CRISTO y el Nuevo Convenio

PREFACIO


El material comprendido entre las cubiertas de este libro ha sido el resultado de varios años de estudio personal de un tema apreciado por mí desde los días de mi misión: la presencia central y persuasiva de Cristo (y las magníficas enseñanzas sobre Él) que aparecen desde la primera hasta la última página del Libro de Mormón. Debido a que éste ha sido un proyecto de naturaleza personal, es importante comprender desde un principio lo que este libro no es.

Por un lado, no se trata de un libro erudito en el sentido tradicional de una voluminosa fuente de material y una exhaustiva documentación. Esta obra no contiene prácticamente nada de eso, simplemente porque al compilar estas ideas y registrar estos pensamientos casi no he leído material de ningún tipo, ni erudito ni de otra clase, con excepción del Libro de Mormón. Allí donde he empleado una fuente externa, la he citado en una nota final, como ocurre con los pasajes de las Escrituras. Un libro diferente (y me apresuro a reconocer que probablemente un libro mejor) sería aquel que hiciera referencia a todo y a todas las personas, de dentro o fuera de la Iglesia, que alguna vez hayan dicho algo sobre estos pasajes de Escritura; pero éste no es el caso aquí.

Tenía algo más personal en mente. Este libro es más una reflexión sobre las Escrituras que una obra de erudición. Siempre que fue posible dejé que las Escrituras hablaran por sí mismas sin ningún comentario personal. De vez en cuando los pasajes son bastante largos, pero el incluirlos ha sido una decisión consciente por la que no me disculpo. Siempre que sea posible, preferiría que el lector se centrara directamente en el lenguaje del Libro de Mormón más que en el lenguaje de cualquier otra persona que hable sobre él. Al decir esto no excuso ningún pensamiento ni escrito míos que carezcan de valor. Hasta una obra que no tiene la intención de ser erudita debe aún ser interesante en sus suposiciones e inteligente en sus observaciones, y espero que este esfuerzo no se quede corto en ninguna de ambas categorías.

Este libro tampoco es un resumen de todas las citas importantes de los libros canónicos que pudieran arrojar algún tipo de luz sobre el tema en cuestión. Desde un principio se concibió para ser un estudio de la contribución que el Libro de Mormón hace a nuestro entendimiento de Cristo, y no una revisión de los demás libros canónicos de la Iglesia sobre un tema concreto. Por norma, he intentado no utilizar casi ningún otro recurso de las Escrituras, pero en ocasiones resultaba esencial la referencia a uno de los restantes libros canónicos, por lo que, cuando pareció ser particularmente necesario, empleé el pasaje correspondiente. Sin embargo, en su mayor parte éste es un retrato de la visión del Libro de Mormón sobre Cristo, y se trata únicamente de la visión del Libro de Mormón.

No creo que nadie lo vea así, pero hago hincapié en que este libro no es un sustituto de la lectura del Libro de Mormón. De hecho, alguien podría elaborar un argumento persuasivo respecto a que no debería escribirse ningún libro sobre el Libro de Mormón, especialmente si la lectura de este tipo de obras secundarias se convirtiera en una alternativa a quedarse inmersos en el propio libro de Escrituras. Ninguna persona que escriba bajo las limitaciones de su propio entendimiento, y a pesar de la ayuda recibida de los cielos, podría jamás comenzar a duplicar o capturar el esplendor espiritual de la revelación más extensa y definitiva de esta dispensación. El autor se apresta a reconocer este hecho, y que la cortedad de éste o cualquier otro libro escrito sobre el Libro de Mormón es evidencia de la veracidad de este último.

Las únicas justificaciones reales que he hallado para la elaboración de esta obra son que el estudio de Cristo y Sus enseñanzas en el Libro de Mormón me resultaron maravillosamente gratificantes, y que un libro tal pueda conducir a alguien más a hallar sus propias reflexiones sobre la magnífica representación del Maestro que contiene este gran testimonio Suyo de los últimos días. A pesar de lo limitada que pueda ser la contribución de este libro, ruego que sirva de ayuda y estímulo para leer el Libro de Mormón y que nunca se convierta en un obstáculo para ello.

