CRISTO y el Nuevo Convenio

CAPÍTULO TRES
TRES TESTIGOS ANTIGUOS:  NEFI


La forma que el Señor tiene de enseñar y ratificar, especialmente cuando hay un convenio de por medio, siempre ha proporcionado más de un testimonio. Su admonición ha sido siempre la de que “por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto”. De hecho, cuando el Libro de Mormón estaba para salir a luz bajo la mano inspirada del profeta José Smith, se profetizó que “por el poder de Dios se mostrarán [las planchas]… Y en boca de tres testigos se establecerán estas cosas; y el testimonio de tres, y esta obra, en la cual se mostrará el poder de Dios y también su palabra de la cual el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo dan testimonio; y todo esto se levantará como testimonio contra el mundo en el postrer día”.

Esos tres testigos fueron Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris, cuya experiencia se registra en los anales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y cuyo testimonio está grabado para siempre en las páginas iniciales del Libro de Mormón, donde permanecerá hasta que lamanitas, judíos y gentiles se convenzan de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios. A estos hombres, quienes a pesar de otras crisis de fe fueron a la tumba ratificando sus testimonios de los orígenes divinos del Libro de Mormón, se les conoce en el vocabulario de los Santos de los Últimos Días simplemente como “los tres testigos”.

Siguiendo con este mismo principio de los convenios, resulta interesante destacar que hubo otros tres testigos previos— testigos especiales—no sólo de los orígenes divinos del Libro de Mormón, sino también de la Divinidad misma, y éstos fueron Nefi, Jacob e Isaías; y no es coincidencia que sus testimonios aparezcan de forma tan evidente al comienzo de este antiguo registro.

Sus testimonios, por lo que sabemos, acceden al Libro de Mormón procedentes de las planchas menores de Nefi. La frase para un sabio propósito aparece en el libro al menos en seis ocasiones en referencia a la creación, escritura y preservación de las planchas menores. Un sabio propósito—el más obvio—fue el de compensar por la futura pérdida del manuscrito de 116 páginas que el profeta José Smith tradujo de la primera parte del compendio que Mormón hizo de las planchas mayores de Nefi.

Pero existe otro “sabio propósito” para incluir estas planchas menores en el material altamente editado que constituiría el Libro de Mormón. En Doctrina y Convenios 10:45, el Señor declaró a José Smith: “Ele aquí, hay muchas cosas grabadas en las planchas [menores] de Nefi que dan mayor claridad a mi evangelio”.

Siguen sin conocerse toda la información y los detalles contenidos en esas primeras 116 páginas del manuscrito, pero lo que sí se conoce es que gran parte de esa “mayor claridad” del Evangelio que se encuentra en las enseñanzas de las planchas menores de Nefi procede de las declaraciones personales de estos tres grandes testigos proféticos del Jesucristo premortal: Nefi, Jacob e Isaías. Estas tres voces doctrinales y visionarias aclaran desde el comienzo mismo por qué el Libro de Mormón es “otro testamento de Jesucristo”.

Al hablar de la preparación especial que recibieron los tres para recibir y enseñar esta “mayor claridad” del Evangelio, Nefi reveló la cualificación más persuasiva de todas: habían visto al Jesucristo premortal.

“Y ahora yo, Nefi, escribo más de las palabras de Isaías, porque mi alma se deleita en sus palabras. Porque aplicaré sus palabras a mi pueblo, y las enviaré a todos mis hijos, pues él verdaderamente vio a mi Redentor, tal como yo lo he visto.

“Y mi hermano Jacob también lo ha visto… por tanto, transmitiré las palabras de ellos a mis hijos, para probarles que mis palabras son verdaderas. Por tanto, ha dicho Dios, por las palabras de tres estableceré mi obra”.

Nefi concluyó diciendo: “Mi alma [y podría haber dicho las almas de los tres] se deleita en comprobar a [nuestro] pueblo la verdad de la venida de Cristo… que salvo que Cristo venga, todos los hombres deben perecer”.

Uno podría discutir de forma convincente que el propósito principal para registrar, preservar y, posteriormente, traducir las planchas menores de Nefi fue el proporcionar el testimonio de estos tres testigos a la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Sus escritos constituyen un total de 161 de las 169 páginas de las planchas menores. Para cuando se lee a Nefi, Jacob e Isaías en estas primeras páginas, uno establece un firme cimiento de lo que Nefi llamó “la doctrina de Cristo”; un cimiento que se conforma perfectamente con la página del título del Libro de Mormón. Tras leer a estos tres testigos en las planchas menores de Nefi, el lector sabe al menos dos cosas: que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente, y que Dios guardará Sus convenios y promesas con el resto de la casa de Israel. Estos dos elementos constituyen los dos objetivos principales del Libro de Mormón y son precisamente los temas introductores empleados por Nefi, Jacob e Isaías.

Obviamente, sería interesante que un día alguien pudiera encontrar las 116 páginas perdidas del manuscrito original del

Libro de Mormón, aunque el contenido de esas páginas no podría ser más importante ni más fundamental para el propósito del libro que las enseñanzas de estos tres profetas que se hallan registradas en las planchas menores. Como centinelas ante la puerta del libro, Nefi, Jacob e Isaías nos admiten en la presencia del Señor en las Escrituras.

