Dios y el Hombre

Capítulo 21
La creencia en las verdades divinas


“Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.”

Así se expresó Tomás el incrédulo cuando oyó las declaraciones de los otros discípulos: “Al Señor hemos visto.” Cuando el Señor mostró a Tomás una prueba visible para que no fuera “incrédulo, sino creyente”, Tomás declaró: “¡Señor mío, y Dios mío!” Jesús dijo entonces a Tomás: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron.”

Por medio de esta ilustración clásica vemos que sería mejor si todos los hombres tuvieran la fe para creer en los testimonios de los élderes y en el susurro del Espíritu Santo.

— La creencia es fe

Por regla general, el uso que se da en las Escrituras a la palabra “creencia” puede emplearse como sinónimo de “fe”. El siguiente ejemplo, tomado del ministerio de nuestro Señor, lo demuestra: “Pasando Jesús de allí, le siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!

Y llegado a la casa, vinieron a Él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor.

Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.

Y los ojos de ellos fueron abiertos.”

En muy pocos casos se usa el término creencia para dar a entender algo considerablemente menor que la fe, y en estos ejemplos, creencia significa sencillamente un asentimiento intelectual. De ahí que leemos que los demonios “creen y tiemblan”.

Para los fines de esta discusión, trataremos como sinónimos “creencia” y uno de los aspectos de la “fe”.

— La creencia en Cristo es necesaria para la salvación

En su Epístola a los Romanos, el apóstol Pablo enseñó que la creencia en Cristo es necesaria para la salvación: “Pero la justicia que es por la fe dice así: […] Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.”

El autor entonces corroboró su discurso, como solía hacer, citando las palabras de los profetas antiguos: “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere no será avergonzado.”

A estas pruebas podría haberse agregado otra evidencia que data desde el principio de la tierra.

En cuanto a nuestra generación, la palabra que se nos ha dado es directa: “Y así fue que yo, Dios el Señor, le señalé al hombre los días de su probación —para que por su muerte natural pudiera ser levantado en inmortalidad para vida eterna, aun cuantos creyeren. Y los que no creyeren, a la condenación eterna; porque no pueden ser redimidos después de su caída espiritual, porque no se arrepienten.”

Uno de los objetivos principales del ministerio de nuestro Señor fue convencer al hombre de que: “Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz.”

Notemos su fervorosa súplica: “Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.”

Llegamos, pues, a la conclusión que expresó el profeta José: “Sabemos que todos los hombres tienen que arrepentirse y creer en el nombre de Jesucristo, y adorar al Padre en su nombre, y perseverar con fe en su nombre hasta el fin, o no pueden ser salvos en el reino de Dios.”

— La creencia es asunto personal

La creencia en cosas espirituales es un asunto sumamente personal. La lógica o los argumentos persuasivos podrán avivarla y ampliarla; sin embargo, las creencias salvadoras no se logran enteramente de esta manera: antes bien, son dones del Espíritu Santo.

“Porque no todos reciben cada don; pues hay muchos dones […]

A algunos el Espíritu Santo les da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo.

A otros, el creer en las palabras de aquellos para que también tengan vida eterna, si es que continúan fieles.”

Corresponde a la naturaleza misma de esta clase de creencia limitarse al conocimiento que se recibe por la revelación del Espíritu. A Juan y a “tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús”, se les dijo: “Adorad a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.”

En otras palabras, el que recibe este conocimiento de los cielos puede lograr más información y profecías celestiales al respecto.

Las creencias salvadoras comprenden una seguridad personal de las verdades incorporadas en el evangelio. En lo que respecta al método de lograr estas creencias, referimos al estudiante sincero a la discusión contenida en esta obra bajo el título “Testimonio”.

— Todas las cosas vienen cuando se cree

“Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.”

Cuando se leen por primera vez, estas palabras de nuestro Señor parecen extravagantes. ¿Todas las cosas? La creencia es el primer paso de cualquier programa que impele a obrar; es necesario creer primeramente. La consumación o cumplimiento de la creencia podrá venir entonces, pero ésta forzosamente tiene que existir primero; y así, todas las cosas se pueden obtener por medio de la creencia.

