CAPITULO CINCO.
TRES TESTIGOS ANTIGUOS: ISAÍAS
En un intento por persuadir a sus hermanos rebeldes, a la familia de Lehi, en general, y en última instancia a toda la casa de Israel a “recordar al Señor su Redentor”, Nefi (tan cansado por la carga espiritual de esta tarea que hasta sus miembros estaban débiles) enseñó de los grandes profetas cuyas enseñanzas se hallan registradas en las preciosas planchas de bronce y citó a Zenoc, Neum y Zenós, profetas perdidos del canon bíblico actual y para el lector moderno de no ser por las referencias que a ellos hace el Libro de Mormón. También les leyó muchas cosas de los escritos de Moisés que contenían esas planchas, pero enseñó de forma más poderosa sobre el profeta Isaías. Nefi escribió al futuro lector de su registro: “A fin de convencerlos más plenamente de que creyeran en el Señor su Redentor, les leí lo que escribió el profeta Isaías”.
Isaías es, en todos los sentidos, el profeta mesiánico del Antiguo Testamento y también la voz profética más penetrante de ese registro. Él, más que cualquier otro testigo del Antiguo Testamento, vio, escribió y profetizó de la venida del Salvador tanto en el meridiano de los tiempos como en los últimos días; y se le cita frecuentemente en el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y otros documentos contemporáneos tales como los Rollos del Mar Muerto, más que a cualquier otro profeta del Viejo Mundo.
Un estudio demuestra que en el Libro de Mormón se citan cerca de 433 versículos de Isaías—casi un tercio de todo el libro. Un estudioso de Isaías documenta que no menos de 391 de esos versículos aluden a los atributos, la apariencia, la majestuosidad y la misión de Jesucristo. Otro erudito ha señalado que Isaías proporcionó al menos 61 nombres y títulos del Padre y del Hijo en sus escritos, la mayoría de los cuales hacen referencia a algún aspecto de la misión de Cristo. Estos 61 títulos aparecen en 708 ocasiones en el libro de Isaías, con un promedio de una vez cada 1,9 versículos.
Ciertamente es debido a este absorbente enfoque mesiánico—preocupación mesiánica, podríamos decir de forma más apropiada—que Isaías resultaba tan interesante e importante para Nefi y el registro que él y sus descendientes debían guardar. Se puede decir que Nefi enseñó a su pueblo, literalmente, cada mensaje mesiánico principal proporcionado por este testigo del ministerio de Cristo de la época del Antiguo Testamento.
El registro mesiánico de Isaías fue de crucial importancia no sólo para la descendencia nefita de Israel en su viaje por los desiertos del Nuevo Mundo, sino también para aquellos que verían la restauración de los convenios de Abraham, Isaac y Jacob en los últimos días.
“Por tanto, escuchad, oh pueblo mío, que sois de la casa de Israel, y dad oídos a mis palabras” escribió Nefi, “pues aunque las palabras de Isaías no os son claras a vosotros, sin embargo, son claras para todos aquellos que son llenos del espíritu de profecía…
“Sí, y mi alma se deleita en las palabras de Isaías, [y] son de valor a los hijos de los hombres; y a los que suponen que no lo son, yo hablaré más particularmente… Porque sé que serán de gran valor para ellos en los postreros días, porque entonces las entenderán; por consiguiente, es para su bien que las he escrito”.
Ciertamente, las palabras de este profeta majestuoso proporcionaron deleite al alma de Nefi, pues 352 de los versículos de Isaías citados en el Libro de Mormón—más del 80 por ciento del número total del libro—proceden de los dos libros de Nefi. Hasta una gran parte del material de Isaías citado por Jacob en 2 Nefi 6-8 se incluyó en el registro porque eran, tal y como escribió Jacob, “las palabras que mi hermano [Nefi] ha deseado que os declare”.
Nefi y Jacob muestran idéntica admiración por Isaías; después de todo, fue el Salvador mismo quien dijo, tras citar por entero a los nefitas el capítulo 54 de Isaías: “Os digo que debéis escudriñar estas cosas. Sí, un mandamiento os doy de que escudriñéis estas cosas diligentemente, porque grandes son las palabras de Isaías.
“Pues él ciertamente habló en lo que respecta a todas las cosas concernientes a mi pueblo que es de la casa de Israel”.
