CRISTO y el Nuevo Convenio

CAPÍTULO OCHO.
SÍMBOLOS Y FIGURAS:
TODAS LAS COSAS SON SÍMBOLOS DE CRISTO


Nefi testificó que “todas las cosas que han sido dadas por Dios al hombre, desde el principio del mundo, son símbolos de [Cristo]”.  La evidencia literaria de esto se manifiesta a lo largo de las Santas Escrituras; por ejemplo, el Libro de Mormón contiene algunas de esas parábolas, metáforas, analogías y alegorías tan bien desarrolladas. Una imagen que tiene al menos tres variaciones en el Libro de Mormón es la del árbol, un símbolo mediante el cual Cristo aparece como Restaurador y Redentor de la familia humana por medio de los frutos de Su amor.

El Árbol de la Vida.

El lector encuentra la primera manifestación del Cristo simbólico en la visión del Árbol de la Vida, la cual documentó Lehi en 1 Nefi 8 y que luego fuera explicada en la visión que poco tiempo después recibió Nefi.  En su sueño, “después de haber caminado en la oscuridad por el espacio de muchas horas” (considere la oscuridad de una existencia privada de la Luz del Mundo), Lehi llegó a un campo grande y espacioso en el que vio “un árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz”.

Tras participar del fruto, Lehi declaró: “Percibí que era de lo más dulce, superior a todo cuanto yo había probado antes.  Sí, y vi que su fruto era blanco, y excedía toda blancura que yo jamás hubiera visto.

“Y al comer de su fruto, mi alma se llenó de un gozo inmenso”.

Poco tiempo después, cuando el Espíritu reveló a Nefi la explicación de la visión de su padre, le aclaró que el Árbol de la Vida y su preciado fruto son símbolos de la redención de Cristo:  “Esto te será dado por señal: que después que hayas visto el árbol que dio el fruto que tu padre probó, también verás a un hombre que desciende del cielo, y … darás testimonio de que es el Hijo de Dios”.  Inmediatamente después de su visión del Árbol de la Vida, a Nefi se le reveló el nacimiento de Cristo en el Viejo Mundo con la declaración de que el niño en brazos de la virgen María era “el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno”.

Entonces, con la llegada del niño Jesús en la grandeza de esta visión desplegada ante los ojos del joven profeta, el ángel llevó repetidas veces el recuerdo de Nefi a elementos previos del sueño de Lehi, en particular a la imagen central que cautivó la atención de su padre desde el principio y mediante la cual se ha llegado a conocer esta visión. Se trataba de un árbol tan hermoso que “su belleza… sobrepujaba a toda otra belleza”.  Era tanto deseable, precioso y puro como hermoso.

“¿Comprendes el significado del árbol que tu padre vio?”, le preguntó el ángel.

Nefi contestó: “Sí, es el amor de Dios que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres”.

A medida que continuaba la visión, Nefi vio que el Hijo de Dios iba entre los hijos de los hombres con amor y poder, y volvió a declarar:  “Vi que el árbol de la vida representaba el amor de Dios”, donde las imágenes de Cristo y del árbol están indiscutiblemente relacionadas.

Al lector de hoy todo esto le trae al recuerdo la declaración apostólica de Juan respecto a la grandeza del don del Padre al ofrecer la vida de Su Hijo Unigénito para redimir al resto de la familia humana:  “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…”.  La vida, la misión y la expiación de Cristo son las manifestaciones supremas del Árbol de la Vida, el fruto del Evangelio, el amor de Dios que “se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres”.

Los elementos de esta alegoría son, en esencia, los mismos de la parábola del sembrador —o para ser más exactos, la parábola de los terrenos—de Mateo 13.  Del mismo modo que había cuatro tipos de terreno en la parábola del Nuevo Testamento, cada uno con una receptividad diferente al Evangelio de Cristo, también hallamos cuatro tipos de personas mencionadas en la visión del Árbol de la Vida.  Menos receptivas, a semejanza de las semillas que cayeron junto al camino, eran las personas y las multitudes que abarrotaban el vasto y espacioso edificio, burlándose, mofándose y señalando con dedo de escarnio a los que buscaban el Árbol de la Vida.  Algunos de éstos, que buscaban el edificio y los valores mundanos que representaba, nunca alcanzaron su meta telestial, sino que se hundieron en las profundidades del río o se perdieron de vista, vagando por senderos prohibidos.

