Diario de Discursos – Journal of Discourses V. 13

“El Reino Inconmovible
de Dios en los Últimos Días”

El Reino de Dios en los Últimos Días—
Autenticidad Divina del Libro de Mormón—Testimonio Externo

por el élder Orson Pratt, 10 de abril de 1870
Volumen 13, discurso 16, páginas 124–138.


Me ha tocado en suerte hablarle a la congregación esta tarde, y humildemente espero y confío en que, mediante su fe y oraciones, pueda ser asistido por el Consolador, el Espíritu Santo, al hablar para su edificación; y pido a mi Padre Celestial, en el nombre de Jesucristo, que derrame sobre mí ese Espíritu que da expresión y esclarece el entendimiento, para que pueda edificar a todos los que me escuchen.

Han pasado cuarenta años desde que se organizó la Iglesia. Celebramos conferencia aquí el pasado miércoles, en conmemoración de ese acontecimiento tan significativo en la historia de nuestra raza, pues es un período que consideramos muy trascendental tanto en nuestra historia como en la del mundo; y no tenemos duda alguna de que el Señor lo ve de la misma manera, ya que está más interesado que cualquier otra persona en la salvación de la familia humana. Y como Él ha establecido tiempos en Su propia mente para el cumplimiento de Sus propósitos, sin duda eligió el 6 de abril de 1830 como el tiempo señalado para la organización, o el comienzo de una organización o reino que no tendrá fin.

Todos los gobiernos que hasta ahora han existido en la tierra, exceptuando aquellos que aún existen, han llegado a su fin. Los gobiernos humanos han sido muy cambiantes por naturaleza. El Señor ha levantado una nación aquí y otra allá, un reino aquí y otro allá, y ha permitido que vivieran y prosperaran durante algunos siglos, y algunos tal vez incluso por mil o dos mil años; luego ha hecho que desaparecieran. Pero Él habló a Su antiguo siervo, llamado Daniel, cuya profecía está escrita en este libro (la Biblia), y le dijo que en los últimos días establecería un gobierno o reino que no tendría fin. Este gobierno será diferente a todos los gobiernos anteriores establecidos desde la Creación hasta el momento de su instauración. Daniel dice que se convertirá en universal y cubrirá toda la tierra. Él llama a los ciudadanos de ese gobierno “Santos”. Vio que la piedra cortada del monte, no con mano, rodaba y se convertía en una gran montaña que llenaba toda la tierra, y que todos los gobiernos, reinos e imperios terrenales serían como el tamo de las eras de verano, y no se hallaría lugar para ellos; mientras que la piedra cortada del monte tendría dominio sobre toda la tierra, y los Santos del Altísimo tendrían dominio bajo todo el cielo.

Ahora bien, debe haber un principio para esa obra. El Señor no realizará una revolución tan maravillosa como la que he mencionado, en un solo día o en un solo año. Jesús apareció en la tierra en la meridiana del tiempo, y estableció su reino en la tierra. Pero, para cumplir las profecías antiguas, el Señor permitió que ese reino fuera desarraigado; en otras palabras, los reinos de este mundo hicieron guerra contra el reino de Dios, establecido hace dieciocho siglos, y prevalecieron contra él, y el reino dejó de existir. La gran bestia que vio Juan hizo guerra contra él y prevaleció, y las instituciones humanas, sin profetas ni hombres inspirados, usurparon el lugar del antiguo reino de Dios. Pero Dios ha prometido que el reino de los últimos días permanecerá para siempre. Aunque los cielos y la tierra se enrollen como un pergamino y pasen, el reino que ha de ser establecido en los últimos días no tendrá fin, sino que prevalecerá entre todos los pueblos bajo los cielos y tendrá dominio durante mil años. Después de eso, cuando la tierra pase, el reino será arrebatado; no perecerá, ni será aniquilado ni vencido, sino que será llevado a los cielos mientras la tierra atraviesa su último cambio; y cuando el Señor resucite la tierra, así como resucitará nuestros cuerpos, y la convierta en una nueva tierra, en la cual morará la justicia, entonces hará descender del cielo a la nueva tierra este reino de los últimos días, junto con todos los reinos anteriores que ha edificado en otras dispensaciones, y permanecerán para siempre, porque la nueva tierra nunca pasará.

El destino de todos los gobiernos establecidos por la sabiduría humana es el de desaparecer. La gran nación de los Estados Unidos, uno de los mejores gobiernos que jamás se haya organizado por autoridad humana sobre la tierra, hasta donde sabemos, debe desaparecer en muchos de sus aspectos. La única forma de seguridad para el pueblo del gobierno de los Estados Unidos es arrepentirse de sus pecados, apartarse de todas sus iniquidades, recibir el Evangelio del Hijo de Dios y convertirse en ciudadanos de ese reino que ha de durar para siempre; entonces todos los grandes y gloriosos principios incorporados en esta gran república serán incorporados en el reino de Dios y preservados. Me refiero especialmente a los principios de libertad civil y religiosa, y a todos los demás buenos principios contenidos en ese gran documento redactado por nuestros antepasados, los cuales serán incorporados al reino de Dios; y sólo de esta manera puede preservarse todo lo bueno tanto en este como en otros gobiernos extranjeros.

Muy pronto llegará el tiempo en que los tronos serán derribados y los imperios caerán; y todas las repúblicas e imperios eventualmente caerán y serán como el sueño de una visión nocturna: desaparecerán; pero el reino de Dios crecerá, florecerá, se extenderá por doquier y se volverá más fuerte y poderoso, hasta que su Rey venga en las nubes del cielo, coronado con toda la gloria y poder de su Padre, trayendo consigo las huestes celestiales, para sentarse en su trono en Jerusalén y también en Sion, para reinar sobre su pueblo aquí en la tierra por el espacio de mil años, antes de la destrucción de la tierra.

