CAPITULO DOS.
SE HA DE RASGAR EL VELO DE INCREDULIDAD.
Tal y como se dijo antes, la mayor parte del registro del Libro de Mormón procede del período anterior al nacimiento de Jesús en la mortalidad. No es de extrañar, entonces, que una de las contribuciones especiales de este libro sea el conocimiento que contiene sobre el majestuoso papel del Cristo premortal. Cristo, en Su papel de Jehová así como en el de Jesús, es uno de los mensajes principales de este libro sagrado.
Los eruditos Santos de los Últimos Días consideran la unión del palo de José con el de Judá, tal y como profetizara Ezequiel, como una de las grandes contribuciones del Libro de Mormón, y ciertamente lo es. Sin embargo, en cuanto a la reunión de diferentes registros, es igualmente importante reconocer lo que el Libro de Mormón hace por unir el Antiguo con el Nuevo Testamento de una forma que, generalmente, no se reconoce como tal y que, de hecho, en ocasiones otras tradiciones religiosas contemplan como algo imposible.
Muchos estudiosos de la Biblia han tenido dificultad para reconciliar la teología y la visión de la Deidad que exhibe el Antiguo Testamento con las que posteriormente se hallan presentes en el Nuevo Testamento. Salvar esta obvia distancia es también otra gran contribución inestimable realizada por un tercer testamento: El Libro de Mormón. Este nuevo convenio enlaza los mundos religiosos de Malaquías y Mateo no sólo al ocupar el vacío existente entre ambos libros (comenzando 600 años antes de Cristo y finalizando 400 años después de Él) sino, más importante aún, al reunir los textos del Antiguo y Nuevo Testamento en la continuidad de la doctrina que se enseña y la imagen que se transmite de la Divinidad. Resulta entonces evidente que el papel central del Cristo premortal, mortal y postmortal (resucitado) en el Libro de Mormón es el hilo conductor que enlaza todas las enseñanzas y tradiciones de salvación del antiguo convenio con las del nuevo.
La preordinación de Cristo, Su divinidad premortal, la época y las circunstancias de Su venida, así como las tantas particularidades de Su misión y mensaje, se enseñaron de forma abundante a lo largo de toda la historia del Libro de Mormón. Aproximadamente en el año 74 antes de Cristo, Amulek dijo a sus conciudadanos de Ammoníah: “Me parece imposible que ignoréis las cosas que se han hablado concernientes a la venida de Cristo, de quien nosotros enseñamos que es el Hijo de Dios; sí, yo sé que se os enseñaron ampliamente estas cosas antes de vuestra disensión de entre nosotros”. Los capítulos del tres al diez de este libro muestran cuán “ampliamente” se enseñaron estas verdades entre los nefitas antes del nacimiento de Cristo; mas el lector del Libro de Mormón debiera considerar primero un registro anterior y más notable que esos.
El Hermano de Jared
Uno de los más grandes profetas del Libro de Mormón carece de nombre en el registro que documenta su notable vida. Se le identifica únicamente como “el hermano de Jared”. Aun así, la revelación que se desplegó ante sus ojos fue tan extraordinaria, que su vida y legado se han convertido en sinónimos de audacia, consumación y fe perfecta.
Durante la dispersión acaecida tras los hechos de la torre de Babel, el pueblo de Jared llegó hasta “ese mar que separa las tierras”, donde plantaron sus tiendas en espera de más revelación en cuanto a cómo cruzar el vasto océano. Allí aguardaron por esa dirección divina durante cuatro años, pero parece que lo hicieron de forma demasiado despreocupada, sin orar ni ejercer la fe. Entonces se produjo este extraordinario encuentro: “El Señor vino otra vez al hermano de Jared, y estaba en una nube, y habló con él. Y por el espacio de tres horas habló el Señor con el hermano de Jared, y lo reprendió porque no se había acordado de invocar el nombre del Señor”4.
Resulta difícil imaginar cómo puede ser una reprimenda del Señor durante tres horas, pero el hermano de Jared la soportó. Tras un arrepentimiento y oración inmediatos, este profeta buscó nuevamente la guía, tanto para la jornada que se les había asignado, como para los integrantes de esa hazaña. Dios aceptó su arrepentimiento y de forma amorosa le dio más dirección para esta misión crucial.