El grupo siguiente, comparable a la semilla que cayó en pedregal y fue quemada por el sol, lo comprenden los que comenzaron a caminar hacia el Árbol de la Vida pero no hicieron mucho más.  Éstos “se adelantaron y emprendieron la marcha por el sendero” que conducía al árbol que vio Lehi, pero cuando surgió un vapor de tinieblas y de tentación, se apartaron del camino y se perdieron.

En algunos aspectos, el tercer grupo es el más digno de compasión.  El elemento de la visión corresponde a la semilla que cayó entre espinos y ahogó la posibilidad de una existencia centrada en Cristo, que en realidad ya había enraizado y comenzado.  En la visión de Lehi, este grupo no sólo comenzó el viaje correctamente al “aferrarse” a la barra de hierro—la por siempre confiable palabra de Dios—y avanzó a través del vapor de tinieblas, sino que en realidad llegó a Cristo y “[participó] del fruto del árbol”.  Pero tras participar del gozo del Evangelio, “miraron en derredor de ellos, como si se hallasen avergonzados”.  Se sentían así a causa de los que les señalaban desde el vasto y espacioso edificio, burlándose y mofándose de su fe; y por causa de esta mofa social “cayeron en senderos prohibidos y se perdieron”.

Afortunadamente hay un grupo, así como la semilla que cayó en tierra buena, que saboreó el fruto del árbol (Cristo y Su Evangelio) y permaneció fiel.  Entre éstos se incluían Lehi y Saríah, sus hijos Sam y Nefi, y “otras multitudes” que “se agarraron del extremo de la barra de hierro; y siguieron hacia adelante, asidos constantemente a la barra de hierro, hasta que llegaron, y se postraron, y comieron del fruto del árbol”.

De este modo, desde el comienzo mismo del Libro de Mormón, en esta primera y completa alegoría, Cristo aparece como la fuente de una vida y gozo eternos, la evidencia viva del amor divino y los medios por los cuales Dios cumplirá Su convenio con la casa de Israel y, por ende, con toda la familia humana, haciéndolos volver a todas sus promesas eternas.

El Olivo.

A la conclusión de la visión, Lehi (y luego Nefi) enseñó más sobre el amor de Dios continuando con la alegoría del árbol, pasando del Árbol de la Vida a la más extensamente desarrollada imagen del olivo.  En todo el Libro de Mormón, el olivo es la figura central de la historia israelita, incluido el esfuerzo del Señor por redimir a Israel tanto individual como colectivamente.  Aquí, a comienzos del Libro de Mormón, se destaca que las ramas naturales de Israel serían taladas y esparcidas para ser luego injertadas en su verdadera herencia.  En el nivel más importante de interpretación, esto venía a significar, tal y como enseñó Lehi, que toda la casa de Israel llegaría “al conocimiento del verdadero Mesías, su Señor y su Redentor”, ciertamente una enseñanza básica del Libro de Mormón.

Sin embargo, los poco perceptivos y receptivos hermanos de Nefi no pudieron entender estas imágenes simbólicas.  Armado de paciencia, Nefi prosiguió con la enseñanza de su padre y esbozó para sus hermanos la historia de Israel a semejanza de un olivo al que se le habían cortado y esparcido las ramas, para acabar injertándolas nuevamente en él, destacando, tal y como hiciera su padre, que la vida y la misión del Mesías son las claves para el significado de este árbol.  Sería el Evangelio de Jesucristo, explicó, lo que enseñaría a la casa de Israel “que son el pueblo del convenio del Señor” y que regresarían “al conocimiento del evangelio de su Redentor… y de los principios exactos de su doctrina, para que sepan cómo venir a él y ser salvos”.

Gracias a Jacob, Zenós desarrolla esta misma metáfora— Cristo: la fuente de vida y seguridad de Israel—de forma aún más completa en la alegoría más larga (y el capítulo más extenso) del Libro de Mormón.