Una de las razones por las que Nefi sentía tal admiración por las palabras de Isaías y el mérito especial de su testimonio ya ha sido mencionada. Isaías no sólo escribió de Cristo, sino que también le había visto a Él y a Su ministerio en una visión:
“Yo, Nefi, escribo más de las palabras de Isaías, porque mi alma se deleita en sus palabras. Porque aplicaré sus palabras a mi pueblo, y las enviaré a mis hijos, pues él verdaderamente vio a mi Redentor…
“Por tanto, transmitiré las palabras de ellos a mis hijos, para probarles que mis palabras son verdaderas…
“Y ahora escribo algunas de las palabras de Isaías, para que aquellos de mi pueblo que vean estas palabras eleven sus corazones y se regocijen por todos los hombres. Ahora bien, éstas son las palabras, y podéis aplicároslas a vosotros y a todos los hombres”.
Podría desprenderse hasta del nombre de Isaías (“Jehová salva” o “el Señor es salvación”) que fue preparado desde su nacimiento—o para ser más exactos, desde antes de nacer—para testificar del Mesías, dar testimonio de la divinidad de Cristo en anticipación tanto de Su primera como segunda venida. Dado que en sus escritos se centra de forma tan repetida en el Salvador, y debido a que mezclaba e intercambiaba tan libremente las referencias a su propia época, al meridiano de los tiempos y a los últimos días, es importante recordar que muchas de las profecías de Isaías pueden cumplirse, se han cumplido o se cumplirán en más de una forma y en más de una dispensación.
Estas profecías paralelísticas con aplicación a más de una época crean gran parte de la complejidad de Isaías, pero también proporcionan mucho del significado y el sentido que contienen sus escritos. A la vista de tal complejidad, no hace falta decir que las profecías de Isaías son más claras al ojo y al corazón del lector moderno gracias a la restauración del Evangelio. Las Escrituras de los últimos días, porciones clave de las cuales proporcionan aclaraciones cruciales, comentarios y distinciones de dispensaciones que no se encuentran en el texto de Isaías del Antiguo Testamento—ni en ninguna otra parte—, son tan inauditas como valiosas para la comprensión de sus escritos.
Podría decirse mucho sobre casi cada versículo de Isaías que alude al Salvador—se han escrito libros enteros al respecto— pero consideremos al menos sus enseñanzas registradas en el Libro de Mormón, las cuales se agrupan convenientemente en cinco categorías.
EL NACIMIENTO Y EL MINISTERIO MORTAL DE CRISTO.
En el capítulo diecisiete de su segundo libro, Nefi escribió la gran profecía de Isaías respecto a Emanuel, y leemos en los versículos catorce y quince: “El Señor mismo os dará una señal:
He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.
“Mantequilla y miel comerá hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno”.
Esta señal fue dada al rey Acaz, del Antiguo Testamento, para animarle a fortalecerse en el Señor más que en el poderío militar de Damasco, Samaría u otras potencias. Acaz fue lento en oír este consejo, pero el Señor se lo dio de todos modos, declarando que una de las señales sería la concepción de una virgen y el nacimiento de un hijo de nombre Emanuel.
Hay elementos plurales o paralelos a esta profecía, tal y como ocurre con muchos de los escritos de Isaías. El significado más inmediato estaba probablemente centrado en la esposa de Isaías, una mujer pura y buena que dio a luz un hijo en esa época, convirtiéndose éste en símbolo y sombra del cumplimiento mayor y posterior de la profecía que se haría realidad con el nacimiento de Jesucristo. El simbolismo de esta profecía actual adquiere una importancia mayor y adicional cuando descrubimos que la esposa de Isaías puede haber sido de linaje real y que, por tanto, su hijo habría pertenecido al linaje de David. Nuevamente nos encontramos ante un símbolo del gran Emanuel, Jesucristo, el supremo Hijo de David, el Rey que nacería de una verdadera virgen. De hecho, el título Emanuel llegaría hasta los últimos días, aplicándose al Salvador en el versículo veintidós de la sección 128 de Doctrina y Convenios.