Esto es lo que creemos; y es la sincera creencia y fe de los Santos de los Últimos Días que estamos dentro de ese reino. Es cierto que nuestro Rey ahora está ausente: se encuentra en los cielos. Pero lo esperamos nuevamente; lo aguardamos y él vendrá en su debido tiempo. El día en que vendrá no ha sido revelado a ningún habitante de la tierra, ni lo será, pues el Señor nos ha dicho en cierta revelación, registrada en Doctrina y Convenios, que no será revelado a nadie; pero esto sí ha revelado Dios: que este reino que Él ha organizado en la tierra ha sido establecido como preparación para el día de la venida de nuestro Señor desde los cielos. Por tanto, al organizar este reino, Él ha restaurado todas las características esenciales de Su reino en su embrión, o en su comienzo: tales como hombres inspirados, profetas inspirados, líderes inspirados, llamados por revelación para actuar en diferentes cargos.

Ahora bien, hay algo muy peculiar en el establecimiento del reino de Dios en cuanto al tiempo. Les dije al comienzo de mis palabras que el Señor generalmente ha establecido tiempos para cumplir Sus propósitos. Puede inferirse razonablemente, de acuerdo con las revelaciones que tenemos en el Libro de Mormón, que Dios organizó Su reino precisamente en un día, 1800 años después de la crucifixión. Por supuesto, esto no lo aprendemos directamente del Libro de Mormón; pero sí aprendemos lo suficiente allí como para fundar un cálculo. Aprendemos no sólo de este libro, sino también de las antigüedades de los judíos, del Nuevo Testamento, de historiadores y de algunos ritos mosaicos, que Jesús fue crucificado alrededor del tiempo de la Pascua, y que esto ocurrió algún tiempo después del equinoccio de primavera; y que habían transcurrido 1833 años desde el nacimiento de nuestro Salvador hasta la organización de este reino de los últimos días.

La manera en que llegamos a esto es por el relato que se da en el Libro de Mormón. Encontramos que los antiguos israelitas en este continente recibieron una señal del momento exacto de la crucifixión y una revelación del momento exacto del nacimiento del Salvador, y según su cómputo, determinaron que tenía treinta y tres años y un poco más de tres días desde su nacimiento hasta el momento en que colgó en la cruz. No hay duda de que el año de los antiguos israelitas que habitaban este continente difería un poco en duración respecto a nuestros años; pues probablemente contaban sus años de manera similar a los judíos de Jerusalén, quienes a su vez adoptaron su calendario de los egipcios, entre quienes habitaron durante unos cuatrocientos años. Los egipcios contaban trescientos sesenta y cinco días por año; pero los antiguos israelitas de este continente, según los registros de los primeros historiadores españoles, no consideraban que trescientos sesenta y cinco días constituyeran un año completo, y por eso, al final de cada cincuenta y dos años, añadían trece días, lo cual equivale a añadir un día cada cuatro años, igual que lo hacemos nosotros. Si tal era el cómputo de los antiguos nefitas, entonces treinta y tres años y tres días de su tiempo habrían transcurrido entre el nacimiento y la crucifixión del Salvador. Ahora bien, estos treinta y tres años y tres días serían, de acuerdo con nuestro cómputo, cinco días menos que treinta y tres años. Cuando revisamos todas estas fuentes, descubrimos que este mismo día, en que estoy hablando, sería el cierre del año, y que mañana, 11 de abril, sería el aniversario del mismo día en que nació Jesús; y el 6 de abril, el día exacto en que fue crucificado, precisamente mil ochocientos años antes de la organización de esta Iglesia.

He mencionado esto, sin presentar todas las evidencias y pruebas que podrían citarse, sino simplemente para mostrar, de manera muy breve, que Dios tiene un tiempo señalado para realizar y cumplir Su obra, y que el comienzo de la organización de Su reino tuvo lugar dieciocho siglos después del momento en que el Salvador gimió y sufrió en la cruz.

Por supuesto, hay muchos en el mundo que no creen en este registro que los Santos de los Últimos Días aceptan como divino. Muchos no creen que el Libro de Mormón sea verdadero, y la razón por la cual no lo creen es porque nunca han examinado las evidencias. Considero que hay algunas evidencias que nunca se han presentado suficientemente ante el público para probar la autenticidad divina del Libro de Mormón, tan sólidas como las que ya se han expuesto. Con frecuencia hemos recurrido al Antiguo Testamento para probar que una obra de esta naturaleza habría de surgir en los últimos días. Los antiguos profetas han hablado de ello en muchos lugares, a veces bajo el término de un libro. Hablando del modo en que habría de ser traducido, se puede encontrar referencia en el capítulo veintinueve de Isaías. En otros lugares se lo menciona como palos (sticks) escritos, uno para Judá y otro para José, los cuales serían unidos por el poder del Señor en los últimos días, como preparación para Su venida. En otros pasajes se menciona como una verdad que, en los últimos días, saldría de la tierra, y que, al mismo tiempo, la justicia descendería del cielo; y que esta sería una obra preparatoria para la salvación de Israel y la venida del Señor.

Pero pasaremos por alto todas estas evidencias escriturales, y mencionaremos una que, quizás, nuestros propios élderes no han enfatizado mucho para probar la autenticidad divina del Libro de Mormón.

Este libro, el Libro de Mormón, nos informa que la hora del día en que Jesús fue crucificado —me refiero a la hora del día en América— fue por la mañana; el Nuevo Testamento nos dice que Jesús fue crucificado en Asia por la tarde, entre la sexta y la novena hora según el cómputo de los judíos. Ellos comenzaban a contar desde las seis de la mañana, por lo tanto la sexta hora sería el mediodía, y la novena hora, las tres de la tarde. Jesús, desde la sexta hasta la novena hora, en otras palabras, desde las doce del mediodía hasta las tres, estuvo colgado en la cruz. Ahora bien, el Libro de Mormón, o los historiadores cuyos registros contiene, al relatar los incidentes que ocurrieron en el momento de la crucifixión —la oscuridad que cubrió la tierra, los terremotos, el desgajamiento de rocas, el hundimiento de ciudades y los torbellinos— dicen que estos eventos ocurrieron por la mañana; también dicen que la oscuridad cubrió la faz de la tierra por el espacio de tres días. En Jerusalén, fue solo por tres horas. Pero el Señor les dio una señal especial en este país, y la oscuridad duró tres días, y al finalizar esos tres días y tres noches de tinieblas, aclaró, y era por la mañana. Eso demuestra que, de acuerdo con la hora en este país, la crucifixión debió haber tenido lugar por la mañana.