Tal y como ha dicho un autor en cuanto a esta extensa representación simbólica, “una leyenda judía identifica el árbol de la vida como el olivo, y por un buen motivo.  El olivo es un árbol perenne y no caducifolio. Sus hojas no se marchitan ni caen con las estaciones, y parecen rejuvenecer con el calor tórrido y el frío invernal.  Si no se le cultiva se convierte en un árbol silvestre, difícil de controlar y fácilmente corruptible.  Sólo tras un largo cultivo, por lo general de ocho a diez años, comienza a dar fruto, y después de eso suelen salir nuevos brotes de las raíces en apariencia muertas.  [El tronco lleno de nudos da] la impresión de penalidades—las penalidades de la vida vieja y de la vida renovada”.

Tal y como enseñara Lehi, ningún otro símbolo sino el olivo podría haber servido con mayor poder y profundidad al amor magnífico, constante y redentor de Dios, incluyendo especialmente el amor representado en el don de Su Hijo Unigénito.  El aceite de los olivares siempre ha estado presente en el antiguo Israel, incluso en la actualidad.  Es un ingrediente básico de toda cocina y de toda mesa como sazonador. Medicinalmente, sirve como antídoto para el veneno y calmante para el dolor.  Se quema para proporcionar luz en las lámparas más pequeñas y como combustible en las casas más grandes.  En aspectos más sagrados, se utiliza para ungir a los enfermos, como purificación y sacrificio, y en la consagración de reyes y sacerdotes.  Tal y como ocurrió con Noé, hoy día la rama de olivo es símbolo de paz, con su obvio recurso alegórico hacia el Príncipe de Paz.

El aceite de oliva todavía se usa en la cuidadosa preparación del cordero de la fiesta de la Pascua. Cristo ascendió, y regresará, a Su amado Monte de los Olivos. Getsemaní significa el “Jardín de la prensa de aceite”.  Cristo es el Ungido. Ciertamente, la majestuosidad de Cristo está indiscutiblemente unida al olivar, y ninguna otra enseñanza explora ese simbolismo de forma más intensa como lo hace el Libro de Mormón.

En la alegoría de Zenós, contada por Jacob, el Señor de la viña trabaja casi desesperadamente (con lágrimas y frustración frecuentes) para cultivar, proteger, preservar, reclamar y restaurar los árboles de Su viña.  Como ocurre con la mayoría de los símbolos, hay diversos niveles de interpretación de esta parábola, pues la viña puede representar, cuando menos, (1) a cada hijo de Dios, (2) a la casa de Israel, y (3) a toda la familia humana.  Pero el elemento esencial de este relato es Cristo y Su expiación redentora, tal y como lo fue en el sueño de Lehi del Árbol de la Vida y en el discurso que Nefi dio a sus hermanos sobre el significado de aquel sueño.

En este contexto resulta instructivo destacar que Jacob dijo que compartió esta enseñanza de Zenós para “[aclararles] este misterio”, el misterio de cómo la gran piedra de Cristo, con la cual los judíos tropezaban repetidamente y que finalmente decidieron rechazar, sería al final el último y único fundamento seguro sobre el cual éstos podrían edificar.  Cualesquiera que sean las demás aplicaciones que pueda tener—y tiene varias—, esta alegoría relatada por Jacob tiene desde un principio la intención de referirse a Cristo, la “principal piedra angular”.

Así como el Señor de la viña y Sus obreros se esfuerzan por cavar, podar, purificar y hacer productivos los árboles en este esbozo histórico del capítulo del esparcimiento y recogimiento de Israel, el significado más profundo de la Expiación apuntala esas labores y se extiende más allá de ellas.  A pesar de las talas, los injertos y el nutrir de las ramas de los árboles cultivados y silvestres en prácticamente toda las partes de la viña, el devolverlas a sus orígenes es el tema principal de la alegoría. Volver, arrepentirse, reunirse, éste es el mensaje.

El que esta alegoría tuviera la intención de conectar y servir de extensión a la visión que Lehi tuvo de Cristo como el Árbol de la Vida, se pone de manifiesto en las palabras de Jacob respecto a que el fruto del olivo es “más precioso que cualquier otro fruto” y “sumamente precioso para él desde el principio”,—el mismo lenguaje empleado por Lehi y Nefi en sus enseñanzas.  Al menos en quince ocasiones el Señor de la viña expresa el deseo de tomar la viña y su fruto para Sí mismo, y se lamenta nada menos que ocho veces:

“Me aflige que tenga que perder los árboles de mi viña”.  Un estudioso de la alegoría dice que ésta debiera ocupar un lugar al lado de la parábola del hijo pródigo, pues ambos relatos “convierten la misericordia del Señor en algo emotivamente memorable”.