Lehi

La enseñanza y el testimonio de otro testigo que, en gran medida, se perdió en ese primer material manuscrito, procede de Lehi, padre de Nefi y Jacob. De hecho, el primer libro de ese material traducido llevaba por título el “Libro de Lehi”. Afortunadamente, Nefi registró partes significativas de las enseñanzas de su padre en su propia relación de las planchas menores, y esa perspectiva de la experiencia de Lehi contribuye a la perspectiva del lector sobre el Salvador del mundo. El primer capítulo de 1 Nefi comienza con la visión de Lehi de “Uno que descendía del cielo, y vio que su resplandor era mayor que el del Sol al mediodía”. En esta visión, el Cristo premortal, acompañado de “otros doce”, condujo a Lehi hacia un libro que le mandó leer. El libro hablaba de “muchas cosas grandes y maravillosas”, entre las que se incluía la clara declaración de “la venida de un Mesías y también la redención del mundo”9. De esta forma, en los primeros versículos del primer capítulo del primer libro del Libro de Mormón, tropezamos de bruces con el tema central.

Aunque sus coetáneos en Jerusalén rechazaron su mensaje, Lehi prosiguió con sus profecías de “un Mesías, o, en otras palabras, un Salvador del mundo.

“Y también habló concerniente a los profetas: del gran número que había testificado de estas cosas referentes a este Mesías de quien él había hablado, o sea, de este Redentor del mundo.

“Por lo tanto, todo el género humano se hallaba en un estado perdido y caído, y lo estaría para siempre, a menos que confiase en este Redentor”.

Incluidos en la visión de Lehi sobre la venida de Cristo a la mortalidad había muchos detalles reveladores en cuanto al tiempo exacto de Su venida y la misión de Juan el Bautista, quien “bautizaría en Betábara, del otro lado del Jordán”, al Mesías mismo al comienzo de Su ministerio. “[Y] después de haber bautizado al Mesías con agua, vería y daría testimonio de haber bautizado al Cordero de Dios, quien quitaría los pecados del mundo”. Lehi también vio en la visión que matarían al Mesías y que “resucitaría de entre los muertos y se manifestaría a los gentiles”, proporcionando la primera de más de ochenta referencias a la Resurrección en el Libro de Mormón. Tal y como había aprendido el hermano de Jared antes que él, Lehi vio y aprendió lo que aquel vio y aprendió por poder, “que recibió por la fe que tenía en el Hijo de Dios”.

Si se trataba de una de esas visiones brevemente registradas o de algún otro tipo de magnífica manifestación personal de Cristo, no lo sabemos; mas Lehi habló de una singular experiencia reveladora del Hijo de Dios cuando testificó a sus hijos cerca ya del fin de sus días: “Pero he aquí, el Señor ha redimido a mi alma del infierno; he visto su gloria, y estoy para siempre envuelto en los brazos de su amor”.

Este testimonio preliminar de Lehi en cuanto al nacimiento, la misión, la muerte y la divinidad del Salvador del mundo, sirve de presentación entre el Señor y el lector en las primeras veinte páginas del Libro de Mormón. Puesto que este impresionante material, aunque bastante limitado, procede del registro que Nefi hizo de la visión de su padre, se puede suponer sin temor a equivocarse que habría muchas más de estas profecías mesiánicas en las primeras 116 páginas perdidas del manuscrito traducido.

El parecer de Nefi sobre la visión de Lehi

A pesar de lo limitado del material de Lehi, estamos en deuda con él y con su experiencia como visionario por el efecto reflexivo que sus revelaciones tuvieron en su hijo Nefi, pues fue el deseo de éste ver, oír y saber de las cosas que su padre había visto lo que le condujo a sus magníficas manifestaciones personales. Con el deseo de recibir tales revelaciones por sí mismo, y creyendo que Dios podía darle a conocer esas mismas cosas, Nefi se hallaba meditando en su significado cuando fue llevado en visión; momento en el que, “porque [creyó] en el Hijo del Dios Altísimo”, se le mostró “un hombre que desciende del cielo… el Hijo de Dios”.

Con cierto detalle idéntico al que recibió el hermano de Jared al comienzo de la dispensación jaredita, Nefi obtuvo información similar sobre el futuro de su pueblo al comienzo de la dispensación nefita. En una amplia visión del futuro de la rama fructífera de José, cuyos vastagos se estaban extendiendo “sobre el muro”, Nefi fue guiado por el Espíritu del Señor (y por ángeles enviados con tal propósito) para ver la vida y el ministerio del Salvador, una visión que recibió porque “[creyó] en el Hijo del Dios Altísimo”.

Consideremos cuán extensas y detalladas fueron las enseñanzas doctrinales que recibió Nefi:

  • Nazaret sería la ciudad de la concepción de Cristo.
  • La madre del Salvador sería “una virgen, más hermosa y pura que toda otra virgen”.
  • La virgen, madre del Hijo de Dios, sería “llevada en el Espíritu”, concibiendo y dando a luz “según la carne”.
  • El niño que nació de la virgen sería “el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno”.
  • La madre de ese niño todavía sería virgen tras Su alumbramiento.
  • El nacimiento, la vida, la muerte, la expiación y la resurrección de Cristo (identificados en la visión de Nefi del Árbol de la Vida) eran elementos relacionados entre sí del amor que Dios derramaba “ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres”, el cual era “más deseable que todas las cosas… el de mayor gozo para el alma… el más grande de todos los dones de Dios”.
  • Jesús sería bautizado por Juan el Bautista, y el Espíritu Santo descendería del cielo en la forma de una paloma.
  • Cristo ministraría “con poder y gran gloria” entre los hijos de los hombres, muchos de los cuales caerían “a sus pies y lo [adorarían]”.
  • Cristo escogería “a otros doce” para ayudarle, los cuales se llamarían “apóstoles”.
  • Se reunirían las multitudes. Cristo sanaría a los enfermos y a aquellas personas “afligidas con toda clase de males, y con demonios y con espíritus impuros”.
  • El Cordero de Dios sería apresado por el pueblo y “juzgado por el mundo”, para luego ser “levantado sobre la cruz e inmolado por los pecados del mundo”.
  • En la época de la crucifixión habría (en el Nuevo Mundo) relámpagos, truenos, terremotos, un vapor de tinieblas y “toda clase de ruidos estrepitosos”, junto con montañas caídas, llanuras quebradas y ciudades ardiendo y hundiéndose en el mar.
  • Tras la crucifixión, el Cordero de Dios descendería “del cielo” y se aparecería a la gente en “la tierra de promisión”.
  • Escogería a “doce discípulos” para ministrar a la descendencia de Lehi en el Nuevo Mundo como subordinados de los Doce Apóstoles del Viejo Mundo.
  • Los doce nefitas recibirían el Espíritu Santo, serían ordenados y sus vestidos serían “emblanquecidos en su sangre” a causa de “su fe en el Cordero de Dios”.
  • El Salvador prometería hacer llegar a los gentiles en los últimos días “mucho [del] evangelio” enseñado en el Nuevo Mundo, el cual sería “claro y precioso”.
  • En un principio, la Biblia contendría “la plenitud del evangelio” y sería conocida como “el libro del Cordero de Dios”. Posteriormente, su integridad doctrinal sería violada y muchas de sus doctrinas “claras y preciosas” se perderían.
  • La aparición y las enseñanzas de Cristo en el Nuevo Mundo serían registradas, escondidas y dadas a conocer en el Libro de Mormón, compensando así (junto con las demás revelaciones de los últimos días) la pérdida de las verdades bíblicas.
  • Saldrían a la luz “otros libros” por el poder del Cordero de Dios.
  • Estos otros registros de los últimos días “(Doctrina y Convenios, y la Perla de Gran Precio) establecerían, junto con el Libro de Mormón, la veracidad del primero (la Biblia), todo lo cual manifestaría “a todas las familias, lenguas y pueblos que el Cordero de Dios es el Hijo del Eterno Padre, y es el Salvador del mundo; y que es necesario que todos los hombres vengan a él, o no serán salvos”.
  • Los que sean salvos deben venir “conforme a las palabras” de Cristo, palabras que se darían a conocer en el Libro de Mormón y la Biblia, los cuales serían “reunidos en uno solo; porque hay un Dios y un Pastor sobre toda la tierra”.
  • Durante Su primer advenimiento en el meridiano de lostiempos, Cristo y Su mensaje serían declarados a todas las naciones, primero a los judíos y luego a los gentiles. Durante Su segunda venida, en los últimos días, invertiría este orden, apareciéndose y declarando Su mensaje primero a los gentiles y luego a los judíos; para que de este modo “los últimos [sean] los primeros, y los primeros [sean] los últimos”.
  • Cristo se manifestaría a los gentiles de los últimos días “tanto en palabra, como también en poder, real y verdaderamente, para quitar sus tropiezos”.
  • Si los gentiles se arrepienten y no endurecen sus corazones contra el Cordero de Dios y los convenios que ha hecho con Sus hijos, entonces serán “contados entre los de la casa de Israel; y serán para siempre un pueblo bendito sobre la tierra prometida, y… ya no [serán confundidos]”.
  • La obra de Cristo entre los gentiles sería “una obra grande y maravillosa entre los hijos de los hombres” una obra “sempiterna” que conduciría a la paz y a la vida eterna por un lado, o a la destrucción temporal y espiritual por el otro.
  • En los últimos días no habría “más que dos iglesias”, la iglesia del Cordero de Dios y la iglesia del diablo. Finalmente, los que no perteneciesen a la iglesia de Cristo serían, por decisión o por omisión, reclamados por la otra.
  • Aunque sus números serían pocos y sus dominios pequeños, los miembros de la iglesia del Cordero de Dios, llamados “santos”, estarían esparcidos sobre toda la superficie de la tierra.
  • La “madre de las abominaciones” reuniría a las multitudes sobre la faz de la tierra—todas las naciones de los gentiles— “para combatir contra el Cordero de Dios”.
  • En respuesta, el poder de Cristo descendería sobre los miembros de Su iglesia, “el pueblo del convenio del Señor”, y estarían armados con “su rectitud y el poder de Dios en gran gloria”.
  • Bajo la dirección de Cristo, “la obra del Padre” comenzaría en preparación de “la vía para el cumplimiento de sus convenios que él ha hecho con su pueblo que es de la casa de Israel”.

Esta notable y detallada visión del ministerio de Cristo, desde Su nacimiento, ministerio y crucifixión en el Viejo Mundo, hasta Su aparición y enseñanzas en el Nuevo Mundo, así como Su papel en la restauración de todas las cosas en los últimos días, es tanto más impresionante al proceder, como lo hace, de las primeras treinta páginas del Libro de Mormón, una concisa presentación del lector al objetivo central del libro en su declaración de que Jesús es el Cristo.

Siguiendo la tónica de los múltiples testimonios mencionados anteriormente, Nefi acompañó esta magnífica visión con un segundo testimonio profético y personal, en colaboración con los antiguos profetas Zenoc, Neum y Zenós, respecto al “mismo Dios de Israel” al cual los hombres “huellan bajo sus pies” considerando como nada la pureza de Su vida y no prestando atención a la voz de Sus consejos.

