Capítulo 19
Escudriñad las Escrituras
Nuestra búsqueda de la verdad y de la experiencia de adorar “en espíritu y en verdad” armoniza perfectamente con la instrucción de nuestro Señor: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Mediante el estudio, con oración, de las cosas de Dios, uno se prepara al mismo tiempo para honrarlo y adorarlo.
En Doctrina y Convenios, nuestro Señor declara categóricamente que uno de los propósitos por los cuales se han revelado las Escrituras es para que el género humano entienda y sepa cómo adorar: “Os digo estas cosas para que podáis comprender y saber cómo habéis de adorar y a quién; y para que podáis venir al Padre en mi nombre, y en el debido tiempo recibir de su plenitud.”
Habiendo dado esta instrucción sobre la adoración verdadera, el Señor añade: “Y ningún hombre recibe la plenitud, a no ser que guarde sus mandamientos”; es decir, del Padre. “El que guarda sus mandamientos, recibe verdad y luz hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas.” Examinemos más de cerca el mandamiento de buscar, estudiar y aprender.
— Conocimiento del evangelio
El conocimiento del evangelio se refiere principalmente a una comprensión clara de las verdades acerca de Dios y sus leyes, entre las cuales podemos enumerar las siguientes: las leyes que rigen sus tratos con sus hijos, y aquellas que, si se obedecen, capacitan a esos hijos para alcanzar la exaltación en la presencia de Dios. En un sentido más amplio, el conocimiento del evangelio abarca toda la verdad. Esta proviene de Dios, y en última instancia forma parte del evangelio.
El régimen de adoración que consiste en forjar la propia salvación y exaltación no es otra cosa que crecer en conocimiento hasta alcanzar el estado o condición de Dios. El profeta José Smith enseñó: “La relación que existe entre Dios y nosotros nos coloca en una situación tal, que podemos ampliar nuestro conocimiento. Él tiene el poder de instituir leyes para instruir a las inteligencias más débiles, a fin de que puedan ser exaltadas como Él, y recibir una gloria tras otra, así como todo conocimiento, poder, gloria e inteligencia que se requiere para salvarlas.”
Es el conocimiento de Dios lo que finalmente trae la salvación: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
— Se ha de buscar el conocimiento por medio del estudio
Según lo que dice el profeta José Smith, concluimos que el conocimiento es un atributo divino. Esta es, por supuesto, una doctrina claramente enseñada en las Escrituras: “El Señor todo lo sabe desde el principio.”
Si deseamos acercarnos a esta perfección de Dios, debemos comenzar esa larga jornada. ¿Cómo empezamos a perfeccionarnos en conocimiento? Comenzando a escudriñar hoy mismo y aprendiendo un poco más ahora mismo. No estaría mal iniciar con este consejo de las Escrituras:
“Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento tanto por el estudio como por la fe.”
¿Qué debemos comenzar a aprender? Se nos ha dicho que podemos adquirir conocimiento en prácticamente todos los ámbitos del saber: “Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino. Enseñaos diligentemente, y mi gracia os asistirá, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender: cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto han de suceder; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el conocimiento de los países y de los reinos.”
— No todo el conocimiento es del mismo valor
Aunque nuestra búsqueda y nuestro estudio deben ser amplios, téngase presente que no todo el conocimiento es de igual valor. No tiene la misma importancia saber cosas triviales como conocer las verdades fundamentales. No se logra una gran mejora en una persona por saber la hora del día o el nombre del campeón de peso completo. Este conocimiento puede ser útil en ciertas situaciones, pero no se puede comparar en importancia con el conocimiento de la regla de oro del comportamiento humano o de cómo establecer una mejor relación con Dios. En vista de que no todo conocimiento es de igual valor, conviene que uno se dedique a buscar aquel que tenga el mayor aprecio eterno.
José Smith indicó que la salvación del hombre se rige por la adquisición de conocimiento: “El hombre no puede ser salvo sino al paso que adquiere conocimiento.”
Entonces explicó que ese conocimiento salvador se refiere a las cosas de Dios, y que viene por revelación: “De modo que se precisa la revelación para que nos ayude y nos dé conocimiento de las cosas de Dios.”
Concluimos, pues, que el conocimiento de las artes y las ciencias no es lo que nos trae la salvación, sino que es el conocimiento de Dios y de sus leyes lo que nos conduce a los grandes galardones en la otra vida: “¡Oh las vanidades, flaquezas y necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no oyen el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo saber de sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve y perecerán. Pero bueno es ser sabio, si se obedecen los consejos de Dios.”