Alguien dirá: “¿No es esto una contradicción entre el Libro de Mormón y el Nuevo Testamento?” Para una persona sin conocimientos, realmente parecería una contradicción, pues los cuatro Evangelistas sitúan el evento entre las doce y las tres de la tarde, mientras que el Libro de Mormón dice que fue por la mañana. Una persona sin instrucción, al ver esta discrepancia, diría, por supuesto, que ambos libros no pueden ser verdaderos. Si el Libro de Mormón es verdadero, entonces la Biblia no puede serlo; y si la Biblia es verdadera, entonces el Libro de Mormón no puede serlo.

No sé que alguien haya presentado alguna vez esta objeción, porque no creo que jamás hayan pensado en ello. No creo que el profeta José, quien tradujo el libro, alguna vez haya pensado en esta aparente discrepancia. “Pero,” dirá alguien, “¿cómo explicas que fuera por la mañana en América y por la tarde en Jerusalén?” Simplemente por la diferencia de longitud. Esto explicaría una diferencia horaria de varias horas; pues cuando fueran las doce del mediodía en Jerusalén, serían solo las cuatro y media de la mañana en la parte noroeste de Sudamérica, donde se estaba escribiendo entonces el Libro de Mormón. Siete horas y media de diferencia de longitud explicarían esta aparente discrepancia; y si el Libro de Mormón hubiera dicho que la crucifixión ocurrió por la tarde, habríamos sabido de inmediato que no podía ser cierto. Esta es una prueba incidental para los hombres instruidos o científicos que no pueden desechar con facilidad, especialmente al considerar al instrumento por medio del cual se trajo el Libro de Mormón. Debe recordarse que él no era más que un joven y sin instrucción; y, cuando tradujo esta obra, presumo que no tenía conocimiento alguno de que hubiera diferencia de hora, según la longitud, en distintas partes de la tierra. No supongo que José haya pensado en eso hasta el día de su muerte. Nunca lo escuché a él ni a ninguna otra persona presentar esto como evidencia confirmatoria de la autenticidad divina del Libro de Mormón; yo mismo nunca lo pensé sino hasta años después de la muerte de José; pero cuando reflexioné sobre ello, pude ver la razón por la cual el Señor, por medio de Sus siervos, ha dicho en el Libro de Mormón que la crucifixión ocurrió por la mañana.

Pero pasaremos de esto y diremos unas pocas palabras en cuanto al propósito de esta gran obra. El Señor ha traído a luz el Libro de Mormón para que todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos sobre la faz de la tierra sean advertidos de los grandes acontecimientos que están por acontecer. Este libro contiene profecías que afectan a toda nación bajo el cielo, profecías que se cumplirán sobre sus cabezas. ¿Podemos leer el futuro de esta gran nación americana—o gran república? Sí, podemos conocer muchas características en sus páginas acerca de esta nación y gobierno que jamás habríamos conocido sin su ayuda o sin el espíritu de revelación. De él aprendemos que dos grandes y poderosas naciones habitaron antiguamente en este continente. Una nación, o más bien la colonia que la fundó, vino desde la Torre de Babel poco después de los días del Diluvio. Colonizaron lo que llamamos Norteamérica, desembarcando en la costa occidental, un poco al sur del Golfo de California, en la parte suroeste de este ala norte de nuestro continente. Florecieron durante unos mil seiscientos años. Cuando colonizaron por primera vez este continente desde la Torre de Babel, el Señor les dijo que si no le servían fielmente, sino que se llenaban de iniquidad, serían eliminados de la faz de la tierra. Eso se cumplió alrededor de seiscientos años antes de Cristo, cuando fueron completamente exterminados, y en su lugar el Señor trajo un remanente de Israel, unas pocas familias, no las diez tribus, sino una pequeña porción de la tribu de José. Él los trajo desde Jerusalén primero hasta el Mar Rojo. Viajaron por los bordes orientales del Mar Rojo durante muchos días, y luego tomaron rumbo hacia el este, lo que los llevó al Golfo Arábigo. Allí fueron mandados por el Señor a construir un navío. Subieron a ese navío y fueron llevados por la especial providencia de Dios a través del gran Océano Índico y el Océano Pacífico, y desembarcaron en la costa occidental de Sudamérica. Esto fue aproximadamente quinientos ochenta años antes de la venida de Cristo. Once años después de que el Señor trajo esta primera colonia de israelitas desde Jerusalén, trajo otra pequeña colonia, encabezada por uno de los hijos de Sedequías, un descendiente del rey David. Dejaron Jerusalén el mismo año en que los judíos fueron llevados cautivos a Babilonia, fueron traídos a este continente y desembarcaron en algún lugar al norte del Istmo. Se dirigieron hacia la parte norte de Sudamérica. Aproximadamente cuatrocientos años después, ambas colonias se fusionaron en la parte norte de Sudamérica y se convirtieron en una sola nación.

La primera colonia trajo consigo las Escrituras judías, en planchas de bronce, que contenían un relato de la Creación y la historia de su nación hasta once años antes del Cautiverio, o seiscientos años antes de Cristo. Estas planchas de bronce fueron conservadas entre ellos durante el período de su rectitud, y fueron preservadas por la mano del Señor. La segunda colonia que vino de Jerusalén llegó sin las Escrituras, y al no tener copia de los escritos sagrados, pronto cayeron en la maldad. En un período de cuatrocientos años llegaron a no creer en la existencia de un Dios, pero al unirse con la otra rama de israelitas se convirtieron. Su idioma se había corrompido considerablemente, pero mediante su conversión el lenguaje fue restaurado en cierta medida por medio de los registros que poseía la otra colonia.

Aproximadamente cuarenta y cinco años antes de Cristo, una colonia muy numerosa de cinco mil cuatrocientos hombres, con esposas e hijos, se unieron en la parte norte de Sudamérica y avanzaron por tierra hacia Norteamérica, y viajaron una distancia sumamente grande hasta que llegaron a grandes masas de agua y muchos ríos, muy probablemente en el gran valle del Misisipi. En los diez años siguientes, muchas otras colonias avanzaron y se dispersaron por la parte norte del continente y se volvieron extraordinariamente numerosas.