Es obvio que esta labor es dura, exigente y en ocasiones dolorosa, del mismo modo que siempre lo es la labor de la redención.  Hay que cavar y abonar.  Hay que regar, nutrir y podar. Y siempre hay infinitas formas de injertar, todas con un único propósito: que los árboles de la viña crezcan “en sumo grado” y se conviertan en “un cuerpo; y los frutos [sean] iguales”, con el Señor de la viña habiendo “preservado para sí mismo el fruto”.

Siempre ha sido la obra de Cristo y Sus discípulos, en cualquier dispensación, el recoger, sanar y reunir a los hijos del Padre con su Maestro de los lejanos lugares del pecado y el distanciamiento en que se hallen.

En su comentario final sobre la alegoría, Jacob dejó bien claro lo que Zenós enseñó en la parábola, dando respuesta al “misterio” de la redención que Cristo hace del Israel desobediente (la humanidad), la cual le impulsó a compartir este sermón:

“¡Y cuán misericordioso es nuestro Dios para con nosotros!”, dijo, “porque él se acuerda de la casa de Israel, de las raíces así como de las ramas; y les extiende sus manos todo el día… [y] cuantos no endurezcan sus corazones serán salvos en el reino de Dios…

“[Allegaos] a Dios como él se ha allegado a vosotros. Y mientras su brazo de misericordia se extienda hacia vosotros a la luz del día, no endurezcáis vuestros corazones”.

Jacob suplicó a su pueblo en un lamento que surca las generaciones de toda la familia humana que no “[rechacemos] las palabras que se han hablado en cuanto a Cristo”.

La semilla, el asta y la cruz.

La tercera imagen del árbol en el Libro de Mormón es la imagen recreada de Moisés levantando una serpiente sobre un asta (árbol) a la que los hombres debían mirar para ser sanados, con el significativo elemento adicional del gran discurso de Alma sobre la semilla de la fe y su desarrollo hasta convertirse en el maduro Árbol de la Vida. Nefi volvió a tocar este bien conocido relato del Antiguo Testamento escrito sobre las planchas de bronce, y lo hizo con esta referencia:

“Y ahora bien, hermanos míos, he hablado claramente para que no podáis errar; y como vive el Señor Dios, que sacó a Israel de la tierra de Egipto,  y dio poder a Moisés para sanar a las naciones después de haber sido mordidas por las serpientes ponzoñosas, si ponían sus ojos en la serpiente que él levantó ante ellas… sí, he aquí os digo que así como estas cosas son verdaderas, y como el Señor Dios vive,  no hay otro nombre dado debajo del cielo sino el de este Jesucristo, de quien he hablado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo”.

Posteriormente, Nefi, hijo de Helamán, testificaría contra los corruptos jueces de su época:   “Mas he aquí, no solamente negáis mis palabras, sino también negáis las palabras que nuestros padres han declarado, y también las palabras que habló este hombre, Moisés, a quien le fue dado tanto poder, sí, las palabras que él ha hablado concernientes a la venida del Mesías.

“Sí, ¿no testificó él que vendría el Hijo de Dios? Y así como él levantó la serpiente de bronce en el desierto, así será levantado aquel que ha de venir.

“Y así como cuantos miraron a esa serpiente vivieron, de la misma manera cuantos miraren al Hijo de Dios con fe, teniendo un espíritu contrito, vivirán, sí, esa vida que es eterna”.

Esta doctrina del árbol como salvación, enseñada al principio y al final del Libro de Mormón, es desarrollada de forma curiosa por Alma y Amulek en un notable ejemplo de enseñanza doctrinal en equipo que comienza con la fe en la palabra de Dios a semejanza de una semilla, y que culmina con la fe en la Palabra de Dios como árbol de la vida.

