Dios y el Hombre

Capítulo 22
La conversión de otros a la verdad


En lo que concierne a la adoración verdadera y completa, no basta con creer las verdades divinas. Hemos visto que la adoración requiere que uno crea; pero rendir homenaje a Dios significa más que una promesa personal. Todos los miembros de la Iglesia se hallan bajo el convenio, concertado al entrar en las aguas del bautismo, de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas, y en todo lugar en que estuviereis, aun hasta la muerte”.

Todos tenemos la obligación de tomar parte en la conversión de otros. La palabra que el Señor nos ha declarado en forma directa en esta época dice:

“He aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.”

Una de las responsabilidades básicas del reino de Dios es enseñar el evangelio a los que todavía no lo han oído o aceptado. Es nuestro deber; todos tenemos esta obligación. En la revelación que comienza con las palabras: “Escuchad vosotros, oh pueblo de mi Iglesia, dice el Señor vuestro Dios, y oíd la palabra del Señor concerniente a vosotros”, se nos dan estas instrucciones:

“Y este evangelio será predicado a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo.

Y los siervos de Dios saldrán, proclamando en alta voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha venido;

Y adorad a aquel que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.”

— La filosofía de la obligación misional

Mientras era presidente de la Iglesia, John Taylor explicó en un sermón pronunciado en el Tabernáculo de Salt Lake la filosofía de la obligación que tienen los miembros de la Iglesia de desempeñar la obra misional: “Por motivo de que Dios nos ha conferido luz e inteligencia, y nos ha revelado su voluntad, propendemos a menospreciar al resto del género humano, considerándolos como forasteros indignos de la atención de Dios; pero nos es dicho que Él ha hecho, de una misma sangre, a todas las familias de la tierra, y que les ha dado una porción de su Espíritu para que se beneficien.

También se nos informa que Él es el Dios y Padre de los espíritus de toda carne. Se nos da a entender que Él tiene interés en el bienestar de todos los de la familia humana, porque está escrito que son su progenie. Por tanto, nosotros, los Santos de los Últimos Días, hemos de abrigar los mismos sentimientos hacia los habitantes del mundo que Dios nuestro Padre Celestial siente hacia ellos, pues nos es dicho que de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito para expiar sus pecados, a fin de que quien crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna; y si así son los sentimientos de nuestro Padre hacia los habitantes de la tierra, en nosotros también debe haber el mismo sentimiento…

¿Quién organizó estos Setentas y estos Doce, y quién designó sus deberes y responsabilidades? El Señor. ¿Por qué lo hizo? Porque, igual que en edades pasadas, está interesado en el bienestar de la familia humana, y no es, y nunca fue, la voluntad de Dios que el género humano perezca, sino que todos lleguen al conocimiento de la verdad a fin de que puedan obedecerla… Cuando los varios oficiales que han sido ordenados y apartados para predicar el evangelio hayan cumplido sus misiones a las naciones de la tierra, sólo habrán hecho lo que el Señor requirió de ellos, y nada más.”

Hablando desde el mismo púlpito, el presidente Brigham Young declaró un concepto semejante de la obra misional. Notemos sus ideas verdaderamente cristianas:

“Continuaré abogando con ellos hasta que se sujeten al evangelio. ¿Por qué? Porque debo ser tan paciente con ellos como el Señor lo es conmigo; y así como Él es misericordioso conmigo, lo seré con otros; y en tanto que Él continúe siendo misericordioso conmigo, yo debo continuar mi longanimidad y misericordia hacia otros, esperando pacientemente, con toda diligencia, hasta que los individuos crean, y hasta que queden preparados para ser herederos del reino celestial, o de lo contrario, ángeles del diablo.”

— La responsabilidad del sacerdocio

Hemos visto, pues, lo que el Señor espera de nosotros. Somos el único pueblo en todo el mundo facultado para predicar y administrar las ordenanzas del evangelio. Esta facultad procede del sacerdocio de Dios.

“El deber del presbítero es predicar, enseñar, exponer, exhortar, bautizar y administrar la Santa Cena.”

