Dios y el Hombre

Capítulo 23
Los Dones del Espíritu


Por ser parte íntegra de la adoración “en espíritu y en verdad”, y como consecuencia de la devoción manifestada en este homenaje que se tributa a Dios, se confieren ciertas bendiciones espirituales especiales a los hombres. Estas se llaman dones del Espíritu, y su recepción depende del cumplimiento que se dé a la ley divina. Sin embargo, son un don porque se reparten gratuitamente a todos los que cumplen con las condiciones.

Los dones espirituales son de Dios, y se manifiestan a los hombres en la carne por el poder del Espíritu Santo: “Y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.”

Son muchos los propósitos de los dones espirituales. Sirven para iluminar, animar y edificar a los fieles; para cumplir los propósitos de Dios llevando a cabo su voluntad y desarrollando sus programas; y son evidencias del favor y aprobación divinos. Por medio de ellos aumenta el gozo del hombre en esta vida, y es guiado hacia la vida eterna en el mundo venidero. Son parte del parentesco verdadero que existe entre Dios y el hombre, y por medio de ellos vienen las experiencias de adoración verdadera.

— Diversidad de dones

Está al alcance del hombre una diversidad de dones de Dios. Estas dádivas espirituales proporcionan a los fieles una variedad de operaciones y administraciones, y benefician y ayudan a traer la salvación al alma contrita. Todos los que entregan su corazón completo al Señor pueden llegar a conocer los misterios de la vida y la muerte y todas las cosas.

Dios decretó que el Espíritu Santo, con todo género de dones buenos, obrara durante la ausencia personal del Señor resucitado. Es su propósito que se derrame sobre el hombre una diversidad de cosas buenas, según los justos deseos y hechos del individuo, de manera que los dones del Espíritu se ponen al alcance de los hombres, conforme a sus deseos.

Pablo, el destacado escritor y apóstol cristiano de la antigüedad, nos aconseja que procuremos “los dones mejores” después de haber enumerado los siguientes:

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.
Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo.
Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.
Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;
A otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu;
A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.”

Esta lista no hace más que sugerir los géneros de dones, porque en varias partes de las Escrituras se mencionan muchos otros. El número de los dones de Dios es infinito, y sus manifestaciones no tienen fin.

A unos se dará un don, a otros un don diferente, y a algunos les es concedido tener “todos estos dones, para que haya una cabeza, a fin de que cada miembro reciba provecho de ello”.

— Los varios grados de los dones

Todos los dones del Espíritu son benéficos; todos son sagrados; y, sin embargo, no todos obran de la misma manera, ni dejan el mismo beneficio. Sin menoscabar ninguno de los dones de Dios, hallamos que unos son de mayor provecho que otros.

Por ejemplo, Pablo el apóstol escribió: “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.”
También nos aconsejó: “Procurad, pues, los dones mejores.”

Según las palabras de Ammón: “Un vidente es también revelador y profeta; y nadie puede tener mayor don.”

Por otra parte, José Smith escribió que: “El don de lenguas es quizá el menor de todos los dones.”

A pesar de que no todos obran de la misma manera, cada uno de ellos es parte de un todo. Así como las diferentes partes del cuerpo funcionan en forma distinta, lo mismo sucede con los dones de Dios. Sin la oreja, no se podría oír la voz de alarma; sin los labios, no se podría expresar palabra; sin el ojo, los pies tropezarían; tampoco pueden decir que no se necesitan el uno al otro.

Así es con los dones del Espíritu. La persona de languidez espiritual no puede comprender las cosas del Espíritu, y tenemos el mandamiento de que no debemos ignorar acerca de estas cosas.

“Todos los dones de Dios son útiles en su lugar.”

— Los dones invisibles

Algunos de los dones del Espíritu se disciernen con el ojo; muchos son invisibles. Un gran número de personas que reciben el Espíritu Santo no hablan en lenguas ni profetizan en el acto, ni manifiestan ninguna evidencia exterior de su presencia. Si no descuidan este don que está en ellos, les hará recordar las cosas, les testificará la verdad y, de distintas maneras, los bendecirá, sin ninguna manifestación exterior.

