Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 12

Fidelidad y Unidad en la Educación, el Diezmo
y el Sostenimiento del Evangelio

Escuelas y Maestros—Diezmos, Etc.

por el Presidente Daniel H. Wells, el 8 de abril de 1867
Volumen 12, discurso 1, páginas 1-3.


Este es uno de los días más grandiosos que Israel ha visto en esta dispensación y una de las congregaciones más grandes que jamás se haya reunido en calidad de Conferencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. La causa que hemos abrazado posee hoy, probablemente, un grado de prosperidad mayor que en cualquier otro momento desde su inicio. ¡Así sea desde ahora y para siempre! Desde el comienzo de esta obra hasta el presente, hemos aumentado continuamente en poder, en número y en bendiciones de parte del Señor nuestro Dios; y creo que, hoy, un mayor grado de unidad habita en los corazones del pueblo llamado Santos de los Últimos Días que en cualquier momento anterior.

Cuando miramos hacia atrás en la historia de este pueblo y vemos las dificultades que ha tenido que enfrentar y superar, nuestros corazones deberían llenarse de gozo y gratitud hacia la benigna Providencia que nos ha traído hasta la posición que ahora disfrutamos. Así como hemos sido bendecidos y preservados en el pasado, así será siempre con nosotros, si tan solo somos fieles a nosotros mismos y caminamos en los caminos de la verdad y la justicia. ¿No ha sido nuestra experiencia en el pasado suficiente para darnos confianza en el futuro? ¿No se ha incrementado nuestra fe por la multitud de bendiciones y favores que hemos recibido de las manos de nuestro Padre Celestial? En la medida en que hemos pedido con fe bendiciones y nuestras oraciones han sido respondidas sobre nuestras cabezas, ¿no tenemos acaso fe y confianza para acercarnos una y otra vez a nuestro Padre Celestial y suplicarle más bendiciones? Seguramente esta es la experiencia de todo Santo fiel. Entonces, sigamos mejorando y esforcémonos por eliminar de nuestros corazones toda influencia maligna y superar todo pecado que nos asedia. Que esto sea parte de nuestras labores en el futuro, comenzando por nosotros mismos y luego con nuestras familias.

Sobre este último punto, en especial, permítanme decir una palabra. Proveamos escuelas, maestros competentes y buenos libros para nuestros hijos, y paguemos a nuestros maestros. No tendría objeción en que se introdujeran en nuestras escuelas las obras estándar de la Iglesia, para que nuestros hijos puedan ser enseñados en mayor medida sobre los principios del evangelio en el futuro de lo que lo son en la actualidad. Y que uno de los requisitos de idoneidad para aquellos que enseñan sea un conocimiento profundo y amor por los principios del evangelio que hemos recibido, para que nuestros hijos sean instruidos en los principios de la verdad y la justicia, y sean criados desde su juventud en la disciplina y amonestación del Señor. Sigamos este camino en nuestras escuelas y paguemos a nuestros maestros. Tenemos entre nosotros a personas bien capacitadas para ser maestros si tan solo les pagáramos; pero el gran clamor ahora es: «No podemos darnos el lujo de enseñar en la escuela, porque el salario es demasiado bajo y, aun cuando es bajo, no podemos recibirlo cuando ya lo hemos ganado». Esta es la gran dificultad entre nosotros en este asunto, y siempre ha sido un mal persistente. No hay necesidad de que sea así; deberíamos pagar nuestras cuentas escolares entre las primeras obligaciones que atendamos.

Si deseamos tener maestros para nuestros hijos, sostengámoslos. Y también deberíamos sostener nuestras propias publicaciones, las cuales inculcan los principios de verdad y justicia, en preferencia a cualquier otra que pueda introducirse entre nosotros. Existen otras obras que son buenas y contra las cuales no deseo decir nada; pero primero sostengamos nuestras propias obras, que están exclusivamente dedicadas a la difusión de los principios de la verdad. El Señor ha emprendido la tarea de levantar el estandarte de la verdad en la tierra mediante la instrumentación de Sus siervos, y es deber de los Santos sostener aquellas obras que tienen como único propósito la propagación de la verdad. Enviamos a los élderes a las naciones de la tierra como mensajeros de salvación para el pueblo; y mientras sostenemos a aquellos que van a proclamar el evangelio, sostengamos también la palabra impresa.

