Capítulo 18
La Expresión Eficaz
“La facultad para hablar es uno de los dones más selectos que Dios ha dado al hombre. Por medio de las palabras, uno puede comunicarse con sus semejantes con mayor amplitud que cualquiera de sus otras creaciones. La magia del habla eleva al hombre hacia la divinidad.
“En toda la historia, los grandes discursos han simbolizado un notable progreso en la civilización. Los oradores de Grecia proclamaban los nuevos ideales de un gran pueblo. Consideremos el significado de las Bienaventuranzas al iniciarse la dispensación cristiana…
“Por supuesto, no todos nosotros podemos llegar a ser grandes oradores, pero sí podemos llegar a ser más eficaces en el uso de nuestra lengua nativa.
“Bajo el estímulo de la instrucción eficaz, podemos recibir el impulso para desarrollar hábitos persuasivos en nuestra manera de hablar. Podemos aprender a dar la expresión correcta a los pensamientos que son la fuerza impulsora de nuestra vida.”
La mayor parte del habla consiste en conversaciones sencillas. Damos consejos, nos saludamos, relatamos acontecimientos, contamos cuentos y preguntamos acerca de la salud de unos y otros. Por medio de esta clase de comunicación, sostenemos una amistad con quienes nos rodean; y esta consideración y entendimiento amigable es parte importante de la experiencia del vivir. Se deduce, por tanto, que esta asociación se desarrolla a medida que ensanchamos nuestra habilidad para usar nuestras palabras más provechosamente.
El uso del teléfono, las salas para conferencias y los salones para asambleas recalcan constantemente la necesidad de una expresión eficaz a fin de lograr el éxito profesional; y en esta época de descubrimientos cada vez mayores, también sirve para comunicar el conocimiento contenido en informes y análisis.
Por último, el habla es el medio por el cual se puede exhortar con justicia. Por este medio podemos cumplir muchas de nuestras responsabilidades en la Iglesia y hacia nuestros semejantes; de hecho, una de las razones de nuestra propia existencia es predicar la justicia. La siguiente recomendación del apóstol Pablo a Timoteo es instructiva: “Te encarezco… que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye; reprende; exhorta con toda paciencia y doctrina.”
El habla o la expresión eficaz es, principalmente, asunto de disciplina. Si la persona quiere ser eficaz en cualquiera de los tres aspectos de la vida que acabamos de mencionar, tendrá que saber expresarse bien. Desde luego, es un elemento esencial para poder “predicar la palabra”. Previamente mencionamos que el sermón constituye parte de la verdadera adoración. Sacamos en conclusión, pues, que se puede aumentar la intensidad de la experiencia de adorar cultivando el arte y la habilidad de la buena expresión.
— El arte de la buena expresión
¿Qué constituye, o cómo definimos, la expresión? Es la comunicación de ideas y sentimientos por medio de símbolos audibles que se originan en quien está hablando. Es “la declaración de una cosa para dar a entender.” Hablar y pensar van juntos, porque al hablar se expresan las ideas.
El habla utiliza los siguientes símbolos: palabras, sonidos, entonación de la voz y ademanes. De la habilidad del orador para emplear estos símbolos, y la del oyente para interpretarlos, depende que este pueda captar las ideas del que habla. La expresión tiene por objeto comunicar ideas y lograr que el oyente reaccione. Cuanto mayor la habilidad en el uso de la palabra, más eficaz será la comunicación.
La buena expresión se puede juzgar de varias maneras, dependiendo de las circunstancias. Por ejemplo, se puede juzgar de acuerdo con sus resultados; se puede evaluar por su verdad, los propósitos del orador y los principios del arte de la buena comunicación. Para los fines de esta lección, hablaremos de la buena expresión en términos del arte de hablar.
Con el correr de los siglos, han surgido ciertos principios establecidos que se pueden calificar como elementos básicos de este arte o habilidad.
— Los principios de la buena expresión
Una de las importantes casas editoriales de los Estados Unidos ha publicado una obra en la que se ha intentado catalogar varios de los principios sobresalientes de la buena expresión. Examinemos esta recopilación de conocimientos a fin de aprender a expresarnos más eficazmente y analizar mejor nuestra manera de hablar.