Un pasaje relacionado, que se halla en 2 Nefi 19, puede tener también múltiples significados y aplicarse de formas diversas, incluyendo la coronación de un rey o Mesías, aunque la aplicación más tradicional y celebrada es la del nacimiento de Cristo. Todo el mundo reacciona ante el conmovedor poder de las líneas escritas por Isaías y que alcanzaron la fama por todo el orbe musical de la mano de George Frideric Handel:
“Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado; y sobre sus hombros estará el Principado; y se llamará su nombre Admiraba Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
“Del aumento de su dominio y paz no habrá fin, sobre el trono de David y sobre su reino, a fin de disponerlo y confirmarlo como juicio y con justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los Ejércitos hará esto”.
Uno de los hermosos recordatorios de este magnífico pasaje, incluso con todo su esplendor, realeza y sentido de triunfo, es la gentil declaración de que por medio de todo Su poder y majestuosidad, Cristo es todavía “el Hijo”—el Hijo tal y como enseñaron Abinadí y otros profetas del Libro de Mormón— humilde, obediente, sumiso, dispuesto a someterse a las demandas de la mortalidad haciendo todo esto para que, en definitiva, pueda ordenar el gobierno de los seres temporales (la carne) según las leyes elevadas de la trascendencia divina (el espíritu). Se nos recuerda aquí que Él es, gloriosamente, el Hijo de Dios, un hijo del cielo.
El hecho de que finalmente el gobierno acabe descansando sobre Sus hombros, afirma lo que el mundo reconocerá un día: que Él es Señor de señores y Rey de reyes, y que un día regirá sobre la tierra y Su Iglesia en persona, con toda la majestuosidad y las vestiduras sagradas que pertenecen a un santo soberano y sumo sacerdote. Todos podemos consolarnos en el hecho de que, a causa de que el gobierno—y sus consiguientes cargas—estará sobre Sus hombros, su peso será descargado en gran medida de los nuestros. Ésta es otra referencia de Isaías a la Expiación, al hablar de retirar los pecados de nosotros o al menos en este pasaje, nuestras cargas temporales, y depositarlos sobre los hombros de Cristo.
En su papel de “Admirable Consejero”, será nuestro mediador, nuestro intercesor, defendiendo nuestra causa en los tribunales del cielo. “El Señor se levanta para litigar, se pone en pie para juzgar al pueblo”, nos recordó Isaías (y Nefi) con anterioridad. Fíjese en la maravillosa compasión de nuestro consejero y portavoz en este pasaje de las Escrituras de los últimos días:
“Escuchad al que es vuestro intercesor con el Padre, que aboga por vuestra causa ante él, “Diciendo: Padre, ve los padecimientos y la muerte de aquel que no pecó, en quien te complaciste; ve la sangre de tu hijo que fue derramada, la sangre de aquel que diste para que tú mismo fueses glorificado;
“Por tanto, Padre, perdona a estos mis hermanos que creen en mi nombre, para que vengan a mí y tengan vida eterna”.
Obviamente, tal y como mencionó Isaías, Cristo no es sólo un mediador, sino también un juez, y es en este papel de juez que hallamos todavía un mayor sentido a la repetida expresión de Abinadí de que “Dios mismo” descenderá para redimir a Su pueblo. Es como si el juez de esa gran corte celestial, sin intención alguna de pedir a nadie—excepto a Sí mismo—que tome las cargas del pueblo que se sienta en el banquillo de los acusados, se despoja de sus ropas y desciende a la tierra para recibir personalmente los azotes de ellos.
Cristo como juez misericordioso es un concepto tan hermoso y maravilloso como el de Cristo como consejero, mediador y abogado.
“Dios Fuerte” transmite algo del poder de Dios, de Su fuerza, omnipotencia e influencia inconquistable. Isaías lo ve siempre capaz de vencer los efectos del pecado y la trasgresión de Su pueblo, y triunfar eternamente sobre los aspirantes a opresores de los hijos de Israel.
“Padre Eterno” recalca la doctrina fundamental de que Cristo es un “Padre”—Creador de mundos sin número, el Padre de la restauración de la vida física mediante la Resurrección, el Padre de la vida eterna de Sus hijos e hijas espirituales, y el representante del Padre (Elohim) mediante la investidura divina de autoridad. Todos debieran anhelar el nacer de Él y llegar a ser Sus hijos e hijas.
Por último, con la frase “Príncipe de Paz”, nos regocijamos en que cuando venga el Rey, no habrá más guerra en el corazón del hombre ni entre las naciones del mundo. Éste es un rey pacífico, el Rey de Salem, la ciudad que posteriormente se convertiría en Jerusalén.