Para realizar la travesía del océano, las familias y sus rebaños necesitarían barcos semejantes a los que habían construido para un anterior viaje—pequeños, ligeros, algo ovalados, navios idénticos en diseño por arriba y por abajo, capaces de permanecer a flote aun cuando volcasen a causa de las olas. Estos “ajustados” artilugios eran, obviamente, de un diseño y capacidad sin precedentes, realizados bajo la dirección de Aquel que gobierna los mares y los vientos para que pudieran navegar con “la ligereza de un ave sobre el agua”.
A pesar de su diseño milagroso y de su meticulosa construcción, estos barcos tenían una limitación importante y, aparentemente, insalvable: una embarcación tan ajustada no permitía que los navegantes tuvieran luz alguna.
“El hermano de Jared… clamó de nuevo al Señor, diciendo: He aquí, oh Señor, he obrado según me lo has mandado; y he preparado los barcos para mi pueblo, y he aquí, no hay luz en ellos. ¿Vas a permitir, oh Señor, que crucemos estas grandes aguas en la obscuridad?”.
Entonces se recibió una respuesta extraordinaria e inesperada del creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas que en ellos hay, el mismo que audazmente declarara a Abraham: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?”.
“Y el Señor dijo al hermano de Jared: ¿Qué quieres que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?”. Entonces, como si una pregunta semejante de la omnipotente Deidad no fuera suficiente, el Señor procedió a enumerar los mismos problemas que el hermano de Jared conocía bastante bien, y le dijo: “He aquí, no podéis tener ventanas, pues serían hechas pedazos; ni llevaréis fuego con vosotros, porque no os dirigiréis por la luz del fuego.
“Pues he aquí, seréis como una ballena en medio del mar; porque las inmensas olas estallarán contra vosotros…
“Por tanto, ¿qué deseas que prepare para vosotros, a fin de que tengáis luz cuando seáis sumergidos en las profundidades del mar?”.
Era evidente que el hermano de Jared estaba siendo probado. Dios había hecho Su parte, había proporcionado unos barcos únicos y en condiciones de navegar para cruzar el océano. Había realizado una brillante obra de ingeniería y la parte más difícil del proyecto de construcción había terminado. Ahora el Señor quería saber qué iba a hacer el hermano de Jared con los detalles más pequeños.
Tras lo que sin duda fue un momento de profunda reflexión, el hermano de Jared acudió al Señor, quizás dubitativo, mas no con las manos vacías. En un tono claramente de disculpa, le dijo: “He aquí, oh Señor, no te enojes con tu siervo a causa de su debilidad delante de ti… ¡Oh Señor!, ten piedad de mí y aparta tu ira de este pueblo, y no permitas que atraviese este furioso abismo en la obscuridad; sino mira estas cosas que he fundido de la roca”9.
Cosas. El hermano de Jared apenas sabía cómo llamarlas. Sin duda alguna, rocas no sonaba muy inspirado. Al lado de la magnífica obra del Señor—las impecablemente diseñadas y maravillosamente únicas barcazas—el hermano de Jared realizó su contribución en forma de piedras; y mientras contemplaba las brillantes naves que el Señor había proporcionado, éste se convirtió en un momento de genuina humildad.
Se apresuró a decir: “Y sé, oh Señor, que tú tienes todo poder, y que puedes hacer cuanto quieras para el beneficio del hombre. Por tanto, toca estas piedras con tu dedo, oh Señor, y disponías para que brillen en la obscuridad; y nos iluminarán en los barcos que hemos preparado, para que tengamos luz mientras atravesemos el mar.
“He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto. Sabemos que puedes manifestar gran poder, que parece pequeño al entendimiento de los hombres”.
Tras toda esta autodegradación, la fe del hermano de Jared se hizo aparente de inmediato—de hecho, sería mejor que dijéramos transparente, a la vista del propósito para el cual se emplearían las piedras. Era obvio que Jehová halló algo sorprendente en la infantil inocencia y en el fervor de la fe de este hombre. “He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto”. En cierto sentido, puede que no haya en las Escrituras una expresión de fe más poderosa. Es casi como si el hermano de Jared estuviera animando a Dios, envalentonándole, confortándole. No fue un: “He aquí, oh Señor, estoy seguro de que puedes hacer esto”. Tampoco fue un: “He aquí, oh Señor, tú has hecho muchas cosas mayores que ésta”. A pesar de lo incierto que estuviera el profeta en cuanto a su propia habilidad, no tenía duda alguna respecto al poder de Dios. Ésta no fue sino una declaración enérgica y sin pizca de vacilación. Se trataba de dar un poco de ánimo al que no lo necesitaba, pero que ciertamente debe haber estado impresionado por ello. “He aquí, oh Señor, tú puedes hacer esto”.