Aun los dones que se distinguen exteriormente quizá no se perciban al principio. El espíritu de profecía no se manifiesta sino hasta que el profeta habla; el poder de sanar no se ve sino hasta que se ejercita. ¿Quién puede ver el espíritu de discernimiento, o las bendiciones secretas del justo? Muchos de los dones de Dios pueden morar en el hombre y permanecer con él sin que el ojo los distinga.

“Se mencionan varios dones; sin embargo, ¿cuál de todos reconocería el observador al imponerse las manos? La palabra de sabiduría y la palabra de ciencia son dones como cualquier otro, mas si una persona tuviese ambos dones o los recibiese por la imposición de manos, ¿quién lo sabría? Otro podría recibir el don de fe, ¿y quién lo sabría?

O supongamos que un hombre recibiese el don de sanar o el don de obrar milagros, ¿acaso se sabría en el acto? Se precisaría el tiempo y la circunstancia particular para la operación de estos dones. Vamos a suponer que un hombre tuviese el don de discernir espíritus, ¿lo sabría persona alguna? O si tuviese el don de interpretar lenguas, a menos que otro hablase en una lengua desconocida, tendría que guardar silencio…

De manera que, según el testimonio de las Escrituras y las manifestaciones del Espíritu en los días antiguos, la gente que se hallara alrededor casi no se enteraría de estas cosas, sino en alguna ocasión extraordinaria, como en el día de Pentecostés.

El observador nada sabría acerca de los dones más grandes, mejores y más útiles.”

El derramamiento espontáneo del Espíritu, visible al ojo, raramente se manifiesta al imponerse las manos para comunicar el don del Espíritu Santo. Tal vez tenga que pasar un tiempo adicional a fin de preparar a la persona para recibir uno de estos dones.

— El derramamiento pentecostal

Hay ocasiones en que el Espíritu Santo da testimonio por medio de manifestaciones exteriores. De esta manera confirmó a los apóstoles el día de Pentecostés, y en dicha ocasión: “Varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” vieron señas visibles de manifestaciones interiores e invisibles.

“De repente vino del cielo un estruendo”, y sobre los apóstoles “aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”. Los hombres de erudición que lo presenciaron “estaban atónitos y maravillados”, y los de la multitud “estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua”.

Muchos no creyeron, pero los que “estaban todos unánimes” sirviendo al Señor fueron llenos del Espíritu Santo. Fue un don de Dios.

El Señor establece un conocimiento seguro en aquellos que buscan sus dones, y da a cada hombre el don que más le conviene, según sus deseos.

— Se manifiestan según la fe

El Espíritu Santo se manifiesta por conducto de los dones del Espíritu según la fe que el hombre tiene en Cristo, después que ha recibido el evangelio y preparado su corazón. La fe es un elemento necesario para poder disfrutar del Espíritu Santo. Es por la fe que uno abandona las cosas del mundo por las del Espíritu.

“El que cree que posee el Espíritu, y al mismo tiempo rechaza cualquiera de los mandamientos, se está jactando de un don falso.”

La preparación de la persona para recibir bendiciones divinas depende de su fe y de los efectos que ésta surte. La falta de arrepentimiento le cerraría la puerta a cualquier don espiritual.

“¿Han cesado los ángeles de aparecer a los hijos de los hombres? ¿O les ha detenido Él la potestad del Espíritu Santo?…

Es por la fe que se obran milagros, y es por la fe que aparecen ángeles y ejercen su ministerio a favor de los hombres; por lo tanto, si han cesado estas cosas, ¡ay de los hijos de los hombres!, porque es a causa de la incredulidad, y todo es inútil.”

El Señor confirma su palabra por medio de señales a los que tienen fe: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;

Tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán…

Y el Señor […] confirmó la palabra con las señales que la seguían.”

Vemos, pues, que las señales vienen después de la creencia, y que esta, cuando es permanente, no viene por causa de las señales.

“Y Cristo ha dicho: Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me parezca prudente…

Tened fe en mí, y en el postrer día Dios os mostrará con poder y gran gloria […] los días de los milagros.”

— La voz suave y apacible

Uno de los discursos más importantes de las Escrituras sobre las señales y dones comienza con estas palabras: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.” Esto constituye para nosotros la responsabilidad de familiarizarnos con las buenas obras de Dios. Este conocimiento ensancha nuestra manera de vivir, porque nuestra vida no está completa sin un entendimiento de las cosas del Espíritu.