Podrían preguntar, “¿Tenían todas estas diferentes colonias las Escrituras?” Sí. “¿Cómo las obtuvieron?” Tenían muchos escribas entre ellos. El Libro de Mormón nos informa que no solo tenían las Escrituras que trajeron de Jerusalén, sino también las que les fueron dadas por los profetas vivientes entre ellos; y que se escribieron muchas copias y se enviaron a todas estas colonias, de modo que el pueblo en todas sus colonias estaba bien familiarizado con la ley de Moisés y con las profecías de los profetas en relación con la primera venida de nuestro Salvador Jesucristo.

“Pero,” algunos podrían preguntar, “¿tienen alguna evidencia externa para probar lo que están diciendo?” Creo que sí la tenemos. Treinta años después de que el Libro de Mormón fue impreso, dando la historia del asentamiento de este país, se abrió uno de los grandes montículos al sur de los grandes lagos, cerca de Newark, en Ohio. ¿Qué se encontró en él? Muchas curiosidades, entre las cuales había algunas piezas de cobre, que se suponía eran dinero. Después de excavar muchos pies y transportar muchos miles de cargas de piedra, finalmente encontraron un ataúd en medio de una especie de arcilla dura como cocida al fuego. Debajo de este encontraron una gran piedra que parecía estar hueca; algo parecía sonar dentro de ella. La piedra estaba sellada con cemento por el centro, pero con algo de esfuerzo la rompieron, y hallaron dentro otra piedra, de naturaleza completamente diferente a su recubrimiento. En la piedra sacada del interior estaba tallada la figura de un hombre con una túnica sacerdotal fluyendo desde sus hombros; y sobre la cabeza de este hombre estaban los caracteres hebreos para Moshe, el antiguo nombre de Moisés; mientras que a cada lado de esta figura, y en diferentes lados de la piedra, arriba, abajo y alrededor estaban los Diez Mandamientos que se recibieron en el Monte Sinaí, escritos en los antiguos caracteres hebreos.

Ahora recuerden que el Libro de Mormón había sido impreso treinta años antes de este descubrimiento. ¿Y qué prueba este descubrimiento? Prueba que los constructores de estos montículos, al sur de los grandes lagos, en el gran valle del Misisipi —en Ohio, Indiana, Illinois, Nueva York, etc.— debieron haber entendido los caracteres hebreos; y no solo eso, sino que también debieron haber entendido la ley de Moisés. De lo contrario, ¿cómo es que escribieron en esta piedra los Diez Mandamientos casi palabra por palabra como están contenidos ahora en la traducción de la Biblia del rey Jacobo? Prueba que los constructores de estos montículos eran israelitas, y que sus ilustres muertos, sepultados en estos montículos, tenían estos mandamientos enterrados con ellos, conforme a la costumbre de muchas naciones antiguas, especialmente los egipcios, quienes acostumbraban consignar sus papiros sagrados escritos a sus grandes tumbas. En Egipto, muchos de estos antiguos manuscritos han sido desenterrados y, en muchos casos, se ha pretendido traducirlos. Así los israelitas siguieron las costumbres de estas naciones orientales, y enterraron lo que consideraban más sagrado, es decir, los Diez Mandamientos, tronados por la voz del Todopoderoso en medio del fuego ardiente en el Monte Sinaí, a oídos de toda la congregación de Israel.

He visto esa piedra sagrada. No es una historia inventada. Oí hablar de ella como estando en la Sociedad de Anticuarios, o más bien, como se llama ahora, la Sociedad Etnológica, en la ciudad de Nueva York. Fui al secretario de dicha Sociedad, y amablemente me mostró esta piedra de la que he estado hablando, y como estoy familiarizado con el hebreo moderno, pude formarme una idea del hebreo antiguo, ya que algunos caracteres del hebreo moderno no difieren mucho en forma del hebreo antiguo. En cualquier caso, tenemos suficientes ejemplos de hebreo antiguo, que han sido desenterrados en Palestina y tomados de entre las ruinas de los israelitas al este del mar Mediterráneo, para formarnos una idea del tipo de caracteres que ellos utilizaban; y al tener esos caracteres y compararlos, pude ver y comprender la naturaleza de la escritura en estos registros. También fueron llevados ante los hombres más eruditos de nuestro país, quienes, tan pronto como los observaron, pudieron declarar que no solo se trataba de hebreo antiguo, sino que también fueron capaces de traducirlos y afirmaron que se trataba de los Diez Mandamientos. Esto, entonces, es una prueba externa, independiente de las pruebas escriturales a las que he aludido, como testimonio de la autenticidad divina del Libro de Mormón.

Ahora bien, nuestro hebreo moderno tiene muchos signos; también tiene muchos caracteres adicionales que no se encuentran en el hebreo antiguo. Estos caracteres adicionales han sido añadidos desde que estas colonias salieron de Jerusalén. ¿Se encuentra en estos escritos antiguos alguno de esos caracteres modernos que han sido introducidos durante los últimos dos mil cuatrocientos años? Ni uno. ¿Se encuentran signos vocálicos hebreos? Ninguno; y todos los nuevos consonantes que han sido introducidos durante los últimos dos mil cuatrocientos años no se hallaron en esta piedra a la que me he referido, lo cual demuestra claramente que debe ser de una fecha muy antigua.

Cinco años después del descubrimiento de este notable vestigio de los antiguos israelitas en el continente americano, y treinta y cinco años después de que el Libro de Mormón estuviera en imprenta, se abrieron varios otros montículos en la misma vecindad de Newark, en varios de los cuales se encontraron caracteres hebreos. Entre ellos estaba esta hermosa expresión, enterrada con uno de sus antiguos muertos: “Que el Señor tenga misericordia de mí, un nefitah.” Fue traducido un poco diferente: “Nefel.” Ahora bien, sabemos muy bien que Nefi, quien salió de Jerusalén seiscientos años antes de Cristo, fue el líder de la primera colonia judía hacia esta tierra, y el pueblo, desde entonces, fue llamado “nefitas,” en honor a su profeta y líder inspirado. Los nefitas fueron un pueblo justo y tuvieron muchos profetas entre ellos; y cuando enterraban a uno de sus hermanos en estos antiguos montículos, introducían los caracteres hebreos que significaban: “Que el Señor tenga misericordia de mí, un nefitah.” Esta es otra evidencia directa de la autenticidad divina del Libro de Mormón, que fue sacado a luz y traducido por inspiración unos treinta y cinco años antes de que se encontrara esta inscripción.