Lo acontecido después se halla entre los más grandes momentos de la historia escrita, y por seguro que entre los mayores momentos de fe que se hayan registrado, pues situó al hermano de Jared entre los más grandes profetas de Dios para siempre jamás. Cuando el Señor extendió Su mano para tocar las piedras una por una con el dedo—acción que equivale a una respuesta innegable a la imperiosa fe de este hombre—, “fue quitado el velo de ante los ojos del hermano de Jared, y vio el dedo del Señor; y era como el dedo de un hombre, a semejanza de carne y sangre; y el hermano de Jared cayó delante del Señor, porque fue herido de temor”.
El Señor, viendo que el hermano de Jared había caído al suelo, mandó que se levantara y le preguntó: “¿Por qué has caído?”. La respuesta: “Vi el dedo del Señor, y tuve miedo de que me hiriese; porque no sabía que el Señor tuviese carne y sangre”.
Entonces se produjo esta maravillosa declaración por boca del Señor: “A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre; y jamás ha venido a mí hombre alguno con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo. ¿Viste más que esto?”.
El hermano de Jared respondió: “No; Señor, muéstrate a mí”. Tras este extraordinario intercambio, y antes de recibirse toda la revelación, el Señor hizo frente, una vez más, a la fe del hermano de Jared con una pregunta sumamente intrigante: “¿Creerás las palabras que hablaré?”, le preguntó. No le dijo: “¿Creerás las palabras que ya he hablado?”, sino que la petición fue mucho más rigurosa: “¿Creerás las palabras que hablaré?”.
La fe preparatoria se forma con las experiencias del pasado— lo conocido—> lo cual proporciona una base para la creencia; mas la fe redentora debe con frecuencia ejercerse orientada hacia experiencias futuras—lo desconocido—, con lo que se concede una oportunidad para lo milagroso. La fe rigurosa, la que mueve montañas, la fe como la del hermano de Jared, precede al milagro y al conocimiento. Él tenía que creer antes de que hablara Dios. Tenía que actuar antes de que se hiciera aparente la habilidad para completar la acción. Tenía que comprometerse por adelantado a toda la experiencia, antes incluso del primer segmento de su realización. La fe consiste en aceptar de forma incondicional y por anticipado cualesquiera que sean las condiciones que Dios pueda requerir tanto en el futuro cercano como en el distante.
La fe del hermano de Jared era completa y, comprometiéndose a las palabras que Dios todavía iba a pronunciar, respondió: “Sí, Señor”.
Entonces el Señor retiró el velo de los ojos del hermano de Jared y se mostró por completo a este hombre incomparablemente fiel.
“He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas.
“Y nunca me he mostrado al hombre a quien he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho. ¿Ves que eres creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen.
“He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne”.
Comprensión de la experiencia del hermano de Jared
Antes de examinar las verdades doctrinales que se enseñan en este encuentro divino, será útil destacar dos aspectos aparentemente problemáticos, los cuales parecen tener soluciones razonables y aceptables.
La primera consideración surge de las dos preguntas que el Señor hizo al hermano de Jared: “¿Por qué has caído?” y “¿Viste más que esto?”. En la teología de los Santos de los Ultimos Días, es una premisa básica el que Dios “sabe todas las cosas, y no existe nada sin que él lo sepa”. Las Escrituras, tanto antiguas como modernas, están repletas de esta afirmación de omnisciencia. Sin embargo, con frecuencia Dios ha hecho preguntas a los mortales, generalmente como una forma de probar su fe, medir su honradez o aumentar su conocimiento.
Por ejemplo, le dijo a Adán en el jardín de Edén: “¿Dónde estabas tú?”, y posteriormente preguntó a Eva: “¿Qué es lo que has hecho?”. Aunque es un Padre omnisciente que claramente sabía la respuesta a ambas preguntas, pues podía ver dónde estaba Adán y había visto lo que había hecho Eva, resulta evidente que las preguntas eran para el beneficio de Sus hijos, proporcionando a Adán y Eva la responsabilidad de contestar de forma honrada.