Se ha dicho lo suficiente sobre este tema y no deseo recapitular. Paguemos nuestros diezmos y hagamos todo lo que podamos para sostener a los siervos de Dios. Y al pagar nuestro diezmo, no olvidemos el diezmo en dinero. Se habla mucho sobre tiempos difíciles en lo que respecta al dinero; aquellos que se esfuerzan por sostener la obra de Dios sienten la presión tanto como cualquier otra persona. Contribuyamos con nuestras ofrendas para ayudar; si no tenemos mucho, ofrezcamos una parte para ese propósito—seamos generosos y liberales. ¿Qué otra cosa tenemos que hacer sino cumplir nuestra misión en la edificación del Reino de Dios? No conozco nada más que merezca la atención de los Santos de los Últimos Días. Entonces, hagámoslo con toda nuestra fe, fuerza y recursos, y estemos unidos como el corazón de un solo hombre en el sostenimiento de todo lo que nos sea presentado por aquellos que han sido colocados para guiarnos, dirigirnos y liderar nuestros esfuerzos.

¿No tiene el Señor el derecho de dirigir la tierra y a sus habitantes? Ciertamente lo tiene; y sería una gran bendición para el pueblo si le permitiera hacerlo. Nosotros, que hemos venido aquí, hemos declarado estar dispuestos a ser guiados por el Señor a través de Sus siervos; entonces, hagamos de esto nuestro compromiso mientras vivamos en la carne, especialmente porque esperamos recibir las recompensas y beneficios que resultarán de tal proceder. Si esperamos las bendiciones del cielo, debemos tomar un camino que las atraiga sobre nosotros, pues sin duda serán nuestras tan pronto como podamos hacer buen uso de ellas. Si tan solo somos fieles a nosotros mismos y perseveramos hasta el fin, nuestra recompensa será tal que no tendremos motivo alguno para quejarnos. Aun mientras avanzamos por la vida, el camino del Santo de los Últimos Días es más propicio para la felicidad y la paz que el de cualquier otro individuo sobre la faz de la tierra.

No nos desanimemos ni nos desalentemos, sino sigamos adelante en la buena obra que hemos abrazado. Nuestras mentes han sido iluminadas con los principios de vida y salvación y con las verdades del cielo; entonces, aferremos esos principios con firmeza de corazón, guardemos los mandamientos de Dios y caminemos irreprochablemente delante de Él en todas las cosas, todos los días de nuestra vida. De esta manera cumpliremos nuestra misión en el Reino de Dios y, finalmente, seremos bienvenidos en la presencia de nuestro Redentor, lo cual espero que sea la bendición de cada Santo de los Últimos Días y de toda alma honesta en el mundo.

Estos son algunos de mis sentimientos. Espero y ruego que todos prestemos atención a las enseñanzas que recibimos de tiempo en tiempo, porque es Dios, en Su misericordia, quien nos las imparte, y es nuestra responsabilidad atesorarlas en corazones rectos y sinceros, llevarlas a la práctica en nuestras vidas y evitar todo aquello que sea ofensivo a Su vista. Esta es la misión de los Santos. Cada hombre puede ser útil en su época y generación al promover estos principios; y si estamos unidos en esta causa, la verdad triunfará en los corazones de los Santos, y pronto se desarrollará un poder para el bien como nunca antes hemos visto, el cual seguirá creciendo hasta que, finalmente, la tierra sea redimida de la esclavitud del pecado y el poder de los inicuos sea destruido para siempre.

Que nuestros esfuerzos puedan apresurar la realización de este glorioso propósito es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.