- La buena expresión es una responsabilidad social.
La expresión impulsa al hombre a obrar. Por tanto, la buena expresión debe asumir la responsabilidad de las consecuencias del discurso. El orador socialmente responsable está consciente de la influencia que puede ejercer en la actitud, los valores morales y otras áreas. Demuestra esta responsabilidad respetando los hechos, el razonamiento sano y las opiniones bien fundamentadas. - La buena expresión pone de relieve al orador con buenas cualidades personales.
El oyente tiende a analizar lo que se dice basándose en la categoría de la persona que lo dice. El orador bien calificado gana respeto por lo que dice. - La buena expresión se orienta hacia un propósito particular.
Sin un propósito definido, lo que se dice carece de dirección y utilidad. El propósito es aquello a lo cual el orador desea que el oyente reaccione: el objetivo que guía sus esfuerzos. Por regla general, cuanto más definido sea el propósito, más eficaz y directo será el discurso. - La buena expresión se concreta en temas que valen la pena.
El nivel y la calidad del tema determinan el nivel y la calidad del discurso. Los buenos temas son el mejor recurso del orador, y estos, a su vez, exigen lo mejor del oyente, especialmente cuando se trata de predicar la doctrina del Evangelio y todo lo que es justo. Los profetas —vivientes y fallecidos— nos proporcionan una fuente inagotable de temas adecuados. - La buena expresión se basa en la mejor materia disponible.
La presentación, por excelente que sea, nunca puede sustituir a la sustancia. Como la expresión sirve para comunicar ideas, si el discurso ha de ser bueno, también lo deben ser las ideas. - La buena expresión es analítica.
La expresión forma parte de un todo y está comprendida dentro de un contexto. Por tanto, deben analizarse todos los elementos del ambiente: el orador, el oyente, la ocasión y el tema. La expresión analítica considera todos estos factores y, por tanto, debe ser lógica. - La buena expresión se basa en métodos adecuados.
El método de un discurso es el plan de acción que emplea el orador, y suele depender del propósito del mensaje. Existen cuatro propósitos principales de la expresión, y cuatro métodos para llevarlos a cabo, conocidos generalmente como: investigación, información, intercesión y evocación. El método es sencillamente el plan mediante el cual el orador resuelve el problema de la comunicación y la reacción. - La buena expresión exige la atención e interés del oyente.
La comunicación cesa cuando se pierde la atención del oyente. Esta no puede mantenerse a menos que el orador sea interesante. El interés es una vía de comunicación mutua; es decir, el orador debe interesarse en el oyente para poder captar su atención. La experiencia verdaderamente satisfactoria es aquella en que tanto el orador como el oyente se sienten impulsados a compartir lo mejor que hay en cada uno. - La buena expresión utiliza eficazmente la voz y los ademanes del cuerpo.
La voz y los ademanes son las herramientas de la expresión, ya que sin ellas no existiría. Para ser diestro, todo artesano debe estar familiarizado con sus herramientas y saber dominarlas. La voz humana y los movimientos del cuerpo son extremadamente flexibles, y su potencial va mucho más allá de hacerse ver y oír. El buen orador debe saber utilizar estos recursos. - La buena expresión se vale de la entonación, el vocabulario y el estilo adecuados.
Las palabras, la entonación, el vocabulario y el estilo no son fines en sí mismos. Cuando se usan debidamente, son medios para lograr una comunicación eficaz. Si uno se aparta del uso generalmente aceptado de las palabras y frases, sacrifica la precisión del discurso. Estos elementos deben usarse adecuadamente para lograr claridad en la expresión, precisión en los pensamientos y eficacia en el mensaje. No debemos perdernos en un mar de palabras; lo que debemos comunicar son ideas.
— La preparación del discurso
No basta con conocer los principios de la buena expresión; uno debe aprender cómo aplicarlos en la preparación de su propio discurso.