El testimonio profético de Nefi

Tras reiterar que Cristo vendría 600 años después de que Lehi y su familia partieran de Jerusalén, Nefi profetizó que un mundo hostil, “a causa de su iniquidad, [juzgaría a Cristo] como cosa de ningún valor; por tanto, lo azotan, y él lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta, por motivo de su amorosa bondad y su longanimidad para con los hijos de los hombres”.

Al recurrir a la historia del Antiguo Testamento e incluir las palabras de tres profetas que de otro modo serían desconocidos, Nefi subraya de manera intensa la doctrina revelada al hermano de Jared: que Cristo es Jehová, el Dios del Antiguo Testamento, así como Jesús, el Salvador del Nuevo Testamento.

Con anterioridad, Nefi había reprendido a sus hermanos rebeldes recordándoles que los hijos de Israel habían sido guiados fuera del cautiverio por “el Señor su Dios, su Redentor, [yendo] delante de ellos, conduciéndolos de día y dándoles luz de noche”. Ahora, una vez más identificó ese papel del Salvador en el Antiguo Testamento y lo combinó con el nuevo.

“Y el Dios de nuestros padres, que fueron llevados fuera de Egipto, fuera de la servidumbre, y a quienes también preservó en el desierto, sí, el Dios de Abraham, y de Isaac, y el Dios de Jacob se entrega a sí mismo como hombre… en manos de hombres inicuos para ser levantado, según las palabras de Zenoc, y para ser crucificado, según las palabras de Neum, y para ser enterrado en un sepulcro, de acuerdo con las palabras de Zenós, palabras que él habló tocante a tres días de tinieblas, los cuales serán una señal de su muerte que se dará a los que habitaren las islas del mar, y más especialmente dada a los que son de la casa de Israel”.

Tras recordar las manifestaciones de la reacción de la tierra ante la crucifixión, tal y como le fueron reveladas en su gran visión, Nefi citó al profeta Zenós:

“Ciertamente el Señor Dios visitará a toda la casa de Israel en ese día; a algunos con su voz a causa de su rectitud, para su inmensa alegría y salvación, y a otros con los truenos y relámpagos de su poder, por tempestades, por fuego, por humo y vapores de tinieblas, y por el hendimiento de la tierra y montañas que se levantarán…

“Y se henderán las rocas de la tierra; y a causa de los gemidos de la tierra, muchos de los reyes de las islas del mar se verán constreñidos a exclamar por el Espíritu de Dios: ¡El Dios de la naturaleza padece!”.

Nefi—y Zenós—, que entendía claramente que Cristo es el creador y el padre de la tierra, añadió esta maravillosa reflexión en cuanto a por qué la creación reaccionó de forma tan violenta a la crucifixión. El Dios de la tierra estaba siendo crucificado; era el benefactor de la creación, el “Dios de la naturaleza”, quien padecía en la cruz, y la naturaleza no iba a recibir esta injusticia de forma pasiva, sino que reaccionó con un quejido y una pena totales. Reaccionó con convulsión, ira y duelo.

Los que contribuyeron al juicio de la crucifixión, los que “[apartaron] sus corazones, desechando señales y prodigios, y el poder y la gloria del Dios de Israel”, serían por un tiempo “fustigados por todos los pueblos” y vagarían y perecerían, convirtiéndose en “un escarnio y un oprobio”, aborrecidos entre todas las naciones.

Mas cuando llegara el día en que volvieran sus corazones al Santo de Israel, todo cambiaría: “Entonces él se acordará de los convenios que hizo con sus padres… y toda la tierra verá la salvación del Señor… Toda nación, tribu, lengua y pueblo serán bendecidos”.

En este contexto de los profetas, las profecías y los convenios del Antiguo Testamento que serían restaurados, Nefi citó dos capítulos completos de Isaías que recalcan el ministerio del Salvador, y luego hizo un comentario importante (y único) sobre un versículo bien conocido, aunque no siempre bien comprendido, del libro de Deuteronomio, en el cual Moisés había escrito:

“Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis…

“Y Jehová me dijo:… Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.

“Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta”.

En respuesta a esta declaración, Nefi explicó que Cristo era aquel de quien profetizó Moisés, y explicó: “Yo, Nefi, os declaro que este profeta de quien habló Moisés será el Santo del Israel; por tanto, juzgará con justicia…

“Y rápidamente se acerca el tiempo en que los justos han de ser conducidos como becerros de la manada, y el Santo de Israel ha de reinar con dominio, y fuerza, y potestad, y gran gloria.

“Y recoge a sus hijos de las cuatro partes de la tierra; y cuenta a sus ovejas, y ellas lo conocen; y habrá un redil y un Pastor; y él apacentará a sus ovejas, y en él hallarán pasto”.

En este pasaje, Nefi no sólo se hizo eco de las palabras de Moisés y las aclaró, sino que al hacerlo también presagió los escritos mesiánicos de Malaquías y Juan el Amado, haciendo hincapié en el hecho de que los profetas de todas las épocas habían enseñado temas comunes del Evangelio, hasta el punto de haber un lenguaje revelado e imágenes comunes a todos ellos en algunas de sus enseñanzas mesiánicas.

De hecho, Nefi sentía tal unidad en la hermandad de los profetas, que de forma generosa incluyó en su texto porciones importantes de los escritos de su hermano menor, Jacob, y de Isaías, el profeta del Antiguo Testamento.