Este profeta dice en Alma 32: “Comparemos, pues, la palabra a una semilla. Ahora bien, si dais lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón, he aquí,  si es una semilla verdadera, o semilla buena, y no la echáis fuera por vuestra incredulidad, resistiendo al Espíritu del Señor,  he aquí, empezará a hincharse en vuestro pecho; y al sentir esa sensación de crecimiento, empezaréis a decir dentro de vosotros:… La palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí. [Compárese la respuesta de Lehi al fruto del árbol de la vida.]

“Mas he aquí, al paso que la semilla se hincha y brota y empieza a crecer… sabéis que la palabra a henchido vuestras almas, y también sabéis que ha brotado, que vuestro entendimiento empieza a iluminarse y vuestra mente comienza a ensancharse”.

La semilla, la palabra de Dios, avanza hacia su plena medida como la Palabra de Dios. Fíjese en que al llegar a este punto del “experimento”, la semilla se ha convertido en un árbol maduro:

“Y he aquí, a medida que el árbol empiece a crecer, diréis: Nutrámoslo con gran cuidado para que eche raíz, crezca y nos produzca fruto…

“Mas si desatendéis el árbol, y sois negligentes en nutrirlo, he aquí, no echará raíces; y cuando el calor del sol llegue y lo abrase, se secará porque no tiene raíz, y lo arrancaréis y lo echaréis fuera.

“Y esto no es porque la semilla no haya sido buena, y tampoco es porque su fruto no sea deseable; sino porque vuestro terreno es estéril y no queréis nutrir el árbol; por tanto, no podréis obtener su fruto.  [Fíjese en las referencias a la parábola del sembrador.]

“Y por lo mismo, si no cultiváis la palabra mirando hacia adelante con el ojo de la fe a su fruto, nunca podréis recoger el fruto del árbol de la vida.

“Pero si cultiváis la palabra, sí, y nutrís el árbol mientras empiece a crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y complacencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será un árbol que brotará para vida eterna”.

Al llegar a este punto, vuelven a introducirse palabras clave como “precioso”, “dulce”, “blanco” y “puro”, las cuales tienen su origen en la visión de Lehi.

“Y a causa de vuestra diligencia, y vuestra fe y vuestra paciencia al nutrir la palabra para que eche raíces en vosotros, he aquí que con el tiempo recogeréis su fruto, el cual es sumamente precioso, y el cual es más dulce que todo lo dulce, y más blanco que todo lo blanco, sí, y más puro que todo lo puro; y comeréis de este fruto hasta quedar satisfechos, de modo que no tendréis hambre ni tendréis sed.

“Entonces, hermanos míos, segaréis el galardón de vuestra fe, y vuestra diligencia, y paciencia, y longanimidad, esperando que el árbol os dé fruto”.

A lo largo de este brillante discurso, Alma avanza al lector desde un comentario general sobre la fe en la semilla o palabra de Dios, hacia un discurso centrado en la fe en Cristo como la Palabra de Dios, que crece hasta ser árbol con fruto que se asemeja exactamente a la percepción de Lehi sobre el amor de Cristo, “el cual es sumamente precioso, y el cual es más dulce que todo lo dulce, y más blanco que todo lo blanco, sí, y más puro que todo lo puro; y comeréis [del Evangelio de Cristo] hasta quedar satisfechos, de modo que no tendréis hambre ni tendréis sed”.  Cristo es el pan de vida, el agua de vida, la viña verdadera. Cristo es la semilla, el árbol y el fruto de la vida eterna.

Pero el simbolismo profundo y esencial del Árbol de la Vida de este discurso se pierde, o al menos disminuye grandemente, si el lector no lo continúa en los dos capítulos siguientes del Libro deMormón.

En Alma 33, Alma citó a Zenós (origen de la alegoría del olivo) y a Zenoc respecto al papel de Cristo como dador del premio a la fe, para luego centrarse en la extensamente desarrollada imagen de Cristo como el Árbol de la Vida.

“He aquí, Moisés habló de [Cristo]; sí, y he aquí, fue levantado un símbolo en el desierto, para que quien mirara a él, viviera; y muchos miraron y vivieron…

“Oh hermanos míos… mirad y empezad a creer en el Hijo de Dios, que vendrá para redimir a los de su pueblo, y que padecerá y morirá para expiar los pecados de ellos; y que se levantará de entre los muertos, lo cual efectuará la resurrección, a fin de que todos los hombres comparezcan ante él, para ser juzgados en el día postrero, sí, el día del juicio según sus obras.