El primer paso en la preparación de un discurso es seleccionar el tema o concepto central que el orador desea comunicar a la congregación. Las ideas vienen primero, y la formulación precisa del tema es el paso inicial indispensable para un discurso eficaz. Los objetivos definidos desde el principio determinan todo lo demás que se debe hacer, como el desarrollo de las ideas, su organización y su comunicación.
Una vez formulado el tema, deben tomarse en cuenta cuatro reglas para su desarrollo:
- Las ideas deben ser pocas.
- Se deben destacar con claridad.
- Deben ser apropiadas para apoyar el tema.
- Deben organizarse en el orden más eficaz para la congregación.
El discurso organizado consta de tres partes: introducción, cuerpo y conclusión.
— La introducción
Se utiliza la introducción como una invitación a escuchar, así como para establecer una buena relación entre el orador y el oyente. La duración, ingeniosidad y grado de formalidad de la introducción dependen de las circunstancias, y preparan el camino para el tema principal. A continuación, enumeramos algunas maneras de cumplir el propósito de una introducción adecuada:
- Un rasgo de humor.
Uno de los métodos populares con los que el orador puede captar la atención del auditorio es mediante una anécdota humorística. Para que este recurso sea apropiado, el chiste debe estar relacionado con el tema. Sin embargo, no se recomienda emplear este medio para presentar un tema del evangelio, ya que, si no se usa hábilmente, puede convertir una presentación seria en una impertinencia. Por lo tanto, debe usarse con cuidado, y si hay duda, es mejor evitar el humorismo. - Método directo.
Usualmente, el orador comienza su tema sin mucha dilación, comentando apenas lo suficiente para enlazar sus palabras con lo que se ha dicho antes. - Importancia.
El método más seguro consiste en dar a la congregación una indicación clara de lo que se va a decir, y señalar su importancia vital. Este tipo de introducción motiva al oyente y puede lograrse, entre otras maneras, mediante una pregunta pertinente, una pausa significativa, un relato personal o una afirmación provocadora. - Introducción explicativa.
A veces conviene explicar de antemano el tema del que se va a hablar, o bien por qué el orador se siente calificado para pronunciar ese discurso en particular.
— El tema
Tras la introducción sigue el cuerpo o tema del discurso. Esta parte constituye la discusión y contiene todos los asuntos principales y puntos secundarios mediante los cuales se explica o apoya la tesis del orador.
¿Cuántos asuntos deben presentarse?
Todo depende del tema. Conviene procurar que la discusión sea sencilla. Generalmente, con la presentación de cinco o seis puntos se alcanza el límite de atención de la mayoría de las congregaciones.
¿En qué orden deben disponerse?
No hay una regla fija. Puede ser más conveniente organizarlos cronológicamente, por tema, por prioridad o por el interés que despierten en la congregación. Por regla general, la discusión debe seguir un orden lógico y procurar una transición natural y fluida de un punto al siguiente.
— La conclusión
La conclusión debe ser la piedra de remate, el coronamiento del discurso. Su propósito es reunir todos los elementos del mensaje y constituir el último esfuerzo del orador para lograr su objetivo. Existen tres tipos de conclusiones que resultan particularmente útiles:
- El resumen.
Consiste en reafirmar brevemente las ideas o puntos principales del discurso. Es clara, sencilla y muy efectiva. - El epítome.
Se logra una conclusión más dramática mediante una afirmación condensada que sintetice la esencia del discurso. Puede utilizarse una frase destacada, una ilustración, un ejemplo o un pasaje de las Escrituras. - La exhortación.
Si el tema ha sido bien expuesto, el orador se ha ganado el derecho de invitar a los oyentes a compartir sus creencias y ponerlas en práctica. De hecho, les haríamos un mal si no procuráramos motivarlos a ser mejores oyentes y hacedores de la palabra.
— El bosquejo del discurso
Uno de los métodos fundamentales para preparar un discurso es bosquejarlo. Esto permite lograr varios fines:
- Sirve como esqueleto o armazón sobre el cual construir el discurso.
- Permite visualizar la totalidad del mensaje, lo cual ayuda a evaluar su orden y equilibrio.