Posteriormente, durante la prueba de la fe de Abraham, el Señor le preguntó repetidas veces dónde estaba, a lo cual el fiel patriarca respondía: “Heme aquí”. El propósito de Dios no era obtener información que ya conocía, sino consolidar la fe firme de Abraham durante la más difícil de todas las pruebas a las que un padre tuvo que hacer frente. Dios suele hacer tales preguntas con frecuencia, particularmente a la hora de calcular la fe, la honradez y la plena medida del albedrío, otorgando a Sus hijos la libertad y la oportunidad de expresarse de forma tan reveladora como lo deseen, aun cuando Él sepa la respuesta a Sus propias preguntas y a las de los demás.
El segundo asunto que requiere un breve comentario se origina en la exclamación del Señor: “Y jamás ha venido a mí hombre alguno con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo”. Y luego: “Y nunca me he mostrado al hombre a quien he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho”.
La posible confusión se produce aquí al ser conscientes de que muchos (y puede que todos) de los principales profetas que vivieron antes que el hermano de Jared habían visto a Dios. Entonces, ¿cómo se entiende la declaración del Señor? Podemos hacer a un lado las conversaciones cara a cara de Adán con Dios en el Jardín de Edén debido al estado paradisíaco y previo a la Caída tanto del entorno como de la relación. Además, se pueden entender las restantes visiones de Dios que tuvieron los profetas, como las de Moisés e Isaías en la Biblia, o las de Nefi y Jacob en el Libro de Mormón, puesto que sucedieron tras esta experiencia del hermano de Jared.
Pero antes de la época del hermano de Jared, el Señor se apareció a Adán y “[al] resto de los de su posteridad que eran justos” en el valle de Adán-ondi-Ahmán tres años antes de la muerte de Adán. Y también tenemos a Enoc, quien claramente dijo: “Y vi al Señor; y estaba ante mi faz, y habló conmigo, así como un hombre habla con otro, cara a cara”. Damos por sentado que el resto de los profetas entre la Caída y la torre de Babel vieron a Dios de idéntico modo, incluyendo a Noé, quien “halló gracia ante los ojos de Jehová” y “con Dios caminó”; idéntica frase a la empleada para describir la relación de Enoc con el Señor.
Este tema ha sido bastante tratado por los escritores Santos de los Últimos Días y hay varias explicaciones posibles, cualquiera de las cuales—o todas—puede arrojar luz sobre la gran verdad de este pasaje. No obstante, sin revelación o comentario adicional sobre el asunto, toda conjetura no es más que eso y por tanto es inadecuada e incompleta.
Una posibilidad es que se trate de un simple comentario hecho en el contexto de una dispensación y que, como tal, se aplica únicamente al pueblo de Jared y a los profetas jareditas, es decir, que Jehová nunca antes se había revelado a ninguno de estos videntes y reveladores. Obviamente, esta teoría tiene serias limitaciones cuando se contrasta con las expresiones “jamás” y “nunca”. Es más, pronto nos damos cuenta de que Jared y su hermano son los padres de su dispensación, los primeros a quienes Dios podría haberse revelado en esa época.
Otra sugerencia es que la referencia a “hombre” es la clave del pasaje, dando a entender que el Señor jamás se había revelado a los impuros, a los incrédulos o al hombre temporal, terrenal y natural. La implicación es la de que sólo aquellos que se han despojado del hombre natural, sólo aquellos que no se han contaminado por el mundo, es decir, sólo a los santos (como Adán, Enoc y ahora el hermano de Jared) se les concede este privilegio.
Algunos creen que el Señor quería decir que nunca antes se había revelado al hombre en tal grado o hasta ese punto. Esta teoría sugiere que las apariciones divinas a profetas anteriores no habían sido con la misma “plenitud”, que nunca antes se había retirado el velo para proporcionar una revelación completa de la naturaleza y el ser de Cristo.
Otra posibilidad indica que ésta fue la primera vez que Jehová se había aparecido e identificado a Sí mismo como Jesucristo, el Hijo de Dios, interpretándose el pasaje como: “Y nunca me he mostrado [como Jesucristo] al hombre a quien he creado”. Esta posibilidad se ve reforzada por una lectura diferente del posterior comentario editorial de Moroni: “Por lo que, teniendo este conocimiento perfecto de Dios, fue imposible impedirle ver dentro del velo; por tanto, vio a Jesús”.