La base para este entendimiento más perfecto se funda en algo más sutil que las manifestaciones exteriores. La voz de Dios usualmente habla al espíritu del hombre y penetra su entendimiento; por regla general, no es una demostración física, ni aun una voz audible.

Elías, el profeta, subió a un monte “delante de Jehová”: “Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento.

Y tras el viento, un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.

Y tras el terremoto, un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego.

Y tras el fuego, un silbo apacible y delicado.

Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto.”

Entonces declara la narración: “Y le dijo Jehová…”

En muchas de las ocasiones en que los profetas relatan que Dios les ha hablado, ha sido su Espíritu que se ha comunicado con el de ellos. En el caso anterior, se describe como “un silbo apacible y delicado”.

“No siempre se distingue al Señor por el estruendo de su voz, por la demostración de su gloria o la manifestación de su poder; y los que mayor afán tienen de ver estas cosas son los que menos están preparados para recibirlas.

Y si el Señor manifestara su poder como lo hizo a los hijos de Israel, esas personas serían las primeras en exclamar: ‘No hable Dios con nosotros, porque no muramos’.

Quisiéramos decir a los hermanos que procuren allegarse a Dios en sus cámaras secretas, que lo invoquen en sus campos…

Orad por vuestras familias, por vuestro ganado… vuestro maíz y cuantas cosas poseáis; pedid las bendiciones de Dios sobre todo vuestro trabajo y sobre todo aquello a que os dedicareis.

Sed virtuosos y puros; sed hombres de integridad y verdad; obedeced los mandamientos de Dios; entonces más perfectamente podréis entender la diferencia entre el bien y el mal, entre las cosas de Dios y las de los hombres.”

— El revelador

“Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador.”

Le abrió los cielos a Esteban, el cual “puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”.

“Si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todo lo que debéis hacer.”

“El Espíritu Santo habilita a los hombres para que sepan la certeza de todas las cosas pertenecientes a mi reino en la tierra.”

“Te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón. Ahora bien, he aquí, éste es el espíritu de revelación.”

El Espíritu Santo exhorta a los hombres a que no nieguen ninguno de los dones de Dios. De hecho, es por ese medio que el hombre puede disfrutar lo que Dios tiene preparado para él:

“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,

Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.”

— Algunos de los dones

Examinemos algunas de las cosas buenas que Dios ha preparado para nosotros. Si entendemos estas cosas del Espíritu, podremos adorar mejor en ellas y agradecerlas. Este es el camino que conduce al “espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento” de Dios.

— Saber que Jesús es el Hijo de Dios

Cuando el apóstol Pablo halló la fe en el Señor, dio gracias y escribió: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.”

Rogó: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.”

Este es uno de los dones principales de Dios: el saber por revelación que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios: “A algunos el Espíritu Santo les da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo.”

— Creer el testimonio de otros

Otro don que se relaciona estrechamente con el anterior es el de creer a otros, a quienes se ha dado la revelación de saber acerca de Jesús y su misión: “A otros, el creer en las palabras de aquéllos para que también tengan vida eterna, si es que continúan fieles.”

La adquisición y efectos de este don se discuten más ampliamente en otra parte.

— El don de testimonio

También es uno de los dones del Espíritu recibir revelaciones de los cielos, y un testimonio de la verdad es una de ellas. Por eso es que la autenticidad divina del Libro de Mormón será manifestada “por el poder del Espíritu Santo”.

Así es con cada una de las verdades salvadoras: “Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.”

— Diferencias de administraciones

“Y además, de acuerdo con la voluntad del Señor, el Espíritu Santo da a saber a algunos las diferencias de administración, conforme a lo que fuere agradable al mismo Señor, acomodando sus misericordias a las condiciones de los hijos de los hombres.”

Es un don entender cómo y en qué manera se administran las cosas del Espíritu. El Espíritu Santo descubre los misterios del reino, de manera que, sin Él, las obras de Dios permanecerían misterios para siempre.

“Sí, al que se arrepiente y ejerce la fe, y produce buenas obras y ruega continuamente sin cesar, a éste le es permitido conocer los misterios de Dios.”

— Diversidades de operaciones

Forma parte íntima del conocimiento de las diferencias de administración —y es parte de los misterios de Dios— conocer las diversidades de operaciones, y si son de Dios o del hombre:

“Y además, a algunos les es dado por el Espíritu Santo discernir las diversidades de operaciones, si es que son de Dios, para que las manifestaciones del Espíritu sean dadas a cada hombre para su provecho.”