- Señala las secciones del discurso: introducción, cuerpo y conclusión, y facilita el desarrollo adecuado de cada una.
- Condensa el mensaje, facilitando su análisis.
- Un bosquejo bien articulado garantiza una presentación organizada.
- Puede usarse como guía durante la exposición.
— Hechos y opiniones
Todo discurso se compone de hechos, opiniones e interpretaciones. Hablar en público exige la capacidad de distinguir entre estos elementos para hacer afirmaciones fidedignas.
- Los hechos son aquellos aspectos que pueden comprobarse; son objetivos.
- La opinión es el juicio o interpretación personal de alguien sobre un asunto. Para que una opinión sea autoritativa, debe basarse en hechos y en la verdad.
En una disertación del evangelio, no es necesario apartarse de las verdades reveladas, pues estas se sostienen por sí solas. No debemos entorpecer su aceptación añadiéndoles teorías personales. Debemos aceptar que nuestras propias ideas no tienen el mismo poder que las verdades contenidas en las Escrituras, las cuales cuentan con la ratificación del Espíritu Santo. Por lo tanto, debemos procurar ser precisos.
Al preparar un discurso sobre el evangelio, corroboremos los hechos haciéndonos las siguientes preguntas:
- ¿Concuerda la doctrina con las Escrituras?
- ¿Cómo la han interpretado los profetas modernos o vivientes?
- ¿Concuerda con la experiencia?
- ¿Los hechos presentados son coherentes entre sí?
- ¿Se pueden comprobar?
— El desarrollo de las ideas
Hay ocasiones en que los hechos, opiniones e interpretaciones hablan por sí mismos. Usualmente no hay necesidad de extenderlos. Las ideas adquieren fuerza cuando se presentan con claridad, entusiasmo, interés y en relación con las experiencias humanas.
Explíquense las frases o palabras importantes con las que los oyentes quizá no estén familiarizados.
Empléense citas autoritativas —preferentemente de las Escrituras— tanto para corroborar el concepto como para lograr una expresión memorable.
Úsense ejemplos. El ejemplo es un suceso específico que apoya o explica una afirmación general, y puede ser verdadero o hipotético. Los ejemplos verdaderos son acontecimientos documentables, y suelen ser superiores.
También puede desarrollarse una idea mediante estadísticas. El ejemplo es apenas un caso entre otros, ya que las estadísticas comprenden una cantidad considerable de ejemplos.
Las historias y parábolas constituyen la manera tradicional de desarrollar ideas. El valor de una historia puede ser más aparente que real, por lo que debe relacionarse directamente con el asunto para que sea útil en el desarrollo de la idea.
Utilícense ayudas visuales como mapas, bosquejos, caricaturas, esquemas, etc. No hay límites para la comunicación creativa por medio de ayudas visuales.
“Oíd ahora mi razonamiento, y estad atentos a los argumentos de mis labios”, dijo el Señor por boca de Job. La manera más eficaz de desarrollar una idea es por medio de un razonamiento lógico y bien estructurado.
Hágase uso de la repetición. Cuando se declara una idea una y otra vez, no solo se aclara, sino que aumenta la probabilidad de que quede grabada en la mente del oyente.
— Es necesario hacerse entender
El primer requisito de la buena expresión es la claridad. El oyente debe comprender lo que se dice para que la comunicación tenga sentido. Es la única forma de lograr una respuesta inteligente. Para establecer una comunicación clara:
- Procuremos decir las cosas de la manera más sencilla posible.
- Practiquemos el buen uso de las palabras y ampliemos nuestro vocabulario.
- Expresemos pensamientos completos, es decir, frases y no solo palabras sueltas.
- Prestemos más atención a la idea que a las palabras, ya que estas son simplemente símbolos para comunicar conceptos.
— El uso eficaz de la voz
La manera en que se usa la voz marca la diferencia en el arte de la comunicación. Se trata de un acto físico mediante el cual el aliento hace vibrar las cuerdas vocales, y la articulación resulta de la exhalación, que puede ser modulada según la fuerza con que se expela.