“Y ahora bien, hermanos míos, quisiera que plantaseis esta palabra en vuestros corazones, y al empezar a hincharse, nutridla con vuestra fe.  Y he aquí, llegará a ser un árbol que crecerá en vosotros para vida eterna. Y entonces Dios nos conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo”.

Ahora, Amulek, el miembro recién activado y aún más nuevo misionero, retomó el tema comenzado por su compañero diciendo en forma de preludio a un poderoso discurso sobre la Expiación:

“Hermanos míos, me parece imposible que ignoréis estas cosas que se han hablado concernientes a la venida de Cristo, de quien nosotros enseñamos que es el Hijo de Dios…

“[Tened] la fe… para plantar la palabra en vuestros corazones, para que probéis el experimento de su bondad”.

De esta forma termina un tema tripartito que diera comienzo con el sueño de Lehi sobre el Árbol de la Vida, pasando por la alegoría de Jacob (Zenós) respecto al olivo cultivado y al olivo silvestre, y que concluye con el simbolismo de Alma en cuanto a la semilla que crece hasta ser un árbol que da un fruto sumamente precioso, dulce, blanco y puro.  En todos ellos reina Cristo, “a quien vosotros matasteis colgándole en un madero”, y si los hombres le miran, serán salvos.

Por supuesto que Cristo mismo podría coronar esta edificante doctrina con Su propia declaración:

“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz; y que después de ser levantado sobre la cruz, pudiese atraer a mí mismo a todos los hombres, para que así como he sido levantado por los hombres, así también los hombres sean levantados por el Padre…

“Y por esta razón he sido levantado; por consiguiente, de acuerdo con el poder del Padre, atraeré a mí mismo a todos los hombres”.

Abinadí.

Abinadí es el profeta del Libro de Mormón que probablemente pensó en el simbolismo de las Escrituras y enseñó sobre él más eficazmente que cualquier otro.  Desde el comienzo mismo advirtió al rey Noé que cualquier cosa que le hiciera sería “símbolo y sombra de cosas venideras”, como así fue.

Abinadí también hizo hincapié en que los ritos y las ordenanzas de la ley de Moisés “eran símbolos de cosas futuras” y sombras “de aquellas cosas que están por venir”.  Pero la declaración simbólica más sorprendente de Abinadí fue la de que él mismo era un símbolo de Cristo.

Considere los siguientes enlaces simbólicos y los paralelismos posibles entre Abinadí, el primer mártir del Libro de Mormón, y Cristo, el gran y postrer sacrificio.

Abinadí

Símbolo/Sombra

Cristo

Mosíah 11:20

Llamado a predicar el arrepentimiento a los pecadores.

Mateo 9:13

Mosíah 11:21-23;12:1-8

Negar el mensaje equivale a sera afligido por la mano de los enemigos y llevado al cautiverio

Mateo 23:37-38;24:3-51

Mosíah 11:20-25

Denunció a los incrédulos en un discurso público.

Mateo 2:39

Mosíah 12:9

Estuvo sólo contra sus acusadores.

Mateo 26:56

Mosíah 12:17-18

Fue atado y llevado ante los sacerdotes religiosos y un gobernante político.

Juan 18:12-40

Mosíah 12:19

Se le interrogó.

Mateo 26:56-60

Mosíah 13:1

Se le consideró loco.

Juan 10:20

Mosíah 13:6

Habló con poder y autoridad.

Mateo 7:28-29

Mosíah 13:7

No se le pudo matar hasta que su mensaje/misión estuvo completo.

Juan 10:17-18

Mosíah 17:6

Pasó tres días en prisión (sepultura).

Lucas 24:4-8, 46

Mosíah 17:8

Se le condenó por blasfemo.

Mateo 26:63-66

Mosíah 17:9

No se retractó de sus palabras.

Mateo 27:12-14

Mosíah 17:140

Sangre inocente.

Mateo 27:24

Mosíah 17:11-12

Un líder estuvo  tentado a liberarlo pero cedió a los detractores y lo entregó para ser muerto.

