CAPITULO UNO
EL NUEVO CONVENIO, A SABER,
EL LIBRO DE MORMÓN
Si pidiéramos a los lectores ocasionales del Libro de Mormón que nombraran al personaje principal del libro, indudablemente sus respuestas serían diferentes. Resulta obvio que cualquier registro que abarque más de mil años de historia—con todas las personas que semejante relación podría incluir—es improbable que tenga una única figura central que emerja de entre un período de tiempo tan extenso. A pesar de ello, y tras reconocer esta limitación, quizás algunos mencionarían a cualquiera de las muchas personas memorables. Nombres como Nefi, el primer y bien reconocible joven profeta del libro; Mormón, el compilador cuyo nombre lleva el libro; Alma, a quien se dedican tantas páginas; o Moroni, que puso fin a las planchas y las entregó mil cuatrocientos años después al joven José Smith, serían sin duda algunas de las figuras mencionadas.
Todas estas respuestas invitarían a la reflexión, pero en términos de la pregunta realizada, también serían completamente incorrectas. La figura principal del Libro de Mormón, desde el primer capítulo hasta el último, es el Señor Jesucristo. En su enfoque sin precedentes en el mensaje mesiánico del Salvador del mundo, se alude correctamente al Libro de Mormón como al «nuevo convenio» de Dios con la casa de Israel1. Se trata literalmente de un nuevo testamento o, para evitar cualquier contusión, de «otro testamento» de Jesucristo. Como tal, el libro se centra en el mismo elemento en que se han centrado los testamentos de las Escrituras desde los días de Adán y Eva: la declaración a toda persona de que por medio de la Expiación del Hijo de Dios, «así como has caído puedas ser redimido; y también todo el género humano, sí, cuantos quieran»2.
Desde las páginas de la introducción hasta la declaración final, este testamento revela, examina, recalca e ilumina la misión divina de Jesucristo tal y como se recoge en los registros sagrados de las dos dispensaciones del Nuevo Mundo (la jaredita y la nefita), escritos para el beneficio de una tercera dispensación: la dispensación del cumplimiento de los tiempos. El Libro de Mormón tiene muchos objetivos, pero hay uno que trasciende a todos los demás. Escrito por profetas y preservado por ángeles, se escribió con el propósito fundamental y eternamente esencial de «convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones». En el proceso de obtener una convicción tal sobre Cristo, todos los que reciban este registro también se convencerán de «los convenios del Señor», incluyendo Su promesa de que los remanentes actuales de la casa de Israel no son «desechados para siempre»3.
De este modo, el Libro de Mormón es la declaración principal del convenio de Dios con Sus hijos terrenales y de Su amor por ellos. Se trata de la declaración definitiva de los últimos días respecto al sacrificio expiatorio de Su hijo; es Su gran anuncio de la más grande revelación que Dios nos haya dado jamás.
Otro Testamento de Jesucristo
Pero, ¿por qué se trata de un registro tan necesario? ¿Acaso el mundo no es ya lo bastante consciente de los convenios divinos y del papel central que Cristo juega en ellos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento? El Libro de Mormón habla de este asunto, y al hacerlo proclama su verdadera intención.
En una notable visión registrada al comienzo del libro, el joven profeta Nefi vio la preparación y distribución de la Santa Biblia, «una historia de los judíos, [la] cual contiene los convenios que el Señor ha hecho con la casa de Israel»4. Pero, de manera alarmante, vio también el abuso y los estragos doctrinales a los que era sometido el libro a medida que transcurrían los años y pasaba de unas manos a otras.
Esta visión del Libro de Mormón predijo que el registro bíblico sería claro e impoluto en el meridiano de los tiempos, que en la época de Jesús contendría «los convenios que el Señor ha hecho con la casa de Israel; [los cuales] son de gran valor para los gentiles». Mas con el tiempo, debido tanto a errores inocentes como a decisiones malévolas, muchas doctrinas de salvación y principios puros, especialmente aquellos que hacían hincapié en los elementos que el Evangelio de Jesucristo tiene de convenio, se perdieron—en ocasiones simplemente fueron borrados por completo—del «libro del Cordero de Dios»5.
Lastimosamente, estos elementos que pronto desaparecieron de la Biblia eran «partes que son claras y sumamente preciosas». Claras por su sencillez y exactitud, fáciles al «entendimiento de los… hombres»; eran preciosas por su pureza y profundo valor, por su significado salvador y la importancia eterna que tenían para los hijos de Dios. Cualquiera que fuere el motivo para la pérdida de estas verdades del registro bíblico, ha resultado en la «[perversión] de las rectas vías del Señor, para cegar los ojos y endurecer el corazón de los hijos de los hombres»6. En una expresión de dolor por las consecuencias de la pérdida trágica de la verdad divina, Nefi vio en una visión que «muchísimos tropiezan», hombres y mujeres honrados que vivirían carecientes de la información de las verdades del Evangelio y menos seguros en la salvación de Cristo de lo que merecían; y todo ello debido a la pérdida de verdades edificantes del Evangelio sufrida por el canon bíblico tal y como lo hemos recibido7.