El tono de la voz debe tener la fuerza suficiente para oírse claramente, y al mismo tiempo la suavidad necesaria para no irritar. La voz es el medio, el vehículo. No debemos llamar la atención al vehículo en detrimento del mensaje. Para evitarlo, debemos practicar y dominar los aspectos mecánicos de la expresión. La calidad o el timbre de la voz puede reflejar emociones. Se debe procurar naturalidad y buena calidad de tono, evitando la afectación.
— Ademanes
Mientras el orador permanece ante el público, la comunicación está en curso. No es necesario pronunciar palabra alguna, pues los ojos, la expresión facial, la postura y los ademanes comunican algo. Estos elementos reflejan la individualidad del orador.
Las acciones mecánicas dicen muy poco y no aportan al valor del discurso. Sin embargo, los ademanes pueden suplir palabras y llenar vacíos. Podemos expresarnos con todo el cuerpo. El movimiento adecuado indica vitalidad y puede dar variedad a la expresión. No obstante, los buenos ademanes deben parecer coordinados, no torpes. Observemos a los buenos oradores para dar significado a nuestros gestos, y si tenemos dudas, usémoslos con moderación.
— Aprendiendo a escuchar
Escuchar también es parte de la adoración mediante los sermones o discursos. La comunicación requiere tanto un orador como un oyente. Los miembros de la congregación tienen el mismo derecho de recibir el testimonio del Espíritu que quien les habla desde el púlpito.
La habilidad de saber escuchar requiere ciertos principios que tanto el orador como el oyente deben tener presentes.
- Cuanto más satisfactorio prometa ser el resultado, mayor será la calidad de la atención dispensada.
- Se escucha con mayor atención cuando el orador y el oyente comparten un interés común en la comunicación.
- Generalmente recae sobre quien obtiene mayor provecho de la comunicación la responsabilidad principal de procurar que todos escuchen con atención.
— El hablar en la Iglesia
Existen varios principios de la buena expresión que son especialmente relevantes para la presentación del evangelio. Por lo general, no conviene leer un discurso o sermón con fines religiosos, aunque puede haber ocasiones en que las circunstancias del radio o la televisión lo exijan. La predicación es un arte sagrado, y cuando simplemente se lee un sermón, da la impresión de que no se da el debido respeto a las cosas sagradas. Las Escrituras recomiendan: “Atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y se os dará en la hora precisa aquella porción que le será medida a cada hombre.”
Siempre que sea posible, el orador debe dar su testimonio al hablar en la Iglesia. La fuerza y el espíritu del testimonio son una de las fuentes principales para lograr la comunión espiritual en la congregación.
Se nos instruye que adoremos en el nombre de Jesucristo: “Y les mandó que adorasen al Señor su Dios… Por consiguiente, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo.” Por tanto, todo discurso religioso debe darse en su nombre, y al concluir el sermón o la lección, corresponde decir: “En el nombre de Jesucristo. Amén.”
Al final de los sermones y las oraciones repetimos —y con toda propiedad— la palabra “Amén”. Esta significa “así sea”, y es una forma de hacer una afirmación solemne. Quienes escuchan la oración o el sermón, y están de acuerdo, deben expresar su propio “Amén”. De este modo, el oyente manifiesta audiblemente su conformidad con la declaración o mensaje de adoración que ha recibido. Es una especie de aplauso espiritual.
No hay comunicación más significativa que la predicación de verdades salvadoras. No hay necesidad de disculparse por la verdad. Debe asumirse que lo que se dice es tan importante como cualquier otra cosa que el oyente haya escuchado. Se menoscaba el mensaje, y el oyente se incomoda, cuando el orador inicia su discurso mencionando sus propias debilidades. Eso constituye una falsa humildad.
Cuando hablamos en la Iglesia, estamos representando el evangelio de Cristo, que es el “poder de Dios para salvación”. Mediante el uso eficaz de esta arma divina, ¿cómo podría alguien fracasar?
