Con estos dos profetas y sus testimonios como telón de fondo, Nefi escribió sobre la venida de Jesús entre Su propio pueblo: “Cuando llegue el día en que el Unigénito del Padre, sí, el Padre del cielo y de la tierra, se manifieste él mismo a ellos en la carne, he aquí, lo rechazarán por causa de sus iniquidades, y la dureza de sus corazones, y lo duro de su cerviz.

“He aquí, lo crucificarán; y después de ser puesto en un sepulcro por espacio de tres días, se levantará de entre los muertos, con salvación en sus alas; y todos los que crean en su nombre serán salvos en el reino de Dios. Por tanto, mi alma se deleita en profetizar concerniente a él, porque he visto su día, y mi corazón magnífica su santo nombre”.

Nefi profetizó sobre la resurrección del Mesías, la subsiguiente destrucción de Jerusalén y el esparcimiento de sus habitantes, incluyendo su azote “por otros pueblos, por el espacio de muchas generaciones”. Mas las promesas del Libro de Mormón a los judíos son tan inigualables como explícitas. Nefi destaca que este azote cesará y dará comienzo la restauración de Israel en aquel día en que “sean persuadidos a creer en Cristo, el Hijo de Dios, y la expiación, que es infinita para todo el género humano; y cuando llegue ese día en que crean en Cristo, y oren al Padre en su nombre, con corazones puros y manos limpias, y no esperen más a otro Mesías, entonces, en esa época, llegará el día en que sea menester que crean estas cosas.

“Y el Señor volverá a extender su mano por segunda vez para restaurar a su pueblo de su estado perdido y caído. Por tanto, él procederá a efectuar una obra maravillosa y un prodigio entre los hijos de los hombres”.

Esa obra maravillosa incluirá el que reciban el Libro de Mormón “para convencerlos de que no deben esperar más a un Mesías que ha de venir, pues no ha de venir otro… porque no hay sino un Mesías de quien los profetas han hablado, y ese Mesías es el que los judíos rechazarán… su nombre será Jesucristo, el hijo de Dios”.

Una vez más, realizando una conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento—que sería fundamental para la comprensión profética y la reconciliación de los judíos—Nefi destacó que el mismo poder que salvó al antiguo Israel de las serpientes venenosas e hizo manar agua de la roca en Meriba, era el poder para salvar almas eternas. Y escribió tanto al Israel antiguo como al moderno: “No hay otro nombre dado debajo del cielo sino el de este Jesucristo, de quien he hablado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo”.

“Para que nuestros hijos sepan”

En este pasaje fundamental, Nefi hizo hincapié en lo efímero de la ley y destacó la vida que hay en Cristo, la misma lección que ha escuchado cada generación de los hijos de Israel. Esta declaración categórica del propósito del Libro de Mormón merece ser citada en su totalidad:

“Por tanto, [estos escritos] irán de generación en generación mientras dure la tierra…

“Porque nosotros trabajamos diligentemente para escribir, a fin de persuadir a nuestros hijos, así como a nuestros hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos;

“Y a pesar de que creemos en Cristo, observamos la ley de Moisés, y esperamos anhelosamente y con firmeza en Cristo, hasta que la ley sea cumplida.

“Pues para este fin se dio la ley; por tanto, para nosotros la ley ha muerto, y somos vivificados en Cristo a causa de nuestra fe; guardamos, empero, la ley, a causa de los mandamientos.

“Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados…

“Por tanto debéis inclinaros ante él y adorarlo con todo vuestro poder, mente y fuerza, y con toda vuestra alma; y si hacéis esto, de ninguna manera seréis desechados”.

Nefi prosiguió su testimonio destacando que después de que Cristo se hubiera levantado de los muertos, se mostraría a los nefitas. A pesar de la terrible destrucción que acompañaría a la Crucifixión, los fieles, los que “esperan anhelosamente con firmeza en Cristo, aguardando las señales que son declaradas, a pesar de todas las persecuciones, he aquí, son ellos los que no perecerán.

“Mas el Hijo de Justicia se les aparecerá; y él los salvará, y tendrán paz con él hasta que hayan transcurrido tres generaciones, y muchos de la cuarta generación hayan fallecido en rectitud”.

No obstante lo cansado de su corazón por este testimonio— en dos ocasiones habló del dolor y la angustia de su alma al contemplar la destrucción de los inicuos—reafirmó a modo de resumen en un soliloquio maravilloso que Cristo no haría nada excepto aquello que fuera para el beneficio del mundo; “porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos los hombres a él”.

Puede que ningún otro pasaje del Libro de Mormón transmita con mayor claridad la amplitud del don de Cristo para todas las personas como lo hacen los escritos de Nefi. El don se concedería libremente y no le sería negado a nadie que viniera a participar de esa misericordia y salvación:

“He aquí, ¿acaso exclama él a alguien, diciendo: Apártate de mí? He aquí, os digo que no; antes bien dice: Venid a mí, vosotros, todos los extremos de la tierra, comprad leche y miel sin dinero y sin precio.

“He aquí, ¿ha mandado él a alguno que salga de las sinagogas, o de las casas de adoración? He aquí, os digo que no.

“¿Ha mandado él a alguien que no participe de su salvación? He aquí, os digo que no, sino que la ha dado gratuitamente para todos los hombres; y ha mandado a su pueblo que persuada a todos los hombres a que se arrepientan…

“Porque él hace lo que es bueno entre los hijos de los hombres; y nada hace que no sea claro para los hijos de los hombres; y él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles”.