Cristo llevará paz a los que le acepten en la mortalidad, sin importar en qué época vivan, así como a los de Sus reinos de gloria del milenio y posteriores.
CRISTO VISITA A LOS ESPIRITUS ENCARNADOS.
En Primer Nefi veinti uno :6-9 leemos:
“También te pondré por luz de los gentiles, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra.
“Así dice el Señor, el Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado del hombre, al abominado de las naciones, al siervo de soberanos: Reyes verán y se levantarán; y príncipes también adorarán, a causa del Señor que es fiel.
“Así dice el Señor: ¡En el tiempo propicio os he escuchado, oh islas del mar, y en el día de salvación os he ayudado! Y os conservaré, y a mi siervo os daré por convenio del pueblo, para establecer la tierra, para hacer heredar las desoladas heredades;
“Para que digáis a los presos: ¡Salid!; y a los que están en tinieblas: ¡Manifestaos! En los caminos serán apacentados, y en todas las alturas habrá pastos para ellos”.
Cristo trajo libertad a los seres mortales presos de la ignorancia, el pecado, la apostasía y la muerte. También liberó a los que estaban al otro lado del velo y que no habían recibido el Evangelio, pero que sí lo harían en su prisión espiritual. Enseñó esto con claridad y toda la sección 138 de Doctrina y Convenios está dedicada a esta doctrina gloriosa.
Al enseñar esto a su pueblo, Nefi bien podría haber incluido el otro gran pasaje mesiánico de Isaías que no se encuentra en el Libro de Mormón, es decir, Isaías 61:
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel;
“A proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados;
“A ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”.
A ambos lados del velo, los cautivos se regocijan y alaban a su Dios cuando Cristo abre de par en par las puertas de la prisión.
CRISTO ES BONDADOSO CON SION Y LA PRESERVA EN LOS ULTIMOS DIAS.
Primer Nefi veintiocho :13-16 contiene un hermoso pasaje de los primeros dos capítulos de Isaías citados en el Libro de Mormón, los dos capítulos que Nefi escogió para leer a sus beligerantes hermanos a fin de “convencerlos más plenamente de que creyeran en el Señor su Redentor”. Este lenguaje poético y conmovedor hace hincapié en el cuidado redentor y expiatorio de Cristo hacia los hijos de Israel, tanto antiguos como modernos:
“¡Cantad, oh cielos, y alégrate, oh tierra, porque serán asentados los pies de los que están en el oriente! ¡Prorrumpid en alabanzas, oh montes! Porque ellos no serán heridos más, pues el Señor ha consagrado a su pueblo, y de sus afligidos tendrá misericordia.
“Mas he aquí, Sión ha dicho: El Señor me abandonó, y de mí se ha olvidado mi Señor; pero él mostrará que no.
“Porque, ¿puede una mujer olvidar a su niño de pecho al grado de no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aun cuando ella se olvidare, yo nunca me olvidaré de ti, oh casa de Israel!
“Pues he aquí, te tengo grabada en las palmas de mis manos; tus muros están siempre delante de mí”.
Este pasaje poético proporciona todavía otro recordatorio del papel salvador de Cristo, del padre protector y redentor de los hijos de Sión. Él consuela a Su pueblo y muestra misericordia cuando ellos se han afligido, tal y como cualquier padre amoroso hace con su hijo, aunque, como también nos recuerda Nefi por medio de Isaías, mucho más de lo que podría hacer cualquier padre mortal. Aunque una madre pueda olvidar a su bebé—lo cual es tan improbable como cualquier padre bien puede saber—, Cristo no olvidará a los hijos que ha redimido ni el convenio que ha hecho con ellos para la salvación de Sión. Los dolorosos recordatorios de este cuidado y convenio son las marcas de los clavos romanos en las palmas de Sus manos, una señal a Sus discípulos en el Viejo Mundo, la congregación nefita en el Nuevo Mundo y a nosotros, la Sión de los últimos días, de que Él es el Salvador del mundo y que fue herido en la casa de Sus amigos.
Esta relación protectora y redentora de un Padre amoroso se refleja en 2 Nefi 7, donde Cristo habla a los hijos de Israel como a hijos:
“¿Te he repudiado yo, o te he echado de mi lado para siempre? Pues así dice el Señor: ¿Dónde está la carta de divorcio de tu madre? ¿A quién te he abandonado, o a cuál de mis acreedores te he vendido? Sí, ¿a quién te he vendido? He aquí, por vuestras maldades os habéis vendido, y por vuestras iniquidades es repudiada vuestra madre.