Concerniente a nuestros llamamientos en la Iglesia, el Señor ha dicho: “Acepta mi ordenación, aun la de élder, para predicar, según mi palabra, la fe, el arrepentimiento, la remisión de pecados y la recepción del Espíritu Santo por la imposición de manos; y también para ser agente de esta Iglesia.”

Nos complace saber que una persona de la categoría de Pedro, el principal apóstol, haya dicho que somos: “Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”.

¿Con qué fin hemos sido adquiridos? Para prestar servicio. Los vasos que llevan este sacerdocio son escogidos para prestar servicio: servicio a Dios y al prójimo.

“Hemos estado ordenando hombres en los varios quórumes durante los últimos cuarenta años, ¿y para qué? ¿Simplemente para darles un lugar y posición en el sacerdocio? No; os digo que no; sino para que, en calidad de poseedores del sacerdocio, podáis magnificarlo y llegar a ser salvadores de los hombres…

¿Cuántas naciones todavía no han sido amonestadas, y nada saben acerca de los principios de salvación? Nuestros padres se inquietan a causa de ellos, esperando que nosotros les llevemos la palabra…

Dios —y os lo digo en su nombre— os hará responsables de estas cosas… Si un hombre sale a cumplir una misión, cree que está efectuando algo asombroso. En años anteriores solíamos considerarlo nuestro deber; era para nosotros una de las cosas que Dios nos requería. Estábamos listos en todo momento…

Dios os ha dado el sacerdocio, y espera que lo magnifiquéis… ya es hora de que despertemos y comprendamos la posición que ocupamos delante de Dios.”

— La fe viene por el oír

La salvación está al alcance de todo el que cree. Sin embargo, se debe llevar la palabra a todos antes que puedan convertirse en creyentes:

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!

Mas no todos obedecieron el evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?

Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios.”

A fin de dar al mundo esta oportunidad de oír, la Iglesia mantiene un sistema misional de carácter mundial. Hay más de doce mil misioneros que están dedicando todo su tiempo a la obra misional; y además de éstos, hay otros miles que han sido llamados como misioneros locales, y están dedicando parte de su tiempo a esta obra, de acuerdo con sus otras exigencias. Además de lo anterior, todo miembro de la Iglesia debe estar actuando como misionero entre sus amigos y compañeros.

Una de las evidencias de la divinidad de esta gran obra de los últimos días se ve en el hecho de que miles y miles de miembros han salido, o están dispuestos a salir en cualquier momento hasta los fines de la tierra, pagando sus propios gastos, a fin de testificar acerca de Cristo y la restauración del evangelio por conducto de José Smith.

— Las preguntas de oro

Para utilizar más eficazmente el tiempo y las energías en la obra misional, la Iglesia ha ideado un sistema generalmente uniforme de proselitismo.

Una de las responsabilidades de cada miembro de la Iglesia es buscar personas a quienes los misioneros —tanto los de tiempo completo como los locales— puedan enseñar. Una manera eficaz de hallar personas que podamos referir a los misioneros para que los instruyan es hacer estas dos preguntas sencillas a todos aquellos con quienes nos asociamos:

  1. “¿Qué sabe usted acerca de los mormones?”
  2. (Sin importar cuál sea la respuesta anterior): “¿Le gustaría saber más?”

Si la respuesta a esta segunda pregunta es afirmativa, invite a esta persona a que se reúna con usted y los misioneros en un lugar y hora determinados de antemano. Los misioneros tienen la habilidad necesaria para continuar la instrucción una vez que se ha dado este paso.

Estas dos preguntas han producido el ímpetu que ha llevado a varios miles de personas a conocer las verdades salvadoras del evangelio. Por motivo de su valor, son comúnmente llamadas las “preguntas de oro”.

— Utilicemos las facilidades de la Iglesia para la obra misional

Toda la organización de la Iglesia debe ayudar en la obra misional. Se debe invitar a los amigos que no son miembros a que participen en cada una de las organizaciones auxiliares de la Iglesia y sus programas, y nosotros personalmente debemos invitarlos a que nos acompañen a todas las reuniones generales de la Iglesia.