La doctrina de Cristo

En un maravilloso testimonio final a su pueblo, así como a las generaciones futuras de la última dispensación, Nefi dio fin a sus profecías—incluyendo las relativas a la futura venida del Libro de Mormón—y concluyó sus escritos, y toda una vida de enseñanza con “unas pocas de las palabras… acerca de la doctrina de Cristo”.

Aunque una frase como “la doctrina de Cristo” podría emplearse de forma más apropiada para describir cualquiera de las enseñanzas del Maestro, o todas ellas, no obstante se podría denominar de forma más correcta a todas esas amplísimas y hermosas expresiones esparcidas a lo largo y ancho del Libro de Mormón, el Nuevo Testamento y las Escrituras de los últimos días, como “las doctrinas de Cristo”. Fíjese en que Nefi empleó claramente esta expresión en singular, pues a la conclusión de su testimonio final, y posteriormente en la propia declaración del Salvador a los nefitas durante Su aparición a ellos, el hincapié se hace en un sentido preciso y singular de la doctrina de Cristo, específicamente en aquella parte que el profeta José Smith declaró ser “los primeros principios y ordenanzas del Evangelio”.

La “doctrina de Cristo” tal y como la enseñó Nefi en su discurso grandioso y recapitulativo, se centra en la fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo por inmersión, la recepción del don del Espíritu Santo y la perseverancia hasta el fin. Esta declaración no intenta abarcar todo el plan de salvación, todas las virtudes de una vida cristiana y las recompensas que nos aguardan en los diferentes grados de la gloria celestial. En esta declaración no se tratan los oficios del sacerdocio, las ordenanzas del templo ni muchas otras doctrinas verdaderas.

Todas son importantes, mas, tal y como se emplea en el Libro de Mormón, “la doctrina de Cristo” es simple y directa; se centra exclusivamente en los primeros principios del Evangelio incluyendo una expresión de ánimo para perseverar, persistir y seguir adelante. De hecho, el impacto de “la doctrina de Cristo” reside en su claridad y sencillez. Nefi sabía que sería así, y escribió: “Os hablaré claramente, según la claridad de mis profecías”.

El seguir al Hijo (fe en el Señor Jesucristo). El llamado de Nefi, citando la voz premortal de Cristo mismo, se extiende a todos los que serían discípulos de Cristo y seguidores de Su doctrina, obedientes a los primeros principios y ordenanzas del Evangelio. Tener fe en el Señor Jesucristo significa, en definitiva, creer en Él, confiar en Él, obedecerle y seguirle.

“Seguidme”, nos manda la voz de Cristo mediante Su declaración a Nefi, “y haced las cosas que me habéis visto hacer”. Puede que éste sea el llamado del Evangelio más sencillo y claro de todos, la esencia de la vida cristiana expresada a través de sus términos más comprensibles.

Pero, para que el lector no confunda sencillez con facilidad, Nefi realizó la siguiente pregunta: “¿Podemos seguir a Jesús, a menos que estemos dispuestos a guardar los mandamientos del Padre?”.

Tras destacar que Jesús era “Santo”, Nefi hizo hincapié en que, no obstante, él “se [humilló] ante el Padre” y a través de Su fiel obediencia dio testimonio de que guardaría todos los mandamientos sin importar lo angosto y estrecho del camino. Mediante esta fe, Cristo dio Su ejemplo a toda la humanidad.

“Y dijo a los hijos de los hombres: Seguidme”.

El carecer de hipocresía y engaño ante Dios (arrepentimiento). El llamado de Nefi a tener fe en Cristo y seguirle sería persuasivo y memorable si hubiera acabado ahí, mas no lo hizo, sino que continuó enseñando que “[seguir] al Hijo con íntegro propósito de corazón, [significa actuar] sin acción hipócrita y sin engaño ante Dios, sino con verdadera intención, arrepintiéndoos de vuestros pecados, testificando al Padre que estáis dispuestos a tomar sobre vosotros el nombre de Cristo”. Este llamado a la fe, a la obediencia y al discipulado no es una abstracción vana ni un principio de teología que quedaba colgando en un discurso a la deriva, sino que se trata de una invitación a abrazar el Evangelio plenamente y de forma completa. La fe, por definición, conduce al arrepentimiento, a una forma de vivir nueva y decidida.

“Por tanto, haced las cosas que os he dicho que he visto que hará vuestro Señor y Redentor”, dijo Nefi. Y esto sólo se puede hacer con un corazón puro y arrepentido. “Con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí”, le dijo Cristo a José Smith cuando el mundo vivía en tinieblas y apostasía.

De esta forma, Nefi recalcó que podemos seguir al Hijo únicamente al arrepentimos y perseverar en ese arrepentimiento. Seguir a Cristo y tener una fe verdadera y eficaz en Él requiere de este pleno propósito de corazón, mediante el cual actuamos sin hipocresía ante los hombres y sin cambio ante Dios, “sino con verdadera intención, [arrepintiéndonos de nuestros] pecados”.

Esta doctrina del arrepentimiento es tan crucial que el Padre mismo habló al respecto. Tras la descripción que Nefi hace de la humildad, la obediencia y el ejemplo de Cristo al ser bautizado, registró:

“Y el Padre dijo: Arrepentios, arrepentios y sed bautizados en el nombre de mi Amado Hijo”.

Se ha dicho antes que, en gran medida, la voz del Padre se ha limitado en las Escrituras a presentar a Su Hijo Amado y expresar Su complacencia con Él, pero este versículo del estilo de Nefi es revelador en el sentido de que nos concede una perspectiva más amplia del Padre de lo que suele registrar el canon bíblico.