Todavía otra interpretación de este pasaje es que la fe del hermano de Jared era tan grande que no sólo vio el dedo y el cuerpo espiritual del Jesús premortal (algo que presumiblemente muchos otros profetas también habían visto), sino también algún aspecto diferente y más revelador del cuerpo de carne, sangre y hueso de Jesucristo. Exactamente cuál pudo haber sido la comprensión que tuvo el hermano de Jared de la naturaleza temporal del futuro cuerpo de Cristo, es algo que no está claro; pero Jehová le dijo: “A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre”, y Moroni manifestó que Cristo se le reveló en esa ocasión “según la manera y a semejanza del mismo cuerpo con que se mostró a los nefitas”. Algunos piensan que literalmente significa “el mismo cuerpo” que verían los nefitas, un cuerpo de carne y hueso. Una postura más fuerte sugeriría que sólo fue la semejanza espiritual del cuerpo futuro. Al hacer hincapié en que se trató de un cuerpo espiritual el que fue revelado y no ningún precursor especial que simulara carne y hueso, Jehová dijo: “Este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi espíritu… y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne”. Moroni también afirmó esto al decir: “Jesús se mostró a este hombre en el espíritu”.
Una explicación final—y, en cuanto a la fe del hermano de Jared se refiere, la más persuasiva—es la de que Cristo estaba diciéndole: “Nunca me he mostrado al hombre de esta manera, sin mi voluntad, movido únicamente por la fe del que contempla”. Por norma, el Señor invita y recibe a los profetas a Su presencia, pero sólo con Su autorización. Por otro lado, el hermano de Jared parece haberse lanzado él mismo hacia el velo, no como un invitado inoportuno, pero técnicamente como uno que no había sido invitado. Jehová dijo: “Jamás ha venido a mí hombre alguno con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo… Jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho”. Obviamente, el Señor mismo estaba enlazando esta fe sin precedente con una visión también sin precedente. Si la visión misma no fuese excepcional, entonces tendrían que serlo la fe y la manera en que se recibió la visión. La única forma de que la fe pudiera ser tan notable era gracias a su habilidad para llevar al profeta, sin estar invitado, allí a donde otros sólo habían podido llegar con la autorización de Dios.
Éste parece ser el entendimiento que Moroni tiene de la circunstancia cuando más adelante escribió: “Y debido al conocimiento [el cual vino como resultado de la fe] de este hombre no se le pudo impedir que viera dentro del velo. Por lo que, teniendo este conocimiento perfecto de Dios, fue imposible impedirle ver dentro del velo; por tanto, vio a Jesús”.
Podría ser éste uno de esos ejemplos provocadores (con la salvedad de que ésta es una experiencia real y no hipotética) que cualquier teólogo podría citar en un debate sobre el poder de Dios. A veces los estudiantes de religión preguntan: “¿Puede Dios crear una roca tan pesada que Él mismo no pueda levantar?”. O: “¿Puede Dios esconder algo de tal forma que no pueda encontrarlo?”. Pero uno podría preguntar algo mucho más conmovedor e importante: “¿Es posible tener una fe tan grande que ni siquiera Dios pueda resistirse a ella?”. En un principio uno se inclina a decir que ciertamente Dios podría obstaculizar una experiencia semejante con tan sólo desearlo, pero el texto sugiere lo contrario: “[A] este hombre no se le pudo impedir que viera dentro del velo… Fue imposible impedirle ver dentro del velo”.
Puede que éste sea un caso sin precedentes del deseo, la voluntad y la pureza de un hombre mortal tan cercanos a la norma celestial, que Dios no pudo sino honrar su devoción. ¡Qué declaración doctrinal tan notable sobre el poder de la fe de un mortal! No se trataba de un mortal etéreo, inalcanzable y selecto, sino que era éste un hombre que primero se olvidó de invocar al Señor, alguien cuyas mejores ideas se centraban a veces en las piedras, alguien que ni siquiera tiene nombre en el libro que ha inmortalizado esta experiencia sin precedente. Con esta fe no debiera sorprendernos que el Señor mostrara muchas cosas a este profeta, visiones que serían relevantes para la misión de todos los profetas del Libro de Mormón y para los acontecimientos de la dispensación de los últimos días en la que el libro saldría a la luz.