Juan 18:4-25

Abinadí es el símbolo profético de Cristo más extensamente planteado en el Libro de Mormón y con un desarrollo más evidente que cualquier otra parte de las Escrituras. Y todavía es una ironía notoria el que él, al igual que Cristo, muriera lamentándose porque aquellos que decían creer en la ley de Moisés no pudieran reconocer las enseñanzas mesiánicas—por no decir nada del Mesías mismo—hacia las que la ley siempre les había dirigido en su pureza.

El Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.

Gracias a la revelación moderna sabemos que el sumo sacerdocio es una extensión de Jesucristo mismo, un símbolo de Su ser y poder. Se le reveló al profeta José Smith que el nombre completo y propio del sacerdocio es “el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”. Orden es una palabra rica y amplia con diversos significados, todos instructivos en esta acepción, uno de los cuales es: “Según el modelo o ejemplo de; igual que; semejante a”.

Una forma aparente en que Cristo es como el sacerdocio que lleva Su nombre reside en Su naturaleza eterna. Se nos dice que el sacerdocio es “sin principio de días ni fin de años, preparado de eternidad en eternidad, según [la] presciencia [de Dios] de todas las cosas”.

De Cristo, que fue hecho sumo sacerdote por mano de Su Padre, también se dice que “no tiene principio de días ni fin de años, y que es lleno de gracia, equidad y verdad”.

Es evidente que hay muchos otros paralelismos entre Cristo y el sacerdocio, pero una contribución igualmente provocadora a la simbología del Libro de Mormón es la forma en que este enlace directo entre Cristo y este poder se extiende a todos los que le siguen y son ordenados al sacerdocio.  Alma aborda el motivo para la ordenación de todo hombre al sacerdocio, y su indiscutible conexión con Cristo, en el discurso sobre el significado simbólico del mismo.

Mientras predicaba a Zeezrom y a los habitantes de Ammoníah, dijo: “Quisiera que os acordaseis de que el Señor Dios ordenó sacerdotes, según su santo orden, que era según el orden de su Hijo, para enseñar estas cosas al pueblo.

“Y esos sacerdotes fueron ordenados según del orden de su Hijo, de una manera que haría saber al pueblo el modo de esperar anhelosamente a su Hijo para recibir la redención…

“Y estas ordenanzas se conferían según esta manera, para que por ese medio el pueblo esperara anhelosamente al Hijo de Dios, ya que era un símbolo de su orden… Y esto para esperar anhelosamente de él la remisión de sus pecados”.

Entonces, Alma procedió a dar esta precisa descripción de la “manera” en que se ordenaban los sacerdotes en la antigüedad. Estos hombres (y también Jesús) fueron:

  • Llamados y preparados desde la fundación del mundo.
  • Llamados según la presciencia de Dios.
  • Llamados a causa de su fe excepcional, buenas obras y rectitud ante Dios.
  • Llamados porque no endurecieron sus corazones ni cegaron sus mentes.
  • Libres para escoger el bien o el mal, y escogieron el bien.
  • Llamados para enseñar los mandamientos de Dios a los hijos de los hombres.
  • Ordenados con una santa ordenanza.
  • Hechos sacerdotes para siempre.
  • Santificados, con sus vestidos emblanquecidos mediante la sangre del Cordero.
  • Incapaces de contemplar el pecado sino con repugnancia.
  • Hechos puros e invitados al reposo de Dios.

Al considerar estas semejanzas entre los hombres y lo divino, no podemos sino imaginar cuáles deben haber sido las cualidades cristianas de Melquisedec para que su nombre fuera el sustituto del “Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”. Seguramente habría tenido que reflexionar en todas las virtudes simbólicas que se esperaban de cualquier poseedor del sacerdocio (véanse más arriba), aunque sin duda tendría cualidades cristianas adicionales.

Alma suplicó a los hombres de Ammoníah: “Humillaos así como el pueblo en los días de Melquisedec, quien también fue un sumo sacerdote según este mismo orden de que he hablado, que también tomó sobre sí el sumo sacerdocio para siempre”.  Y entonces procedió a decir más cosas sobre Melquisedec de lo que se conoce de él en cualquier otra parte de las Escrituras. Fíjese en los claros ejemplos simbólicos de Cristo:

  • Fue rey de la tierra de Salem (Jeru-salén)”.
  • Su pueblo había aumentado en la iniquidad y abominaciones, se habían extraviado y se habían entregado a todo género de iniquidades.
  • A pesar de semejante oposición, él ejerció la fe.
  • Recibió el “oficio del sumo sacerdocio según el santo orden de Dios”.
  • Predicó el arrepentimiento a su pueblo.
  • Estableció la paz, y por eso se le llamó Príncipe de Paz.
  • Reinó bajo su padre.