¿”Por tanto, cuando vine, no hubo nadie; cuando llamé, nadie respondió. Oh casa de Israel, ¿Se ha acortado mi mano para no redimir?, o ¿no hay en mí poder para liberar?”.
Estos hijos tendrán un hogar feliz y padres sellados. En los últimos días la carta de divorcio contra su madre será desechada, al igual que las demandas de todos los acreedores. El Señor no está en deuda con nadie, ni lo estará ninguno de Sus hijos. Sólo Él puede pagar el precio de la salvación de Israel y el establecimiento de Sión. Su ira se ha apagado y no expulsará a Su novia, ni permitirá que los hijos de ella sean vendidos como esclavos.
En cuanto al acortamiento de Sus manos, las Escrituras testifican de forma repetida que el alcance del brazo de Dios es más que adecuado, la extensión de Su gracia es más que suficiente. Siempre puede reclamar y abrazar al Israel que ama. A pesar de la infidelidad de ellos, Su mano permanece constante, y no se acorta ni se retrae.
El Salvador mismo diría a los nefitas, citando a Isaías: “Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento, mas con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice el Señor tu Redentor”.
EL CRISTO MILENARIO.
En cuanto al tema del papel de Cristo en la plenitud de los tiempos y Su reinado milenario, Isaías proporcionó uno de los pasajes más importantes de todo el Antiguo Testamento y favorito de los Santos de los Últimos Días, un capítulo rico en alusiones a la Restauración: Isaías 11.
“Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces.
“Y sobre él reposará el Espíritu del Señor; el espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y de poder, el espíritu de conocimiento y de temor del Señor;
“Y le dará penetrante entendimiento en el temor del Señor; y no juzgará según la vista de sus ojos, ni reprenderá por lo que oigan sus oídos;
“Sino que con justicia juzgará a los pobres, y reprenderá con equidad por los mansos de la tierra; y con la vara de su boca herirá la tierra, y con el aliento de sus labios matará al impío.
“Y la justicia será el ceñidor de sus lomos, y la fidelidad el cinturón de sus ríñones”.
Del Libro de Mormón y de Doctrina y Convenios se desprende con claridad que el personaje principal de este pasaje es Jesucristo. José Smith, al recordar la visita del ángel Moroni en la noche del 21 de septiembre de 1823, escribió que éste “citó el undécimo capítulo de Isaías, diciendo que estaba por cumplirse”.
El simbolismo del árbol en este pasaje es una continuación natural de la figura utilizada en la relación entre Cristo y los hijos de Israel a la largo de las Escrituras y abordada en diferentes partes de este libro. El silvicultor celestial poda cuidadosamente Sus árboles (considérese la alegoría de Zenós citada por Jacob) y de esta forma limpia lo malo de Su viña. Con la limpieza que Dios hace de Israel—cortando una rama, igualando los matorrales, y en especial los altaneros y arrogantes—todo lo que permanece en el pueblo del convenio en esta lectura es un tocón, lo cual prepara el camino para el florecimiento de nuevos vastagos que salgan de la herencia de Isaí.
El élder Bruce R. McConkie dijo respecto al “vástago” de este pasaje: “El rey que reinará personalmente sobre la tierra durante el milenio será el Vástago que salió de la casa de David. Él ejecutará juicio e impartirá justicia en toda la tierra porque es el Señor Jehová, Aquel a quien llamamos Cristo.
“El Señor habló de igual modo por medio de Zacarías: ‘Así dice Jehová de los ejércitos: …He aquí, yo traigo a mi siervo el Renuevo [Vástago]… quitaré el pecado de la tierra en un día. En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera’. Y el Señor dice también de ese glorioso día milenario:
»He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo [Vástago], el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová. Él edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono’“.