De hecho, el lector está intrigado con la época y el lugar de este poderoso mandamiento de arrepentirse, expresado por el Padre mismo. ¿Lo dijo el Padre directamente a Nefi en el momento en que recibió esta revelación sobre “la doctrina de Cristo”—siglo VI a. de C.—o fue pronunciado en el escenario del bautismo de Cristo en el río Jordán, en el meridiano de los tiempos? En caso de haber sido dicha durante el bautismo de Cristo, entonces esta declaración es una de las cosas claras y preciosas que se perdieron del Nuevo Testamento; y si fue confiada a Nefi, entonces su papel como “testigo” es mucho mayor de lo que podíamos haber apreciado. Este último parece ser el caso, pues Nefi escribió en el versículo siguiente: “Y además, vino a mí la voz del Hijo”, en vez de ser una experiencia que sugiera el momento del bautismo de Cristo en el meridiano de los tiempos. En cualquier caso, la repetición de este mandamiento de seguir al Hijo mediante el arrepentimiento y el bautismo procedía del Padre mismo, una de las pocas declaraciones identificadas como tal en las Escrituras.

Bautismo de agua. Nefi hizo del bautismo un caso persuasivo y prolongado con el razonamiento de que “ahora bien, si el Cordero de Dios, que es Santo, tiene necesidad de ser bautizado en el agua para cumplir con toda justicia, ¡cuánto mayor es, entonces, la necesidad que tenemos nosotros, siendo pecadores, de ser bautizados, sí, en el agua!”.

En este acto de sumisión y humildad (aunque en el caso de Jesucristo, no de arrepentimiento) al entrar en un convenio con Su Padre y abrazar las ordenanzas que representan a ese convenio, Jesús demostró Su deseo de “cumplir con toda justicia”. Al someterse a Juan en el Jordán, “[mostró] a los hijos de los hombres que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica ante el Padre que le sería obediente al observar sus mandamientos”. Fue mediante esta ordenanza del bautismo— por inmersión y bajo la mano de alguien autorizado a efectuarla—que Cristo “muestra a los hijos de los hombres la angostura de la senda, y la estrechez de la puerta por la cual ellos deben entrar, habiéndoles él puesto el ejemplo por delante”. Ciertamente es ésa una puerta estrecha que conduce a una senda angosta—y estrecha—si el único Ser perfecto que jamás ha caminado sobre la tierra todavía necesitaba “cumplir con toda justicia” entrando por ella. Sólo al sumergirse en las aguas del bautismo pueden los hombres “tomar sobre [sí] el nombre de Cristo por medio del bautismo, sí, siguiendo a [su] Señor y Salvador y [descender] al agua”.

El bautismo de fuego y del Espíritu Santo. Nefi profetizó que tras el bautismo de Cristo en el agua, el Espíritu Santo descendería sobre el Salvador cual una paloma, como por cierto ocurrió. Para Nefi, y todos los demás, Cristo subrayó esa experiencia al prometer: “A quien se bautice en mi nombre, el Padre dará el Espíritu Santo, como a mí”.

Al recibir del Salvador del mundo esta doctrina, Nefi añadió su propia reflexión sobre el papel redentor del Espíritu Santo, y escribió: “Sí, siguiendo a vuestro Señor y Salvador y descendiendo al agua, según su palabra, he aquí, entonces recibiréis el Espíritu Santo”. La importante doctrina que se proclama aquí es que la remisión interna y definitiva del pecado procede de una llama purificadora del Espíritu Santo después de la limpieza externa y simbólica que ha administrado el bautismo por agua. “Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua”, dijo Nefi, “y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo.

Una de las majestuosas promesas espirituales de un convenio y limpieza semejantes es que “entonces podréis hablar con lengua de ángeles”, pues los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo, y hablan las palabras de Cristo proporcionando a los hombres la habilidad y el vocabulario para “prorrumpir en alabanzas al Santo de Israel”.

Mas de la voz de Cristo mismo procede la siguiente advertencia aleccionadora: “Después de haberos arrepentido de vuestros pecados y testificado al Padre, por medio del bautismo de agua, que estáis dispuestos a guardar mis mandamientos, y habéis recibido el bautismo de fuego y del espíritu Santo, y podéis hablar con una nueva lengua, sí, con la lengua de ángeles, si después de esto me negáis, mejor os habría sido no haberme conocido”.

Después de la fe y el arrepentimiento, después del agua y del Espíritu, es crucial continuar, persistir, perseverar. Hacerse a un lado de la senda es entonces peor que nunca haber comenzado el camino.

Perseverar hasta el fin. Éste es otro “primer principio” aparte de los cuatro que usualmente se suelen enumerar y que enseñó el Padre mismo. Nefi escribió: “Y oí la voz del Padre que decía: Sí, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquel que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Y entonces Nefi añadió su propio testimonio, diciendo: “Y ahora bien, amados hermanos míos, por esto sé que a menos que el hombre persevere hasta el fin, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios viviente, no puede ser salvo”.

Con frecuencia escucho las consabidas y, en ocasiones, conscientes referencias en tono de disculpa a “perseverar hasta el fin” como un añadido a los primeros principios y ordenanzas del Evangelio. Sin embargo, la doctrina de la perseverancia fiel es infinitamente seria y se declara aquí como un principio básico del Evangelio en boca del Dios y Padre de todos nosotros. “Perseverar hasta el fin” es un elemento integral de la doctrina de Cristo, y sin él sería mejor no haberle conocido.

