Capítulo 10
El Testimonio
Uno de los elementos principales de adorar “en espíritu y en verdad al verdadero Dios viviente” consiste en tener una certeza espiritual de Su divinidad y propósitos. Esta seguridad, nacida del Espíritu Santo, se llama o se conoce como un testimonio del evangelio.
“Los Santos de los Últimos Días tienen el deber, así como el privilegio, de saber que su religión es verdadera.” Uno de los grandes privilegios que la restauración del evangelio ha puesto a nuestro alcance es el de asociarnos con el Espíritu de verdad; y esto abarca mucho más que acumular hechos observados y derivar conclusiones de los mismos.
— El testimonio del Espíritu
El profeta Alma nos da una clave para comprender lo que es un testimonio. Después de testificar, dijo: “Yo sé que estas cosas de que he hablado son verdaderas. Y ¿cómo suponéis que tengo esta certeza? He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las ha hecho saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas. Porque el Señor Dios me lo ha manifestado por su Santo Espíritu; y este es el espíritu de revelación que está en mí.” (Alma 5:45–46)
Su testimonio era el testimonio del Espíritu.
El testimonio se basa en la revelación. Si las convicciones que uno tiene acerca del evangelio se basan enteramente en hechos observados y en razonamientos, por más lógicos y convincentes que estos sean, tal persona no tiene un testimonio de la verdad del evangelio. Un ángel declaró que el testimonio se refiere al conocimiento que proviene de la revelación. Al presentarse a Juan, le dijo:
“Yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.” (Apocalipsis 19:10)
— Todos pueden saber que el evangelio es verdadero
De acuerdo con la justicia de Dios, toda persona puede obtener un testimonio y adorarlo de esta forma. “Es un privilegio especial que el santo evangelio concede a todo miembro verdadero: el de conocer la verdad por sí mismo.”
Uno de los propósitos expresos de la restauración del evangelio fue dar a toda persona la oportunidad de tener esta experiencia. En su introducción revelada al mensaje de la Restauración, el Señor dijo: “Porque de cierto, la voz del Señor se dirige a todo hombre, y no hay quien escape; y no hay ojo que no verá, ni oído que no oirá, ni corazón que no será penetrado.” (Doctrina y Convenios 1:2)
Todos los élderes de la Iglesia tienen responsabilidades misionales especialmente designadas con relación a este mandato del Señor, y ciertamente, todo miembro de la Iglesia y del reino también las tiene.
A pesar de estos esfuerzos, no todos tendrán el privilegio de escuchar la verdad en la carne. Sin embargo, sea en este mundo o en el venidero, la palabra del Señor se cumplirá por completo; y para este fin, según nos lo indican las Escrituras, se está efectuando la obra misional en el mundo de los espíritus.
Quienes no escucharon el evangelio aquí, pero lo aceptan en el mundo de los espíritus junto con la obra vicaria hecha a favor de ellos, se salvarán en el reino celestial. Los que tengan la oportunidad de oírlo en esta vida pero no la aprovechen, quizás tendrán una segunda oportunidad en el mundo de los espíritus; serán “los que no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron”, de quienes se ha dicho que heredarán el mundo terrestre. Todos tienen o tendrán la oportunidad de recibir un testimonio.
— Cómo se adquiere un testimonio
Existe una ley sobre la cual se basan todas las bendiciones. El testimonio es una bendición que se recibe de Dios, de modo que se puede obtener conociendo la ley en la que está basado. Los santos profetas han cumplido con esa ley y han recibido testimonios, como lo demuestran las Santas Escrituras. Podemos citar como ejemplos a Job, Pedro y José Smith.
Habiendo recibido la bendición de un testimonio, los profetas han declarado la ley y el procedimiento que todos deben seguir para recibir esa misma bendición. A continuación, se presenta un breve bosquejo de lo que ellos han enseñado:
1. Deseo
En primer lugar, uno debe tener el deseo de conocer la verdad acerca de Dios, Sus planes y propósitos. Todos los hombres finalmente serán recompensados de acuerdo con sus deseos. Los deseos justos conducen a vidas justas; los deseos injustos, a vidas injustas.
“Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.” (Salmo 37:4)
En uno de los discursos más notables sobre la fe, el profeta Alma amonestó a sus oyentes, y a nosotros, a despertar el deseo de creer: “Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta poner a prueba mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, hasta creer que hay lugar en vosotros para una porción de mis palabras.” (Alma 32:27)
2. Estudio e instrucción
El deseo no es suficiente; debe convertirse en conocimiento, y esto se logra mediante el estudio y el esfuerzo intelectual. Por eso se han dado las Escrituras modernas con un mandato divino: “Escudriñad estos mandamientos.” (Doctrina y Convenios 1:37)
Durante Su ministerio terrenal, nuestro Señor declaró: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” (Juan 5:39)
Nada puede sustituir el conocimiento del evangelio si se desea obtener un testimonio del mismo.
3. Obediencia a las doctrinas
El conocimiento tampoco basta si no se convierte en acción. La creencia puede ser pasiva; por ello, es necesario poner en práctica las doctrinas para que cobren significado y generen testimonio.
El Señor nos invita a hacer Su voluntad y comprobar si Su doctrina proviene de Dios: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.”
(Juan 7:16–17)
El Señor no dice que “supondrá”, sino que “conocerá”. Es la reiteración de la ley del testimonio y la manera de saber que el evangelio proviene de Dios.
4. Oración
El testimonio viene del Espíritu, no de la sabiduría terrenal: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”
(1 Corintios 2:11)
Al esforzarse por obtener un testimonio, uno debe pedir sinceramente a Dios que le conceda Su Espíritu. En el último capítulo del Libro de Mormón se nos instruye:
“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, Él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.
Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.”
(Moroni 10:4–5)
El testimonio es verdaderamente el principio de la adoración en espíritu y en verdad. A partir de él comienza el progreso espiritual. Los que son valientes en su testimonio se salvarán en el reino celestial, mientras que aquellos que “no son valientes por el testimonio de Jesús” recibirán un reino menor.
