El élder McConkie concluyó: “Está perfectamente claro que el vástago de David es Cristo… Él es un nuevo David, un David Eterno, que reinará para siempre en el trono de Su antepasado… El trono temporal de David cayó siglos antes del nacimiento de nuestro Señor, y esa porción de Israel que no había sido esparcida hasta los extremos de la tierra se hallaba en cautiverio bajo el yugo del acero romano. Pero las promesas permanecen, el trono eterno será restaurado en su debido tiempo con un nuevo David sentado sobre él, y reinará para siempre jamás…
“Cuán glorioso será el día en que el segundo David, que es Cristo, reine sobre el trono del primer David; cuando todos los hombres moren en seguridad; cuando la tierra esté cubierta de templos y cuando el convenio del Evangelio tenga plena fuerza y validez en toda la tierra”.
Hay aquí una advertencia que habla de Dios hiriendo la tierra con la vara de Su boca y con el aliento de Sus labios matando al inicuo. Nefi, cerca ya del final de su vida, citó nuevamente este versículo cuando advirtió: “Y con justicia juzgará el Señor Dios a los pobres, y con equidad reprenderá por los mansos de la tierra. Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío”. En ese día la Palabra descenderá con poder, y habrá un poder incomparable en Sus palabras. En los últimos días, el juicio de Cristo será la verdad que Él habla y un reconocimiento de esa verdad por todos los que le oyen.
En ese momento milenario, el Mesías dará comienzo a la paz por la que todos los justos han suspirado, trabajado y aguardado:
“Y morará también el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro, el leoncillo y el cebón cantarán juntos, y un niño los pastoreará.
“Y la vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león comerá paja como el buey.
“Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.
“No dañarán, ni destruirán en todo mi santo monte; porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar.
“Y en aquel día habrá una raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón al pueblo; los gentiles la buscarán, y su descanso será glorioso…
“Y levantará pendón a las naciones, y congregará a los desterrados de Israel, y reunirá a los dispersos de Judá de los cuatro cabos de la tierra”.
En un lenguaje igualmente triunfante y de gran importancia para los últimos días, Nefi nos recuerda (por medio de Isaías) los templos que se construirán en lo alto de las montañas cerca del cuartel general del reino de Dios en la tierra, donde Cristo gobernará y reinará como Señor de señores y Rey de Reyes:
“Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa del señor será establecido como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y todas las naciones correrán hacia él.
“Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará acerca de sus caminos, y caminaremos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
“Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces. No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.
“Venid, oh casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor; sí, venid, porque todos os habéis descarriado, cada cual por sus sendas de maldad”.
LA CRUCIFIXION Y LA EXPIACION.
Puede que no se hayan escrito pasajes más hermosos sobre la expiación y la crucifixión del Salvador que los que escribió Isaías. Ya hemos mencionado los primeros tres versículos del capítulo 61, pasajes con los que Cristo anunció Su calidad de Mesías a lo que, seguramente, debió haber sido una boquiabierta sinagoga en el tranquilo pueblo de Nazaret. Dichos versículos se encuentran entre los más conmovedores y llenos de significado jamás escritos, particularmente a la vista de su verdadero sentido mesiánico y del uso que el Salvador mismo hizo de ellos.
Hay otros pasajes de Isaías que contribuyen enormemente a nuestra comprensión de la visión del maestro. Por ejemplo, se enseñó en cuanto al escarnio y el vilipendio del arresto y juicio de Jesús en este pasaje escrito por Isaías más de siete siglos antes de ocurrir los hechos, y Nefi los registró en sus planchas casi seis siglos antes de esos días fatídicos: “El Señor Dios me abrió el oído, y no fui rebelde ni me torné atrás.
“Entregué mis espaldas al heridor, y mis mejillas a los que arrancaban la barba. No escondí mi rostro de la humillación ni del esputo.
“Porque el Señor Dios me ayudará, de modo que no seré confundido. Por eso he puesto mi rostro como pedernal, y sé que no seré avergonzado”.