Pero dije que les hablaría de algunos de los propósitos que el Señor tuvo en mente al sacar a luz este registro sagrado. Es para preparar al pueblo para el día de Su venida, para establecer la verdadera Iglesia y el reino de Dios sobre la tierra, con todas sus ordenanzas, dones, poderes y bendiciones, para que el pueblo pudiera tener la antigua religión original, incluso la plenitud de las bendiciones de aquel Evangelio que se predicó hace mil ochocientos años.

Otro propósito que el Señor tuvo en mente fue reunir a Su pueblo de entre todas las naciones antes de la venida de los grandes y terribles juicios que se anuncian en este antiguo registro de los nefitas. Dios ha dicho, respecto a la nación que heredaría esta tierra en los últimos días, cuando esta obra fuera sacada a luz, que si no se arrepentían de sus pecados y no escuchaban a los siervos de Dios que serían enviados entre ellos, si rechazaban este registro divino que Él sacaría por Su poder, si luchaban contra Su Iglesia y Su Sión, cuando estuvieran completamente maduros en iniquidad serían desarraigados de la faz de esta tierra. Y por esta razón Él reuniría de en medio de ellos a Su pueblo y los congregaría en uno solo.

Todo esto está predicho en el Libro de Mormón. Y recuerden que esto ya estaba impreso antes de que la Iglesia fuera organizada. La Iglesia fue organizada el 6 de abril de 1830 y constaba solo de seis miembros; pero el Libro de Mormón ya estaba impreso antes de eso. ¿Cómo pudo José Smith, si era un impostor, como lo representan muchos en el mundo, predecir acontecimientos que han estado ocurriendo durante los últimos cuarenta años? ¿Cómo podía saber que este libro sería recibido más allá de su propia vecindad, o que alguna vez se extendería más allá de los límites del estado de Nueva York? ¿Cómo sabía que iría más allá de los límites de este continente y cruzaría el océano y se esparciría entre muchas naciones? “Bueno”, dice alguien, “quizá lo adivinó.” Sí, pero las suposiciones son muy inciertas en verdad. Muchas personas pueden conjeturar y pensar que tal o cual cosa sucederá; pero cuando se trata de enumerar detalles en cuanto al futuro, si un hombre no está inspirado por Dios, ¡qué propenso es a caer en diez mil errores!

Ahora bien, este libro predice, no solo la difusión de esta obra entre este pueblo o nación, sino también que iría a todos los pueblos, naciones y lenguas bajo todo el cielo. ¡Solo han pasado cuarenta años, y cuán mucho de esto ya se ha cumplido! Este libro ha sido traducido a ocho idiomas diferentes y se ha esparcido por las islas del mar—las Islas Sándwich, las Islas de la Sociedad, Australia, Nueva Zelanda, Hindostán—y ha llegado a las naciones de Europa y ha penetrado en casi todas las naciones bajo el cielo, en el transcurso, apenas, de cuarenta años.

¿Ha habido alguna recogida, de acuerdo con las predicciones de este libro? Porque no solo predice la organización y surgimiento del reino de Dios en los últimos días cuando se diera a conocer, sino que también habla del gran recogimiento de Su pueblo. ¿Se ha cumplido esto? ¿Qué es lo que veo ahora ante mí? A varios miles de personas escuchándome en medio de uno de los desiertos más espantosos del continente norteamericano; es decir, era espantoso, tanto que Fremont y otros no podían atravesarlo con ningún grado de seguridad, a menos que estuvieran acompañados de una gran compañía; e incluso con todos los recursos a su disposición, Fremont no podía viajar por estos desiertos sin perder a muchos de sus hombres. Era un país reseco, árido y estéril, y parecía que un pueblo agrícola nunca podría habitarlo con ningún grado de provecho. Esta fue la descripción dada por quienes exploraron una pequeña parte de este país antes de que los Santos de los Últimos Días se establecieran aquí. Pero ¿qué veo ahora? No solo a esta gran congregación ante mí, sino que al viajar de un lado a otro en el Territorio veo cuatrocientas millas de desierto reclamadas, y más de cien pueblos, ciudades y aldeas incorporadas y organizadas, cultivando la tierra, y numerosos rebaños y manadas siendo criados por colonos pacíficos. ¿Quiénes son estos colonos? Aquellos que creen en la autenticidad divina del Libro de Mormón; aquellos que creen que José Smith fue un verdadero profeta, y así han cumplido sus predicciones. ¿No es esto otro testimonio a favor de la autenticidad divina de este registro cuando vemos suceder cosas que, según toda apariencia natural, nunca podrían haber ocurrido?

¿Qué dijeron nuestros enemigos cuando se imprimió este libro por primera vez? “Oh, está destinado solo a durar un año o dos; dos años como mucho y se acabará el ‘mormonismo.’” Pero, pasado ese tiempo, cuando vieron que sus profecías fallaban, decidieron extender el plazo para la extinción del “mormonismo,” y decían: “Esperen cinco años más, y el ‘mormonismo’ llegará a su fin.” Les parecía tan inconsistente que Dios hablara de nuevo desde los cielos, que hubiera hombres inspirados en la tierra; que Él restaurara todos los dones del antiguo Evangelio; que enviara un ángel con el evangelio eterno, en cumplimiento de las profecías de Juan el Revelador y del testimonio de muchos de los antiguos profetas. Era tan ajeno a sus pensamientos que tales profecías se cumplieran en su época, que predecían que esta obra tendría un fin en cinco años. Así era como el hombre natural veía el asunto.

Pero Dios, que puede prever todos los acontecimientos entre los hijos de los hombres, tenía puesta Su mirada en la recogida de Sus hijos aún antes de que la Iglesia fuese organizada, y predijo que saldrían de toda nación bajo el cielo. No solo de las regiones pobladas de la nación gentil, sino que serían sacados de en medio de esa nación gentil, tal como nosotros lo hemos sido.