Pero en Su amor por toda la humanidad, y con Su presciencia del daño que sufriría la comprensión del Evangelio, el Gran Jehová, el Cristo premortal, prometió a Nefi y a todos los que han recibido su registro:
«Después que los gentiles tropiecen muchísimo a causa de las partes más claras y preciosas que fueron suprimidas del evangelio del Cordero… seré misericordioso con los gentiles en aquel día, de tal modo que ha de llegar a ellos, por medio de mi propio poder, mucho de mi evangelio que será claro y precioso, dice el Cordero.
«Porque he aquí, dice el Cordero: Yo mismo me manifestaré a los de tu posteridad, por lo que escribirán muchas cosas que yo les suministraré, las cuales serán claras y preciosas…
«Y en ellas estará escrito mi evangelio, dice el Cordero, y mi roca y mi salvación»8.
Este registro prometido, ahora conocido como el Libro de Mormón, «[dará] a conocer las cosas claras y preciosas que se les han quitado [de la Biblia], y manifestarán a todas las familias, lenguas y pueblos que el Cordero de Dios es el Hijo del Eterno Padre, y que es el Salvador del mundo; y que es necesario que todos los hombres vengan a él, o no serán salvos.
«Y han de venir conforme a las palabras que serán establecidas por boca del Cordero; y las palabras del Cordero se darán a conocer en los anales de tu posteridad, como también en [la Biblia]; por lo que los dos serán reunidos en uno solo; porque hay un Dios y un Pastor sobre toda la tierra»9.
De cierto que las más claras y preciosas de todas las verdades perdidas de la Biblia, en particular del Antiguo Testamento, son las declaraciones claras e inequívocas de la misión de Jesucristo,
Su papel preordenado como Mesías y Salvador del mundo, y los elementos que Su Evangelio tiene de convenio, los cuales se han enseñado desde Adán a lo largo de cada una de las dispensaciones sucesivas. Así, el propósito más elevado del Libro de Mormón es el de restaurar a toda la familia de Dios ese conocimiento crucial del papel de Cristo en la salvación de cada hombre, mujer y niño que vive, que ha vivido o que viva sobre la tierra; y se escribe para el convencimiento de todo aquel que lea sus páginas con «un corazón sincero, con verdadera intención» de que Jesús es el Cristo10.
Tal y como expresó Nefi, durante este mismo período de tiempo, y por muchas de las mismas razones, se perdió también un entendimiento de la naturaleza y el papel fundamental de los convenios divinos, promesas sagradas entre Dios y Sus hijos en las que se prescribe el sendero que conduce a la inmortalidad y la vida eterna. Los momentos más sagrados de la relación del hombre con la divinidad han estado siempre enmarcados por la realización de tales convenios. Al poco de haber sido expulsados del jardín de Edén, se enseñaron a Adán y Eva los principios del Evangelio, tras lo cual hicieron ofrendas y sacrificios, así como convenios sagrados con Dios, comenzando con sus propios bautismos. Casi de manera inmediata, Satanás intentó desmerecer esos convenios divinos y aguar la fidelidad de la primera familia, teniendo éxito en parte cuando convenció a Caín de que hiciera convenio con él de obrar grandes maldades, en vez de servir rectamente a Dios el Padre11. Y así ha sido el mundo desde ese momento: las fuerzas del mal compitiendo con el poder del bien por la lealtad de los hijos de Dios hacia los convenios.
Un Nuevo Convenio
Para ayudar a Sus hijos e hijas a recordar las promesas que le hicieron, y ciertamente para ayudarles a recordar las promesas que se hicieron a sí mismos, Dios ha ordenado que se registre la naturaleza y el significado de dichos convenios. En ese proceso, los textos y documentos que preservan tales promesas han recibido también el nombre de «convenios». De hecho, las palabras testamento y convenio son prácticamente sinónimas en su uso teológico. La definición latina de testamentum es: «Un convenio con Dios, escritura sagrada». De este modo, el Antiguo y el Nuevo Testamento, como comúnmente les llamamos, son testimonios o testigos escritos (la palabra latina testis quiere decir «testigo») de los convenios entre Dios y el hombre en diversas dispensaciones. Es más, tales convenios siempre abordan el tema principal entre un Dios perfecto e inmortal y un hombre mortal e imperfecto: por qué están separados y cómo pueden volver a reunirse. La raíz latina de la palabra convenio es convenire, «acordar, decidir en unión». En resumen, todos los convenios, todos los testamentos y todos los santos testimonios dados desde el principio han sido esencialmente sobre un mismo aspecto: la expiación de Jesucristo, la reconciliación preparada para cada hombre, mujer y niño que reciba el testigo, el testimonio de los profetas y apóstoles, y honre los términos de esa reunificación, de ese convenire o convenio cuya figura central es siempre el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios.