Donde existen unidades de la Iglesia establecidas y activas, la obra misional goza de varias ventajas. Debemos saber aprovecharlas y utilizarlas en el proselitismo. Recordemos, sin embargo, que la obra misional no termina en la conversión. Es necesario hermanar a los conversos y asimilarlos en forma completa dentro de la Iglesia y sus diversas actividades.

— Los de corazón sincero

Los misioneros suelen usar frases figurativas tales como “los de corazón sincero” o “de sangre creyente” para describir la aptitud e inclinación de algunas personas hacia la aceptación y creencia de los principios del evangelio, y particularmente, de la restauración del mismo. Esta vida no es el principio del hombre; y algunos espíritus desarrollaron talentos especiales de espiritualidad antes de nacer en la tierra.

Estos espíritus fueron enviados a la tierra para nacer de un linaje escogido a fin de leudar la masa, y por eso se dice que son de sangre creyente aquellos a quienes les es más fácil aceptar el evangelio. Aparentemente, a este principio estaba aludiendo nuestro Señor cuando dijo a ciertos judíos:

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen […] Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.”

La plegaria común del misionero devoto es que se le permita llegar a las puertas de los de corazón sincero, porque éstos son los que más fácilmente aceptan el evangelio y sus verdades.

— Creyentes e incrédulos

Los que aceptan el evangelio de Jesucristo y siguen a los discípulos que Él ha enviado para enseñar estas doctrinas y administrar sus ordenanzas son llamados creyentes. Todos los demás son incrédulos. Los creyentes son los santos de Dios y miembros de su redil; y en cada dispensación, éstos han sido los únicos que han creído.

El hombre se salva cuando cree, y se condena cuando es incrédulo. Los fieles miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son los únicos creyentes verdaderos en el mundo hoy día.

No es exacto catalogar a los miembros de la Iglesia como liberales o conservadores en cuanto a sus conceptos de las doctrinas. Según las Escrituras, no hay sino dos clasificaciones en lo que respecta a la creencia en las verdades salvadoras: la persona es creyente o incrédula. El creyente es el único que puede lograr la salvación.

El mandato divino dice: “No temas, cree solamente.”

— Preparación

A cada uno de nosotros se aplica el mismo decreto divino. Si hemos de cumplir y llevar a cabo esta parte de nuestro propósito en la vida, debemos prepararnos, y el tiempo para ello es hoy.

La preparación para la obra misional de tiempo completo exige una capacitación intelectual, física, espiritual y económica. En estos preparativos hallamos la verdadera adoración, porque de este modo obedecemos a Dios y le tributamos homenaje.

Parte del cumplimiento de la debida preparación para cumplir una misión se encuentra en esta maravillosa promesa:

“Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.

Y si fuere que trabajareis todos vuestros días, proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajereis, aun cuando fuera una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

Y ahora, si vuestro gozo será grande con una alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!”

— “Para que seáis testigos”

La conversión de otros a las verdades salvadoras es la obra del testimonio del Espíritu de Dios, porque sobrepasa todo argumento lógico: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.”

El Espíritu da testimonio de las cosas espirituales; y por esta razón, el que desea enseñar el evangelio tiene que hacer más que sencillamente comunicar conocimiento doctrinal.

Primero, el que va a convertir debe estar viviendo él mismo de acuerdo con los conceptos de la verdad y la justicia. De lo contrario, no podrá comunicar la convicción, porque el Espíritu de Dios no podría usar eficazmente a tal persona.

En segundo lugar, el que va a convertir debe testificar en espíritu y en verdad. Se requiere valor para dar testimonio de las verdades divinas; no obstante, toda persona, en calidad de hijo de Dios, tiene el derecho de escuchar ese testimonio.

Los miembros de la única Iglesia verdadera tienen la profunda y grave obligación de convertir a otros a la verdad. Es indispensable instar al mundo a que acepte la palabra de Dios y su plan de salvación. No hay administradores legales sino los que Dios ha llamado debidamente. La juventud de Sión debe prepararse con la fuerza del Espíritu para dar cumplimiento a la obra de Dios.

Cuando estamos dispuestos a “ser testigos de Dios en todo tiempo y en todas las cosas, y en todo lugar”, entonces nuestra adoración llega a ser completa.