La vista dentro del velo
Después de que el profeta penetrara el velo para contemplar al Salvador del mundo, no se le puso límites para ver el resto de lo que revelaba el mundo eterno. De hecho, el Señor le mostró “todos los habitantes de la tierra que había habido, y también todos los que había de haber; y no los ocultó de su vista, aun hasta los cabos de la tierra”. El respaldo y la fuente del privilegio pata una experiencia tan extraordinaria fue, una vez más, la fe del hermano de Jared, pues “el Señor no podía ocultarle nada, porque sabía que el Señor podía mostrarle todas las cosas”.
Esta visión de “todos los habitantes de la tierra que había habido, y también todos los que había de haber… aun hasta los cabos de la tierra” fue similar a la concedida a Moisés y a otros profetas. Sin embargo, en este caso se escribió en detalle y fue sellada. Moroni, que tenía acceso al registro de esta visión, escribió en sus planchas “las mismas cosas que vio el hermano de Jared”. Posteriormente también él las selló y las escondió una vez más en la tierra antes de su muerte y de la destrucción de la civilización nefita. Moroni escribió en cuanto a esta visión concedida al hermano de Jared: “Jamás se manifestaron cosas mayores que las que le fueron mostradas al hermano de Jared”.
Aquellas planchas constituyen la porción sellada del Libro de Mormón que José Smith no tradujo. Es más, permanecerán selladas, tanto literal como figuradamente, hasta que generaciones futuras “ejerzan la fe en mí, dice el Señor, así como lo hizo el hermano de Jared, para que se santifiquen en mí, entonces les manifestaré las cosas que vio el hermano de Jared, aun hasta desplegar ante ellos todas mis revelaciones”.
La plena medida de esta visión sin precedente e insuperable—”jamás se manifestaron cosas mayores”—todavía está por conocer. Pero considere lo que sí conocemos del transcurso de la recepción de esta experiencia, considere qué ocurrió aproximadamente dos mil años antes del nacimiento de Cristo y considere lo que no se encuentra actualmente en el canon de ese período del Antiguo Testamento relativo a Jehová y Sus verdaderos atributos.
- Jehová, el Dios de la era precristiana, era el premortal Jesucristo, identificado aquí por ese nombre.
- Cristo tiene un papel tanto de Padre como de Hijo en Su relación divina con los hijos de los hombres.
- Cristo “fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a [Su] pueblo”, conocimiento que anteriormente había sido compartido con Enoc y que más adelante recibiría Juan el Revelador.
- Cristo tenía un cuerpo espiritual similar a la forma premortal de Su cuerpo físico, “a semejanza de carne y sangre”, incluyendo dedos, voz, rostro y todos los demás aspectos físicos.
- En cierta forma, Cristo ayudó en la creación del hombre, una creación en última instancia efectuada por el Padre. En ese proceso, los cuerpos de la familia humana eran semejantes al “cuerpo del espíritu [de Cristo]”.
- Con un cuerpo espiritual y la divinidad de Su llamamiento, el Cristo premortal habló de forma audible, en palabras y con una lengua que los mortales podían entender.
- Cristo es un Dios que actúa en representación de Su Padre y junto a Él, el cual también es un Dios.
- Cristo revela verdades a algunas personas, las cuales se deben ocultar de los demás hasta un tiempo señalado (Su “propio y debido tiempo”).
- Cristo utiliza una variedad de instrumentos y técnicas en el proceso de la revelación, incluyendo el poder de interpretación de “dos piedras” como las empleadas en el Urim y Tumim.
- Cristo tenía un conocimiento anterior de todos los habitantes de la tierra que habían existido, así como un conocimiento previo de todo lo que existiría, y mostró todo esto al hermano de Jared.
- El posterior papel redentor y expiatorio de Cristo estaba claramente establecido antes incluso de concretarse en Su vida mortal. Es más, de una forma sumamente bendita para el hermano de Jared, tuvo una eficacia inmediata: “Yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo”, dijo Cristo. “En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas”.
Entonces el hermano de Jared recibió su redención, como si ya se hubiera efectuado la Expiación: “Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída”, le prometió Cristo, “por tanto, eres traído de nuevo a mi presencia; por consiguiente yo me manifiesto a ti”.
Esta última declaración pone de relieve la naturaleza eterna de la Expiación y su impacto al llegar a todo el que haya vivido antes del nacimiento del Salvador, así como a todo el que viva después de Él. Todas las personas de la época del Antiguo Testamento que fueron bautizadas en el nombre de Cristo, tenían idéntico derecho a la vida eterna que el hermano de Jared, aun cuando Cristo aún no había nacido. En los infinitos y eternos asuntos de la Expiación, así como en todos los demás convenios eternos, “sólo para los hombres está medido el tiempo”, y los profetas podían hablar de hechos futuros “como si ya hubiesen acontecido”.