Pero aun con los repetidos esfuerzos por enseñar estas verdades y reafirmar estas promesas, Dios no siempre ha visto a Sus hijos volverse al Evangelio de Su Hijo, y ha dicho en nuestra época: «Y todo el mundo yace en el pecado, y gime bajo la oscuridad y la servidumbre del pecado»12. Por largo tiempo, el mundo actual no se ha vuelto a Él, no ha aceptado la expiación de Jesucristo, no ha recibido la voz de Sus profetas, no ha hecho convenios ni ha obedecido Sus mandamientos, ni siempre le ha recordado ni ha reivindicado las promesas de la exaltación en el reino de los cielos.
Así es que nos ha ofrecido un último convenio, nos ha dado un último testamento, como parte de Su esfuerzo definitivo en favor del hombre caído. Nos ha ofrecido uno de los últimos testimonios escritos del amor y la misericordia que nos extiende por última vez, hablando en términos de dispensación. Tal y como lo vio un profeta del Libro de Mormón, Dios está enviando obreros a la viña por última vez, y «entonces viene la estación y el fin»13. Ese testamento y testigo definitivo, ese «nuevo convenio» ofrecido por última vez a los hijos de los hombres, es el mensaje del Libro de Mormón.
Ningún otro registro enseña más sobre la promesa de Dios a los hombres de los últimos días. Estas promesas se centran en Su Hijo Unigénito, en «los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías… [quien] intercederá por todos los hijos de los hombres; y los que crean en él serán salvos»14.
La labor de los hijos de Dios en estos últimos días de la historia del mundo es la de proceder con una «fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar… teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres… deleitándoos en la palabra de Cristo», y «[perseverando] hasta el fin. Ésta es la senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios»15.
Ningún otro libro nos ayuda a hacer esto tan bien. Ningún otro libro ha sido jamás producido de forma divina y protegido únicamente para este propósito. No se ha escrito ningún otro libro con una visión tan plena de la futura dispensación a la cual terminaría por llegar dicho registro. Igual que Moroni se expresan prácticamente todos los profetas del Libro de Mormón: «He aquí, os hablo como si os hallaseis presentes, y sin embargo, no lo estáis. Pero he aquí, Jesucristo me os ha mostrado, y conozco vuestras obras»16.
El hecho de que la mayoría de este libro proceda de un período anterior al nacimiento de Cristo, el hecho de que se trate del registro de un pueblo otrora desconocido, el hecho de que reafirme la veracidad y la divinidad de la Biblia hasta donde ésta se halla traducida correctamente, el hecho de que el Libro de Mormón revele reflexiones inspiradoras y profundas doctrinas sobre Jesús que no se hallan en ninguna parte del canon bíblico (ni en ningún sitio de la cristiandad moderna), son algunas de las pocas razones por las que se le debe considerar el texto religioso más notable jamás revelado desde que los escritos del Nuevo Testamento fueran compilados hace casi dos milenios. De hecho, en su papel de restaurador de las verdades bíblicas claras y preciosas que se habían perdido, a la par que añade centenares de nuevas verdades sobre Jesucristo y prepara el camino para una completa restauración de Su Evangelio y para el día triunfante de Su retorno milenario, se puede considerar al Libro de Mormón como el texto religioso más importante y destacable jamás dado al mundo. El profeta que tradujo el libro y que luego dio su vida por la veracidad de su mensaje, dijo que «era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro»17.
Y así es. El Libro de Mormón es la clave de nuestra religión principalmente porque es el testigo más extendido y definitivo que tenemos del Señor Jesucristo, nuestro Alfa y Omega, la Verdadera Viña, el Obispo y el Pastor de nuestra alma, la Piedra Angular, la Piedra Central del Ángulo del Evangelio eterno. Cristo es nuestra salvación y el Libro de Mormón declara
inequívocamente este mensaje al mundo. En su comunicado de fe, esperanza y caridad en Cristo, el Libro de Mormón es el «nuevo convenio» de Dios a Sus hijos, por última vez.
























