugar de saliva, hierbas en lugar de lodo y las aguas de un manantial puro y burbujeante en lugar del inmundo Siloé, el resultado habría sido el mismo. Pero algunos habrían dicho que el aceite, las hierbas y el agua pura habían sanado los ojos; aunque hasta el más inexperto debe saber que éstos no podrían curar a nadie. En consecuencia, sólo podía sacarse una conclusión: el milagro sin precedentes fue, sin duda, el resultado de la obediencia de fe. Pero si el ciego hubiera desobedecido cualquiera de las fases del mandamiento, sin duda habría sufrido hasta la muerte con ceguera continua.
Aunque no hay compulsión, las leyes espirituales de hoy también deben obedecerse si se han de recibir las bendiciones, porque el Señor ha dicho:
Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis DyC 82:10
Y: Mi brazo se halla encendido en contra de los rebeldes (véase DyC 56:1
Y: Y los rebeldes serán traspasados de mucha tristeza; porque sus iniquidades serán habladas sobre los techos de las casas, y sus hechos secretos serán revelados DyC 1:3
Y: He aquí, yo, el Señor, levanto mi voz, y será obedecida.
Por tanto, de cierto digo: que el inicuo tenga cuidado, y el rebelde tiemble y tema, y el incrédulo cierre sus labios, porque el día de la ira vendrá sobre ellos como torbellino; y toda carne sabrá que yo soy Dios DyC 63:5–6
Y mi pueblo necesitará ser castigado hasta que aprenda la obediencia, si es necesario, por las cosas que padezca DyC 105:6
Y cuando recibimos alguna bendición de Dios, es por la obediencia a la ley sobre la cual se basa DyC 130:21
Y así rendimos una obediencia inteligente y constructiva cuando voluntaria, humilde y gozosamente obedecemos los mandamientos de nuestro Señor:
- Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor Isaías 52:11
- Irás a la casa de oración en mi día santo DyC 59:9
- Traed todos los diezmos al alfolí Malaquías 3:10
- Acuérdate del día de reposo para santificarlo Éxodo 20:8
- Sois templo de Dios — no lo contaminéis con licor, tabaco, té y café 1 Corintios 3:16–17
- Arrepentíos o padeceréis DyC 19:4
- Doblad vuestras rodillas ante el Señor Filipenses 2:10–11 DyC 88:104
- No juzguéis, para que no seáis juzgados Mateo 7:1
- El que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios Juan 3:5
- El hombre debe entrar en el nuevo y sempiterno convenio para ser exaltado DyC 131:2
- ¡Ay de aquellos que no vienen a este sacerdocio! DyC 84:42
Que Dios bendiga a todos nosotros, miembros de Su Iglesia, y a todos los demás en el gran mundo que Él ha creado y poblado, para que vivamos y obedezcamos Sus mandamientos, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