Si desean conocer particularmente esa profecía, lean las palabras de nuestro Señor Jesucristo en el Libro de Mormón, cuando descendió en la parte norte de Sudamérica, poco después de su resurrección y ascensión al cielo. Descendió a la vista de una gran congregación de dos mil quinientos hombres, mujeres y niños, un poco al sur del istmo, en un lugar donde habían edificado un templo. Después de hacer Su aparición en medio de ellos, les enseñó muchas cosas, y les mostró las heridas en Sus manos, en Sus pies y en Su costado. En Sus instrucciones en esa ocasión, les mandó desechar la ley de Moisés, en cuanto a ordenanzas, sacrificios y ofrendas quemadas se refería, y les mandó recibir el Evangelio que Él les enseñaba.

Después de haber hecho todo esto, comenzó a profetizarles, y Sus profecías están en este registro; y una de ellas se ha cumplido durante los últimos cuarenta años. Él dijo que traería a luz las planchas de oro que entonces tenían entre ellos. Declaró que el Padre las sacaría a la luz para los gentiles en los últimos días. La profecía dice: “Y si los gentiles no recibieren la plenitud de mi evangelio que será contenido en ese libro, he aquí, dice el Padre, sacaré la plenitud de mi evangelio de entre ellos.” Estas son las palabras de Jesús, como están registradas en este libro.

¿Se ha cumplido esta profecía? ¿De qué manera pudo el Señor haber sacado a los santos de entre los habitantes de la gran nación de los gentiles, llamada los Estados Unidos, más eficazmente que hace veintitrés años cuando nos ubicó en estas montañas? ¿Hubo alguna otra parte de este continente donde esta profecía pudiera haberse cumplido tan eficazmente? En ninguna. No vinimos aquí todos enteramente por voluntad propia, es decir, no todos nosotros; algunos pocos sí lo hicieron, porque comprendían la mente y la voluntad del Señor en cuanto al recogimiento de los santos de entre los gentiles; pero muchos estaban tan apegados a sus granjas y hogares en el Este, que tuvieron que ser expulsados antes de que vinieran. En verdad, no fue algo placentero para ninguno de nosotros, excepto para aquellos que comprendían la mente y la voluntad de Dios respecto al asunto. El Señor nos trajo a unas mil doscientas millas de las regiones habitadas de los Estados Unidos, y nos plantó en una de las regiones más salvajes y aisladas de todo el continente.

¡Cuán completamente se cumplieron las palabras de Jesús! “Si los gentiles en ese día no recibieren la plenitud de mi evangelio, que será traducido del Registro, he aquí, dice el Padre, sacaré a mi pueblo, a mi sacerdocio, a mi evangelio y a mis santos de en medio de ellos.” Durante veintitrés años esa profecía ha estado cumpliéndose, y creo que se ha llevado a cabo hasta la letra.

¿Qué ha predicho el Señor después? Ha predicho que si los gentiles no se arrepienten en ese día, “He aquí, dice el Padre, los barreré de sobre la faz de esta tierra, como lo hice con la nación que traje desde la Torre de Babel. Así serán barridos de sobre la faz de la tierra cuando estén completamente maduros en la iniquidad.”

No sé cuándo se cumplirá esto; pero estamos todo el tiempo en expectación. El Señor, por lo general, no hace las cosas con apuro. Él da a la gente suficiente tiempo para madurar en la iniquidad, si no quieren arrepentirse. No a todos les toma mucho tiempo llegar a esa madurez, porque, como saben, esta es una era acelerada, y las cosas se hacen ahora con gran prisa; y cuando las personas se encaminan hacia abajo, hacia toda clase de maldad, parecen precipitarse con velocidad relámpago hacia toda corrupción que pueda nombrarse. ¡Qué diferencia entre nuestros padres, que vivieron hace cuarenta años, y la generación presente! Todos lo pueden ver. La generación creciente es orgullosa, altiva, amante de los placeres más que de Dios; combaten contra Su pueblo; dados a la fornicación, a la prostitución, y a toda clase de iniquidades y abominaciones; culpables de todas las abominaciones que el apóstol nombró y que habrían de caracterizar a las iglesias falsas de los últimos días, “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Es decir, negarán los dones de sanidad, milagros, profecía, revelación, el ministerio y el discernimiento de espíritus. Todas estas cosas eran negadas cuando el Libro de Mormón salió a la luz.

Por supuesto, el diablo vio que no era política, teniendo todas las Escrituras ante ellos y todos los élderes de los Santos de los Últimos Días citando esas Escrituras para demostrar la necesidad de los dones, mantener esa negación de los dones; así que los introdujo bajo el nombre de Espiritismo. Tan pronto como apareció el Libro de Mormón, surgió también la imitación—como los dones falsificados ejercidos por los antiguos magos de Egipto. Cuando Moisés bajó con el poder y autoridad del cielo, surgió la imitación para engañar a los egipcios y hacerles pensar que el poder de Moisés era del mismo tipo que el de los magos. Cuando Moisés arrojó su vara, se convirtió en serpiente; las varas de los magos hicieron lo mismo. Cuando Moisés trajo ranas sobre la tierra, ellos hicieron lo mismo; cuando convirtió los ríos en sangre, ellos también lo hicieron; y así engañaron a la nación egipcia, haciéndoles creer que, si el poder de Moisés era superior al suyo, era solo porque había aprendido el arte mágico más completamente que ellos.

Bien, parece que el Señor nuestro Dios está dando a la nación una advertencia bastante completa. Él dijo a esta nación por revelación, veintiocho años antes de que comenzara, sobre la gran guerra americana. Dijo todo sobre cómo los Estados del Sur se dividirían contra los Estados del Norte, y que en el curso de esa guerra muchas almas serían cortadas. Esto se ha cumplido.

Salí a predicar antes de que mi barba fuera canosa, antes de que mi cabello comenzara a encanecer, cuando era un joven de diecinueve años; ahora tengo cincuenta y ocho, y desde entonces he publicado estas nuevas entre los habitantes de la tierra. Llevé por escrito la revelación que predecía este gran conflicto, unos veintiocho años antes de que la guerra comenzara. Esta profecía ha sido impresa y ampliamente distribuida en esta y en otras naciones y lenguas. Señalaba el lugar donde habría de comenzar: en Carolina del Sur. Lo que declaré por las regiones de Nueva Inglaterra, Nueva York, Pensilvania, Ohio y muchas otras partes del Este, cuando aún era un muchacho, se cumplió veintiocho años después de dada la revelación.