— Discernimiento

A muchos es concedido el don y el poder para discernir, y así uno puede distinguir entre el bien y el mal: “Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que pueda distinguir el bien del mal.”

Este don general obra por conducto de la luz de Cristo, que, hasta cierto grado, se derrama sobre todos.

Además, los fieles tienen el derecho de recibir la facultad para discernir mediante la revelación del Espíritu Santo. Este don se da particularmente a: “Cuantos Dios llamare y ordenare para velar sobre la Iglesia.”

Se da para: “Discernir todos estos dones” a fin de evitar el engaño, y es parte del llamado del obispo.

Mediante este don, uno puede llegar a discernir: “Los pensamientos e intenciones del corazón.”

— La palabra de sabiduría

“Y además, de cierto os digo que a algunos les es dada, por el Espíritu de Dios, la palabra de sabiduría.”

La sabiduría es uno de los atributos de Dios al cual aspiramos: “Él tiene todo poder, sabiduría e inteligencia.”

Viene en calidad de don a aquellos que se lo piden a Dios.

La sabiduría presupone el uso debido del conocimiento, porque es al mismo tiempo conocimiento de las verdades salvadoras y el uso de este conocimiento: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos.”

El Señor ha prometido a los justos que: “Su prudencia será grande, y su conocimiento llegará hasta el cielo.”

— La palabra de conocimiento

“A otros [es dada] la palabra de conocimiento, para que todos sean enseñados a ser sabios y a tener conocimiento.”

El conocimiento es otro de los atributos de Dios que aspiramos lograr: “El Señor… todo lo sabe desde el principio.”

El conocimiento del evangelio se relaciona con el entendimiento de la verdad acerca de Dios y sus leyes. Este concepto se desarrolla con más amplitud en otra parte de este texto.

— Dones de sanidades

“Y además, a algunos les es dada fe para ser sanados; y a otros, fe para sanar.”

Al referirse a esta parte del don de fe, el apóstol Pablo lo llama “dones de sanidades”, y dice que viene: “Por el mismo Espíritu” que los otros dones.

Cuando se curan enfermedades, y se otorga la salud física y mental por medio del poder divino, se manifiesta el don de sanar. Es parte del modelo establecido por el Señor cuando anduvo:

“Entre los hombres efectuando grandes milagros, como sanar a los enfermos, resucitar muertos, hacer andar a los cojos, dar vista a los ciegos, hacer oír a los sordos y aliviar toda clase de enfermedades.”

Los hombres fieles de todas las épocas han seguido este modelo y efectuado milagros como lo hizo nuestro Señor: “Sanando enfermos, levantando a los muertos y curando toda clase de enfermedades, porque el Señor obra por sanidades.”

Las sanidades vienen por la fe. Son parte de las señales que siguen a los creyentes verdaderos: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre harán muchas obras maravillosas…

En mi nombre sanarán a los enfermos; En mi nombre abrirán los ojos de los ciegos y destaparán los oídos de los sordos; Y la lengua del mudo hablará.”

Hay otro género de sanidades más importante que la curación física: también el alivio espiritual es un don de Dios, y por tal razón los profetas anunciaron que Cristo “en sus alas traerá salvación”, y: “Yo sanaré su rebelión.”

El Señor también habló del vencimiento de la enfermedad espiritual y la muerte:

“¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?”

Los representantes del Señor sobre la tierra tienen la facultad para efectuar sanidades cuando se lo soliciten aquellos que tienen la fe para ser sanados.

— La efectuación de milagros

“Y además, a algunos les es concedido obrar milagros.”

Los milagros, en lo que a dones del Espíritu se refiere, son ciertos actos efectuados por el poder de Dios, cosas que las facultades humanas son incapaces de hacer. Se llevan a cabo cuando Dios manifiesta su poder, ya sea porque Él así lo dispone, o porque lo solicita una persona fiel.

La fe y la rectitud son los poderes mediante los cuales se efectúan los milagros: “El Dios Eterno… se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en él creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, obrando grandes milagros, señales y maravillas entre los hijos de los hombres, según su fe.”