Pero la declaración lírica más larga y sublime de la vida, muerte y sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo se halla en el capítulo 53 de Isaías, citado en su totalidad en el Libro de Mormón por Abinadí cuando estaba encadenado ante el rey Noé. Abinadí fue, por supuesto, un símbolo y sombra del Salvador, hecho que hace de su conmovedor tributo a Cristo algo todavía más poderoso y emotivo (si es posible) que cuando Isaías lo escribió. Se ha invitado a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a buscar todo lo que sea “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”’, descripción exacta del Santo de Israel tal y como declararon Isaías y Abinadí en sus testimonios de Él. Consideremos los siguientes elementos de Su vida, amor y don a todos nosotros:
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca”. A veces olvidamos que Cristo nació en la mortalidad no sólo para morir por nosotros sino también para vivir como nosotros. Experimentó la infancia, la adolescencia y la madurez del adulto, para poder comprender más plenamente los retos asociados con la vida en un mundo que no es nuestro hogar. Bajo el ojo vigilante de Su Padre Celestial, fue un “renuevo” al menos en dos maneras: fue joven, puro, inocente y, particularmente, vulnerable al dolor del pecado que había a su alrededor; y fue atento, sensible y amable, en resumen, tierno como un renuevo. En Sus años de infancia y juventud con José y María, época en la que sólo era una planta, tuvo que asegurarse y llegar a ser una raíz fuerte; para luego crecer y convertirse en el Árbol de la Vida. (El árbol de la vida, como símbolo, incluye el árbol sobre el cual sería muerto por los pecados del mundo.) Todo esto se llevaría cabo en unos pocos kilómetros cuadrados de terreno árido y pedregoso en la antigua Palestina, bajo el clima estéril y seco del legalismo judaico que por largo tiempo había secado la savia de anteriores dispensaciones del Evangelio.
“No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”.
No tenemos razón para creer que Cristo no fuera atractivo físicamente, aunque este versículo puede sugerir que fuera claro, como en “claras y preciosas”. En cualquier caso, sabemos que Su poder era un don interior y espiritual, y que como el hijo de una madre mortal, no destacaba en ningún aspecto físico, haciendo que sus sorprendidos y ofendidos coetáneos dijeran de Él y de Su anuncio mesiánico: “¿No es éste el hijo de José?”.
Ciertamente, no fue a ellos de forma que satisficiera las esperanzas tradicionales del pueblo y su visión de un Mesías de aspecto deslumbrante o poderoso en la política.
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido”. En última instancia, Cristo fue rechazado por el pueblo al cual había acudido, y algunos de Sus discípulos más íntimos se volvieron temerosos y (al menos temporalmente) terminaron por abandonarle. Cuando fue maldecido, vilipendiado, ridiculizado y escupido, nadie dio un paso para protegerle ni defenderle. Esto estaba, obviamente, de acuerdo con el decreto divino de que todo el peso de la Expiación sería llevado por Cristo y por nadie más. Ciertamente, cuando tomó sobre Sí los pecados y la tristeza, el pesar y el dolor de cada hombre, mujer y niño desde Adán hasta el fin del mundo, ni es necesario decir que fue “varón de dolores, experimentado en quebranto”.
Parte de ese dolor reside en el hecho de que algunos pensaban que este hombre de Galilea estaba recibiendo lo que se merecía por ser “herido de Dios”. El clamor más penetrante del Salvador puede haber contribuido a ese malentendido: “Eli, Eli, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Entonces, tal como ocurre hoy día, muchos pensaron que si hay sufrimiento, seguramente debe haber culpa. Ciertamente, había gran cantidad de culpa allí, todo un mundo, pero recayó sobre el único hombre completamente sin pecado y totalmente inocente que jamás haya vivido.
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. En una forma que es monumentalmente misericordiosa y que está más allá de nuestra comprensión, de una forma que nos llena tanto de maravilla como de gratitud, Cristo en persona tomó sobre Sí, comenzando en el jardín de Getsemaní y continuando hasta la cruz en el Calvario, tanto la carga espiritual como física de las transgresiones e iniquidades de cada integrante de la familia humana, pues todos “nos descarriamos como ovejas”. Todas las personas responsables, exceptuando a Jesús, han pecado “y están destituidos de la gloria de Dios”. Es más, sabemos que Cristo tomó sobre Sí otras cargas menores, aunque todavía dolorosas—enfermedades y aflicciones, penas y desánimos de toda clase—, para que también estos padecimientos pudieran ser levantados juntamente con el sufrimiento por el pecado y la desobediencia.
Aquel que más merecía la paz y que era el Príncipe de Paz, veía cómo ésta le era retirada.
Aquel que no merecía amonestación alguna, y mucho menos abuso físico, se sometió al látigo para que Su acepción de los azotes pueda librarnos de semejante dolor si tan sólo nos arrepentimos. El coste total de la combinación de estos sufrimientos espirituales y físicos es incalculable. No obstante, las iniquidades, incluyendo los pesares y las tristezas de todo ser mortal que jamás haya vivido o viva en este mundo, fueron dispuestas como una unidad sobre Sus hombros; y en la más absoluta muestra de fortaleza jamás conocida en el mundo del empeño humano, fueron llevadas hasta que se hizo un pago completo por ellas.