Aunque es bueno obtener conocimiento en distintos campos, el conocimiento de mayor valor es el eterno. A esto se refiere el pasaje de las Escrituras que dice:
“Es imposible que el hombre sea salvo en la ignorancia.”
El profeta José Smith también enseñó: “El principio del conocimiento es el principio de la salvación. Los fieles y diligentes pueden entender este principio; y todo aquel que no logra conocimiento suficiente para salvarse, será condenado. El principio de la salvación nos es dado mediante el conocimiento de Jesucristo.”
Esta es la clase de conocimiento que revela “todos los misterios; sí, todos los misterios escondidos de mi reino… aun las maravillas de la eternidad”, y que “se levantará con nosotros en la resurrección”.
Es el conocimiento lo que da a uno la ventaja en la vida venidera: “Y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por motivo de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero.”
Este conocimiento viene mediante la justicia y la revelación, y sirve para santificar al hombre por medio de la verdad.
El Espíritu Santo revela este tipo de conocimiento salvador: “Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo.”
Para lograr la exaltación, uno debe recibir “la plenitud de la verdad, sí, aun toda la verdad”. Es decir, la exaltación consiste en obtener todo el conocimiento eterno.
¿Cómo logra uno este conocimiento salvador?
“Ningún hombre recibe la plenitud, a no ser que guarde sus mandamientos. El que guarda sus mandamientos recibe verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas.”
El profeta enseñó también: “Creemos que Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción, y una facultad que puede ser ampliada en proporción al cuidado y diligencia que se da a la luz que del cielo se comunica al intelecto; y que cuanto más se acerca el hombre a la perfección, tanto más claros son sus pensamientos y tanto mayor su gozo, hasta que llega a vencer todas las malas cosas de su vida y pierde todo deseo de pecar; e igual que los antiguos, llega su fe a ese punto en que se halla envuelto en el poder y gloria de su Hacedor, y es arrebatado para morar con Él.
Pero consideramos que este es un estado que ningún hombre ha alcanzado jamás en un momento, pues debe ser instruido gradual y debidamente sobre el gobierno y las leyes de ese reino hasta que su mente sea capaz de comprender, hasta cierto punto, la prudencia, justicia, igualdad y conformidad de dicho reino… Las condiciones del reino de Dios son tales que todos aquellos a quienes se permite participar de esta gloria tienen la necesidad de saber algo respecto a dicho reino antes de poder entrar en él.”
— Lectura, expresión y escritura
El estudio comprensivo usualmente requiere que uno pueda leer, hablar y escribir. La lectura constituye una de las fuentes principales para obtener las verdades salvadoras. El hombre que lee con propósito y comprensión queda lleno.
La expresión se refiere al arte de comunicar ideas. La habilidad para hablar eficazmente capacita a una persona para explicar el porqué de su fe y para amonestar a sus prójimos.
La escritura también está relacionada con la comunicación de ideas, pues implica un estudio disciplinado que exige y desarrolla exactitud en la expresión. El hombre se llena cuando lee, se prepara cuando se expresa, y logra precisión cuando escribe. Estas cosas forman parte de la experiencia y disciplina adoradora que resulta del estudio y la investigación, y ensanchan el alma cuando se cultivan y practican.
— Escritos sagrados
Los apóstoles de la antigüedad, así como los de nuestra dispensación, han adorado escribiendo cartas apostólicas. El propósito de estas cartas es testificar de Cristo. Hallamos veintiuna epístolas de esta naturaleza en el Nuevo Testamento. Las secciones 121, 122, 123, 127 y 128 de Doctrina y Convenios son de la misma índole. También el Libro de Mormón contiene cartas sobre asuntos de la Iglesia: Alma 54:4; 55:3; 56:1; 57:1.
Una forma muy aceptada de adoración consiste en escribir acerca de los principios del evangelio, y de esta manera exhortar al género humano a alcanzar una mayor rectitud personal que conduce a la salvación.
— Enseñados por el Espíritu
No basta con un estudio puramente intelectual de las Escrituras para entender a Dios. Sabiendo esto, después de haber pasado su vida en el estudio, el antiguo apóstol declaró:
“El evangelio anunciado por mí no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.”
Y también: “Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”
El entendimiento que uno logra en los asuntos espirituales depende del Espíritu.
