Tras estas invitaciones a ejercer fe en el Señor Jesucristo, arrepentimiento, bautismo y la recepción del don del Espíritu Santo, Nefi volvió a pedir de forma elocuente la perseverancia y la persistencia. Todo lector del Libro de Mormón se maravilla por el siguiente resumen de los primeros principios del Evangelio, ¡uno de los muchos pasajes verdaderamente majestuosos del libro!: “Y ahora bien, amados hermanos míos, después de haber entrado en esta estrecha y angosta senda, quisiera preguntar si ya quedó hecho todo. He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna”.

Nefi compartió el siguiente y sucinto testimonio en esta maravillosa nota de fe y esperanza, gracia y esfuerzo, este santo decreto de continuar adelante con nuestra determinación mientras confiamos totalmente en el poder de Cristo para salvarnos: “Y ahora bien, amados hermanos míos, ésta es la senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios. Y ahora bien, he aquí, ésta es la doctrina de Cristo, y la única y verdadera doctrina del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, que son un Dios, sin fin. Amén”.

Su público, al igual que algunos coetáneos, deben haber tenido miradas burlonas al oír una doctrina tan simple. “¿Será acaso ésta ‘la doctrina de Cristo’?”, pudieron haberse preguntado. “¿Es éste el mensaje? ¿Son éstas las ‘buenas nuevas’?”.

Nefi contestó a sus mudas preguntas. “Amados hermanos míos, supongo que estaréis meditando en vuestros corazones en cuanto a lo que debéis hacer después que hayáis entrado en la senda. Mas he aquí, ¿por qué meditáis estas cosas en vuestros corazones?”.

No tenían de qué preocuparse, no era tan complicado como parecía. Tan sólo tenían que acatar los con frecuencia mencionados primeros principios y ordenanzas, y entonces perseverar en ellos con dos grandes salvaguardas, dos fuentes indefectibles de dirección divina. Al “seguir adelante” tenían que “[deleitarse] en la palabra de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo [les dirían] todas las cosas que [deberían] hacer”. Luego deben vivir fieles a las impresiones del Espíritu Santo, el cual les “[dirá] todas las cosas que [deben] hacer”.

A continuación se repitió por tercera vez la declaración: “Ésta es la doctrina de Cristo”. Si la congregación de Nefi no podía entender, era porque “no [pedían ni llamaban]… [y debían] perecer en las tinieblas”.

No es ésta una enseñanza fácil ni caprichosa, sino clara y sencilla. Para algunos no es conveniente, ni siquiera cómoda— especialmente la parte del arrepentimiento—-, pero es muy clara y preciosa. La doctrina de Cristo no es complicada, sino profunda, hermosa y decididamente clara y completa.

En este momento culminante de su vida, Nefi se detuvo, pues el Espíritu le prohibió decir más “a causa de la incredulidad, y la maldad, y la ignorancia y la obstinación de los hombres”. Algunos de estos hombres estaban, presumiblemente, entre su congregación más inmediata, aunque un gran número de ellos iba a nacer más tarde en la dispensación de Nefi y en la nuestra propia. Éstos “no quieren buscar conocimiento, ni entender el gran conocimiento, cuando les es dado con claridad, sí, con toda la claridad de la palabra”, se lamentó. Por éstos que endurecen sus corazones contra el Espíritu Santo y desechan las palabras de Cristo, oró él continuamente de día y bañó su almohada con sus lágrimas, de noche.

Pero cobró esperanza con su mensaje, creyendo que incluso las palabras escritas en debilidad serían hechas fuertes por el contenido mismo que ilustraban, pues sus palabras “hablan de Jesús, y los persuaden a creer en él y a perseverar hasta el fin, que es la vida eterna… Me glorío en mi Jesús”, dijo, “porque él ha redimido mi alma del infierno”.

Con “gran fe en Cristo” Nefi declaró su amor—literalmente, su “caridad”, el amor puro de Cristo—por su pueblo, por los judíos y los gentiles; mas por ninguno de éstos podía tener esperanzas “a menos que se reconcilien con Cristo y entren por la puerta angosta, y caminen por la senda estrecha que guía a la vida, y continúen en la senda hasta el fin del día de probación”. En resumen, no podía tener esperanza por ninguno de ellos a menos que abrazaran “la doctrina de Cristo”.

Como uno de los tres primeros testigos escogidos para que el lector del Libro de Mormón conozca a Cristo, Nefi ofreció belleza y poder en su testimonio final. Es un gran culmen para un registro escrito, y un epitafio perfecto para una vida fiel:

“Y ahora bien, mis amados hermanos, y también vosotros los judíos y todos los extremos de la tierra, escuchad estas palabras y creed en Cristo; y si no creéis en estas palabras, creed en Cristo. Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las palabras de Cristo, y él me las ha dado; y enseñan a todos los hombres que deben hacer lo bueno…

“Cristo os manifestará con poder y gran gloria que son sus palabras; y ante su tribunal nos veremos cara a cara, vosotros y yo, y sabréis que él me ha mandado escribir estas cosas, a pesar de mi debilidad…

“Y ahora bien, amados hermanos míos, todos los que sois de la casa de Israel, y todos vosotros, ¡oh extremos de la tierra!, os hablo como la voz de uno que clama desde el polvo: Adiós, hasta que venga ese gran día”.

Ciertamente, ese día vendrá, y si el lector no lo comprende ahora, se dará cuenta entonces de que el Libro de Mormón es ciertamente un registro de las “palabras de Cristo”.

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