Cuando hablaban de que la guerra comenzaría aquí en Kansas, yo les decía que ese no era el lugar; también les decía que la revelación había designado a Carolina del Sur, y añadía: “No tienen por qué pensar que la guerra en Kansas será la guerra que será tan terriblemente destructiva en su carácter y naturaleza. No, debe comenzar en el lugar que el Señor ha designado por revelación”.

¿Qué decían de mí? Pensaban que era un engaño mormón, y se burlaban de mí, y miraban esa revelación como miran todas las demás que Dios ha dado en estos últimos días—como si no tuviera autoridad divina. Pero he aquí, ¡se cumplió con el tiempo!, estableciendo nuevamente la divinidad de esta obra, y dando otra prueba de que Dios está en esta obra, y que está cumpliendo lo que habló por boca de los antiguos profetas, tal como se registra en el Libro de Mormón, antes de que existiera siquiera una Iglesia de los Santos de los Últimos Días.

Este mismo libro dice: “En aquel día la sangre de los Santos clamará desde la tierra por venganza sobre las cabezas de los impíos”. ¿¡Qué!? ¿En una nación y un gobierno libres e ilustrados como los Estados Unidos, que proclaman, en la primera enmienda de la Constitución, la libertad y la libertad de conciencia? ¡Una Constitución que protege a las sociedades religiosas en sus creencias! ¡Una Constitución que garantiza a todos el derecho de tener cualquier tipo de religión que elijan! ¡Una Constitución que garantiza la libertad de prensa, y la libertad para todos de servir a Dios según los dictados de su propia conciencia! ¿Puede ser que tal profecía se cumpla en medio de una nación tan ilustrada? El Libro de Mormón lo declaró, y eso, además, antes de la existencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ha sido impreso y enviado a todo el mundo, que en aquel día, cuando ese libro saliera a la luz, la sangre de los Santos clamaría al Señor desde el suelo de estos Estados Unidos por venganza sobre las cabezas de sus perseguidores y asesinos.

¿Se ha cumplido esto? En la historia de este pueblo y de esta Iglesia durante los últimos cuarenta años, leo acerca de nuestras expulsiones del condado de Jackson, Misuri; de Kirtland, Ohio; de nuestra expulsión del condado de Clay, Misuri, y del condado de Caldwell al de Ray, y fuera de muchos condados en la parte occidental de Misuri hasta Illinois.

La palabra referente a la expulsión del pueblo de Illinois hacia las Montañas Rocosas, en el artículo del tratado ideado por los mobócratas, era que “no debíamos detenernos antes de llegar a las Montañas Rocosas, sino que debíamos ir más allá de ellas”.

¿Se perdieron vidas en esas terribles persecuciones, o fue simplemente la pérdida de bienes por parte de los Santos, sin recibir un solo centavo, en forma de miles de acres de tierras que habían pagado al Gobierno, y casas confortables? Si solo hubieran sido nuestras casas y tierras, ya habría sido bastante grave; pero se tomaron vidas—hombres, mujeres y niños inocentes fueron abatidos. Podría continuar relatando algunas de las circunstancias, pero no me gusta insistir en el tema; es propenso a encender la naturaleza antigua en el corazón de uno, por lo tanto dejaré ese asunto. Basta decir que la sangre de cientos, y podría casi decir miles, será demandada a manos de esta nación a menos que el pueblo se arrepienta.

¿Dónde está nuestro profeta, el que tradujo este libro, ese noble joven a quien Dios levantó cuando apenas tenía entre catorce y quince años de edad? ¿Dónde está ese noble muchacho a quien Dios envió Su ángel, y a quien le dio el Urim y Tumim, y a quien confió las planchas de oro originales de las cuales se tradujo este libro? Cayó como mártir de su religión bajo este libre gobierno de los Estados Unidos.

¿Dónde está el Patriarca de nuestra Iglesia, el hermano de nuestro Profeta? Él también fue abatido al mismo tiempo. ¿Por quién? Por personas que estaban pintadas de negro para la ocasión, y que se jactaron de sus sangrientos hechos en el condado de Hancock, Illinois. Algunos de ellos aún están vivos en ese condado, y hasta el día de hoy se jactan de sus hechos sangrientos en la persecución de los Santos de los Últimos Días.

Muchos de nuestros hermanos fueron consumidos, y su sangre empapa el suelo de este gran gobierno, clamando en voz alta a los cielos por venganza sobre aquellos que derramaron la sangre de los mártires, y que persiguieron al pueblo de Dios y los enviaron fuera, como supusieron, a perecer en el corazón del Gran Desierto Americano.

No solo serán llevados a juicio los que cometieron estos hechos, sino también aquellos que se mantuvieron detrás del telón y dijeron: “¡Qué contento estoy, Joe Smith está ahora muerto, el Patriarca Mormón Hyrum Smith ha sido abatido, y hemos matado a muchos de sus seguidores, hombres, mujeres y niños! Han sido expulsados cinco veces de sus lugares y asentamientos y despojados de millones de dólares en propiedades y nosotros las estamos disfrutando, y todo está bien. Joe Smith debió haber sido asesinado mucho antes, hace tiempo.”

Este parecía ser el sentir de muchas personas en la nación americana. Sancionaron el derramamiento de sangre inocente, si bien no la derramaron ellos mismos, y Dios la demandará de sus manos. ¿Demandará Él algo a nuestra nación, en su capacidad nacional, respecto a este asunto? ¿No estaba en su poder protegernos en las tierras que compramos al Gobierno General? No compramos tierras, en gran medida, a los habitantes de Misuri, sino que ocupamos tierras que pertenecían al Gobierno General. Pagamos nuestro dinero en la Oficina de Tierras del Gobierno. ¿Nos protegieron en la posesión de esa tierra que nos garantizaron con sus escrituras a nosotros y a nuestra descendencia o herederos para siempre? No lo hicieron. ¿Nos protegieron en nuestra ciudadanía? No, no lo hicieron. ¿Apelamos a ellos para obtener protección? Sí, presentamos nuestro caso ante ellos. ¿Cuál fue su respuesta? Martin Van Buren, que ocupaba entonces la presidencia del Gobierno, dijo:
“Señores, su causa es justa, pero no puedo hacer nada por ustedes.”