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Aquí la imagen de las ovejas descarriadas del versículo seis (la familia humana) se torna en el versículo siete a la del cordero inocente (Cristo) que va en silencio al matadero. Cuando fue enfrentado por Caifas, el sumo sacerdote, Jesús “callaba”. Luego, Herodes “le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió”. Finalmente, ante Pilato, el único hombre que podía haberle salvado, Jesús “no le dio respuesta”. Él era el Cordero de Dios preparado desde antes de la fundación del mundo para este sacrificio definitivo e infinito, mediante el cual daba sentido al incontable número de corderos que habían sido ofrecidos sobre un incontable número de altares en anticipación y a semejanza de esta última ofrenda de sangre del Primogénito de Dios. Aquí se hallaba en definitiva el Santo Cordero sin mancha ni falta que una vez más, y de forma mucho más universal, permitiría que los ángeles destructores dejaran indemne al pueblo del convenio.
“Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”. Cristo fue llevado prisionero por los soldados que entraron en el jardín de Getsemaní expresamente para capturarlo, y pasó el resto de Sus últimas horas en cautiverio y juicio en manos de Pilato, para luego ser “cortado de la tierra de los vivientes”.
Murió con los inicuos, crucificado entre dos ladrones; halló un lugar de sepultura gracias al rico José de Arimatea. Cristo era la representación de la verdad, de cuyos labios jamás salió engaño de ninguna clase. Ni hizo mal alguno (ni siquiera en palabras) en aquel momento de mayor injusticia, orando en las últimas horas de Su vida para que Su Padre perdonara a los implicados, “porque no saben lo que hacen”.
“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”. Ciertamente, no complació al Padre el herir a Su Hijo, tal y como hoy día entendemos y empleamos esa palabra. Algunas traducciones modernas de Isaías ofrecen como líneas de introducción “fue la voluntad del Señor” más que “Jehová quiso”, lo cual proporciona un significado más claro de lo que se pretendía con la palabra quiso cuando José Smith tradujo este pasaje en el siglo XIX. Es más, el reconocer la sumisión de Cristo a la voluntad del Padre en Mosíah 14 proporciona el antecedente para la misma enseñanza que Abinadí estaba a punto de compartir con el rey Noé y su pueblo en Mosíah 15. De hecho, Abinadí dio una definición sucinta de quiénes son la posteridad de Cristo: aquellos cuyos pecados Él ha tomado sobre Sí y por quienes ha muerto. Su alma fue ciertamente “ofrenda por el pecado”, proporcionando el gozo de una gloriosa reunión celestial con “su posteridad”, una reunión que en ninguna otra parte se describe de forma más conmovedora que en la visión que tuvo el presidente Joseph F. Smith de los muertos justos. Y todo esto es la “voluntad” del Señor.
“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”. Cristo sabía y percibía “el fruto de la aflicción de su alma”, una angustia que se inició en el Jardín de Getsemaní, donde “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera… hasta la muerte”. Oró con una fuerza tal y hasta las profundidades de esa agonía, que Su sudor llegó a ser “como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Posteriormente, describiría esa experiencia de Su sufrimiento diciendo: “Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar”.
Mas fue fiel hasta el fin, y “quedó satisfecho” en su sentido más literal y legal, tras haber hecho la suficiente reparación y restitución como para apaciguar las demandas de la justicia. Y ya que “derramó su vida hasta la muerte” padeciendo “el pecado de muchos”, recibió la herencia de los grandes, sentándose a la diestra de Dios, donde todo lo que el Padre tiene le fue dado. Fiel a Su naturaleza y convenio, Cristo compartirá esa herencia divina con todos los demás que sean fuertes en la observancia de los mandamientos, convirtiéndose así en “herederos del reino de Dios” exactamente en la forma en que Abinadí declaró esta doctrina al Rey Noé.
Para obtener esta misericordiosa protección y estas promesas gloriosas, nunca debemos “[esconder] de él el rostro… y no [estimarlo]”.
