Por último, este libro no es un producto del Consejo de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles, ni es una declaración doctrinal realizada por o para La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Yo soy el único responsable por la publicación de esta obra y sólo a mí se pueden atribuir los errores y limitaciones que pueda contener. Sólo espero que éstos sean relativamente pocos y perdonables.

Jeffrey R. Holland .


RECONOCIMIENTOS


Deseo dar las gracias a Randi Greene y Janet Morley, mis secretarias de los últimos años en Salt Lake City, Utah, y Solihull, Inglaterra, respectivamente, cuyo talento y amabilidad pusieron a disposición de la corrección y clarificación de mis propios y primitivos esfuerzos con el procesador de texto con que elaboré los primeros borradores de este manuscrito. Desde entonces, Randi ha donado de su propio tiempo y ha estado dispuesta a hacer esto mismo con los borradores posteriores en los que realicé muchas labores de edición y rescribí algunas partes. Ella ha orquestado con gran destreza los muchos procedimientos logísticos y de revisión que forman parte de la labor y del proceso para que un manuscrito de este tipo llegue a manos del editor en su forma final. Estoy en deuda con ella por su habilidad, su lealtad y su buena disposición en la realización de este proyecto.

Me siento agradecido a mis hermanos de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles, quienes me bendicen con su hermandad, me enseñan en nuestras reuniones de consejo y me animan a compartir las doctrinas del Evangelio restaurado. El presidente Boyd K. Packer me ha dado consejos particularmente útiles con relación a este manuscrito, mejorándolo más de lo esperado, aun cuando no sea tan bueno como debiera.

Deseo dar las gracias también a mi presidente de misión, el élder Marión D. Hanks, el primero en darme a conocer la profundidad del Libro de Mormón y la majestuosidad de Cristo que se esconde en sus páginas. No sé de ninguna otra persona que ame el Libro de Mormón más que el élder Hanks, ni de nadie que haya enseñado de él con mayor poder y convicción.

También me siento agradecido a cierto número de compañeros de la Universidad Brigham Young, en concreto a los anteriores y recientes decanos de Educación Religiosa, Daniel H. Ludlow, Robert J. Matthews y Robert L. Millet, quienes me han animado mucho con esta obra, han realizado sugerencias valiosas y han puesto a andar al autor cuando parecía que el proyecto no estaba progresando. El decano Millett fue especialmente amable al poner manos a la obra con lo que jamás se debería obligar a soportar a un amigo: la lectura del manuscrito en cada una de sus primitivas formas de borrador. Estoy en deuda con él por su cuidadosa lectura de un texto tan incompleto y por su informada respuesta tanto a los problemas como a las posibilidades del mismo. En fechas posteriores, los hermanos Ludlow y Matthews me concedieron el beneficio de sus singulares años dedicados a la redacción y la edición de estudios sobre las Escrituras.

El profesor Donald W. Parry fue de una ayuda incalculable con el capítulo de Isaías, y de forma generosa compartió conmigo las reflexiones de su propia investigación, así como sus escritos sobre este tema. Edward Brandt ofreció unos antecedentes extremadamente útiles en relación al capítulo de la ley de Moisés. A ellos y a todos los demás que han contribuido con su estímulo y han ayudado de cualquier forma, bien al principio o al final, les expreso mi aprecio.

Es casi seguro que este proyecto de estudio personal no habría desembocado en la edición de un libro sin el empuje y la persuasión de Eleanor Knowles, primero, y de Sheri Dew, después, ambas de Deseret Book Company. Quiero expresarles mi agradecimiento tanto a ellas como a Ronald A. Millett y a sus equipos de edición, diseño y producción, especialmente a Jack Lyon y Kent Ware.

Y como en todas las cosas, mi mayor deuda es para con mi esposa, Pat, y nuestros tres hijos, que siempre son y han sido mi motivación, mi solaz y mi inspiración. Ellos han deseado la publicación de este libro más que yo, y me siento agradecido por su devoción al Salvador, a las Escrituras y a mí.

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