Con referencia particular a la predicación del evangelio al mundo, y por vía de resumen del plan de salvación, nuestro Señor dijo: “El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado.”

De manera que todas las cosas, en lo que concierne a la salvación, comienzan con la creencia. El mismo resumen se dio al hermano de Jared: “Arrepentíos, pues, todos los extremos de la tierra, y venid a mí, y creed en mi evangelio y bautizaos en mi nombre; porque el que creyere y fuere bautizado se salvará; mas el que no creyere, se condenará.”

Por último, el Señor expresa lo que finalmente podrán lograr aquellos que creen:

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.”

¡Pensemos en esta promesa declarada cerca del fin del ministerio de nuestro Señor! ¡El verdadero creyente puede llegar a hacer todo lo que el Maestro hizo!

“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré.”

— Los dones vienen por causa de la creencia

En todas las generaciones se ha prometido que las “señales seguirán a los que creyeren”. En nuestra propia época, refiriéndose a los que creen, el Señor dijo a José Smith: “En mi nombre harán muchas obras maravillosas; en mi nombre echarán fuera demonios; en mi nombre sanarán a los enfermos; en mi nombre abrirán los ojos de los ciegos y destaparán los oídos de los sordos; y la lengua del mudo hablará.”

Los milagros que se efectuaron durante el ministerio del Maestro fueron para los creyentes. Una de las declaraciones importantes del Salvador en el Meridiano de los Tiempos fue esta: “No temas, cree solamente.”

— La creencia en la verdad produce más verdad

El ser creyente de una verdad divina constituye un don divino. Uno de los maravillosos atributos de este don es que aquel que lo posee está preparado para aceptar más verdades. Así lo ha dispuesto el Padre: “El que recibe luz, y persevera en Dios, recibe más luz; y esa luz brilla más y más hasta el día perfecto.”

Así es como aprendemos, precepto por precepto, y cada verdad prepara el camino para otra.

En vista de que la creencia en las verdades salvadoras es un don divino, existe una armonía perfecta en tal creencia. El Espíritu no indica a una persona que crea cierta parte de la verdad y rechace la otra. Las doctrinas de la salvación forman un conjunto, y la creencia en una conduce a la creencia en otra. Uno realmente no puede creer en Cristo sin creer también en su Padre.

“El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.”

De igual manera, si uno cree en los profetas, también ha de creer en Cristo, porque Él mismo dijo: “Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?”

El mismo principio se aplica a otras verdades salvadoras. Nefi dijo, refiriéndose a sus palabras: “Si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son de Cristo.”

El presidente Brigham Young predicó este concepto en los primeros días de la colonización del Valle del Lago Salado: “No hay un solo hombre de los que escuchan mi voz este día, que pueda decir que Jesús vive … y al mismo tiempo declarar que José Smith no fue un profeta del Señor.

No hay ningún ser que, habiendo tenido el privilegio de escuchar, de algún Santo de los Últimos Días, acerca del camino de vida y salvación, según está escrito en el Nuevo Testamento, en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios, que pueda decir que Jesús vive, que su evangelio es verdadero, y al mismo tiempo declarar que José Smith no fue un profeta verdadero de Dios. Este testimonio es duro, pero es la verdad.

Ningún hombre puede decir que este libro (poniendo su mano sobre la Biblia) es verdadero, que es la palabra del Señor, el camino, la guía en el sendero, la carta por medio de la cual podemos conocer la voluntad de Dios, y al mismo tiempo declarar que el Libro de Mormón no es verdadero, si es que ha tenido el privilegio de leerlo, o de escucharlo cuando se le ha leído, y aprendido sus doctrinas.

No hay persona sobre la faz de la tierra que haya tenido el privilegio de aprender el evangelio de Jesucristo en estos libros, que pueda decir que uno es verdadero y el otro es falso.”