Los milagros vienen por la fe, no la fe por los milagros; y éstos no vienen sino hasta después que se ha establecido firmemente un fundamento de fe: “Y en ningún tiempo ha habido quien obre milagros sino hasta después de tener fe; por tanto, primero creyeron en el Hijo de Dios.”

El mundo apostata rechaza las prodigiosas señales y milagros dados de Dios. Sin embargo, los milagros son una de las fuertes evidencias de la divinidad de la obra del Señor, porque estas señales siempre siguen a los verdaderos creyentes.

Mormón lo expresa en términos inequívocos: “¿Y quién dirá que Jesucristo no obró muchos grandes milagros? Y hubo también muchos grandes milagros que se efectuaron por mano de los apóstoles.

Y si entonces se hicieron milagros, ¿por qué ha dejado Dios de ser un Dios de milagros, si todavía sigue siendo un Ser inmutable?”

— La profecía

“Y a otros [les es concedido] profetizar.”

El poder del Espíritu Santo es el espíritu de la profecía. Así son llamadas las declaraciones inspiradas de los profetas, y se nos manda en forma particular: “No niegues el espíritu de revelación ni el espíritu de profecía, porque ¡ay de aquel que niegue estas cosas!”

Una de las grandes declaraciones que hizo Moisés fue esta: “Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos.”

Pablo, el apóstol, instruyó a los hermanos: “Procurad… sobre todo, que profeticéis”; y “quisiera que todos vosotros… profetizaseis”.

“Creemos en el don de… profecía”; y los administradores legales de la Iglesia son llamados “por profecía”.

La creencia en esas manifestaciones del espíritu de profecía es evidencia de la divinidad de la Iglesia.

Las Escrituras exponen una regla inspirada en cuanto a su interpretación: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,

Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”

— El don de lenguas

“Y además, a algunos les es concedido hablar en lenguas.”
“A otros, diversos géneros de lenguas.”
“A otros, interpretarlas.”

Dos de los dones del Espíritu son el hablar en lenguas y la interpretación de las mismas. En la dedicación del Templo de Kirtland, el profeta José Smith oró diciendo:

“Derrámese el don de lenguas y la interpretación de ellas sobre tu pueblo, aun lenguas repartidas como de fuego.”

La manifestación más dramática de este don consiste en hablar o interpretar un idioma desconocido para el orador o intérprete; pero con más frecuencia el don se manifiesta entre los misioneros, permitiéndoles el uso rápido, y aun instantáneo, de otros idiomas.

Esto facilita la predicación del evangelio restaurado en países extranjeros, y por motivo de este don, no es extraño que los misioneros puedan hablar fluentemente una lengua desconocida en pocas semanas.

El día de Pentecostés se manifestó otro ejemplo del don de lenguas. En esa ocasión, los apóstoles hablaron en su propio idioma, y sin embargo, los entendieron personas de diferentes países.

El don de lenguas y su interpretación son parte de las señales y milagros que acompañan a los fieles y dan testimonio de la divinidad de la obra del Señor.

— La instrucción y la exhortación

Uno de los dones del Espíritu se relaciona particularmente con el ministerio, es decir: “El que enseña… o el que exhorta.”

Es interesante notar las recomendaciones hechas a los que tienen este don. Se requiere que la instrucción y la exhortación se impartan: “Con liberalidad”, “con solicitud”, con “misericordia” y con “alegría”.

— Dones a personas particulares

Muchos de los dones se concretan en forma particular a determinado tiempo, lugar o persona. Por ejemplo, a José Smith se le dio: “El don de traducir las planchas” y más tarde habría de: “Recibir mandamientos y revelaciones”, pero “ningún otro… será nombrado a este don”.

Toda experiencia verdaderamente espiritual es un don del Espíritu. Debemos procurarlos y dar gracias por ellos, porque son parte de nuestra adoración y de la relación verdadera entre Dios y nosotros.

— La justicia personal

El privilegio de disfrutar de los dones espirituales depende de nuestra rectitud personal. Uno “No puede tener fe y esperanza a menos que sea manso y humilde de corazón.”

El hombre debe ser justo y circunspecto a fin de disfrutar de la vida abundante. Hemos enumerado algunos de los gozos del espíritu, pero recordemos que nunca hubo “hombre alguno que pudiera hacer milagros en el nombre de Jesús, a menos que estuviese completamente limpio de su iniquidad”.