Alma destacó que hubo muchas otras figuras importantes antes y después de Melquisedec, “mas ninguno fue mayor que él; por tanto han hecho de él mención más particular”.

Ciertamente no puede haber tributo más grande ni adulación más generosa que la de ser tan semejante al Hijo de Dios que el nombre de uno pueda ser sustituto del Suyo en el título de la fuerza más poderosa del universo: el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.

La Liahona.

En el Libro de Mormón se halla cierta cantidad de referencias a símbolos de Cristo, incluyendo la explícita comparación que Jacob hace de Abraham e Isaac con el Padre y el Hijo. Puede que un comentario extenso al respecto sea más que suficiente.

Cuando Lehi y su familia huían de la inminente toma y destrucción de Jerusalén, el Señor les proporcionó una “esfera esmeradamente labrada”, una especie de brújula hecha de bronce que tenía dos agujas, una de las cuales “marcaba el camino que [debían] seguir por el desierto”, mientras que la otra puede que estuviera fija o indicara alguna dirección conocida o permanente (¿el Norte?, ¿Jerusalén?).

Está claro que este instrumento era mucho más que una brújula, pues también llevaba información escrita.  En cierta ocasión, Lehi “vio las cosas que estaban escritas sobre la esfera”, y “temió y tembló en gran manera”;  lo cual sugiere un mensaje con cierto significado y suponemos que de considerable longitud. Las palabras, al igual que las dos agujas, “funcionaban [y aparecían] de acuerdo con la fe, diligencia y atención que nosotros les dábamos”, registró Nefi. Las palabras eran “una escritura nueva que era fácil de leer, la que nos daba conocimiento respecto a las vías del Señor; y se escribía y cambiaba de cuando en cuando, según la fe y diligencia que nosotros le dábamos”.

Posteriormente, Alma observó una sombra y figura de Cristo en este director que marcaba el camino, la verdad y, en última instancia, la vida para sus seguidores.  Tal y como le dijo a su hijo Helamán: “Fue preparada para mostrar a nuestros padres el camino que habían de seguir por el desierto.

“Y obró por ellos según su fe en Dios; por tanto, si tenían fe para creer que Dios podía hacer que aquellas agujas indicaran el camino que debían seguir, he aquí, así sucedía; por tanto se obró para ellos este milagro, así como muchos otros milagros que diariamente se obraban por el poder de Dios…

“[Pero] fueron perezosos y se olvidaron de ejercer su fe y diligencia, y entonces esas obras maravillosas cesaron, y no progresaron en su viaje”.

“Y ahora”, concluyó Alma, “quisiera que entendieses, hijo mío, que estas cosas tienen un significado simbólico; porque así como nuestros padres no prosperaron por ser lentos en prestar atención a esta brújula (y estas cosas eran temporales), así es con las cosas que son espirituales.

“Pues he aquí, tan fácil es prestar atención a la palabra de Cristo, que te indicará un curso directo a la felicidad eterna, como lo fue para nuestros padres prestar atención a esta brújula que les señalaba un curso directo a la tierra prometida.

“Y ahora digo: ¿No se ve en esto un símbolo? Porque tan cierto como este director trajo a nuestros padres a la tierra prometida por haber seguido sus indicaciones, así las palabras de Cristo, si seguimos su curso, nos llevan más allá de este valle de dolor a una tierra de promisión mucho mejor”.

El llamado del Libro de Mormón es siempre: “Mirad para que podáis vivir”.  Tanto si se trata de mirar un asta sostenida en alto por un profeta de Dios o mirar hacia abajo a una esfera semejante a la Liahona, es lo mismo.  Ambas marcan el camino que conduce a la vida eterna. De hecho, son símbolos del Camino a la Vida Eterna. Todas las cosas son símbolos de Cristo.

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