Él vio el testimonio; no había cómo rebatirlo. Su respuesta indicaba que pensaba que habíamos sido perseguidos durante tantos años que ya tenían derecho a perseguirnos; y cuando preguntamos,
“¿Pueden protegernos conforme a la Constitución, en nuestros derechos justos? ¿Pueden devolvernos nuestras propiedades—nuestras casas y tierras?”,
la respuesta fue:
“No, no podemos hacer nada por ustedes.”

Entonces, conforme a nuestras ideas de la justicia que mora en el seno del Todopoderoso, quien es el Juez de toda la tierra, debemos suponer que Él no solo hará responsables a los asesinos reales de los Santos, sino también a todos los que sancionaron el hecho, y a la nación por no castigar a esos asesinos y por no protegernos en nuestros derechos, y por permitir que fuéramos exiliados injustamente a un territorio extranjero, pues Utah entonces pertenecía a México. Cuando no pudimos encontrar seguridad en los Estados Unidos, huimos a México en busca de protección; pero finalmente ayudamos a redimir la tierra que ahora ocupamos del Gobierno Mexicano y a asegurarla para el Gobierno de los Estados Unidos.

Después de enviar quinientos de nuestros hombres a redimir este país, los Estados Unidos firmaron un tratado con México, y esto se convirtió en territorio estadounidense.

Más adelante, después de haber asegurado este suelo para nuestro Gobierno mediante el Batallón Mormón, y de haberlo redimido de su esterilidad, y de haber edificado más de cien pueblos y asentamientos, se nos vendió. ¿Nos quejamos por tener que pagarlo? No. Cuando se abrió la oficina de tierras en este Territorio hace dos o tres años, lo consideramos correcto, y estuvimos dispuestos a pagar nuestro dinero por ello.

¿Pero ahora qué? Un proyecto de ley está ante el Congreso, cuyo objetivo es privarnos de las tierras que hemos pagado. El Gobierno tiene nuestro dinero en su Tesoro por las tierras que hemos comprado y pagado, y por las cuales acordó darnos una escritura y celebró un pacto de que nosotros y nuestros hijos después de nosotros poseeríamos esta tierra para siempre, y ahora el Congreso ha propuesto una ley para privar a todo hombre en este Territorio, cuya fe religiosa difiera de la del Congreso, de estas tierras.

Porque resulta que diferimos en ciertos puntos religiosos con el Gobierno General, se nos ha de privar de nuestros derechos de propiedad, garantizados a nosotros y al pueblo de todos los Territorios de los Estados Unidos por las leyes del Congreso.

¿Esto parece justicia? ¿Es esto una justicia equitativa? No parece concordar con mis ideas de justicia, más de lo que lo hicieron los procedimientos de los mobócratas en Misuri, Ohio o Illinois. Por lo tanto, cuando la nación americana, como nación, por la voz de sus Representantes, Senadores y Presidente, sanciona una ley para privar a ciudadanos americanos de su ciudadanía, para robarles sus casas y tierras, y luego privarlos de su libertad, por una diferencia de creencia y práctica religiosa, creo que la nación está bastante madura, y que no falta mucho más para que se prepare para el cumplimiento de las profecías que he estado repitiendo.

No sé cuán paciente es el Señor. Es algo bueno que Él tenga sabiduría, conocimiento y entendimiento; que no sea un ser humano, porque se enojaría y destruiría al pueblo en un momento. Es algo bueno que tú y yo no tengamos que tratar con la gente según nuestros sentimientos. Dios es un ser paciente. Él ha cumplido muchas cosas en relación con este pueblo durante los últimos cuarenta años. Aún quedan muchas por cumplirse, tanto en relación con nosotros como con la nación que nos persigue.

Pero sea cual sea el resultado final—ya sea que el Congreso de los Estados Unidos apruebe leyes para perseguirnos o no; ya sea que nos roben nuestras casas y tierras o no; ya sea que nos encarcelen y nos envíen por cinco años a un penitenciario o a un campamento militar o no—hay una cosa segura: tan seguro como que el sol brilla en los cielos, así de seguro es que el Señor cumplirá una cosa con respecto a este pueblo.

¿Qué es eso? Él los hará regresar al Condado de Jackson, y en la parte occidental del Estado de Misuri edificarán una ciudad que se llamará Sion, que será la sede central de esta Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; y ese será el lugar donde los profetas, apóstoles y hombres inspirados de Dios tendrán su sede central. Será el lugar donde el Señor Dios se manifestará a Su pueblo, como lo ha prometido en las Escrituras, así como en la revelación moderna.

—¿”¿Usted cree eso?”, dirá alguien?—
Tanto como creíamos, mucho antes de que sucediera, en lo que ya ha acontecido. El mundo puede creer en lo que ha ocurrido, porque ya se ha cumplido. Los Santos de los Últimos Días creen en las profecías antes de que se cumplan. Tenemos tanta confianza en el regreso al Condado de Jackson y en la edificación de una gran ciudad central que permanecerá allí por mil años antes de que la tierra pase, como la que tienen los judíos en regresar a Jerusalén y reconstruir los lugares desolados de Palestina.

De hecho, tenemos más fe que ellos, pues han sido tantas las generaciones desterradas de su tierra que sus descendientes casi han perdido la fe en volver. Pero los Santos de los Últimos Días son aún frescos, por así decirlo. Muchos de los de la antigua generación que pasaron por todas esas tribulaciones que he mencionado aún están vivos, y su fe en el regreso al Condado de Jackson, y en las cosas que han de venir, es tan firme y fija como el trono del Todopoderoso. Conocemos el destino futuro de este reino tan bien como conocemos su historia pasada, al menos en cuanto a los acontecimientos generales que han de suceder.

Estoy tomando demasiado de su tiempo. Que el Señor nos bendiga como pueblo; que nos bendiga con sabiduría, entendimiento, poder desde los cielos, con unión, con paz entre nosotros; que nos bendiga con rectitud y gozo en el Espíritu Santo; que multiplique Sus favores sobre nosotros y sobre nuestras generaciones después de nosotros, por los siglos de los siglos, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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