Moroni, durante el registro de la experiencia del hermano de Jared, añadió estas reflexiones y revelaciones adicionales sobre la misma:
- Los futuros discípulos tendrían que santificarse en Cristo para recibir todas Sus revelaciones.
- A los que rechacen la visión del hermano de Jared, Cristo no les mostrará “cosas mayores”.
- A la orden de Cristo “se abren y se cierran los cielos”, “temblará la tierra” y “sus habitantes pasarán, como si fuera por fuego”.
- Los que crean en la visión del hermano de Jared recibirán manifestaciones del Espíritu de Cristo. Debido a esta experiencia espiritual, la creencia se convertirá en conocimiento y sabrán “que estas cosas son verdaderas”.
- “Y cualquier cosa que persuada a los hombres a hacer lo bueno” es de Cristo. Lo bueno sólo procede de Cristo.
- Los que no crean en las palabras de Cristo tampoco le creerían a Él en persona.
- Los que no creen en Cristo no creen en Dios el Padre, quien le envía.
- Cristo es la luz, la vida y la verdad del mundo.
- Cristo revelará “cosas mayores”, “cosas grandes y maravillosas”, conocimiento escondido “desde la fundación del mundo” a los que rasguen el velo de la incredulidad y acudan a Él.
- Los creyentes deben invocar al Padre en el nombre de Cristo “con un corazón quebrantado y un espíritu contrito” si es que quieren saber “que el Padre se ha acordado del convenio que hizo” con la casa de Israel.
- Las revelaciones de Cristo a Juan el Revelador “serán manifestadas a los ojos de todo el pueblo” en los últimos días, aun cuando estén a punto de cumplirse.
- Cristo manda a todos los cabos de la tierra que vayan a Él, crean en Su Evangelio y se bauticen en Su nombre.
- Las señales seguirán a quienes crean en el nombre de Cristo.
- El que es fiel al nombre de Cristo, en el último día “será enaltecido para morar en el reino preparado para él desde la fundación del mundo”.
Acompaña a esta revelación una súplica a todo el que algún día la reciba. Cristo clama al lector de los últimos días que penetre más allá de los límites de la fe superficial:
“¡Venid a mí, oh gentiles, y os mostraré las cosas mayores, el conocimiento que se ha ocultado a causa de la incredulidad!
“¡Venid a mí, oh casa de Israel, y os será manifestado cuán grandes cosas el Padre ha reservado para vosotros desde la fundación del mundo; y no han llegado a vosotros por motivo de la incredulidad!
“He aquí, cuando rasguéis ese velo de incredulidad que os hace permanecer en vuestro espantoso estado de iniquidad, y dureza de corazón, y ceguedad de mente, entonces las cosas grandes y maravillosas que han estado ocultas de vosotros desde el principio del mundo, sí, cuando invoquéis al Padre en mi nombre, con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, entonces sabréis que el Padre se ha acordado del convenio que hizo con vuestros padres, oh casa de Israel”.
El Libro de Mormón se basa en la disposición de los hombres y mujeres para “[rasgar] ese velo de incredulidad” y poder contemplar las revelaciones—y la Revelación—de Dios. Puede que el hermano de Jared no tuviera una gran fe en sí mismo, pero su creencia en Dios no tenía parangón alguno, y ahí es donde reside la esperanza para todos nosotros. Su fe carecía de dudas y de Emites.
“Y sé, oh Señor, que tú tienes todo poder, y que puedes hacer cuanto quieras para el beneficio del hombre. Por tanto, toca estas piedras con tu dedo”. Desde la declaración de estas palabras, el hermano de Jared y el lector del Libro de Mormón cambiarían para siempre. De una vez y para siempre se declaró que la gente con retos comunes y corrientes podía partir el velo de la incredulidad y entrar en los reinos de la eternidad. Y Cristo, el que fuera preparado desde la fundación del mundo para redimir a Su pueblo, permanecería en toda Su gloria en los límites de ese velo, preparado para recibir a los creyentes y mostrarles “cuán grandes cosas el Padre ha reservado” para ellos al final del camino de la fe.
























